jueves, 1 de diciembre de 2016

Y ahora, bebamos.

BODEGA VALMARTÍN

Y ahora me paso al vino,
 porque me he bebido ésta botella
y muchas otras similares, porque está buenísimo.
Y eso no es todo, 
porque antes de beberlo, 
tuve el privilegio de diseñar la etiqueta. 

  

Un buen vino, no es que lo diga yo, 
ha recibido el premio 
ORO MONO VINO 2015


Están buenísimos,
 todos lo vinos de esta bodega.
 www.bodegasvalmartin.com

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Nerja.

Óleo sobre lienzo. 60x60 cm.

  Nerja.
 Desde la playa de Burriana.
 En lo alto del acantilado deberían verse algunas edificaciones, aunque a mí me gusta un poco más despoblado.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Poda salvaje




PODA SALVAJE


 Salamanca

     Por si no tuviéramos bastante con los pirómanos asesinos del reino vegetal, asistimos perplejos al aumento exponencial del maltrato vegetal en las zonas urbanas. Todavía no acabamos de ser plenamente conscientes de que nuestra vida en esta Tierra —y no tenemos otro planeta habitable al alcance de la mano—, depende de su existencia.

     Elijamos una población cualquiera y una calle con una hilera de frondosos árboles, y además sanos. Un mal día escuchamos la motosierra y lo siguiente que vemos es que los árboles han quedado reducidos a un tronco mutilado. Hay quien prefiere no entrar en averiguaciones, y quiere creer que deben existir razones de peso para haber cometido semejante aberración, porque sería una locura pensar que existen unos seres insensibles capaces de cometer semejante atrocidad. Los defensores de los jardineros que usan la motosierra esgrimen variadas opiniones:

—que así rebrotarán con más fuerza en primavera.

—que estaban enfermos y así sanarán.

—que hay que eliminar cualquier rama susceptible de rasgarse y caer durante un vendaval, podría matarnos.

     Buscando en ese lugar llamado internet, que alberga un poco de todo,  podemos encontrar el mismo tipo de opiniones, incluso entre algunos que dicen entender el mundo vegetal; es curioso que algunos de ellos sean partidarios de esas podas salvajes, pero a la vez vendan las motosierras en esa misma página: una opinión, me temo, un tanto sospechosa. Casi prefiero omitir esta página u otras por el estilo, pero voy a daros una bastante interesante de alguien que ama los árboles.

http://www.elmundo.es/elmundo/2011/02/01/ciencia/1296577965.html

     Voy a responder a las opiniones de quienes ilusamente quieren creer que los jardineros saben hacer su trabajo. 
     Con la opinión formada a lo largo de todos estos años observando la naturaleza, contrastada con la de otros amantes de la misma, algunos de ellos también jardineros, de los que aman y entienden su trabajo; porque muchos de ellos tan solo son trabajadores no cualificados del ayuntamiento de turno.

     Los árboles que viven en la Naturaleza y no son podados, crecen fuertes y vigorosos; no están exentos de enfermedades, como nosotros, y para sanarlos habrá que darles la medicina pertinente, no amputarles los miembros.

     Me pregunto si los árboles que sufren las podas salvajes y quedan reducidos a un muñón, crecen más sanos y fuertes que los que se libran de la acción humana.

—pues resulta, que después de sufrir esa poda salvaje, existe una mortalidad elevada inexistente hasta ese momento, y que no se da en los de la zona en que no han sufrido dicha intervención salvadora.

—cuando llega el verano, a los únicos que se ve frondosos, y vigorosos, es a los que se han librado del atentado, los que lo han sufrido tienen cuatro ramitas con otras tantas hojas. A lo mejor no sabemos que los árboles necesitan de sus hojas para respirar y que en ellas realizan la función clorofílica.

—si lo que queremos es evitar que los árboles atenten contra nosotros cuando hay un vendaval y las ramas desgajadas nos agreden, deberíamos pensar en eliminar tejas, cornisas, balcones, placas de fachadas; y clausurar ventanas y balcones no sea que se arroje algún suicida y nos defuncione. ¿De verdad vivimos tan histéricos? Entonces será mejor que no salgamos de casa.



Benicarló. Día 30 de agosto. Los árboles deberían lucir su copa frondosa.



Esto se repite en todos los lugares donde se efectúan las podas salvajes.



 Muchos de los ejemplares no sobreviven. No es extraño escuchar que se iban a morir e intentaban salvarlos.


     ¿Qué nos lleva a cometer semejante atrocidad sobre la vegetación?

     En la urbe siempre hubo podas encaminadas a eliminar ramas que quedaban demasiado bajas sobre las zonas peatonales, y éstas eran seccionadas cuando aún eran pequeñas y sólo era necesaria una herramienta tan sencilla como unas tijeras de podar. Ahora, parece que nos olvidamos de las ramas que estorban y cuando tenemos un buen árbol, de repente nos molesta su altura, su anchura… nos molesta… ¿qué es lo que nos molesta? 



Mes de Mayo. Laredo. Ya debería lucir una copa frondosa, pero no tiene ramas.


     Me gustaría que alguno de esos jardineros que sólo sabe manejar una motosierra cual vulgar héroe de película de terror de serie B, nos explicara cómo habiendo dejado crecer al árbol, en un momento dado decide que va acortarlo por la mitad. Adiós a un montón de años de crecimiento. ¿Cuestión ornamental? ¿Le gusta ver un tronco pelado? Que se compre un palillo. A mí se me ocurre otro uso muy práctico para la motosierra: cortar el pelo al jardinero con ella. ¡Aaaah, qué bestia! ¿Y lo que él le hace al árbol no lo es?

     Puede que hayamos olvidado que los árboles son seres vivos, como nosotros, y es una pena que cada vez queden menos profesionales reflexivos y amantes de su trabajo, a juzgar por lo que veo a lo largo y ancho de la geografía española.



 Mes de Septiembre. Sanabria. En la finca había varios árboles en condiciones parecidas.


    

lunes, 24 de octubre de 2016

LA TORRE. Alejandro y Elena. Cap. 27.



27
Últimas noticias

LA GACETA DE SALAMANCA                         Domingo 27 de Abril de 2008

El MISTERIO DE TURÉGANO
     La villa segoviana de Turégano, antes conocida por su famoso castillo iglesia, es noticia de actualidad, debido a los extraños sucesos que allí han tenido lugar.
     Todo empezó en el mes de diciembre, al desplomarse una casa, era muy vieja y estaba abandonada, así que nadie le dio la menor importancia. A los pocos días cayó la casa colindante y esta vez hubo que lamentar dos heridos.
     Los sucesos habrían quedado olvidados, si no fuera porque a finales de enero se desplomó la tercera casa. Al día siguiente fue el ayuntamiento y a partir de ese momento, no hubo día en que no se viniera abajo algún edificio. Fueron dieciséis los heridos y dos los muertos que hubo que lamentar. Los vecinos de la villa, atemorizados, empezaron a abandonar sus casas.
     Ante la avalancha de desgracias, que ya no podían ser consideradas casuales, el gobierno tomó cartas en el asunto. Lo primero que hizo fue mandar construir una barriada de casas prefabricadas a un par de kilómetros de la villa. Lo segundo fue mandar a los técnicos a la zona para tratar de averiguar la causa del desastre. Arquitectos, geólogos e ingenieros fueron incapaces de dar una explicación coherente.
     El castillo se alza al norte de la población, en una elevación de la meseta. A finales de febrero, el terreno empezó a hundirse a su alrededor y quedó aislado. A ese hundimiento siguieron otros, en los que desaparecieron casas enteras y el pueblo se convirtió en un montón de ruinas.
     Los geólogos hablaron entonces del fenómeno cárstico. Al parecer, las aguas subterráneas habrían disuelto el terreno, dando lugar a la formación de galerías y cuevas. Debido a su gran tamaño y lo cerca de la superficie que debían hallarse, llegó un momento en que el peso que debían soportar hizo que su techo se colapsara, dando lugar a la que en geología se conoce con el nombre de dolinas. Los estudios y mediciones efectuadas hasta ahora, todavía no han arrojado resultados sobre la veracidad de dicha hipótesis.
     A partir de ese momento, la gente empezó a abandonar la nueva barriada, pues temían que el suceso siguiera extendiéndose. Hablaban de la maldición del castillo. Videntes, ocultistas, ufólogos y charlatanes de toda índole visitaban las inmediaciones de Turégano y daban todo tipo de explicaciones disparatadas. Entre todas ellas, hubo una que empezó a cobrar fuerza, la de un vecino del pueblo, uno de los pocos que continúan alojados en las casas prefabricadas, Eufrasio Porras. Él mismo nos lo contó:
     —Es “la maldición del dragón”. Mi abuela Atanasia la vivió en primera persona. Un buen día llegó del sur uno que se decía pintor y se dedicó a hacer dibujos por el pueblo. En uno de ellos, colocó un dragón sobre el castillo. En realidad, se dedicaba a las artes oscuras. Unos días después apareció una hechicera, llegada de las tierras del oeste. Dicen que era muy hermosa. Una noche unieron sus poderes a las puertas del castillo y delante de su misma iglesia, realizaron un conjuro que hizo surgir de las entrañas de la tierra al mismísimo Satanás en forma de un dragón negro como la noche. Mi abuela sufrió el ataque de la bestia, que aterrizó en su tejado y lo destrozó. Aterrorizada, se encomendó a San Miguel Arcángel, que acudió en su ayuda y tras titánica lucha con el dragón logró vencerlo.
     No hubo más hundimientos, todo parecía calmado, y entonces empezó a manar agua; fue a finales de Marzo y siguió brotando agua durante casi un mes. Las ruinas del pueblo quedaron anegadas, aunque aún asomaban restos de muros que se resistían a caer. El castillo quedó en una isla, en medio de una inmensa laguna. Algunos hablaban de la inminente aparición del dragón negro, mientras otros creaban nuevas leyendas; incluso oímos nombrar al monstruo del lago Ness.
     La noche del veinte de abril, tuvo lugar el último suceso conocido de ese lugar caído en desgracia. Según los pocos vecinos que quedaban en las casas prefabricadas, hubo tormenta y fuertes temblores de tierra. Los sismógrafos no detectaron ninguna anomalía aquella noche y sin embargo, a la mañana siguiente, el famoso castillo-iglesia de Turégano se había colapsado; sólo quedo en pie una torre solitaria emplazada en una pequeña isla en el centro de un lago.
     Triste final el de ese pueblo. Los últimos vecinos se han apresurado a abandonar la zona.                                                                                                            



     Dejó el periódico sobre la mesa que había junto a la butaca y echó la cabeza hacia atrás. La volvió lentamente hacia la izquierda y detuvo la mirada en el cuadro más grande de cuantos había en aquella pared: el dragón alzando el vuelo desde una de las torres del castillo de Turégano. Su pobre abuelo convertido en maligno hechicero.
     Turégano, el pueblo donde se conocieron sus abuelos. Nunca había ido allí, pero lo conocía por la colección de cuadros de su abuelo que había en el Museo de Salamanca. El viaje al castillo, ocho óleos en los que aparecía su abuela camino de la fortaleza. Tenía imaginación, la tenían los dos, porque la historia la fraguó su abuela.
     Su abuelo alcanzó fama de excéntrico cuando se supo que por ahí circulaban un montón de pinturas suyas con dragones. Y su abuela había escrito una novela. Era buena, aunque se empeñara en decir que era un diario. Lo mejor de todo era que parecía un auténtico libro medieval. Aquellas tapas de terciopelo y bronce, el papel de pergamino y la cuidada caligrafía marrón daban el pego. Pero de ahí a involucrarlos en las artes de la nigromancia…
     Se levantó de la butaca y fue a por la carpeta de dibujos de castillos de su abuelo. Volvió con ellos, colocó la vieja carpeta sobre la mesa y la abrió. Fue pasando con calma los dibujos, algunos eran bocetos rápidos, pero otros estaban muy trabajados. El Alcázar de Segovia, el de Turégano y otros que no conocía, seguro que inventados. Volvió para atrás y empezó a ver de nuevo los inventados. Nunca se había dado cuenta, pero eran deformaciones de los otros dos y en algunos de ellos aparecían criaturas extrañas, suponía que dragones. Pasó al siguiente y le dio una punzada en el estómago.
     Se echó hacia atrás en la butaca y respiró con calma antes de atreverse a continuar mirando los dibujos. Se levantó y dio una vuelta por la habitación. Volvió al sitio y siguió pasando hojas. Fue sacando algunos dibujos, los extendió sobre la mesa y luego los ordenó.
     Era como si su abuelo supiera lo que iba a pasar. Allí estaba el castillo entero, el castillo deformado o como ahora creía, en diferentes estadios de ruina. Luego venía la solitaria torre gótica, de ésta había dos versiones. En la primera, se encontraba en medio de la pradera y había un bosque oscuro al fondo. En la segunda, estaba en medio de un lago y un camino se adentraba en el agua hasta la torre, y había una persona en la orilla. ¿Su abuela? Posiblemente. Y el último dibujo…
     En ese último dibujo que aún no comprendía estaba la clave. Salió corriendo y fue a buscar la novela de su abuela. Era una joya y sus padres la guardaban a buen recaudo. Al poco volvió con ella y se sentó en la butaca. Necesitaba refrescar su memoria, hacía mucho tiempo que la había leído. 
     Fueron horas, en las que no fue capaz de moverse del sitio. El libro reposaba abierto en su regazo. Su mirada, posada en el cuadro del dragón alzando el vuelo, se perdía en el infinito. Cerró los ojos, inspiró y volvió a abrirlos. Cerró el libro con parsimonia y levantándose, lo depositó suavemente sobre el asiento.
     Fue hasta su dormitorio a consultar el calendario. El castillo se hundió el veinte y ese día hubo luna llena. El último dibujo de su abuelo representaba el Templo en la isla. Y su abuela tenía razón. La torre caería, dejando la entrada del Templo al descubierto. Y él sabía la fecha: el 20 de Mayo, día de luna llena.


lunes, 17 de octubre de 2016

LA TORRE. Alejandro y Elena. Cap. 26.



26
El misterio del castillo

     La luna despuntaba en el horizonte cuando empezaron a subir hacia el castillo. Llegaron hasta la puerta, que seguiría cerrada hasta la festividad de San Miguel. De todos modos, ya no tenía ningún interés para ellos. Siguieron caminando y fueron a sentarse junto a los restos de la muralla exterior, frente a la torre de la biblioteca. Allí tuvo lugar su mágico encuentro, la víspera del día en que su unión fue bendecida por la Diosa. De eso hacía quince lunas llenas. Y allí estaba la entrada del Templo, al que acudían todas las lunas. A veces lo hacían a través de sus sueños y en muchas de esas ocasiones, entraba a la biblioteca para leer.
     El primer libro que leyó fue “El misterio del Castillo”. Le tenía intrigada desde que soñó con él. La historia no le era desconocida, pues María se la había resumido en imágenes en su primera visita al Templo. Y un día Alejandro la sorprendió regalándole una copia casi exacta. La cubierta de terciopelo granate oscurísimo con los cantos rematados en bronce y el título caligrafiado en el mismo metal. En el interior, las hojas de pergamino estaban vacías; como dijo Alejandro, esperando que ella transcribiera su diario. Las aventuras de Alejandro y Elena, ocultas bajo el título “El misterio del Castillo”; y el misterio del castillo era que ocultaba el Templo de la Diosa; y gracias a Ella se habían conocido.
     La luna asomó sobre la torre, un enorme círculo de luz anaranjada que derramó su reflejo sobre las viejas piedras. En la base de la torre, entre los resquicios de las piedras, asomó el incipiente fulgor turquesa. Volvió su cara hacia Alejandro y se besaron.
     Hacía quince lunas se adentraron en la penumbra azulada del Templo. Allí conocieron a la Diosa y aquel día, se prometieron amor eterno. Ella bendijo su unión. Desde entonces, llevaba el colgante que representaba a la Naturaleza. Lo cogió entre sus dedos y lo levantó hasta colocarlo ante el anaranjado círculo lunar y en ese momento refulgió. 
     Nunca les hubieran dejado vivir juntos sin unirse en matrimonio por el rito católico. Acudieron al Templo a pedirle consejo a la Diosa. Ella no concedió la menor importancia a la celebración de un segundo rito, a sus ojos ya estaban unidos. Yo estaré con vosotros, les dijo. Y así fue. Alejandro volvió a besarla.
     Dos lunas más tarde, entró en la iglesia de San Clemente del brazo de su padre, donde la aguardaba Alejandro. Hubieran debido celebrar los esponsales en su pueblo, pero allí estaba el párroco que quería confesarla porque les había visto besándose. Acudió vestida con la túnica azul celeste pálido que María le dejó gustosa. Alejandro no pudo hacerse con un traje de ese color, pero se pintó los botones de la chaqueta. Por segunda vez, se prometieron amor eterno y la Diosa volvió a estar presente.
     Les gustaba subir allí y quedarse viendo los fulgores turquesas que surgían al anochecer. Algún día, el Templo volvería a ser visible a los ojos de todos.



     Para ellos era un día muy especial. Hacía quince lunas que recibieron la bendición de la Diosa, aunque eso no lo supiera casi nadie. Y para el resto, hacía trece lunas o un año que se habían casado en Segovia. Y lo celebraban en Turégano, porque allí se conocieron y porque allí estaba el Templo de la Diosa de la Naturaleza; e invitaron a su familia y a los amigos más allegados.
     Se acercaba la hora. Las mujeres se arremolinaron en la cocina y empezaron a traer platos, cubiertos, jarras y a ultimar los preparativos de la comida. No se enteró de mucho, porque no la dejaron hacer nada y se quedó de espectadora. Casi todos los hombres se fueron a la calle a liarse unos cigarrillos, no fueran a pedirles ayuda.
     Alejandro charlaba con su tío y no salieron. Sus miradas se cruzaron y él sonrió. No les hacía falta más que una mirada para entenderse. Él decía que ella era su talismán, que le había traído suerte, y al juzgar por cómo le iban las cosas, así era.
     Habitualmente exponía sus cuadros en el escaparate de la droguería y los acababa vendiendo. El éxito le sonreía y tuvo que empezar a rechazar encargos porque no daba abasto. Su fama había traspasado las fronteras segovianas gracias a las buenas artes de su tío, una especie de mecenas para él: vendió un par de cuadros en Madrid y le habían encargado un retrato. Además, había acabado la última pintura de la serie de su viaje al castillo, una de las muchas cosas a celebrar ese día. Ya estaban todos colgados en casa y eran una maravilla. Había tardado en concluirlos, pero es que por medio le había tocado pintar algún castillo más, como el que se escondía bajo la tela, pero no iba a adelantar acontecimientos.
     —Todo el mundo a comer —dijo Vicenta canturreando.
     Doña Adela salió a la calle para avisar a los hombres y regresó.
     —Mírala, cómo los encandila —dijo Vicenta, divertida al ver cómo la seguían.
     —Será el olor de la comida —contestó doña Adela, toda colorada.
     —Yo vengo por ella —dijo su marido y todos rompieron a reír, mientras ella se encendía más aún.
     Sólo había cambiado el escenario. Al igual que hace trece lunas, estaban todos juntos otra vez. Sentados en las mesitas arrejuntadas del mesón, en un día cerrado a los parroquianos habituales. En una de las paredes, oculto bajo una tela, colgaba el último cuadro de Alejandro. Y antes de que comenzara el banquete, León le hizo acercarse hasta allí.
     —Hace ya bastante tiempo que conozco a Alejandro y somos buenos amigos. Cuando nos conocimos, le hice un encargo del que quedé muy satisfecho. Miradlo, ahí está —señaló la acuarela—. Hoy vamos a descubrir el nuevo encargo, en el que algo tuvo que ver la Atanasia, una vecina muy fantasiosa de esta villa, que fue la que me inspiró lo que he pedido a Alejandro que me pinte.
     —Venga, León, no te hagas de rogar —dijo María.
     Alejandro tiró de la tela, dejando la pintura al descubierto. Surgieron exclamaciones de admiración. León se alejó para verlo bien y se quedó muy quieto, y lo que era inhabitual en él, callado.
     Era el castillo al atardecer. En primer término y un poco escoradas, se veían las torres con el balcón. Tras ellas se elevaba una espadaña altísima que poco tenía que ver con la realidad. Y sobre ella, la magnífica figura del dragón blanco, volviendo la cabeza hacia la puesta de sol; o hacia el Templo, según se mirase. Lo que León no sospechaba, era que el culpable de las habladurías de dragones había sido Alejandro y que ese era el dragón de sus sueños.
     El castillo fantástico gustó mucho, especialmente a León, que una vez recuperada el habla, corrió a abrazar a Alejandro. Y hablando de dragones dio comienzo la comida.   La bebida era de la bodega de León, pero tenía sorpresa. María lo había especiado. Su madre y Vicenta se encargaron de llenar las jarras. Cuando empezaron a probarlo, hubo un murmullo de aprobación y los que no lo habían hecho aún, no tardaron en hacerlo y asentir.
     Se acabó el primer plato y todos andaban muy animados, dispuestos a brindar y lo que hiciera falta. Menos mal que ellas estaban al quite. Hubo revuelo de mujeres hacia la cocina. Llegó el cordero y en cuanto las bocas estuvieron ocupadas, volvió la tranquilidad a la mesa. Se alegraba de haber hecho la segunda celebración. Mira qué contentos estaban todos, mientras el dragón les miraba de reojo.
     Le resultaba curioso cómo se habían sentado, como si hubiera sido algo premeditado y no fruto de la casualidad. A su izquierda tenía a sus padres, charlando sin descanso con los de Alejandro, que estaban sentados enfrente. Sus padres, habían acogido a Alejandro como a un hijo. Él se sentía muy a gusto cuando iban a su pueblo, cosa que hacían con asiduidad. Paseaban por su bosque en invierno y verano, con nieve, lluvia o calor. Y los padres de Alejandro, estaban encantados de que fueran a Madrid. A ella le gustaba con locura. Sus visitas al Prado, a la Biblioteca Nacional y a las librerías de las que nunca salía de vacío.
     A su lado, cómo no, estaba Alejandro; charlando de arquitectura con su tío, que estaba sentado frente a ellos con su mujer, Berta. A continuación de Alejandro estaban Vicenta y Enrique. Vicenta se había convertido en su mejor amiga. Y frente a ellos, León, María, y su niña. León se había serenado un poco desde que le conociera. Quizás el ser padre, o el haber descubierto el secreto de María. Era imposible que no hubiera acabado atando hilos, pero al parecer, María tuvo que darle el último empujón. Y la niña era encantadora.
     Más allá de Enrique, estaban Adela y Felipe. Y enfrente su hija Irene, charlando animadamente con Anselmo. Anselmo, al final se había atrevido a ir a verle y le dio las gracias por el libro que le regaló y por supuesto leyó. En el fondo era buena persona.
     Irene quería estudiar en la escuela de Bellas Artes cuando acabara el bachillerato. Un día fue a preguntarle a Alejandro si estaría dispuesto a darle clases para preparar su examen de ingreso. Ahora que vivían en una casa de alquiler y Alejandro disponía de más sitio para su estudio, podía permitirse tener una aprendiza.
     Anselmo e Irene. Hacían buena pareja. Todo comenzó en su boda. Ahora, al parecer, él iba a conseguir una plaza de maestro en un colegio de Segovia y entonces se casarían. Se habían hecho muy buenos amigos, y muchas tardes del sábado o el domingo salían a pasear con ellos.
     La luz menguó y muchas fueron las cabezas que se volvieron hacia la ventana. Las nubes habían ocultado el sol. Estaban todos muy animados y siguieron comiendo, hablando y bebiendo sin concederle la menor importancia. El vino corría a raudales, y es que estaba tan rico, que entraba de maravilla. A ella se le estaba subiendo, porque   veía más luz y era turquesa. Miró hacia la ventana, pero las nubes seguían allí. La mente le jugaba malas pasadas. No bebería más. Hasta le parecía oír flotar música en la sala. Entonces vio a Fernando, señalando hacia el exterior. Así que no era ella sola. Estupefacta, miró a María que acababa de dejar a su criatura en el canasto y se sonrió.
     La melodía animó a los comensales, que se levantaron de la mesa para bailar, al son de la flauta y el tambor, hundiendo los pies en la hierba profunda. Encadenaron un baile tras otro, una canción tras otra, bailaron en parejas y bailaron en corros. Cantaron canciones de amor y cantaron tonadas alegres, bajo un cielo verde turquesa. Mientras, en la isla, la Diosa se había asomado a la puerta del Templo y sonreía al verles tan felices. La saludaron y continuaron bailando hasta el atardecer, hasta que sus pies fatigados les obligaron a descansar y entonces se sentaron.
     Sorprendida, miró las caras de los presentes. Habían estado todos allí, irradiaban felicidad, aunque seguramente ellos creían que había sido una alucinación, un sueño, un desvarío feliz; consecuencias del vino y que no se atreverían a comentar con nadie.
     María entornó los ojos y sonrió.
     Y en ese momento, pensó que ese debería ser el final de su historia; “El misterio del Castillo” comenzaba con los sueños de ambos y terminaría con un sueño colectivo.