martes, 27 de noviembre de 2018

El Pisito. 2ª parte.


     Llegó la tarde del concierto y allí estábamos vigilando, pertrechados entre cartones en el banco. Media hora antes del concierto, salieron los okupas. Jesshús quiso comenzar la okupación y tuve que pararle en seco. ¿Y si nos veían? Había que dar tiempo a que desaparecieran de nuestra vista, y menos mal que me hizo caso, porque uno de ellos volvió corriendo. A los pocos minutos volvía a salir con una plastibolsa transparente con varias botellas de alcoholdrink.

     Conservaba un juego de llaves del pisito, así que entrar en el portal no fue ningún problema. Esperábamos encontrar una cadena con un candado gordo, pero nos encontramos con una cerradura de alta seguridad. Valían una fortuna y no había modo de forzarlas. Tuve una idea y llamé al cerrajero, le dije que había perdido las llaves de casa y que trajera una cerradura nueva no fuera a encontrarlas algún okupa e intentara acceder a ella. Tuve que enviarle una tridimagen de la misma para que supiera el modelo.

     Fue una espera intranquila, temiendo que a alguno de aquellos okupas consumidores de alcoholdrink se le ocurriera volver antes de que acabara el concierto. Afortunadamente llegó antes el cerrajero, que me pidió que me identificara como propietaria del inmueble. Le mostré el Documento Europeo de Identidad, en el que seguía figurando aquel domicilio. Insertó un aparato conectado a una pequeña tableta, que escaneó el interior del bombín; unos segundos más tarde se abría y poco después tenía instalada una cerradura nueva. ¡El pisito volvía a ser nuestro!

     Sabía que no iba a encontrarlo limpito y aseado, así que no me alteré por los grafitis, los olores a sustancias ilegales, el hollín que ennegrecía una pared y parte del techo del saloncito, ni la mierda acumulada. Recogimos las pertenencias de los okupas y las depositamos en bolsas delante del portal, esperando que las recogieran y se marcharan. Jesshús dijo que estaba cansado y se fue a dormir, pero yo no podía, y seguí limpiando. Pasaban las cinco de la madrugada cuando escuché sus voces alterando la quietud de la noche, y aún fue mucho peor cuando encontraron sus pertenencias y comenzaron a decir barbaridades. Asustada, llamé a los S.L.O. cuando entraron al portal.

     ―Hay individuos gritando dentro del edificio.

     ―Hemos sido alertados por varios ciudadanos que han comunicado que hay unos individuos alterando el orden público. No se preocupe, estaremos allí en unos minutos.

     ¿Preocupada? ¡Estaba aterrorizada! Sus pasos resonaron en las escaleras como si subiera una manada de bestias, a la vez que proferían gritos que no parecían surgidos de garganta humana. Llegaron hasta la puerta y empezaron a golpearla.

     ―¡Saahhaliiiid! ¡Aaaaaaaaaaaaaaahhhhrrrr!

     ―¡Laaaaa caaaaasa, eeeesss nueeeeesssstraaaa!

     ―¡Osssss vaaaamos a mataaaaarrrr!

     Tras unos segundos de silencio en los que debieron esperar que abriera, comenzaron a golpear la puerta como los salvajes que eran. La puerta no aguantaría mucho tiempo así, por muy segura que fuera. ¿Dónde estaba Jesshús? No me atrevía a llamarle, además, era imposible que no se enterase; los golpes hacían retumbar toda la casa. Me tapé los oídos para atenuar en lo posible aquella aberración, y se hizo el silencio.

     ¿Habían desistido? Me destapé el oído derecho,

     ―…quedan detenidos por alterar el orden público ―dijo una voz calmada.

     ―Pero… ¡Han okupado nuestra casa!

     ―Han despertado a todo el vecindario en dos kilómetros, y ¿dice que este piso es suyo? Me da igual, están detenidos.

     ―¡Noooos lo haaaan okupado! ―gritó, y me sentí intimidada.

     Pssssshhh. Pssssssshhhhhhh. Blooommmm.

     ¿Qué había pasado?

     ―El espray vacío. Maldita crisis, no nos darán otro hasta el mes que viene.

     ¡El espray intimidatorio de los S.L.O.! Se habían resistido a la autoridad y los habían fumigado. Bien.

     Un minuto después llamaron a la puerta. Me acerqué a la mirilla. Sólo había dos S.L.O, ni rastro de los okupas. Abrí.

     ―Buenas noches ―era un servidor muy joven, con una unidad computerizada virtual―. Lamentamos molestar.

     ―¿Se encuentran ustedes bien? ―su compañero era todo un veterano.

     ―Un poco asustada ―y Jesshús seguía sin aparecer.

     ―Supongo que el piso es suyo ―dijo el veterano.

     ―Sí.

     ―En cualquier caso, ella está dentro ―el joven no levantó la vista de la pantalla virtual sobre la que tecleaba con la mano izquierda.

     ―Calla. No me vengas tú también con esas ridículas leyes que amparan a los okupas. ¿Puede demostrar que es suyo?

     Sólo faltaba que se enteraran de que era del especulador. Había abierto la puerta, podrían detenernos.

     ―Un mo mommento ―tartamudeé.

     Fui a buscar el D.E.I. Si Jesshús seguía sin aparecer, aunque me detuvieran, él seguiría dentro del pisito; así que seguiría siendo nuestro. Sería mejor que siguiera sin aparecer. Volví a la entrada con el documento de identidad de ciudadana europea, donde aparecía la dirección del pisito. Era una suerte que no hubiera querido cambiarlo para poner la dirección de Papá como él insistía.

     ―Siento habérselo pedido, pero hay que cumplir el protocolo. 

     ―Además del desorden público ―el novato dio un toque prolongado y echó un vistazo a la puerta―, le han arañado la puerta, asustado e intimidado, ¿quiere añadir algo más?

     ―Uuuh… No.

     ―Creo que con eso vale ―añadió el veterano―. Les van a caer unos meses en Reinserción, puede que hasta un año. Han alterado la paz de todo el barrio y va a haber un montón de denuncias.

     ―Supongo que querrá firmar la suya ―el novato se sonrojó al mirarme.

     Era mono, y tenía una labor remunerada. Si hubiera tenido una pareja emocional así, me habría ahorrado un montón de disgustos. ¡En qué estaba pensando! Tenía que decidir si firmaba la denuncia y no sabía si eso me iba a perjudicar. No podía contar con Jesshús que no aparecía, ni llamar a Papá; empezaría a preguntar y no tenía ganas de darle explicaciones para que empezara a decir que había hecho las cosas muy mal y criticara a mi pareja emocional.

     ―Ya han firmado unos cuantos ―añadió el novato mirándome a los ojos. Me decidí.

     ―Firmaré.

     El novato se acercó con la unidad computerizada virtual. Con el dedo me indicó dónde debía colocar mi huella.

     ―Le daré mi contacto por si quiere añadir algo más ―se sonrojó de nuevo.

     ―No es necesario, sabrá dónde está el Espacio de Servidores de la Ley y el Orden de esta zona.

     Aún así, el joven me dio su contacto y lo activé en mi relophon-i.

     ―Que tenga una buena noche ―dijo el veterano, y agarró de la solapa al joven para llevárselo.

     Cerré la puerta y me quedé atontolinada sin reaccionar. Había sido una jornada muy intensa. A pesar de todo, había salido bien, podría contárselo a Papá; aunque me criticara, tendría que reconocer que su palomita había sabido salir airosa de un asunto tan delicado. Y por cierto, Jesshús seguía sin aparecer. ¿Se había escondido cuando escuchó el jaleo?

     ¡Durmiendo! ¡Estaba durmiendo tan tranquilo, como si no hubiera pasado nada! Empecé a plantearme en serio lo de cambiar de pareja emocional.






     Las flores de colores volvieron a cubrir el balcón.

     Casi todo había vuelto a ser como antes, hasta que a Filiper se le ocurrió entrometerse para abrir viejas heridas; quería iniciar los trámites para la venta del piso. Papá me había asesorado al respecto, y esta vez iba a hacerle caso, porque como había dicho el joven S.L.O., “ellos estaban fuera y nosotros dentro”, así que los extraños e ilegales derechos nos amparaban. Disfrutaríamos del pisito, con los gastos a cargo del propietario legal. Así se lo hice saber a Filiper, que me amenazó con una serie de legalismos que no entendí y le colgué.

     A los pocos días, volvió a llamar, interrumpiendo nuestro desayuno.

     ―Señorita Laurah Torozábal. Tengo que hacerle una oferta que no va a poder rechazar. Mi cliente está dispuesto a venderle el piso a mitad de precio.

     ―Señor Filiper, ya le dije que no me interesa.

     ―Señorita Laurah, le advierto que mi cliente está dispuesto a actuar fuera de la ley si es necesario…

     ―Un momento. Le paso a mi pareja emocional ―activé el altavoz del relophon-i.

     ―Cadete S.L.O. Janvier Sinesio. Acabo de escuchar lo que le ha dicho a Laurah. Voy a proceder a poner una denuncia, así que ante cualquier inconveniente que tengan ella o el piso, usted y su cliente serán acusados y detenidos sin necesidad de pruebas.

     ―La Ley no permite tal cosa…

     ―Los S.L.O. tampoco permitimos que le ocurra nada a ninguno de los nuestros. Espero que por su bien, le quede claro.

     ―El asunto ha quedado muy claro. Son ustedes los dueños de la propiedad, y así se lo haré saber a mi cliente. Perdone las molestias ―Filiper colgó.

     ―Laurah, sabes lo que pienso de esto. Tengo ahorros, he preguntado en el banco y están dispuestos a concederme la hipoteca.

     ―Pagué setecientos sesenta eurodólares por la cerradura nueva. Eso debería bastar.

     ―Deberíamos legalizarlo. Soy S.L.O. y acabo de amenazar a un ciudadano inocente.

     ―Janvier, ¿quién querría pagar por un pisito pudiendo disfrutarlo libre de gastos?  


miércoles, 21 de noviembre de 2018

El Pisito. 1ª parte.


EL PISITO



     Fue un bonito balcón, abarrotado de flores, cascadas de flores rojas, amarillas, violetas, azules y rosas; aquel esplendor había quedado reducido a unos maceteros con hojarasca. Se había convertido en un balcón anodino, como todos los que le rodeaban. No podía remediar el acudir cada jueves tras el periodo laboral, con la excusa de comprar ese pan integral de amapolas que tanto me gustaba, antes de ir a visitar a Jesshús.

     Aún no me había hecho a la idea de que lo habíamos perdido; la mala suerte se cebó con nosotros. No pude contener las lágrimas recordando el balcón lleno de flores.

     Papá me había pedido que no me precipitara, que con los ahorros de un año de laboración no había suficiente; pero Jesshús y yo estábamos tan ilusionados que no podíamos esperar. “Tiene muchos gastos, más de los que puedas imaginar”, me repetía una y otra vez y aún así, cuando decidimos comprar el pisito, asumió los gastos de la notaría, los impuestos y no recuerdo cuántas cosas más. “Ahora es tu piso y tu responsabilidad, no me pidas un eurodólar más”. Al principio logramos sobrevivir, pero cuando se juntaron los recibos de la energía, la hipoteca, el seguro anual y el impuesto trimestral inmobiliario, no pudimos hacer frente a los gastos. El pobre Jesshús aún no había logrado la labor remunerada, y nos embargaron; ni siquiera pude rescatar las flores del balcón. Enjugué las lágrimas y me dirigí a la parada del solarbús que me llevaría a su lado.

     ―Laurah ―su alegría se había ido apagando a lo largo de las semanas que llevaba encerrado en el Espacio de Reinserción Social.

     ―Jesshús ―estaba a punto de echarme a llorar otra vez. Era terrible tener que vernos a través del cristal―. Acabo de pasar por delante de nuestro pisito. Se veía tan bonito con la cascada de flores multicolor…―no podía contarle que nadie se ocupaba de ellas y habían muerto.

     Tenía que animarle, o el pobrecito acabaría con la mente dispersa antes de haber salido de Reinserción. Le habían pillado ejerciendo de Sugeridor para la Sportshop en la que tenía puestas todas sus esperanzas. Estaba convencido de que muy pronto sería becario y que de ahí a tener una laboración remunerada para contribuir a los gastos del pisito, había un paso.

     ―Me descuidé un instante y allí estaba aquel S.L.O. Unos minutos más y habría conseguido que aquella pareja entrara a adquirir un vestuario sport completo. En Sportshop habrían reconocido mi labor dándome el puesto de becario y ahora sería un empleado remunerado. Tendríamos un buen puñado de eurodólares.

     ―Habríamos podido pagar todos esos recibos ―estaba a punto de llorar―. Muy pronto saldrás de aquí y todo se arreglará.

     ―Lo siento ―suspiró―. Tendré que volver a empezar.

     ―Saldremos adelante.

     A ejercer de Sugeridor otra vez. Con el título de Permanencia en Espacios Escolares hasta los dieciocho no podía aspirar a mucho.






     El jueves siguiente vi a un individuo con pinta de no haberse lavado ni cambiado de ropa en mucho tiempo en mi balcón. ¡Lo había vendido! Aunque me fastidiara, Papá había acertado: “es un individuo sin escrúpulos que se dedica a sacar provecho de las desgracias ajenas”. Lo recuerdo como si fuera ayer, había acudido a la subasta del embargo y a la salida me acerqué a hablar con él. “En poco tiempo tendré el dinero para volver a comprarlo, no se lo venda a nadie, por favor”. “No voy a venderlo de inmediato, esperaré a que los precios suban”, respondió, y me dio su contacto. Saqué el relophon-i y le llamé.

     ―¡Dijo usted que no vendería el piso de inmediato!, y no ha pasado ni un mes.

     ―No sé quién es usted ―se lo expliqué mientras se me saltaban las lágrimas―. Le aseguro que no lo he vendido, alquilado, ni nada por el estilo.

     ―Pues en el balcón había un individuo desaseado y suena música extraña a un volumen totalmente ilegal.

     ―Espéreme. Salgo para allá de inmediato.

     Al especulador sin escrúpulos le acompañaban un individuo elegante que desenrollaba una tableta y un S.L.O. 

     ―¿Qué piso es? ―soltó al llegara a mi altura.

     ―Tercero A ―respondí.

     De inmediato cruzaron la calle en dirección al portal. Les seguí.

     ―Procedamos ―dijo con la tableta ya operativa.

     El S.L.O. llamó al interfono con insistencia. Me iba a quemar el timbre.

     ―Tú, pirruchio, te estás pasando ―respondió una voz bastante perjudicada. Se le iba a caer el pelo por hablar así a un S.L.O.

     ―¿Es usted el propietario del piso?

     ―¡Pololo, aquí hay un tipo que pregunta por el dueño! ¿No dijiste que no nos molestarían?

     Tras un par de minutos, escuchamos una voz algo más normal.

     ―¿Quién es el mindundi que lo pregunta? ―eran unos auténticos groseros.

     ―S.L.O. El propietario legal del inmueble desea acceder a su propiedad.

     ―Pues ahora es nuestro ―sonaron unas risotadas nada sanas. No tenían miedo a la autoridad, eran unos inconscientes.

     ―Aquí, mi amigo Pololo dice que no le sale del agujero del culo invitarle a nuestra propiedad con mueble ―escuchamos más risas y se me puso la carne de gallina.

     El S.L.O., sin darse por aludido, nos hizo una seña para que le siguiéramos. Nos alejamos del portal.

     ―Si no nos permiten acceder, no hay nada que podamos hacer.

     ―El artículo 2825-KF/22-C de los derechos humanos les ampara ―dijo el de la tableta―. Cualquier ciudadano tiene el derecho a un hogar digno…

     ―Vale, Filiper, déjalo ya —le interrumpió el especulador—. ¿Todavía estás interesada en comprar tu antiguo piso?

     ―Sí.

     ―Te llamaré en cuanto desaloje a esos indeseables.

     Me emocioné y los ojos se me humedecieron. En cuanto Jesshús saliera de Reinserción volveríamos a nuestro pisito.






     ―¿Laurah Torozábal?

     ―Sí. Soy yo.

     ―Soy Filiper, el abogado de Franker Sinecio, propietario legal del piso que le embargaron. Va a estar libre de cargas en un plazo muy breve y mi cliente está dispuesto a venderlo al mismo precio que pagó en el embargo. ¿Sigue usted interesada?

     ―Sí. Entonces, ¿han echado ya a los okupas?

     ―Estamos en ello. Le avisaré cuando tenga preparados los documentos legales para el traspaso.

     Estaba laborando, así que fui al espacio de aseo personal para evitar que me vieran llorar. ¡Íbamos a recupera nuestro pisito!, aunque faltaba un pequeño detalle: el dinero para pagarlo.

     Llamé a mi banco para pedir un préstamo, pero el mostrenco que me atendió, tras hacerme esperar más de diez minutos, alegó que tenía antecedentes de morosidad. Le aseguré que mi pareja emocional estaba a punto de obtener un trabajo muy bien remunerado y entonces me aconsejó que abriera una cuenta con su primera nómina para poder estudiar la viabilidad del préstamo. Lo intentaría en una entidad financiera más seria.

     Como en la empresa en la que laboraba estaba prohibido el acceso a la WEBA para asuntos personales, decidí hacerlo en casa, desde la única unidad computerizada que había, la de Papá. Esa noche envié peticiones a diez bancos diferentes. Al día siguiente regresé de la labor muy nerviosa, esperando haber recibido respuesta positiva de alguna de las pequeñas entidades a las que había tentado con el ingreso de mi nómina a cambio de que me fuera concedido un préstamo para la adquisición del pisito. Papá estaba volando por la WEBA y me tocó esperar un par de interminables horas.

     Cuando por fin pude abrir mi correspondencia virtual, había seis respuestas, y todas ellas eran negativas. Sólo habíamos tenido mala suerte, ¿por qué se empeñaban en verme como una morosa? Iba a apagar la unidad computerizada, pero Papá se había dejado un fichero sin cerrar. No quería molestarle, así que lo maximicé para darle a guardar y descubrí que era un documento remitido por su abogado; ni siquiera sabía que tuviera uno.

     La curiosidad me pudo, y lo leí. El abogado le comunicaba que el piso por el que se interesaba estaba afectado por una serie de irregularidades, que el propietario actual había dado de baja toda fuente de energía del inmueble, por lo que los inquilinos le habían denunciado y había tenido que indemnizarles y volver a dar de alta y pagar los recibos correspondientes a dicha propiedad para no dejar desamparada a esa pobre gente sin recursos. ¡Estaba hablando de nuestro pisito! Sólo le había comentado de pasada lo de los okupas y se había interesado por él. Papá era un cielo.






     ¡Bien! Jesshús consiguió la libertad por buena conducta a los tres meses de haber entrado en Reinserción y para celebrarlo, fuimos a cenar a Tortillas. El problema vino después, cuando le llevé a casa y Papá se mostró inflexible: “mi palomita siempre tendrá un sitio en su hogar, pero el majadero que le ha arruinado la vida no va a pisar mi casa”. Lo dijo delante de él, tan tranquilo, y eso que sabía que no tenía dónde ir. Al despedir a Jesshús le dije que le vería abajo a las once. A esa hora bajé a depositar los reciclados, entre los que llevaba una manta para él. Le dije que podía dormir en el portal bajo de las escaleras, allí nadie le vería.

     A la mañana siguiente lo encontré tumbado en el banco que había delante del portal, sangrando y con moratones; le habían dado una buena tunda porque no querían okupas en el portal. Le habrían descubierto por los ronquidos, aunque él dijera que no lo hacía. Le acompañé al espacio de Resalutación. Afortunadamente no tenía nada roto, pero no pudo eludir al S.L.O. que se personó para tomarle declaración. Jesshús alegó que le habían atacado unos mendigos para robarle una bolsa de manzanas que acababa de comprar, pero las frutishops no abrían tan temprano. El S.L.O. le advirtió: “estás en libertad condicional, más te vale no meterte en problemas”.

     Ese mes lo pasamos realmente mal, por más que lo intentó, no consiguió que le dieran labor de becario y volvió a ejercer de Sugeridor; esta vez para una dulceshop. A la salida del colegio intentaba convencer a los niños de la necesidad de tomar golosinas, hasta que unos padres le acusaron injustamente de ser un pedrófilo o algo por el estilo y tuvo que echar a correr para no acabar detenido. Estaba asustado, y no quería volver a sugerir nada. Empecé a pensar que tal vez Papá tuviera parte de razón, que Jesshús era un inmaduro, aunque para nada un descerebrado.  

     Esa tarde no quise verle y abandoné la oficina en la que laboraba por la salida de emergencia para evitarle. Anduve toda la tarde dando vueltas y sin pretenderlo, acabé delante de nuestro pisito. Estaba cansada, y entré en el refrehsbar de enfrente. Qué injusta era la vida, ahorré para pagar la entrada al pisito que ahora ocupaban unos indeseables cuyos derechos eran inviolables. Me veía viviendo con Papá para siempre, sin mi Jesshús. Iba a perder a mi pareja emocional. De pura rabia apuré la bebida de un trago.

     Me gustaría ser como los okupas y apropiarme de un piso vacío, pero no lo era; Jesshús y yo éramos honrados, aunque él se viera obligado a desempeñar una labor no reconocida; un Sugeridor no hacía daño a nadie. Los okupas sí hacían daño, pero eran intocables y Jesshús había acabado en Reinserción Social. Deberíamos convertirnos en okupas, era la única manera de que estuviéramos juntos. Al día siguiente se lo propuse y dijo que no. Tuve que demostrarle que ya era el okupa del portal de Papá a la hora de dormir y menos mal que había espabilado y lo desalojaba temprano.

     No logré convencerle, y tuve que liarme la manta a la cabeza y hacerlo sola. Salí de casa de Papá con una mochila a la espalda dispuesta a okupar algún inmueble. Era novata y acabé en el cajero de un banco, al que llevé unos cartones para tener un poco de intimidad para ponerme el pijama. Jesshús no quería creerlo, hasta que activé la localización en el relophon-i y vino con su manta. Empezaba a madurar, continuaríamos siendo pareja emocional.

     Fuimos progresando en esa ilegalidad consentida que era la okupación. Ocupamos lugares poco seguros, hasta que aprendimos a forzar ventanas y cambiar cerraduras sencillas; todo ello gracias a los vídeos que consultaba en la WEBA cuando iba a casa de Papá para arreglarme. Nos fue bien, salvo aquella vez que tuvimos que llamar a los S.L.O. para que nos rescataran de aquellos degenerados que pretendían usarnos como juguetes sexuales. Alegamos rapto y coló porque tenían ochentaitantos antecedentes. Tras el susto, lo pensamos mejor y decidimos que teníamos que ir ya, sin dilaciones ni excusas, a por lo que era nuestro, aunque para ello tuviéramos que descender en la categoría de okupas.

      Okupamos el banco que había frente a nuestro pisito y vigilábamos el balcón seco. Jesshús permanecía de guardia durante mis laboración, después le sustituía y él se iba a comprar algo para cenar. Al cuarto día, cuando dos de ellos volvían de sustraer comida del supermarket, escuché una conversación de lo más interesante: se proponían acudir el próximo sábado al concierto que Blus Printin, el gran guitarrista alitrónico, daría en el Espacio Multicultural Felipe el Segundo. Habían ido a buscar un lugar por el que colarse y al parecer lo habían encontrado. Lo mejor de todo era que ninguno de ellos quería perdérselo, y que por una noche que dejaran el piso vacío no iba a pasar nada. Era nuestra oportunidad.

     En cuanto se lo comenté a Jesshús, se emocionó y dijo que él también quería ir al concierto, que okuparíamos el pisito otro día. Lo de madurar había sido algo transitorio. Me tuve que poner muy seria y amenazarle con cambiar de pareja, que había un compañero en la oficina que estaba muy interesado en mí; lo cual era cierto. Se lo pensó y dijo que vale, pero tenía que prometerle que acudiríamos al próximo concierto de Blus, aunque fuera en el otro extremo de Europa. Lo hice para que dejara el tema de una vez.