jueves, 8 de julio de 2021

Las rubias no existen

Sipopsis:  

   Me gustan las mujeres rubias.

     Yo mismo fui rubio, pero tuve muy mala suerte y al crecer mis cabellos se oscurecieron. También mi madre fue rubia, una rubia tan hermosa que hasta los rayos del sol jugaban a enredarse en sus cabellos, pero descubrí que se teñía y me llevé un disgusto; era una falsa rubia.

     Las rubias, me gustaron desde que era un niño y acudía a Conocimientos Lúdicos, en aquellos idílicos tiempos tuve una amiga rubia, pero me dejó. Accedí a Conocimientos Básicos, empecé a pretenderlas y ellas a rechazarme, supe que no tenía nada que hacer. Llegado a Conocimientos Avanzados, me había convertido en un vulgar moreno y descubrí que todas las rubias eran tan falsas como mi madre.

     Las rubias, las adoré y fueron mi perdición, por su culpa padezco la terrible enfermedad de la Dispersión.

 

LAS RUBIAS NO EXISTEN 

Francisco Dorda 

               

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     Coloqué el verde árbol al lado del verde hierba y entonces sonó el timbre. Los otros niños se levantaron para irse, pero las pinturas no se podían guardar de cualquier manera, había que ponerlas como venía en la tapa de la caja; cogí el azul cielo y lo puse al lado del verde árbol, después coloqué el azul mar, el morado y el último el negro. Ya estaban todas, cerré la caja y la guardé en el bolsillo delantero de la bolsimochila. Había acabado, pero no era el último, quedaba Pedrit, que hacía las cosas muy despacio, aunque guardara todo desordenado; era un niño raro, decían que tenía la enfermedad de la Dispersión y a todos nos daba pena de él. Dije adiós a Luissa, la Transmisora de Conocimientos y salí.

     El Espacio Lúdico estaba casi vacío, así que vi enseguida a Mamá, cerca de la puerta. Eché a correr hacia ella, pero me paré, porque pasó una cosa muy rara. El sol se asomó entre las nubes y envió sus rayos hasta Mamá; me asusté, porque creí que la iban a hacer algo malo, pero sólo la iluminaron. La luz se colaba entre sus mechones y también tenía luz en los bordes del pelo; estaba muy guapa.

     —¿No vas a venir a darme un beso?

     Corrí hacia ella y me levantó. La achuché muy fuerte.

     —Eres la mamá más guapa.

     Empezó a besarme y entonces, su pelo lleno de rayos del sol me hizo cosquillas en la cara. Mamá era la más guapa del mundo y la quería mucho-mucho. Hundí la cara en su melena llena de luz.

     Salimos del Espacio de Conocimientos Lúdicos cogidos de la mano. De vez en cuando la miraba, y ella me sonreía. Mamá era la mamá más guapa del mundo y tenía el pelo rubio tan bonito, que hasta los rayos del sol querían estar allí. Se me ocurrió una idea.

     —Mamá, casi tengo cinco años.

     —Sí, te estás haciendo mayor, pronto irás al Espacio de Conocimientos de los mayores.

     —Pues cuando sea mayor, me casaré contigo.

     Mamá se detuvo, me cogió y me achuchó entre sus brazos, echándose a reír. Le hizo mucha ilusión, porque me dio muchos besos. Estaba casada con papá, pero se casaría conmigo, porque me quería más a mí; a él no le daba tantos besos y casi no le achuchaba.

     Llegamos a casa, fui a mi dormitorio, dejé la bolsimochila en su rincón, saqué la caja de pinturas y cogí un papel. Fui al salón y puse el papel y la caja sobre la mesa y empecé a sacar las pinturas para colocarlas en orden sobre la mesa. Mamá me dijo que me lavara las manos para comer, así que tuve que dejarlo y fui al baño. Comí muy rápido, pero Mamá no me dejó levantarme del asiento hasta que ella terminó. La miraba, y aunque ya no tuviera el sol en su pelo, seguía igual de guapa.

     Por fin terminó y me dio permiso para levantarme. Corrí hasta la mesa, terminé de colocar las pinturas y empecé a pintar: primero la dibujé con el negro, después puse amarillo en el pelo, naranja en la cara y marrón en los ojos… Casi estaba acabado, cogí otra vez el amarillo para hacer el sol, y los rayos que llegaban a su cabeza y se metían por su pelo. Iba a darle una sorpresa, pero esperé a que acabara de limpiar lo de la comida y se sentara en la butaca.

     —¡Mamá, es para ti!

     —¡Qué bonito! ¿Quién es?

     Me estaba tomando el pelo, a veces lo hacía y era divertido, porque después me achuchaba.

     —Eres tú, cuando viniste a buscarme al espacio de Conocimientos. Este es el sol —le gustaba que le explicara todo—, y los rayos que se colaron en tu pelo. Estás muy guapa.

     —¿Así que soy guapa?

     —Muy guapa —en cuanto se lo dije me achuchó y me dio un montón de besos.

     —Tienes que poner que soy yo.

     Ella me había enseñado a escribir su nombre, el de papá y el mío. Con el color azul puse MAMÁ y volví a dárselo. Se levantó, fue hasta el armario donde tenían guardadas las herramientas, trajo unas chinchetas y lo puso en la pared de enfrente; así lo veríamos todas las tardes cuando nos sentábamos en la butaca grande. Después de clavarlo, se quedó mirando lo guapa que estaba en mi dibujo y se fue otra vez. Volvió con un libro y se sentó a mi lado. Era un libro raro, porque lo abrió con una llave pequeña.

     —¿Por qué tiene una llave como la puerta de casa?

     Se rio, estaba contenta, como siempre que estábamos juntos.

     —Es que es un libro especial, es sólo mío, y nadie más puede verlo; se llama Diario.

     —¿Yo tampoco puedo verlo? —me entristecí.

     —Bueno, tú sí —se echó a reír y lo abrió.

     Estaba escrito con letras diferentes a las de los otros libros, y no había dibujos. A mí no me gustaban los libros sin dibujo, así que bajé a la alfombra para seguir pintando. Pintaría a Mamá leyendo el libro raro, pero había cogido un bolígrafo y… ¡estaba escribiendo en él!

     —Mamá.

     —¿Sí? —dejó escribir.

     —Los libros de mayores no se pintan ni escriben —me lo había dicho ella.

     —Este sí. Aquí escribo las cosas buenas que me pasan. Hoy voy a poner que me quieres mucho.

     —¿Estás poniendo eso? —me emocioné y me senté a su lado.

     —Sí —allí estaba mi nombre, pero lo demás no lo entendía.

     —¡Yo también quiero tener un diario! —así podría escribir que era muy guapa y que la quería mucho.

     —Es para mayores, además tienes que saber escribir.

     —Mamá…

     —¿Sí?

     —Cuando cumpla cinco años voy a ir al Espacio de Conocimientos de los mayores, y aprenderé a leer y a escribir. ¡Seré mayor, y…

     —Cuando sepas leer y escribir te regalaré un diario.

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