INDEPENDENCIA
Un árbol en lo alto de una colina reseca.
El locutor habló de imágenes impactantes,
y ni siquiera eran holo. Se escuchó una explosión. La cámara giró hacia la
izquierda. La autovía. Un enorme tráiler. La rueda trasera reventó y largas
tiras de neumático salieron despedidas. Esa había sido la explosión, un simple
reventón. Un camionero apurando los neumáticos mucho más allá de lo razonable. Otro
neumático explotó y la trasera empezó a deslizarse. Estalló el tercero y la
caja del camión empezó a cruzarse. Tuvo suerte, porque logró mantenerlo sobre
la carretera y bajar la velocidad. Entonces reventó el cuarto, y el quinto; ¡todas
las ruedas del lado derecho fenecieron en riguroso orden, de atrás hacia
adelante. No podía deberse al mal estado de los neumáticos. El camión de
detuvo, entonces apareció un individuo armado con una escopeta.
—¡Independencia! —gritó acercándose con
parsimonia al camión.
La cámara enfocó al conductor atravesando
la autovía para alejarse de aquel loco; afortunadamente casi no había tráfico. Volvió
a enfocar al agresor. Permanecía junto al tráiler contemplando su obra y allí
se quedó hasta que llegaron los Servidores de la Ley y el Orden, como si
estuviera esperándolos; entonces dejó su arma en el suelo.
—Los S.L.O. detuvieron a Cocorroto, el presunto
e hipotético terrorista que atentó contra el camión —comentó el locutor—.
Afortunadamente, el conductor resultó ileso.
Puse a dormir a la unidad computerizada y
abandoné el despacho. Bajé a la cafetería, el lugar más concurrido del edificio
de la sede, donde casi todos estaban pendientes de la enorme pantalla holoaudiovisual.
Aún seguían con la noticia.
—¡Haré
lo que sea necesario para que Trazora consiga la independencia! —gritó el
detenido.
—¿Trazora? —intervine incrédulo.
—Acaban de conseguir mucha publicidad —comentó
uno de los compañeros—. No es bueno.
—Bien que nos reíamos en el hemiciclo
cuando nos enteramos por la oposición de que había una aldea perteneciente a
Navarra enclavada en tierras aragonesas que exigía la independencia.
—En un mes habían logrado salir en algunos
medios sensacionalistas de la oposición, y ahora esto.
—La oposición sugirió que les diéramos dinero para que hicieran una
piscina o un club para la tercera edad.
—¡Cien mil eurodólares!
—Lo peor fue que se los dimos.
—Y al día siguiente se manifestaron a la
puerta de las Cortes de forma violenta.
—Debió parecerles poco.
—Malditos sinvergüenzas —intervino el
vicesecretario—, me perdí mi fiesta de cumpleaños en el Pachán por su culpa; acordaos
que no pudimos abandonar el edificio hasta la madrugada.
—No me hables —respondió su adjunta—,
había quedado en el club.
Creía que lo de Trazora había acabado,
pero al parecer no había hecho más que empezar. Era una mala noticia.
*
José Aposentado estaba taciturno, y no era
para menos. Tras el atentado del tráiler, el escándalo amenazaba con acabar con
su frágil mandato; estábamos a un paso del desastre. La aldea de Trazora no era
el único caso de pequeño reducto enclavado en una provincia y que pertenecía a
otra, algo que venía de antiguos pactos entre reyes y nobles; te regalo una
aldea por los servicios prestados y cosas así. Nadie se había molestado en
arreglar este tipo de incongruencias.
Aposentado había intentado solucionarlo
como siempre se había hecho, y les entregó los cien mil eurodólares para que se
tranquilizaran; pero aquel descerebrado había atentado contra el camión en
nombre de Trazora y sus vecinos le aplaudieron. Días después los trazorenses cortaron
una carretera nacional y quemaron varios vehículos; no pasaba nada, el estado
había comprado coches nuevos a los afectados. Hubo incluso un par de individuos
que quemaron sus antiguallas e intentaron hacer creer que se encontraban entre
los afectados por el atentado, a punto estuvieron de conseguirlo.
No se podía permitir que cada cual hiciera
lo que le viniera en gana y además premiarle. Siguiendo su ejemplo se habían
sublevado varias aldeas más; por no hablar de las comunidades Vasca y Catalana,
que amenazaron con recurrir a la violencia extrema si no se les doblaban las
cuantías recibidas por continuar atados, como ellos decían, a Este País.
Había que actuar con contundencia. Tenía
una idea que podría solucionar el conflicto, y quería exponérsela al presidente.
Esperaba que en la situación actual, con la oposición pidiendo su dimisión, se
animara a aceptar mi plan. Tenía audiencia con él.
—José, éste es Luckhas Taj Ante —me
presentó la vicepresidenta. El asintió.
—Señor Aposentado, sé cómo solucionar el
problema del independentismo.
—Le dije a Lol-la que esta reunión era
innecesaria, sabemos que los independentistas no tienen razón. Tarde o temprano
tendrán que deponer su actitud.
—José —suspiró la vicepresidenta—, dele
una oportunidad. ¿No somos un partido dialogante?
—Por supuesto, lo somos —murmuró Aposentado
con desgana.
Se mostraba dialogante con los que
incumplían la ley y a los demás que nos dieran; me hubiera gustado poder darle
un par de tortas que le hicieran levantarse del sillón. Debía haber nacido
cansado y cualquier leve esfuerzo le sobrepasaba, iba a ser difícil convencerle
de la viabilidad de mi plan.
—Señor Aposentado, las comunidades están
acostumbradas a conseguir beneficios a cambio de amenazar al gobierno con
separarse. Sé cómo acabar con el problema.
—No. No quiero más problemas —su rostro ceniciento
cobró cierto color.
—Tan solo necesito una pequeña aldea de
dieciocho habitantes, le aseguro que tras mi intervención, querrán seguir
perteneciendo a Este País.
—¿Trazora? —intervino Lol-la.
—Esa es problemática y no quiero ningún
escándalo.
—Necesitamos que se sepa que Trazora
vuelve al redil. Las demás le seguirán. Concédame usted la autoridad pertinente
y me comprometo a solucionar el problema.
—Me suena a actuación ilegal, así que no
cuente con este gobierno.
—No lo es, sólo…
—Entonces habrá que meditarlo —me
interrumpió—. Tengo otra reunión, seguiremos dialogando.
Se levantó con la parsimonia de un
perezoso. Me habían dicho que no de muchas maneras, pero ésta era nueva. Aposentado
abandonó el despacho. Al menos lo había intentado.
—¿Señor Luckhas, cree que el plan dará
resultado?
—Estoy seguro de ello.
—Perfecto. Lo que tenga que hacer para
conseguirlo, prefiero no saberlo.
—Seré el único responsable de mis
actuaciones.
—Tendrá
la autorización y los medios necesarios. Lo único que le pido es que actúe en su
nombre y no haga recaer responsabilidad alguna sobre el presidente.
—Tiene mi palabra.
—Dígame qué necesita y mañana tendrá la
autorización y los medios necesarios.
Lol-la Lanzá cumplió su palabra. De un día
para otro creó el D.M.C. y me nombró presidente del mismo.
Departamento
de Mediación entre Comunidades, no es que me gustara el nombrecito, pero eso era
lo de menos. Lo importante era que contaba con tres ayudantes, una sede en un
piso del barrio de Salamanca y carta blanca para llevar a cabo mi cometido;
todo ello de riguroso incógnito, como si perteneciéramos al servicio secreto.
*
DEPARTAMENTO
DE MEDIACIÓN ENTRE COMUNIDADES
Se comunica a la aldea de Trazora, que
tras considerar su petición de Independencia, ésta le ha sido concedida
respecto a Navarra y Este País.
Esta decisión surte sus efectos a partir
de las 00:01 del 28 de Marzo de 2027.
En Madrid, a las 23:59 del día 27 de Marzo
de 2027.
Había llegado temprano al despacho y me conecté
a la WEBA para seguir el tema de nuestra independencia; nuestra popularidad
decrecía, así que tendríamos que llevar a cabo otra actuación tan impactante como
la del tráiler para conseguir otra inyección de eurodólares. Y de repente me encontré
con el I-maily. Se trataba de una broma de muy mal gusto. No me sonaba ese
departamento, así que lo tecleé en gugle y como era de esperar, no apareció.
Una broma, pero el susto me lo había llevado.
Tampoco estaría mal que fuera cierto, porque podríamos pedir una última compensación
por el desagravio de haber pertenecido injustamente a Navarra y a Este País. Tenía
que ser una cifra desorbitada, para que después del regateo fuera una cifra
enorme; de lo contrario sabían que recurriríamos a la violencia extrema, ya
sabían cómo las gastábamos los trazoreños. Con mi comisión reflotaría mi menguante
negocio vacuno.
—¡Esto no tiene ningún sentido! —sonó un
portazo. El alcalde. Se había creído lo del I-maily.
—Tranquilo, Borregón —intenté calmarle—, aún
podemos sacarle provecho a la situación.
—¿Al estado de sitio que sufrimos?
—Aniano Borregón, ¿cuántos aguardientes te
has desayunado?
—Desiderio Más, ciego y tonto del culo.
¡Sal ahí fuera y echa un vistazo!
Lo
mejor era desaparecer hasta que se le pasaran los efluvios etílicos. Me iría al
bar a tomar el aguardiente matutino y estudiaría el mejor modo de reflotar la
explotación vacuna. Nada más salir, escuché un vocerío impropio de nuestra
tranquila comunidad. Los encontré congregados a las puertas de una valla que no
debería estar allí. ¿De dónde había salido? ¿Era parte de la broma?
—Desi, ¿qué es todo esto? —me preguntó Petronhio.
Era tan viejo que ni siquiera sabía los años que tenía.
—No lo sé —me acerqué a la verja e intenté
abrirla, sin conseguirlo—. Perdone —me dirigí a los militares que había al otro
lado, serios, tensos y con enormes armas que dejaban a nuestras escopetas de
caza a la altura de los juguetes—, ¿me pueden explicar por qué nos han encerrado?
—Para cualquier duda puede dirigirse al
Departamento de Mediación entre Comunidades.
Entonces… ¡lo del I-maily era cierto!
—¿Qué quiere decir? —intervino la Tomasia.
—Ha sido por lo del camión —aseguró Petronhio—,
os dije que no se pueden cometer esas salvajadas y salir bien parado.
—Y por quemar los coches —intervino
La-thusa, la mujer de Petronhio.
—Pues yo tengo cita con el oftalmólogo a
las doce —refunfuñó Pumín—, tengo que salir.
No me atreví a decir que nos habían
concedido la independencia, ninguno la queríamos.
—Viene el alcalde —Pumín fue hacia él—.
¿Qué es esto?
—Nos
han concedido la Independencia —Borregón llegó muy serio.
—¡Esto es un atropello a nuestros derechos!
—sentenció Petronhio.
—Se
suponía que iban a darnos más ayudas —Gerf-asio levantó los brazos como si
fuera a pelearse—, esto no es lo que acordamos.
—Ya decía yo que la violencia no traería
nada bueno —continuó Petronhio—, si pensabais cometer otra salvajada como la de
Cocorroto, se os han adelantado.
Borregón me llevó aparte.
—El gobierno se está tirando un farol, tarde
o temprano tendrán que quitar la verja, atenta contra los derechos y las
libertades de los ciudadanos de Este País.
—Te recuerdo que nos han concedido la
independencia, Borregón.
—Por eso mismo, Desi. Tenemos que negociar
con el gobierno, por los daños y perjuicios ocasionados tienen que concedernos
una compensación económica con muchos ceros.
En eso en lo único que estábamos
totalmente de acuerdo.
*
—Dime que todo va bien.
La mujer que entró en mi despacho ocultaba
la cara tras unas gafas oscuras enormes e iba enfundada en un mono que le
quedaba grande, de la empresa de energías renovables Los Molinos; esos que
siempre estaban parados mientras las centrales que quemaban combustible fósil
funcionaban a todo trapo. ¿Me conocía? Entonces se quitó las gafas. Era Lol-la
Lanzá, pero la encontraba rara.
—El plan avanza en la dirección correcta. Siéntate.
—El presidente está asustado. Exige que todo
vuelva a la normalidad. Está buscándote, y si te pilla te espera una larga
temporada a la sombra. Naturalmente le he dicho que no sé nada, aunque no sé si
me ha creído. ¡Qué calor! —se quitó la peluca negra, volviendo a lucir su rubio
natural de peluquería, por eso la veía rara—. Europa exige que se levante el
cerco a Trazora en nombre de los derechos humanos; nos han dado un ultimátum, y
vence dentro de un mes.
—Si para entonces no hubiéramos resuelto
este caso, les enviaré un informe. La burocracia es lenta y nos da un margen
mayor del que necesitamos.
—Supongo que sabrás que las comunidades
levantiscas históricas nos están echando un pulso y el presidente está a punto
de ceder a todos los chantajes.
—Que conceda lo que quiera de palabra,
pero que alargue los plazos al máximo —consulté el relophon-i—. Si no te
importa, va a empezar el programa sobre Trazora, es vital conocer la
información de los medios holoaudiovisuales.
—Me quedo a verlo —Lanzá me agarró del
brazo y nos dirigimos a la habitación en la que habían instalado la holotele.
Lanzá tomó asiento en un extremo de la
butaca, yo lo hice a su lado. Llegaron los miembros de mi equipo. No cabíamos
todos, así que Pétrez tuvo que sentarse en el suelo. Encendí la holo y después
de un par de anuncios estúpidos, comenzó el programa.
—Buenas tardes, holoespectadoras,
holoespectadores, holoespectadorcitas y holoespectadorcitos —comenzó el
locutor—, de nuevo con ustedes en el programa semanal de Trazora. Les
recordamos que hace exactamente una semana, el ayuntamiento de Trazora recibía
un comunicado por I-maily, les había sido concedida la independencia. La
celebración se vio truncada desde el primer instante, porque el ejército había instalado
de madrugada una sólida verja en torno a la población. La puerta aún permanece
cerrada.
Las imágenes aéreas mostraron la población
de Trazora rodeada por una verja metálica alta y consistente. Cualquiera podría
saltarla o cortarla, si no fuera por la presencia de militares armados
apostados cada veinte metros y alejados otros veinte del perímetro. Era algo
que sólo habíamos visto en las holopelículas.
—Hemos preguntado al presidente de Este
País —mostraron la imagen de José Aposentado, sentado en su sillón.
—No soy yo quien debe responder, sino el Departamento
de Mediación entre Comunidades; el asunto está en sus manos, es todo lo que
tengo que decir.
—Hemos preguntado por dicho departamento
—continuó el locutor—, pero nadie ha sabido decirnos dónde se encuentra; parece
que nos encontramos ante la supuesta actuación de los Servicios Secretos de
Éste País. Europa ha pedido explicaciones a nuestro gobierno por las supuestas
vulneraciones a los derechos humanos, han dicho que puede haber sanciones. Veamos
mientras tanto, qué sucede en la aldea asediada. Conectamos con Trazora.
No se podía entrar, así que las imágenes
estaban holofilmadas desde el exterior. La puerta de acceso estaba custodiada
por dos hombres armados con ametralladoras. Una mujer de cabellera violeta
oscuro portando un micrófono del mismo color ocupó casi toda la holoimagen.
—Los
vecinos de Trazora no pueden creer que estén encerrados en su propia aldea y
algunos de ellos han intentado rebelarse, protagonizando algunos intentos de
fuga.
Las holoimágenes mostraron un vehículo que
iba a arremeter contra la verja, de inmediato llegó desde el otro lado un
vehículo blindado con la ametralladora apuntándole. El todoterreno pegó un
frenazo y desistió.
—Cuando no pueden conseguirlo por un
medio, lo intentan por otro, pero el cerco es consistente y los militares no
son precisamente unos novatos; podrían haber formado parte de los soldados de
élite de algunas de las mejores holopelículas del género.
Holoimágenes de infrarrojos en plena
noche, un vecino acerca sigilosamente una escalera a la verja y salta al otro
lado. Echa a correr. De pronto, un par de soldados equipados con gafas
especiales, echan a correr a una velocidad endiablada, le dan alcance y arrojan
una red sobre él. Cae, rueda y se enreda completamente. Los soldados cogen la
malla y cargan con ella hasta el calabozo, donde dos soldados armados montan
guardia ametralladora en ristre y un tercero abre la puerta. Lanzan al fugado
al interior, aún enredado en la red. El calabozo es un contenedor metálico de
aspecto acorazado con un tragaluz en el lateral y una puerta de seguridad.
—¿No les recuerda a alguna holopelícula en
la que los soldados de élite están preparadísimos? Nunca pensamos que en Este
País existieran las fuerzas de élite a ese nivel, pero a todos les hemos
escuchado hablar un perfecto castellano —era la voz del locutor del estudio.
—Algunos han decidió emplear argucias más
sutiles —respondió la locutora de pelo morado—. Un vecino se presentó en el
puesto fronterizo alegando que él y su familia salen de vacaciones hacia el
Caribe y que lo tiene pagado, demostrándolo con supuestos papeles falsos. Se le
comunicó que un permiso de inmigración temporal costaba quinientos eurodólares
más una fianza de tres mil por persona, que les sería devuelta al regresar a su
país de origen, salvo quinientos euros para trámites aduaneros.
—¿Y qué sucedería si quisiéramos entrar? —preguntó
el locutor desde los estudios.
—Vais a verlo en estas imágenes tomadas
esta mañana —contestó la del pelo morado—, cuando llegó el repartidor del pan.
El camión fue detenido en la frontera.
Habló con los guardias, se encogió de hombros y dio media vuelta.
—¿Por qué no han permitido la entrada al
repartidor del pan en Trazora?
El guardia armado señaló al que había
hablado con el del camión, otro militar con el arma colgada del cinturón.
—No se la hemos negado. Simplemente no ha
querido pagar los impuestos de exportación de alimentos a un país con el que no
existen tratados comerciales.
—Y, ¿se puede saber a cuánto ascienden los
impuestos?
—El diez mil por cien.
—Me parecen abusivos.
—Hasta que no se establezca un tratado
comercial, es lo que hay.
—Voy a acercarme a la verja, ¿puedo? —el
militar asintió—. Estamos emitiendo en directo para Éste País. ¿Tienen algo que
manifestar?
—Yo tengo congelados en la nevera y
algunas conservas, pero como esto continúe, se nos agotarán.
—¿Qué va a ser de nosotros?
—Yo no puedo comer sin pan.
—Pedimos a las buenas gentes que se
apiaden de nosotros y nos lo hagan llegar.
A partir de ese momento, los vecinos de
Trazora, congregados ante la puerta comenzaron a atropellarse unos a otros para
gritar sus peticiones y quejas. La locutora se alejó.
—Ya lo ven ustedes, los alimentos empiezan
a escasear. ¿Cómo acabará todo esto?
—No sabemos cuánto tiempo les quedará
antes de que a alguien se le ocurra cortarles la luz y el agua, porque nos
hemos informado y ambas son suministradas desde Este País.
En la sede nos miramos unos a otros. La
vicepresidenta Lanzá me miró, buscaba una respuesta.
—No he querido tensar la cuerda hasta ese
extremo.
—Me había asustado.
—Pero si hiciera falta, lo haríamos —sentenció
Pétrez.
—Llegará en el momento en que estén tan
desesperados que firmarán de inmediato la vuelta al redil.
—A Éste País —a Lanzá le brillaron los
ojos.
—… nos encontramos ante una injusticia
perpetrada por un departamento del gobierno que nadie conoce —el locutor de los
estudios holotelevisivos continuaba hablando—, hemos querido saber qué opina la
oposición y qué piensan hacer al respecto.
Esa era la sede de la oposición, su presidente
y sus tres inseparables sonreían a la holocámara.
—Voy a pedir la dimisión del gobierno en
pleno —el presidente se encontraba saturado de felicidad en su intervención.
—¿Cómo piensa solucionar el problema?
—preguntó la joven locutora de pelo morado.
—Haremos que quiten la verja y se vayan
los militares —habló el henchido presidente, apoyado por sus sonrientes
comparsas que afirmaban con la cabeza.
—Con respecto a la independencia, ¿les
permitirán seguir con adelante con ella o tendrán que volver al seno de Éste
País?
Las sonrisas menguaron. El presidente
abrió la boca, pero tomó la palabra uno de sus allegados.
—Diálogo. La democracia se basa en el
diálogo.
—No como el gobierno, que se ha tomado las
cosas a la tremenda —apuntó el presidente.
—Supongo —dijo la hololocutora—, pero fue
Trazora quien rompió el diálogo al atentar contra el camión, retener a los
políticos en el congreso y quemar aquellos vehículos.
No me lo esperaba, sin querer aquella joven
acababa de habla a favor nuestro.
—Diálogo ante todo —soltó un poco
convencido segundo de a bordo—, somos demócratas.
—No podemos ceder al chantaje y a la
violencia—dijo el que aún no había
soltado prenda.
Apagué la holotele francamente satisfecho
con ese final de programa. Parecía que en vez de a la oposición, perteneciera a
nuestros medios.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó Lanzá.
—Dejar que lo sucedido en Trazora cale
hondo en la sociedad independentista.
—Confío en vosotros —se levantó y fue
hacia mi despacho, donde se encajó la peluca negra. Empezaba a gustarme más que
el rubio natural de peluquería.
—No sé cuánto tiempo más podré dar largas
al presidente.
—Aunque tuvieras que delatarnos, mientras se
levanta del sillón y se decide a dialogar, tendremos un plazo más que
suficiente; porque no se va a atrever a emplear medios tan contundentes como
los nuestros.
—En estos momentos —se ocultó tras las
gafas—, no estoy segura de nada. El gobierno puede caer en cualquier momento.
—Ya lo has visto. La oposición no lo va a
resolver, y cuando vean que tienen que sobornar a la mitad de las poblaciones
del territorio de Este País para que se calmen, van a tirar la toalla. No les
interesa nuestra dimisión, en estos momentos difíciles están más cómodos en la
oposición.
—Creo que tienes razón.
—Queda poco por hacer. Tal vez se haya
resuelto en nuestro próximo encuentro.
—Eso espero. Adiós.
*
La vicepresidenta llegó a la sede poco
antes del comienzo del programa. Estaba tan animada como nosotros. Fuimos a la
sala, donde Pétrez se había reservado una plaza en el sillón y tenía el mando
de la holo en la mano. Pulsó el botón de encendido. Tras los anuncios idiotas
del día sobre medicamentos que nos mantendrían sanos y jóvenes hasta el fin de
nuestros días, apareció el rótulo de Trazora en violeta sobre fondo morado
oscuro.
—Señoras, señores, señoritas y señoritos. Trazora
rechaza la independencia —el locutor, con gesto serio, permaneció callado unos
instantes—. Atrás han quedado las protestas de la aldea, de la oposición, de Europa,
de Latinoamérica y de las Naciones Unidas. Trazora consiguió con demasiada
facilidad lo que otras comunidades históricas han intentado obtener durante
décadas. Las condiciones impuestas para esa independencia fueron realmente
duras, y los trazoreños se han visto obligados a renegar de su independencia. Veamos
cómo han llegado a éste punto.
Las imágenes mostraron una campiña verde de
suaves ondulaciones cuyo único accidente era una línea gris, la pequeña
carretera local que terminaba en un grupo de casitas situadas a ambos lados de
la misma sobre las que destacaba la espadaña de la iglesia. Un poco más allá de
las casas del margen derecho pasaba un riachuelo a cuya orilla se extendían unas
pocas huertas, al otro lado pastaban siete vacas.
—Ésta era Trazora, antes de pedir la
independencia. Vamos a recordarles lo que ocurrió después —fueron apareciendo holoimágenes
estáticas de las manifestaciones y hechos delictivos que protagonizaron—. Las
siguientes imágenes pueden herir la sensibilidad de algún holoespectador. Damos
paso a nuestra compañera desplazada a Trazora, que nos contará qué fue lo que
sucedió para que Trazora decidiera pedir su readmisión en Éste País.
Era una población insignificante que había
pasado desapercibida hasta que la codicia se adueñó de ellos. Como todos, querían dinero y siempre les
parecía insuficiente.
—Buenos
días, holoespectadores. Asistimos incrédulos a los sucesos que se están
desarrollando tras la verja que da acceso a la población —se había formado un gran
alboroto entre los escasos vecinos de la aldea, parecía una pelea—. Los trazorenses
están agrediendo al alcalde y al secretario, mientras los militares aquí
presentes permanecen impasibles. ¿No piensan ustedes intervenir? —se dirigió al
responsable, que parecía disfrutar del espectáculo.
—No podemos hacerlo más allá de nuestras
fronteras, podría ser considerado un acto hostil.
—Ya lo han oído —… el tumulto hizo que
callara. Los vecinos empotraron a los agredidos contra la verja.
—¡Estos dos sinvergüenzas nos han engañado!
—¡Sólo ellos son culpables!
—¡Que
los juzguen a ellos!
—¡Queremos que todo vuelva a la
normalidad!
—¡Pertenecemos a Éste País!
—¡Somos españoles! —dijo el más viejo.
Se hizo el silencio. A su edad se decían
las verdades sin importar a quién afectara.
—Señoras y señores, señoritas y señoritos
holoespectadores, esto es algo insólito. Acabamos de escucharlo, los vecinos de
la población de Trazora, que pidieron la independencia sin tener ningún
antecedente separatista, quieren volver a formar parte de Este País. Tan rápido
como la quisieron, reniegan de ella. Devuelvo la conexión a nuestro compañero
en el estudio.
No hubo mención a la palabra tabú.
—Tras los desagradables sucesos del día de
ayer, el ayuntamiento de Trazora ha enviado hoy a primera hora un I-maily con un
documento firmado por la totalidad de los vecinos, en el cual reniegan de su
recién adquirida independencia y piden su urgente readmisión en Este País.
—Tal vez tenga algo que ver que los
alimentos escaseen y exista algún que otro problema de salud —en un pequeño
recuadro apareció la locutora desplazada a Trazora.
—Esperemos que se resuelva de forma
satisfactoria en el plazo más breve posible. Esto ha sido todo.
Ferdnand apagó la holotele.
—El asunto es peliagudo —Lanzá parecía
preocupada—. Espero que no muera nadie.
—Los tenemos donde queríamos —dijo Pétrez.
—Esto va a acabar muy pronto —aseguró Ferdnand.
—No creo que pueda aguantar más presión
—Lanzá se removió en el asiento, con lo que casi me hizo caer—. El presidente
no aguanta en su butaca y pasea inquieto de un lado a otro de su despacho como
un animal enjaulado. Me ha amenazado con hacerme dimitir.
—¿No irás a delatarnos ahora que estamos a
punto de conseguirlo? Sólo necesitamos un par de días.
—Con uno nos basta —intervino Loiso.
—Luckhas, mi carrera política puede que esté
acabada —se levantó—, pero no voy a delataros; no es mi estilo.
—Loiso ha dicho que un día, olvídate del
partido y tómate el día libre. Lo agradecerás —la acompañé a la salida.
—Voy a seguir tu consejo. Espero que sepas
lo que haces —se puso las gafas.
—Claro que lo sé —Lol-la estaba perdiendo
la fe en mi proyecto, pero no quería desvelar el final antes de tiempo.
*
Como aseguró Loiso, sólo necesitamos un
día, ni siquiera tuvimos necesidad de prolongar la jornada laboral, a las seis
de la tarde habíamos terminado y al día siguiente, nos sentamos ante la
holotele. Loiso, Ferdnand, Pétrez y yo. Lol-la no había dado señales de vida.
—Señoras y señores, señoritas y señoritos
holoespectadores, este martes ha ocurrido algo que queremos compartir con todos
ustedes. El misterioso y desconocido Departamento de Mediación entre
Comunidades ha respondido a la petición del recién constituido Estado
Independiente de Trazora, que desea volver a formar parte de Este País. Hemos
recibido un comunicado de dicho departamento, al parecer es el mismo documento
que han recibido los trazorenses y en él se les comunica que se está
considerando la readmisión de Trazora como aldea perteneciente a la provincia
en la que está enclavada físicamente si cumplen una serie de condiciones. Conectamos
con nuestra enviada especial en la frontera de Trazora.
—No se ven vecinos en la calle. Hubo una
reunión de más de tres horas en el ayuntamiento, tras la cual volvieron en
absoluto silencio a sus casas. El alcalde y el secretario, están presuntamente afectados
de traumatismos graves tras la revuelta, pero no han podido recibir atención
médica. Tal vez, el ánimo de los trazorenses esté bajo esta mañana, y es que
las condiciones de ingreso en Este País, son un poco duras, ¿no es así?
—Estos son los documentos que nos han ido
llegando a lo largo de la mañana —mostró los documentos que habíamos enviado al
estudio de holotelevisión—. Les resumo las condiciones para la readmisión de
Trazora en Este País. Los trazorenses tendrán que pagar los gastos
administrativos de la admisión, los ocasionados por la frontera que hubo que establecer
y los de desplazamiento, manutención y horas extras efectuadas por el personal
del ejército. Debe ser una cifra enorme de eurodólares, pero en la copia
recibida aparece en blanco —dejó el documento a un lado y cogió otro—. También
hemos recibido una copia del documento que los trazorenses han enviado como
respuesta al Departamento de Mediación entre Comunidades, en el cual alegan no
disponer de la elevada deuda contraída. La respuesta del D.M.C. ha sido
inmediata, ha sugerido establecer una hipoteca sobre el total de las
propiedades de los vecinos como parte del primer pago, advirtiendo que si
incumplen los vencimientos de los siguientes pagos, cumplirán condena en una
penitenciaría de máxima seguridad y sin derecho a permiso de ningún tipo,
además de ser confiscados la totalidad de sus bienes —dejó el papel y muy
serio, cogió el siguiente.
Mientras tanto, Pétrez, con el portátil
sobre las rodillas, a una señal mía, pulsó la tecla. Cerró el documento y volvió
a pulsar. El ambiente en nuestra sede no podía ser mejor; acabábamos de poner
la guinda al pastel.
—A ustedes les parecerán unas condiciones
durísimas —continuó el locutor—, pero Trazora ha aceptado todas y cada una de
las condiciones impuestas —mostró el documento, con la firma de todos los
vecinos de la aldea—. Señoras y señores, señoritas y señoritos, ésta ha sido la
aparición y desaparición más rápida de un estado. Me despido de ustedes —… el
locutor dudó, luego consultó su unidad computerizada virtual, olvidándose de
que estaba emitiendo en directo.
—El programa continuará tras una pausa de
sesenta segundos —informó una voz anodina y la publicidad de las pastillas que
lo curaban casi todo desplazó al locutor.
—Perdonen la interrupción, queridas
holoespectadoras, holoespectadores, holoespectadorcitas y holoespectadorcitos. Tenía
que asegurarme de que lo que acaba de llegar es correcto —mostró el documento
que le acabábamos de enviar—. El misterioso Departamento de Mediación entre
Comunidades acaba de mandarnos este comunicado en el que afirma haber enviado a
todas las comunidades autónomas —guardó silencio unos momentos, mientras le
traicionaba una incipiente sonrisa—. Se abre el plazo para que aquella comunidad
o población que lo desee, pida la independencia.
*
Era la primera vez que la vicepresidenta
acudía al D.M.C. de rubia natural de peluquería y ataviada con un vestido azul
ultramar a juego con los pendientes, zapatos y bolso.
—Dame la enhorabuena, estás ante la nueva presidenta
—me quedé estupefacto.
—No sabía que hubierais echado a
Aposentado.
—Lo único que hacía era estar aposentado
en su sillón —se permitió una sonrisa—. ¿Cómo va lo de las comunidades levantiscas históricas?
—Como sabes, ayer terminó el plazo, y no
hemos recibido ninguna petición de independencia.
—Pues entonces, ya podemos cerrar este
departamento.
Lo esperaba, nuestra labor había dado sus
frutos, pero me daba pena, había sido un trabajo interesante.
—Déjame dos días para cerrar todo el
papeleo.
—Tú y el par de días —rió Lanzá.
—Sólo necesitamos uno —Loiso asomó al
pasillo.
—Te tomo la palabra —repondió Lol-la—.
¿Qué pensáis hacer ahora?
—No sé, lo hemos estado hablando. Hay
algunas ideas, pero de momento nada tan interesante como lo que acabamos de
resolver.
—Siempre tan eficiente. En cuanto cierres
esta sede, te vienes conmigo, necesito un vicepresidente efectivo, que se
atreva a hacer lo que hay que hacer.
—Habrá que contar con Loiso, Ferdnand y
Pétrez —respondí sin dudar—; sin ellos no habría podido hacerlo.
—Por supuesto, no voy a olvidarles; necesito
gente competente. ¿Me invitáis a ver el programa? Creo que ésta será la última
emisión.
Al llegar a la sala encontré a mi equipo
con una botella de champán y unas copas de cristal que sacaban de su envoltorio
de cartón.
—La ocasión lo requiere —Pétrez abrió la
botella y cayó antes de que comenzara el programa.
—Señoras y señores, señoritas y señoritos,
ésta es la última emisión del programa, un programa que se creó con el único
fin de informar sobre la evolución de la independencia de Trazora. Hoy, Trazora
vuelve a pertenecer a Éste País. La verja se abrió en el momento en que
firmaron el durísimo pliego de condiciones expedido por el Departamento de
Mediación entre Comunidades. Hasta la aldea llegaron una unidad móvil dotada de
médico y enfermero, el panadero y otro camión de abastecimiento de alimentos.
La trágica historia ha tenido final feliz, y también consecuencias inesperadas:
dentro de las lindes de Este País, nadie quiere independizarse —de pronto el
locutor miró hacia un lado—. Perdón, quería decir España, así se llamará Este
País, después de haber sido aprobado el cambio de denominación en las Cortes.