TRONK-TRONK-BINK-CHU
Al
principio fue como un silbido lejano procedente de algún tipo de máquina
desconocida, pero fuera lo que fuera aquello se acercaba, no resultaba nada
tranquilizador. Quería creer que se desviaría en algún momento, pero seguía
creciendo y lo sentía más cerca a cada segundo que pasaba. Crucé una mirada con
Adarán, su aplomo y seguridad se estaban resquebrajando, lo suficiente para que
me echara a temblar; fue ese el momento en el que aquella cosa desconocida
estalló. Adarán se sobresaltó, pero reaccionó al instante desenfundando su
i-phonio y pulsando el símbolo sónico. Estuve a punto de caerme y tardé un poco
más en reaccionar y sacar el mío. Adarán se levantó y salió de detrás del seto.
A pesar del miedo que sentía, le seguí, teníamos que enfrentarnos a lo que
quiera que fuera aquello.
Tchuif-Tuff-Braammm, Tronk-Tronk-Bink-Chu,
Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu,
Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tchuif-Tuff-Braammm. La cosa aún no estaba a la vista,
pero la ensordecedora cacofonía retumbaba entre los edificios y resultaba
difícil distinguir su procedencia. Que se aleje, pensé; pero en el fondo sabía
que no íbamos a tener esa suerte. Tchuif-Tuff-Braammm, Tchuif-Tuff-Braaaaaammmmm.
A pesar del eco y la reverberación, el desagradable sonido delató su
procedencia. Miré hacia la derecha, acababa de aparecer al fondo de la avenida.
Hiiiiiiiiijjjjrujjjjjjjennn, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu,
Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tchuif-Tuff-Braammm…
Eso último había sido un cambio de marcha,
aunque no supe cómo fui capaz de discernirlo en aquel estruendo insoportable
que envolvía a aquel cascarón tuneado. Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu,
continuó escupiendo su veneno. Adarán extendió el brazo del i-phonio para medir
el ominoso estruendo sónico, mientras yo utilizaba la app de la velocidad. Era
excesiva. Nos miramos y asentimos. Positivo en ambos casos.
No era ni martes ni trece, pero si hubiera
llegado a sospechar lo que la laboración de la presente jornada nos iba a
deparar, no me habría levantado de la cama. Era tarde para lamentarme, así que seguí
a Adarán hasta el borde de la calzada. Activó el Deteneitor, como la
abominación pretendiera ignorar el stop, acabaría clavado al asfalto tras cruzar
la cadena pinchuda y reventar los cuatro neumáticos. Huuuuuhiiiii, Tchuif-Tuff-Braammm,
Tchuif-Tuff-Braammm, Tchuif-Tuff-Braammm. Fue una lástima que se detuviera a
apenas medio metro del reventón. Tronk-tronk-bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu;
había dejado marcas negras en el asfalto, pero el frenazo pasaba desapercibido
ante los más de doscientos sesenta decibelios en que estaba envuelto el vehículo.
Tronk-Tronk-Bink-Chu,
Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu; nos acercamos a él tapándonos los
oídos. En el asiento del driver había un individuo sentado a ras de suelo y
echado hacia adelante porque la visera de la gorra le impedía apoyarse en el
respaldo. Volvió la cabeza hacia nosotros y abrió la boca.
―………………… ―resultó imposible entenderle.
Hice una seña para que cortara el contacto
y saliera del licúa-cerebros. Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu;
había cortado el contacto, lo había visto. Tuve que hacerle otra seña para que detuviera
aquella aberración sónica.
—No son maneras de tratar a un ciudadano
—dijo al levantarse para salir. Se colocó la gorra, que se le había girado al
rozar con el respaldo—. Tengo mis derechos.
—Nosotros también —respondió Adarán—, y
ese ruido afecta a nuestros oídos.
—Licúa las neuronas —añadí.
El individuo apretó los puños con rabia y Adarán
sacó el aturdidor como medida preventiva. No tenía edad de hacer el tonto como
driver, pues estaba más cerca de los cincuenta que de la adolescencia a la que
pretendía aferrarse con su vestimenta desgarrada al estilo pij-i-llín, un puro
agujero. Desactivé el Deteneitor, no fuera a pasar algún vehículo que cumpliera
las normas.
—Circulaba con exceso de velocidad y de
sonido —intervino Adarán—. Entrégueme su documentación, la del vehículo y la de
las modificaciones autorizadas en el mismo.
—Precisamente iba ahora a legalizarlo todo
—aflojó el puño para recolocarse la gorra, asegurándose de que la visera
estuviera bien orientada en la dirección incorrecta.
Volvió al coche y sacó la documentación.
―Toma nota Válom ―dijo Adarán―. Pololo
Trofiao.
No pude reprimir una sonrisa nada inocente
mientras buceaba en la WEBA de Tráfico.
―Ah… Trofiao, casi no le quedan puntos en
el carnet. No tiene autorización para llevar un equipo de sonido que sobrepasa los
cincuenta decibelios permitidos, ni el escape Tchuf-Tchuf, ni el asiento
atornillado directamente al suelo, ni el volante de fantasía sin airbag, ni los
adornos que desfiguran la carrocería…
―Válom, no olvides el tigre amarillo
fosforescente del capó.
―Sí… Aristas duras, incumple la normativa
de atropellos a peatones.
―Va a perder el resto de los puntos de una
tacada.
Trofiao cerró los puños e iba a replicar,
pero Adarán hizo oscilar el aturdidor y se calmó; debía haberlo probado ya.
Como continuáramos mirando el vehículo encontraríamos muchas más ilegalidades,
pero el lema del Ministerio de Tráfico y Equiparación Social era “caja rápida y
pasa al siguiente, cuantos más mejor”. Redactar la sanción me llevó un rato,
porque mi i-phonio era antiguo y al no tener pantalla virtual todo era diminuto.
Después di a imprimir y el pequeño artefacto que llevaba a la cintura se puso a
trabajar. Menos mal que aún no nos obligaban a comprar el i-phono-futur, que entre
otros gadgets como la fabulosa pantalla virtual de veinte pulgadas, contaba con
una impresora; de momento se contentaban con que instaláramos las apps en
nuestros i-phonios y relophon-is particulares. Entregué la sanción al
infractor.
—Es…esto es… ¡un abuso de autoridad, y no
va a quedar así! —reafirmó la gorra en su cabeza.
—Cuando quiera —Carlos hizo oscilar el
aturdidor ante sus narices, con el dedo presto a soltarle una buena descarga.
El pretendido adolescente dio media
vuelta, en el momento en que se acercaba un vehículo que sonaba muy acelerado
pese a ir despacio. Era la peor jornada de laboración, cada tres meses nos
tocaba abandonar la deliciosa labor burocrática y salir a recaudar; trabajo de
campo llamaban a salir a cazar al mayor número de infractores posible.
―Es un clásico ―dijo Adarán―, al menos
tiene cincuenta años.
El vehículo frenó al acercarse a la
rotonda, soltó un chirrido metálico y se escoró peligrosamente hacia su
izquierda, al tiempo que surgía una enorme nube de humo negro de su trasera.
Nos miramos alarmados.
—Tal vez no sea él —era lo que quería
creer.
―Seguramente no ―él también lo deseaba―. Váyase
—le dijo al a-Trofiao.
—¿Y ese? —gritó desde la puerta de su
coche―. ¿No lo van a detener?
―Retire el vehículo de nuestra zona de
laboración ―le grité.
El A-Trofiao puso su vehículo en marcha,
para detenerlo un poco más adelante. Adarán activó el Detenedor y nos colocamos
tras el mismo.
—Qué
lástima que este idiota no haya encendido el equipo sónico de su coche, no se
habría enterado de nada. Nos va a tocar darle el alto ―activó el Detenedor.
Agité los brazos para darle el alto y el
vehículo se detuvo atravesado envuelto en una nube de humo chirriante. Adarán
se acercó y abrió la puerta dando un tirón.
—Eche marcha atrás y apárquelo junto a la
acera.
Lo hizo en un estruendo de acelerones,
frenazos y mucho humo. Por lo menos, cortó el contacto. Se bajó del coche con bastante
agilidad para ser una persona de la tercera edad y nos entregó su Documento de Identidad
Europeo. Mientras tanto, Atrofiao había salido de su cacharro y se recolocaba
la gorra.
—Soy demasiado mayor, no pueden
sancionarme.
Gerf-asio Jard-feis, leí. Era él, la
pesadilla del Espacio de la Jefatura de Tráfico. Crucé la mirada con Adarán y
asentí.
El tal Gerf-asio era un individuo de la
tercera edad que conducía sin permiso, sin seguro y sin impuestos un vehículo
viejo que no estaba en condiciones de circular. Al menos habíamos conseguido
detenerlo sin problemas. Los últimos que le dieron el alto, y de eso hacía más
de seis meses, no consiguieron hacerlo; se tragó la barrera, reventó los
neumáticos y consiguió que un lawyerman le hiciera aparecer como víctima. Hubo
que pagarle cuatro neumáticos nuevos, cuando los suyos eran ilegales, porque
habían perdido el dibujo hacía décadas.
—¿Qué
hacemos? —susurré.
―En cuanto se marche el Atrofiao ese,
dejamos que continúe su camino.
Era lo mejor, de lo contrario estarían
burlándose de nosotros en el Espacio de la Jefatura durante un mes.
—Usted, circule —Adarán se dirigió a
Atrofaio, pero éste no hizo ni caso.
—Jard-Feis ―dije―. Corríjame si me equivoco:
no tiene licencia de driver, no ha pagado el seguro ni el impuesto de
circulación, el vehículo no ha pasado las inspecciones correspondientes…
—Joven —me interrumpió—, soy un honrado
ciudadano de la tercera edad y como tal tengo adquiridos una serie de derechos.
—Sé que no va a ir usted a Reinserción
Social, pero eso no le exime de cumplir la ley —lo dije representando el papel
de agente porque el Atrofiao permanecía atento para ver qué pasaba.
—Me han dado el alto treinta y cinco veces
y jamás he pagado. Dígame, ¿qué piensa hacer conmigo?
—Tal vez por eso mismo debería dejar de conducir
—intervino Adarán mientras yo me afanaba en teclear cruces sobre vehículo no
apto para circular, humos… casi todas las posibilidades de infracción. Las
conocía de memoria de tanto que se había hablado de su caso en el Espacio de la
Jefatura de Tráfico.
—Joven ―se dirigió a Adarán―. Dígale a su
compañero que deje de teclear en su cacharro, que lo va a fundir y no va a servir
para nada. Además, estoy enfermando por el acoso al que estoy siendo sometido…
—Diga usted que sí —intervino el Atrofiao—.
¡Es un abuso!
—¡Usted a callar! —Gerf-asio dirigió un dedo
acusatorio al Atrofiao—, o le denuncio como a estos jóvenes presuntuosos. ¡Si
ni siquiera sabe ponerse la gorra!
Fui hacia nuestro vehículo tronchándome de
risa y saqué la copia de la denuncia. Se la entregué y el anciano la tiró al
suelo.
—Ensuciar la vía pública también está
penado —se atrevió a intervenir Atrofiao.
—¡Maldito hippy trasnochado! —el abuelo
activó su relophon-i y comenzó a hablar con su lawyerman, poniéndonos tibios a
los tres y pidiendo que enviara una pharmambulancia. Yo lo hubiera dejado
estar, pero Adarán era más temperamental y pese a saber que teníamos todas las
de perder, activó su i-phonio y llamó al Espacio de Tráfico.
—Necesitamos una grúa para retirar un
vehículo no apto para la circulación y a los S.L.O. para detener al driver. Es
un individuo muy violento que se niega a reconocer la infracción cometida, ha
arrojado la denuncia al suelo y está agrediendo verbalmente a los agentes y a
un testigo del incidente.
—Hay una patrulla cerca. En dos minutos
estará con ustedes. La grúa tardará un poco más.
Nos la íbamos a cargar, pero entendía que
no quisiera que Jard-feis se saliera con la suya… Cuando sentimos la luz en la
cara ya era tarde, nos acababa de hacer una foto con el relophon-i.
—Tendrán noticias de mi lawyerman ―guardó
el relophon-i en el interior de la chaqueta―. Deme la denuncia, que la voy a
presentar como parte de las pruebas.
—Sigue donde la dejó —sólo faltaba que se
la tuviéramos que coger.
—Además desatención hacia un individuo de
movilidad reducida —fue hacia su vehículo.
—¡Alto! Ese vehículo ha sido requisado por
no estar en condiciones de circular —Adarán fue tras él.
—¡Váyase a tomar un narancoco!
Eso terminó de estropear las cosas. Adarán
no aguantaba la mínima ofensa, así que sacó el aturdidor y le aplicó una
descarga eléctrica cuando pretendía abrir la puerta de su cacharro. El hombre cayó
al suelo y quedó inconsciente. Suerte tendríamos si no se había fracturado nada.
…
La grúa se llevó el vehículo, la
ambulancia a Jard-feis y Atrofiao se largó por fin. Entonces comenzó el
interrogatorio de los S.L.O. Contamos todo tal y como sucedió, pero para lo que
sirvió, podíamos haber dicho la famosa frase de: “No hablaré si no es en
presencia de mi lawyerman”. Aparte de tener que soportar la juerga que se
corrieron a nuestra costa en el Espacio de Tráfico, fuimos suspendidos de laboración
y sueldo hasta el día del juicio; y como no, nosotros nos llevamos la peor
parte: conseguimos evitar cumplir pena en Reinserción Social por eso de formar parte
de la Ley, pero nos cayeron Labores para el Bienestar de la Sociedad durante
seis meses. Lo peor fue tener que sufrir la compañía de Atrofiao, al que le
encantaba contar a todos los compañeros de fatigas la funesta jornada en la que
no debimos acudir a laborar. Atrofiao nos había denunciado: a nosotros, a
Jard-feis y a la Administración; aunque sus alegatos no tenían ninguna
coherencia, por lo que nos acompañaría en nuestras labores sociales durante dos
meses.
Jard-feis, al que no le había pasado nada
pese a haber sido electrocutado, no podía haber salido mejor parado. Le
correspondió una indemnización de veinte mil eurodólares que nuestra Jefatura
desembolsó de mala gana, el jefe dijo que de un modo u otro, nosotros
acabaríamos pagándolo. Y por supuesto, continuó conduciendo su cacharro
impunemente.
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