LAS TRILLIZAS
Los trescientos setenta y cuatro eurodólares
con cuarenta y dos no aparecían por ningún sitio. Llevaba media mañana
intentando cerrar las cuentas de la semana, pero éstas no cuadraban desde que
se jubilaron mis padres y entraron en el negocio los inútiles de mis hermanos.
―Don Jaim-he ―una de las dependientas entró
en el despacho―, me han pedido un juego de brocas titanovinílicas, y no las
encuentro.
―Díselo a uno de mis hermanos.
―Es que Jess-hús ha salido, y Joss-hé no ha
venido aún.
Como si no tuviera bastante con el
papeleo, también tenía que hacer el trabajo de mis hermanos, que se suponía que
eran dependientes en la ferreshop. Mis padres no estuvieron muy finos cuando
decidieron introducirles en el negocio familiar. Dejé las cuentas y entré en el
programa de existencias, éste avisaba cuando quedaban menos de tres unidades de
cualquier artículo para que hiciéramos el pedido.
―Quedan tres juegos de brocas, vamos a ver
dónde están… Shei-laa ―resultaba imposible no ver su nombre, tatuado en los prominentes
pechos.
Salió del despacho haciendo oscilar su
trasero casi al descubierto. El uniforme que se habían inventado mis hermanos
era demasiado provocativo. Ellos fueron quienes las contrataron para no tener
que trabajar; no las necesitábamos, e iban a ser un lastre para la ferreshop. La
seguí hacia la shop, afectado por una incipiente turgencia.
Revolví
los tres cajones de brocas sin encontrarlas, al igual que las escuadras descentradas
y los autoclavos para techo habían desaparecido; comenzaba a sospechar que si
sumaba lo que costaban, coincidiría con lo que faltaba para que cuadraran las
cuentas. Había intentado evitarlo, pero iba a tener que emplear el mismo método
que se le ocurrió a mi madre aquella vez que se extraviaron unos tornillos
autorroscantes.
―¿Sabes a dónde ha ido Jess-hús? ―pregunté
a Shei-laa.
―No lo sé. ¿Tú sabes algo, Sha-lina?
La tal Sha-lina se excusó con un cliente,
pidió a la tercera dependienta que le atendiera y vino hacia mí. Era guapa, de
melena increíblemente larga y cuerpo exuberante, igual que las otras dos
dependientas; aseguraría que eran trillizas.
―Salió hace media hora ―se agachó para
rascarse la rodilla―, dijo que iba un momento al refreshbar. ¿Puedo hacer algo
por usted?
―Acompáñame al despacho ―di media vuelta,
otra vez turgente. Había que solucionar tantas cosas, las ausencias de mis hermanos,
la falta de material, las cuentas… y los uniformes.
Tomé asiento ante la unidad computerizada.
La dependienta mostraba una sonrisa radiante. Apunté la totalidad de los
productos desaparecidos, calculé el precio y busqué la dirección de la ferreshop
Milindres; mamá había acordado con ellos que nos venderíamos material cuando no
cuadraran las cuentas. Transferí los datos a la minitableta y se la entregué.
―Toma… Sha-lina ―hasta el nombre era
parecido al de la otra, lo llevaba rotulado en la escueta tela que cubría parte
del pecho―. Ve a comprar estos productos a esa dirección. Di que vas de parte de
Jaim-he, de Luna Ferreshop.
―Muy bien, don Jaim-he ―se inclinó sobre
la mesa para coger la minitableta. Había que solucionar lo de los uniformes, si
quedaba algo de dinero cuando les pagáramos los primeros jornales.
De entre tanto prelaborador como había,
tuvieron que elegir a las trillizas.
Laborar y laborar, estaba condenado a no hacer otra cosa desde que mis
padres decidieron jubilarse, por llamarlo de alguna manera, porque el
Ministerio de Jubilación y Turismo había quebrado años atrás, y alguien tenía
que encargarse de que los cinco continuáramos percibiendo un salario, ocho
contando a las trillizas. Sospechaba que mis hermanos tenían algún lío con ellas
y si pensaban que yo también iba a ceder a sus encantos, estaban equivocados; no
estaba dispuesto a tontear con ninguna empleada teniendo a Marta-ah, mi pareja sentimental.
Necesitaba unas vacaciones, pero si dejaba
Luna Ferreshop en manos de mis hermanos, quebraría antes de que hubiera vuelto.
Marta-ah no quería entenderlo y me dijo que en enero nos íbamos al Monte Saint
Michel, me gustaría poder acompañarla, pero mis padres no atendían a razones, a
su edad se habían vuelto unos inconscientes y sólo querían viajar. La última
vez que papá vino por aquí fue para colgar en el despacho la imagen del safari
holofotográfico de Kenia; no debieron dejar la ferreshop, aún no habían
cumplido los setenta. ¿Qué podía hacer? Entre todos me habían llevado a un
callejón sin salida.
Al terminar la jornada laboral fui a ver a
mis padres para contarles la situación, pero estaban preparando un viaje a
India y apenas me prestaron atención. Tú eres el más listo de los tres y sabrás
arreglarlo, dijo papá, y el más trabajador, dijo mamá; y siguieron preparando el
equipaje. De allí fui a casa y le expuse a Marta-ah la situación, pidiéndole
que aplazáramos un poco más las vacaciones, pero dijo que ella se iba en enero,
la acompañara o no. Yo lo había intentado.
…
Mis padres continuaban en India cuando Marta-ah
se fue de vacaciones al Monte Saint Michel. Mis hermanos preferían venir a la
ferreshop en torno a las once y tontear con las trillizas mientras ellas
atendían a los clientes. A veces uno de ellos bajaba al almacén, acompañado, y
tardaba un buen rato en subir. Para rematar la mañana se ausentaban antes de
las doce y volvían a la hora de cerrar, bastante perjudicados. Las tardes las
tenían libres, se les olvidaba que abríamos.
El descuadre de las cuentas fue en aumento,
y las visitas a Milindres Ferreshop se convirtieron en algo habitual, hasta el
punto de que Ferdinand, dueño y amigo de mis padres, me preguntó si todo iba
bien. Tuve que decirle que creía que alguna dependienta nos robaba y que aún no
había logrado averiguar quién era.
Tenía que salvar el negocio como fuera, no
podía seguir aplazándolo. La decisión estaba tomada. Salí del despacho. Una de
las dependientas estaba libre y se cepillaba la impresionante cabellera
pelirroja. Su nombre estaba rotulado en el uniforme, sobre el busto.
―Schi-schi, voy a salir. ¿Podrías avisar a Jess-hús
y a Joss-hé para que me sustituyan? ―por no decir para que laboraran un poco.
Dejó el cepillo sobre el mostrador y pulsó
su relophon-i.
―Joss-he…
No quise esperar a la respuesta y abandoné
la ferreshop. A mi regreso seguían sin aparecer, así que fui al despacho y abrí
el paquete que acababa de comprar. Extraje de la caja el cilindro azul mate, tenía
el largo de una mano y el ancho de un dedo gordo, liso en su parte delantera y estriado
en trasera, con un pulsador apenas visible. Me aseguró que venía cargado, así
que lo guardé en el cajón superior y encendí la unidad computerizada mientras
aguardaba su regreso.
Abrí el primer mensaje. Era de Takachumi,
uno de nuestros principales proveedores, pues tenía unos productos de gran
calidad. Presentaban un nuevo desatascador de tuberías, el nanopipe, un
cilindro diminuto cargado de nanorobots desatascadores, casi era del mismo color
que mi cilindro, aunque cumpliera distinta función. Había leído una reseña sobre
el desatascador hacía dos años, cuando aún era un prototipo. ¿Dónde se habían
metido mis hermanos?
Incapaz de concentrarme, apagué la
pantalla y contemplé cómo el plastividrio se mimetizaba con la pared del fondo.
Tenían que volver. Me levanté y paseé por la oficina como un felino enjaulado.
Era una tontería, pero salí a la shop. Naturalmente, no habían regresado, sólo
estaban las dependientas y un montón de clientes, casi todos ellos del género
masculino; me parecía que había incrementado su número en las últimas dos
semanas. Una de las trillizas quedó libre.
―Sha-lina ―la reconocí sin necesidad de
leer su nombre―, diles que vengan a mi despacho en cuanto lleguen.
―No
se preocupe, don Jaim-he.
Nunca pensé que el tiempo pudiera
prolongarse de ese modo. Practiqué con el cilindro, perdí una partida de
ajedrez cúbico en cinco jugadas, saqué el cilindro y volví a guardarlo, duré
siete jugadas en la segunda partida, practiqué un poco más con el cilindro, oí
voces; me asusté y devolví el cilindro al cajón. ¿Por qué tenía miedo? Agarré
el tirador del cajón. Los minutos pasaban sin que nadie abriera la puerta. Tal
vez no fueron ellos, incluso existía la remota posibilidad de que no se
presentaran; o no tan remota, no sería la primera vez.
Llegó la hora de cerrar. Aguardé cinco
minutos más antes de asomarme a la shop. Aún estaban las trillizas, charlando
animadamente, como aquellas Tres Gracias del grafiti que exhibían en el Espacio
de Arte Retrógrado del Paseo del Prado; escote generoso para los clientes y deliciosos
traseros para mis depravados hermanos. Empecé a sufrir una turgencia y tuve que
volver al despacho, justo cuando escuché la voz de Jess-hús, bastante trabada; esta
vez no había duda. Dejé la puerta abierta.
Las voces afectadas de mis hermanos se
mezclaron con las risas de las trillizas. Impaciente como estaba, no pude
evitar asomarme. Se habían colocado entre las trillizas y se entretenían con
sus traseros. Sha-lina le dio un cachete a Joss-hé y me señaló. Volví al
asiento. El momento había llegado.
―Aquí están ―dijo Sha-lina.
Mis hermanos entraron agarrados a las
otras dos trillizas. Su estado era tan penoso que no imaginaba cómo habían
logrado llegar a la ferreshop.
―Gracias. Podéis retiraros ―Jess-hús hizo
ademán de marcharse con la trilliza a la que se aferraba―. Tú no, Jesshús.
Ella logró desasirse, y él estuvo a punto
de caer. Joss-hé le dio un beso a la suya y un cachete en el culo.
―¿Traigo un par de asientos? ―preguntó Sha-lina.
No se tenían en pie, pero no iba a
ponérselo fácil después de lo mal que me lo estaban haciendo pasar.
―No quiero que se me duerman. Puedes irte.
Sha-lina cerró la puerta.
―Puesss… yooo me-me ssieento aquí ―Jesshús
señaló al suelo y se pegó una culada―. ¡Uuuaaahh! ―sonó como si se hubiera roto
algo y Joss-hé empezó a reírse―. Siénnnntate coooonmigo.
Le agarró de la pierna, haciéndole perder
el precario equilibrio y Joss-hé le cayó encima. Resultaban patéticos intentando
desenredarse, hasta que tras varios intentos lograron quedar sentados uno junto
a otro. Tenían los ojos rojos y una expresión bovina que no invitaba a dialogar
con ellos, pero quería que supieran por qué iba a hacerlo.
―La ferreshop es un negocio familiar, y yo
ni puedo ni quiero hacer la laboración de los tres.
―Para essso contratamos a laasss nenasss
―farfulló Joss-hé.
―Salí a tomar un refresh, nada máass
―Jees-hús levantó la mano y volcó sobre el costado―. Díssselo, Jossss-hé.
―Ciiierto. Estaba bueno el Green ―le dio
unas palmadas en el codo―, sssobree todo cuaaando le añadimos el Whiskín ―le
entró la risa.
―Daaame otra passstilla de las roojaaas
―Jeeshús intentó incorporarse sin conseguirlo―, voy a mear.
―Debbimos echarle lasss azuuules al
Gyncohol ―se echó una mano al bolsillo de la camisa, sacó una plastibolsa e
intentó coger una de aquellas píldoras, que se desparramaron por encima de él y
acabaron en el suelo. Tiró la bolsa―. Coooge la que quieras.
Había que resolver el tema de una vez por
todas, sin esperar que entendieran algo en su lamentable estado pastillhólico.
―Sheeei-laaa ―Jess-hús se retorció hacia
la puerta y cayó―, ven.
―Schi-schiii… ―susurró Joss-hé, riéndose.
A saber la cantidad de guarrerías que se
habrían metido. Antes, Joss-hé tomaba algunos alucinógenos y Jess-hús cogía un
alegrón de vez en cuando; al parecer ahora se juntaban y lo mezclaban todo en
grandes dosis.
―Un eufforizzzzzaante ―Joss-hé rebuscó
entre las pastillas de colores desperdigadas por el suelo ―la cabeza se le fue y
acabó sobre Jess-hús. Comenzaron a reírse.
―Jess-hús, Joos-hé. Basta ya, levantaos
―quería que fueran levemente conscientes, pero no paraban de reír, eran unos
impresentables.
Mis
hermanos, Marta-ah, mis padres… no podía dejarme arrastrar por ellos, tenía que
salir de la espiral de destrucción. Agarré el tirador del cajón con mano temblorosa,
abrí despacio y contemplé el cilindro. Éste se desdibujó y entonces vi a
Marta-ah, disfrutando en el Monte Saint Michel con alguien que no era yo, a mis
padres en India gastando los pocos eurodólares que quedaban en la cuenta de la
ferreshop, a mis hermanos agarrados a los glúteos de las trillizas camino del
alcoholshop consumiendo alucinógenos; y a mí, durmiendo a la puerta de la
ferreshop, tenía hambre, intentaba robar una manzana en la foodshop y un S.L.O.
me detenía.
No necesité más. Agarré el cilindro con
firmeza y me puse en pie. Rodeé la mesa. Joss-hé y Jess-hús, agarrados el uno
al otro, miraban hacia algún lugar más allá del techo. Le di un puntapié a
Jesshús.
―Aaaay. Scheeei-laaa, preciosa, vamos al
sótano.
―Schiii-schiii.
No quería saber de dónde sacaron a las
trillizas, puede que fueran chicas de vida disipada. Jess-hús intentó
levantarse. Acerqué el cilindro a su hombro y presioné el botón. Sufrió una
sacudida y se derrumbó sobre Joss-hé. Éste intentó apartarlo, sin ser
consciente de lo que ocurría. Acerqué el cilindro al cuello de Joss-hé y presioné
de nuevo el botón. Sufrió un espasmo y cerró los ojos. El problema estaba
resuelto.
Volví al escritorio, me senté y dejé el
cilindro electrosónico sobre la mesa; rodó ligeramente a un lado y a otro antes
de detenerse. La luz estaba roja, se había descargado. Tenía que deshacerme de
él, podía echarlo en el contenedor de reciclado de metales, o tirarlo al río;
alguien podía verme. De momento lo guardaría en el compartimento secreto del
cajón.
Tenía una buena coartada, estaban tan
perjudicados que les había dejado durmiendo en el despacho; si habían muerto por
mezclar alcohol y alucinógenos no era problema mío. Abrí la puerta, fui a la
shop y me encontré a las trillizas, sentadas sobre el mostrador.
―¿Qué hacéis aquí?
―Esperar ―dijo Schi-schi.
―Dijeron que nos invitaban a comer al MacFish
―continuó Shei-laa.
―Aunque no sé si estarán en condiciones ―puntualizó
Sha-lina.
―No lo están. Les he dicho que se queden
ahí hasta que se les pase la tontería ―respondí con el aplomo de un auténtico ilegal.
―Pues
vamos a decirles que nos vamos ―sus trillizas bajaron del mostrador. No intenté
detenerlas. Parecían perjudicados durmientes.
―¡Aaaah! ―gritaron a duo.
Sha-lina bajó del mostrador y corrió hacia
el despacho, desvié la mirada de sus glúteos.
―Jaim-he, ven.
Nada más entrar, Shalina se cogió de mi
brazo, las otras dos trillizas estaban arrodilladas junto a mis hermanos y una
de ellas lloraba.
―Están muy mal. Deberíamos llamar a un
pharmamédico ―me agarró con fuerza.
―Cuando salí aún estaban en pie ―mentí sin
inmutarme.
―Le dije que no debería tomar esas
porquerías ―lloriqueó Schi-schi junto a Joss-hé. Aparté la mirada de sus pezones.
―Jess-hús no debió dejarse arrastrar por
su hermano ―Shei-laa arrancó a llorar. Iba a resultar que tenían sentimientos
hacia ese par de inútiles.
―Voy
a llamar ―Sha-lina soltó mi brazo y cogió el i-phonio.
Ella estaba preocupada y yo muy tranquilo,
había salvado la ferreshop. A duras penas logré contener una carcajada, así que
me senté y oculté la cabeza bajo los brazos. De inmediato, una mano se posó en
mi cabeza y un cuerpo cálido se arrimó contra mi costado.
Llegó la pharmamédico acompañada de un
pharmaenfermero. Éste pasó la pharmatableta sobre la cabeza y el pecho de
ambos, tras lo cual ambos consultaron la pantalla. Continuaba sentado, con la
mano de Shalina sobre mi hombro.
―Aún están vivos ―un escalofrío me
recorrió todo el cuerpo y Sha-lina me abrazó con fuerza― ¿Saben qué han
ingerido?
―Alucinógenos ―dijo Schi-schi.
―Alcohol ―continuo Shei-laa.
―Llegaron fatal ―puntualizó Sha-lina,
acariciando mi cabeza.
No era posible, había usado el cilindro a
la máxima intensidad y el vendedor me previno contra ello; podría matar a un
elefante. Tenía que leer las instrucciones y averiguar qué había fallado.
A partir de ese momento, todo se
desarrolló muy rápido. Los camilleros se llevaron a mis hermanos y los S.L.O. nos
detuvieron al resto para interrogarnos sobre lo sucedido. Ellas no dijeron nada
que no hubieran dicho antes, pero el que estaba al mando intentó que confesara
que habíamos montado una fiesta en la que ingerimos cantidades desmesuradas de
alcohol y sustancias ilegales, además de invitar a unas chicas de dudosa
moralidad. Estaba tan sorprendido que no acerté a responder, por lo que dio por
sentada su hipótesis y fui detenido; pese a que las pruebas que nos hicieron a
las trillizas y a mí dieran negativo.
Mis hermanos iban a seguir haciéndome la
vida imposible mientras continuara vivos, hubiera sido más fácil quitarme de en
medio.
El juicio se celebró una semana más tarde.
Expusieron los hechos: la llamada, la llegada de los sanitarios y cómo
encontraron a mis hermanos. Después llamaron a declarar al S.L.O. que la había
tomado conmigo.
―Los indicios apuntan a que los hermanos montaron
una fiesta en la oficina, el suelo estaba lleno de pastillas y dos de ellos
estaban como muertos y apestaban a alcohol y a meados; además había tres chicas
casi desnudas muy alteradas. La orgía se les fue de las manos.
A continuación intervino el abogado que me
habían asignado, a sus treinta y cinco años era su primer caso, así que imaginé
mi futuro en un centro de Reinserción.
―Extraña fiesta en la que dos de los
presentes casi mueren por ingestión de alcohol y alucinógenos, cuando en el
lugar no había alcohol y las pastillas esparcidas por el suelo también
aparecieron en los bolsillos del pantalón y la chaquete de uno de los afectados.
Por otro lado, los otros cuatro integrantes de la fiesta no habían ingerido ni
una cosa ni otra, de lo que deduzco que los afectados llegaron en ese estado a
la ferreshop.
El acusador, que no quería dar su brazo a
torcer llamó entonces a las trillizas, que se habían vestido un poco más discretas
para la ocasión.
―¿Los hermanos os invitaron a la fiesta o
contrataron vuestros servicios? ―las trillizas no se dieron por ofendidas por
la insinuación.
―Trabajamos allí ―dijo Schi-schi.
―En Luna Ferreshop ―continuó Shei-laa.
―Somos las dependientas ―puntualizó
Sha-lina.
―Una de vosotras llamó a emergencias a las
13:46. Se supone que la shop había cerrado a las 13:30. ¿Qué hacíais allí?
―Jess-hús y Joss-hé nos habían invitado a
comer, pero antes tenían que hablar con su hermano Jaim-he ―dijo Schi-schi―. Y
no había ninguna fiesta.
―Esperamos a que acabara la reunión
―continuó Shei-laa―. Y sabíamos que bebían algo y tomaban alguna que otra
pastilla, pero creíamos que era por dolor o enfermedad.
―No creo que hubieran podido comer en su
estado ―puntualizó Sha-lina―. Y Jaim-he no es como sus hermanos.
El acusador despidió a las trillizas y me
llamó a declarar.
―¿Conoce a las señoritas?
―Trabajan para Luna Ferreshop. Las
contrataron mis hermanos.
―Ellas dicen que sus hermanos bebían y
tomaban pastillas. ¿Qué sabe usted de eso?
―No era la primera vez que se presentaban
perjudicados, uno de ellos abusaba del alcohol y el otro de los alucinógenos,
últimamente parece que se juntaban y lo mezclaban todo. Esa jornada llegaron
poco después de la hora del cierre en un estado lamentable y yo requerí su
presencia en el despacho. Las dependientas les ayudaron a llegar y al verles en
ese estado les dije que se quedaran en el despacho hasta que se les pasara.
―Las chicas han dicho que quería usted hablar
con ellos. ¿Hubo violencia?
―Estaba harto de que no laboraran
―respondí enfurecido―, de tener que hacer su labor, de que se marcharan a media
mañana y volvieran a la hora de cerrar en un estado lamentable ―iba a decir
también que estaba harto de que hubieran contratado a aquellas trillizas que
andaban medio desnudas por la shop, pero al ver a Sha-lina me contuve―. Estaba
muy enfadado, y ellos se reían, así que les pedí que se quedaran allí hasta que
se les pasara.
―Le he preguntado si hubo violencia.
―No hubo ningún tipo de violencia.
Llamó entonces a declarar al pharmamédico
que atendía a mis hermanos en la Unidad de Cuidados Intensivos del Espacio de
Salud.
―¿Podría darnos el parte pharmamédico de
los hermanos Jess-hús y Joss-hé?
―Los hermanos Jess-hús y Joss-hé se
encuentran en estado muy grave debido al consumo de altas dosis de alcohol y
drogas durante años, lo cual nos hace pensar que si se recuperan quedarán con secuelas
cerebrales. Por otro lado, creemos que el shock final vino determinado por una
descarga eléctrica.
¡La publicidad decía que el cilindro no
dejaba huella!
―¿Cómo pudieron recibir una descarga
eléctrica?
No sabía si la pregunta iba dirigida al
pharmamédico o a mí, pero acabarían descubriéndolo; era mejor confesar.
―Yo…
―Perdone ―interrumpió Sha-lina―. Yo sé lo
que pasó.
¿Cómo lo había descubierto?
―Don Jaim-he salió del despacho muy
enfadado por la actitud negligente de sus hermanos hacia el negocio familiar y
fue a la shop a decirnos que sus hermanos no estaban en condiciones de salir a
comer. Entonces Shei-laa se dirigió al despacho para decirles que nosotras nos
íbamos. Al entrar se encontró a los hermanos intentando levantarse, uno de
ellos perdió el equilibrio y apoyó las manos en la pared, con tan mala suerte
que sus dedos entraron en el enchufe; sufrieron un espasmo y se desmayaron.
―¿Es eso cierto, señorita Shei-laa?
Shei-laa avanzó despacio hacia el estrado,
con ese caminar tan sensual que las tres compartían.
―Es cierto. Metió sin querer los dedos en
el enchufe y sufrieron convulsiones. Me asusté mucho y les llamé, no sabía qué
hacer.
¿Los dedos en el enchufe? Un cilindro que
debería haberles matado.
…
La alegría de verme libre se vio empañada por
la ausencia de Marta-ah, no había sabido nada de ella desde que se fue de
vacaciones; pero allí estaba Sha-lina, que me abrazó y dio un par de besos.
Ella había demostrado ser mucho más que la chica despampanante que habían
contratado mis hermanos, se ocupó de la ferreshop cada jornada y después de
cerrar por la tarde venía al centro de detención a visitarme, se interesaba por
mi estado y luego me consultaba las dudas referentes al papeleo. Después de todo,
no pude por menos que invitarla a un refresh, donde nos tomamos unos narancocos
y olvidé a Marta-ah por completo.
Había echado de menos la ferreshop, pues
era lo único que me quedaba. Quise llegar antes de que empezaran a llegar los clientes.
Di una vuelta por los pasillos, comprobando que en las estanterías no faltaba
ningún producto y después pasé tras el mostrador y comprobé las unidades
registradoras; estaba todo bien. Me dirigí al despacho y encendí la unidad
computerizada para poner las cuentas al día, porque aunque Sha-lina me hubiera
preguntado cómo funcionaba el programa y me asegurara cada día que todo estaba
en orden, no creía que hubiera podido resolverlo; le faltaba experiencia, sólo
quería darme ánimos.
Accedí al programa de productos. Las
alertas de existencias estaban al día y se habían hecho los pedidos
pertinentes. Me sorprendió que hubiera sabido hacerlo. Quedaba lo más
complicado, cuadrar las cuentas, eso era otra cosa. Abrí el programa y en
efecto, la semana de mi ausencia no estaba hecha… porque faltaba un dato, lo
había resaltado en rojo. ¡Un solo dato! Aún faltaban diez minutos y escuché las
voces alegres y desenfadadas de las trillizas.
―¡Está aquí! ―dijo una de ellas, y vinieron
corriendo al despacho.
Se situaron ante la mesa, y se inclinaron.
―Bienvenido a la Luna ―dijeron al unísono.
Parecía que hubiera pasado una eternidad
desde la última vez que contemplara a las encantadoras trillizas.
―Muchas gracias. Estoy orgulloso de
vosotras, habéis llevado muy bien el negocio durante mi ausencia.
―Era lo menos que podíamos hacer ―dijo
Schi-schi.
―Es la hora de abrir ―continuó Shei-laa.
―Si nos disculpas… ―puntualizó Sha-lina.
Empezaron a salir del despacho.
―Sha-lina, quédate, me tienes que explicar
esto ―señalé la unidad computerizada.
―Oh, claro ―nunca la había visto sonrojarse.
Dio la vuelta a la mesa y miró la pantalla―. Tenía dudas con un artículo que
nos devolvieron y no sabía cómo registrarlo.
Inclinada como estaba, me costó mirarle a
los ojos, pero lo intenté y le expliqué cómo hacerlo. Volví a preguntarme de
dónde las habían sacado mis hermanos, porque aprendía rápido, así que le pedí
que se trajera una silla para seguirle enseñando a llevar las cuentas. No llevábamos
ni media hora, cuando escuché voces en la shop.
―Espera un momento, voy a ver qué pasa ―me
pareció que era mi madre, pero no podía ser.
Salí a la shop y allí estaba.
―¿Qué hacen estas desvergonzadas aquí? ―se
dirigió a mí.
―Son
las dependientas.
―Hola
Jaim-he ―saludó mi padre, desviando la mirada hacia Schi-schi.
―¿Qué hacéis aquí? ―aún iban vestidos de
aventureros, debían haber venido directamente desde el aeropuerto.
―Nuestro amigo Ferdinand nos contó que habíais contratado personal, no muy fiable
al parecer ―mi madre me agarró del brazo y mientras mi padre permanecía
embelesado ante los encantos de Schi-schi, me arrastró hacia el despacho.
―¿Tienes otra aquí? ¡Fuera!
Sha-lina se apartó de la unidad
computerizada y salió.
―Explícame qué hacen esas chicas medio
desnudas en la shop.
―Las contrataron tus hijos Jess-hús y
Joss-hé, y llevan los uniformes que ellos eligieron ―no hacía falta explicar
más, ya sabía ella cómo eran sus hijos, aunque no quisiera reconocerlo.
―Tienes que echarlas. Tu padre y yo no
podemos ocuparnos de todo, tienes que espabilar porque si no vas a echar a
perder el negocio.
―Ya lo han hecho ellos. ¿Sabes que han
sufrido una intoxicación…
―Lo sé. Ahora mismo vamos a verlos, a
saber lo que les echaron en los refresh a los pobrecitos.
La seguí hasta la shop. Llamó a mi padre,
que se despidió de Schi-schi con un par de besos.
―Deshazte de ellas.
Debí
haberme suicidado.
Volví al despacho. No quería ver a nadie,
pero en medio del desasosiego, el sonido cortante del i-phonio quiso devolverme
a la realidad. Era un mensaje. No quería saber de nadie, pero el dedo actuó de
modo reflejo, y me alegré, porque era un mensaje de Marta-ah. Para ella estaba
disponible. Lo abrí.
“He
conocido a otro. Hacemos buena pareja sexual, así que he pensado que no quiero
tener pareja sentimental”.
No podía ser cierto, se iba a ver a un
santo y encontraba un hombre con el que tener sexo, sin sentimientos. ¿Y yo qué?
¿No contaban los seis años que llevábamos juntos?
Debí quitarme de en medio.
Abrí el compartimento secreto del cajón y
metí la mano hasta el fondo. ¡No estaba! Si lo tuvieran los S.L.O. seguiría en
Reinserción. ¿Quién podía haber sido? Los ojos se me humedecieron y me eché
sobre la mesa. Hasta esto me salía mal.
―Jaim-he ―me zarandeó el hombro con
suavidad―, ¿estás bien?
―No ―estaba dándole vueltas en la cabeza a
todo lo sucedido desde que mis padres decidieron autojubilarse a cuenta de la
ferreshop.
―¿Qué te pasa? ―su mano se posó en mi
cabeza, enredándose en el pelo. Era lo único agradable que me había sucedido
esa mañana. Sha-lina.
Dejó de acariciarme. Sus pasos sonaron
leves, rodeando la mesa. Volvió a acariciarme, con ambas manos, masajeando la
cabeza, el cuello y los hombros.
―¿Mejor?
―Sí.
―¿Vas a echarnos?
―Os contrataron mis hermanos y os echan
mis padres. Mis hermanos no van a volver, tampoco mis padres, y hacen falta
dependientes.
―Entonces, ¿qué vas a hacer?
―Te has desenvuelto muy bien durante mi
ausencia, no tengo queja de vosotras, pero ellos son los propietarios, tal vez
deba quitarme de en medio.
―Jaim-he ―sus manos presionaron mis
hombros con fuerza―, no lo hagas. Es tu negocio. Nosotras saldremos adelante.
Se alejó, no quise mirarla. Tardé dos
horas en decidirme, pero al fin hice lo que deseaba mi madre, lo que a Sha-lina
parecía no importarle que hiciera. Puse un anuncio en la WEBA solicitando un
contable y tres dependientes. Yo ya no era necesario, en cuanto hubieran
aprendido a hacer su cometido, que vinieran mis padres a supervisar y llevarse
el dinero para sus aventuras exóticas.
Yo me quitaría de en medio.
Apenas dormí, preocupado por las trillizas.
Hacían bien su trabajo y tendría que sustituirlas por unos desconocidos. Esa mañana
ninguna de ellas me saludó y me fui directo al despacho. Había una silla al
otro lado de la mesa, habría sido idea de Sha-lina, para las entrevistas de
laboración. Había citado a los interesados a las diez y media, serían muchos,
pero esperaba poder dejar resuelto el tema esa misma mañana. Encendí la unidad
computerizada para comprobar las existencias, pero no fui capaz de hacer nada.
A la hora prevista entró Schi-schi, con un
plastipapel en la mano.
―Buenos días ―se inclinó para darme la
mano―. Vengo a solicitar el puesto de dependienta.
Se sentó. Era una lástima que no pudiera
conservar su puesto, pero al menos le dejaría presentar la solicitud.
―Supongo que tiene experiencia demostrable.
―Mi primer y único trabajo ha sido el de
dependienta en una ferreshop y creo que no lo hice mal, al menos el jefe no se
quejó de mí ―dejó la solicitud sobre la mesa.
―Su experiencia es importante. La avisaré
si resulta elegida.
Se
levantó y salió sin despedirse. La escena se repitió con Shei-laa, que solicitó
idéntico puesto. Con Sha-lina se acabaría la pantomima y llegarían los
solicitantes de verdad. Era lo último que iba a hacer por mis padres antes de
quitarme de en medio.
―Buenos
días ―susurró con una timidez que no le correspondía― ¿Puedo sentarme?
Dejó su plastipapel sobre la mesa. Lo tomé,
sintiendo una pena inmensa. Quería quitarme de en medio cuanto antes y me
faltaba el cilindro, tendría que comprar otro. Empecé a leer su solicitud en
voz alta.
―He laborado en una ferreshop durante un
corto periodo de tiempo y debido a circunstancias especiales debí asumir la
contabilidad. No sé llevarla…
―Pero todos los artículos vendidos han
pasado por el datador ―me interrumpió, diciendo exactamente lo que estaba
escrito―, sólo hace falta saber cómo se descargan en la unidad computerizada y
registrarlos ―suspiró―. Shei-laa dio aviso de que faltaban brocas de nuevo y
mandé a Schi-chi por ellas al lugar que me indicó, anoté la incidencia en la
minitableta y la dejé en su escritorio para que fuera subsanada en cuanto volviera…
¡Había abierto el cajón!
―Un momento, Sha-lina. ¿Cogiste la
minitableta del cajón?
―Le vi sacarla de ahí cuando me envió a
comprar brocas.
―¿Te costó encontrarla?
―Estaba detrás del cilindro ―dijo en voz
baja.
A estas alturas no recordaba si guardé el
cilindro en el compartimento, si lo cerré o no o lo dejé simplemente en el
cajón; sólo sabía que había desaparecido.
―Y el cilindro…
―Pensé que sería mejor que no estuviera en
la oficina, por si la registraban.
En todo momento me había ayudado y yo iba
a echarla por el capricho de mi madre, no era justo; había demostrado ser capaz
de llevar la ferreshop.
―Ay, Sha-lina, no hay nadie que se merezca
el puesto más que tú.
Se emocionó y al levantarse, volcó la
silla. Vino hacia mí, se sentó en mis rodillas, me abrazó y besó en ambas
mejillas.
―¿De verdad, me quedo?
―Claro que sí.
―¿Qué dirán tus padres?
―Les diré que está todo arreglado y les
enviaré a un viaje muy largo ―frunció el ceño―. ¿Qué ocurre?
―Entiendo lo de tus hermanos, pero, ¿no
crees que es suficiente?
―En cuanto mis padres tengan un viaje en
perspectiva, se olvidarán de la ferreshop.
―¡Qué susto!, creí que querías usar el
cilindro ―me apretó contra sí y eso me dio valor para poner la mano en su
cintura.
―No voy a necesitarlo, mis hermanos no
volverán. Será mejor que te deshagas de él.
―Respecto a la labor que me ofreces
―frunció el ceño―, creo que no puedo aceptarla.
Pero si se me había echado encima en
cuanto se lo ofrecí.
―¿Por qué no?
―Por
Shei-laa y por Schi-schi ―dijo apenada.
―Ellas se quedan, igual que tú.
―¿De verdad?
Sha-lina dio un gritito y abandonó el
despacho a toda prisa. Volvió con sus compañeras, que me abrazaron y agasajaron
con sus encantos, volviendo a sufrir una embarazosa turgencia, de la que
Shi-schi se rió discretamente sin darle la menor importancia.
Con la ayuda de Sha-lina, encontré el
viaje ideal para mis padres, que les presenté como un regalo de Luna Ferreshop
a los socios fundadores, “Oceanía a fondo”, de dos meses de duración, y salían dentro
de tres días. Comenzaron los preparativos y se olvidaron de Luna Ferreshop y
las trillizas.
Volví a disfrutar de la ferreshop como en
los viejos tiempos, antes de la incorporación de mis hermanos. Laborar con las
encantadoras trillizas fue lo mejor que me pudo pasar. Las cuentas cuadraban y Sha-lina
aprendió a llevarlas. Aliviado de laboración, empecé a salir a tomar algo al
refresh a media mañana, acompañado por alguna de ellas si no había muchos
clientes. De Marta-ah no volví a saber y fue mejor porque una mañana, Sha-lina entró
en el despacho con el antiguo uniforme, y no me pude resistir; poco tiempo
después formalizaríamos nuestra condición de pareja sexual.
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