martes, 3 de abril de 2018

Arte Nimio


ARTE NIMIO



     —Ferdnand Hernández, se le acusa de defecar en… ¿en qué parque? ¡Maldita sea, no aparece el nombre! —pulsó un botón virtual en su mesa.

     Me habían detenido por defecar en un parque, si es que se podía considerar un parque a aquel descampado que parecía haber sido arrasado en una guerra y al que nadie parecía interesado en sacar de su lamentable estado; en parte comprensible porque estaba situado en los límites del poniente de la ciudad, casi lindando con el Espacio Municipal en el que se almacenaba la basura.

     La puerta del despacho se abrió y entró uno de los dos individuos que me trajeron al Espacio de los S.L.O.

     —Gutiérrez, ¿dónde le habéis detenido? ¡Teníais que ponerlo en el informe!

     —Estoy seguro de haberlo hecho. En el Espacio Expositivo del barrio de las Monjas Peludinas, pero el parque está cerca del Espacio Municipal de Almacenamiento Transitorio de Desechos.

     —Me quieres decir —el jefe empezaba a ponerse nervioso y las mejillas se le enrojecieron—… ¿qué le habéis seguido a través de media ciudad antes de detenerlo?

     —No, jefe. Recibimos la denuncia de una buena ciudadana que nos contó los hechos reprobables que comete este individuo y que muestra en el Espacio Expositivo del barrio de las Monjas Peludinas.

     —¡Investiguen ese Espacio! —se alteró hasta ponerse morado.

     —Lo está haciendo Galúdez. Hemos enviado al laboratorio una de las mierdas allí expuestas para demostrar que es suya —me señaló. ¡No era posible que se hubieran cargado una de las obras!

     —Mientras llegan las pruebas, trasládenlo a la sala de espera.

     El tal Gutiérrez me cogió del brazo para llevarme a la sala de espera y cerró tras de mí. De sala de espera tenía poco, pues era una habitación diminuta de color gris oscuro, sin ventanas y con una silla anclada al suelo. Qué iba a hacer sino sentarme y compadecerme de mi mala suerte. No es que la vida me sonriera, pero me iba mejor antes de la fatídica tarde en la que se me ocurrió hacer caso a mi amigo Álberton y subí a su casa.






     Álberton había descubierto un alcoholbar en el que ponían unos Mojitos fabulosos. Como estaba cerca de su casa, quedamos delante de su portal. Estaba esperándole, cuando sonó el relophon-i, era él y me pidió que subiera un momento. No me gustaba subir a su casa, porque me recordaba todo lo que él había conseguido en la vida. No quiso estudiar, se presentó a las oposiciones a político y aprobó. Yo estudié Ciencia del Espacio Exterior, después fui Sugeridor y finalmente conseguí ser dependiente en una ferreshop, gracias a las influencias de mi amigo.

     No podía negarme a subir. Tomé el lujoso ascensor hasta la planta veintiséis y salí a un descansillo en el que cabrían dos pisos como el mío, lleno de plantas cual invernadero. No tuve que pulsar el timbre, la puerta se abrió y un olor que no debería existir en un ambiente como aquel llegó a mi nariz. No sabría decir qué era, pero olía mal.

     —Pasa, Ferdnand —escuché el eco de la voz de mi amigo.

     Entré. No estaba en el recibidor, que era más grande que mi dormitorio. Contemplé mi imagen en el espejo: yo no encajaba en ese ambiente, ni encajaría en el alcoholbar al que pensaba llevarme. Mi porte, la ropa que llevaba puesta y hasta el peinado; todo me delataba como alguien a quien no sonreía la vida. Me interné en el amplio pasillo lleno arcos elípticos sostenidos por columnas curvadas, y a cada paso que daba el extraño olor se intensificaba. Debía haberse colado por alguna ventana abierta, pero habría algún sistema que lo anulara. Mis especulaciones se vinieron abajo cuando entré en el salón. Había un montón de desperdicios en el suelo, residuos plasticosos, metalicosos y orgánicos. ¿Cómo podían haber ido a parar todos juntos allí? ¿Y por qué me invitaba a atravesar el pasillo y entrar en la habitación en la que había ocurrido un terrible accidente?

     —Hola Ferdnand —soltó con una alegría ajena al problema que tenía—. ¿Qué te parece mi última adquisición?

     Sabía que lo había visto, pero no hizo ningún intento de disculparse. Dirigí entonces la mirada hacia el centro del inmenso salón, donde había una mesa poligonal de metal rosa pálido mate. Sobre la misma reposaba una figura del mismísimo color del mar tras romper contra las rocas, era de formas facetadas que ascendían hacia una pequeña cresta que se dejaba vencer como si una leve brisa hubiera soplado sobre ella.

     —Es preciosa, Álberton —avancé hacia la mesa rosa.

     —Esa no. Ésta —y para desconcierto mío, señaló al montón de basura.

     Temí que se hubiera vuelto loco, o peor aún, que sufriera aquel antiguo mal, ¿cómo lo llamaban? Síndrome de Diógenes, individuos que acumulaban basura en su casa. Me costó apartar la vista de la fascinante figura de cristal para posarla en aquel montón de porquería. Una de dos, o había perdido la cabeza o me estaba gastando una broma. Opté por creer esto último.

     —Si pretendes que te ayude a recogerlo, no pienso hacerlo. ¡Huele peor que el queso de Cabrales! —su sonrisa me hizo temer que había elegido la opción incorrecta—. Ferdnand, creo que las últimas tendencias artísticas sobrepasan tu comprensión.

     —¿Arte? ¿Te refieres a ese montón de basura?

     —¿Eso es lo que ves? Comprendo tu ignorancia. Voy a abrirte los ojos.

     —Y yo voy a taparme la nariz. ¡Haz el favor de abrir la ventana!

     —No puedo hacerlo. Estropearía la obra. Es Arte —comenzó a agitar los brazos, como si con ello quisiera esparcir el olor—. El Arte… es un modo de entender la vida, de expresar los sentimientos; ¡es algo ¡sublime! —finalizó con los brazos extendidos hacia la basura.

     Cada vez estaba más confundido. Locura o broma pesada, aún no lo tenía claro, pero no pensaba entrar en su dialéctica sobre el Arte. Era yo el que había estudiado y él, sólo un político inculto, aunque coleccionara obras de Arte.

     —El Arte es estética y también emoción —pareció hablar con la basura—, y en ese sentido hay una corriente artística que busca las sensaciones en los lugares más insospechados, allí donde a nadie se le ocurriría buscar.

     —¿Quieres decir que rebuscando en ese montón de desperdicios vas a encontrar una obra de Arte?

     —Arte Nimio —continuó como si no me hubiera oído—. Somos una sociedad harto consumista que no valora lo que tiene y se deshace de productos que en otros lugares menos favorecidos serían verdaderos lujos. Los artistas intentan que nos demos cuenta de ello a través de sus obras —dirigió su atención al montón de desechos como si fuera el amor de su vida.

     Definitivamente era locura, no podía haber elaborado una broma tan sofisticada, él no era tan profundo. El discurso que me había soltado, a buen seguro lo había memorizado del catálogo de alguno de los Espacios Expositivos a los que era tan aficionado.

     —Déjate envolver por ella, empieza a admirar los matices de la disposición de los distintos elementos que la componen, la armonía del conjunto y el aroma que destila; dejará de parecerse a lo que viste al entrar.

     No era un ignorante como se había atrevido a afirmar Álberton. Había visitado el Espacio de Arte Retrógrado del Paseo del Prado en numerosas ocasiones y me gustaban algunas de las cosas que había allí dentro. En otra ocasión fui al Espacio Expositivo de Arte Precontemporáneo Reina Sofía y aquello sí que fue una broma de mal gusto, pasé de una sala a otra apenas mirando lo que colgaba de las paredes o reposaba sobre los pedestales.

     Sabía qué hacer, iba a improvisar algo bonito sobre su basura y después le pediría que fuéramos a tomarnos el Mojito al alcoholbar que habían abierto cerca de su casa. Avancé hacia la mesa rosa que sustentaba esa preciosidad de escultura y muy a mi pesar, me volví hacia el montón de basura, como si quisiera observarlo desde un nuevo ángulo. Si no fuera un montón de desechos sería más fácil. Intenté deconstruir esa obra en sus fragmentos y volver a conectarlos como el conjunto más interesante que pudiera existir, de veras que lo intenté durante unos minutos, pero no conseguí urdir ningún piropo para la basura.

     —Nada, no consigo verlo —pese a que el olor parecía haber remitido, no fui capaz de contar ninguna mentira del montón de basura—. Vamos a tomar ese Mojito.

     —Te desinhibirá, tal vez te ayude a verlo.

     No fueron uno, sino tres Mojitos los que tomamos cada uno, que por cierto estaban deliciosos. Durante ese tiempo intentó culturizarme, artísticamente hablando. Lo único que me quedó claro fue que aquel montón de basura de su salón era una obra de Arte Nimio, lo más postvanguardista que existía en ese momento y no una obra cualquiera; era del artista más grande, Pablot Cucurutzu, del cual yo no había oído hablar. Lo más extraordinario de todo era que el Arte Nimio era efímero y la obra por la que había pagado más de lo que yo ganaba en un año, caducaría en apenas una semana, momento en que el artista enviaría a un ayudante para retirarla.






     Escuché la llave en la cerradura de la sala de espera y la puerta se abrió. Entró Gutiérrez y agarrándome del hombro, me trasladó de nuevo al despacho, donde Galúdez le estaba entregando una carpeta al jefe. Éste la abrió.

     —¿Qué es esto? —al jefe se le puso la cara azul, como si fuera un alienígena de la galaxia M51.

     —Volví al Espacio Expositivo a recabar una nueva prueba, tampoco pertenece al detenido. Jefe, creemos que no ha sido él.

     —¡No tenían derecho a destruir mi obra! —con esa, se habían cargado dos.

     —No nos mientas, Ferdnand; no es tuya —intervino Galúdez—, es de perro.

     —El que puso la denuncia va a tener muchas cosas que explicar —dijo el alienígena.

     —Eso es lo mejor de todo, jefe —dijo Gutiérrez.

     —No se lo va a creer —Galúdez soltó una carcajada, antes de ver la cara del jefe volverse morada.

     —Una tal Luissa Pérez —continuó Gutiérrez.

     —Imposible —la denuncia tenía que ser falsa—, ¡es mi mujer!

     El jefe se quedó sin respiración al tiempo que me taladraba con la mirada. Si las miradas mataran… estaría muy, pero que muy muerto.

     —¡Quiero ver esa denuncia! —me atreví a desafiar a los ojos asesinos.

     Galúdez comenzó a reírse, Gutiérrez se contagió y el jefe se les unió en cuanto recuperó el color azul.

     —Lleváoslo donde no le vea y traed a esa Luissa Pérez; nos debe algo más que una explicación.

     Me agarraron cada uno de un hombro para trasladarme de nuevo a la sala de espera y volvieron a cerrar con llave, como si fuera un peligroso delincuente. Habían destruido dos de mis obras y ahora incriminaban a Luissa, ¿qué más podía ocurrir? Fui incapaz de permanecer en la silla y empecé a dar vueltas como un animal enjaulado.






     Quería mostrar mi Arte, y nadie acudía al Espacio Expositivo. Alguien se hacía pasar por mi mujer, me denunciaba y acababa detenido y con dos obras destruidas. Nunca lo conseguiría. Había estudiado y me consideraba una persona culta, pero no me había servido de nada; era un fracasado. Álberton no había estudiado, pero supo qué hacer; la vida le sonreía, ¡y de qué modo! 

     Después de aquella tarde en que contemplé el montón de basura que resultó ser una obra de Arte, estuve buceando en la WEBA para averiguar todo lo que fuera posible sobre el Arte Nimio, conocido popularmente como Arte Guarro. No sabía que haberme topado con este Arte iba a cambiar el curso de mi vida a peor.

     Pablot no era el primer artista que había comenzado a trabajar con materiales de desecho, ni siquiera era un artista conocido cuando consiguió una beca para mostrar una obra en aquel Espacio Expositivo Fundacional de segunda. Su obra desapareció a la mañana siguiente de la inauguración. Un joven periodista se interesó por el tema. ¿Quién robaría la obra de un joven aspirante a artista totalmente desconocido? ¿Acaso era una futura promesa? ¿Alguien había vislumbrado su potencial? Se puso a trabajar en ello y tras una ardua labor detectivesca descubrió lo que realmente había ocurrido: el equipo de limpieza del Espacio Expositivo había hecho desaparecer lo que creía era el resultado de los excesos etílicos de los asistentes a la inauguración, un amontonamiento de desperdicios. Ese fue el comienzo del ascenso meteórico de Pablot Cucurutzu.

     La noticia apareció en ESTE PAÍS y el nombre del artista corrió de boca en boca. El Ministerio de Estética y Seguridad Social le encargó una obra por la que pagó una fortuna y a partir de ese momento, se convirtió en un Gran Artista. Cinco años llevaba el tal Cucurutzu saqueando el Espacio Municipal de Almacenamiento Transitorio de Desechos para hacer montoncitos, que pese a lo efímero de su existencia, cobraba como si valieran su peso en oro. Era millonario y ya ni siquiera se molestaba en ir a los basureros, lo hacían sus discípulos.






     Pasó mucho tiempo antes de que Galúdez abriera la puerta de la salita de espera.

     —Puedes irte —soltó con una medio sonrisa.

     —Me debéis una explicación. La denuncia era falsa. ¿Y mi mujer?

     —Vete, no nos hagas perder más tiempo —comenzó a reírse.

     Al salir del Espacio S.L.O., vi a Luissa en la acera de enfrente. Parecía sonreír. ¿Es que todos se habían vuelto locos? Antes de que pudiera cruzar, un individuo empezó a tomarme imágenes y de pronto había una mujer a mi lado diciendo que le explicara el motivo de la detención. Contuve la violencia que latía dentro de mí, pensando que tenía que haber una explicación lógica para todo aquello, así que permanecí quieto mientras Luissa cruzaba y venía hacia mí, más alegre de lo que debería estar en las circunstancias actuales.

     —¿Qué es eso de que me has denunciado? —hubo más imágenes, pero eso era lo que menos me importaba en aquel momento.

     —Te han soltado, eso es lo que importa. Vamos a dar un paseo, después atenderemos a esta pareja —y me agarró del brazo—. Nos vemos en el refreshbar de ahí enfrente dentro de un rato —se dirigió a los periodistas.

     Su alegría era muestra de que no lo había hecho, pero necesitaba saber qué había pasado.

     —Dime qué es lo que ha ocurrido —dijo en cuanto estuvimos suficientemente lejos de los periodistas.

     Ella no había sido. Le conté cómo me detuvieron, todo lo ocurrido en el Espacio de los S.L.O., que el jefe se ponía azul, que se habían reído de mí y cómo buscando pruebas incriminatorias, habían destruido dos de las obras. Se detuvo y me besó en la mejilla.

     —No te preocupes, todo va a salir bien. Escúchame bien y no me interrumpas. Te denuncié, pero no es lo que piensas —primero los S.L.O. y ahora ella. Quise salir corriendo, pero en ese momento me sentí un fracasado sin ánimo siquiera para huir.

     —¿Por qué lo hiciste?

     —Por celos, porque creía que tenías una aventura y por eso pasabas tanto tiempo fuera de casa. Sé que no es cierto, pero algo tenía que decirles. Me han puesto una multa por perjurio.

     —¿Qué?

     —No te preocupes por eso, no tiene la menor importancia.

     —No llegamos a fin de mes, ¿cómo no la va a tener?

     —En cuanto lean la prensa, habrá mucha gente que querrá venir a conocer tu obra. Unos por curiosidad, otros por morbo, pero lo que cuenta es que empezarás a ser conocido y entonces, la multa será la menor de nuestras preocupaciones.

     —¿De verdad crees que sucederá así?

     —Estoy convencida, así que vamos al refreshbar, a forjar tu futuro como artista.

     Esperaba que tuviera razón. Era una mujer inteligente, así que una vez llegados allí, dejé que llevara el peso de la conversación. Su versión de lo sucedido resultó bastante más interesante que la que hubiera expuesto yo, que tan sólo era el artista; ella iba a ser mi representante.






     Después de haberme empapado en Arte Nimio, en particular del arte cucurutzqueño, había vuelto a casa de Álberton dispuesto a discutir sobre lo que seguía sin considerar Arte delante de un mojito. Su casa había dejado de oler mal. La obra de Pablot había sido retirada hacía dos días, pese a lo cual mi amigo no estaba triste, muy al contrario, se alegraba de haber podido disfrutarla mientras duró. La escultura de cristal había abandonado el privilegiado lugar sobre la mesa rosada, para ocupar el nicho en la pared del fondo del salón y una nueva adquisición ocupaba su lugar: un pedazo de botón iridiscente pegado sobre lo que parecía un chicle morado.

     Tras aguantar la disertación sobre su nueva obra de Arte, conseguí que bajáramos al alcoholbar, donde continuamos hablando de ella, de su autora Olga Potentov y del Arte Nimio en general.

     Tres mojitos después, pensé que había individuos con mucha suerte, porque siempre había adinerados como Álberton dispuestos a regalarse ese tipo de Pseudoarte. En el fondo, era un modo fácil de ganar dinero, siempre que uno fuera un caradura. Fue entonces cuando se me pasó por la cabeza una idea descabellada. A Luissa y a mí nos costaba llegar a fin de mes, así que debería convertirme en un artista de estilo Nimio. De haber sabido lo que me iba a ocurrir a la semana de haber inaugurado la exposición, no lo habría intentado. 

     La idea que surgió en estado de embriaguez mojística, no convenció a Luissa, pero me dejó experimentar. En mi tiempo libre empecé a acudir a exposiciones de Arte Nimio y a cualquier otra que oliera a Vanguardia. Un buen día me animé a realizar la primera inversión para convertirme en artista Nimio y compré una cámara tridimensional de segunda mano. Luissa no dijo nada, aunque la última semana de ese mes comiéramos patatas cada día.

     Cámara en mano, me dirigí al Espacio Municipal de Almacenamiento Transitorio de Desechos. Olía a Arte Nimio y no quise sumergirme demasiado pronto en su intensa y desagradable fragancia, así que vagabundeé junto a la verja que delimitaba el recinto, siempre con la brisa soplando hacia la basura. De vez en cuando me detenía y tomaba una imagen de algo que me parecía interesante, no desde mi punto de vista, sino del estrictamente profesional. Aquello no era Arte, sabía que los desperdicios acumulados de forma aleatoria sin la intervención del artista nunca lo eran, pero una vez llegaba a casa, estudiaba las imágenes e intentaba imaginar qué tipo de intervención debería realizar en aquella basura para transformarla en algo Nimio; es decir, en dinero.

     Las semanas transcurrían sin que encontrara qué era lo que debía hacer, así que una tarde me decidí a dejar la cámara y entré en el Espacio Municipal de Almacenamiento de basura para tomar una muestra de lo que había allí. Luissa se negó a que aquello entrara en casa, así que tuve que trabajar en el balcón.

     Después de seis meses, había empezado a dudar de mi capacidad para convertirme en artista. Había vuelto con la cámara al Espacio Municipal de Almacenamiento Transitorio de Desechos y seguía sin encontrar mi fuente de inspiración, así que un día ni siquiera me acerqué, paseé sin rumbo por los límites del barrio cercano al mismo hasta llegar a lo que parecía un jardín a medio construir y abandonado. Al borde del camino había un montículo sobre el que crecía un ejemplar de Fidonia Fuculensis, cargada de flores naranjo-violetas. Sabía su nombre porque a Luissa le gustaban, pero nunca logró sacarlas adelante, las semillas morían al poco tiempo de haber brotado.

     Tomé una sola imagen. Después de tanto tiempo me encontraba seguro, estudiaba el motivo y sabía dónde debía colocarme para obtener una buena imagen sin necesidad de hacer un montón de disparos y dedicarme a seleccionarlas en casa.

     Coloqué la imagen a los pies de la cama y la apagué. Cuando Luissa llegó a la sala de reposo y se sentó en la cama, la encendí. Se sorprendió, emocionó y me abrazó, antes de sumergirse en la contemplación de la Fidonia. Era una buena imagen. La actuación que había llevado a cabo sobre ese pedacito de realidad había quedado convertido en algo hermoso; tal vez fuera Arte, y fue el momento en que Luissa empezó a creer en mí como artista.

     Contemplé con arrobo la imagen tridimensional que había creado. Una planta frondosa y oscura, coronada por espectaculares flores bitono, naranja y violeta. Hierbas salvajes ascendiendo por la pendiente entre terrones secos y oscuros. Había llovido en con ganas los últimos días, los terrones deberían haberse deshecho. Me acerqué a la imagen y Luissa me reprendió por taparle la vista. Sería sólo un momento.

     No eran terrones, eran cagadas. En mis devaneos por el barrio había observado que mucha gente salía a pasear con su mascota, pero estaba prohibido que éstas defecaran fuera del hogar; era algo ilegal, y de pronto comprendí que lo iba a convertir en Arte. Eso era por lo que Luissa me había denunciado, tenía visión de futuro. Ella sería mi representante y me convertiría en un gran artista. Yo solo jamás lo habría conseguido, lo supe cuando la periodista me hizo la última pregunta.

     —¿Qué piensa de su futuro como artista?

     Luissa se volvió hacia mí y su mirada me animó a responder.

     —Desconozco el futuro, pero creo que mi mejor Arte está por llegar.






     Imágenes de cagadas ilegales de perro. Así es como dio comienzo mi andadura. Un día me atreví a recoger uno de aquellos excrementos con su parcelita de tierra, hierbas y una piedrecilla. La introduje en una caja plasticosa que mantuve húmeda para su preservar la frescura. No necesité efectuar demasiados cambios para convertirlo en mi primera obra de Arte. A esa primera obra le siguieron muchas más, todas fueron cagadas recolectadas en el mismo parque.

     Lo difícil fue lograr exponer las cagadas y ahí fue donde comenzó la labor de Luissa como mi futura representante, logró convencer al Comisario del Espacio Expositivo de nuestro barrio cuando el artista que iba a exponer se negó a hacerlo alegando miedo escénico. Después me enteraría que lo que ocurrió realmente fue que el día anterior a la inauguración aún no había empezado a trabajar en su obra y claro, no le dio tiempo a presentarla.

     A la inauguración de mi exposición acudimos el Comisario de la misma, el conserje que cuidaba el Espacio, el Concejal del barrio, Álberton, Luissa y yo. Mi amigo, al que tanto gustaba el Arte de vanguardia, no estaba impresionado con las cagadas ni con las imágenes del proceso de transformación en obra de arte de las mismas, de hecho se atrevió a comentar que aún estaba un poco verde como artista.

     Transcurrió una semana en la que nadie acudió a ver la exposición, salvo dos niños pequeños que entraron e hicieron pedorretas sobre sus brazos. Desinterés e hilaridad, eso era lo que provocaba mi Arte. La segunda semana mi suerte cambió a peor, entraron dos S.L.O. y me detuvieron sin darme ninguna explicación; qué vergüenza pasé. Lo que no sabía entonces era que todo aquello formaba parte de un plan orquestado por Luissa para darme a conocer.






     Había pasado casi un año. Una detención, una periodista y un fotógrafo; fue todo lo que hizo falta para que mi nombre saltara a la palestra. El Artista que fue detenido por defecar en el parque, cuyas artísticas cagadas fueron analizadas y resultaron ser de perro; yo ni siquiera tenía uno. Tampoco pudieron culparme por limpiar el parque de excrementos, pero sí procesaron a Luissa por acusarme falsamente y tuvimos que pagar una multa pidiéndole el dinero a Álberton.

     A los dos días de haber salido en la prensa, una importante galería de la capital me pidió que expusiera en su Espacio, ofreciéndome una cantidad de dinero que nunca habría podido imaginar. A esa exposición le seguirían tres más y pasé a ser conocido como el Artista de las Cagadas. El parque comenzó a estar vigilado para que los perros no delinquieran, así que tuve que empezar a utilizar mis propias deposiciones, y también las de Luissa.

     Logré dominar el arte culinario enfocado en la defecación, o sea que sabía qué debía comer para que la deposición fuera blanda o dura, clara u oscura e incluso de coloración verdosa, más o menos olorosa, de una sola pieza o fraccionada… La obra de Arte que surgía a partir de ellas era diferente cada vez: cascada sobre roca estratificada, conífera coronada, documento invalidado…

     Mi fama creció como la espuma, al mismo ritmo que los ingresos, y en menos de tres años llegaron a considerarme grande entre los Nimios. Encontré una referencia a un artista de hacía décadas que llegó a exponer “mierda de artista”, pero nadie se había vuelto a acordar de él y me consideraban único en mi Arte, hasta el punto de que nadie más se atrevía a trabajar con la mierda para no ser considerado un plagiador. Álberton dejó de considerarme un aspirante a Artista y quiso tener una obra mía; no una cualquiera, sino la mejor. Habría podido cobrarle lo que quisiera, pero preferí ponerle dos condiciones, la primera era que la obra sería creada directamente sobre la mesa rosada, donde quedaría expuesta hasta que caducara.

     Llegó el gran día y nos presentamos en casa de Álberton. Un cámara, Luisa y yo. No se lo había mencionado a mi amigo, pero el proceso de creación iba a ser grabado en cuatro dimensiones. Tenía la intención de crear un documental que llegaría a las salas de proyección de los principales Espacios de Arte Vanguardista. Mi amigo se sorprendió, pero no puso objeción alguna, en el fondo le halagaba porque adquiriría fama como coleccionista.

     El cámara estudió la luz, corrió las cortinas del salón, encendió un par de focos de luz cenital y distribuyó los micrófonos, recogeolores y demás aparatos. Álberton estaba emocionado, observando desde el pasillo donde le dije que permaneciera. Entonces empezó la creación de la obra de Arte. Luissa abrió la bolsa y sacó las oscuras ramitas secas de Fidonia Fuculensis para ponerlas sobre la mesa rosada; donde las desordené de modo casual. Después me pasó las pajas rojizas, que ordené metódicamente de modo radial, sin dejar que se formara un círculo perfecto, pues prefería una estructura ovalada. Estaba todo preparado para la creación de la obra de Arte, había tomado los alimentos adecuados para lo que quería hacer, e ingerido un laxante hacía media hora, estaba empezando a hacer efecto.

     Aunque hasta entonces había sido vergonzoso, comencé a desnudarme como si no hubiera nadie más en aquella habitación. Luissa se ocupó de llevar la ropa a uno de los sofás y después se alejó de la escena, yendo junto a Álberton. Subí sobre la mesa y me acuclillé sobre la estructura que acababa de crear. Inspiré. Me concentré en el proceso y las ganas vinieron de inmediato.

     Primero llegó una sonora ventosidad. No lo había previsto, pero a veces era bueno tener un toque de improvisación. Una segunda y sentí cómo la masa artística comenzaba a fluir blandamente. Plaf, apenas escuché cómo empezaba a derramarse sobre las pajas; esperaba que el cámara hubiera podido captar el sonido. Siguió cayendo de forma mansa, sosegada. El acto creativo era gratificante… y oloroso. La fetidez empezaba a esparcirse. Era algo importante.

     Terminé de defecar. A mi señal, Luissa se acercó con el papel higiénico. Estuve un buen rato limpiándome, mientras ella sujetaba la bolsa donde lo iba depositando una vez usado. No estaba previsto que ella pusiera cara de asco, pero daba un toque de realismo; un guiño al Arte del pasado. Bajé de la mesa. Cerró la bolsa con el papel higiénico. Contemplé mi obra. Blanda, abundante, fétida. Aún no estaba acabada, faltaba el toque final.

     Dudaba, así que había traído el huevo y la piedra. Luissa había aportado el toque realista con su expresión de desagrado ante el olor, así que opté por la piedra. Se la pedí y me la dio. Casi ovoidal, grisácea. Perfecta. Con cuidado la acerqué al centro de la composición. La solté. Plaf, se hundió parcialmente en la masa madre. Con el dedo presioné la parte esférica para hundirla un poco más. Así quedaba perfecto.

     Me alejé y la contemplé desde diversos ángulos. La obra estaba terminada. Desnudo como estaba, salí de la sala y me acerqué a mi amigo.

     —Ahí la tienes. Es mi mejor obra.

     —¿Tiene nombre?

     —Te lo comunicaré oficialmente la semana que viene, mientras tanto, intenta adivinarlo.

     Quedó desilusionado. Era un nido, pero seguro que se imaginaba cualquier otra cosa menos evidente. Ahora quedaba por cumplir la segunda condición.

     —¿Dónde queda el baño? —Luissa cogió la ropa.

     —La tercera puerta de la derecha.

     —Álberton, ¿no te olvidas de algo?

     —No lo he olvidado. Está embalada, en la entrada.

     Entré en el exótico y lujurioso baño, donde me di una ducha y Luissa se recuperó de la fetidez soportada dándose un baño de perfume exquisitamente caro. Cuando salimos, el cámara se había marchado y Álberton contemplaba la obra con arrobo, ajeno o inmerso en el tufo que se extendía por el pasillo. Ni siquiera se dio cuenta que nos marchábamos, y que yo me llevaba el paquete que había preparado para mí.

     —¿Qué ese eso que llevas?

     —El pago por la obra. Te va a gustar.

     Era la segunda condición que le había impuesto, debía regalarme la escultura de cristal color espuma de mar. A mí me gustaba el Arte de verdad, no las mierdas.

Escultura en vidiro de Matei Negrenau.


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