ARTE NIMIO
—Ferdnand Hernández, se le acusa de
defecar en… ¿en qué parque? ¡Maldita sea, no aparece el nombre! —pulsó un botón
virtual en su mesa.
Me habían detenido por defecar en un parque,
si es que se podía considerar un parque a aquel descampado que parecía haber
sido arrasado en una guerra y al que nadie parecía interesado en sacar de su
lamentable estado; en parte comprensible porque estaba situado en los límites
del poniente de la ciudad, casi lindando con el Espacio Municipal en el que se
almacenaba la basura.
La puerta del despacho se abrió y entró
uno de los dos individuos que me trajeron al Espacio de los S.L.O.
—Gutiérrez, ¿dónde le habéis detenido?
¡Teníais que ponerlo en el informe!
—Estoy seguro de haberlo hecho. En el
Espacio Expositivo del barrio de las Monjas Peludinas, pero el parque está
cerca del Espacio Municipal de Almacenamiento Transitorio de Desechos.
—Me quieres decir —el jefe empezaba a ponerse
nervioso y las mejillas se le enrojecieron—… ¿qué le habéis seguido a través de
media ciudad antes de detenerlo?
—No, jefe. Recibimos la denuncia de una
buena ciudadana que nos contó los hechos reprobables que comete este individuo
y que muestra en el Espacio Expositivo del barrio de las Monjas Peludinas.
—¡Investiguen ese Espacio! —se alteró
hasta ponerse morado.
—Lo está haciendo Galúdez. Hemos enviado
al laboratorio una de las mierdas allí expuestas para demostrar que es suya —me
señaló. ¡No era posible que se hubieran cargado una de las obras!
—Mientras llegan las pruebas, trasládenlo
a la sala de espera.
El tal Gutiérrez me cogió del brazo para
llevarme a la sala de espera y cerró tras de mí. De sala de espera tenía poco,
pues era una habitación diminuta de color gris oscuro, sin ventanas y con una
silla anclada al suelo. Qué iba a hacer sino sentarme y compadecerme de mi mala
suerte. No es que la vida me sonriera, pero me iba mejor antes de la fatídica
tarde en la que se me ocurrió hacer caso a mi amigo Álberton y subí a su casa.
…
Álberton había descubierto un alcoholbar
en el que ponían unos Mojitos fabulosos. Como estaba cerca de su casa, quedamos
delante de su portal. Estaba esperándole, cuando sonó el relophon-i, era él y
me pidió que subiera un momento. No me gustaba subir a su casa, porque me
recordaba todo lo que él había conseguido en la vida. No quiso estudiar, se
presentó a las oposiciones a político y aprobó. Yo estudié Ciencia del Espacio
Exterior, después fui Sugeridor y finalmente conseguí ser dependiente en una
ferreshop, gracias a las influencias de mi amigo.
No podía negarme a subir. Tomé el lujoso
ascensor hasta la planta veintiséis y salí a un descansillo en el que cabrían
dos pisos como el mío, lleno de plantas cual invernadero. No tuve que pulsar el
timbre, la puerta se abrió y un olor que no debería existir en un ambiente como
aquel llegó a mi nariz. No sabría decir qué era, pero olía mal.
—Pasa, Ferdnand —escuché el eco de la voz
de mi amigo.
Entré. No estaba en el recibidor, que era
más grande que mi dormitorio. Contemplé mi imagen en el espejo: yo no encajaba
en ese ambiente, ni encajaría en el alcoholbar al que pensaba llevarme. Mi
porte, la ropa que llevaba puesta y hasta el peinado; todo me delataba como
alguien a quien no sonreía la vida. Me interné en el amplio pasillo lleno arcos
elípticos sostenidos por columnas curvadas, y a cada paso que daba el extraño
olor se intensificaba. Debía haberse colado por alguna ventana abierta, pero
habría algún sistema que lo anulara. Mis especulaciones se vinieron abajo
cuando entré en el salón. Había un montón de desperdicios en el suelo, residuos
plasticosos, metalicosos y orgánicos. ¿Cómo podían haber ido a parar todos
juntos allí? ¿Y por qué me invitaba a atravesar el pasillo y entrar en la
habitación en la que había ocurrido un terrible accidente?
—Hola Ferdnand —soltó con una alegría
ajena al problema que tenía—. ¿Qué te parece mi última adquisición?
Sabía que lo había visto, pero no hizo
ningún intento de disculparse. Dirigí entonces la mirada hacia el centro del
inmenso salón, donde había una mesa poligonal de metal rosa pálido mate. Sobre
la misma reposaba una figura del mismísimo color del mar tras romper contra las
rocas, era de formas facetadas que ascendían hacia una pequeña cresta que se
dejaba vencer como si una leve brisa hubiera soplado sobre ella.
—Es preciosa, Álberton —avancé hacia la
mesa rosa.
—Esa no. Ésta —y para desconcierto mío,
señaló al montón de basura.
Temí que se hubiera vuelto loco, o peor
aún, que sufriera aquel antiguo mal, ¿cómo lo llamaban? Síndrome de Diógenes,
individuos que acumulaban basura en su casa. Me costó apartar la vista de la
fascinante figura de cristal para posarla en aquel montón de porquería. Una de
dos, o había perdido la cabeza o me estaba gastando una broma. Opté por creer
esto último.
—Si pretendes que te ayude a recogerlo, no
pienso hacerlo. ¡Huele peor que el queso de Cabrales! —su sonrisa me hizo temer
que había elegido la opción incorrecta—. Ferdnand, creo que las últimas
tendencias artísticas sobrepasan tu comprensión.
—¿Arte? ¿Te refieres a ese montón de
basura?
—¿Eso es lo que ves? Comprendo tu
ignorancia. Voy a abrirte los ojos.
—Y yo voy a taparme la nariz. ¡Haz el
favor de abrir la ventana!
—No puedo hacerlo. Estropearía la obra. Es
Arte —comenzó a agitar los brazos, como si con ello quisiera esparcir el olor—.
El Arte… es un modo de entender la vida, de expresar los sentimientos; ¡es algo
¡sublime! —finalizó con los brazos extendidos hacia la basura.
Cada vez estaba más confundido. Locura o
broma pesada, aún no lo tenía claro, pero no pensaba entrar en su dialéctica
sobre el Arte. Era yo el que había estudiado y él, sólo un político inculto,
aunque coleccionara obras de Arte.
—El Arte es estética y también emoción
—pareció hablar con la basura—, y en ese sentido hay una corriente artística
que busca las sensaciones en los lugares más insospechados, allí donde a nadie
se le ocurriría buscar.
—¿Quieres decir que rebuscando en ese
montón de desperdicios vas a encontrar una obra de Arte?
—Arte Nimio —continuó como si no me
hubiera oído—. Somos una sociedad harto consumista que no valora lo que tiene y
se deshace de productos que en otros lugares menos favorecidos serían
verdaderos lujos. Los artistas intentan que nos demos cuenta de ello a través
de sus obras —dirigió su atención al montón de desechos como si fuera el amor
de su vida.
Definitivamente era locura, no podía haber
elaborado una broma tan sofisticada, él no era tan profundo. El discurso que me
había soltado, a buen seguro lo había memorizado del catálogo de alguno de los
Espacios Expositivos a los que era tan aficionado.
—Déjate envolver por ella, empieza a
admirar los matices de la disposición de los distintos elementos que la
componen, la armonía del conjunto y el aroma que destila; dejará de parecerse a
lo que viste al entrar.
No era un ignorante como se había atrevido
a afirmar Álberton. Había visitado el Espacio de Arte Retrógrado del Paseo del
Prado en numerosas ocasiones y me gustaban algunas de las cosas que había allí
dentro. En otra ocasión fui al Espacio Expositivo de Arte Precontemporáneo
Reina Sofía y aquello sí que fue una broma de mal gusto, pasé de una sala a
otra apenas mirando lo que colgaba de las paredes o reposaba sobre los
pedestales.
Sabía qué hacer, iba a improvisar algo
bonito sobre su basura y después le pediría que fuéramos a tomarnos el Mojito
al alcoholbar que habían abierto cerca de su casa. Avancé hacia la mesa rosa
que sustentaba esa preciosidad de escultura y muy a mi pesar, me volví hacia el
montón de basura, como si quisiera observarlo desde un nuevo ángulo. Si no
fuera un montón de desechos sería más fácil. Intenté deconstruir esa obra en
sus fragmentos y volver a conectarlos como el conjunto más interesante que
pudiera existir, de veras que lo intenté durante unos minutos, pero no conseguí
urdir ningún piropo para la basura.
—Nada, no consigo verlo —pese a que el
olor parecía haber remitido, no fui capaz de contar ninguna mentira del montón
de basura—. Vamos a tomar ese Mojito.
—Te desinhibirá, tal vez te ayude a verlo.
No fueron uno, sino tres Mojitos los que
tomamos cada uno, que por cierto estaban deliciosos. Durante ese tiempo intentó
culturizarme, artísticamente hablando. Lo único que me quedó claro fue que
aquel montón de basura de su salón era una obra de Arte Nimio, lo más
postvanguardista que existía en ese momento y no una obra cualquiera; era del
artista más grande, Pablot Cucurutzu, del cual yo no había oído hablar. Lo más
extraordinario de todo era que el Arte Nimio era efímero y la obra por la que
había pagado más de lo que yo ganaba en un año, caducaría en apenas una semana,
momento en que el artista enviaría a un ayudante para retirarla.
…
Escuché la llave en la cerradura de la
sala de espera y la puerta se abrió. Entró Gutiérrez y agarrándome del hombro,
me trasladó de nuevo al despacho, donde Galúdez le estaba entregando una
carpeta al jefe. Éste la abrió.
—¿Qué es esto? —al jefe se le puso la cara
azul, como si fuera un alienígena de la galaxia M51.
—Volví al Espacio Expositivo a recabar una
nueva prueba, tampoco pertenece al detenido. Jefe, creemos que no ha sido él.
—¡No tenían derecho a destruir mi obra!
—con esa, se habían cargado dos.
—No nos mientas, Ferdnand; no es tuya
—intervino Galúdez—, es de perro.
—El que puso la denuncia va a tener muchas
cosas que explicar —dijo el alienígena.
—Eso es lo mejor de todo, jefe —dijo
Gutiérrez.
—No se lo va a creer —Galúdez soltó una
carcajada, antes de ver la cara del jefe volverse morada.
—Una tal Luissa Pérez —continuó Gutiérrez.
—Imposible —la denuncia tenía que ser falsa—,
¡es mi mujer!
El jefe se quedó sin respiración al tiempo
que me taladraba con la mirada. Si las miradas mataran… estaría muy, pero que
muy muerto.
—¡Quiero ver esa denuncia! —me atreví a
desafiar a los ojos asesinos.
Galúdez comenzó a reírse, Gutiérrez se
contagió y el jefe se les unió en cuanto recuperó el color azul.
—Lleváoslo donde no le vea y traed a esa
Luissa Pérez; nos debe algo más que una explicación.
Me agarraron cada uno de un hombro para
trasladarme de nuevo a la sala de espera y volvieron a cerrar con llave, como
si fuera un peligroso delincuente. Habían destruido dos de mis obras y ahora
incriminaban a Luissa, ¿qué más podía ocurrir? Fui incapaz de permanecer en la
silla y empecé a dar vueltas como un animal enjaulado.
…
Quería mostrar mi Arte, y nadie acudía al
Espacio Expositivo. Alguien se hacía pasar por mi mujer, me denunciaba y
acababa detenido y con dos obras destruidas. Nunca lo conseguiría. Había
estudiado y me consideraba una persona culta, pero no me había servido de nada;
era un fracasado. Álberton no había estudiado, pero supo qué hacer; la vida le
sonreía, ¡y de qué modo!
Después de aquella tarde en que contemplé
el montón de basura que resultó ser una obra de Arte, estuve buceando en la
WEBA para averiguar todo lo que fuera posible sobre el Arte Nimio, conocido
popularmente como Arte Guarro. No sabía que haberme topado con este Arte iba a
cambiar el curso de mi vida a peor.
Pablot no era el primer artista que había
comenzado a trabajar con materiales de desecho, ni siquiera era un artista
conocido cuando consiguió una beca para mostrar una obra en aquel Espacio
Expositivo Fundacional de segunda. Su obra desapareció a la mañana siguiente de
la inauguración. Un joven periodista se interesó por el tema. ¿Quién robaría la
obra de un joven aspirante a artista totalmente desconocido? ¿Acaso era una
futura promesa? ¿Alguien había vislumbrado su potencial? Se puso a trabajar en
ello y tras una ardua labor detectivesca descubrió lo que realmente había
ocurrido: el equipo de limpieza del Espacio Expositivo había hecho desaparecer
lo que creía era el resultado de los excesos etílicos de los asistentes a la
inauguración, un amontonamiento de desperdicios. Ese fue el comienzo del
ascenso meteórico de Pablot Cucurutzu.
La noticia apareció en ESTE PAÍS y el
nombre del artista corrió de boca en boca. El Ministerio de Estética y
Seguridad Social le encargó una obra por la que pagó una fortuna y a partir de
ese momento, se convirtió en un Gran Artista. Cinco años llevaba el tal
Cucurutzu saqueando el Espacio Municipal de Almacenamiento Transitorio de
Desechos para hacer montoncitos, que pese a lo efímero de su existencia,
cobraba como si valieran su peso en oro. Era millonario y ya ni siquiera se
molestaba en ir a los basureros, lo hacían sus discípulos.
…
Pasó mucho tiempo antes de que Galúdez
abriera la puerta de la salita de espera.
—Puedes irte —soltó con una medio sonrisa.
—Me debéis una explicación. La denuncia
era falsa. ¿Y mi mujer?
—Vete, no nos hagas perder más tiempo
—comenzó a reírse.
Al salir del Espacio S.L.O., vi a Luissa
en la acera de enfrente. Parecía sonreír. ¿Es que todos se habían vuelto locos?
Antes de que pudiera cruzar, un individuo empezó a tomarme imágenes y de pronto
había una mujer a mi lado diciendo que le explicara el motivo de la detención.
Contuve la violencia que latía dentro de mí, pensando que tenía que haber una
explicación lógica para todo aquello, así que permanecí quieto mientras Luissa
cruzaba y venía hacia mí, más alegre de lo que debería estar en las
circunstancias actuales.
—¿Qué es eso de que me has denunciado?
—hubo más imágenes, pero eso era lo que menos me importaba en aquel momento.
—Te han soltado, eso es lo que importa.
Vamos a dar un paseo, después atenderemos a esta pareja —y me agarró del
brazo—. Nos vemos en el refreshbar de ahí enfrente dentro de un rato —se
dirigió a los periodistas.
Su alegría era muestra de que no lo había
hecho, pero necesitaba saber qué había pasado.
—Dime qué es lo que ha ocurrido —dijo en
cuanto estuvimos suficientemente lejos de los periodistas.
Ella no había sido. Le conté cómo me
detuvieron, todo lo ocurrido en el Espacio de los S.L.O., que el jefe se ponía
azul, que se habían reído de mí y cómo buscando pruebas incriminatorias, habían
destruido dos de las obras. Se detuvo y me besó en la mejilla.
—No te preocupes, todo va a salir bien.
Escúchame bien y no me interrumpas. Te denuncié, pero no es lo que piensas
—primero los S.L.O. y ahora ella. Quise salir corriendo, pero en ese momento me
sentí un fracasado sin ánimo siquiera para huir.
—¿Por qué lo hiciste?
—Por celos, porque creía que tenías una aventura
y por eso pasabas tanto tiempo fuera de casa. Sé que no es cierto, pero algo
tenía que decirles. Me han puesto una multa por perjurio.
—¿Qué?
—No te preocupes por eso, no tiene la
menor importancia.
—No llegamos a fin de mes, ¿cómo no la va
a tener?
—En cuanto lean la prensa, habrá mucha
gente que querrá venir a conocer tu obra. Unos por curiosidad, otros por morbo,
pero lo que cuenta es que empezarás a ser conocido y entonces, la multa será la
menor de nuestras preocupaciones.
—¿De verdad crees que sucederá así?
—Estoy convencida, así que vamos al
refreshbar, a forjar tu futuro como artista.
Esperaba que tuviera razón. Era una mujer
inteligente, así que una vez llegados allí, dejé que llevara el peso de la
conversación. Su versión de lo sucedido resultó bastante más interesante que la
que hubiera expuesto yo, que tan sólo era el artista; ella iba a ser mi
representante.
…
Después de haberme empapado en Arte Nimio,
en particular del arte cucurutzqueño, había vuelto a casa de Álberton dispuesto
a discutir sobre lo que seguía sin considerar Arte delante de un mojito. Su
casa había dejado de oler mal. La obra de Pablot había sido retirada hacía dos
días, pese a lo cual mi amigo no estaba triste, muy al contrario, se alegraba
de haber podido disfrutarla mientras duró. La escultura de cristal había
abandonado el privilegiado lugar sobre la mesa rosada, para ocupar el nicho en
la pared del fondo del salón y una nueva adquisición ocupaba su lugar: un
pedazo de botón iridiscente pegado sobre lo que parecía un chicle morado.
Tras aguantar la disertación sobre su
nueva obra de Arte, conseguí que bajáramos al alcoholbar, donde continuamos
hablando de ella, de su autora Olga Potentov y del Arte Nimio en general.
Tres mojitos después, pensé que había
individuos con mucha suerte, porque siempre había adinerados como Álberton
dispuestos a regalarse ese tipo de Pseudoarte. En el fondo, era un modo fácil
de ganar dinero, siempre que uno fuera un caradura. Fue entonces cuando se me
pasó por la cabeza una idea descabellada. A Luissa y a mí nos costaba llegar a
fin de mes, así que debería convertirme en un artista de estilo Nimio. De haber
sabido lo que me iba a ocurrir a la semana de haber inaugurado la exposición,
no lo habría intentado.
La idea que surgió en estado de embriaguez
mojística, no convenció a Luissa, pero me dejó experimentar. En mi tiempo libre
empecé a acudir a exposiciones de Arte Nimio y a cualquier otra que oliera a
Vanguardia. Un buen día me animé a realizar la primera inversión para
convertirme en artista Nimio y compré una cámara tridimensional de segunda
mano. Luissa no dijo nada, aunque la última semana de ese mes comiéramos
patatas cada día.
Cámara en mano, me dirigí al Espacio
Municipal de Almacenamiento Transitorio de Desechos.
Olía a Arte Nimio y no quise sumergirme demasiado pronto en su intensa y
desagradable fragancia, así que vagabundeé junto a la verja que delimitaba el
recinto, siempre con la brisa soplando hacia la basura. De vez en cuando me
detenía y tomaba una imagen de algo que me parecía interesante, no desde mi
punto de vista, sino del estrictamente profesional. Aquello no era Arte, sabía
que los desperdicios acumulados de forma aleatoria sin la intervención del
artista nunca lo eran, pero una vez llegaba a casa, estudiaba las imágenes e
intentaba imaginar qué tipo de intervención debería realizar en aquella basura
para transformarla en algo Nimio; es decir, en dinero.
Las semanas transcurrían sin que
encontrara qué era lo que debía hacer, así que una tarde me decidí a dejar la
cámara y entré en el Espacio Municipal de Almacenamiento de basura para tomar una muestra de lo que había allí. Luissa
se negó a que aquello entrara en casa, así que tuve que trabajar en el balcón.
Después de seis meses, había empezado a
dudar de mi capacidad para convertirme en artista. Había vuelto con la cámara
al Espacio Municipal de Almacenamiento Transitorio de Desechos y seguía sin encontrar mi fuente de inspiración, así
que un día ni siquiera me acerqué, paseé sin rumbo por los límites del barrio
cercano al mismo hasta llegar a lo que parecía un jardín a medio construir y
abandonado. Al borde del camino había un montículo sobre el que crecía un
ejemplar de Fidonia Fuculensis, cargada de flores naranjo-violetas. Sabía su
nombre porque a Luissa le gustaban, pero nunca logró sacarlas adelante, las
semillas morían al poco tiempo de haber brotado.
Tomé una sola imagen. Después de tanto
tiempo me encontraba seguro, estudiaba el motivo y sabía dónde debía colocarme
para obtener una buena imagen sin necesidad de hacer un montón de disparos y
dedicarme a seleccionarlas en casa.
Coloqué la imagen a los pies de la cama y
la apagué. Cuando Luissa llegó a la sala de reposo y se sentó en la cama, la
encendí. Se sorprendió, emocionó y me abrazó, antes de sumergirse en la
contemplación de la Fidonia. Era una buena imagen. La actuación que había
llevado a cabo sobre ese pedacito de realidad había quedado convertido en algo
hermoso; tal vez fuera Arte, y fue el momento en que Luissa empezó a creer en
mí como artista.
Contemplé con arrobo la imagen
tridimensional que había creado. Una planta frondosa y oscura, coronada por
espectaculares flores bitono, naranja y violeta. Hierbas salvajes ascendiendo
por la pendiente entre terrones secos y oscuros. Había llovido en con ganas los
últimos días, los terrones deberían haberse deshecho. Me acerqué a la imagen y
Luissa me reprendió por taparle la vista. Sería sólo un momento.
No eran terrones, eran cagadas. En mis
devaneos por el barrio había observado que mucha gente salía a pasear con su
mascota, pero estaba prohibido que éstas defecaran fuera del hogar; era algo
ilegal, y de pronto comprendí que lo iba a convertir en Arte. Eso era por lo
que Luissa me había denunciado, tenía visión de futuro. Ella sería mi
representante y me convertiría en un gran artista. Yo solo jamás lo habría
conseguido, lo supe cuando la periodista me hizo la última pregunta.
—¿Qué piensa de su futuro como artista?
Luissa se volvió hacia mí y su mirada me
animó a responder.
—Desconozco el futuro, pero creo que mi
mejor Arte está por llegar.
…
Imágenes de cagadas ilegales de perro. Así
es como dio comienzo mi andadura. Un día me atreví a recoger uno de aquellos
excrementos con su parcelita de tierra, hierbas y una piedrecilla. La introduje
en una caja plasticosa que mantuve húmeda para su preservar la frescura. No
necesité efectuar demasiados cambios para convertirlo en mi primera obra de
Arte. A esa primera obra le siguieron muchas más, todas fueron cagadas
recolectadas en el mismo parque.
Lo difícil fue lograr exponer las cagadas
y ahí fue donde comenzó la labor de Luissa como mi futura representante, logró
convencer al Comisario del Espacio Expositivo de nuestro barrio cuando el
artista que iba a exponer se negó a hacerlo alegando miedo escénico. Después me
enteraría que lo que ocurrió realmente fue que el día anterior a la inauguración
aún no había empezado a trabajar en su obra y claro, no le dio tiempo a
presentarla.
A la inauguración de mi exposición
acudimos el Comisario de la misma, el conserje que cuidaba el Espacio, el
Concejal del barrio, Álberton, Luissa y yo. Mi amigo, al que tanto gustaba el
Arte de vanguardia, no estaba impresionado con las cagadas ni con las imágenes
del proceso de transformación en obra de arte de las mismas, de hecho se
atrevió a comentar que aún estaba un poco verde como artista.
Transcurrió una semana en la que nadie
acudió a ver la exposición, salvo dos niños pequeños que entraron e hicieron
pedorretas sobre sus brazos. Desinterés e hilaridad, eso era lo que provocaba
mi Arte. La segunda semana mi suerte cambió a peor, entraron dos S.L.O. y me
detuvieron sin darme ninguna explicación; qué vergüenza pasé. Lo que no sabía
entonces era que todo aquello formaba parte de un plan orquestado por Luissa
para darme a conocer.
…
Había pasado casi un año. Una detención,
una periodista y un fotógrafo; fue todo lo que hizo falta para que mi nombre
saltara a la palestra. El Artista que fue detenido por defecar en el parque,
cuyas artísticas cagadas fueron analizadas y resultaron ser de perro; yo ni
siquiera tenía uno. Tampoco pudieron culparme por limpiar el parque de
excrementos, pero sí procesaron a Luissa por acusarme falsamente y tuvimos que
pagar una multa pidiéndole el dinero a Álberton.
A los dos días de haber salido en la
prensa, una importante galería de la capital me pidió que expusiera en su
Espacio, ofreciéndome una cantidad de dinero que nunca habría podido imaginar.
A esa exposición le seguirían tres más y pasé a ser conocido como el Artista de
las Cagadas. El parque comenzó a estar vigilado para que los perros no
delinquieran, así que tuve que empezar a utilizar mis propias deposiciones, y
también las de Luissa.
Logré dominar el arte culinario enfocado
en la defecación, o sea que sabía qué debía comer para que la deposición fuera
blanda o dura, clara u oscura e incluso de coloración verdosa, más o menos
olorosa, de una sola pieza o fraccionada… La obra de Arte que surgía a partir
de ellas era diferente cada vez: cascada sobre roca estratificada, conífera
coronada, documento invalidado…
Mi fama creció como la espuma, al mismo
ritmo que los ingresos, y en menos de tres años llegaron a considerarme grande
entre los Nimios. Encontré una referencia a un artista de hacía décadas que
llegó a exponer “mierda de artista”, pero nadie se había vuelto a acordar de él
y me consideraban único en mi Arte, hasta el punto de que nadie más se atrevía
a trabajar con la mierda para no ser considerado un plagiador. Álberton dejó de
considerarme un aspirante a Artista y quiso tener una obra mía; no una
cualquiera, sino la mejor. Habría podido cobrarle lo que quisiera, pero preferí
ponerle dos condiciones, la primera era que la obra sería creada directamente
sobre la mesa rosada, donde quedaría expuesta hasta que caducara.
Llegó el gran día y nos presentamos en
casa de Álberton. Un cámara, Luisa y yo. No se lo había mencionado a mi amigo,
pero el proceso de creación iba a ser grabado en cuatro dimensiones. Tenía la
intención de crear un documental que llegaría a las salas de proyección de los
principales Espacios de Arte Vanguardista. Mi amigo se sorprendió, pero no puso
objeción alguna, en el fondo le halagaba porque adquiriría fama como
coleccionista.
El cámara estudió la luz, corrió las
cortinas del salón, encendió un par de focos de luz cenital y distribuyó los
micrófonos, recogeolores y demás aparatos. Álberton estaba emocionado,
observando desde el pasillo donde le dije que permaneciera. Entonces empezó la
creación de la obra de Arte. Luissa abrió la bolsa y sacó las oscuras ramitas
secas de Fidonia Fuculensis para ponerlas sobre la mesa rosada; donde las
desordené de modo casual. Después me pasó las pajas rojizas, que ordené
metódicamente de modo radial, sin dejar que se formara un círculo perfecto,
pues prefería una estructura ovalada. Estaba todo preparado para la creación de
la obra de Arte, había tomado los alimentos adecuados para lo que quería hacer,
e ingerido un laxante hacía media hora, estaba empezando a hacer efecto.
Aunque hasta entonces había sido
vergonzoso, comencé a desnudarme como si no hubiera nadie más en aquella
habitación. Luissa se ocupó de llevar la ropa a uno de los sofás y después se
alejó de la escena, yendo junto a Álberton. Subí sobre la mesa y me acuclillé
sobre la estructura que acababa de crear. Inspiré. Me concentré en el proceso y
las ganas vinieron de inmediato.
Primero llegó una sonora ventosidad. No lo
había previsto, pero a veces era bueno tener un toque de improvisación. Una
segunda y sentí cómo la masa artística comenzaba a fluir blandamente. Plaf,
apenas escuché cómo empezaba a derramarse sobre las pajas; esperaba que el
cámara hubiera podido captar el sonido. Siguió cayendo de forma mansa,
sosegada. El acto creativo era gratificante… y oloroso. La fetidez empezaba a
esparcirse. Era algo importante.
Terminé de defecar. A mi señal, Luissa se
acercó con el papel higiénico. Estuve un buen rato limpiándome, mientras ella
sujetaba la bolsa donde lo iba depositando una vez usado. No estaba previsto
que ella pusiera cara de asco, pero daba un toque de realismo; un guiño al Arte
del pasado. Bajé de la mesa. Cerró la bolsa con el papel higiénico. Contemplé
mi obra. Blanda, abundante, fétida. Aún no estaba acabada, faltaba el toque
final.
Dudaba, así que había traído el huevo y la
piedra. Luissa había aportado el toque realista con su expresión de desagrado
ante el olor, así que opté por la piedra. Se la pedí y me la dio. Casi ovoidal,
grisácea. Perfecta. Con cuidado la acerqué al centro de la composición. La
solté. Plaf, se hundió parcialmente en la masa madre. Con el dedo presioné la parte
esférica para hundirla un poco más. Así quedaba perfecto.
Me alejé y la contemplé desde diversos
ángulos. La obra estaba terminada. Desnudo como estaba, salí de la sala y me
acerqué a mi amigo.
—Ahí la tienes. Es mi mejor obra.
—¿Tiene nombre?
—Te lo comunicaré oficialmente la semana
que viene, mientras tanto, intenta adivinarlo.
Quedó desilusionado. Era un nido, pero
seguro que se imaginaba cualquier otra cosa menos evidente. Ahora quedaba por
cumplir la segunda condición.
—¿Dónde queda el baño? —Luissa cogió la
ropa.
—La tercera puerta de la derecha.
—Álberton, ¿no te olvidas de algo?
—No lo he olvidado. Está embalada, en la
entrada.
Entré en el exótico y lujurioso baño, donde
me di una ducha y Luissa se recuperó de la fetidez soportada dándose un baño de
perfume exquisitamente caro. Cuando salimos, el cámara se había marchado y
Álberton contemplaba la obra con arrobo, ajeno o inmerso en el tufo que se
extendía por el pasillo. Ni siquiera se dio cuenta que nos marchábamos, y que
yo me llevaba el paquete que había preparado para mí.
—¿Qué ese eso que llevas?
—El pago por la obra. Te va a gustar.
Era la segunda condición que le había
impuesto, debía regalarme la escultura de cristal color espuma de mar. A mí me
gustaba el Arte de verdad, no las mierdas.
Escultura en vidiro de Matei Negrenau.
No hay comentarios:
Publicar un comentario