jueves, 1 de febrero de 2018

El monumento. 2ª parte.



     Había puesto una imagen de Marilyn como fondo de pantalla en la unidad computerizada que usaba en el trabajo porque era la mujer más fascinante que había existido, pero no había servido de nada. Llevaba dos meses visitando a Selena y no había podido evitarlo; ella me gustaba, muchísimo. Hasta el momento había logrado esquivar las sospechas de Siara, pues iba a verla las tardes de los martes, que era el día en que mi mujer acudía a yoga cósmico, salía de casa después de comer y no regresaba hasta la hora de la cena.

     Acabamos de comer y Siara dijo que me notaba más animado que de costumbre, así que intenté aparentar que no lo estaba. Cuando se marchó a su experiencia cósmica, dejé aflorar una sonrisa, me puse elegante y acudí a ver a Selena. Por el camino, fui pensando en las novedades que tenía que contarle acerca del Monumento derribado. Nervioso, llamé a la puerta; hacía una semana que no la veía. Abrió la puerta. Se había puesto un vestido morado que resaltaba su torneada figura, y le sentaba bien a su cutis rosado y su pelo rojizo. Lo había intentado en vano, pero a Marilyn le había salido una competidora en el siglo XXI.

     —Hola, Selena —le tendí la mano una vez cerrada la puerta.

     —Te he echado de menos —sonrió efusiva. Su mano se deslizó despacio en la mía, como una caricia prolongada. Me gustó.

     La seguí por el pasillo hacia el salón, observando embelesado cómo su cuerpo se cimbreaba levemente a cada paso. Intenté pensar en Marilyn, pero todo fue en vano: Selena me gustaba, emocionaba y volvía loco; durante la semana contaba los días y las horas que quedaban para verla. Sabía que no estaba bien, pero no podía remediarlo. Ocupamos nuestros sillones separados por la mesa, tal vez fuera mejor así. Sobre la misma, además de la consabida bandeja con la botella de colaranja y los dos vasos, había una pequeña cajita, se dio cuenta de que la miraba. Sonrió y con ello aumentó la intriga.

     —Sabes que estoy deseando escuchar las novedades, pero voy a contenerme, porque tengo una sorpresa para ti —extendió las manos sobre la cajita color oliva metalizado mate y debió pulsar algún botón, porque proyectó una imagen rectangular de bordes difusos.  

     —Nunca había visto una unidad computerizada virtual —no había pasado un año desde que hablaron por primera vez de ellos en las noticias de la pantalla.

     Le dio la vuelta a la cajita y entonces pude ver nítidamente la pantalla virtual proyectada en el aire. Había un documento escrito con una letra que imitaba la que hacían los antiguos a mano, era de color granate.

     —La Baldosa —leí. Yo lo habría titulado el Monumento, pero ella conocía la verdadera historia.

     —En su día fue una tragedia, con el paso del tiempo el dolor desapareció y llegó la curiosidad, ahora lo encuentro interesante. Me gustaría acudir allí para ver cómo va cambiando esa acera y si aún no lo he hecho es porque disfruto enormemente cuando me lo cuentas tú —no podía creer lo que estaba escuchando—. Te parecerá una tontería, pero quiero conservar el recuerdo —se detuvo un momento, como si dudara—, y por eso he comenzado a escribirlo. ¿Te importa que te lo lea?  —volvió la cajita hacia ella.

     —Me encantará escucharte.

     —Era una acera como cualquier otra —Selena se ruborizó al comenzar a leer—, que recorría cada día para ir y volver del trabajo, y en la cual me detenía cada viernes, para saber si Salommé tenía mucho jaleo en la peluquería; si había pocas clientas, entraba. Una de esas tardes en que me detuve frente a la peluquería, sentí moverse algo bajo mis pies, quién me iba a decir en aquel momento, que aquella baldosa bailarina cambiaría mi vida. En aquel momento no le di importancia, en la peluquería apenas había clientes y entré. 

     Sabía escribir, tal vez fuera escritora; nunca habíamos hablado de su trabajo. Había embellecido la historia y a pesar de lo triste que era, en su voz aterciopelada sonaba tan bien como una buena novela. La escuchaba embelesado mientras mis ojos se perdían en el movimiento de sus labios, en las aletas de la nariz distendiéndose y contrayéndose, en los ojos atentos a la pantalla y en ese mechón rebelde que se deslizaba sobre la ceja; no tenía nada que envidiar a Marilyn.

      Aunque me recreara en su rostro, no había dejado en ningún momento de prestar atención a la narración basada en los acontecimientos que le fui contando a lo largo de las últimas semanas. ¿Cómo había conseguido que se convirtiera en una historia tan interesante? Tan solo le había contado cómo el voluminoso informe que transportaba su hijo venía a decir que había que reemplazar la baldosa desaparecida. Después surgió el problema, ya no se hacían baldosas como aquella y la comisión hubo de volver a reunirse para volver a tomar una decisión: ponían una baldosa diferente o encargaban una réplica de la desaparecida.

     Selena detuvo la lectura un instante y sus ojos se posaron en los míos; diría que hasta me sonrieron. Esperaba que penSiara que tan solo estaba embelesado por la historia y que no llegara a sospechar lo que sentía por ella. No estaba bien, estaba casado y ella… nunca habló de marido, la suponía viuda o divorciada. 

     —Tras unos días de intensa deliberación —continuó leyendo—, la decisión de encargar una baldosa similar a las existentes fue tomada, para que la acera tantos años alterada, volviera a ser la que fue; sería cuestión de paciencia, el tiempo que tardaran en fabricar una réplica, pero como en los relatos mágicos que contamos a nuestros retoños, las cosas nunca son tan sencillas —imaginé a Selena como un hada, encandilando a los niños con su relato mágico; también lo había conseguido conmigo—. Ciertamente, no fue tan sencillo. Cuando fueron a sacar la baldosa contigua para entregársela a la empresa que iba a hacer la réplica, uno de los trabajadores se dio cuenta de que había varias baldosas conmovidas; inmediatamente se reunieron en el lugar los tres trabajadores con el jefe, y llegaron a la conclusión de que acabarían desprendiéndose. Realizaron un informe preliminar en el lugar de los hechos y se paralizaron las obras mientras la comisión se reunía de nuevo. Discutieron sobre la posible veracidad del informe preliminar, aunque en ningún momento se desplazaran al lugar de los hechos para verificarlo, y tras varios días de deliberación decidieron que los operarios retirarían todas las baldosas que estuvieran conmovidas y comunicarían a la comisión el número de las mismas; quince fueron las retiradas, liberadas de un cemento demasiado arenoso que fue presentado como prueba de la ampliación de las obras en la comisión.

     Selena se tomó un descanso y nuestras miradas coincidieron; ninguno de los dos abandonó el feliz encuentro. Marilyn tenía una mirada seductora, la de Selena también lo era, y me contemplaba a mí. Su historia resultaba conmovedora y divertida, aunque la realidad fuera mucho más trágica. Sabía escribir.

     —La comisión trabajaba sin descanso, perdiendo el tiempo en interminables discusiones que no llevaban a ningún lugar y sólo después de innumerables jornadas agotadoras, sus miembros decidieron por cansancio o aburrimiento, hacer caso a su instinto, que les decía que había una solución y no era nada complicada. Debían averiguar quién hizo la acera con unos materiales que no cumplían la normativa vigente; en cuanto lo supieran no sólo cargaría con los gastos del arreglo, también asumiría los que generó mi tropiezo en el agujero fatídico que tantos problemas de salud me causó y que tan caro le salió a la administración.

     —Estás hablando de ti —la interrumpí—, y ni tu voz ni tu rostro han dado el menor asomo de dolor.

     —Todo eso quedó atrás. He disfrutado escribiéndolo —sus ojos volvieron a sonreírme antes de continuar—. Averiguaron el nombre de la empresa que hizo la acera y también el de quien la dirigía, pero no hubo suerte, habían desaparecido hacía tiempo. Mientras tanto, la gente en el barrio se alborotaba, pues cuando creían que habían terminado los inconvenientes causados por la negligencia de la administración, veían que éstos se prolongarían indefinidamente. El Monumento había desaparecido —me dedicó una mirada cómplice, a ella le gustaba que me dirigiera al lugar con ese nombre, pese a que ya no estuviera—. Un inspector, que no quiso ponerse el casco con luz naranja obligatorio para entrar en la obra, visitó el lugar acompañado por el ingeniero encargado de las obras y después de dedicar tres días a elaborar su informe, se reunió con la comisión.

     Selena se tomó unos momentos de descanso. Esta vez se volvió hacia la ventana y dejó que sus maravillosos ojos se perdieran en el infinito.

     —La comisión tuvo que rendir cuentas al inspector y le presentaron los informes, que ascendían en ese momento a siete, de los cuales el más corto tenía doscientas cincuenta y tres páginas. Cuando el inspector los hubo leído todos habían pasado dos semanas y entonces informó al Ministro. En ese mismo día el inspector se volvió a reunir con la comisión, lo cual fue señal de que el inspector se saltaba los procedimientos: no solo había entrado en una obra sin el casco obligatorio con luz naranja intermitente, batería de repuesto para el mismo y prendas reflectantes, en la reunión que había mantenido con el ministro tampoco se había elaborado ningún informe, dada la celeridad con la que volvió a reunirse con la comisión, a la cual informó de palabra y sin entregar un solo documento. Era duro saber que los de arriba se saltaban las leyes que ellos mismos creaban, pero era así. El inspector ordenó al ingeniero encargado de la obra que agilizara todos los trámites y ejecutara la obra inmediatamente, saltándose todo procedimiento legal.

     Interrumpió la lectura para dar un trago de colaranja, la necesitaba después de una lectura tan larga. En ningún momento dejé de observarla y me sonrió antes de retomar la lectura.

     —Durante el tiempo que duraron los preliminares burocráticos, había llegado la nueva baldosa y las obras podrían comenzar de inmediato. La historia de la baldosa no podía pasar desapercibida, en el barrio no se hablaba de otra cosa y además trascendió más allá de la invisible frontera del mismo, llegando a los oídos de quien menos interesaba que llegara: a los de un político que ocupaba un alto cargo en la comunidad, y en el peor momento posible, periodo de elecciones. Ese político era el Alcalde. Acudió al barrio, con el casco de luz naranja intermitente y brazaletes reflectantes, aunque estuviera fuera del recinto vallado, contando a todo el que veía que él iba a arreglar de una vez por todas el problema que había tenido en jaque al barrio durante tanto tiempo, y que cumpliría lo que nos prometía. Y contra todo pronóstico lo cumplió, vaya si lo hizo, sin un solo informe, sin una sola reunión. Hizo que tomaran la acera en toda su anchura y longitud, obligando a los comercios a cerrar, aunque les resarció generosamente; los vecinos se vieron obligados a ponerse un casco y una prenda naranja reflectante para atravesar el amplio recinto de las obras, con el peligro que podía suponer para ellos transitar por el lugar —Selena se tomó un respiro—. El ingeniero que hasta ese momento dirigía la obra quiso denunciar las irregularidades, aparte de la falta de informes y reuniones, no podía haber personas no autorizadas en la obra aunque circularan por ella con las prendas pertinentes; fue amenazado con suspensión de empleo y sueldo por insubordinación y tuvo que apartarse y dejar que fuera un político quien dirigiera la obra. La reposición de dieciséis baldosas se convirtió en la demolición de la acera y posterior construcción de una nueva, que se ejecutó en tan solo una semana. Nadie podía creer que aquello fuera posible, pero el lunes, los comercios volvieron a abrir y todos pudieron pasear por la nueva acera, una preciosidad de granito sintético en naranjas y azules. Al principio resultó extraño, y no fue por los nuevos materiales, ni por sus colores, fue por la ausencia de un obstáculo que franquear: el Monumento, había desaparecido.

     Selena apagó la unidad computerizada virtual.

     —Tu historia está muy bien escrita y si no supiera que es real, creería que es un relato fantástico.

     —Tienes razón, es como si esto no hubiera podido pasar.

     —He caminado por la nueva acera y te aseguro, que hará olvidar lo que hubo allí. Tengo que contarte cómo ha sido la inauguración que ha tenido lugar esta semana.

     —Te escucho —se echó hacia adelante y apoyó los brazos en la mesa.

     Emocionado, le conté que llenaron el barrio de carteles luminosos que anunciaban el día y la hora de la inauguración de la nueva acera, aunque tal y como lo contaban parecía que hubieran arreglado el barrio entero. Volvieron a cortar la calle, el lugar se llenó de Servidores de la Ley y el Orden y dieron comienzo los festejos. Hubo un concierto, fuegos artificiales y por supuesto no faltó el discurso electoralista del político. La gente del barrio estaba contenta, qué pronto habían olvidado los años que sufrieron la presencia del Monumento. Al menos, quedaría el recuerdo escrito por Selena.

     La historia del Monumento había concluido. Anochecía. Nos habíamos entretenido más de la cuenta y si me descuidaba, Siara llegaría a casa antes que yo.

     —Es muy tarde —sentí tener que decir—, tengo que irme —pero no quería levantarme.

     —Lo que acabas de contarme, será un buen final para la historia de la Baldosa —su voz sonó triste. Se levantó de la butaca—. Te acompaño.

     Tuve que levantarme. Entonces me di cuenta, la historia se había acabado y eso suponía que no volvería a verla. Me sentí desdichado.

     Caminamos hacia la entrada, uno al lado del otro sin decir una palabra. El pasillo en penumbra era para mí como el de una película que vi de joven y yo era el asesino que lo recorría, camino de la silla eléctrica y lo único que podía pedir era la última voluntad… No había última voluntad para el reo, esa era otra película. Estaba condenado a no verla nunca más, era un hombre casado.

     —Sergio —no recordaba que nunca me hubiera llamado por mi nombre, y en sus labios sonaba incluso bonito.

     Me volví hacia ella y le tendí la mano.

     —Adiós —dije, al tiempo que ella estrechaba mi mano. Sentí la otra mano en mi hombro, su rostro se acercó…

     Me besó en una mejilla y luego en la otra.

     —Tienes que volver para escuchar el final —me dijo al oído. Nunca la había tenido tan cerca. Permanecí muy quieto, disfrutando de ese último instante de felicidad a su lado, aspirando su olor, que me recordaba a la cereza.

     —Volveré el martes que viene —dije con los ojos cerrados. Acababa de concederme la última voluntad.



...



     El dolor por la separación nubló mis sentidos y ni siquiera me detuve en la parada del solarbús; seguí caminando hacia mi casa, aunque llegara de madrugada. Ya no  me importaba que Siara llegara antes que yo y que quisiera saber dónde y con quién había estado. Me daba igual que lo averiguara, se lo contaría yo mismo; lo único que quería era volver con Selena y no me iba a conformar con escuchar el final de la historia.

     La historia no había acabado, la acera volvería a hablar, me encargaría de ello; arrancaría una losa de granito azul, justo frente a la peluquería… y tendría que acudir a contárselo a Selena.

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