miércoles, 27 de febrero de 2019

Una idea genial.


UNA IDEA GENIAL

     El barman empezaba a mirarme con desconfianza. Aún no había tocado la copa de Green que me había servido, pero qué iba a hacer si no me gustaba el alcohol y a las nueve de la noche no quedaba abierto ningún refreshbar.
     Entró un joven y se quedó plantado mirando a los pocos parroquianos del alcoholbar. No tendría más de treinta años, sin duda era el nuevo becario. Le hice una seña.
     ―Aquí estoy, señor ―se acercó sudando―. He venido lo más pronto que he podido, no tengo dinero para el transporte.
     ―Tampoco tendrás un terminal.
     ―El relophon-i, señor.
     ―Tendrá que servir. Bulutuzeemos entonces ―conecté con su aparato y le transferí las ubicaciones―. Ve a esa dirección, rescata la publicidad de Humba Bulumba del contenedor de reciclado de plastipapel y llévala al espacio de reparto de publicidad de la empresa.
     ―Si señor ―miró el Greencohol con ganas.
     ―Es para ti.
     ―Gracias señor ―dio un trago largo y puso cara de extasiado―. Nunca lo había probado. Hace chiribitas hasta en el estómago.
     Pagué al sorprendido barman mientras el becario apuraba la copa. Yo también imaginaría cosas raras si alguien pedía una copa y después se la ofrecía a otro. Ser Cazatalentos no era una labor precisamente monótona. Esperaba acertar con este becario después del fiasco del anterior. Por la mañana daría parte de él y prescindirían de sus servicios.


     Entré en el despacho de Torsen, el Reclutador de Personal.
     ―Buenos días, Torsen. Tenemos un problema con uno de los becarios. Ayer tarde quise saber cómo conseguía buzonear tanta publicidad, así que le seguí. Para ser nuestro mejor repartidor, se mostraba un poco lento.
     ―No me digas que ha conseguido embaucar a un par de subbecarios que hagan el trabajo por él.
     ―Se detuvo ante un contenedor de reciclado de plastipapel y vacío el contenido del carrito, que no era poco.
     ―¿No lo impediste?
     ―¡Claro que no! Quién sabe cómo hubiera reaccionado al verse sorprendido y saber que se le escapa la posibilidad de conseguir una labor remunerada en la empresa. Acuérdate de aquella mujer…
     ―Oh, sí. Recuerdo lo ocurrido, cuando la sorprendiste intentó abusar de ti para silenciarte.
     ―Aún tengo pesadillas con aquello.
     ―Fue un incidente sin importancia.
     ―Tengo grabada la infracción ―conecté el bulutuz del i-phonio a su unidad computerizada y se la pasé.
     ―No le vendrán mal un par de meses encerrado en Reinserción Social. Lo malo son las pérdidas.
     ―No va a haber pérdidas. Localicé a uno de los becarios de reserva y el material rescatado se encuentra en distribución de propaganda; en buenas condiciones y listo para su distribución.
     ―Buen trabajo, Virsen. Sólo nos queda poner su nombre en la lista de indeseables para que ninguna empresa quiera contratarlo. Dame su nombre.
     ―Luckhas Torozábal.
     Torsen tecleó el nombre en la unidad computerizada. Apareció la ficha del becario y a punto de pulsar una tecla, se detuvo.
     ―¿Por qué crees que lo haría?
     ―No tengo ninguna respuesta convincente. ¿Por qué no me dejas averiguarlo?
     ―Tienes un día, después iniciaré los trámites. Humba Bulumba es una gran empresa y no puede permitirse esta clase de problemas.


     Luckhas salió del despacho de Torsen con unos lagrimones terribles; después de lo que había hecho no tenía futuro laboral, su nombre estaba en la lista de la red y jamás conseguiría un trabajo remunerado. Le había seguido desde primera hora de la mañana, escogía dos o tres buzones al azar y el resto los olvidaba, así fue reciclando en cada contenedor de plastipapel que tuvo a su alcance. Su error tuvieron que enmendarlo tres becarios reserva, que tuvieron que abrir todos los contenedores de la zona de reparto de Luckhas. Lo bueno fue que quedé con ellos por la mañana, pude esperarles en un refresh y tomarme una narancola.
     ―Simplemente es un vago ―dije―. El problema está resuelto.
     ―Aún no ―dijo Torsen―, han llamado de distribución de propaganda porque tienen trescientos ochenta y ocho kilos de folletos de publicidad sin registrar. Dicen que no pueden darle salida porque no figura como entrada desde imprenta y que se los quitemos de en medio.
     ―¡Y sólo llevaba una semana con nosotros! Menos mal que lo cacé a tiempo.
     ―Dime, Virsen. ¿Qué hacemos con todo ese plastipapel?
     ―De momento lo trasladaremos a mi despacho.
     Casi no lo usaba, pasaba más tiempo siguiendo a becarios que redactando informes. Fue una labor pesada para la cual tuvimos que llamar a un par de becarios. Me preguntaba si Humba Bulumba notaría una bajada de ventas por todos esos clientes potenciales que no habían recibido la publicidad.


     Había tenido una idea, tal vez fuera una tontería, pero las ideas absurdas eran las que triunfaban. Había averiguado que Humba Bulumba no sufrió ningún bajón en las ventas, así que la falta de publicidad no nos afectó; de ahí que no hubiera buzoneado la publicidad y me hubiera dirigido al Departamento de Publicidad para plantearles la posibilidad de un ahorro importante. A la mañana siguiente, para sorpresa mía, fui recibido por los hermanos Bulumba.
     ―Tengo entendido que tienes una idea que comunicarnos ―Ferdnand era el que mandaba, según decían.
     ―Sí. Todo surgió tras el sabotaje cometido por uno de nuestros becarios, que naturalmente ha sido dado de baja; apenas repartió publicidad en su zona, lo cual debería haber afectado a las ventas.
     ―No ha habido una variación significativa ―Féderic era el que entendía de números.
     ―Entonces no hay una relación directa entre la cantidad de publicidad emitida y las ventas, o bien fluye la información entre los clientes de un modo que aún desconocemos.
     ―Una idea interesante ―según decían las malas lenguas, a Franker le importaba muy poco la empresa.
     ―Atendiendo a ese flujo de información entre los posibles clientes, quiero darle un nuevo enfoque a la publicidad. Propongo que los folletos se obtengan del reciclado, con lo cual nos estaríamos ahorrando unos costes importantes de imprenta.
    ―¿Es factible? ―dijo Féderic.
    ―Quiero que lo vean ustedes mismos ―marqué el número en el i-phonio. De inmediato un becario llamó a la puerta y fue pasando los carros de folletos publicitarios―. Casi cuatrocientos kilos de plastipapel, obtenidos del reciclado.
     Franker se levantó y cogió un fajo.
     ―Están impecables ―se dirigió a sus hermanos.
     ―¿Cuál es el coste? ―se interesó Féderic.
     ―Cero. Los rescatan los becarios de los contenedores y apenas han tenido que desechar alguno.
     ―Muy interesante ―Franker devolvió el fajo al carro.
     ―Todas las empresas emiten publicidad ―Ferdnand nos miró uno a uno―. ¿Están todas ellas equivocadas?
     ―Eso da igual ―le contestó Franker―, pero, si la publicidad no es realmente efectiva, ¿qué conseguiríamos implantando el nuevo sistema?
     Tenía que convencerles de las ventajas de mi extravagante idea.
     ―Es una nueva manera de entender la publicidad. En ella, efectuaríamos una selección aleatoria de posibles clientes que recibirían la propaganda. Esto generaría un mayor interés por la misma y los demás tratarían de obtener la información de los privilegiados que la recibieron.
     ―Tal vez no sea tan mala idea ―intervino un entusiasmado Franker―. Seríamos los primeros en encontrar una forma de promoción revolucionaria, nos llevaríamos una mayor cuota de mercado…
     ―Seríamos la primera empresa que ahorra en plastipapel e impresión ―era lo que interesaba a Féderic―. La sola idea, sería una forma de publicidad: los folletos salen del contenedor de reciclado, dan una vuelta por el barrio, donde algunos son buzoneados y el resto vuelve al contenedor. Da para muchos buzoneos antes de que se agoten, tal vez estemos años sin necesidad de utilizar los servicios de la imprenta.
     ―Una nueva forma de publicidad donde sólo unos pocos privilegiados serán informados ―Ferdnand hablaba para sí―. Me gusta.
     Lo que yo decía, las ideas absurdas eran las que triunfaban y eso era bueno para mi futuro.
     ―Virsen ―dijo Franker―, nos alegramos de la eficacia de su trabajo, y nos gustaría conocer al becario artífice de la novedad.
     Yo era el artífice de la idea. No necesitaban conocer al Becario.
    ―¿Está aquí? ―dijo Ferdnand―. Localícelo.
    Las cosas no estaban saliendo como había previsto. Había conseguido lo más complicado, convencerles de mi idea y ahora, ¿querían conocer al infractor? ¿Para qué? Si lo llamaba, podía perder mi ascenso, si no lo hacía perdería mi puesto. A mis cuarenta y dos años quedaban lejos los tiempos en que era capaz de hacer de becario sin obtener un mísero eurodólar, esperando la vacante que se produjera por jubilación o defunción. Tuve que llamarle.
     ―Pásemelo ―dijo Franker―. ¿Luckhas Torozábal? En Humba Bulumba tenemos un puesto remunerado para usted. Preséntese inmediatamente.
     En ese momento me despedí del ascenso.


     ―Siéntese ―indicó Franker al becario.
     ―Es usted nuestro mejor becario ―dijo Féderic.
     ―Hola ―Luckhas saludó entre emocionado y cohibido.
     ―Así que ha conseguido reciclar para nosotros esa pila de publicidad ―Féderic señaló los carros.
     Luckhas se puso lívido al verlos, se levantó y salió a toda prisa del despacho.
     ―Virsen, no deje que se escape ―dijo Franker―, podría marcharse a la competencia.
     No podía desobedecer, tuve que llamar. Poco después entraba el de seguridad con el Becario esposado, le obligó a sentarse y permaneció a su espalda.
     ―Estamos asombrados de su perspicacia al haber ahorrado esa cantidad de publicidad para nosotros ―dijo Féderic―. ¿Cómo se le ocurrió?, no, no me lo diga, lo que quiero es su genialidad al servicio de la empresa.
     ―Le ofrecemos el puesto de Director Publicista ―dijo Ferdnand.
     ―¿A mí? ―Luckhas estaba tan desconcertado como yo.
     ―A condición de que siga encontrando ideas geniales que nos hagan ahorrar en publicidad innecesaria a la vez que obtenemos más beneficios ―dijo Franker.
     ―Acepto ―dijo un emocionado Luckhas.
     Era yo el que tendría que estar en su lugar, había encontrado genialidad donde sólo había desastre, y todo para qué, ¿para continuar de Cazatalentos toda la vida?
     ―Y díganos, ¿puede adelantarnos alguna de sus ideas? ―Ferdnand se cruzó de brazos.
     Luckhas se concentró.
     ―Hay varias, pero aún tengo que desarrollarlas.
     ―Magnífico ―dijo Franker.
     ―Muy bien, el puesto es suyo ―Féderic se frotó las manos.
     ―Virsen, puede usted retirarse ―Ferdnand extendió el brazo, indicando la salida―. Gracias por sus servicios.
     Abandoné la sala, pero el vago de Luckhas me necesitaría para mantenerse en el puesto.
     Las ideas absurdas eran las que triunfaban y empezaban a ocurrírseme algunas. Anuncios holotelevisivos de quince segundos, mejor de un minuto, en los que la pantalla permanecía en color azul, el del logotipo de la empresa. El público tendría que averiguar quién era el que no deseaba ni necesitaba hacer publicidad. El puesto de Subdirector de Publicidad sería mío.

jueves, 21 de febrero de 2019

Es natural.


ES NATURAL

     A lo largo de las últimas décadas la ciudad fue perdiendo la vegetación natural. Tras las podas, árboles y setos fueron muriendo inexplicablemente, y se tomó la decisión de sustituirla por vegetación artificial metálico-plasticosa: una base de moqueta verde, un palo estriado y un copete esférico texturizado. Afortunadamente no tuvo mucho éxito y los jardines se convirtieron en extensiones de cemento texturizado y monolitos de hormigón en estado erecto, mucho más estéticas.
     La primera vez que vi lo que había colocado el vecino de la propiedad número nueve, pensé que era una aberración. Vivíamos en una urbanización privada de lujo en la que habíamos logrado plasmar las últimas tendencias decorativas en los espacios exteriores: la reinterpretación del arcaico jardín japonés; una superficie horizontal a base de superficies de hormigón texturizado, combinado con huecos pedregosos direccionados y algunas erecciones pétreas. El decorador de exteriores que empleamos nosotros nos recomendó usar el granito rosado tanto para las erecciones, los huecos de grava y las incrustaciones proyectadas sobre el hormigón ondulante. Toda la urbanización contaba con el mismo tipo de diseño y las variantes estaban en el texturizado y en el tipo de material erecto.
     Nuestro vecino del nueve era diferente, aunque al trato pareciera alguien distinguido. En un principio su jardín había sido como el de los demás, pero en algún momento desapareció la grava del hueco que veíamos desde nuestra residencia y fue sustituida por un espantoso verde vegetal. Sus gustos estaban cambiando, y empeoraron cuando se dejó seducir por aquellas avenidas vulgares en las que a ambos lados se alineaban interminables hileras de árboles plasticosos. Naturalmente yo intentaba evitar aquella zona, prefería las avenidas situadas algo más al norte, donde a nadie se le ocurriría erigir algo que no fueran esbeltos monolitos de hormigón con toques de carbono.
     —Alberton, ¿qué estás mirando? —Lovelinda apoyó la cabeza en mi hombro—. Agggh, no sé cómo puedes recrearte en eso. ¡Es una vulgaridad!
     —No tienen clase, son unos advenedizos; no les bastaba con pintar los huecos en verde y han tenido que incluir esa protuberancia vegetal en el centro de la zona de esparcimiento. Parece que hubiera crecido.
     —¿Tú crees?
     —Antes sólo se veía desde el desván.
     —Tal vez la vara sea telescópica.
     —Evitaremos mirar hacia allí.
     —Podríamos poner un vidrio de esos que elimina la lejanía.
     —Buena idea.
     —Mañana mismo mando instalar uno —Lovelinda me besó antes de retirarse a la sala de descanso.

...

     Acababa de volver del trabajo. Era el día del crossfunning, así que me puse la prenda deportiva y salí a buscar a mis compañeros del tres y del siete para empezar el entrenamiento. Realizábamos un recorrido integral por la urbanización, que nos llevaba casi una hora.
     Cuando pasamos junto a la residencia número nueve recordé el vegetal. No había vuelto a pensar en él desde que pusimos el vidrio ocultante.  
     —¿Sabéis lo que han colocado los del nueve en su parcela?
     —Algo he oído sobre un árbol plasticoso. ¡Menuda ocurrencia! —dijo Pétrez, el del tres.
     —Tal vez deberíamos discutirlo en la próxima reunión —Janvier, el del siete era el presidente en la nueva anualidad—. Tenemos una posición y no podemos permitir que uno de los nuestros se comporte como un vulgar mileurodolarista.
     —Nunca he visto un árbol natural —intervine—, pero me da la impresión de que éste no es plasticoso ni metalífero como los de la Avenida de la Dirigencia Honrada.
     —¡No fastidies! —Pétrez detuvo su avance—. A saber la de virus que debe tener un bicho de esos.
     —Vegetal, Pétrez, es un vegetal —le corregí.
     —Pues me has dejado preocupado, sólo falta que tuviéramos una epidemia por culpa del tipo del nueve —insistió Pétrez.

...

     Lovelinda formuló  una denuncia anónima en la sede de los S.L.O., y tuvo un efecto inmediato por lo que me contó Pétrez mientras disfrutábamos de nuestra sesión semanal de crossfunning. Al parecer se presentaron en su domicilio un S.L.O. y un inspector vegetal. Al llegar a casa abrí la ventana que tenía el vidrio que eliminaba la lejanía, y allí continuaba el engendro; tal vez fuera plasticoso.
     Durante una semana vigilé el número nueve, sin que hubiera ningún cambio, el árbol continuaba erecto y las manchas de los huecos seguían verdes. ¿No iban a hacer nada al respecto? Creía que la ley funcionaba de modo eficiente. Se lo comenté a Lovelinda y dijo que ella se encargaría de averiguarlo.
     Un bizcocho de ingredientes megaecológicos fue la excusa que empleó mi compañera para visitar a los vecinos del número nueve. Estuvo más de una hora en el espacio abierto con él y luego entraron en la casa. Bajé a la entrada a esperarla, pero no llegaba y volví a asomarme por si volvían a salir al exterior. Nada. Tal vez hubiera salido a comprar algo para la cena, pero la sorpresa fue cuando llegó hora y media después con las manos vacías y sumamente feliz. No me atreví a preguntarle por su demora y ella no se molestó en despejar mis dudas. Se pasó una hora canturreando y de vez en cuando abría la ventana desde la cual se veía la casa del árbol.
     Preparé una cena ligera a base de yogur naturalizado y frutas desecadas. Lovelinda se sentó a la mesa con esa sonrisa que no le había abandonado desde su regreso. Sumergió la cuchara en el plato y comenzó a nutrirse como si nada. Hundí la cuchara en el yogur, pero no fui capaz de sacarlo de allí. Estaba intrigado por saber qué había ocurrido desde que abandonaron el exterior, quería pensar bien, pero verla con esa mirada ausente y feliz, me hacía pensar en lo peor. Había permanecido demasiado tiempo con el vecino del nueve. Me sentí observado. Sonreía. Dejó su cuchara en el plato.
     —¿No quieres saber? ¿No sientes ninguna curiosidad?
     Fui incapaz de sostener su mirada, como si yo fuera el culpable de lo que hubiera sucedido.
     —Creí que me lo contarías nada más llegar, pe… pero… —nunca había tartamudeado y se me atascaban las palabras. No supe cómo seguir.
     —Es que Jhounes me ha hecho recapacitar. ¿Estás bien?
     Así que había ocurrido lo que me temía. ¡Había tenido una aventura con el vecino!
     —Creo que tengo la tensión baja —había tenido una sensación extraña que me había atravesado de arriba a abajo, debía estar más blanco que un muerto sin maquillar.
     —Tal vez sea mejor que te lo cuente más tarde.
     Su incomprensible estado de felicidad acabó por fastidiarme y debí pasar del amarillo al rojo pasando por todos los colores del espectro visible.
     —Preferiría saberlo ahora —su incomprensible estado de felicidad había acabado fastidiándome.
     —¿Qué has dicho?
     —Que me lo cuentes —la voz apenas me salía. La vida que llevaba acababa de desmoronarse.
     Entonces resplandeció más aún.
     —Jhounes es un vecino la mar de simpático. Le gustó lo que le llevé y se empeñó en que me quedara a tomarlo, lo acompañamos de narancoco de granja hiperecológica. Lo mejor fue que no tuve que sonsacarle, bastó que me interesara por su conífera.
     —¿Su conífera? ¿Ahora se llama así?
    —Sí, es una conífera. Natural. Me ha dicho que le han denunciado, que ha venido la inspección y han visto que todo estaba bien: el árbol está sano y no puede propagar ningún tipo de contagio o enfermedad salvo a los de su propia especie. Incluso le ha recomendado un preventivo, porque aún mueren algunos ejemplares del mal de las coníferas —ella seguía hablando y hablando, emocionada, pero yo sólo veía una conífera erecta entre las piernas del vecino y a mi compañera interesándose por ella—… y la moqueta que suplió a la grava es auténtica hierba de… no recuerdo qué lugar.
     Daba igual lo que dijera, no sabía de qué estaba hablando. ¿Por qué tuvo que quedarse allí con él?
     —….está dispuesto a ayudarnos.
     Quise decir algo, pero lo olvidé.
     —Alberton, ¿te encuentras mal? Te lo contaré en otro momento.
     —Las malas noticias, cuanto antes, mejor. Continúa.
     —¿Crees que son malas?
     —Da igual, continúa.
     —De acuerdo. Podíamos hacer nosotros lo mismo, si te parece bien.
     Definitivamente se le había ido la cabeza. Porque ella se interesara por la conífera de nuestro vecino tenía yo que interesarme por la… ¿cómo la llamaría?... daba igual, por la cosa de la compañera de Jhounes? Ni siquiera la conocía.
     —No sé a qué te refieres —me puse en plan cínico.
     —¡Pues a plantar una conífera en nuestro espacio lúdico exterior! ¿Qué te parece?
     El vecino y su conífera, el hueco de su compañera… no entendía nada, pero no le iba a conceder el placer de reconocerlo.
     —Tendrás que darme más detalles.
     —¡Redescubriremos el mundo natural! Al principio seremos unos transgresores como Jhounes, pero a la larga crearemos tendencia. Una comunidad pionera en la decoración de sus espacios lúdicos con la inclusión de árboles naturales. Seremos universalmente conocidos. Los que vengan después serán imitadores
     —¿Entonces sólo quieres que pongamos un árbol ahí fuera? —no acababa de estar seguro, pero a lo mejor no había nada entre ella y el vecino.
     —Bueno, si quieres ponemos más.
     —Para empezar uno será suficiente.
     Lovelinda se levantó y me abrazó.
     —No estaba segura. Hasta hoy habíamos extendido nuestra negatividad hacia los vecinos del nueve y su exterior natural, pero Jhounes me ha abierto una nueva perspectiva. Estábamos equivocados.
     —¿Estás segura de que no habrá ningún problema? —me gustaría saber qué habían hecho tanto tiempo allí dentro—. De niño vi un bosque a lo lejos. Estaba protegido, porque decían que eran necesarios; no recuerdo por qué, lo que sí recuerdo es que sólo podían acceder a ellos unos especialistas que a buen seguro llevaban máscaras y toda esa parafernalia. En nuestro caso, si el vecino está seguro y tiene el visto bueno del inspector, no habrá problema.
     —Algo del aire, dicen.

...

     Pasó el tiempo. Lovelinda quiso ser innovadora y compramos un pequeño vegetal diferente al de nuestro vecino. Teníamos que echarle agua de vez en cuando y cada mes colocábamos unas bolitas preventivas en su base y pese a ello, al llegar el otoño enfermó: las hojas cambiaron de color, se secaron y cayeron. Me arrepentí de haber querido ser innovador.
      Un día me tropecé con Jhounes.
     —Buenas tardes, Alberton. ¿Qué tal vuestro árbol?
     —Murió.
     —¡Vaya! Cuánto lo siento —se quedó pensativo—. ¿Te importaría que le echara un vistazo?
     —No, ven —no pude negarme, aunque aún me hacía sentirme incómodo. Lovelinda le había hecho al menos otra visita.
     Me alegró que ella aún no hubiera llegado. No habría soportado verla reír ante él o que se hubieran abrazado o algo parecido. Salimos al espacio lúdico y él se quedó mirando el árbol. Después se acercó y tocó una de las hojas que aún no habían caído. Yo las recogía con guantes y mascarilla, no fuera a ser algo contagioso.
     Soltó una carcajada. ¿Acaso le hacía gracia?
     —No está muerto.
     —Ah.
     —Es de hoja caduca.
     —¿Ha caducado? ¿Y ahora qué he de hacer?
     —Ven a mi casa. Voy a mostrarte holoimágenes de los árboles caducifolios.
    Jamás habría imaginado la variedad de vegetales que había. Estuvimos mucho tiempo hablando sobre ello. Era un individuo capaz de hablar durante horas y mantenerte interesado. Nunca debí dudar de Lovelinda.

...

     Pasaron los años. Jhounes y yo éramos muy amigos desde que acudí a su casa a ver los árboles caducifolios; Jhounes, su compañera Evalín, Lovelinda y yo. Con la inestimable ayuda de nuestros amigos, plantamos otro ejemplar, esta vez de hoja perenne. Ya éramos cinco los transgresores que manteníamos vegetales naturales en nuestros espacios de esparcimiento, lo que provocó la marcha de los vecinos del número tres. No importaba, para entonces las revistas científicas de naturaleza hablaban de nosotros como pioneros de la reintroducción de la naturaleza en el hábitat urbano y Lovelinda decía que faltaba poco para que alcanzáramos la fama.