miércoles, 16 de mayo de 2018

A la moda


A LA MODA

     Tuve un nuevo ataque de tos que me provocó un leve dolor de cabeza, lagrimeo y un atasco de nariz que me obligó a respirar por la boca. La pharmamédico dijo que parecía una variante de la gripe F, pero en vez de recetarme la dosis necesaria para la resalutación, había llamado al pharmainspector; y eso resultaba preocupante. Poco después, la puerta se abrió y unas botas que parecían pisar escarabajos se fueron acercando hasta situarse en algún lugar a mi derecha.
     —Phélix Fin. Póngase en pie —fueron palabras cortantes, de alguien acostumbrado a mandar.
     Era un inspector, así que hice lo que me pedía sin rechistar; de lo contrario podría ser expulsado del sistema pharmasanitario y no gozaba precisamente de buena salud en ese momento. La pharmamédico miraba la pantalla de su unidad computerizada como si aquello no fuera con ella.
     —Vuélvase —lanzó una nueva orden.
     Me volví hacia el hombre de rostro serio con uniforme morado oscuro. Me miró de arriba abajo como si fuera un escarabajo y acto seguido sacó una cámara del bolsillo para tomar una tridimagen de mi persona sin pedirme permiso, lo cual era ilegal.
     —Acompáñeme —fue su tercera orden. ¿No sabía dialogar?
     Seguí a las suelas que sonaban a escarabajos pisoteados hasta el ascensor, donde estornudé repetidas veces, entonces sacó un espray y lo roció en torno a su rostro antes de pulsar el botón del sótano. ¿Entraría dentro de su dosis de pharmamedicamentos preventiva?
     El sótano resultaba un lugar deprimente, tan gris y oscuro que parecía que hubiéramos abandonado el pharmahospital. Seguí a los escarabajos pisoteados, tosiendo y moqueando, a través de aquellos pasillos tan poco saludables, hasta que abrió una puerta y entró. Tomó asiento en la butaca y empezó a laborar en la unidad computerizada. La habitación no era diferente a lo que habíamos dejado atrás, una mesa pequeña, una butaca y un taburete en el que no me atreví a sentarme; todos ellos plasticosos y de un color indefinido.
     —Firme ahí.
     En la mesa frente a mí, había una pantalla flexible con tactolápiz. En el documento aparecía la foto que había tomado sin mi consentimiento. Firmé sin leer lo que ponía, porque cualquiera le llevaba la contraria; podría tener consecuencias tan funestas como ser expulsado del sistema pharmasanitario, lo que equivalía a una muerte segura.
    —Pharmasanidad no cubre las afecciones derivadas del uso de una vestimenta inadecuada durante la estación invernal. Tendrá que pagar de su bolsillo los gastos de resalutación.
     —Sólo tengo veintiséis años —la voz me tembló. Era la primera vez que me dirigía a él—. Aún soy prelaborador y no tengo modo de pagar la medicación —estornudé tres veces seguidas.
     —Va casi desnudo y ni siquiera lleva una capa protectora. ¡Inconsciente! ¡Retírese!
     Salí del despacho con un ataque de tos y moqueando. ¿Qué culpa tenía de haber contraído la gripe F? Tomaba la medicación mensual preventiva, así que correspondía a PharmaSalud cubrir las enfermedades imprevistas. Pensaba que estando en la unidad familiar tenía todo cubierto y al parecer no era así. Una capa protectora de tecnocrilato transparente no era precisamente barata y mis padres se negaron a comprármela alegando que podía vestir como un ser normal y dejarme de tonterías; fue entonces cuando me fui de casa.
     Estornudé varias veces al salir del edificio. Hacía frío, aunque apenas lo sentía y no estaba dispuesto a cambiar mi modo de vestir por la estrechez de miras de los arcaicos; ninguno de ellos, ni el inspector ni mis padres iban a decidir mi modo de expresarme, ellos ignoraban que yo tenía mi propia personalidad. Volví a estornudar, se me atascó la nariz y empecé a toser sin parar. Esperaba encontrarme bien para el día del concierto.

...

     No podía ser… ¿o sí? Cada tarde, al salir del Centro Superior de Conocimientos Nanotecnológicos, pasaba por aquella calle, y nunca se me ocurrió detenerme ante el vulgar escaparte de aquella modashop que desentonaba en la zona más cool de la ciudad; pero algo había cambiado, por lo pronto su nombre, ahora se llamaba ModaShane. Tal vez lo que estaba viendo mereciera la pena.
     Crucé la calle y me acerqué al escaparate. ¡Oh, qué cool! Aquel, era de lejos el mejor monovestido que había visto. ¡Qué cool! Era una auténtica monada, nada de los habituales desgarrones a lo largo de brazos, piernas y abdomen; el conjunto en sí era un puro desgarro, y presentaba un color indefinido, entre elegante y sucio. Era muy, pero que muy cool, no había visto nada igual.
     Tendría que convencer a mamá y ya me imaginaba lo que me iba a decir: Elhossia, tus estudios nos cuestan una auténtica fortuna, y acabo de comprarte un vestido —el que llevaba puesto—, y tienes el armario lleno. Tenía razón, pero nada de lo que tenía se podía comparar con el monovestido del escaparate. Encontraría el modo de convencerla, aunque tuviera que destrozar éste. En ese momento, la puerta de ModaShane se abrió y asomó una mujer de unos treinta y cinco años.
     —Impresiona. ¿Verdad?
     —Me parece una auténtica obra de arte.
     —Es un puro zarpazo. Deberías apreciarlo de cerca —me trataba como si en vez de estudiante fuera laboradora.
     —Me gustaría.
     La dependienta me abrió la puerta cual sugeridora, tal vez lo fuera. Se acercó al vestido, cuidando no ocultarlo a mi vista. Como bien había dicho, era un puro zarpazo, auténticamente salvaje. Cool, totalmente coooool.
     —Es un diseño de Cocot Lapit, el diseñador que ha deslumbrado a la gente más elegante al otro lado del Océano Atlántico —allí estábamos solas las dos y ella seguía explayándose, alabando emocionada y a partes iguales al diseñador y al monovestido—… Te sentaría genial. ¿Quieres probártelo?
     Sonaron las palabras que estaba deseando escuchar, las que jamás habría pronunciado una sugeridora, así que ella era la vendedora, o la dueña de la modashop.
     —Me gustaría —no pude resistirme a su invitación.
     El vestuario era la habitación trasera. La dependienta me ayudó doblando el vestido que acababa de quitarme y que en ese momento me pareció de un vulgar subido. Lo colocó con sumo cuidado sobre uno de los cubos que había en la habitación, esa sería la última vez que recibiera un trato tan exquisito, porque el vestido iba a sufrir un desgraciado accidente.
     Los enormes espejos me mostraron una nueva y maravillosa imagen en la que me costó reconocerme. El fabuloso monovestido de Cocot Lapit me ajustaba a la perfección, estaba hecho para mí. Giré, me balanceé y agaché. Perfecto, aunque las bragas oscuras se veían horribles. Tendría que usarlo sin ellas, lo cual plantearía un problema con mamá.
     La dependienta había permanecido sentada en uno de los cubos observándome. Se levantó, vino hacia mí y arrugó la poca tela que había sobre el hombro con suma delicadeza, instantes después tenía unas pinzas diminutas colocadas sobre la doblez. Después realizó la misma operación sobre el otro hombro antes de volver a alejarse.
     —Ahora sí, te queda perfecto.
     Tenía toda la razón, la prenda me ajustaba como un guante, el desgarro resultaba divino y el color destacaba el tono tostado de mi piel; un color que variaba sutilmente al ponerle los dedos encima, sugiriendo un tacto entre metálico y carnoso.
     —Es aramidha microcarbónida y es la primera vez que se usa en una prenda de vestir. Además, los enlaces electroquímicos del tejido proporcionan calor incluso allí donde no hay tejido, no necesitarás llevar capa. Ah, se me olvidaba mencionar que va acompañado de un conjunto de lencería que habrá que teñir. ¿Me permites que tome nota del tono de su piel? —acababa de resolver el detalle que daría a mamá un argumento para no comprármelo.
     —Por supuesto —sin duda era una buena vendedora y me ayudaría a convencer a mamá.
     El monovestido estaba hecho para mí. Combinaría con unas deportivas de dos piezas, esas que iban sesgadas por arriba de la puntera al talón. Tal vez fuera posible forrarlas en aramidha microcarbónida, por supuesto del mismo tono del vestido.

...

     Llevaba una semana en la cama y apenas había comido ni bebido durante ese tiempo. Era el gran día y no me sentía con fuerzas para salir, pero mis amigos dijeron que no me lo podía perder y me levantaron a la fuerza. Dijeron que olía mal y me metieron en la ducha. La okupvivienda no era un dechado de comodidades y el agua fría no me sentó demasiado bien. Quise volver a la cama, pero lo impidieron y poco después me encontraba en la calle, tomado de ambas manos como si fuera un pequeñajo.
     Dijeron que se me pasaría la tontuna con un poco de aire fresco, que en realidad era muy frío. Se quejaron de tener que tirar de mí, pero estaba cansado y me costaba caminar, así que acabaron soltándome. Lo aproveché para rezagarme y aunque resultara vergonzoso, me bajé la camiseta hasta el ombligo y tiré de los pantalones hasta que no quedó ningún centímetro de piel expuesta al gélido frío; fue algo así como llevar una capa.
     Los extranjeros eran muy puntuales y casi llegamos tarde por mi culpa, pero apenas me tenía en pie y no podía caminar más rápido. En cuanto vieron cómo llevaba la ropa se escandalizaron y me llevaron tras un contenedor de basura. En el hediondo lugar me enrollaron la camiseta al cuello afianzándola con el tirante y pese a las protestas, me bajaron los pantalones y ciñeron el cinturón en torno al muslo como si fuera un torniquete. No me gustaba que me tocara alguien de mi sexo. Pasando frío de nuevo, entramos en el recinto del concierto.
     El sublime bateronista realizó una introducción genial, tras la cual presentó a Printin, que no se hizo esperar. Rasgueó la guitarra alitrónica como sólo él sabía hacer, no en vano era su creador. Comencé a bailar a pesar de estar cansado, porque con la ropa bien puesta tenía un frío espantoso y no paraba de toser y moquear; pensé que si lograba sudar se me pasaría. Maldita gripe F, ¿cómo la habría pillado?
     Al segundo tema la tiritona empezó a remitir, no así el cansancio; me habría encantado quedarme en casa bajo la manta, pero no podía fallar a mi tribu, sin ellos no era nadie. Me pasaron la botella de whiskín que habían logrado meter en el recinto y al segundo trago, las toses se espaciaron. Fue entonces cuando me fijé en la joven cuyos movimientos sensuales resucitarían a un muerto, o a un enfermo de Gripe F sin resalutación, porque de inmediato me sentí más animado. Era una pij-i-llina, y su vestido no podía estar más destrozado, pero tenía un buen revolcón. La perfección no existía, así que debía ser fea de espanto.

...

     Sólo quería bailar mientras escuchaba al gran Blus, era el mejor. Lástima que tuviera que compartirlo con la panda de undi-grauns que tenía delante, adolescentes indecisos y llenos de prejuicios empeñados en contrariar toda norma sin una razón válida o convincente. Sólo había que mirarlos, cómo tapaban los agujeros de la ropa con tejidos que ellos mismos grapaban con torpeza.
     Me volví para no tener que sufrirlos, y entonces apareció aquella cara desamparada. Era una lástima, pero aquella noche tenía bastante con escuchar a Printin. Continué el giro y me volví hacia mi ídolo en el momento en que concluía “Nacido en Este País” con aquel rasgado tan particular que sacaba a su guitarra alitrónica. Aplaudí con entusiasmo, mientras Blus se secaba el sudor de la frente con el paño violeta que colgaba de la alitrónica. Le adoraba por su música, pero estaba tan seguro de sí mismo, sabedor de que nos tenía a todos rendidos a sus pies, que nunca sería mi tipo.
     —¿Unos toquecitos, nena? —no podía creer lo que veía. Ante mí tenía un mocoso al que sacaba una cabeza.
     ¡Undi-graunds descerebrados con las hormonas alteradas! ¿Cómo se atrwvían a proponerme tal cosa? Amparado en los tres amigos que le rodeaban, en manada, no podía ser de otro modo. Dio comienzo “Pharmarrechazado”, un tema polémico que sólo alguien como él podía permitirse, lo cual me dio ánimos para lanzar un gesto obsceno a los undi-grauns y seguir bailando mientras buscaba un lugar más agradable hacia la zona en que había asomado la cara desamparada. 
     Acaababa de pasar de undi-grauns a no-niuds, no es que me cayera especialmente bien una tribu que se empeñaba en llevar la ropa en torno al cuello y los tobillos, pero al menos habían dejado atrás la estúpida adolescencia.

 ...
 
     Pues no estaba mal de perfil, con esa nariz respingona, esos labios carnosos, y esa barbilla redondita redondita; pero al volverse, sobrepasó todas mis expectativas y sufrí un tremendo ataque de tos. Tenía el rostro más impresionante que hubiera contemplado jamás, acompañado de un físico tan espectacular como el de las chicas de los videojuegos. Parecía más joven que yo, pero de todos modos, no me iban las pij-i-llinas.
     La pij-i-llina continuaba contoneándose mientras se abría paso hacia nuestro grupo, y debían ser imaginaciones mías, no apartaba los ojos de mí. Pedí el whiskin para detener la tos y acabé la botella. Enredé los dedos en la camiseta. El tirante se soltó y comencé a desenrollarla. ¿Por qué estaba nervioso? Tenía una pinta asquerosa, resultaba del todo imposible que se fijara en mí. Y yo, ¿por qué no apartaba la mirada o me daba la vuelta? Tal vez lo que me atraía de ella, era saber que podría pagarse la resalutación de todas las gripes que contrajera, el mundo estaba mal repartido.
    Phélix —mi amigo me soltó un manotazo y comenzó a subirme la camiseta—; estás haciendo el ridículo. 
     —Déjame —aparté sus manos—, ya lo hago yo.
      Blus susurraba el estribillo de "Pareja sexual" y no quería que ella pudiera creer que el idiota de mi amigo y yo teníamos un lío. Tosí y me entró la tiritona. ¿Cómo se iba a fijar semejante diosa en mí?
 
...
 
      Sabía que era atractiva, pero jamás había provocado una reacción tan bestial; en cuanto supo que iba por él, comenzó a temblar. Por detrás de mí, sobre el escenario, el gran Blus interpretaba “Pareja sexual”, una de sus mejores baladas. No sabía qué era mejor, si su voz o el modo en que hacía hablar a su guitarra alitrónica. Como era costumbre hacer en las baladas, torcí la cabeza hacia la derecha y empecé a girarla lentamente. 
     Le tenía muy cerca y temblaba el pobrecito. Había dejado de bailar, estaba asustado y tenía la frente brillante por el sudor, como Blus. Todo él temblaba, había provocado en él una impresión bestial. Abrí los labios como si fuera a besarle, entonces él inclinó la cabeza y comenzó a girarla.
     Tenía todas las las miradas de los no-niuds clavadas en mí, pero al contrario de los undi-grauns, éstos se habían ido apartando a sabiendas de quién era el que me interesaba, el único necesitado de todos ellos.
     —Voy a cuidad de ti —le dije al oído y cogí su mano—. Lo siento Blus, él me necesita —dije para mí.
 
...
 
     La diosa se había situado frente a mí y no apartaba la mirada. Abrió esa boca sensual, aunque no dijo nada. Me hubiera gustado besarla, pero lo único que hice fue inclinar la cabeza y empezar a girarla. No iba a ocurrir, en cuanto viera lo mal que estaba se alejaría. Podría haberme sucedido unas semanas atrás, cuando aún me encontraba bien, pero había tenido que encontrarla en el peor momento. Acercó el rostro al mío y una voz mucho más hermosa que la de Printin, dijo que iba a cuidarme; eso fue lo que entendí. 
     Su mano agarró la mía, con la otra acarició mi cabeza y sin dejar de mecerse sensualmente, tiró de mí alejándome de mi tribu. Iba a cuidar de mí, tal vez fuera pharmamédico y quería resalutarme, y si además quería unos toquecitos, tampoco me importaría. 
     Atravesamos un enjambre de sombras humanas con algunas de las cuales tropecé, pero ella estaba allí para disculparme ante ellos y evitar que cayera; había empezado a ayudarme. La travesía resultó larga y agotadora, tuve que emplear unas fuerzas que no tenía, y al fin llegamos a una zona más despejada. Deseaba tanto detenerme y poder sentarme aunque fuera un momento, pero no quería contrariar a la diosa que me iba a cuidar.
     Llegamos a un jardín donde había una pareja dándose toquecitos en el banco y más allá, sobre el césped, otras dos. La voz de Blus Printin sonaba lejana. Fue un alivio poder descansar, ella me ayudó a recostarme sobre la hierba y no me importó que estuviera fría. Esperaba que no hubiera escarabajos, me daban mucho asco. Se sentó a mi lado y su pierna se acomodó cálida en el costado. Tenía la impresión de que me contemplaba fascinada, como si fuera el no-niud más guapo del mundo. Acarició mi rostro con suavidad, descendió por la garganta y depositó su calor sobre mi pecho; fue como recibir una dosis de pharmamedicinas de efecto rápido. 
 
...
 
     Temblaba de frío y debería haber llevado una capa. No entendía la moda no-niud, estaba bien para el verano, pero era terrible en una noche tan fría. Me necesitaba, como nadie me había necesitado jamás, necesitaba que le transmitiera un poco de calor, así que empecé a acariciarle. Sus ojos me miraron tiernamente antes de cerrarse. Las caricias no le animaban, así que me tendí sobre él y absorbí su frialdad, más propia de un bloque de marmolina que de un ser humano. Abrió los ojos y me sonrió. 
     Me excité sobremanera cuando comencé a masajearle de arriba abajo, con las manos y con todo mi cuerpo. Mis cuidados parecieron surtir efecto, había dejado de temblar, tenía abiertos los ojos y sus manos se deslizaban por mi espalda. También él había comenzado a excitarse, no era inmune a mis encantos. Resultaba todo tan cool…
 
...

     La diosa era maravillosa y no entendía cómo había podido interesarse en mí, si buscaba un no-niud, cualquiera de mis amigos estaba en mejores condiciones. Estaba muy excitada y me sentía incapaz de corresponderla, tan solo pude colocar las manos sobre su cuerpo, dejando que los dedos se zambulleran bajo la tela del vestido agujereado. Ella estaba caliente, pero la hierba enfriaba mi espalda. A ella no parecía importarle mi torpeza y continuó masajeándome hasta que consiguió que entrara en calor.
     No creí ser capaz de corresponderle, pero ella era una diosa capaz de resucitar a alguien tan enfermo como yo, y pude corresponderla con la fuerza de quien no lo está. Fui su elegido, y consiguió que me sintiera casi un dios.

...

     Cuidé de él y me entregué tan a fondo que dejé de escuchar a Blus y no volvería a hacerlo hasta mucho más tarde, cuando reposábamos adormecidos sobre la hierba y entonaba la balada “Túnel de Amor”, con ella concluyó el concierto. Me había perdido gran parte del mismo, pero había hecho feliz al chico que reposaba a mi lado, no había más que mirarle, aún dormido conservaba la sonrisa. Acaricié su pecho. No estaba tan frío como antes, pero volvería a helarse si seguía allí tumbado.
     —Despierta —había caído en un sueño profundo. Era tan cool, que no me importaría volver a cuidar de él.
     Le incorporé levemente, pero no despertó. Le di unos cachetes suaves y después más fuertes sin que respondiera. No quería alarmarme, pero al acariciar el lugar en el que debería palpitar el corazón, no sentí nada. Palpé a derecha e izquierda, sin encontrar latido alguno.
     No podía dejarle allí y tampoco quería buscarme problemas. Entonces rebusqué en los bolsillos de su pantalón arrebujado hasta dar con el relophon-i. Pulsé emergencia y lo dejé sobre su pecho antes de alejarme. Al menos había llevado un poco de felicidad a sus últimos momentos de existencia. Había sido tan cool…  

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