sábado, 3 de junio de 2017

INDEPENDENCIA



INDEPENDENCIA


     Un árbol en lo alto de una colina reseca.
     El locutor habló de imágenes impactantes, y ni siquiera eran holo. Se escuchó una explosión. La cámara giró hacia la izquierda. La autovía. Un enorme tráiler. La rueda trasera reventó y largas tiras de neumático salieron despedidas. Esa había sido la explosión, un simple reventón. Un camionero apurando los neumáticos mucho más allá de lo razonable. Otro neumático explotó y la trasera empezó a deslizarse. Estalló el tercero y la caja del camión empezó a cruzarse. Tuvo suerte, porque logró mantenerlo sobre la carretera y bajar la velocidad. Entonces reventó el cuarto, y el quinto; ¡todas las ruedas del lado derecho fenecieron en riguroso orden, de atrás hacia adelante. No podía deberse al mal estado de los neumáticos. El camión de detuvo, entonces apareció un individuo armado con una escopeta.
     —¡Independencia! —gritó acercándose con parsimonia al camión.
     La cámara enfocó al conductor atravesando la autovía para alejarse de aquel loco; afortunadamente casi no había tráfico. Volvió a enfocar al agresor. Permanecía junto al tráiler contemplando su obra y allí se quedó hasta que llegaron los Servidores de la Ley y el Orden, como si estuviera esperándolos; entonces dejó su arma en el suelo.
     —Los S.L.O. detuvieron a Cocorroto, el presunto e hipotético terrorista que atentó contra el camión —comentó el locutor—. Afortunadamente, el conductor resultó ileso.

     Puse a dormir a la unidad computerizada y abandoné el despacho. Bajé a la cafetería, el lugar más concurrido del edificio de la sede, donde casi todos estaban pendientes de la enorme pantalla holoaudiovisual. Aún seguían con la noticia.

     —¡Haré lo que sea necesario para que Trazora consiga la independencia! —gritó el detenido.

     —¿Trazora? —intervine incrédulo.
     —Acaban de conseguir mucha publicidad —comentó uno de los compañeros—. No es bueno.
     —Bien que nos reíamos en el hemiciclo cuando nos enteramos por la oposición de que había una aldea perteneciente a Navarra enclavada en tierras aragonesas que exigía la independencia.
     —En un mes habían logrado salir en algunos medios sensacionalistas de la oposición, y ahora esto.
     —La oposición sugirió  que les diéramos dinero para que hicieran una piscina o un club para la tercera edad.
     —¡Cien mil eurodólares!
     —Lo peor fue que se los dimos.
     —Y al día siguiente se manifestaron a la puerta de las Cortes de forma violenta.
     —Debió parecerles poco.
     —Malditos sinvergüenzas —intervino el vicesecretario—, me perdí mi fiesta de cumpleaños en el Pachán por su culpa; acordaos que no pudimos abandonar el edificio hasta la madrugada.
     —No me hables —respondió su adjunta—, había quedado en el club.
     Creía que lo de Trazora había acabado, pero al parecer no había hecho más que empezar. Era una mala noticia.

*

     José Aposentado estaba taciturno, y no era para menos. Tras el atentado del tráiler, el escándalo amenazaba con acabar con su frágil mandato; estábamos a un paso del desastre. La aldea de Trazora no era el único caso de pequeño reducto enclavado en una provincia y que pertenecía a otra, algo que venía de antiguos pactos entre reyes y nobles; te regalo una aldea por los servicios prestados y cosas así. Nadie se había molestado en arreglar este tipo de incongruencias.
     Aposentado había intentado solucionarlo como siempre se había hecho, y les entregó los cien mil eurodólares para que se tranquilizaran; pero aquel descerebrado había atentado contra el camión en nombre de Trazora y sus vecinos le aplaudieron. Días después los trazorenses cortaron una carretera nacional y quemaron varios vehículos; no pasaba nada, el estado había comprado coches nuevos a los afectados. Hubo incluso un par de individuos que quemaron sus antiguallas e intentaron hacer creer que se encontraban entre los afectados por el atentado, a punto estuvieron de conseguirlo.
     No se podía permitir que cada cual hiciera lo que le viniera en gana y además premiarle. Siguiendo su ejemplo se habían sublevado varias aldeas más; por no hablar de las comunidades Vasca y Catalana, que amenazaron con recurrir a la violencia extrema si no se les doblaban las cuantías recibidas por continuar atados, como ellos decían, a Este País.
     Había que actuar con contundencia. Tenía una idea que podría solucionar el conflicto, y quería exponérsela al presidente. Esperaba que en la situación actual, con la oposición pidiendo su dimisión, se animara a aceptar mi plan. Tenía audiencia con él.
     —José, éste es Luckhas Taj Ante —me presentó la vicepresidenta. El asintió.
     —Señor Aposentado, sé cómo solucionar el problema del independentismo.
     —Le dije a Lol-la que esta reunión era innecesaria, sabemos que los independentistas no tienen razón. Tarde o temprano tendrán que deponer su actitud.
     —José —suspiró la vicepresidenta—, dele una oportunidad. ¿No somos un partido dialogante?
     —Por supuesto, lo somos —murmuró Aposentado con desgana.
     Se mostraba dialogante con los que incumplían la ley y a los demás que nos dieran; me hubiera gustado poder darle un par de tortas que le hicieran levantarse del sillón. Debía haber nacido cansado y cualquier leve esfuerzo le sobrepasaba, iba a ser difícil convencerle de la viabilidad de mi plan.
     —Señor Aposentado, las comunidades están acostumbradas a conseguir beneficios a cambio de amenazar al gobierno con separarse. Sé cómo acabar con el problema.
     —No. No quiero más problemas —su rostro ceniciento cobró cierto color.
     —Tan solo necesito una pequeña aldea de dieciocho habitantes, le aseguro que tras mi intervención, querrán seguir perteneciendo a Este País.
     —¿Trazora? —intervino Lol-la.
     —Esa es problemática y no quiero ningún escándalo.
     —Necesitamos que se sepa que Trazora vuelve al redil. Las demás le seguirán. Concédame usted la autoridad pertinente y me comprometo a solucionar el problema.
     —Me suena a actuación ilegal, así que no cuente con este gobierno.
     —No lo es, sólo…
     —Entonces habrá que meditarlo —me interrumpió—. Tengo otra reunión, seguiremos dialogando.
     Se levantó con la parsimonia de un perezoso. Me habían dicho que no de muchas maneras, pero ésta era nueva. Aposentado abandonó el despacho. Al menos lo había intentado.
     —¿Señor Luckhas, cree que el plan dará resultado?  
     —Estoy seguro de ello.
     —Perfecto. Lo que tenga que hacer para conseguirlo, prefiero no saberlo.
     —Seré el único responsable de mis actuaciones.
     —Tendrá la autorización y los medios necesarios. Lo único que le pido es que actúe en su nombre y no haga recaer responsabilidad alguna sobre el presidente.
     —Tiene mi palabra.
     —Dígame qué necesita y mañana tendrá la autorización y los medios necesarios.
     Lol-la Lanzá cumplió su palabra. De un día para otro creó el D.M.C. y me nombró presidente del mismo.
Departamento de Mediación entre Comunidades, no es que me gustara el nombrecito, pero eso era lo de menos. Lo importante era que contaba con tres ayudantes, una sede en un piso del barrio de Salamanca y carta blanca para llevar a cabo mi cometido; todo ello de riguroso incógnito, como si perteneciéramos al servicio secreto. 

*

DEPARTAMENTO DE MEDIACIÓN ENTRE COMUNIDADES

     Se comunica a la aldea de Trazora, que tras considerar su petición de Independencia, ésta le ha sido concedida respecto a Navarra y Este País.
     Esta decisión surte sus efectos a partir de las 00:01 del 28 de Marzo de 2027.
    
     En Madrid, a las 23:59 del día 27 de Marzo de 2027.
    
     Había llegado temprano al despacho y me conecté a la WEBA para seguir el tema de nuestra independencia; nuestra popularidad decrecía, así que tendríamos que llevar a cabo otra actuación tan impactante como la del tráiler para conseguir otra inyección de eurodólares. Y de repente me encontré con el I-maily. Se trataba de una broma de muy mal gusto. No me sonaba ese departamento, así que lo tecleé en gugle y como era de esperar, no apareció.
     Una broma, pero el susto me lo había llevado. Tampoco estaría mal que fuera cierto, porque podríamos pedir una última compensación por el desagravio de haber pertenecido injustamente a Navarra y a Este País. Tenía que ser una cifra desorbitada, para que después del regateo fuera una cifra enorme; de lo contrario sabían que recurriríamos a la violencia extrema, ya sabían cómo las gastábamos los trazoreños. Con mi comisión reflotaría mi menguante negocio vacuno.
     —¡Esto no tiene ningún sentido! —sonó un portazo. El alcalde. Se había creído lo del I-maily.
     —Tranquilo, Borregón —intenté calmarle—, aún podemos sacarle provecho a la situación.
     —¿Al estado de sitio que sufrimos?
     —Aniano Borregón, ¿cuántos aguardientes te has desayunado?
     —Desiderio Más, ciego y tonto del culo. ¡Sal ahí fuera y echa un vistazo!
     Lo mejor era desaparecer hasta que se le pasaran los efluvios etílicos. Me iría al bar a tomar el aguardiente matutino y estudiaría el mejor modo de reflotar la explotación vacuna. Nada más salir, escuché un vocerío impropio de nuestra tranquila comunidad. Los encontré congregados a las puertas de una valla que no debería estar allí. ¿De dónde había salido? ¿Era parte de la broma?
     —Desi, ¿qué es todo esto? —me preguntó Petronhio. Era tan viejo que ni siquiera sabía los años que tenía.
     —No lo sé —me acerqué a la verja e intenté abrirla, sin conseguirlo—. Perdone —me dirigí a los militares que había al otro lado, serios, tensos y con enormes armas que dejaban a nuestras escopetas de caza a la altura de los juguetes—, ¿me pueden explicar por qué nos han encerrado?   
     —Para cualquier duda puede dirigirse al Departamento de Mediación entre Comunidades.
    Entonces… ¡lo del I-maily era cierto!
     —¿Qué quiere decir? —intervino la Tomasia.
     —Ha sido por lo del camión —aseguró Petronhio—, os dije que no se pueden cometer esas salvajadas y salir bien parado.
     —Y por quemar los coches —intervino La-thusa, la mujer de Petronhio.
     —Pues yo tengo cita con el oftalmólogo a las doce —refunfuñó Pumín—, tengo que salir.
     No me atreví a decir que nos habían concedido la independencia, ninguno la queríamos.
     —Viene el alcalde —Pumín fue hacia él—. ¿Qué es esto?
     —Nos han concedido la Independencia —Borregón llegó muy serio.
     —¡Esto es un atropello a nuestros derechos! —sentenció Petronhio.
     —Se suponía que iban a darnos más ayudas —Gerf-asio levantó los brazos como si fuera a pelearse—, esto no es lo que acordamos.
    —Ya decía yo que la violencia no traería nada bueno —continuó Petronhio—, si pensabais cometer otra salvajada como la de Cocorroto, se os han adelantado.
     Borregón me llevó aparte.
     —El gobierno se está tirando un farol, tarde o temprano tendrán que quitar la verja, atenta contra los derechos y las libertades de los ciudadanos de Este País.
     —Te recuerdo que nos han concedido la independencia, Borregón.
     —Por eso mismo, Desi. Tenemos que negociar con el gobierno, por los daños y perjuicios ocasionados tienen que concedernos una compensación económica con muchos ceros.
     En eso en lo único que estábamos totalmente de acuerdo.

*

     —Dime que todo va bien.
     La mujer que entró en mi despacho ocultaba la cara tras unas gafas oscuras enormes e iba enfundada en un mono que le quedaba grande, de la empresa de energías renovables Los Molinos; esos que siempre estaban parados mientras las centrales que quemaban combustible fósil funcionaban a todo trapo. ¿Me conocía? Entonces se quitó las gafas. Era Lol-la Lanzá, pero la encontraba rara.   
     —El plan avanza en la dirección correcta. Siéntate.
     —El presidente está asustado. Exige que todo vuelva a la normalidad. Está buscándote, y si te pilla te espera una larga temporada a la sombra. Naturalmente le he dicho que no sé nada, aunque no sé si me ha creído. ¡Qué calor! —se quitó la peluca negra, volviendo a lucir su rubio natural de peluquería, por eso la veía rara—. Europa exige que se levante el cerco a Trazora en nombre de los derechos humanos; nos han dado un ultimátum, y vence dentro de un mes.
     —Si para entonces no hubiéramos resuelto este caso, les enviaré un informe. La burocracia es lenta y nos da un margen mayor del que necesitamos.
     —Supongo que sabrás que las comunidades levantiscas históricas nos están echando un pulso y el presidente está a punto de ceder a todos los chantajes.
     —Que conceda lo que quiera de palabra, pero que alargue los plazos al máximo —consulté el relophon-i—. Si no te importa, va a empezar el programa sobre Trazora, es vital conocer la información de los medios holoaudiovisuales.
     —Me quedo a verlo —Lanzá me agarró del brazo y nos dirigimos a la habitación en la que habían instalado la holotele.
     Lanzá tomó asiento en un extremo de la butaca, yo lo hice a su lado. Llegaron los miembros de mi equipo. No cabíamos todos, así que Pétrez tuvo que sentarse en el suelo. Encendí la holo y después de un par de anuncios estúpidos, comenzó el programa.
     —Buenas tardes, holoespectadoras, holoespectadores, holoespectadorcitas y holoespectadorcitos —comenzó el locutor—, de nuevo con ustedes en el programa semanal de Trazora. Les recordamos que hace exactamente una semana, el ayuntamiento de Trazora recibía un comunicado por I-maily, les había sido concedida la independencia. La celebración se vio truncada desde el primer instante, porque el ejército había instalado de madrugada una sólida verja en torno a la población. La puerta aún permanece cerrada.
     Las imágenes aéreas mostraron la población de Trazora rodeada por una verja metálica alta y consistente. Cualquiera podría saltarla o cortarla, si no fuera por la presencia de militares armados apostados cada veinte metros y alejados otros veinte del perímetro. Era algo que sólo habíamos visto en las holopelículas.
     —Hemos preguntado al presidente de Este País —mostraron la imagen de José Aposentado, sentado en su sillón.
     —No soy yo quien debe responder, sino el Departamento de Mediación entre Comunidades; el asunto está en sus manos, es todo lo que tengo que decir.
     —Hemos preguntado por dicho departamento —continuó el locutor—, pero nadie ha sabido decirnos dónde se encuentra; parece que nos encontramos ante la supuesta actuación de los Servicios Secretos de Éste País. Europa ha pedido explicaciones a nuestro gobierno por las supuestas vulneraciones a los derechos humanos, han dicho que puede haber sanciones. Veamos mientras tanto, qué sucede en la aldea asediada. Conectamos con Trazora.
     No se podía entrar, así que las imágenes estaban holofilmadas desde el exterior. La puerta de acceso estaba custodiada por dos hombres armados con ametralladoras. Una mujer de cabellera violeta oscuro portando un micrófono del mismo color ocupó casi toda la holoimagen.
      —Los vecinos de Trazora no pueden creer que estén encerrados en su propia aldea y algunos de ellos han intentado rebelarse, protagonizando algunos intentos de fuga.
     Las holoimágenes mostraron un vehículo que iba a arremeter contra la verja, de inmediato llegó desde el otro lado un vehículo blindado con la ametralladora apuntándole. El todoterreno pegó un frenazo y desistió.
     —Cuando no pueden conseguirlo por un medio, lo intentan por otro, pero el cerco es consistente y los militares no son precisamente unos novatos; podrían haber formado parte de los soldados de élite de algunas de las mejores holopelículas del género. 
     Holoimágenes de infrarrojos en plena noche, un vecino acerca sigilosamente una escalera a la verja y salta al otro lado. Echa a correr. De pronto, un par de soldados equipados con gafas especiales, echan a correr a una velocidad endiablada, le dan alcance y arrojan una red sobre él. Cae, rueda y se enreda completamente. Los soldados cogen la malla y cargan con ella hasta el calabozo, donde dos soldados armados montan guardia ametralladora en ristre y un tercero abre la puerta. Lanzan al fugado al interior, aún enredado en la red. El calabozo es un contenedor metálico de aspecto acorazado con un tragaluz en el lateral y una puerta de seguridad.
     —¿No les recuerda a alguna holopelícula en la que los soldados de élite están preparadísimos? Nunca pensamos que en Este País existieran las fuerzas de élite a ese nivel, pero a todos les hemos escuchado hablar un perfecto castellano —era la voz del locutor del estudio.
     —Algunos han decidió emplear argucias más sutiles —respondió la locutora de pelo morado—. Un vecino se presentó en el puesto fronterizo alegando que él y su familia salen de vacaciones hacia el Caribe y que lo tiene pagado, demostrándolo con supuestos papeles falsos. Se le comunicó que un permiso de inmigración temporal costaba quinientos eurodólares más una fianza de tres mil por persona, que les sería devuelta al regresar a su país de origen, salvo quinientos euros para trámites aduaneros.
     —¿Y qué sucedería si quisiéramos entrar? —preguntó el locutor desde los estudios.
     —Vais a verlo en estas imágenes tomadas esta mañana —contestó la del pelo morado—, cuando llegó el repartidor del pan.
     El camión fue detenido en la frontera. Habló con los guardias, se encogió de hombros y dio media vuelta.
     —¿Por qué no han permitido la entrada al repartidor del pan en Trazora?
     El guardia armado señaló al que había hablado con el del camión, otro militar con el arma colgada del cinturón.
     —No se la hemos negado. Simplemente no ha querido pagar los impuestos de exportación de alimentos a un país con el que no existen tratados comerciales.
     —Y, ¿se puede saber a cuánto ascienden los impuestos?
     —El diez mil por cien.
     —Me parecen abusivos.
     —Hasta que no se establezca un tratado comercial, es lo que hay.
     —Voy a acercarme a la verja, ¿puedo? —el militar asintió—. Estamos emitiendo en directo para Éste País. ¿Tienen algo que manifestar?
     —Yo tengo congelados en la nevera y algunas conservas, pero como esto continúe, se nos agotarán.
     —¿Qué va a ser de nosotros?
     —Yo no puedo comer sin pan.
     —Pedimos a las buenas gentes que se apiaden de nosotros y nos lo hagan llegar.
     A partir de ese momento, los vecinos de Trazora, congregados ante la puerta comenzaron a atropellarse unos a otros para gritar sus peticiones y quejas. La locutora se alejó.
     —Ya lo ven ustedes, los alimentos empiezan a escasear. ¿Cómo acabará todo esto?
     —No sabemos cuánto tiempo les quedará antes de que a alguien se le ocurra cortarles la luz y el agua, porque nos hemos informado y ambas son suministradas desde Este País.

     En la sede nos miramos unos a otros. La vicepresidenta Lanzá me miró, buscaba una respuesta.
     —No he querido tensar la cuerda hasta ese extremo.
     —Me había asustado.
     —Pero si hiciera falta, lo haríamos —sentenció Pétrez.
     —Llegará en el momento en que estén tan desesperados que firmarán de inmediato la vuelta al redil.
     —A Éste País —a Lanzá le brillaron los ojos.

     —… nos encontramos ante una injusticia perpetrada por un departamento del gobierno que nadie conoce —el locutor de los estudios holotelevisivos continuaba hablando—, hemos querido saber qué opina la oposición y qué piensan hacer al respecto.
     Esa era la sede de la oposición, su presidente y sus tres inseparables sonreían a la holocámara.
     —Voy a pedir la dimisión del gobierno en pleno —el presidente se encontraba saturado de felicidad en su intervención.
     —¿Cómo piensa solucionar el problema? —preguntó la joven locutora de pelo morado.
     —Haremos que quiten la verja y se vayan los militares —habló el henchido presidente, apoyado por sus sonrientes comparsas que afirmaban con la cabeza.
     —Con respecto a la independencia, ¿les permitirán seguir con adelante con ella o tendrán que volver al seno de Éste País?
     Las sonrisas menguaron. El presidente abrió la boca, pero tomó la palabra uno de sus allegados.
     —Diálogo. La democracia se basa en el diálogo.
     —No como el gobierno, que se ha tomado las cosas a la tremenda —apuntó el presidente.
     —Supongo —dijo la hololocutora—, pero fue Trazora quien rompió el diálogo al atentar contra el camión, retener a los políticos en el congreso y quemar aquellos vehículos. 
     No me lo esperaba, sin querer aquella joven acababa de habla a favor nuestro.
     —Diálogo ante todo —soltó un poco convencido segundo de a bordo—, somos demócratas.
     —No podemos ceder al chantaje y a la violencia—dijo el que aún  no había soltado prenda.

     Apagué la holotele francamente satisfecho con ese final de programa. Parecía que en vez de a la oposición, perteneciera a nuestros medios.
     —¿Qué piensas hacer? —preguntó Lanzá.
     —Dejar que lo sucedido en Trazora cale hondo en la sociedad independentista.
     —Confío en vosotros —se levantó y fue hacia mi despacho, donde se encajó la peluca negra. Empezaba a gustarme más que el rubio natural de peluquería.
     —No sé cuánto tiempo más podré dar largas al presidente.
     —Aunque tuvieras que delatarnos, mientras se levanta del sillón y se decide a dialogar, tendremos un plazo más que suficiente; porque no se va a atrever a emplear medios tan contundentes como los nuestros.
     —En estos momentos —se ocultó tras las gafas—, no estoy segura de nada. El gobierno puede caer en cualquier momento.
     —Ya lo has visto. La oposición no lo va a resolver, y cuando vean que tienen que sobornar a la mitad de las poblaciones del territorio de Este País para que se calmen, van a tirar la toalla. No les interesa nuestra dimisión, en estos momentos difíciles están más cómodos en la oposición.
     —Creo que tienes razón.
     —Queda poco por hacer. Tal vez se haya resuelto en nuestro próximo encuentro.
     —Eso espero. Adiós.

*

     La vicepresidenta llegó a la sede poco antes del comienzo del programa. Estaba tan animada como nosotros. Fuimos a la sala, donde Pétrez se había reservado una plaza en el sillón y tenía el mando de la holo en la mano. Pulsó el botón de encendido. Tras los anuncios idiotas del día sobre medicamentos que nos mantendrían sanos y jóvenes hasta el fin de nuestros días, apareció el rótulo de Trazora en violeta sobre fondo morado oscuro.

     —Señoras, señores, señoritas y señoritos. Trazora rechaza la independencia —el locutor, con gesto serio, permaneció callado unos instantes—. Atrás han quedado las protestas de la aldea, de la oposición, de Europa, de Latinoamérica y de las Naciones Unidas. Trazora consiguió con demasiada facilidad lo que otras comunidades históricas han intentado obtener durante décadas. Las condiciones impuestas para esa independencia fueron realmente duras, y los trazoreños se han visto obligados a renegar de su independencia. Veamos cómo han llegado a éste punto.
     Las imágenes mostraron una campiña verde de suaves ondulaciones cuyo único accidente era una línea gris, la pequeña carretera local que terminaba en un grupo de casitas situadas a ambos lados de la misma sobre las que destacaba la espadaña de la iglesia. Un poco más allá de las casas del margen derecho pasaba un riachuelo a cuya orilla se extendían unas pocas huertas, al otro lado pastaban siete vacas.
     —Ésta era Trazora, antes de pedir la independencia. Vamos a recordarles lo que ocurrió después —fueron apareciendo holoimágenes estáticas de las manifestaciones y hechos delictivos que protagonizaron—. Las siguientes imágenes pueden herir la sensibilidad de algún holoespectador. Damos paso a nuestra compañera desplazada a Trazora, que nos contará qué fue lo que sucedió para que Trazora decidiera pedir su readmisión en Éste País.
     Era una población insignificante que había pasado desapercibida hasta que la codicia se adueñó de ellos.  Como todos, querían dinero y siempre les parecía insuficiente. 
      —Buenos días, holoespectadores. Asistimos incrédulos a los sucesos que se están desarrollando tras la verja que da acceso a la población —se había formado un gran alboroto entre los escasos vecinos de la aldea, parecía una pelea—. Los trazorenses están agrediendo al alcalde y al secretario, mientras los militares aquí presentes permanecen impasibles. ¿No piensan ustedes intervenir? —se dirigió al responsable, que parecía disfrutar del espectáculo.
     —No podemos hacerlo más allá de nuestras fronteras, podría ser considerado un acto hostil.
     —Ya lo han oído —… el tumulto hizo que callara. Los vecinos empotraron a los agredidos contra la verja.
     —¡Estos dos sinvergüenzas nos han engañado!
     —¡Sólo ellos son culpables!
     —¡Que los juzguen a ellos!
     —¡Queremos que todo vuelva a la normalidad!
     —¡Pertenecemos a Éste País!
     —¡Somos españoles! —dijo el más viejo.
     Se hizo el silencio. A su edad se decían las verdades sin importar a quién afectara.
     —Señoras y señores, señoritas y señoritos holoespectadores, esto es algo insólito. Acabamos de escucharlo, los vecinos de la población de Trazora, que pidieron la independencia sin tener ningún antecedente separatista, quieren volver a formar parte de Este País. Tan rápido como la quisieron, reniegan de ella. Devuelvo la conexión a nuestro compañero en el estudio.
     No hubo mención a la palabra tabú.
     —Tras los desagradables sucesos del día de ayer, el ayuntamiento de Trazora ha enviado hoy a primera hora un I-maily con un documento firmado por la totalidad de los vecinos, en el cual reniegan de su recién adquirida independencia y piden su urgente readmisión en Este País.
     —Tal vez tenga algo que ver que los alimentos escaseen y exista algún que otro problema de salud —en un pequeño recuadro apareció la locutora desplazada a Trazora.
     —Esperemos que se resuelva de forma satisfactoria en el plazo más breve posible. Esto ha sido todo.

     Ferdnand apagó la holotele.
     —El asunto es peliagudo —Lanzá parecía preocupada—. Espero que no muera nadie.
     —Los tenemos donde queríamos —dijo Pétrez.
     —Esto va a acabar muy pronto —aseguró Ferdnand.
     —No creo que pueda aguantar más presión —Lanzá se removió en el asiento, con lo que casi me hizo caer—. El presidente no aguanta en su butaca y pasea inquieto de un lado a otro de su despacho como un animal enjaulado. Me ha amenazado con hacerme dimitir.
     —¿No irás a delatarnos ahora que estamos a punto de conseguirlo? Sólo necesitamos un par de días.
     —Con uno nos basta —intervino Loiso.
     —Luckhas, mi carrera política puede que esté acabada —se levantó—, pero no voy a delataros; no es mi estilo.
     —Loiso ha dicho que un día, olvídate del partido y tómate el día libre. Lo agradecerás —la acompañé a la salida.
     —Voy a seguir tu consejo. Espero que sepas lo que haces —se puso las gafas.
     —Claro que lo sé —Lol-la estaba perdiendo la fe en mi proyecto, pero no quería desvelar el final antes de tiempo.

*

     Como aseguró Loiso, sólo necesitamos un día, ni siquiera tuvimos necesidad de prolongar la jornada laboral, a las seis de la tarde habíamos terminado y al día siguiente, nos sentamos ante la holotele. Loiso, Ferdnand, Pétrez y yo. Lol-la no había dado señales de vida.

     —Señoras y señores, señoritas y señoritos holoespectadores, este martes ha ocurrido algo que queremos compartir con todos ustedes. El misterioso y desconocido Departamento de Mediación entre Comunidades ha respondido a la petición del recién constituido Estado Independiente de Trazora, que desea volver a formar parte de Este País. Hemos recibido un comunicado de dicho departamento, al parecer es el mismo documento que han recibido los trazorenses y en él se les comunica que se está considerando la readmisión de Trazora como aldea perteneciente a la provincia en la que está enclavada físicamente si cumplen una serie de condiciones. Conectamos con nuestra enviada especial en la frontera de Trazora.
     —No se ven vecinos en la calle. Hubo una reunión de más de tres horas en el ayuntamiento, tras la cual volvieron en absoluto silencio a sus casas. El alcalde y el secretario, están presuntamente afectados de traumatismos graves tras la revuelta, pero no han podido recibir atención médica. Tal vez, el ánimo de los trazorenses esté bajo esta mañana, y es que las condiciones de ingreso en Este País, son un poco duras, ¿no es así?
     —Estos son los documentos que nos han ido llegando a lo largo de la mañana —mostró los documentos que habíamos enviado al estudio de holotelevisión—. Les resumo las condiciones para la readmisión de Trazora en Este País. Los trazorenses tendrán que pagar los gastos administrativos de la admisión, los ocasionados por la frontera que hubo que establecer y los de desplazamiento, manutención y horas extras efectuadas por el personal del ejército. Debe ser una cifra enorme de eurodólares, pero en la copia recibida aparece en blanco —dejó el documento a un lado y cogió otro—. También hemos recibido una copia del documento que los trazorenses han enviado como respuesta al Departamento de Mediación entre Comunidades, en el cual alegan no disponer de la elevada deuda contraída. La respuesta del D.M.C. ha sido inmediata, ha sugerido establecer una hipoteca sobre el total de las propiedades de los vecinos como parte del primer pago, advirtiendo que si incumplen los vencimientos de los siguientes pagos, cumplirán condena en una penitenciaría de máxima seguridad y sin derecho a permiso de ningún tipo, además de ser confiscados la totalidad de sus bienes —dejó el papel y muy serio, cogió el siguiente.

      Mientras tanto, Pétrez, con el portátil sobre las rodillas, a una señal mía, pulsó la tecla. Cerró el documento y volvió a pulsar. El ambiente en nuestra sede no podía ser mejor; acabábamos de poner la guinda al pastel.

      —A ustedes les parecerán unas condiciones durísimas —continuó el locutor—, pero Trazora ha aceptado todas y cada una de las condiciones impuestas —mostró el documento, con la firma de todos los vecinos de la aldea—. Señoras y señores, señoritas y señoritos, ésta ha sido la aparición y desaparición más rápida de un estado. Me despido de ustedes —… el locutor dudó, luego consultó su unidad computerizada virtual, olvidándose de que estaba emitiendo en directo.
     —El programa continuará tras una pausa de sesenta segundos —informó una voz anodina y la publicidad de las pastillas que lo curaban casi todo desplazó al locutor.
     —Perdonen la interrupción, queridas holoespectadoras, holoespectadores, holoespectadorcitas y holoespectadorcitos. Tenía que asegurarme de que lo que acaba de llegar es correcto —mostró el documento que le acabábamos de enviar—. El misterioso Departamento de Mediación entre Comunidades acaba de mandarnos este comunicado en el que afirma haber enviado a todas las comunidades autónomas —guardó silencio unos momentos, mientras le traicionaba una incipiente sonrisa—. Se abre el plazo para que aquella comunidad o población que lo desee, pida la independencia.

*

     Era la primera vez que la vicepresidenta acudía al D.M.C. de rubia natural de peluquería y ataviada con un vestido azul ultramar a juego con los pendientes, zapatos y bolso.
     —Dame la enhorabuena, estás ante la nueva presidenta —me quedé estupefacto.
     —No sabía que hubierais echado a Aposentado.
     —Lo único que hacía era estar aposentado en su sillón —se permitió una sonrisa—. ¿Cómo va  lo de las comunidades levantiscas históricas?
     —Como sabes, ayer terminó el plazo, y no hemos recibido ninguna petición de independencia.
     —Pues entonces, ya podemos cerrar este departamento.
     Lo esperaba, nuestra labor había dado sus frutos, pero me daba pena, había sido un trabajo interesante.
     —Déjame dos días para cerrar todo el papeleo.
     —Tú y el par de días —rió Lanzá.
     —Sólo necesitamos uno —Loiso asomó al pasillo.
     —Te tomo la palabra —repondió Lol-la—. ¿Qué pensáis hacer ahora?
     —No sé, lo hemos estado hablando. Hay algunas ideas, pero de momento nada tan interesante como lo que acabamos de resolver.
     —Siempre tan eficiente. En cuanto cierres esta sede, te vienes conmigo, necesito un vicepresidente efectivo, que se atreva a hacer lo que hay que hacer.
     —Habrá que contar con Loiso, Ferdnand y Pétrez —respondí sin dudar—; sin ellos no habría podido hacerlo.
     —Por supuesto, no voy a olvidarles; necesito gente competente. ¿Me invitáis a ver el programa? Creo que ésta será la última emisión.
     Al llegar a la sala encontré a mi equipo con una botella de champán y unas copas de cristal que sacaban de su envoltorio de cartón.
     —La ocasión lo requiere —Pétrez abrió la botella y cayó antes de que comenzara el programa.

     —Señoras y señores, señoritas y señoritos, ésta es la última emisión del programa, un programa que se creó con el único fin de informar sobre la evolución de la independencia de Trazora. Hoy, Trazora vuelve a pertenecer a Éste País. La verja se abrió en el momento en que firmaron el durísimo pliego de condiciones expedido por el Departamento de Mediación entre Comunidades. Hasta la aldea llegaron una unidad móvil dotada de médico y enfermero, el panadero y otro camión de abastecimiento de alimentos. La trágica historia ha tenido final feliz, y también consecuencias inesperadas: dentro de las lindes de Este País, nadie quiere independizarse —de pronto el locutor miró hacia un lado—. Perdón, quería decir España, así se llamará Este País, después de haber sido aprobado el cambio de denominación en las Cortes.