viernes, 1 de mayo de 2015

LA PERFORMANCE. Segunda parte. Capítulo 20.



-20-
Viernes: cuarta cita

   –Ben –puse la mano en su mejilla–, una no se enamora de un día para otro.
   –Lo sé.
   Le besé en los labios, aún sabiendo que con ello prolongaba su agonía.
   –Espero que llegue ese día, you know.
   –Quién sabe –algún día tendría que decirle que no me había enamorado de él.
   Salí del despacho sin mirar atrás.
   Había recreado un noviazgo en cuatro días, y las imágenes que acabábamos de ver demostraban que lo había conseguido, que el sentimiento y la pasión habían ido creciendo día a día. Eso pareció afectar a Pelos y en ese momento estaba tan pletórica, que no me importó aliviar su tristeza con un beso.
   Había acertado eligiendo a Artista y después de la última sesión, me lo habría llevado a la cama, pero mis deseos debieron ser reprimidos una vez más; debía estar convirtiéndome en una persona responsable, porque anteponía la obligación al placer; todo fuera por el bien de la Performance. No siempre iba a ser así, por fortuna, esa situación tocaba a su fin. A partir de la próxima semana, el trabajo y el placer irían unidos. ¡Por fin!
   Encendí el móvil.
   –Tomás, soy Violeta. ¿Los tienes?
   –Los he conseguido para las ocho.
   –Estupendo. Voy ahora mismo a por ellos.
   Al llegar esa tarde a la Cadena, me había acercado a la secretaría y le pedí a Tomás que me reservara un par de billetes para el AVE, después llamé a Interlocutor para decirle que en cuanto acabara el trabajo iría a su despacho. Era lo último que me quedaba por hacer y menos mal que no me puso ninguna objeción a una cita tan precipitada. 
   En cuanto tuve los billetes en mi poder, llamé al chófer.
   –He acabado. ¿Cuándo podemos salir?
   –En un par de minutos estoy en el garaje.
   El coche me esperaba en el lugar acostumbrado. Como la artista que era, como una estrella del espectáculo, subí a mi transporte privado y me acomodé en el asiento. No había nevera, ni televisor, ni ninguna otra excentricidad; tampoco las necesitaba.    
   Llamé a Interlocutor.  
   –He acabado en la Cadena. Salgo para allá.
   –La espero.
   Después llamé a Cristina para darle la sorpresa.
   –¿Te apetecería dar una vuelta por Sevilla?
   Tardó unos segundos en contestar.
   –Es que he quedado en el Drakkar, estoy yendo para allá.
   –¿Estás segura? A tu Capitán le puedes ver la próxima semana.
   –¡Aaaaaah! –soltó un gritito–. ¡Creí que hablabas en plan hipotético! ¡Sevilla! ¿Lo dices en serio?
   –Tengo dos billetes para el AVE. Salimos a las ocho de la mañana.
   –Pues me vuelvo ahora mismo a casa a preparar el equipaje. Quiero llevarles unos dibujos.
   Y para terminar,  sorprendería a mi madre.
   –Hola tío. ¿Está mamá por ahí?
   –No. Ha salido.
   –No tendríais planes para mañana?
   –Pues ahora que lo dices, sí. Pensaba llevar a tu madre a comer fuera. ¿Por qué lo dices?
   –¿Habría sitio para una más?
   –¡Ay, mi niña, claro que sí! ¿Cuándo vienes?
   –Mañana. Cojo el AVE de las ocho.
   –Tu madre se va a volver loca de contenta. Iremos a esperarte a la estación.
   –Un beso, tío y dale otra a mamá de mi parte.
   ¡Qué ganas tenía de verla!
   Había orquestado una improvisación perfecta. Tenía todo controlado. Apagué el móvil y lo devolví al bolso. No pensaba hacer más llamada.
   Cerré los ojos. Quería repasar una vez más los detalles del lunes antes de tomarme el merecido descanso. Una vez acabara con Interlocutor no quería saber nada del trabajo hasta la vuelta. A través de los párpados se insinuaba un amarillo anaranjado en los que casi se reflejaba el iris, el rayado de las pupilas y las motas de color rojo inglés desplazándose lentamente. La boda. El color subió hasta un naranja intenso. El escenario estaba listo y se habían hecho pruebas de luz y de sonido. Naranja rojizo. Conociendo a Pelos, se pasaría el fin de semana preparando una versión que sería la definitiva a falta de las imágenes reales que grabáramos el lunes. Rojo. No le podía perder, por eso le daba esperanzas, aunque no fuera honesto. Rojo violáceo, violeta intenso y morado oscuro; durante una fracción de segundo tuve miedo. Mi vida estaba a punto de cambiar drásticamente. Púrpura, rosa, abrí los ojos, amarillo.
   Se me había pasado el tiempo volando, estábamos llegando a casa de Interlocutor. El chófer detuvo el coche en doble fila delante  de su casa.
   –¿Quiere que la espere?
   –No hace falta.
   Bajé del coche y fui hacia el portal. Llamé al timbre y la puerta se desbloqueó de inmediato. Entré y me dirigí al ascensor. Esperé, ascendía entre crujidos. Se detuvo. Las puertas chirriaron al abrirse y… silencio. No se cerraban. No tenía ganas de esperar. Sin pensarlo dos veces me fui hacia la escalera y empecé a subir los escalones de dos en dos. Al bajar del coche me habían entrado las prisas, estaba impaciente por acabar el último trabajo del día y de la semana.
    Al llegar al primero, la recargada decoración de paredes y techos desapareció. Continué al mismo ritmo la ascensión al segundo, como si con ello pudiera adelantar el viaje a Sevilla. Estaba en forma, aunque desde que comenzara la Performance, lo único que hiciera fueran quince minutos de bici estática al llegar a casa. Me había comprado una cuando dejé de ir al gimnasio.
   En el tercer piso, el corazón empezó a palpitar con fuerza y llegué al cuarto con la respiración acelerada. Allí seguía detenido el ascensor, con la puerta abierta. Dos hombres mayores hablaban tranquilamente, uno sujetaba la puerta y el otro permanecía dentro. Siguieron hablando como si tal cosa. A su edad, todo les importaba un comino. Menos mal que no me quedé a esperar.
   Bajé el ritmo y subí los escalones de uno en uno. Por fin llegué al quinto, acalorada, acelerada y con las piernas cargadas. Antes de que hubiera llamado, Interlocutor abrió la puerta en persona.
   –Hola Violeta.
   No estaba serio y salía a abrir, era todo muy raro.
   –Hola –jadeé–. He tenido que subir andando.
   –Podía haber cogido el montacargas –dirigió la mirada hacia el lugar donde mi alteración resultaba más evidente–. Está tras la puerta que pone servicio.
   –Debí haberlo imaginado.
   Tras aquella conversación trivial, pasamos al despacho. Estaba contento, casi podía ver la sonrisa intentando formarse en su rostro. Era un Interlocutor diferente. ¿Habría bebido?
   –Se acerca el momento más delicado y difícil de la Performance –los músculos de su rostro se contrajeron, devolviéndole a la seriedad habitual–. Tengo aquí el informe –abrió la carpeta y me pasó una copia–. Empecemos por la entrevista de su amigo Fernando. La habrá leído –su mirada se volvió gélida.
   –Una sarta de mentiras. No fue novio mío, sólo una aventura pasajera.   
   –Me imaginaba algo parecido. Hablé con él y dejé caer una posible denuncia por calumnias. Aseguró que no había dicho exactamente lo que ponían, que le habían pagado trescientos euros al finalizar la entrevista y le tocó firmar que estaba de acuerdo con lo escrito en el artículo. Será fácil contrarrestar su metedura de pata, un abogado de la Cadena está en ello.
   –Entonces, asunto arreglado.
   –Sí. Siguiente. Cadena 13 ha subido su cota de audiencia un doscientos treinta por ciento desde el comienzo de la Performance y la competencia se replantea su programación: más programas culturales y películas, y un menor número de anuncios.
   –No sabía que fuera tanto. ¿Tan bien van las cosas?
   –Sí, hasta el punto de que la Cadena 13 se convierte en referencia para las demás cadenas privadas –sus ojos seguían teniendo el mismo color, pero daban la impresión de ser más amables–. Una cadena estudia introducir en su programación una performance y otras dos un reality. Es el momento idóneo para empezar a pensar en su futuro.
   Aquello fue un verdadero regalo para mis oídos. Me había costado mucho que alguien me tomara en serio, había realizado un trabajo titánico para desarrollar la Performance y en el futuro se me iban a abrir las puertas de par en par.
   –De mi porvenir preferiría hablar un poco más adelante.
   –Hay que anticiparse a él. No deberíamos retrasarlo durante mucho tiempo.
   Ya me veía recibiendo ofertas para realizar performances, vídeos artísticos y exponer mi obra pictórica. La Virgen de la Estrella me había escuchado.
   –¿Podríamos dejarlo al menos para la semana que viene?
   –Sí.
   Esperaba que prosiguiera, pero no lo hizo. Abrí el informe. Eran seis hojas, había ocho apartados y sólo habíamos visto dos.
   –El resto no tiene demasiada importancia.
   –Entonces, ¿hemos acabado?
   –Sí.
   Divinas palabras. El trabajo había terminado. Empezaba el fin de semana. Eché la silla hacia atrás y me levanté.  
   –¿Está preparada? –dijo en voz baja.
   Levanté la cabeza y me encontré con una mirada triste que nunca le había visto.
   –¿Preparada para qué?
   –Para lo de la semana que viene –sonó dubitativo, como si tuviera miedo de decirlo.
   –Lo estoy. Sólo necesito un pequeño respiro antes de empezar. Me voy a Sevilla.
   Me di la vuelta para salir. Escuché el ruido de su silla al ser retirada y sus pasos tras de mí, acercándose. Me siguió hasta la entrada, donde se detuvo a mi lado.
   –Hasta la semana que viene –me despedí.
   –La oferta de una madre sustituta sigue en pie –sonó ronco.
   –Gracias, pero ya está decidido.
   Debería haber abierto la puerta, pero su mirada triste me hizo dudar. Ojos de acero de los cuales traté de huir, porque aunque nunca fueron ofensivos, casi siempre resultaron hirientes. Algo estaba cambiando para que se mostraran tristes… le dolía lo que iba a hacer. Y esos círculos grises, cual camaleón que pudiera cambiarlos a voluntad, se volvieron cálidos, dulces… Mis ojos temblaron, al descubrir lo que sentía por mí.
   En sus cálidos aceros moteados, vi reflejarse unas sorprendidas pupilas castañas… Miradas enlazadas, miradas prisioneras, por causas ajenas a mi voluntad, y a la suya tal vez. Por un momento su mirada fue otra, fue una sucesión de ellas: la de Pelos, la de Artista, la de Cachas, la de Felipe, y tantas otras ya olvidadas; todas fueron una, vacía, confusa e incolora.
   Hubo un destello púrpura, como la explosión de color de una buganvilla florida y al instante volvieron sus cálidas pupilas grises. Sus ojos no buscaron excusas, los míos dijeron está bien, y me perdí en los abismos de una mirada donde todo se desdibujaba. Púrpuras pálidos goteando sobre un lago morado en calma en el que nuestros labios se encontraron. Púrpuras pálidos que formaron ondulaciones rosadas que se expandían circularmente y entre las cuales nos besamos apasionadamente. Púrpuras pálidos arremolinándose caprichosamente mientras seguíamos besándonos, sin importarnos lo que pudiera existir más allá de aquel momento y lugar. Púrpuras pálidos que se apoderaron de mi particular universo acuoso.
   El púrpura se desvaneció y mis pupilas enfocaron unos ojos grises y dichosos. Lo nuestro fue algo casual y espontáneo. La tentación ni siquiera existió, caímos el uno en brazos del otro como si de pronto hubiéramos perdido el equilibrio. Acarició mi mejilla y yo le besé. En algún momento, miró el reloj.
   –Va a ser la hora de la Performance. ¿Tienes prisa? –por primera vez, me tuteaba.
   –Ninguna.
   Las prisas se habían evaporado. Tiré de su mano y le conduje hacia el salón, donde nos sentamos muy juntos frente a la pantalla del televisor, con mi mano izquierda y su derecha enlazadas, esperando el comienzo del último capítulo de mi Performance.
   Envuelta en brumas violetas, volví a recordar las imágenes que en algún momento del día fueron reales. Carlos y yo subíamos la calle Atocha cogidos de la mano y algunas personas se nos quedaban mirando, bien porque nos reconocieran, bien por ser perseguidos por el cámara. En algún momento, esa escena se convirtió en parte de una historia y dejamos de ser Carlos y Violeta; fuimos un par de actores metidos en su papel. Ya ni siquiera era la actriz, aquella Violeta cogida de otra mano quedaba lejos, era un vago recuerdo que se iba diluyendo al contacto de otra mano suave y cálida, la de Interlocutor.
   –Se os ve muy naturales –entre las brumas, llegó la voz de Interlocutor–, estáis metidos en vuestro papel.
   –Son buenos actores, aunque él sea tímido ante las cámaras –debí responder.
   –Ella no está enamorada de Carlos, aunque lo finja –creí oír.
   Y entre las brumas violetas, recordé un sueño anterior, en el cual besaba a Pelos, le besaba sin deseo, le besaba para consolarle, pero ese no era mi sueño, era sólo un sueño. La realidad purpúrea y soñada era ésta. Creía que entre nosotros ya había pasado todo lo que tenía que pasar y no habría nada más; pero era una visión, y una visión no se podía apartar sin más. Era algo que tenía que suceder, que estaba sucediendo…
   –Nunca imaginé lo nuestro –esparcí entre las brumas rosadas.
   –Yo tampoco, aunque me atraías –me devolvió un eco agradable.
   –¿Desde cuándo? –destiladas letra a letra cual burbujas, mis palabras atravesaban el denso espacio.
   –Al principio sentí curiosidad por una jovencita que era capaz de lanzarse a hacer algo grandioso y decidí ayudarla. Más tarde, me di cuenta de que me gustaba –me gustaba, me gustaba, las burbujas se arremolinaban a mi alrededor–, pero no pensé… –sus palabras se perdieron entre la niebla.
   –¿Qué? –la pregunta rebotó entre las burbujas antes de desaparecer entre los vapores violáceos.
   –Que me enamoraría –me devolvieron las brumas–. Hacía mucho…
   Sus palabras se disolvieron al contacto con las imágenes de sueños del pasado viajando hacia el presente. En ellas, el actor Carlos se volvía hacia la actriz Violeta y la besaba en la secuencia más romántica de toda la película. Entre ondulaciones violetas y palpitaciones púrpuras, se volvió hacia mí. Aquellos ojos sentían celos y yo me preguntaba por qué. Me buscaban, me necesitaban y volví a sumergirme en ellos; y entre ondulaciones violetas, entre el pasado y el presente, entre la realidad y el sueño, volvimos a besarnos.
   Hacía mucho, me devolvió el eco desde las profundidades brumosas de mi universo violeta. ¿Hacía mucho de qué?, fue él quien lo había dicho y quise saber.
   –¿Hacía mucho? –pregunté.
   –Hacía tanto tiempo –sus ojos escaparon de los míos–, que había olvidado lo que se sentía.
   –Cuéntame.
   Inspiró. Echó la cabeza hacia atrás y expulsó su aliento hacia los abismos purpúreos.
   –Fue en el instituto –habló sin mirarme, como si lo hiciera con alguien llegado de más allá de las ondulaciones, quizás con aquella Violeta del pasado convertida en actriz–. Allí me enamoré perdidamente de la criatura más bella que existiera –cerró los ojos, alejándose de mí, acercándose a sus recuerdos–, una joven que de haber vivido en el Renacimiento, se habría convertido en la musa de Botticelli.
   Abrió los ojos, me dedicó una cálida mirada y continuó acercando sus recuerdos a través de la bruma.
   –Aquella joven… yo era invisible para ella. Todo el mundo sabía que estaba perdidamente enamorado, todos menos ella, o eso pensaba yo. Hasta que un día, alguien que consideraba un amigo, me consiguió una cita con la diosa de mis sueños –cerró los ojos–. Cuando estuve con ella… fue el momento más delicioso de mi existencia… hasta que cayó el telón y se destapó la burla. Aquello había sido puro teatro –su rostro sufría–, dirigido por los que consideraba mis amigos y la joven que creí un ángel…, ella fue la peor.
   Sus párpados se entreabrieron y unos ojos tristes asomaron. Besé sus ojos, acaricié sus sienes y su dolor retrocedió a través de la bruma, hacia un remoto pasado del que no debería regresar.
   –Fue un brusco despertar –continuó–, que cortó mi adolescencia y me hizo madurar antes de tiempo. Comprendí que las amistades verdaderas no existían y empecé a vagar en soledad, relacionándome sólo por conveniencia. 
   –Has sufrido mucho –me eché sobre él.
   –No, esa fue la primera y última vez.
   –Y, desde entonces, ¿no has vuelto a enamorarte?
   –Nunca. Me volqué en los estudios y en el trabajo. Acudí a clases de dibujo y pintura, estudié Historia del Arte y antes de acabar la facultad, me había convertido en lo que soy: un Interlocutor de Arte. Nunca más volví a sentir la necesidad de amar… hasta que te conocí.
   Nos abrazamos y mi particular universo violeta se cerró sobre nosotros. En él, fui la musa de sus sueños, él fue el pintor y yo su modelo. Acabó su sesión de trabajo y ocurrió lo que tantas veces sucediera entre el pintor y su modelo, que la intimidad creaba lazos de afecto. Sentí curiosidad y quise saber…
   –Y yo, ¿tengo estilo Botticelli?
   –Ni lo tienes, ni lo busco. Lástima que nos hayamos conocido cuando tu destino está sellado.
   A través de la bruma llegó un sonido lejano e insistente, un sonido que quería llevarme a aquella otra dimensión de la que no quería saber, y que me atraía hacia el interior de mi bolso. Aparté los ojos y dejé que el sonido se extinguiera.


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