jueves, 15 de noviembre de 2018

Educando al electorado.


EDUCANDO AL ELECTORADO

     El recuento aún no había acabado, pero el Partido Azul disfrutaba de una abultada ventaja; aún así, nuestro candidato estaba preocupado. Aparecieron nuevos datos en la pantalla.
     —¡Hemos ganado! —dijo el analista consultando su unidad computerizada virtual—. Aún falta por escrutar el veintiséis con diecisiete por ciento, pero ya hemos ganado.
     —Enhorabuena, Tejedor —felicité al nuevo presidente de la nación, mi jefe.
     Una medio sonrisa. ¿Eso era todo?
     —Alégrese, presidente Tejedor. Es lo que quería, ¿no?
     —Me duele que tenga que morir tanta gente por el camino —se alejó hasta el sillón situado junto a la ventana.
     Íntegro, y demasiado ingenuo. Acudí a su lado y ocupé el sillón contiguo.
     —Llosúa, Télenfri, Donian, Pedri —recordaba los nombres—. ¿Por qué tiene que morir alguien por sus ideas? —había cerrado los ojos, como si con ello fuera a revivirlos.
     —No es algo que hayamos buscado. Una vez comenzó, nadie lo ha podido detener. Hubo un 11-S. Había demasiados indicios para no saber lo que iba a ocurrir y nadie hizo nada por evitarlo; y alguien que iba a perder unas elecciones, las ganó. Después hubo un 11-M, un partido que no tenía nada que hacer, se encontró con la victoria. (¿La primera vez se buscaba el resultado a través del atentado? No lo sé, en la segunda parece más claro, hicieron desaparecer las pruebas y cerraron el caso. Es triste decirlo, pero desde entonces ha sido así). Después de eso, la fecha no ha tenido relevancia y tampoco ha habido que buscar culpables entre los extremistas, pero —¿cómo podía decírselo de forma suave?—…si queremos trabajar por el bien de la nación, tiene que haber algunos afectados. De otro modo, ganaría la oposición y creemos que las cosas no funcionarían tan bien si las hacen ellos…
     —Tiene que haber otro modo —el presidente se llevó la mano a la frente—. ¿De cuántas muertes somos responsables? Y no me digas que de ninguna.
     Era ingenuo, pero tenía que espabilar si iba a dirigir la nación. Además, lo había pedido él mismo.
     —Será mejor que conozca a alguien que trabaja para nosotros. Voy a llamarle —saqué el i-phonio y pulsé su nombre—. Dez, acércate al despacho. Tejedor necesita saber.

     Dez abrió la puerta y acudí a su encuentro. Apenas habían pasado veinte minutos, en los que el presidente no se había movido del sillón, mirando los pájaros que volaban al otro lado del cristal. Tenía que reaccionar.
     —Gracias Dez —estreché su mano—. Suerte de esa última intervención, sin ella no lo hubiéramos conseguido.
     —Nada de suerte. Estaba todo previsto —se dirigió hacia donde estaba sentado Tejedor.
     —Enhorabuena, señor presidente —Tejedor tardó unos segundos en olvidar los pájaros y volver a la realidad.
     —Dez —tendió la mano y Tejedor la estrechó—, su Asesor de Impacto.
     —¿Asesor de Impacto, así lo llaman? Siéntese. Quiero saber cómo funciona el siniestro entramado que encumbra a unos y hunde a otros.
     Dez me dirigió una mirada interrogante. Cuando se presentó hacía casi un año para ofrecerme sus servicios, ya le advertí que mi jefe era un candidato íntegro e ingenuo. Aún así insistió en que le aceptara, que haría su trabajo de forma discreta. Ahora Tejedor quería saber y ni yo mismo sabría qué decirle, hasta que punto ahondar sin que se nos viniera abajo o incluso dimitiera. Podía imaginarle dirigiéndose a la nación, diciendo que no podía presidirla cargando con una serie de muertes en su conciencia.
     —A grandes rasgos, Dez —aventuré. Éste sacó de su cartera un rectángulo morado mucho más pequeño que una tarjeta.
     —Está bien —se sentó con el rectángulo en la mano—. Esta conversación no ha existido y me aseguro de ello —movió el rectángulo. Era algún tipo de inhibidor desconocido para mí—. Esta campaña comenzó hace una semana, con la muerte de un ideólogo del Partido Naranja. No estaba en el grupo que se presentaba, pero bastó saber que los indicios apuntaban a un grupo radical afín al partido Azul para que los votantes sintieran una cierta debilidad por el PN…
     —Pero ese grupo radical, estaría actuando contra sus propios intereses dando ventaja a los afectados —interrumpió Tejedor.
     —En realidad fueron ellos quienes lo eliminaron para inclinar la balanza del electorado hacia su lado.
     —Algo que en aquellos momentos no necesitaban, los novatos éramos nosotros —una mueca de dolor cruzó el rostro de Tejedor.
     —Entonces murió un intelectual afín a nuestras ideas. No era importante, pero el electorado lo consideró un ataque contra el PA y la balanza se equilibró por primera vez a nuestro favor.
     —Y fuimos nosotros… fue usted.
     —Sólo soy el asesor. Él fue el elegido para servir a la causa.
     —Todo permaneció a nuestro favor hasta el día anterior a las elecciones. Entonces el PN perdió a un antiguo y apreciado ministro que militaba entre sus filas. Hubo protestas y manifestaciones, y el pueblo se volcó definitivamente con ellos.
     —Iban a ganar, pero tuvimos un golpe de suerte —me sorprendió que fuera Tejedor quien lo dijera—. Algún descerebrado afín al PN se cargó a uno de los nuestros… Estaba en su casa, con  su familia y algunos amigos, siguiendo en directo el audiovídeo de las elecciones. Todos afines al PA. Los masacraron.
     —Hay cosas que no se pueden entender —dije con sorna.
     —¿Fuimos nosotros?
     Dez dejó el rectángulo sobre el brazo del sillón.
     —Mi trabajo acaba cuando se abre el periodo electoral, pero tenga en cuenta que sin ese golpe de suerte, usted estaría en la oposición y gobernarían los que no deberían hacerlo. ¿Está usted seguro de que hubiera preferido evitar ese daño colateral? —entonces se guardó el inhibidor y se levantó, tendiendo la mano hacia el presidente —ha sido un placer hablar con usted. Si me lo permite, creo que he hecho un buen trabajo para que usted pueda dirigir esta nación como es debido.
    —Adiós —tartamudeó un apesadumbrado Tejedor que ni siquiera se enteró de que le había tendido la mano.
     Acompañé a Dez hacia la puerta.
     —Fue un buen golpe de suerte el que orquestaste. Un poco al límite, ¿no?
     —Te dije que conseguiría que ganarais.
     —Ya. ¿Y si a ellos se les hubiera ocurrido una idea parecida, ¿habrían tenido tiempo?
     —Tal vez, pero yo aún tenía otro candidato para servir a la causa. Adiós.
     Otro candidato… tan al límite… tenía que ser alguien importante. Sentí un escalofrío.

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