Había puesto una imagen de Marilyn como
fondo de pantalla en la unidad computerizada que usaba en el trabajo porque era
la mujer más fascinante que había existido, pero no había servido de nada.
Llevaba dos meses visitando a Selena y no había podido evitarlo; ella me
gustaba, muchísimo. Hasta el momento había logrado esquivar las sospechas de Siara,
pues iba a verla las tardes de los martes, que era el día en que mi mujer
acudía a yoga cósmico, salía de casa después de comer y no regresaba hasta la hora
de la cena.
Acabamos de comer y Siara dijo que me
notaba más animado que de costumbre, así que intenté aparentar que no lo estaba.
Cuando se marchó a su experiencia cósmica, dejé aflorar una sonrisa, me puse
elegante y acudí a ver a Selena. Por el camino, fui pensando en las novedades
que tenía que contarle acerca del Monumento derribado. Nervioso, llamé a la
puerta; hacía una semana que no la veía. Abrió la puerta. Se había puesto un
vestido morado que resaltaba su torneada figura, y le sentaba bien a su cutis
rosado y su pelo rojizo. Lo había intentado en vano, pero a Marilyn le había
salido una competidora en el siglo XXI.
—Hola, Selena —le tendí la mano una vez
cerrada la puerta.
—Te he echado de menos —sonrió efusiva. Su
mano se deslizó despacio en la mía, como una caricia prolongada. Me gustó.
La seguí por el pasillo hacia el salón,
observando embelesado cómo su cuerpo se cimbreaba levemente a cada paso. Intenté
pensar en Marilyn, pero todo fue en vano: Selena me gustaba, emocionaba y volvía
loco; durante la semana contaba los días y las horas que quedaban para verla. Sabía
que no estaba bien, pero no podía remediarlo. Ocupamos nuestros sillones separados
por la mesa, tal vez fuera mejor así. Sobre la misma, además de la consabida
bandeja con la botella de colaranja y los dos vasos, había una pequeña cajita,
se dio cuenta de que la miraba. Sonrió y con ello aumentó la intriga.
—Sabes que estoy deseando escuchar las
novedades, pero voy a contenerme, porque tengo una sorpresa para ti —extendió
las manos sobre la cajita color oliva metalizado mate y debió pulsar algún
botón, porque proyectó una imagen rectangular de bordes difusos.
—Nunca había visto una unidad
computerizada virtual —no había pasado un año desde que hablaron por primera
vez de ellos en las noticias de la pantalla.
Le dio la vuelta a la cajita y entonces
pude ver nítidamente la pantalla virtual proyectada en el aire. Había un
documento escrito con una letra que imitaba la que hacían los antiguos a mano,
era de color granate.
—La Baldosa —leí. Yo lo habría titulado el
Monumento, pero ella conocía la verdadera historia.
—En su día fue una tragedia, con el paso
del tiempo el dolor desapareció y llegó la curiosidad, ahora lo encuentro
interesante. Me gustaría acudir allí para ver cómo va cambiando esa acera y si
aún no lo he hecho es porque disfruto enormemente cuando me lo cuentas tú —no
podía creer lo que estaba escuchando—. Te parecerá una tontería, pero quiero
conservar el recuerdo —se detuvo un momento, como si dudara—, y por eso he
comenzado a escribirlo. ¿Te importa que te lo lea? —volvió la cajita hacia ella.
—Me encantará escucharte.
—Era
una acera como cualquier otra —Selena se ruborizó al comenzar a leer—, que
recorría cada día para ir y volver del trabajo, y en la cual me detenía cada
viernes, para saber si Salommé tenía mucho jaleo en la peluquería; si había
pocas clientas, entraba. Una de esas tardes en que me detuve frente a la
peluquería, sentí moverse algo bajo mis pies, quién me iba a decir en aquel
momento, que aquella baldosa bailarina cambiaría mi vida. En aquel momento no
le di importancia, en la peluquería apenas había clientes y entré.
Sabía escribir, tal vez fuera escritora; nunca
habíamos hablado de su trabajo. Había embellecido la historia y a pesar de lo
triste que era, en su voz aterciopelada sonaba tan bien como una buena novela.
La escuchaba embelesado mientras mis ojos se perdían en el movimiento de sus
labios, en las aletas de la nariz distendiéndose y contrayéndose, en los ojos atentos
a la pantalla y en ese mechón rebelde que se deslizaba sobre la ceja; no tenía
nada que envidiar a Marilyn.
Aunque
me recreara en su rostro, no había dejado en ningún momento de prestar atención
a la narración basada en los acontecimientos que le fui contando a lo largo de
las últimas semanas. ¿Cómo había conseguido que se convirtiera en una historia
tan interesante? Tan solo le había contado cómo el voluminoso informe que
transportaba su hijo venía a decir que había que reemplazar la baldosa
desaparecida. Después surgió el problema, ya no se hacían baldosas como aquella
y la comisión hubo de volver a reunirse para volver a tomar una decisión:
ponían una baldosa diferente o encargaban una réplica de la desaparecida.
Selena detuvo la lectura un instante y sus
ojos se posaron en los míos; diría que hasta me sonrieron. Esperaba que penSiara
que tan solo estaba embelesado por la historia y que no llegara a sospechar lo
que sentía por ella. No estaba bien, estaba casado y ella… nunca habló de
marido, la suponía viuda o divorciada.
—Tras unos días de intensa deliberación
—continuó leyendo—, la decisión de encargar una baldosa similar a las
existentes fue tomada, para que la acera tantos años alterada, volviera a ser
la que fue; sería cuestión de paciencia, el tiempo que tardaran en fabricar una
réplica, pero como en los relatos mágicos que contamos a nuestros retoños, las
cosas nunca son tan sencillas —imaginé a Selena como un hada, encandilando a
los niños con su relato mágico; también lo había conseguido conmigo—.
Ciertamente, no fue tan sencillo. Cuando fueron a sacar la baldosa contigua
para entregársela a la empresa que iba a hacer la réplica, uno de los
trabajadores se dio cuenta de que había varias baldosas conmovidas; inmediatamente
se reunieron en el lugar los tres trabajadores con el jefe, y llegaron a la
conclusión de que acabarían desprendiéndose. Realizaron un informe preliminar
en el lugar de los hechos y se paralizaron las obras mientras la comisión se
reunía de nuevo. Discutieron sobre la posible veracidad del informe preliminar,
aunque en ningún momento se desplazaran al lugar de los hechos para
verificarlo, y tras varios días de deliberación decidieron que los operarios
retirarían todas las baldosas que estuvieran conmovidas y comunicarían a la
comisión el número de las mismas; quince fueron las retiradas, liberadas de un
cemento demasiado arenoso que fue presentado como prueba de la ampliación de
las obras en la comisión.
Selena se tomó un descanso y nuestras
miradas coincidieron; ninguno de los dos abandonó el feliz encuentro. Marilyn
tenía una mirada seductora, la de Selena también lo era, y me contemplaba a mí.
Su historia resultaba conmovedora y divertida, aunque la realidad fuera mucho
más trágica. Sabía escribir.
—La comisión trabajaba sin descanso, perdiendo
el tiempo en interminables discusiones que no llevaban a ningún lugar y sólo
después de innumerables jornadas agotadoras, sus miembros decidieron por
cansancio o aburrimiento, hacer caso a su instinto, que les decía que había una
solución y no era nada complicada. Debían averiguar quién hizo la acera con
unos materiales que no cumplían la normativa vigente; en cuanto lo supieran no
sólo cargaría con los gastos del arreglo, también asumiría los que generó mi
tropiezo en el agujero fatídico que tantos problemas de salud me causó y que
tan caro le salió a la administración.
—Estás hablando de ti —la interrumpí—, y
ni tu voz ni tu rostro han dado el menor asomo de dolor.
—Todo eso quedó atrás. He disfrutado
escribiéndolo —sus ojos volvieron a sonreírme antes de continuar—. Averiguaron
el nombre de la empresa que hizo la acera y también el de quien la dirigía,
pero no hubo suerte, habían desaparecido hacía tiempo. Mientras tanto, la gente
en el barrio se alborotaba, pues cuando creían que habían terminado los inconvenientes
causados por la negligencia de la administración, veían que éstos se
prolongarían indefinidamente. El Monumento había desaparecido —me dedicó una
mirada cómplice, a ella le gustaba que me dirigiera al lugar con ese nombre,
pese a que ya no estuviera—. Un inspector, que no quiso ponerse el casco con
luz naranja obligatorio para entrar en la obra, visitó el lugar acompañado por
el ingeniero encargado de las obras y después de dedicar tres días a elaborar
su informe, se reunió con la comisión.
Selena se tomó unos momentos de descanso.
Esta vez se volvió hacia la ventana y dejó que sus maravillosos ojos se
perdieran en el infinito.
—La comisión tuvo que rendir cuentas al
inspector y le presentaron los informes, que ascendían en ese momento a siete, de
los cuales el más corto tenía doscientas cincuenta y tres páginas. Cuando el inspector
los hubo leído todos habían pasado dos semanas y entonces informó al Ministro.
En ese mismo día el inspector se volvió a reunir con la comisión, lo cual fue
señal de que el inspector se saltaba los procedimientos: no solo había entrado
en una obra sin el casco obligatorio con luz naranja intermitente, batería de
repuesto para el mismo y prendas reflectantes, en la reunión que había
mantenido con el ministro tampoco se había elaborado ningún informe, dada la
celeridad con la que volvió a reunirse con la comisión, a la cual informó de
palabra y sin entregar un solo documento. Era duro saber que los de arriba se
saltaban las leyes que ellos mismos creaban, pero era así. El inspector ordenó
al ingeniero encargado de la obra que agilizara todos los trámites y ejecutara
la obra inmediatamente, saltándose todo procedimiento legal.
Interrumpió la lectura para dar un trago
de colaranja, la necesitaba después de una lectura tan larga. En ningún momento
dejé de observarla y me sonrió antes de retomar la lectura.
—Durante el tiempo que duraron los
preliminares burocráticos, había llegado la nueva baldosa y las obras podrían
comenzar de inmediato. La historia de la baldosa no podía pasar desapercibida,
en el barrio no se hablaba de otra cosa y además trascendió más allá de la invisible
frontera del mismo, llegando a los oídos de quien menos interesaba que llegara:
a los de un político que ocupaba un alto cargo en la comunidad, y en el peor
momento posible, periodo de elecciones. Ese político era el Alcalde. Acudió al
barrio, con el casco de luz naranja intermitente y brazaletes reflectantes,
aunque estuviera fuera del recinto vallado, contando a todo el que veía que él
iba a arreglar de una vez por todas el problema que había tenido en jaque al
barrio durante tanto tiempo, y que cumpliría lo que nos prometía. Y contra todo
pronóstico lo cumplió, vaya si lo hizo, sin un solo informe, sin una sola
reunión. Hizo que tomaran la acera en toda su anchura y longitud, obligando a
los comercios a cerrar, aunque les resarció generosamente; los vecinos se
vieron obligados a ponerse un casco y una prenda naranja reflectante para atravesar
el amplio recinto de las obras, con el peligro que podía suponer para ellos transitar
por el lugar —Selena se tomó un respiro—. El ingeniero que hasta ese momento
dirigía la obra quiso denunciar las irregularidades, aparte de la falta de
informes y reuniones, no podía haber personas no autorizadas en la obra aunque
circularan por ella con las prendas pertinentes; fue amenazado con suspensión
de empleo y sueldo por insubordinación y tuvo que apartarse y dejar que fuera
un político quien dirigiera la obra. La reposición de dieciséis baldosas se
convirtió en la demolición de la acera y posterior construcción de una nueva, que
se ejecutó en tan solo una semana. Nadie podía creer que aquello fuera posible,
pero el lunes, los comercios volvieron a abrir y todos pudieron pasear por la
nueva acera, una preciosidad de granito sintético en naranjas y azules. Al
principio resultó extraño, y no fue por los nuevos materiales, ni por sus colores,
fue por la ausencia de un obstáculo que franquear: el Monumento, había
desaparecido.
Selena apagó la unidad computerizada
virtual.
—Tu historia está muy bien escrita y si no
supiera que es real, creería que es un relato fantástico.
—Tienes razón, es como si esto no hubiera
podido pasar.
—He caminado por la nueva acera y te
aseguro, que hará olvidar lo que hubo allí. Tengo que contarte cómo ha sido la
inauguración que ha tenido lugar esta semana.
—Te escucho —se echó hacia adelante y
apoyó los brazos en la mesa.
Emocionado, le conté que llenaron el
barrio de carteles luminosos que anunciaban el día y la hora de la inauguración
de la nueva acera, aunque tal y como lo contaban parecía que hubieran arreglado
el barrio entero. Volvieron a cortar la calle, el lugar se llenó de Servidores
de la Ley y el Orden y dieron comienzo los festejos. Hubo un concierto, fuegos
artificiales y por supuesto no faltó el discurso electoralista del político. La
gente del barrio estaba contenta, qué pronto habían olvidado los años que
sufrieron la presencia del Monumento. Al menos, quedaría el recuerdo escrito
por Selena.
La historia del Monumento había concluido.
Anochecía. Nos habíamos entretenido más de la cuenta y si me descuidaba, Siara
llegaría a casa antes que yo.
—Es muy tarde —sentí tener que decir—,
tengo que irme —pero no quería levantarme.
—Lo que acabas de contarme, será un buen
final para la historia de la Baldosa —su voz sonó triste. Se levantó de la
butaca—. Te acompaño.
Tuve que levantarme. Entonces me di cuenta,
la historia se había acabado y eso suponía que no volvería a verla. Me sentí
desdichado.
Caminamos hacia la entrada, uno al lado del
otro sin decir una palabra. El pasillo en penumbra era para mí como el de una
película que vi de joven y yo era el asesino que lo recorría, camino de la
silla eléctrica y lo único que podía pedir era la última voluntad… No había
última voluntad para el reo, esa era otra película. Estaba condenado a no verla
nunca más, era un hombre casado.
—Sergio —no recordaba que nunca me hubiera
llamado por mi nombre, y en sus labios sonaba incluso bonito.
Me volví hacia ella y le tendí la mano.
—Adiós —dije, al tiempo que ella
estrechaba mi mano. Sentí la otra mano en mi hombro, su rostro se acercó…
Me besó en una mejilla y luego en la otra.
—Tienes que volver para escuchar el final
—me dijo al oído. Nunca la había tenido tan cerca. Permanecí muy quieto,
disfrutando de ese último instante de felicidad a su lado, aspirando su olor, que
me recordaba a la cereza.
—Volveré el martes que viene —dije con los
ojos cerrados. Acababa de concederme la última voluntad.
...
El dolor por la separación nubló mis
sentidos y ni siquiera me detuve en la parada del solarbús; seguí caminando
hacia mi casa, aunque llegara de madrugada. Ya no me importaba que Siara llegara antes que yo y
que quisiera saber dónde y con quién había estado. Me daba igual que lo
averiguara, se lo contaría yo mismo; lo único que quería era volver con Selena
y no me iba a conformar con escuchar el final de la historia.
La historia no había acabado, la acera
volvería a hablar, me encargaría de ello; arrancaría una losa de granito azul,
justo frente a la peluquería… y tendría que acudir a contárselo a Selena.
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