CABALGATA DE
REYES
―¿Por qué no viene mamá con nosotros?
―Quiere preparar una cena muy rica para
cuando volvamos.
―Los Reyes nunca le traen nada. ¿Por eso
no es creyente?
Su madre dice que esta tradición es una
solemne tontería y si por ella hubiera sido, le habría contado quiénes hacen
los regalos y dejaría a los Reyes Magos como protagonistas de la historia
Bíblica.
―A mí tampoco me traen nada.
―Pero tú crees, ¡por eso me has traído a
la Cabalgata!
―Sí, mi niña.
Ioli
es muy lista para sus escasos cinco añitos, aún
así sigue sorprendiéndome cómo se aferra al mundo de la fantasía, por eso he
querido traerla, es su primera Cabalgata. Nos encaminamos hacia la calle de la
Turuta, he visto que allí hay una fila enorme de contenedores de reciclado, si
la siento sobre uno de ellos, tendrá una buena vista. Llegamos, y veo que no he
sido el único en tener la misma idea. Aún quedan unos pocos libres. La subo al
morado, que parece de residuos asépticos, porque no huele a nada.
―Siéntate aquí arriba conmigo.
¿Por qué no? Voy y de un impulso, logro
encaramarme. Espero que en un día así los S.L.O. no digan nada. Durante la
espera permanecemos en silencio. Ella está seria y tranquila, no es como esos
niños que no pueden permanecer ni un momento quietos. ¿Qué pensamientos pasarán
por su linda cabecita? Mira al frente, a la espera del mágico evento.
Poco a poco, el lugar se va llenando. Suena
un silbato lejano y la gente se alborota, algunos padres más que sus hijos. Dos
chiflidos más y nos alcanza un murmullo casi musical. Ioli sigue callada, un
par de aleteos de sus pestañas es el único signo de su concentrada emoción.
Abre la comitiva el conocido barco de la
Comunidad de NeoMadriz, rotulado así en los costados. Lo utilizan en todos los
desfiles, pero bien podían haberle cambiado el nombre y poner Cabalgata de los Reyes
Magos. Asomando a sus ventanas laterales, varios ediles del Espacio Directivo
de la Ciudad saludan al público.
―No me gustan esos señores, no son de
Oriente.
―Son políticos, les habrán invitado los
Reyes Magos ―improviso.
Tras ellos llegan tres caballos, piafando
nerviosos por tanto bullicio, montados por tres preciosas amazonas de largas y
ensortijadas pelucas rematadas por tiaras luminosas, envueltas ellas en ceñidas
prendas metalizadas verde, azul y morada; dos parecen Ibéricas y la de morado
es asiática.
―¡Las mujeres de los Reyes Magos! ―Ioli
pregunta sin dejar de observar la Cabalgata―. Deberían venir en camellos.
Les siguen nueve hombres de indumentaria
casi idéntica, pero de color terroso. Van a pie.
―¡Esos son los pajes! ―corrobora mi niña―.
¡Y vienen más Reinas! ―me había pedido que le contara la historia de los reyes
Magos hacía pocos días.
―Deben ser las damas de honor de las
Reinas ―me adelanto antes de que pregunte por qué van andando.
Las tres jóvenes avanzan una tras otra a
cierta distancia, engalanadas con demenciales trajes azulados que se expanden
en todas direcciones y obligan a llevar una especie de andamiaje rodante que empujan
fornidos muchachotes ataviados únicamente con tangas. Recuerdan a las de los
carnavales de la Comunidad más lejana en la Iberia, la Canaria.
―Me parece ―mueve su cabecita―… que las he
visto en la holotele.
Nunca hemos puesto la Cabalgata en la holotele,
pero bien podía haber visto el carnaval canario en algún holonoticiario.
Comienza el redoble de unos tambores ensordecedores.
A una distancia prudente del carnaval
avanzan siete individuos atacando los teclados alitrónicos acoplados a sus
manos, a la espalda acarrean enormes mochilas, son los resonadores del
instrumento. Les sigue una compacta banda de encapuchados con cucuruchos
portando una cruz holoardiente, ignoro si pretenden emular una procesión de la
extinguida Semana Santa o al aún vigentes ku klux klan.
La alegría de Ioli desaparece, está abstraída,
y no me extraña, porque los Reyes Magos no aparecen. Creo que han sido
sustituidos por las Reinas Magas. Que un feminismo mal entendido lleve a
alterar una creencia religiosa tan antigua me saca de quicio y me pone a tono
con la ensordecedora mezcla de la percusión y los efluvios sónicos de la banda
que le sucede, no menos de veinte ciudadanos cuya vestimenta púrpura y negra
presenta casi más agujeros que tela; hasta que nos rebasan no logro descubrir
que interpretan “Pareja Sexual” de Blus Printin. Les sigue una panda de
bailarines escasamente ataviados, que deben interpretar el tema de Printin a
juzgar por los movimientos. Una de las danzantes se vuelve, su tanga es un
delgado hilo que no deja nada a la imaginación. Uno de sus compañeros se
detiene y la observa, para inmediatamente contonearse cada vez más cerca de su
trasero hasta acoplarse a ella. Voy a taparle los ojos a Ioli, pero se vuelve
hacia mí.
―Estos tampoco vienen de Oriente, son de Río
de Janeiro. Les vi en la holotele.
Me sorprende su perspicacia y el que no le
dé mayor importancia, su mirada ya está puesta en el siguiente grupo. Los integrantes
del mismo, engarzados entre sí mediante altavoces rodantes y ocultos tras
fantasiosas máscaras, parecen sacados de la misma Venecia.
―¡Qué máscaras tan bonitas! Yo llevaría la
máscara del unicornio, con el cuerno en la frente ―ella tan racional y a la vez
imaginativa.
El desfile continúa, con una animada orquesta
de mariachis, aunque sus sones aún se mezclen con los brasileiros y un toque de
percusión. Entre ellos, individuos disfrazados de esqueletos y un enorme cráneo
rodante de dinosaurio.
―Es un Tiranosaurio Rex. Bah, no tiene
nada que ver con los Reyes Magos.
―Le habrán invitado los Reyes ―una pareja
con su hijo pequeño me dedican una mirada abatida. Me encojo de hombros. Si
hubiera sabido lo que era no la habría traído, pero le hacía mucha ilusión, era
su primera vez.
Entonces aparece lo más extravagante de la
cabalgata, si aún la puede llamar así; una extraña calabaza rodante tirada por
extraños roedores robóticos, en su interior viaja una mujer, que saluda a los
espectadores. En los recónditos recuerdos de la infancia hay algo parecido que
no acabo de ubicar.
―¡La Cenincienta! ―se emociona mi niña―,
pero en mi cuento no es tan vieja y tan fea…
En efecto, es la Cenicienta, la más bella
de las hermanas, pero dentro de aquel carromato, engalanada en plata y púrpura
y rematada con una corona, se encuentra Carmela-lah, la presidenta de la
Comunidad de NeoMadriz; asignándose para sí una realeza que no le corresponde.
¿Qué pretende ser, la cuarta Reina Maga, o peor aún, la Reina Maga Suprema?
―Se habrá hecho mayor ―la sonrisa se me
escapa. A Ioli le entra la risa.
Tras Cenicienta-la-lah, otra calabaza
descapotada transporta a tres jóvenes con pelucas ensortijadas y sin corona, cargadas
con enormes armas metalizadas, disparan misiles de colores. Logro coger uno al
vuelo, es una bala de chocolate envuelta en papel de celofán que entrego a
Ioli, pero ella lo rechaza. Está muy seria.
Le
llega el turno a un camión abierto, también rotulado con el nombre de la
comunidad, cargado de espeluznantes personajes del mundo de la animación
holotelevisiva entre paquetes de colores chillones con enormes lazos; uno de
ellos coge uno de los paquetes, salta del camión y se dirige hacia el público,
entregando su presente a un niño negro. Otro le secunda, y entrega el suyo a un
marroquí.
―Papá ―sigue seria―, ¿no podían darles los
regalos esta noche, como a los demás? ―más que seria, enfadada.
No, ningún niño Ibérico recibirá un regalo
de la Comunidad, para no ser racistas.
―Será porque no son creyentes.
―Pues entonces no deberían dárselos, como
a mamá.
El esperpento aún no ha acabado, escucho
el barritar de varios elefantes alterados, los rugidos de tigres y leones
enjaulados; la comitiva circense también olvida el festejo representado luciendo
su estandarte: Supremo Circo Popoff, y anuncia dónde y cuándo representarán sus
funciones. Con ellos acababa la cabalgata. No ha sido diferente a otros
desfiles, recuerdo cuando el año anterior en Carnaval, desfilaron los gays, los
canarios, los cargos públicos encabezados por La-la-lah, el barco de la
Comunidad y las jokers; sólo faltó el circo Popoff.
La gente comienza a alejarse, emocionada
por el espectáculo, tan solo Ioli y yo permanecemos serios, muy decepcionados.
―No han venido los Reyes Magos ―sendas
lágrimas surcan sus mejillas.
―A lo mejor no han podido venir ―intento
salvar la situación―, y por eso han mandado a sus mujeres.
―Me parece que no había nadie de Oriente
en la Cabalgata.
No la puedo engañar, es demasiado lista.
―Creo que tienes razón, esas no son sus
mujeres. No han podido venir y han pedido a la Comunidad que les sustituya,
pero lo han hecho muy mal ―una pareja me miró mal, pero era la verdad―.
Volvamos con tu madre.
―¿Sabes una cosa, Papá?
―Dime, Ioli.
―Que no quiero ser creyente, como mamá. Bueno,
desde mañana, porque no quiero quedarme sin mis regalos.
―¡Pues tienes toda la razón! Vamos a
contárselo a tu madre.
Echamos a correr. Ioli vuelve a sonreír.
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