lunes, 26 de julio de 2021

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     La jornada de hoy ha sido muy importante para Adarán, siendo más feliz si cabe de lo que lo es habitualmente. Le pedí que invitara a sus amigos a la merienda y se presentó con siete niños de su clase, y de los del vecindario se acordó únicamente de Laurah, a la que por cierto ha acaparado casi todo el tiempo, hasta consiguió que se sentara a su lado en la merienda pese a que Jorge insistiera en que lo hiciera con él.

     El diario también le ha hecho una ilusión tremenda, tanto que se abrazó a mí y no me hubiera soltado de no haberle dicho que debería empezarlo. Lo de poder cerrar con llave para que nadie se lo vea le ha encantado… aunque al acabar de expresarse en él, ha cerrado y me ha entregado la llave para que la guarde yo, porque así no se perderá. Me gustaría no haber perdido nunca su inocencia.

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     Las jornadas pasaban muy despacio, tanto que Mamá me dijo que las iríamos tachando en el calendario para verlo mejor. Aún quedaban las mismas páginas para que pudiera ir al Espacio de Conocimientos de los mayores, pero en tres jornadas arrancaríamos esa hoja. Mamá estaba escribiendo en su diario, así que fui a por el mío. Lo saqué del cajón de la mesilla donde lo escondía para que nadie lo viera, lo llevé al salón y le pedí la llave para abrirlo. Era la tercera vez que escribía en él. La segunda vez pinté a Mamá escribiendo en su diario. La había dibujado muy guapa, y con el sol en su cabeza. Mamá me miraba.

     —Mamá, ¿se pueden poner las cosas buenas que me van a pasar?

     —Claro que sí, pero ¿cómo sabes las cosas buenas que te van a pasar?

     —Soy mayor y voy a ir al otro Espacio de Conocimientos.

     De momento sólo lo sabían Mamá, la vecinita Laurah, los amigos que vinieron al cumpleaños y Luissa, mi transmisora de Conocimientos. Quería poner en el diario que era mayor, y que Mamá y yo nos íbamos a casar. Tendría que pedirle ayuda para escribirlo, pero primero lo dibujaría. Mamá miraba de vez en cuando lo que hacía y cuando lo hubiera acabado me tomaría el pelo confundiendo a los dibujados con otras personas. ¿Quiénes diría que eran esta vez? La había dibujado a ella, con un vestido blanco, lo había visto en una película. Como el blanco que puse era casi como el color de la hoja, rodeé su vestido de rojo, así se veía mejor lo guapa que estaba con el traje de casarse. Yo también me puse de blanco, y con un sombrero muy alto y me rodeé también de rojo.

     —Son caperucita roja y el lobo feroz —esta vez no esperó a que terminara de dibujar.

     —No, Mamá —fui a que me achuchara—, ésta eres tú y este soy yo, nos estamos casando —nada más decirlo me achuchó muy fuerte. A papá no le achuchaba así, ni él a ella. Nosotros nos queríamos mucho, así que teníamos que casarnos.

     —¡Qué bien! Tendrás que escribirlo debajo.

     Eso haría, aunque me tocara pedirle que me pusiera la muestra en un papel. Tenía ganas de ir al Espacio de Conocimientos de mayores para aprender a escribir todo lo que quisiera sin tener que preguntarlo. Pero no quería que dejara de achucharme. Cuando estuviéramos casados dormiríamos en su cama, pero a papá no le gustaba que fuera allí. Tendría que casarse con otra y tendrían que dormir en el dormitorio de invitados.

     —Aún no he acabado el dibujo —me desachuché y bajé a la mesa.

     No quedaba mucho sitio, pero dibujé a Papá más pequeño, le puse un sombreo y a su lado a una mujer que no era guapa como Mamá, con el pelo tan negro como el de papá.

     —Mamá, ¿me ayudas a escribir?

     —Sí —tardó en responder, estaba escribiendo mucho en su diario. Se arrodilló a mi lado—. ¿Quiénes son estos niños?

     —Yo me caso contigo —la achuché, porque volvía a tomarme el pelo—, y a papá le casamos con ésta.

     —Oh —se rio—, ¿quién es?

     —No lo sé. Tendremos que buscar una chica que quiera casarse con él.

     —Pues tendremos que salir… el sábado, pero es un secreto entre nosotros —me dio un montón de besos.

     —¿Como lo del diario?

     —Eso es. No se lo diremos a nadie, ni siquiera a papá.

     —A nadie —eso me gustaba.

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      Soy consciente de que algo había cambiado aquella jornada. Hablé de ello con la Transmisora de Conocimientos de Adarán, pero no había ocurrido nada especial ni esa jornada ni en las anteriores que hubiera podido influir en él para que empezara a quererme más. Intento entender qué había ocurrido, por curiosidad, pero no lo he conseguido. Me quiere con locura, como nadie lo ha hecho ni lo hará jamás; tengo esa suerte. Intento quererle con la misma intensidad.

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     Hacerse mayor era más difícil de lo que parecía. Habíamos arrancado dos hojas del calendario cuando empezaron las vacaciones, pero faltaban otras dos. Las vacaciones me gustaron mucho, porque estaba toda la jornada con Mamá. Me llevaba con ella a todas partes, a comprar la comida para comer, a por ropa nueva porque la que tenía se me quedaba pequeña ahora que era mayor. También me llevó a otro sitio en el que daban papeles para escribirlos sin dibujos, mamá dijo que se llamaba burocracia, una palabra tan aburrida como ese Espacio. Mamá me dejó poner mi nombre en uno de los papeles, aunque no me enteré cuándo se lo dio al que estaba sentado al otro lado de la mesa. Papá no está con nosotros, su jefe malo no le da vacaciones.

     Tenía mucho tiempo para dibujar, y Mamá me empezó a enseñar a leer, pero es muy difícil, porque todavía estoy aprendiendo las letras y aún no sé qué pone cuando están todas juntas, sólo sé escribir quiero a Mamá y Mamá quiere a Adarán. Es difícil hacerse mayor, aprender a leer y escribir me va a costar casi los dos meses que quedan en el calendario para que vaya al Espacio de Conocimientos de los mayores.

     Algunas tardes viene mi amiga Laurah a casa. Viene con su amiga Olga. Ellas tampoco saben leer ni escribir. Jugamos a muchas cosas, pero lo que más me gusta es cuando dibujamos. Pinto a Laurah, que es muy guapa, casi tanto como Mamá. Se me acabó la pintura amarilla y ella me dejó la suya. Ella dibujó a Olga y otra jornada me hizo a mí y me lo regaló. Entonces yo le hice otro dibujo y se lo regalé. Olga se puso triste, y entonces Mamá me dijo que dibujara a Olga. Le iba a poner el pelo negro, como lo tiene, pero dijo que se lo pusiera azul. Le dije que no podía, pero Mamá estaba leyendo y nos oyó. Dijo que podía ser como ella quisiera, así que se lo puse azul, pero del oscuro. A ella le gustó mucho, y dijo que pintaba muy bien. Me gusta más cuando estoy solo con Laurah, como la última jornada que fui a su casa y Olga no pudo ir porque se había ido a comprar con su madre. Hice un dibujo suyo y luego lo puse en el diario. Debajo escribí LAURAH ES MI AMIGA.

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      Ha pasado casi un año desde la jornada en que Adarán empezó a quererme mucho más, y entre nosotros todo sigue igual. Ahora va al Espacio de mayores, como él lo llama. Aprendió muy rápido a leer y a escribir por la prisa que tenía en ser mayor, y como decía él, casarse conmigo. Tenemos que ir relegándolo, le dije que si papá se iba, quién va a ganar el dinero y ha dicho que él. Estamos esperando a que tenga una laboración y gane mucho dinero. Dice que va a ser el jefe del jefe de papá y que le va a hacer trabajar mucho, y a papá poco para que venga antes a casa. Es muy gracioso.

     La semana pasada tuve que ir a hablar con su Transmisor de Conocimientos. Parece buena persona y sus transmitidos le adoran, pero es un poco raro; se le ha ocurrido decirle a Adarán que no está bien que ande toda la jornada con las niñas, que está siempre con las rubias, y que debe tener amigos. Los tiene, porque me habla de ellos y de que a veces juegan en el Espacio Lúdico, pero a la hora de adquirir Conocimientos prefiere estar con ellas. No tiene la menor importancia y así se lo dije, al fin y al cabo, yo soy rubia.

    Es cierto que prefiere a las rubias, cuando comenzó a dibujar en su diario yo era la protagonista del mismo, después introdujo en él a su amiga Laurah; parece que se ha encaprichado de ella, y aunque junto a Olga forman un grupo bien avenido, ambos se entienden de maravilla. Creo que es el amor que me profesa el que le llevaba a buscar una mujercita que le recuerde a mí. No sé por qué, pero le encanta mi pelo, le gusta acariciarlo y hundir sus manitas en él.

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     El sábado fue una buena jornada. Laurah y Olga iban a venir a casa a jugar, pero Olga estaba mala y solo vino Laurah. Mamá nos dejó ver una película muy bonita, de un país que le gustaba a ella, se llamaba Egipto. Todos tenían el pelo muy oscuro, el cuerpo también, pero había unos aventureros que querían descubrir una momia, eran pareja emocional y al final se casaron. Nos gustó la película y hablamos de las parejas emocionales, que paseaban de la mano y cuando se despedían se daban un beso. Ella lo dijo primero, pero yo también lo iba a decir: podíamos ser pareja emocional. Fuimos hasta mi dormitorio cogidos de la mano, para coger la caja de pinturas que me había comprado Mamá, porque la anterior se había quedado sin el amarillo. Traje las pinturas en una mano y ella los papeles en otra para poder volver cogidos de la mano. Dibujamos a la pareja de la película y después nos dibujamos nosotros, porque habíamos dicho que éramos una pareja emocional. Laurah nos rodeó de verde, y yo lo hice de azul. A mí me gustaba el dibujo de ella y a ella el mío así que nos los cambiamos después de poner nuestros nombres debajo.

     Mamá nos tomó una imagen con nuestros dibujos, y después otra de pareja emocional, cogidos de la mano, se lo pidió Laurah, era más rápida que yo y siempre se me adelantaba. Cuando la llevamos a su casa, fuimos los tres de la mano, y al despedirnos nos dimos un beso en la mejilla, me gustó. Estaba muy contento, y al volver, fui a por el diario, dibujé a Laurah y debajo escribí su nombre. Quise hacer otro dibujo, y entonces Mamá me dijo que teníamos que cenar. Tuve que dejarlo para la tarde siguiente, y entonces copié el dibujo de novios que había hecho ella en el diario y pedí a Mamá que me hiciera la muestra para escribir debajo. ADARÁN Y LAURAH. SOMOS PAREJA EMOCIONAL.

     La vez siguiente fuimos a su casa y jugamos a que estábamos en Egipto y los señores de piel oscura nos querían encerrar en una pirámide, pero nos hicimos pareja emocional y conseguimos escaparnos. Cuando Mamá vino a buscarme, me cogió de la mano para acompañarme hasta la puerta, allí le di un beso y ella me dio otro. Estaba muy contento de que fuéramos pareja. Cuando ya estábamos fuera, Laurah me dijo adiós con la mano.  Su madre estaba enfadada, a lo mejor no quería que me fuera tan pronto.

     Laurah no volvió a nuestra casa. Mamá me explicó que su madre no quería que fuéramos pareja emocional, porque decía que aún no laborábamos para poder mudarnos a una casa propia. Yo no quería irme de mi casa, así que le dije a Mamá que viniera Laurah a vivir con nosotros. Fue a hablar con la madre de Laurah, pero le dijo a Mamá que tendríamos que esperar a que yo ganara mucho dinero. Quería ser pareja de Laurah y su mamá no nos dejaba. Pregunté a Mamá cuántos meses faltaban para que yo ganara mucho dinero y me dijo que varios calendarios. Estuve muy triste, pero iba a adquirir muchos Conocimientos para ser muy listo y ganar mucho dinero y Laurah se vendría a vivir con nosotros. Quise arrancar una página del calendario para que el tiempo pasara más deprisa, pero Mamá me dijo que no funcionaría.

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     El pobrecito Adarán se ha llevado un disgusto tremendo, menos mal que me tiene a mí. Fui a verle antes de irme a dormir. Estaba despierto, y al verme se echó a llorar. Quién iba a decir que a su tierna edad sufriría un desengaño sentimental, y no por culpa de su amiguita, sino de su deplorable madre, a quien preocupa que dos niños puedan caminar cogidos de la mano y besarse en la mejilla al despedirse. Le llevé a mi cama y se durmió casi de inmediato, abrazado a mí y con una mano enredada en mis cabellos. Mi marido no lo aprueba, pero no es él quien se ocupa de Adarán, apenas le presta atención.

     Mientras escribo esto, Adarán está dibujándome de nuevo. Él está a mi lado, más alto de lo que es y me explica que nos hemos casado. Continúo siendo su principal fuente de felicidad, por eso busca la compañía de mujercitas que le recuerden a mí. Le encanta mi pelo, le gusta acariciarlo y hundir sus manitas en él, como anoche; se quedó dormido con una mano enredada en mis cabellos. Tengo que ir a la peluquería, así que podía acercar mis cabellos un poco más al platino, seguro que a él le encantará.

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     Tenía nueve años, iba al Espacio de Conocimientos Básicos y sabía leer y escribir muy bien, pero decían que aún no era mayor. Mi Transmisor de Conocimientos me había dicho que aún tendría que ir a otros dos Espacios más antes de empezar a ganar mucho dinero, así que todavía no podía casarme con Mamá. Era una pena, su pelo se había vuelto más rubio y estaba más guapa. El pelo de algunas niñas de mi Espacio se había oscurecido. No sabía por qué a algunas personas les cambiaba el color y a otras no. El mío seguía igual de claro y en el Espacio de Conocimientos también había dos niñas que seguían con el pelo igual de rubio. La más guapa tenía el pelo rizado y casi le llegaba a la cintura, pero no me atrevía a acercarme a ella porque me miraba con cara de enfadada; la otra, Elennia, no era tan guapa, tenía la nariz pequeña y el pelo era liso y le llegaba hasta los hombros. Le pedí ayuda para resolver un problema de Conocimiento Matemático y me explicó cómo se hacía. La jornada siguiente conseguí estar un rato con ella en el Espacio Lúdico y otra le ayudé con el Conocimiento de la Comunidad.

     Elennia. La había dibujado en mi diario y escribí que quería que fuera mi pareja emocional. Una jornada me atreví a decírselo después de repasar juntos el tema “Los insectos de nuestra Comunidad” y me miró como si yo fuera un insecto asqueroso, se levantó y se fue; más tarde, cuando íbamos a subir al Espacio de Estudio, la vi cuchichear con otra niña y se rieron. Aquella tarde abracé a Mamá un rato muy largo y me preguntó qué tal me había ido en el Espacio de Conocimientos. Dije que bien, pero que el Conocimiento Matemático era difícil y se me escapó que Elennia me ayudaba. Preguntó si era rubia y le dije que sí, menos mal que no tuve que contarle lo que me había pasado con ella, porque se puso a leer. Seguíamos sentándonos en el sofá del salón, aunque me hubiera comprado una mesa para adquirir Conocimentos que pusimos en mi habitación; dejaba en ella la bolsimochila, pero no la usaba. Me puse a dibujar a Elennia, con los pelos muy oscuros.

     A la jornada siguiente, en el Espacio de Conocimento, Elennia me miró sonriente, debía haberlo pensado bien y quería que fuéramos pareja emocional. Estaba impaciente por que llegara el momento de salir al Espacio Lúdico para estar con ella, pero la salida me pilló recogiendo las pinturas y cuando terminé, ella se había ido. Recorrí el patio, y entonces vi que muchos compañeros miraban hacia el rincón que llevaba a la parte de atrás del edificio, allí estaba ella; cogida de la mano de un chico del último curso, ¡uno de los peores!

     —¿Has visto? —dijo Álberton acercándose a mí—. Elennia dice que Roubert es su pareja sexual. ¿Tú crees que harán esas cosas?

     Había oído hablar de eso a unos compañeros, al parecer ponían las cosas de mear juntas, era una guarrada. Los imaginé meándose el uno al otro, y del asco que me dio me mareé; cuando desperté estaba en la cama de una habitación que no era la mía. No sabía cómo había llegado hasta allí. Mamá estaba sentada en la butaca, al lado de la cama.

     —Adarán… ¿Qué pasó, mi niño?

     —Elennia se ha reído de mí. Prefiere a Roubert y dice que es su pareja —rompí a llorar.

     —Adarán, no pasa nada —Mamá me abrazó—. Si no quiere saber nada de ti, es que no es muy espabilada.

     —Sí, es tonta —continué llorando.

     Elennia era tonta, eso era lo que le pasaba, ¿por qué si no iba a hacerse pareja de uno de los peores chicos del Espacio de Conocimientos? Menos mal que tenía a Mamá, ella sí era lista, y me quería. Llamaron a la puerta y entró una mujer con bata blanca.

     —¿Cómo está nuestro paciente Adarán?

     —Recuperándose —Mamá me desachuchó.

     —Hola —la mujer me cogió de la muñeca y miró su relophon-i—. Vamos a levantarnos de la cama, Adarán.

     Entre las dos me ayudaron a ponerme en pie. Al principio estuve un poco raro, pero después se me pasó.

     —La medicación ha hecho efecto. Estás listo para abandonar el Espacio Salutatorio.

     Mamá y yo nos fuimos, y pensé que deberían darle pastillas a Elennia, para que dejara de ser tan tonta. Esa noche no me apeteció cenar y Mamá dejó que me fuera a dormir. Soñé con Elennia, estaba en la parte de atrás del Espacio Lúdico, donde sólo se atrevían a ir los chicos malos. Estaban desnudos, ella meaba a Roubert en las piernas y él soltaba un chorro muy alto que le llegaba a ella a la cabeza, le caía por la cara y le entraba en la boca. ¡Qué asco! Después pasó una cosa todavía más horrible, el pelo se le volvió muy negro y se puso feísima. Desperté asustado y me eché a llorar. Mamá entró en la habitación, dijo que me echara a un lado y se metió en la cama conmigo. Me achuchó.

     —No merece que llores por una chica tonta que no se ha dado cuenta de lo guapo y listo que eres, y cuando lo sepa será tarde, porque tendrás una pareja emocional mucho más guapa y lista que ella —empezó a acariciarme el pelo.

     —Mamá, es que dijo que eran pareja sexual. Quieren hacer eso del sexo, pero es una asquerosidad.

     —Así nacen los hijos; pero hasta que no seas tan alto como papá y como yo, no funcionará.

     —¿Entonces tú y papá habéis hecho eso?

     —Claro que sí.

     Me extrañaba que a Mamá le gustara hacer eso; Mamá y papá se habían meado una vez para que naciera yo, aunque a ella le diera asco; lo había hecho porque me quería. Enredé la mano en sus preciosos cabellos rubios, y entonces me acordé del final del sueño—. Mamá, ¿una rubia puede volverse morena?

     —Sí, el pelo cambia. Incluso tú eras más rubio de pequeño.

     —Pero yo no quiero tener el pelo negro —protesté, recordando cómo se oscurecía el pelo meado.

     —No debes preocuparte, te estás haciendo mayor y tienes el pelo castaño. Además, estás guapísimo de moreno, como tu padre.

     —Quiero ser rubio, como tú, que eres la más guapa… Tú serás mi pareja emocional, y nos casaremos; pero no vamos a hacer eso.

     —No, no lo haremos —me dio un beso y me achuchó muy fuerte.

     —Qué bien —enredé mi mano en sus cabellos y me dormí.

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     Estoy preocupada por Adarán. Desde pequeño le han gustado las niñas rubias, pero por una causa o por otra, sus intentos de amistad no son correspondidos. Desde el último incidente, algunas noches le cuesta dormir. En otros tiempos me lo llevaba a mi cama, pero mi marido opina que no es manera de educar a un hijo. Sus argumentos no me sirven, porque él apenas le conoce, así que cuando paso por su habitación y le encuentro despierto, me acuesto en su cama y él se tranquiliza y se duerme. Pobrecito, es un buen niño. Tiene que haber niñas que también lo sean y sepan apreciarle.

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     Mamá y yo estábamos sentados en la butaca. Ella leía un libro que se llamaba Civilizaciones Desaparecidas y yo intentaba adquirir Conocimientos Audiovisuales Contemporáneos en un libro que me habían recomendado el transmisor, pero no lo entendía. ¿Por qué un tornillo viejo pegado con chicle en una baldosa rota era Arte Nimio? ¿Por qué la meada de Cocot Tibolero en un bote era Arte Orgánico y las meadas de los demás no? El más difícil era el Arte Neoconceptual, que estaba en el cerebro del Artista y tenía que contar cómo era, pero no lo dibujaba ni nada. Mamá tenía mucha suerte, podía leer lo que quería. Qué guapa era, con ese pelo tan rubio; además era la única rubia que era buena. Ya no me fijaba en las otras, aunque fueran guapas; ni siquiera en Elennia, aunque hubiera dejado de ser la pareja sexual del chico malo. Mamá se dio cuenta de que la miraba, dejó de leer y sonrió. Era el mejor momento de la jornada, después de comer, cuando nos sentábamos en el sillón, cada uno con su libro. Iba a ponerlo en el diario. Me levanté para ir a mi habitación a cogerlo. Al volver seguía leyendo, contenta, porque le gustaba lo que leía. Había un bicho revoloteando por encima de su cabeza, y se le posó. Dejé el diario y me subí rápidamente a la butaca sin quitarme las zapatillas.  

     —Adarán, ¿qué haces?

     —Tienes un bicho en la cabeza —logré cogerlo de un ala, entonces vi una raya oscura entre el pelo—. ¡Te ha picado!

    Mamá cogió el bicho y lo aplastó entre los dedos, no le dio asco.

     —Has sido un valiente. Vamos al baño, voy a darme algo en la picadura.

     Fuimos los dos a su baño, abrió el armario de las medicinas y sacó un frasco de líquido azul claro. Se sentó en la banqueta y agachó la cabeza.

     —Dime dónde me ha picado.

     Busqué el picotazo, estaba por el centro. Era más grande que antes, una línea ancha. Metí la mano en el pelo y vi más negro. Me asusté.

     —Mamá, lo tienes por todas partes, está negro.

     —No puede ser. ¿Dónde dices que me ha picado?

     Puse el dedo donde le había picado. Puso su dedo allí y se levantó para mirarse en el espejo.

     —No tengo ningún picotazo, Adarán.

     —¿Entonces por qué se te ha puesto negro?

     —Es la raíz del pelo —se agachó para que lo viera —. Tengo que ir a la peluquería a que me lo aclaren —no lo entendí.

     —Mamá, ¿por qué tu pelo es oscuro por debajo?

     —Mi pelo es oscuro, pero me gusta ser rubia, por eso me lo tiño; es como pintarlo —la imaginé en la peluquería, donde una mujer mojaba un pincel en un bote de pintura y me sentí casi tan mal como cuando imaginé que Elennia y el chico malo se meaban.

     Salí del baño y corrí a encerrarme en mi habitación. Me había engañado, era morena como papá, ¿él lo sabía?

     Necesitaba escribirlo en mi diario y aunque no quisiera verla, tuve que ir a pedirle la llave. Estaba seria, me la dio, volví a mi habitación y me encerré. Abrí el diario y empecé a pasar páginas. La había dibujado muchas veces, rubia. Llegué hasta la primera página en blanco, cogí un bolígrafo negro y escribí MAMÁ NO ES RUBIA, debajo la dibujé. Pinté la cara naranja, el pelo amarillo, después agarré la pintura negra y empecé a rayar la melena, tachándola una y otra vez, hasta que casi no se veía. Cayó una gota sobre la melena renegrida y asomó el amarillo. Estaba llorando.

     No debí haberlo hecho. Era la primera vez que ponía algo malo que me había pasado en el diario, pero Mamá me había engañado, engañaba a todo el mundo; no era rubia. Ya no la quería.

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     No pensé que pudiera llegar a suceder una cosa así, por culpa de un mosquito que se me posó en la cabeza ha descubierto las raíces de mi cabellera, cuando faltaban dos jornadas para que fuera a teñirme a la peluquería. Es demasiado inocente, nunca se fijó en esas raíces oscuras que iban apareciendo y tampoco le dio importancia al hecho de que una jornada apareciera aún más rubia. ¿Cómo iba a suponer que le iba a horrorizar descubrir que era morena? Esa noche, le encontré despierto y por primera vez, no quiso que me quedara con él; seguía enfadado conmigo y le pregunté si le gustaría verme morena y dijo que no, que estaría muy fea.

     He ido a la peluquería, vuelvo a ser rubia total, pero sigue enfadado. La forma de pensar de un preadolescente y su radicalidad en asuntos tan triviales son ciertamente extraños.

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FIN DE LA PRIMERA PARTE