EL RELOJ SIDERAL
Inspiré profundamente y contuve la
respiración bastante antes de llegar al baño; hacía falta valor para entrar en
él. Empujé la puerta. El suelo estaba lleno de pisadas oscuras que formaban
veredas que iban hacia los urinarios y la puerta entornada tras la cual prefería
no indagar. Seguí una de las veredas hacia el urinario, intentando evitar
algunas huellas húmedas y a pesar de contener la respiración, el olor
nauseabundo entraba en mi nariz.
Acababa de estrenar la camisa verde, debía
tener cuidado para no sufrir un roce indeseado, así que me arremangué mientras
me acercaba al urinario elegido, con tan mala suerte, que el dedo gordo se
enganchó en el cierre automático de la correa del reloj y ésta se abrió; mis
reflejos no estuvieron a la altura y el reloj se alejó de mi muñeca sin que
pudiera evitarlo.
Ploff, blub. La impresión hizo que el aire
escapara de mi boca y acto seguido respirara; de inmediato el inmundo olor
invadió las fosas nasales y no se detuvo hasta llegar a la garganta, momento en
el que me dio una arcada que casi me hizo vomitar; si no lo hice, fue porque
había algo peor que respirar en aquella atmósfera hedionda. Aquello no podía
haber sucedido, no podía ser verdad, tenía que estar soñando. Lo estaba viendo,
mejor dicho, no lo veía, había desaparecido en aquellas aguas… Era imposible,
pero no estaba soñando y poco a poco, la realidad se fue haciendo tangible.
Tangible… tampoco, no metería la mano ahí por nada del mundo, pero allí era
donde había desaparecido y aún me costaba creerlo: mi reloj sideral, el que me
regaló Laurah en nuestro veinticinco aniversario había abandonado mi muñeca
para sumergirse en aquellas aguas ponzoñosas. Estaba soñando, era una
pesadilla, aún tenía que despertar e ir al trabajo; esa mañana, por si acaso,
dejaría el reloj a buen recaudo en casa.
No parecía un sueño. No lo era. Estaba
respirando el aire viciado e insano del baño, era asqueroso y aún así, no me
moví un ápice; permanecí mirando al interior del urinario, donde habitaba aquel
líquido hediondo. Era espeso y nada transparente, de color marrón y cenagosa
orilla verdosa, y acababa de tragarse mi reloj. Los vapores fétidos del lugar
aún no habían conseguido que me desmayara, debía ser por la impresión de haber
perdido el fabuloso reloj sideral de la Constelación Alfa Centauri, uno igual
al que llevara el actor Toño Banderolas en la película Nuevos Mundos. Deseaba
tenerlo desde que vimos la película, y Laurah sacrificó nuestros ahorros para
comprármelo; de eso hacía poco más de tres meses.
Qué poco había durado mi dicha, todo por
salvaguardar la camisa, más me valía que se hubiera ensuciado aunque hubiera
tenido que tirarla a la basura. Podía comprar otra camisa, pero no un reloj
sideral como el que estaría desintegrándose en ese líquido cenagoso; no sabía
cómo podía soportarlo la bandada de mosquitos que pululaba por allí, debían ser
mutantes.
Mi reloj sideral. Alguien tenía que ser el
responsable de que los baños permanecieran limpios, e iba a tener que pagarme
un nuevo reloj sideral de la Constelación Alfa Centauri.
...
—¡Te repito que está ocupado y no puede
recibirte!, y ¡haz el favor de apartar eso de mi mesa! —el secretario miraba
horrorizado el irreconocible reloj sideral que colgaba del extremo de la regla,
tapándose la nariz.
—O abre esa puerta o no respondo de mis
actos —acerqué la regla a su cara—. Esto ha estado sumergido en el urinario, si
toca su piel, se le fundirá hasta el hueso.
—Está bien —se apartó y presionó el botón
que abría la puerta que daba acceso al despacho del Ministro.
El irreconocible reloj sideral colgado de
la regla y yo entramos en el despacho. Cerré de un portazo y él dejó el informe
que leía sobre la mesa.
—¿Qué… —no pudo seguir, le dio una arcada
cuando dejé el reloj con la regla sobre el informe, que no era tal, sino una
revista en cuya portada pude leer “Paraísos fiscales en los que interesa
invertir”.
—Siento interrumpirle, señor ministro,
pero alguien tendrá que pagarme esto.
—¿Se ha vuelto usted loco? ¡Quién va a
querer pagar por esa mierda! ¡Retírela de inmediato.
—Se equivoca usted, señor ministro. Esa
mierda, es mi reloj sideral, un regalo de mi mujer Laurah en nuestro
veinticinco aniversario. Era mi bien más preciado, antes del accidente que lo
dejó en ese estado. Por cierto, cuesta una fortuna.
—Está usted loco, voy a llamar a
seguridad.
—Ni lo intente —agarré la regla de cuyo
extremo pendía el que fue mi reloj sideral—, o se lo echo a la cara. Quedará
como el reloj, irreconocible, y no creo que tenga solución ni con cirugía —el
olor desde luego era nauseabundo y la revista había empezado a perder el color
donde lo había posado.
—Está bien —echó hacia atrás el sillón—,
dialoguemos. Podemos llegar a un acuerdo, pero aparte eso —volví a dejar el
reloj sobre la revista, pero sin soltar la regla—. Cuénteme usted, ¿qué es lo
que desea exactamente?
—Llevo trabajando aquí desde que saqué las
oposiciones de administrativo, y eso fue antes de casarme; he visto pasar por
aquí… usted es el duodécimo ministro que conozco. En el pasado jamás tuve
problemas para entrar al baño a hacer mis necesidades, pero desde hace unos
años nadie pulsa el botón del urinario ni tira de la cadena, por no hablar de
los grifos de los lavabos que se dejaban abiertos y de los cuales ahora no sale
agua. Los baños están asquerosos y los de la limpieza se niegan a entrar…
—¡Hay que solucionar el problema! —me
interrumpió—. ¿No ha podido mear? —no podía creer lo que estaba oyendo. Sabía
que los políticos siempre se iban por la tangente, pero esto era el colmo—.
Entre en mi baño… eh, un momento.
El Ministro de Sanidad se levantó para
dirigirse a la puerta que había a su izquierda, entró y cerró. Esperaba que
fuera el baño y que no estuviera huyendo. A pesar de llevar un rato con el que
fuera mi reloj sideral, aún resultaba repulsivo el olor que desprendía. La
puerta se abrió y escuché el ruido de la cisterna cargándose. Él tampoco tiraba
de la cadena.
—Ya puede usted pasar.
Lo cierto era que me estaba meando, había
ido al baño precisamente para eso y con el accidente y el disgusto… lo había
olvidado. Me levanté.
—¿No se irá a marchar? —le señalé con el
dedo, olvidando quién era el jefe allí, pero no estaba para tonterías. Mi reloj
sideral destruido, la cosa no iba a quedar así—. Si lo hace, iré a por usted,
donde quiera que se encuentre, cargado con ese líquido denso y asqueroso que se
acumula en los urinarios y le aseguro que debe ser más corrosivo que el
escupitajo de un Alien.
—Le espero aquí, si quiere se puede llevar
su…
—Es la prueba de lo sucedido —me llevé el
reloj al baño.
—No se preocupe, me ocuparé personalmente
de que la próxima empresa que obtenga una contrata del Ministerio de Sanidad le
compre un reloj…
—Sideral, de la Constelación Alfa
Centauri.
Entré en el baño y escuché su voz antes de
cerrar la puerta.
—Por favor, no se lo haga fuera y tire de
la cadena, es el baño de los VIP.
...
Sonó el teléfono, cosa rara, desde el
accidente no me habían dado nada de trabajo. Para entretenerme había descargado
en el ordenador la película Nuevos Mundos y la estaba viendo; Banderolas estaba
impresionante, consultando su reloj sideral que acababa de detectar al animal
que acechaba entre la maleza. Pulsé la pausa.
—¿Eres el del reloj sideral?
—Sí…
—Soy el secretario del Ministro. Creo que
deberías venir rápidamente a mi despacho, y por favor, no se lo comentes a
nadie.
Resultaba extraño tanto secretismo. No me
fiaba de él. Le había amenazado para que me dejara acceder al despacho del
Ministro, pero no importaba, llevaría el reloj y lo sacaría si fuera necesario.
Lo llevaba guardado en la bolsa que no me descolgaba en ningún momento. Apagué el
monitor y me dirigí hacia su despacho. Habían pasado dos semanas desde el
terrible suceso, el Ministro no me había comprado el reloj y los baños seguían
igual. Llegué al despacho y entré. En cuanto me vio, me indicó el asiento
frente a su mesa.
—Tienes que escuchar esto —estaba
excitado. La voz del Ministro surgía del teléfono, que estaba en modo manos
libres. Se escuchó un golpe, como cuando un superior te arrojaba una carpeta
repleta de papeles sobre la mesa para que le hicieras el trabajo de una semana
en un par de horas.
—El Ministro me ha pedido que llamara a
sus allegados —me aclaró el secretario—. Una vez me equivoqué al marcar un
número y descubrí que pulsando cualquier extensión, podía escuchar lo que allí
se hablara, aunque no tuvieran el teléfono en uso; debe ser cosa del servicio
secreto. Él no puede oírnos, lo he comprobado. Por cierto, está muy enfadado
con el tema del reloj.
—Lo del baño —una segunda voz, profunda,
surgió del teléfono—. Menuda estupidez, lo negaremos todo, no tiene pruebas.
—La tiene —era el Ministro—, la presentó
en la comisaría cuando me denunció. Se supone que es un reloj de ciencia
ficción de no sé qué galaxia, el que dejó caer al urinario.
—¡Hiciste bien en denunciarle! —me dijo el
secretario.
—No sólo se negó a comprarme un reloj
—apunté—, me amenazó con echarme del trabajo, pero no puede hacerlo, soy
funcionario.
—En efecto, no puede.
—Está chalado —dijo la segunda voz—, que
no lo hubiera dejado caer.
—Después de cursar la denuncia acudió a la
prensa, y contra toda lógica, no sólo le hicieron caso; se atrevieron a entrar
en el Ministerio y estuvieron haciendo fotos de los baños. Mirad la página
siete.
—¿Esto es un reloj? —dijo una tercera voz,
más aguda—. Más bien parece una escultura tosca de un reloj, hecha de mierda.
Ese administrativo es un cerdo, deberíamos echarlo a la calle.
—Se acercan las elecciones, no podemos
permitirnos un escándalo como éste precisamente en el Ministerio de Sanidad —la
cuarta voz hablaba con mesura.
—Pues habría que reeducar a los
ciudadanos, no pueden ir dejando los baños como los dejan —era la segunda voz.
—No puedes recordarles que son unos
guarros —era la cuarta voz—, se acercan las elecciones.
—La oposición podría usarlo en contra
nuestra —aclaró el Ministro.
—¿No podría alguien limpiar los baños? —intervino
la tercera voz.
—Recuerda —intervino la segunda voz—, que
privatizamos la limpieza del Ministerio. Antes había cinco limpiadoras, ahora tenemos
un limpiador. No da abasto y el año pasado se negó a entrar a limpiar los
baños, alegando no sé qué de una alergia. Traía papeles del médico.
—Contratemos a otra empresa —dijo la
cuarta voz.
—No hay dinero para ello —le recordó dos—,
¿se te han olvidado los recortes?
—¿Alguna sugerencia? —el Ministro sonaba
exasperado.
El tiempo pasaba y nadie respondía. Temí
que la comunicación se hubiera cortado, o peor aún, que se hubieran enterado
que había alguien escuchando.
—¿Aún conservas ese reloj? —el secretario
aprovechó el silencio de la reunión para interesarse por él.
—Lo llevo siempre conmigo. Tal y como
están las cosas, temería perder la prueba —abrí el bolso, extraje la bolsa
transparente con cierre hermético en la que lo guardaba y la deposité en la
mesa—. No se te ocurra abrirla, sigue oliendo tan mal como el primer día y debe
ser venenoso.
—Es —el secretario parecía fascinado—…
parece una escultura, es casi abstracto; cuesta reconocer que fue un reloj. El
color es asqueroso, podría estar en expuesto en una feria de arte, lo podías
llevar a ARCO, igual te dan una fortuna por él.
—No se me había ocurrido. Con lo que me
den podría comprarme otro reloj sideral nuevo —me interrumpí, la voz volvió al
teléfono y no había entendido lo primero que dijo.
—…poner un ambientador en el baño
—reconocí la tercera voz, la del que no parecía muy espabilado.
—No digas tonterías —estaba claro, cuatro
sabía que era un poco corto—, la próxima vez podría tirar un anillo y decir que
tenía un diamante de veinte quilates y se disolvió.
—Será mejor clausurar los baños. Que hagan
sus necesidades en el bar cuando salgan a tomar un café —era la segunda voz.
—¿Clausurar los baños? —el Ministro
levantó la voz—. ¿He de recordaros que estamos en vísperas de elecciones?
Se produjo otro silencio. Si esos eran los
que dirigían el Ministerio de Sanidad, no me extrañaría que sufriéramos una
nueva Gripe, la F y que surgiera de los mismos baños del Ministerio. El
secretario aprovechó para darle la vuelta a la bolsa. Aunque hubiera menguado,
el reloj seguía cubierto por una gruesa capa de mierda solidificada
completamente opaca.
—¿Se habrán dormido? —el secretario me
devolvió la bolsa con el reloj y lo guardé.
Estuvimos aburridos durante un buen rato,
antes de que una voz desconocida, la número cinco, hablara.
—Puede que haya una solución.
—¿Siiií? —el Ministro parecía interesado.
—He pensado —cinco parecía indeciso—… que
podríamos emplear… un Sugeridor.
—¿Qué es eso? —preguntó tres.
—¿Uno de esos que te invita a entrar en
las tiendas? —cuatro acababa de aclarárselo a tres, definitivamente no era
tonto, era retrasado—. Eso es ilegal, está penado con prisión y no te libra
nadie.
—Espera —intervino el Ministro—, déjale
que acabe de exponer su idea. Me interesa —igual el Ministro estaba un poco
tocado, no me extrañaría.
—Yo —comenzó a decir cinco—… pienso que si
hay un Sugeridor en el baño y te insinúa amablemente que apuntes bien y que
después presiones el botón que hace que salga el agua que se lleva la meada…
—Y si lo hace —dos soltó una carcajada—,
le regala un pin del Ministerio de Sanidad.
—Nadie aguantaría ahí dentro, necesitaría
una máscara… ¡Qué digo!, un equipo de buzo con la bombona de oxígeno —soltó
cuatro.
—Ponle la máscara y lo que quieras —dijo
dos—, aunque logre convencer a los usuarios del baño para que lo hagan dentro y
le den al botón, seguirá siendo ilegal.
—Si con eso no se ensuciara más, algo
ganaríamos. Puede que los inodoros y las tazas se fueran limpiando poco a poco
—tres se superaba a sí mismo. Debía haber entrado a dedo en el Ministerio,
sería familia del Ministro o alguno de sus allegados.
—¿Qué le parece mi idea, señor Ministro?
—dijo cinco.
La respuesta no llegó. Si hubiera sabido
que iba a escuchar esta conversación, habría traído una grabadora, aunque las
escuchas fueran ilegales. Podría meter la grabación en un sobre y mandarla a la
prensa, menudo revuelo se armaría. El secretario había comenzado a dibujar un
monigote meando. El urinario estaba lejos y el chorro caí fuera.
—Ante la manifiesta falta de ideas del
equipo asesor —el Ministro intervino cuando el secretario dio por acabado su
dibujo—, acogeremos la sugerencia de emplear un Sugeridor.
—¿No podríamos obligar a la empresa de
limpieza a limpiar los baños? —era la primera vez que tres decía algo con
sentido.
—Se negaron en redondo, se negó su
trabajador. Tendríamos que pagarles lo suficiente para que emplearan más personal
y eso, en estos momentos de crisis, es inviable. Propongo amenazarles con
rescindir el contrato por incumplimiento y entonces les insinuamos que si
quieren seguir trabajando para nosotros, deberán emplear un Sugeridor. Nosotros
no hemos dicho nada y ellos corren con el riesgo, como el momento no está como
para rechazar el trabajo, no se podrán negar.
—¡Buena idea, señor Ministro —además de
retrasado, tres era un pelota. Estaba claro que era de su familia. Tendría un
sueldo de infarto.
—¿Quién va a querer ejercer de Sugeridor
dentro de un Ministerio? Es como pedir que te ingresen en prisión —cuatro
parecía el más lógico del grupo.
—¿Es que todo lo tengo que resolver yo?
—aunque hubiera levantado la voz, el Ministro no estaba enfadado, más bien
parecía eufórico—. Me encargaré personalmente de buscar al Sugeridor que
sugeriré que emplee la contrata de limpieza.
—Si funciona —intervino cuatro—,
exportaremos la idea al resto de los Ministerios y Administraciones Públicas,
claro que nos tendrán que devolver el favor en forma de jugosos dividendos. Las
empresas de limpieza habrán de tener en su plantilla tantos Sugeridores como
baños en los lugares que limpien.
—De momento nos interesa solucionar
nuestro problema. Doy por concluida esta reunión, que nunca ha tenido lugar.
—¿Y la prensa y el que nos ha denunciado?
—casi no reconocí a cinco, había soltado un gallo.
—Construiremos para ellos un baño nuevo,
que por supuesto nadie podrá usar; tendremos que cerrarlo con llave. Respecto
al denunciante —el Ministro rió—, voy a encargarme de él.
Escuchamos las sillas, las pisadas y la
puerta que se abría. Sentí un escalofrío mientras el secretario cortaba la
comunicación. Sólo faltaba que el Ministro me encontrara en el despacho de su
secretario.
...
Tuve suerte. El Ministro llamó al despacho
de su secretario para pedir que me localizara. Esperé un rato antes de acudir a
su despacho, se suponía que estaba en mi puesto de trabajo, viendo Nuevos
Mundos.
—Buena suerte —me dijo el secretario,
presionando el botón que abría la puerta que daba acceso al despacho del
mandamás del Ministerio.
Entré amedrentado, el Ministro prefería
que hubiera un trabajador ilegal a contratar más trabajadores para limpiar; me
esperaba un nuevo destino en algunas de esas capitales de provincias que decían
que no existían.
—¿Cómo se le ocurrió llamar a la prensa?
—soltó nada más verme, sin invitarme siquiera a sentarme; de todos modos lo
hice, no quería que me diera un vahído cuando me dijera cuál era el nuevo
destino.
—Mis derechos como usuario del baño en el
lugar de trabajo han sido vulnerados —saqué la bolsa que contenía el reloj—.
Tienen derecho a saber lo que ocurre, máxime cuando no he sido resarcido por el
accidente que ha sufrido mi reloj.
—Está usted despedido.
—No puede hacerlo, tengo mis derechos como
funcionario —no lo dije muy convencido.
—Puedo hacerlo y lo haré. Es más, me
ocuparé de que no tenga derecho al paro ni a ninguna otra contraprestación
social.
—Le llevaré a los tribunales.
—Sólo tengo que hacer una llamada y usted
habrá perdido el juicio de antemano.
Se me cayó el alma a los pies. Era peor de
lo que creía, peor que la defunción del reloj sumergido en la nociva mierda del
baño. A mi edad, no volvería a trabajar y lo peor de todo, el sueño de tener un
reloj sideral de la Constelación Alfa Centauri, había durado muy poco.
—Es usted —… iba a decir peor que la
mierda del baño, pero me contuve. Me mandaría matar, aunque… daba igual.
—Ahí se equivoca, amigo. Soy mejor que
usted, que me ha denunciado, y se lo voy a demostrar —el Ministro se arrellanó
en su butacón—. Está usted muy interesado en la limpieza de los baños. Si
quiere volver a trabajar, puedo ofrecerle… mejor dicho, puedo recomendarle a
cierta empresa privada; ellos se ocuparán de proporcionarle el trabajo. ¿Quiere
saber de qué se trata?
Lo tenía todo perdido. No volvería a tener
un reloj sideral, tendría que colocar en la vitrina el que tenía, como recuerdo
de lo que fue. Mi mujer había perdido el trabajo cuando cerró su empresa y yo
no podía permitirme perder el mío, aunque una empresa privada no me aseguraba
trabajo hasta la jubilación; aún así, asentí con la cabeza.
—Sugeridor de baño —lo dijo casi riendo—.
Se ocupará usted de que apunten bien, se la sacudan dentro y den al botoncito,
o ayudarles a hacerlo si fuera necesario. El trabajo tiene sus momentos buenos,
imagínese cuando entra alguien a hacer sus necesidades mayores…