jueves, 15 de julio de 2021

Capítulos 2 y 3 de la primera parte, RUBIAS CELESTIALES

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     Mi hijo Adarán me ha regalado una jornada maravillosa.

     Qué gracioso, quiere casarse conmigo en cuanto sea mayor, y ese paso tan importante lo va a dar cuando tenga cinco años y acuda al Espacio de Conocimientos Básicos.

     Va a ser mayor, cuán diferentes se ven las cosas a esa edad, quisiera entrar en su linda cabecita y poder saber lo que ocurre ahí dentro; intento imaginarlo, pero los recuerdos de mi niñez quedan lejos, convertidos en retazos de lo que según mamá fue una infancia feliz. En mi memoria no persisten recuerdos de cuánto quería a mamá o a papá, sólo algunos resquicios de la forma tan peculiar de pensar de aquellos momentos en los que llegué a la conclusión de que un río tenía que ser un cauce de agua que daba la vuelta y volvía a pasar por el mismo lugar.

     Adarán se muestra más efusivo que de costumbre, y me recuerda una y otra vez lo mucho que me quiere. Me ha retratado, con tanta ilusión que de inmediato he decidido colgarlo junto a la espantosa Detritus Humano, la pintura de Pablot Cucurutzu que mi marido compró como inversión; así puedo ver algo bueno en esa pared.

     Vuelve a dibujarme mientras escribo en el diario, y ahora incorpora otra figura más pequeña, es él, escribiendo en su diario. Me hace ilusión que le apetezca tener uno, pero es demasiado pronto para que pueda plasmar su intimidad en el papel, aunque seguramente lo haría con más ilusión que su padre; demasiado práctico para ello, no le he visto abrirlo últimamente.

     Se me ha vuelto a echar encima para volver a decirme que me quiere, al tiempo que me achucha. Me gustaría saber qué es lo que le ha hecho reaccionar así en esta jornada, sin duda tendrá que ver con algo ocurrido en el Espacio de Conocimientos Lúdicos.

     Debería comprarle un diario.  

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     Por fin tenía cinco años, por eso me había despertado muy pronto, como los mayores. Fui al dormitorio de Mamá y papá para decírselo. Estaban dormidos, pero era una jornada tan importante que desperté a Mamá. Al principio se hizo la despistada, tomándome el pelo, pero cuando insistí en que ya tenía cinco años, me hizo subir a su cama y me achuchó. Papá miró su reloj, dijo que era demasiado pronto y que me fuera a mi cama, pero Mamá continuó abrazándome durante un rato y después nos levantamos para tomar un desayuno especial, con galletas rellenas de choconaranja, las de los domingos; esta vez Mamá me dejó tomar tres. Como era mi cumpleaños quise quedarme en casa, pero Mamá dijo que tenía que acudir al Espacio de Conocimientos, y así podría invitar a los amiguitos más importantes a merendar.

     Creí que me llevaría al Espacio de Conocimientos de los mayores, pero me llevó al de siempre, al de los pequeños; dijo que no dejaban a nadie cambiar de Espacio hasta el mes de septiembre. Pregunté cuánto faltaba para esa jornada, al volver a casa me lo enseñó en el calendario: había que pasar cuatro páginas, y estaban llenas de jornadas. Tendría que estar mucho tiempo con los pequeños, pero Mamá dijo que ahora sería mayor que algunos de mis compañeros y más listo durante unos meses; eso me gustó.  

     Invité a mi cumpleaños a siete niños de mi Espacio de Conocimientos, los que eran más amigos. Cinco niños y dos niñas. Después me acordé de Laurah, que vivía dos casas antes de la nuestra, y le pedí a Mamá que la invitara, porque a veces jugábamos juntos en la calle los sábados por la tarde. Mamá cogió el teléfono y llamó a su casa y después de hablar ella, me dijo que me pusiera. Hablé con Laurah, le dije que ya tenía cinco años y me respondió que ella también. La invité a la fiesta y se puso muy contenta.

     La comida de ese a jornada fue muy rica, porque Mamá hizo patatas fritas y un filete empanado, y bebimos refresh de color azul. Papá no pudo venir a comer a casa, tuvo que hacerlo en el trabajo porque su jefe no le dejó; era malo. Después de comer, Mamá me dio un paquete envuelto en un papel de globos de colores. Lo despegué con cuidado para guardar ese papel tan bonito, y dentro había un libro. Era azul cielo y no tenía letras. Intenté abrirlo y no pude.

     —Prueba con esta llave —Mamá tenía una llave pequeña en la mano.

     —¡Es un diario!

     Al segundo intento conseguí abrirlo, y pasé las páginas vacías en las que iba a escribir las cosas buenas que me pasaban.

     —Tendremos que poner tu nombre en la portada.

     Puse el diario sobre la mesa y agarré la pintura azul oscuro, pero me volví hacia Mamá. Estaba muy contenta. Fui a achucharla, y ella también me achuchó. Después pusimos mi nombre, Adarán, ella me ayudó para que quedara muy bien escrito.

     —Ahora tienes que pensar qué vas a poner en él.

     Quería mucho a Mamá que me había hecho un regalo de mayores, el diario para poner las cosas buenas que me pasaban. Que nos queríamos mucho, que era mayor, lo que habíamos comido. Miré al dibujo que había colgado en la pared. Mamá con los rayos de sol entrando en su pelo. Eso iba a poner. Lo dibujé muy bien en el diario y cuando acabé, se lo enseñé.

     —Mira, Mamá.

     —¡Qué mayor! Estás muy guapo.

     —¡Mamá!, que eres tú, es ese dibujo —señalé al dibujo que había copiado y volví a explicarle que estaba tan guapa que el sol vino a verla y se metió en su pelo.

     —Aún no está acabado —me achuchó, como siempre que me tomaba el pelo—. Tienes que escribir en el diario. Te puedo ayudar.

     —No hace falta, ya soy mayor.

     Fui a la mesa, cogí la pintura roja y debajo del dibujo puse MAMÁ; pero tenía que escribir que la quería mucho y aún no sabía escribir todo eso. Tuve que pedirle ayuda. Ella lo puso en otro papel y yo lo copié en mi diario: QUIERO MUCHO A MAMÁ   ADARÁN   TENGO CINCO AÑOS   SOY MAYOR

     Iba a tener una merienda de cumpleaños, pero lo mejor de esa jornada era tener un diario. Quería poner muchas cosas, pero Mamá me dijo que era mejor escribir cada jornada las cosas buenas que me habían pasado la jornada anterior.

     Mamá era la que mandaba en la fiesta, aunque yo la ayudé a colocar los vasos, las cucharas y las servilletas. El jefe tampoco dejó venir a Papá a la merienda. Me puse muy contento cuando llegaron todos mis amigos. La fiesta fue muy divertida, nunca habíamos sido tantos en casa, éramos nueve, y comimos cosas muy ricas. Vino Laurah, tenía el pelo muy bonito, casi como el de Mamá y le pedí que se sentara a mi lado. 

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