…
Transcurrieron tres meses desde aquella
jornada en la que descubrí algo más que una abstracción en mi obra. Tuve la
curiosidad suficiente para indagar sobre ello y encontré a un artista de la
antigüedad que había sufrido un proceso contrario al mío, un tal Kandinsky. Era
un grafitero realista, que al girar una de sus obras, descubrió la abstracción;
no volvió a hacer ningún grafiti realista. Resultaba extraño que alguien que
sabía grafitar de forma realista abandonara ese camino, un período extraño
aquel.
Yo seguía el proceso opuesto. Fueron muchas
noches en vela intentando grafitar un ciprés, hasta que se me ocurrió acudir a
Tuluria, una pequeña población en la que aún existía toda una colonia de esa
especie casi extinguida; árboles altivos alineados a lo largo de la
avenida que conducía al cementerio. Tomé
un montón de holotridimágenes, e incluso llevé la unidad computerizada virtual
para grafitar en directo, pero el intento fue penoso. Menos mal que no me vio
nadie, hubiera muerto de vergüenza si alguien llega a saber que era grafitero
profesional y no sabía hacer nada decente.
Jornadas después y tras haber desechado cientos
de bocetos, por fin conseguí plasmar algo que recordaba ligeramente a un ciprés
sin estar envuelto en un hipoplástico, se trataba de Alanis 150. A partir de
ese momento, fui mejorando, y la realidad dejó de resistírseme. Tenía que
exponer mi nueva obra realista y lo lógico hubiera sido dirigirme al Espacio
Expositivo del barrio, pero enseguida me di cuenta de que no era el lugar
adecuado, que había progresado como artista y aquí pasaría desapercibido; debía
dirigirme a los Espacios Expositivos del Prado y de la Reina Sofía si quería
ser reconocido como un artista grafitero de nivel superior. Con la holoimagen
de Alanis 150 elevé la petición de mostrar mi obra en uno de dichos Espacios
Expositivos, sabiendo que ante la lentitud de la administración, me daría
tiempo a completar un buen número de obras.
Seis meses después, tenía doce grafitis
magistrales, que merecían ser mostrados en el mejor Espacio Expositivo de la
ciudad. Sería elevado a artista de clase A, vendería los grafitis a un precio
tres veces superior al actual y podría abandonar la aburrida labor de pintar
paredes. Había acabado Alanis 162 cuando llegó una respuesta conjunta de los
Espacio Expositivos:
A la atención del ciudadano Phélix Alanis.
En referencia a la petición de ceder su obra durante el período de un mes a uno
de los dos Espacios Expositivos más importantes de la comunidad, lamentamos comunicarle
que éstos albergan grafitis antiguos y no sería posible organizar una
exposición temporal. Rogamos dirija su petición al Espacio de Experimentación
Plástica Hipermoderna o al Espacio Expositivo de su barrio.
Atentamente, la Administración.
Ni siquiera achacaron el rechazo a una
falta de calidad de mi obra. El reconocimiento de mi nueva obra realista
hubiera sido el modo más rápido de ascender hasta la categoría A, porque si
tenía que presentar una solicitud de ascenso, no me citarían antes de dos años.
Quería exponer mi obra, que fuera reconocida por el público y la crítica. Habían
sido muy injustos conmigo. ¡Debería denunciarlos por incompetentes!
La Justicia formaba parte de la
Administración. Necesitaba algo más inmediato, y se me ocurrió al instante: dirigirme
a un medio de comunicación sensacionalista. Mi petición, la respuesta de la
administración y mi denuncia iban a ser del dominio público.
…
Holosiete recibió mi mensaje de muy buen grado y a las dos jornadas lo
había publicado en el holonoticiario matutino. De inmediato, un par de medios de
comunicación aún más radicales y una plataforma de defensa del laborador
contactaron conmigo para reivindicar y defender mi derecho a exponer donde me
viniera en gana. Si yo taché a los que me rechazaron de cortos de vista ante mi
arte realista, holosiete los llamó antidemócratas y los radicales fascistas.
Entonces, el partido Naranja quiso luchar contra el fascismo impuesto por
algunas personas puestas a dedo en las instituciones de los Espacios
Expositivos, aunque ni siquiera conocían mi obra realista. Los Azules
respondieron diciendo que no tenía calidad como artista presentando una foto alterada
de Alanis 150, y que tal vez tuviera que reasignárseme a la categoría E. Los
Naranjas me pidieron entonces una holoimagen de mi mejor obra, y les presenté
el auténtico 150. También ellos, sin pedir mi consentimiento, lo alteraron y
como era lógico, no consiguieron mejorarlo.
El caso se hizo viral y trascendió las
fronteras de la Confederación de Comunidades Ibéricas. HoloFrance 3 quiso
entrevistarme y por fin pude mostrar a Alanis 150 en todo su esplendor. Creí
que todo acabaría ahí, pero no fue así, recibí una llamada de alguien que
quería conocer mi obra.
…
ELEGANTE CALMA MAJESTUOSA
Phélix Alanis
Contemplé
el holocartel situado en la franja inferior del escaparate, simulaba estar
escrito a mano y con una pluma antigua. El diseñador gráfico que trabajaba para
la Uldrich Gallery había conseguido transmitir esa elegancia majestuosa calmada,
estaba impresionado. Desde que el tasador voló desde Ginebra para acudir a mi
domicilio, superó con creces mis expectativas expositivas y económicas. Allí no
existían niveles encasillados de artistas y obviaron los niveles. Tampoco midió
las obras para tasarlas por metros cuadrados, sino que concedió a cada uno de
los Alanis un valor basado en la calidad del grafiti.
Ginebra albergaba en la ciudad antigua algunos
de los mejores Espacios Expositivos de Europa. Me sorprendió que albergaran tal
cantidad de obra renacentista y gótica, cambiando de manos entre coleccionistas
particulares. A Picasso lo había visto en la Reina Sofía, pero jamás había contemplado
un Damien Hirst al natural, en el Espacio situado a dos locales de la Uldrich
Gallery.
Fue una inauguración diferente, ni
cócteles ni presentación, simplemente la galería abrió sus puertas. Durante la
primera hora, la galerista cerró la venta
de tres obras, entre ellos Alanis 153, el grafiti más pequeño, y el más caro. También
hubo quien preguntó por mi trayectoria como artista hasta llegar a Ginebra, pero
en general estaban más interesados en la contemplación de mi obra. Recibí
alabanzas y felicitaciones, y me sentí la persona más feliz sobre la faz de la
tierra, que ni siquiera logró enturbiar la llamada que recibí desde la Iberia. Era
el Ministro de Conocimiento y Cultura, quería que mostrara mi obra en el Espacio
Expositivo del Prado.
No pude evitar la carcajada, surgió de
modo espontáneo. Por supuesto, rechacé su propuesta.
Fin