jueves, 25 de junio de 2015

LA PERFORMANCE. Tercera parte. Capítulo 6.



-6-
La huida

   Haciendo equilibrios al borde de la acera, mantenía el brazo en alto a la espera de que algún taxi se dignara detenerse. El tercero se enteró de que necesitaba sus servicios y se acercó. Abrí la puerta y me dejé caer en su interior. Le tuve que dar la dirección dos veces antes de que se pusiera en marcha.
   A pesar de haberme sentado, no era capaz de descansar. Mi cabeza estaba caliente y latía como un corazón desbocado, como si el vino se me hubiera subido de repente. Todo estaba oscuro y, para ver oscuridad, no me hacía falta mantener los ojos abiertos.
   ¿Qué iba a hacer? La oscuridad me perseguía desde hacía una semana. Las nubes se habían ido agrupando hasta convertirse en una masa negra que presagiaba una terrible tormenta. Los sueños y las visiones me advirtieron de este final, pero creí poder esquivarlo. Después vinieron los mensajeros de la oscuridad: los periodistas y el cura loco que me empujaron hacia el abismo. A última hora acudió Interlocutor, al que tampoco creí y fue demasiado tarde. Finalmente apareció un desconocido, alguien con el poder suficiente para desarmar a Piero y convertirlo en el último mensajero de la oscuridad. Demasiados indicios, demasiados avisos, la negrura venía tras de mí y pretendía absorberme. Mientras me quedaran fuerzas, intentaría esquivarla.
   Tenía que huir de esa aciaga negrura que se apoderaba de mí. Pensé en mi color. Violeta, era el violeta, si lo conseguía, esquivaría la oscuridad. Violeta, vislumbré un violeta muy oscuro, tenía que aclararlo, pero desapareció antes de conseguirlo.
   Calor, hacía mucho calor en el espacio tan reducido del taxi. El asiento se me pegaba al cuerpo y el aire que llegaba de la parte delantera era sofocante. Tenía que escapar de este encierro agobiante. Agarré el reposabrazos y busqué el botón para bajar la ventanilla, pero me resultó imposible encontrarlo a ciegas. Abrí los ojos a la penumbra sofocante, localicé el botón y bajé la ventanilla. La humareda de un camión se coló hasta dentro, me hizo toser y sentí aún más calor en el rostro.
   –Por favor, suba la ventanilla, que tengo el aire puesto –dijo el conductor.
   Otro mensajero de la oscuridad que pretendía hacerme creer que no hacía calor cuando el habitáculo ardía. No me quedaba más remedio que salir de allí. Me crucé el bolso, metí la mano en el tirador y empujé. La puerta crujió al dar contra el camión y salté del taxi en el momento que arrancaba. Aferrada a la puerta y sujetándome al techo con la otra mano, conseguí mantenerme en pie mientras el taxi se detenía.
   –¡Eh! ¿Se puede saber qué hace? –su grito llegó envuelto en pitidos de coches atrapados detrás del taxi.
   Quité la mano del maletero y me lancé hacia el capó del siguiente coche.
   –¡Alto! –la voz del taxista me seguía–. Me ha roto la puerta.
   Traté de huir lo más rápido posible de aquel mensajero oscuro que se empeñaba en seguirme y atravesé por delante del autobús, que hundió su gorda cabeza ante mí, increpándome con una pitada.
   –¡Tiene que pagar! –oí a lo lejos.
   Avancé por el costado del autobús, apoyándome en él, mientras una sombra de coches encadenados discurría a mi lado soltando pitidos. Cuando el autobús desapareció me quedé paralizada sobre una línea clara entre dos hileras en movimiento, haciendo equilibrios para no caer. Los pitidos continuaban. Una mancha de difusa claridad crecía, avanzando sobre la línea clara que yo ocupaba. La cabeza me iba a estallar con tanto ruido, con el chirrido creciente de la mancha enorme que se detuvo ante mí. Puse las manos sobre ella para no caer y una mano amenazante se balanceó.
   El tráfico se detuvo y por fin pude soltar la mancha amenazante y pasar la mano al vehículo de la izquierda. Tras de mí, sonó un ruido infernal y sentí el aliento de la mancha en la nuca. Logré alejarme y atravesar un par de filas sin más contratiempos, hasta llegar a un árbol al que me agarré. Antes de que lograra subir a la acera, me alcanzó una bocanada de humo y un oscuro sonido aulló en mis tímpanos. Iban a por mí. Había más oscuros de los que creía. Subí a la acera y llevé las manos a mis lacerados oídos, al hacerlo, perdí el equilibrio y caí al suelo. Alguien se agachó a mi lado y me ayudó a levantarme.
   –¿Se ha hecho daño? –me preguntó una voz de mujer.
   –En el costado.
   Era un dolor oscuro, como el que recibía a través de los mensajeros, entre los que se encontraban personas allegadas. No debí decírselo, no me podía fiar de nadie. Seguí andando hasta que me soltó.
   –¡Desagradecida! ­escuché a mis espaldas, avanzando como podía sin tener ningún apoyo.
   Mensajeros de la oscuridad, estaban todos contra mí.
   Si no hubiera acudido a la Cadena…
   Si no hubiera escuchado a Interlocutor…
   Si no hubiera hablado con Piero…
   No habría recibido el mensaje…
   Y el ser oscuro no habría detenido mi Performance…
   Avancé entre sombras, me abrí paso entre una muchedumbre empeñada en cerrarme el camino, apoyándome en ellos cuando perdía el equilibrio. Alguno de ellos me increpó y más de uno me llamó borracha. Se habían avisado y sabían que había bebido un par de copas de vino. Aunque tropezaran conmigo, me empujaran, e increparan, conseguiría salir de allí; aunque muy cansada, todavía no estaba vencida.
   Tropecé con un árbol en mi camino y pude detenerme a descansar. Aferrada a él me olvidé por un momento del gentío hostil. Si pudiera olvidar también el ruido… A la derecha se habría una calle solitaria, donde apenas se adentraban los oscuros y hacia ella me lancé. En cuanto sentí la pared bajo mis palmas, me sentí segura. Conforme avanzaba, descendía la sonoridad que aturdía mis tímpanos y resquebrajaba mi cabeza.   Encontré una entrada profunda, el acceso a un comercio olvidado. Al fondo había unos cartones y una manta. Un lugar sin oscuros, donde el ruido se convertía en murmullo. Entré y me senté sobre la manta, recostándome contra el cartón. Cerré los ojos e intenté descansar.
   La cabeza me latía dolorosamente. Todo era culpa de los oscuros. Tenía que buscar una solución, no podía permitir que me destrozaran la vida. Había soñado un futuro para mí y estaba trabajado duro para alcanzarlo. La Performance era el vehículo que me llevaba a ese futuro, sin ella estaba acabada. Lo sabían, por eso no me permitían seguir adelante.
   –¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhh! –lancé el grito, aunque con ello me explotara el cerebro. Las negras visiones no lograrían que lo dejara.
   La cabeza me ardía, los ojos estaban húmedos y a punto de derramarse. El primer reguero salobre llegó a mi boca y ya no se detuvo.
   Tenía que seguir adelante.
   Tenía que conseguir que se alejara de mí ese oscuro ser capaz de pararle los pies a Piero.
   Tenía que rezarle a María Santísima de la Estrella Coronada. Ella ahuyentaría a los oscuros y salvaría mi Performance.
   –Mi Estrella, ven a mí, necesito tu ayuda…
   Esperé entre las sombras su llegada.
   –Estrella…
   Seguí esperando y su luz no llegaba.
   –Mi Estrella…
   No me oía, mi voz no llegaba al otro lado de las brumas oscuras.
   –¡Estrella! –grité…
   Debía acudir a mí, envolverme en su manto de luz.
   –Estrella –susurré entre sollozos…
   Estaba sola, se había olvidado de mí.
   –Estrella –murmuré sabiendo que no acudiría…  
   Me había abandonado.
   Mis amigos también.
   Todos iban contra mí. Mis amigos, la Iglesia, la prensa, las televisiones y el Gobierno. Todos ellos estaban contra mí.
   Todo estaba oscuro, pero no siempre fue así. Una vez hubo retazos de luz. ¿Qué había hecho para sufrir así? Algo debí hacer mal en el pasado.
   Tuve una infancia feliz, pero entre la luz de mi amanecer había brumas oscuras que no quería reconocer. Mamá me lo dijo alguna vez, fui una niña caprichosa que siempre me salía con la mía.
   Quise el caballito mecedora y fue mío aunque ese mes comiéramos mal. En mi cabeza estalló un relámpago oscuro.
   Quise aquel móvil de lujo que sólo servía para llamar y el tío me lo regaló. Destellos de negrura.
   Quise venir a estudiar a Madrid, aunque para ello arrastrara conmigo a Cristina, aunque mi tío se viera obligado a comprar un piso y no reparara en gastos. Estalló otro relámpago.
   Quise ser la mejor artista y me empeñé en hacer la Performance más larga del mundo. Una andanada de truenos espantosos desató la tormenta en medio de una oscuridad total. Me tapé los oídos, pero no sirvió de nada, la tormenta estaba en mi interior, haciendo estallar mi cabeza con un trueno detrás de otro. Cuando creí que no lo resistiría más, la tormenta pareció alejarse, dejando el rescoldo de unos pocos relámpagos ciegos y ronroneantes que atrajeron la somnolencia a mi cuerpo agotado. El sueño me invadía, se adueñaba de mi voluntad.



   Una nube inmensa se dirigía hacia mí, oscura, misteriosa e inquietante. Cabalgando en el viento, avanzaba imparable, lanzando rayos que a duras penas podía esquivar. Finalmente logró acorralarme en un reducto rocoso y sólo entonces dejó de lanzarlos. A mis pies, la tierra quedó renegrida y con olor a chamuscado.
   Se abrieron sus entrañas y de ellas surgió un personaje siniestro y oscuro, cuya mirada resultaba turbadora. Era un político, lo reconocí por el uniforme. Detrás de él, aparecieron más y avanzaron hasta plantarse desafiantes al borde de la nube.
   Arrinconada como estaba contra la fría piedra, no tenía escapatoria. Eran muchos para luchar contra todos ellos, pero tenía que intentar algo, necesitaba ideas. Llevaba algunas en mi cabeza. La abrí y cogí unas pocas al azar. No quería perderlas, pero era lo único que tenía a mano, eso y la Performance. Cogí la idea más pobre y se la lancé con tal tino, que alcancé a uno de ellos y cayó fulminado. Enfurecidos, los demás políticos empezaron a removerse y antes de que pudieran salir de la nube, comencé a lanzar ideas sin pararme a ver si eran buenas o no.
   Empezaron a caer fulminados como idiotas y mis mejores ideas lograban alcanzar a varios a la vez, pero la nube seguía arrojando más y más políticos. Seguí arrojando una idea tras otra, incansable, hasta que se me agotaron. Había eliminado a muchos, pero seguían saliendo sin parar. Era el final, lo sabían y reían.
   El más espantoso de todos ellos, un político sucio y con la ropa raída fue el primero que se bajó de la nube y se acercó hasta mí. Rebusqué en mi cabeza, pero no quedaba una sola idea. Tan solo tenía la Performance que llevaba al hombro, pero esa no la iba a soltar, era mi salvoconducto hacia el futuro. Acercó su cabeza a la mía y con los ojos brillantes de codicia, abrió la boca mostrando una hilera de huecos entre dientes carcomidos. Olía a podrido y no tuve más remedio que taparme la nariz para no vomitar, cosa que aprovechó para extender el brazo y agarrar la Performance.  


jueves, 18 de junio de 2015

LA PERFORMANCE. Tercera parte. Capítulo 5.



-5-
Viernes: la conjura

   –Carlos, prométeme que no volveremos a tomar drogas.
   –Te lo prometo –cogió mi mano. Él parecía encontrarse perfectamente.
   El médico me había advertido del cansancio, no así de la somnolencia y menos de esa especie de alucinación visual de nívea blancura que me hacía percibir el entorno como una foto solarizada. No quise coger las pastillas que me ofrecía, bastante tuve con lo que me inyectó, debía ser algún tipo de viagra para frígidas, porque después de haber hecho el amor ante las cámaras, en vez de abandonar el cubo, volvimos a empezar como si nunca lo hubiéramos hecho; como dos animales en celo.
   Cerré los ojos. No podía mantenerlos entornados, había demasiada claridad; si hasta la pared de hormigón del despacho de Piero me parecía blanca. Blancura ártica. La sensación comenzó al salir de casa, cuando vi aquel grupo de manifestantes ataviados con túnicas blancas, portando pancartas blancas, que acaparaban la atención de los periodistas. Parecían irradiar luz, como si estuviera viviendo una experiencia mística, que lejos de desaparecer, dejó una impresión de claridad en mis retinas. Seguía con ella y se acentuó al descubrir a sus clónicos rezando de rodillas ante la sede de Cadena 13. Blanco de plata, blanco de zinc, blanco de titanio; reconocía toda una gama de blancos, como si fuera una esquimal.
   Manifestantes uniformados de blanco, ordenados y disciplinados como un ejército de salvación; la perfección de sus acciones delataban su falsa pureza. Había resultado muy teatral, una Performance surgida para replicar a la mía, la Contraperformance. Eso me llevaba a recordar una tarde en el Espacio de Arte Experimental, parecía que hubieran pasado años. Blanco mate y blanco brillante, exceso de blanco en un pasillo agobiante, la antesala de una actuación que me llevaría a pensar en una Performance a escala nacional que se prolongaría durante meses…
   Llevábamos un buen rato apoltronados en la butaca y como no llegaran pronto, me iba a dormir. Teníamos una reunión para tratar los detalles de la próxima semana. Carlos y yo viviríamos en el caserón de Piero. No habría más grabaciones eróticas, sólo escenas cotidianas y mucho arte, el que mostraríamos a nuestro hijo.
   –Violeta –Carlos me sacudió el hombro–, ya vienen.
   Abrí los ojos a la hiriente luz. Me había quedado traspuesta.
   –Siento el retraso –dijo Piero.
   Le acompañaba Interlocutor, al que no sabía que hubiera invitado. Faltaba Esmeralda. En tres días me había acostumbrado a su presencia y la echaba de menos. También faltaba Pelos.
   –¿No viene Ben?
   –Se ha quedado preparando algo de un programa para las cámaras del salón –dijo Piero–. He aplazado la reunión y… Carlos, me temo que tengo que pedirte que nos dejes. No creo que tardemos mucho.
   Soltó mi mano, se levantó y fue hacia la puerta.
   –Estaré en el bar.
   –Te avisaré cuando acabemos –Piero cerró la puerta, algo que no solía hacer.
   Interlocutor se acercó a la butaca y se sentó frente a mí, colocando la cartera sobre sus piernas. Llevaba su nuevo traje gris cálido, a juego con su renacida mirada.
   –Pareces cansada.
   –Me molesta la luz. Efectos secundarios de la medicación que me dio ayer el médico.
   Se quedó extrañado pero no preguntó. Abrió su cartera, sacó unas gafas de sol y me las dio.
   –Gracias –al ponérmelas desapareció la incómoda solarización.
   Sacó un disco sin dejar de mirarme, cerró la cartera y la puso en el suelo. Piero se acercó hasta nosotros y entonces apartó los ojos.
   –Me temo que antes de hablar del futuro –Piero se dirigió a mí–, tengamos que hacerlo del presente.
   Interlocutor le dio el disco. Piero lo cogió y se acercó al televisor, cosa que Jaime aprovechó para fijar sus ojos en mí. Había pasado una semana y aún me echaba de menos, me lo dijo por teléfono. Él era una persona sensata y sabía que nuestra aventura no tenía futuro, ¿por qué insistía entonces?, ¿acaso tenía también algún tipo de visiones? Después de meter el deuvedé en el reproductor, Piero cogió el mando y se volvió. Jaime desvió la mirada hacia él, que fue a sentarse en la butaca que quedaba de frente al televisor.
   –El estreno de la Performance –dijo Piero–, fue un estímulo para Cadena 13. No hemos dejado de ganar adeptos desde entonces –en la pantalla apareció un gráfico–. Fijaos, la última subida es casi vertical, corresponde a los tres últimos días. Según el analista, a partir de este momento –saltó al siguiente gráfico–, descenderá para estabilizarse en los niveles de hace dos semanas.
   –Sabíamos que era imposible mantener el nivel actual –apoyé las manos a ambos lados del cuerpo y me estiré. El blanco había desaparecido tras los cristales oscuros, pero el sueño aumentaba mirando la pantalla–, pero si se mantuviera el de hace dos semanas, estaría contentísima.
   Piero asintió con una sonrisa y pulsó un botón en el mando a distancia. En la pantalla aparecieron titulares de prensa de diferentes periódicos, todos ellos favorables a la Performance. Dejó que los leyéramos antes de pasar a la siguiente imagen. Esta vez eran críticas desfavorables, aparecía el titular y la fecha correspondiente; estaban ordenados cronológicamente. Avanzó la imagen y nos encontramos con frases cada vez más desagradables en las que el denominador común era la pornografía.
   –Hasta hace muy poco –dijo Piero–, todo esto jugaba a nuestro favor, era publicidad gratuita. Pasemos ahora a las noticias de actualidad.
   Su pulgar presionó el mando. En pantalla apareció la explanada de acceso a Cadena 13, tomada por una multitud de manifestantes vestidos con túnicas y portando pancartas en contra de la Performance. Obedeciendo a una orden que nadie dio, las dejaron en el suelo, se arrodillaron y empezaron a rezar en voz alta. Eran imágenes del día.
   –Estaba ensayado –dije.
   –Cierto –dijo Interlocutor. Estaba muy serio.
   La siguiente imagen era otro titular.
   Hoy viernes a las doce y media, Radio Jesús elevará al Gobierno una queja contra la Performance por atentar contra la moralidad. Estará respaldada por las diez mil firmas obtenidas.
  –Así parecen estar las cosas –Piero se encogió de hombros–. Violeta, he estado hablando con Jaime, por eso hemos llegado tarde. Él tiene una visión interesante –se volvió hacia él–… y ciertamente preocupante. Al parecer he sido demasiado optimista y dice que sólo he visto sólo la punta del iceberg. Él sin embargo, ha tratado de mirar bajo el agua y adivinar su tamaño real. Cuéntaselo tú, Jaime.
   Interlocutor se levantó, dio unos pasos hacia la mesa de Piero y se volvió hacia nosotros. No debía encontrarse cómodo sin la protección del mueble.
   –Estamos viendo la Performance desde dentro y deberíamos hacerlo también desde el exterior. Antes del lunes, algún periódico habrá lanzado una noticia parecida a esta: fuentes fidedignas aseguran que el Gobierno estudia tomar medidas contra la Performance.
   Un resorte saltó dentro de mí y la modorra desapareció como si me hubieran puesto el antídoto.
   –¿Quieres decir –intervine–, que los políticos quieren decidir lo que debemos o no debemos hacer?
   –Antes de llegar a ese punto –continuó–, me gustaría contarles lo que hay bajo la superficie del iceberg –le veía diferente. Él nunca había adornado sus discursos, al contrario era escueto a más no poder–. Hace poco tiempo, algunas cadenas de televisión se vieron afectadas por la llegada de Cadena 13, que se permitió el lujo de emitir más programas culturales y películas que las demás, y menos anuncios que nadie. Creó un nuevo programa –en ese instante clavó sus ojos en los míos–, la Performance, que hizo que el público se fijara en ella y la audiencia subió como la espuma.
   Volvió a pasearse. Rodeó la mesa y se apoyó en ella.
   –Las cadenas afectadas se reunieron y llegaron a un acuerdo: boicotear a Cadena 13 para recuperar su parcela de audiencia. Estas empresas no son independientes, todas ellas pertenecen a un grupo. Entonces, para evitar sospechas, utilizaron sus periódicos para comenzar a sabotearnos.
   Érase una vez una cadena… Nuestras reuniones nunca fueron tan amenas. ¿De dónde le venía la inspiración? Se sentó a la mesa de Piero, como si estuviera en su despacho.  
   –El comienzo fue sencillo, sólo había que ir minando la confianza del público. Después, no resultaría sospechoso que las cadenas empezaran a emitir imágenes. Pero antes de llegar a ello, encontraron a un aliado inesperado: el cura de San Blas, un pobre desequilibrado al que sus superiores no prestaron atención hasta que se dieron cuenta que les podía ser útil. Atacando a la Performance, alertarían sobre la falta de moralidad de una sociedad materialista y recordarían que la Iglesia estaba ahí para guiarles. Ahí la tenemos, a las puertas de Cadena 13, haciéndose publicidad.
   –Un detalle importante –intervino Piero–, es que alguna televisiones, se han instalado delante de nuestra emisora antes de que llegaran los manifestantes.
   –Ahí lo tiene –contestó Interlocutor–. Sabían que iban a llegar porque son los instigadores, aunque la televisión nos hará creer que ellos sólo cubren la noticia y es la Iglesia la que va contra la Performance –cogió un bolígrafo de la mesa y lo reubicó, como si la emoción de su discurso no le dejara ver dónde se hallaba–. Radio Jesús, una emisora de la Iglesia, presentará su protesta con las firmas. Lo suyo sería que no les tomaran en serio, pero las cadenas de televisión actuarán en la sombra, recordando al Gobierno quién le da su apoyo y pidiéndole que elimine la Performance.
   –Cadena 13 no se ha identificado con ningún grupo político, ¿no es así, Piero? –Interlocutor estaba logrando asustarme, aunque supiera que lo que contaba era una especulación.
   –Si no estás con ellos, consideran que estás contra ellos –me contestó alzando los hombros.
   –Suena un poco drástico.
   –Apocalíptico –Piero entrelazó las manos, haciendo girar los pulgares.
   –Lo parece –continuó Interlocutor–, pero si eliminaran la Performance, la credibilidad de Cadena 13 quedaría en entredicho, perdería espectadores y acabaría desapareciendo. Las otras cadenas saldrían fortalecidas, la Iglesia volvería a ser la referencia moral del país y el Gobierno… seguiría contando con determinados apoyos, en definitiva un montón de votos –se mostraba satisfecho por su disertación y se quedó sentado a la mesa como si fuera la de su despacho.
   Interlocutor estaba preocupado y había logrado contagiarnos, pero de ahí a que fuera a desaparecer la Performance y tras ella Cadena 13… Además, él siempre presentaba sus informes y las pruebas sobre papel y esta vez no había nada, se movía en un plano teórico emitiendo juicios sobre probabilidades. Hasta el momento sólo existían críticas adversas y no había ninguna conjura, aunque nos hubiéramos quedado callados como si aquella remota posibilidad fuera a convertirse en realidad.
   Era una extraña mañana. Resaca de viagra, cansancio y alucinaciones blancas. Necesitaba despejarme. Me levanté, caminé hacia la mesa y me quité las gafas.
   –Si las cosas llegaran a ponerse como dices que llegarán a estar –en sus ojos grises no hubo atisbo de blancura–, ¿qué posibilidades tenemos?
   –Muy pocas –respondió con una mirada triste.
   Tuve que apoyarme en la mesa. Un velo de oscuridad nubló mis ojos antes de que llegara a ponerme las gafas.
   –Pondré a mis abogados a trabajar en ello –sonaron los pasos de Piero acercándose–.    Necesitamos una idea, algo que nos sirva para neutralizar el ataque.



   Por si fueran pocas las visiones negras que sufría, Interlocutor me transmitía sus negros pensamientos. En el ambiente flotaba un enorme nubarrón y estaba segura que como siempre, pasaría. A Interlocutor le gustaba tener todo controlado y por eso se ponía en el peor de los casos. A Piero no le veía tan pesimista y quería saber lo que pensaba realmente después de haber hablado con sus abogados. Conseguí que me hiciera un hueco en su apretada agenda del día: a las cuatro de la tarde en la cafetería de la cadena. Cualquiera diría que estaba ocupado, se tomaba las cosas con una tranquilidad que parecía que nunca tuviera nada que hacer.
   Llegué un poco antes de la hora y me senté a esperarle junto al ventanal, su lugar favorito. Pedí un café solo. Ya no tenía la sensación de claridad, pero seguía cansada y tenía que hacer esfuerzos para no dormirme. Piero llegó diez minutos tarde, avanzando raudo sobre sus deportivas azules y se sentó en la butaca que había a mi derecha.
   –Lo siento, Violeta. Me han entretenido los abogados.
   Nina se acercó por el lado de Piero.
   –Me has tenido olvidada estos últimos días –puso una mano en su hombro–. ¿Acaso no has venido a trabajar?
   –Una vieja amiga ha venido a verme y he tenido que atenderla.
   Nina retiró bruscamente la mano.
   –¿Qué te traigo? –se había puesto seria.
   –Mi vino favorito.
   –Creo que hoy te acompañaré.
   Nina se alejó y Piero rió. Le debía hacer gracia que se pusiera celosa. Qué complicado era todo.
   –Tú dirás.
   –Piero, yo no entiendo mucho de política, pero si un político roba y no tiene que devolver el dinero, me parece muy difícil que puedan obligarnos a detener la Performance.
   –Violeta, no te preocupes de las cosas hasta que no sucedan. Si no meten mano al que roba, es porque tiene conocimiento de los chanchullos de los demás y amenaza con hablar.
   –¿Exagera Jaime? –era la pregunta que temía hacer.
   Jaime trabajaba para mí y podía parecer que no confiaba en él. Piero se encogió de hombros y cruzó las piernas, dejando ver la suela naranja de sus deportivas espectaculares.
   –No lo sé.
   Aquello sonó negrísimo. Era la segunda persona que me transmitía sus negras impresiones. En ese momento apareció Nina con la botella descorchada y dos copas y las dejó sobre la mesa.
   –Aquí tenéis –se dirigió a mí antes de marcharse.
  Piero sirvió el vino. Cogió la copa y la levantó.
   –Vamos a brindar por la gente honrada.
   Levanté la mía y las chocamos. Piero miró su copa a contraluz y le imité. Era un líquido oscuro y denso, como los últimos acontecimientos, pero había destellos rojos abriéndose paso en la oscuridad. Eran como un soplo de esperanza abriéndose paso a través del pesimismo. Bebió y bebí.
   –Esto no me habría pasado hace unos años –siguió mirando la copa a través de sus gafas azuladas–… Era como ellos.
   –Como… ¿los políticos?
   Esbozó una sonrisa antes de contestar.
   –Nadie se hace rico honradamente –ignoró mi pregunta–, y yo lo era antes de cumplir los treinta. A los cuarenta, me resultaba tan sencillo seguir haciendo dinero que empezó a aburrirme. Decidí darme una tregua y empezar a disfrutar de mi fortuna, para entonces tenía cuarenta y cinco –dio un sorbo de vino–. Yo venía del periodismo y nunca hasta entonces había prestado atención a la televisión. Empecé a verla después de cenar y la curiosidad me llevó a indagar por los diferentes canales. Me sorprendió que un medio de masas tan popular y con tanta competencia pudiera ser tan malo.
   Hizo un alto para chocar su copa con la mía y beber.
   –Telediarios. Unas noticias se expandían por capítulos mientras que otras eran soltadas de carrerilla, resultando difícil saber dónde acababa una y empezaba otra. Deportes. Sólo fútbol, en el que cabían hasta los cotilleos; los demás deportes no existían. El tiempo. Tras quince minutos de anuncios, el locutor se atragantaba porque no le daban tiempo suficiente. Cine. La película empezaba con un cuarto de hora de retraso y tenía tal cantidad de cortes publicitarios que era imposible verla. Anuncios. Eran tantos y los ponían tan altos, que dejaba de prestar atención y acababa quitando el volumen.
   Acabó su copa y se sirvió otra.
   –¿Te sirvo? –negué con la cabeza–. Me pareció tan deprimente, que decidí montar mi propia cadena de televisión. Era la primera vez que creaba una empresa sin pensar en ganar dinero.
   Dio un sorbo y yo apuré mi copa. 
   –Te hiciste honrado.
   Cogió la botella y acerqué mi copa. La llenó casi hasta arriba y rellenó la suya.
   –Algo así –bebió–. No pensaba en los beneficios, sólo en hacerlo lo mejor posible y claro, fue un fracaso económico. Tuve que invertir más dinero en ella y empezar a pensar en los beneficios, si no quería pasar mi vejez en la indigencia. En ese momento, Jaime contactó conmigo para ofrecerme tu Performance. Dudé, porque era muy atrevida, pero a diferencia de otros realitis, era artística; eso es lo que me hizo decidirme –levantó su copa–. Brindo por la salvadora de Cadena 13.
   Me emocionó. Levanté mi copa y las chocamos. Yo nunca lo había visto así, más bien al revés.
   –Gracias –di un sorbo–. ¿Por qué la llamaste Cadena 13?
   –Oh, eso. Una vez estuve alojado en la planta catorce de un hotel. Cogí el ascensor y al pulsar el botón vi que faltaba el trece. Esa debería haber sido mi planta, en realidad lo era y no tuve ninguna mala suerte –bebió un poco más–. No tenía miedo a ser honrado y tampoco a montar la cadena, por eso la llamé trece.
   –Brindemos por el trece –acerqué mi copa a la suya y las chocamos con ímpetu. Creí que se rompería, pero no lo hizo.
   –Por el trece –Piero apuró el contenido de un trago. Qué importaba, estaba todo tan negro, que también lo hice, aunque me sintiera un poco mareada.
   Cogió la botella y nos sirvió. Sonó su móvil. Dejó la botella y lo sacó del bolsillo del pantalón.
   –Perdona –se lo puso en la oreja–. ¿Sí? ¿Quién?
   Piero se limitó a escuchar. Levantó la mano y la llevó a las gafas. Se las quitó y las tuvo un rato en la mano. Entornó los ojos y a medida que pasaba el tiempo, se fue poniendo lívido. Dejó las gafas sobre la mesa y se pasó la mano por la frente. Al otro lado del teléfono, alguien seguía hablando, pero yo no entendía lo que decía. Al cabo de un rato, dejé de oír el murmullo. Piero apagó el teléfono y lo dejó sobre la mesa junto a las gafas. Se quedó mirando la copa y al cabo de un rato la cogió, se la acercó a los labios y volvió a dejarla sin apartar la mirada de ella. Así pasaron unos minutos, en los cuales no me atreví a intervenir. Después se volvió hacia mí.
   –Lo siento, Violeta. Todo ha terminado.
   Algo estalló en mi cabeza. Fue un fogonazo sangriento surgido en el centro de la negrura, expandiéndose zigzagueante en todas direcciones. Mi cuerpo tembló, de pies a cabeza y al instante siguiente, tiritaba en presencia de las siniestras manchas negras diseminadas sobre la superficie roja cual mar en movimiento.
   Todo había terminado, creí haber imaginado que lo decía, que las palabras flotaban corpóreas y recorrían a cámara lenta el espacio que había entre su boca y mi oído, pero no fue así, había visto cómo movía los labios y  pronunciaba las palabras. Su cara lo decía todo.
   Sentí la cabeza pesada, y las manchas negras empezaron a dar vueltas. Apoyé las manos sobre la butaca, me daba la impresión de que fuera a caer. No había bebido tanto. Inspiré y solté el aire despacio unas cuantas veces, pero no sirvió de nada. El alcohol, la droga y de repente, esa noticia absurda: todo ha terminado. Así por las buenas, era imposible.
   Mis visiones estaban cambiando, la negrura no surgía de mis sueños, me llegaba a través de las personas, y era tan reciente que aún no lo había asimilado; tan retorcido que el mensaje me llegaba por teléfono a través de Piero, sin saber quién estaba al otro lado de la línea. Ni siquiera entendí lo que decía esa persona, el mensaje me llegó a través de Piero. ¿Quién había llamado? ¿Quién era el transmisor de esa negrura teñida de rojo?
   –El programa de esta noche –Piero habló con voz vacilante–, lo emitimos.
   Mis ojos se humedecieron. ¿Acabaría todo con el programa de los espermatozoides? El primer dibujo que hice para la Performance. Había ido a pasar el fin de semana con Felipe a Gredos y después de soñar que estaba embarazada, dibujé espermatozoides amarillos dirigiéndose hacia un óvulo violeta. No podía acabar, faltaba el embarazo y el nacimiento del hijo que iba a ser artista. Seguiría grabando programas, uno tras otro, aunque no quisieran. ¿Quiénes eran?
   Me levanté y a pesar de que todo se moviera, logré dar unos pasos vacilantes. Debí decir que tenía que irme, pero no estaba segura de haberlo hecho. Seguía en pie, avanzando a duras penas en medio de la oscuridad, con las mejillas surcadas por regueros de humedad.
   –Quise ser honrado… –me pareció oír a lo lejos.