martes, 16 de octubre de 2018

ALANIS 126. 2ª parte.



     Transcurrieron tres meses desde aquella jornada en la que descubrí algo más que una abstracción en mi obra. Tuve la curiosidad suficiente para indagar sobre ello y encontré a un artista de la antigüedad que había sufrido un proceso contrario al mío, un tal Kandinsky. Era un grafitero realista, que al girar una de sus obras, descubrió la abstracción; no volvió a hacer ningún grafiti realista. Resultaba extraño que alguien que sabía grafitar de forma realista abandonara ese camino, un período extraño aquel.
     Yo seguía el proceso opuesto. Fueron muchas noches en vela intentando grafitar un ciprés, hasta que se me ocurrió acudir a Tuluria, una pequeña población en la que aún existía toda una colonia de esa especie casi extinguida; árboles altivos alineados a lo largo de la avenida  que conducía al cementerio. Tomé un montón de holotridimágenes, e incluso llevé la unidad computerizada virtual para grafitar en directo, pero el intento fue penoso. Menos mal que no me vio nadie, hubiera muerto de vergüenza si alguien llega a saber que era grafitero profesional y no sabía hacer nada decente.
     Jornadas después y tras haber desechado cientos de bocetos, por fin conseguí plasmar algo que recordaba ligeramente a un ciprés sin estar envuelto en un hipoplástico, se trataba de Alanis 150. A partir de ese momento, fui mejorando, y la realidad dejó de resistírseme. Tenía que exponer mi nueva obra realista y lo lógico hubiera sido dirigirme al Espacio Expositivo del barrio, pero enseguida me di cuenta de que no era el lugar adecuado, que había progresado como artista y aquí pasaría desapercibido; debía dirigirme a los Espacios Expositivos del Prado y de la Reina Sofía si quería ser reconocido como un artista grafitero de nivel superior. Con la holoimagen de Alanis 150 elevé la petición de mostrar mi obra en uno de dichos Espacios Expositivos, sabiendo que ante la lentitud de la administración, me daría tiempo a completar un buen número de obras.
     Seis meses después, tenía doce grafitis magistrales, que merecían ser mostrados en el mejor Espacio Expositivo de la ciudad. Sería elevado a artista de clase A, vendería los grafitis a un precio tres veces superior al actual y podría abandonar la aburrida labor de pintar paredes. Había acabado Alanis 162 cuando llegó una respuesta conjunta de los Espacio Expositivos:

     A la atención del ciudadano Phélix Alanis. En referencia a la petición de ceder su obra durante el período de un mes a uno de los dos Espacios Expositivos más importantes de la comunidad, lamentamos comunicarle que éstos albergan grafitis antiguos y no sería posible organizar una exposición temporal. Rogamos dirija su petición al Espacio de Experimentación Plástica Hipermoderna o al Espacio Expositivo de su barrio.
     Atentamente, la Administración.

     Ni siquiera achacaron el rechazo a una falta de calidad de mi obra. El reconocimiento de mi nueva obra realista hubiera sido el modo más rápido de ascender hasta la categoría A, porque si tenía que presentar una solicitud de ascenso, no me citarían antes de dos años. Quería exponer mi obra, que fuera reconocida por el público y la crítica. Habían sido muy injustos conmigo. ¡Debería denunciarlos por incompetentes!
     La Justicia formaba parte de la Administración. Necesitaba algo más inmediato, y se me ocurrió al instante: dirigirme a un medio de comunicación sensacionalista. Mi petición, la respuesta de la administración y mi denuncia iban a ser del dominio público.

     Holosiete recibió mi mensaje de muy buen grado y a las dos jornadas lo había publicado en el holonoticiario matutino. De inmediato, un par de medios de comunicación aún más radicales y una plataforma de defensa del laborador contactaron conmigo para reivindicar y defender mi derecho a exponer donde me viniera en gana. Si yo taché a los que me rechazaron de cortos de vista ante mi arte realista, holosiete los llamó antidemócratas y los radicales fascistas. Entonces, el partido Naranja quiso luchar contra el fascismo impuesto por algunas personas puestas a dedo en las instituciones de los Espacios Expositivos, aunque ni siquiera conocían mi obra realista. Los Azules respondieron diciendo que no tenía calidad como artista presentando una foto alterada de Alanis 150, y que tal vez tuviera que reasignárseme a la categoría E. Los Naranjas me pidieron entonces una holoimagen de mi mejor obra, y les presenté el auténtico 150. También ellos, sin pedir mi consentimiento, lo alteraron y como era lógico, no consiguieron mejorarlo.
     El caso se hizo viral y trascendió las fronteras de la Confederación de Comunidades Ibéricas. HoloFrance 3 quiso entrevistarme y por fin pude mostrar a Alanis 150 en todo su esplendor. Creí que todo acabaría ahí, pero no fue así, recibí una llamada de alguien que quería conocer mi obra.

ELEGANTE CALMA MAJESTUOSA
Phélix Alanis

     Contemplé el holocartel situado en la franja inferior del escaparate, simulaba estar escrito a mano y con una pluma antigua. El diseñador gráfico que trabajaba para la Uldrich Gallery había conseguido transmitir esa elegancia majestuosa calmada, estaba impresionado. Desde que el tasador voló desde Ginebra para acudir a mi domicilio, superó con creces mis expectativas expositivas y económicas. Allí no existían niveles encasillados de artistas y obviaron los niveles. Tampoco midió las obras para tasarlas por metros cuadrados, sino que concedió a cada uno de los Alanis un valor basado en la calidad del grafiti.
     Ginebra albergaba en la ciudad antigua algunos de los mejores Espacios Expositivos de Europa. Me sorprendió que albergaran tal cantidad de obra renacentista y gótica, cambiando de manos entre coleccionistas particulares. A Picasso lo había visto en la Reina Sofía, pero jamás había contemplado un Damien Hirst al natural, en el Espacio situado a dos locales de la Uldrich Gallery.
     Fue una inauguración diferente, ni cócteles ni presentación, simplemente la galería abrió sus puertas. Durante la primera hora, la galerista cerró la  venta de tres obras, entre ellos Alanis 153, el grafiti más pequeño, y el más caro. También hubo quien preguntó por mi trayectoria como artista hasta llegar a Ginebra, pero en general estaban más interesados en la contemplación de mi obra. Recibí alabanzas y felicitaciones, y me sentí la persona más feliz sobre la faz de la tierra, que ni siquiera logró enturbiar la llamada que recibí desde la Iberia. Era el Ministro de Conocimiento y Cultura, quería que mostrara mi obra en el Espacio Expositivo del Prado.
     No pude evitar la carcajada, surgió de modo espontáneo. Por supuesto, rechacé su propuesta. 

Fin

ALANIS 126. 1ª parte.


ALANIS 126

     ―Alanis 126. Grafiti sobre tela de 81x65 centímetros, es decir 0´5265 metros cuadrados, al precio estipulado por el departamento artístico del Ministerio de Ocio y Conocimiento para un artista de categoría C, supone un total de 263´25 eurodólares ―la unidad computerizada registró la grabación holotridimesional.
     ―De acuerdo ―dijo el cliente, mientras tecleaba en su i-phonio la cantidad a transferir a mi cuenta.
     El ingreso tardó apenas unos segundos en aparecer en la unidad, entonces le envié la confirmación y procedí a embalar el grafiti.
     ―Aquí está su grafiti, señor Maneti. Espero que lo disfrute.
     ―Gracias por tan magnífica obra ―su mano avanzó.
     Ya nadie estrechaba la mano, pero él era un hombre mayor. Deposité el grafiti embalado sobre la mesa, apoyándolo en la pared. Tendí la mano y la estrechó con fuerza.
     ―Avíseme cuando tenga obra nueva.
     ―Así lo haré.
     Fui a coger el grafiti y me detuve. Lo había dejado en posición vertical, y a través del hipoplástico traslúcido no parecía Alanis 126.
     ―¿Ocurre algo?
     ―No, nada. Creí que no había acabado de cerrarlo bien.
     Lo tomé con delicadeza y se lo entregué.
     ―Gracias.
     Le acompañé hasta la puerta, experimentando una sensación extraña que no sabía definir. Tras cerrar, permanecí agarrado al pomo durante un buen rato. Tenía la sensación de haberle vendido una obra distinta. Cuando me recobré fui a la sala lúdica y me dejé caer en la butaca. Era como si una vez embalado, se hubiera convertido en otro grafiti. Tal vez se debiera a la visión borrosa, o a la posición incorrecta, pero el caso es que resultaba tan insólito que casi no me atrevía a reconocerlo, porque, eso era lo más fuerte… ¡Alanis 126 había dejado de ser una abstracción!
     Me llevé las manos a la cabeza, como si con ello pudiera desaparecer esa sensación. Sabía que era del todo imposible, pero a través del hipoplástico que envolvía el grafiti, ¡había contemplado un ciprés! Y en ese momento de incertidumbre, estuve a punto de decirle al cliente que deshacíamos la operación, pero no podía echarme atrás. Tampoco quise desenvolverlo, ¿qué esperaba encontrar bajo el hipoplástico, un ciprés? Si lo hubiera desembalado habría encontrado la abstracción número 126. De cualquier modo, ya no me pertenecía, de ella quedaba un tergiversado recuerdo, y la sensación de que mi mente empezaba a dispersarse.
     Su holoimagen me ayudaría a recordarlo tal y como era, evitando la sensación de dispersión… Fui a la unidad computerizada virtual para acceder a la carpeta Alanis, donde conservaba copia de todos los grafitis. Dupliqué el archivo 126 para manipularlo en potosoft. Apliqué un filtro de desenfoque del ochenta por ciento para intentar recrear el envoltorio de hipoplástico y después giré la imagen noventa grados hacia la izquierda, el grafiti perdió entonces toda su frescura para convertirse en una obra mediocre… que como era de esperar, continuaba siendo abstracta. Había sufrido una absurda ilusión óptica. ¿Cómo podía haber confundido a Alanis 126 con un ciprés? No había tomado ningún alucinógeno desde hacía… más de dos lunas; fue aquella vez que me quedé sin ideas. Me sentía un completo idiota.
     Fui hasta la mesa donde había apoyado la obra y no aprecié nada raro. La luz fría del norte entraba por la ventana sin crear reflejos extraños. Me dirigí entonces a la sala de descanso y descolgué a Alanis 65, mi favorita. Después la llevé a la mesa de las alucinaciones, donde la coloqué en idéntica posición a 126. Vista así, parecía la obra de un principiante. No se podía colocar una obra en la posición indebida sin que dejara de ser lo que era, y por supuesto no se convertía en algo reconocible. Traje el rollo de envoltorio hipoplástico, esperando encontrar en él la respuesta. Envolví a Alanis 65 y de inmediato quedó tan borroso como si la niebla lo hubiera envuelto, pero no abandonó su naturaleza abstracta.
     Estaba perdiendo el tiempo. La mente me había jugado una mala pasada, y eso me daba miedo, porque podía ser el comienzo de una dispersión. No quería acabar en un Espacio de Resalutación para Mentes Quebradas y Dispersas como mi amigo Congronio, grafitando círculos temblorosos en la hora de ocio expansivo sobre un vulgar tableti. Mi mente era lúcida, aguda, no estaba disperso y había una explicación racional… sólo tenía que encontrarla.
     Volví a la unidad computerizada dispuesto a reencontrarme con lo que había visto. Tenía que ser más metódico. El desenfoque no era lo mismo que el hipoplástico. ¡Eso era! Cogí la unidad, la llevé hasta la mesa y coloqué el hipoplástico delante de la holoimagen de Alanis 65, dispuesto a demostrar que mi mente no estaba dispersa.
      Un par de horas más tarde, tras haber realizado infinidad de tridifotos colocando el hipoplástico del derecho y del revés, con reflejos y si ellos, con luz cálida y fría, con holoflash y sin él, comencé a visualizar las holotridimágenes giradas de Alanis 126. Todas ellas eran puras abstracciones. Si alguien me hubiera visto en ese momento, a buen seguro que habría pensado que tenía la mente dispersa, hasta que me pareció ver algo, más preciso…
     ―¡Aaaaaah! ¡Aquí está! ―grité.
     ¡Allí estaba! ¡El ciprés! No había ninguna duda, no estaba disperso ni quebrado, escondida en la abstracción 126 existía una obra figurativa, casi realista… ¡Tenía que recuperar el grafiti del ciprés! Estaba en camino de convertirme en un grafitero realista, ascendería a la categoría B, a la A; llegaría a ser una artista de la máxima categoría, y vendería los grafitis a 1500 eurodólares el metro cuadrado.


     Alanis 126, un grafiti con doble personalidad. Abstracto lo creé, pero girándolo se transformó en una obra realista. Pasé horas delante de su proyección sobre la pared de la sala creativa, intentando comprender cómo había llegado a grafitar algo así sin saberlo. Lo giraba una y otra vez sin llegar a entender qué era lo que había sucedido; me negaba a creer que hubiera sido fruto de la casualidad, y necesitaba acceder a esa parte oculta de mi mente que había creado el ciprés. Tal vez un pharmamédico especializado me ayudara a acceder a ese talento oculto que poseía, pero me daba miedo que sólo me creyera disperso o quebrado; tenía que conseguirlo solo.
     Esa noche apenas dormí. ¿Cómo se conseguía crear una obra realista? Los artistas de categoría A parecían surgir de la nada, se ponían a trabajar y surgía algo real. No había ningún Centro de Conocimientos Artísticos que enseñara a crear realismos.
     A las cinco abandoné la sala de reposo y me dirigí a la sala creativa. En la unidad computerizada virtual, intenté grafitar un ciprés, pero éste no se materializó. Seguí realizando bosquejos, sin obtener mejores resultados, hasta que el estómago protestó por haberle olvidado. La ingesta matutina me despejó y recordé que tenía que haber ido a laborar. Tenía pendiente de pintar un salón holoaudiovisual y no les iba a hacer gracia tener que esperar otra jornada más para poder disfrutarlo. No podía perder el trabajo, los grafitis no daban lo suficiente para vivir de ellos y laboraba media jornada como pintor técnico de interiores. Suerte tenía suerte de poder dedicar media jornada a grafitar, aunque después de haber creado una obra realista, aspiraba a más. 
 ...
continuará

miércoles, 3 de octubre de 2018

Serenidad. 2ª parte.



     Acudimos al Espacio Directivo de la Comunidad Mazdrileña para pedir el permiso para bañarnos. Sonaba ridículo. Pablot debía pensar lo mismo que yo, pero los demás habían entrado en un estadio de optimismo incipiente. Cuando el recepcionista escuchó la petición de boca de Virsen, nos mandó al Espacio de Espera mientras cogía el i-phonio. Pasaron diez minutos sin que nos diera respuesta. Tal vez hubiera llamado al Espacio de Resalutación para Mentes Quebradas y Dispersas. Los demás se librarían, pero de depresión grado cinco a mente quebrada y dispersa había un paso. A mí me encerraban de por vida, a Pablot con su grado dos tal vez le cayeran unos meses.
     A los quince minutos llegó un joven con uniforme azul bastante más oscuro y formal que el nuestro y nos pidió que le acompañáramos. Debía ser un becario. Nos condujo al ascensor y pulsó la última planta. Salimos a un espacio con increíbles vistas sobre OldMadriz, la M-Castellana, El Retiro y el lugar al que queríamos acceder. El único mobiliario era una gigantesca mesa ovalada rosa rodeada de lujosos asientos morados, tras la cual estaba sentada nada menos que la presidenta de la Comunidad, Manuela Tralalá.
     Nuestro Guía Virsen vendió muy bien nuestra petición y acertó al pedir que acudiéramos a la entrevista con la túnica azul, porque la señora Tralalá nos concedió el uso del Espacio de la Puerta de Alcalá sin poner una sola pega; también ella debió confundirnos con inmigrantes. Abrió su agenda para elegir el día y la hora, como si ese lugar se usara para más folclores y la fecha elegida fue el siguiente martes a las 12:00 A.M. Dispondríamos de una hora para bañarnos en Energía Telúrica.
     La jornada señalada, llegamos a la rotonda de la Puerta de Alcalá vestidos con la túnica azul y con una manta bajo el brazo, dispuestos a bañarnos en el manantial de Energía Telúrica. Había un furgón de los S.L.O. en cada una de las calles y otro a la puerta del Espacio Vegetal el Retiro; habían cortado el tráfico, pero la multitud se agolpaba tras ellos.
     —Serenidad —Virsen, puso su mano en mi hombro. Sabía que me aterraban las multitudes y allí había muchos mirones, aunque estuvieran contenidos por los S.L.O.
     Faltaban cinco minutos para la hora acordada. Cruzamos la calle en dirección al monumento sin que nadie intentara detenernos, nuestra indumentaria nos delataba. A medida que nos acercábamos, estaba más nervioso y el grupo no transmitía la Serenidad que deseábamos alcanzar: los movimientos eran nerviosos, volvíamos la cabeza a un lado y hasta el andar parecía desacompasado. Tal vez sólo fueran las impresiones de una mente algo dispersa.
     Accedimos a la puerta gris sin que sintiera nada especial, aparte del pánico por ser el centro de atención de aquella muchedumbre que se estaría preguntando si éramos inmigrantes a los que se concedía derechos muy por encima de los del resto de ciudadanos o si éramos artistas e íbamos a realizar una performance. Nos situamos bajo el arco central y extendimos las mantas.
    Siete personas con túnica azul esperando bañarse en Energía Telúrica, formando un círculo en torno al supuesto manantial, aunque yo sólo veía hierba. Virsen nos había dicho previamente lo que teníamos que hacer. Elevamos las palmas hacia los lados. Inspirar, retener y expirar, se suponía que nos ayudaría a evadirnos de los pensamientos negativos que nos llevaban a la desesperación debido a la certeza de que nunca llegaríamos a laborar… Logré olvidarlo, pero no a la muchedumbre que nos rodeaba, aunque estuvieran lejos. Nos arrodillamos, y a pesar de la manta, una maldita piedra se me clavó. ¡Quién me mandaría meterme en Serenidad!, nunca me había visto envuelto en algo así. Virsen era un amigo de la adolescencia, un periodo de inconsciencia en el que creíamos que nos aguardaba un futuro prometedor hecho a nuestra medida; no iba a decirle que no y tampoco tenía nada mejor que hacer.
     —El manantial está aquí —susurró Virsen—, aún no somos capaces de percibir su energía porque la desconocemos. Cerremos los ojos, alejemos los pensamientos, dejemos que las sensaciones nos invadan y recibamos el regalo que la madre Tierra, Gaia, ha dispuesto para nosotros.
     Cerrar los ojos me ayudó a dejar de tener miedo a una muchedumbre de mirones que querría saber qué hacía un grupo de lunáticos con túnica azul tomando el sol bajo el arco de un Espacio cuyo acceso estaba prohibido. A medida que sumaran incondicionales, se empujarían y rebasarían el cerco de los S.L.O.,  se nos echarían encima y acabaríamos aplastados.
     Tenía que tranquilizarme, no podía estar como siempre, angustiado por la falta de labor, por tener que depender de mi hermano, por si un día se hartaba de mí… porque la vida aún podía ser peor de lo que ya era. Una vez asistí a yoga en un centro que abrieron en el barrio porque la primera clase era gratuita. Intentaron enseñarnos a relajarnos con la respiración: nos concentrábamos en algo placentero y después vaciábamos la mente, naturalmente no lo conseguí.
     Esta vez tenía que lograrlo. Realice una inspiración profunda: uno, dos, tres, cuatro, cinco; pulmones llenos, aguantar: uno, dos, tres, cuatro, cinco; expiración: uno, dos, tres, cuatro, cinco. Vuelta a empezar, uno, dos… Pasado un tiempo que se me antojó largo, conseguí dejar de contar y en algún momento la muchedumbre y la puerta de Alcalá desaparecieron, siendo sustituidos por la isla de Bora Bora, que conocía por tridimágenes. Era un lugar idílico de aguas cristalinas, vegetación desbordante y altas y afiladas montañas. Me tumbé en la arena, permitiendo que las aguas turquesas y la brisa me acariciaran suavemente. Aire y agua fluyendo a través de mí, acercándome a una felicidad desconocida.


   
    ¿Era felicidad lo que sentía? Tal vez la conocí de niño, pero había olvidado cómo era. El aire puro llenaba mis pulmones, los recorría y pese a expulsarlo, seguía en ellos. Sentí un leve roce en el hombro, debía haberse posado una mariposa tropical de exóticos colores; abrí los ojos para verla y Bora Bora desapareció, sustituida por un círculo de amigos ataviados con túnicas azules y una expresión desconocida en sus caras: debía ser la felicidad.
     ¡Era verdad lo del manantial, la Energía Telúrica manaba de la tierra, y estábamos llenos de ella! Lo habíamos conseguido, ser felices, pese a que la sociedad nos negase el derecho a tener una labor remunerada. Me puse en pie, abracé y fui abrazado, recibí un beso de Edel-a, otro de Laurah y también de Virsen.
     Desde atrás llegaba un ruido plasticoso que desentonaba y la voz de mujer que pedía ayuda para doblarlo, conocía esa voz. Me volví un momento, era la señora Tralalá, a quien ayudaban a doblar su manta. Se había colocado en el límite del recinto herboso del monumento. Al fondo continuaban los curiosos, las calles de acceso llenas; ellos no habían tenido el privilegio de bañarse en el manantial. El flujo energético continuaba, ahora era capaz de percibirlo. De buena gana me hubiera vuelto a tumbar, pero nuestro Guía Espiritual juntó las manos en actitud piadosa.
     —Veo nuestros rostros henchidos de felicidad. Estamos llenos de energía, pero su influjo no será eterno y deberemos volver a beber de esta fuente. ¿Me acompañas a hablar con la señora Tralalá? —me sorprendió que me eligiera, siendo como había sido el más descreído del grupo. Tal vez supiera que ya no era así.
     —Esto está mucho mejor que la Gim Trans Body, no te cansa y sales rejuvenecida —le decía a uno de sus escoltas, visiblemente abochornado, mientras le entregaba la bolsa con la manta plasticosa y una mochila.
     —Señora Tralalá…
     —Ah, sois vosotros —la presidenta interrumpió a Virsen—. Ha estado muy pero que muy supermegasuperfabuloso y tenemos que repetirlo. No vuelvo a las clases de Gim Trans Body, son muy cansadas —ella no se había bañado en Energía Telúrica, estaba muy lejos, pero debía haberse tragado un frasco de euforizantes.
     —La reunión en torno al Vórtice Energético ha resultado sumamente satisfactoria —continuó Virsen—, pero sus efectos se diluirán. Quisiera pedirle si sería posible que volviéramos a reunirnos aquí cada cierto tiempo, aunque tenga que ser de madrugada para no alterar el orden público.
     —Estoy de acuerdo en los efectos beneficiosos de esta Energía… Renovable, y os concedo el permiso. Respecto a la hora, todos los ciudadanos tenemos nuestros derechos y no sé por qué habríamos de venir de madrugada. El único requisito indispensable para la concesión es que estas reuniones estén abiertas a todos los ciudadanos. Tulípez —se dirigió al escolta— dile a Margarito que traiga la agenda.
     Tralalá permaneció callada hasta que el tal Margarito llegó con su agenda. Una vez en su poder la consultó concienzudamente, mascullando horas y jornadas.
     —Podríamos reunirnos aquí los martes y jueves a las 12:00 A.M., durante… ¿una hora?
     —Virsen, ¿puedo intervenir? —él asintió—. Si va a ser una reunión abierta a la ciudadanía, nosotros somos los Canalizadores Espirituales de la Energía Telúrica. Seguiremos manteniendo ese estatus y nos reuniremos directamente bajo el flujo, mientras el resto de los… camaradas se reunirán en círculos concéntricos sobre el asfalto de la rotonda. Supongo que los S.L.O. seguirán prestándonos su apoyo.
     —Por supuesto, será en esas condiciones, necesitamos que canalicéis la Energía Renovable para todos los ciudadanos que deseemos recibirla. Esto va a ser megasuperhappyguay.
     —Si hemos de atender a los acólitos —intervino Virsen—, será mejor disponer de hora y media para conducirlos hacia un estado receptivo.
     —Correcto. Pasaos mañana por el Espacio Directivo para firmar la concesión del uso del espacio público de la Puerta de Alcalá con fines… ¿terapéuticos está megabien?
     —Muy megabien —dijo Virsen visiblemente complacido.
     —Pues hasta mañana —Tralalá estrechó su mano.
     Tendríamos que aguantar a todos los curiosos que se apuntaran, pero habíamos conseguido mucho más de lo que podríamos haber soñado y ellos estarían en segunda fila, más allá de la zona herbosa.
     —Por cierto ―se volvió la señora Tralalá―, ¿dónde puedo comprar un uniforme como el vuestro?
     Jamás había visto dudar al Guía, y ahora estaba realmente perplejo, así que solté lo primero que me vino a la cabeza para echarle una mano.
     —Los Canalizadores han de distinguirse de sus seguidores, que pueden ir de paisano o bien llevar una túnica verde. Hay una tienda de disfraces en el Espacio Mayor, donde nos confeccionaron éstos.
     —Verde. Me gusta. Tengo un primo al que podría conceder la exclusiva de las túnicas energéticas…
     Ella que dijera lo que quisiera, nosotros habíamos sido tocados por la Energía Telúrica Gaiana y aunque siguiéramos sin laboración, habíamos dejado atrás la tristeza; ¡éramos felices! Tal vez podría intentar intimar con Laurah.