viernes, 30 de enero de 2015

LA PERFORMANCE. Segunda parte. Capítulo 6.



-6-

La copla



   Metí la llave en la cerradura y abrí. La casa estaba en silencio, Cristina no había llegado aún. Fui directa al dormitorio a cambiarme y me eché en la cama cuan larga era, necesitaba descansar.

   Había empezado la mañana con mucha energía y al llegar la tarde no me quedaba ninguna, se había esfumado como por arte de magia. Por primera vez desde que empezara la Performance, me encontraba cansada y si lo pensaba bien, no era de extrañar. Acudía a las grabaciones a primera hora de la mañana, por la tarde al montaje, al volver a casa veía mi programa de nuevo y después de cenar me ponía con el trabajo de la facultad. Cristina decía que no sabía cómo aguantaba ese ritmo y que a este paso iba a perder el curso. Yo le aseguraba que podría con todo y que lo de faltar a clases sería algo pasajero. Sí, estaba claro que era una labor inmensa, pero era joven y el ánimo me había acompañado, hasta esa misma mañana. No tenía sentido, por un aspirante.

   Algún día me tendría que tomar la mañana libre, pero si tenía que montar por la tarde, ¿cuándo visionaba el material grabado? Mira que me lo decía Piero, que aunque yo fuera la artífice de la idea, éramos un equipo. Yo sólo tenía que supervisar. Podía pedir a primera hora de la tarde un informe, pero yo necesitaba verlo, me ayudaba a preparar el montaje. Así ocurrió la primera semana y mira qué bien me había venido. De momento seguiría igual, ya vería más adelante.

   El caso es que esa mañana no había sido exactamente igual: en vez de ir a Cadena 13, fui al Espacio de Arte Experimental a ver mi Performance en directo y desde el único sitio que podía hacerlo sin interferir, el pasillo superior, zona en la que operaban un par de cámaras. Al llegar, recorrí el pasillo en el que fui encerrada una vez y entré en el espacio en el que se desarrolló la performance que abriría las puertas de mi futuro. El decorado era muy diferente al de aquella vez. Plantas acuáticas mecidas por silenciosos chorros de aire rodeaban la sala ocultando las paredes, en el centro había un nido de juncos, y sobre el suelo se proyectaban imágenes de agua rizada.

   La sesión dio comienzo con uno de los bailarines profesionales, que con vestimenta ceñida de color similar al de la vegetación, cruzó el espacio en lentos y elegantes giros al son de una música oriental europeizada y desapareció por una puerta oculta entre las plantas. A continuación surgieron otros dos desde extremos opuestos, se fueron acercando al centro en lentas evoluciones y giraron el uno en torno al otro, como soles gemelos. Me hubiera gustado bajar allí y danzar con ellos.

   Llegaron los concursantes, pero no estaban a la altura de las circunstancias. En mi libreta sólo había números, ninguna referencia personal de ninguno de ellos. Las pruebas de selección estaban resultando aburridas y lo malo es que no se me ocurría cómo enmendarlas. Ahí empecé a desanimarme. Anoté al número quince, que entró en la sala y se detuvo al ver a los bailarines, que danzaban alrededor de los regalos dispuestos sobre el nido de juncos. Otro que no sabía qué hacer y que no pasaría a la siguiente fase, pero me equivocaba; se dirigió hacia los bailarines, se colocó a su lado y empezó a imitarles bastante bien para no conocer la danza.

   Un pequeño golpe de suerte, por fin aparecía un concursante con alma de artista. En un momento dado, dejó de imitarles y pasó a ejecutar su propia danza, que recordaba vagamente a la jota. Los bailarines se acomodaron a su ritmo y le siguieron en su avance hacia el nido. Una vez allí empezó a oscilar, cada vez más cerca del suelo, hasta que se hincó de rodillas. Postrado y con la cabeza gacha, llevó la mano a su bolsillo derecho, sacó un paquetito y lo depositó en el nido.

   Me explayé en la libreta con el número quince. Cuando se levantó, los bailarines le acompañaron hacia la salida, como si fueran su séquito, debían estar emocionados de que alguien al fin respondiera. Este aspirante compensaba los fracasos anteriores, pero fue un caso aislado. El patoso que vino después fue directo a depositar su regalo y tropezó con el bailarín; el siguiente huyó sin dejar su presente, a saber qué se le pasó por la cabeza.

   No estaba siendo una buena mañana, sólo había uno digno y a ese ritmo, no iba a haber candidatos para las siguientes fases. A-65: pasado de rosca tocado con sombrero negro, apunté. El sombrero parecía andaluz. Si por lo menos pudiéramos sacarle algún provecho para el montaje… Quedaban pocos candidatos para completar los cien citados en el día.

   Estuvo detenido a la entrada de la sala más de un minuto, siguiendo las evoluciones de los bailarines. Después, se arrancó con paso lento y seguro, se dirigió hacia los juncos e hizo un quiebro al que se le acercó. Llegó al nido, se quitó el sombrero y comenzó a cantar. No había duda, era paisano mío y estaba entonando una copla, “…mujer que caminas sola, yo marcharé a tu vera si así lo deseas”. Los bailarines permanecieron unos pasos por detrás moviendo los brazos de forma lánguida.

   “Ay, que sola te veo”, me sentí identificada. Su regalo no había dejado más que una huella sonora, pero era un regalo muy personal.

   En ese momento me sentí cansada, tanto, que me hubiera ido a casa, y tuve que hacer acopio de fuerzas para aguantar hasta el final. Y cuando iba a marcharme, me abordó una de las azafatas, quería comentarme algo sobre uno de los concursantes. Mi paisano, cómo no, estuvo hablando con ella y se interesó por la “performancera”: qué le había sucedido para que tuviera que recurrir a tan triste manera de tener un hijo y que si no quería tener un varón a su lado. La azafata le dijo que no podía darle ninguna información y le preguntó por qué había venido: había rezado a la Virgen para que ayudara a esa mujer y estaba dispuesto a casarse con ella.

   Iluminado o loco, daba igual, me había llegado al alma y sentí el cansancio acumulado de tantos días de intenso trabajo, como si el peso de la performance me aplastara; pero yo era fuerte, no podía tener ese bajón. No estaba deprimida. Superaría el bache pensando precisamente en la Performance, y eliminaría cualquier atisbo de negatividad.

   Bajo mis párpados sentí formarse la corriente que agitaba las plantas acuáticas y rizaba el agua en torno al nido. Los bailarines danzaban chapoteando en las aguas poco profundas de la laguna y yo me limitaba a dejarme seducir. Rechazaba con un gesto de la mano a los que no me gustaban y éstos se alejaban descorazonados, ellos eran los deprimidos; alentaba a otros con palabras o gestos y entonces, eufóricos, bailaban con más brío…

   Embriagadora música de flautas y crótalos…, tibias gotas de agua salpicando mi rostro a cada paso que daba…, dulces momentos de éxtasis… agarrando una mano y soltando otra…, vuelta sobre mí misma, roces furtivos, roces deseados…, los quería a todos ellos…, ¿por qué tenía que elegir a uno…?

   Un sonido anómalo…, empezó a tomar fuerza…, rechinó insistente ahogando la música…, se agotaba el tiempo de la danza y debía decidirme…, no hacía falta destrozar la melodía.

   Noooo…, me alejaba de los jóvenes con los que danzaba…, el infernal aparato…, su sonido insistente y ensordecedor…, estaba tumbada en mi cama y el móvil estaba sonando, debí haberme quedado dormida.

   Mi mano fue hacia la fuente del desagradable sonido, localizó el bolso y sacó el teléfono. Mi sueño interrumpido por una maldita llamada. Jóvenes a los que anhelaba, adiós, me aguardaba una larga temporada de abstinencia. Descolgué.

   –Hola Violeta. Creí que no me lo cogías.

   –Hola, mamá. No me llevo el móvil al baño –mentí.

   –¿Le has visto? ¡No me lo podía creer! Los demás con regalos normales, a saber qué hay en los sobres y cajas que han dejado –emocionada, se embalaba–. Qué intensidad, se me saltaban las lágrimas. El de la copla tiene que llegar a la final, se lo merece.

   –Claro, mamá, es bueno –no me apetecía hablar. Todavía tenía prendida la sensación de humedad tibia de la laguna.

   –Pues, hija, ya tenemos dos, el rubio y el de la copla, ¿A ti cual te gusta más?

   Sé que le contesté, que lo hice como si  hubiera visto el programa… y la conversación se me desdibujó cuando comprendí que ella lo había visto. Me incorporé rápidamente, encendí la luz de la mesilla y miré el despertador. ¡Las nueve y diez! ¡Se me había pasado el programa! ¿Cómo no me había llamado Cristina? Ah, lo había olvidado, no estaba. Se había marchado a hacer unos recados y luego al Drakkar, tenía que recoger el disco que le había grabado el Capitán.

   Sí, sí; mis afirmaciones eran lo único que recordaba del resto de la conversación con mi madre. Empecé a dar vueltas por la habitación. Tenía que ver la grabación. El Pelos se encargaba de hacer una copia y guardármela, pero eso suponía esperar hasta el día siguiente, porque no tenía su teléfono ni sabía dónde vivía. No me gustaba nada empezar el día sin tener las impresiones de cómo había quedado el programa anterior.  Tendría que acercarme a la Cadena y… me estaba entrando un hambre terrible.

   Cenaría primero y después llamaría a Cadena 13 para pedir que me tuvieran preparada una copia, cogería un taxi e iría a por ella. Fui a la cocina. No sabía cuándo llegaría Cristina, y no me apetecía preparar la cena para mí sola. Pediría que me trajeran una pizza, qué buena estuvo la que tomamos en el Diablito. Eso era, nada de sucedáneos, cenaría allí y de paso me despejaba un poco de la improvisada siesta, fuente de placer y de problemas.

   Salí de casa con el pensamiento puesto en el camarero de la pizzería, era muy mono, podría echar una parrafada con él. No era religiosa, pero me acordé de lo que decía la Biblia: no es bueno que el hombre esté solo, y llegó Dios y le dio una compañera. Pues igualmente no era bueno que una mujer estuviera sola. Necesitaba un compañero, y el que eligiera en la Performance, quedaba muy lejano. De momento me conformaba con el camarero. Si fuera como Cristina, que no los había catado, puede que aguantara. Ojalá tuviera suerte con su Capitán.

   Diablito, me gustaba el ambiente anaranjado infernal, y el toque ingenuo de su logotipo: una persona con aspecto de extraterrestre, un dibujo que me recordaba a las representaciones prehistóricas de las paredes rocosas del sur de Argelia. Entré. El local estaba casi vacío, sólo había una pareja en la mesa situada junto a la cristalera. No me gustaban esos sitios, parecía que te estuvieras exhibiendo. Saludé a la camarera, estaba entretenida colocando copas detrás de la barra y me fui a sentar al fondo, en el rincón más discreto.

   Tardó en venir. Tenía aspecto de adolescente con su chaqueta de manga larga y hombros descubiertos y sus trencitas; aunque ya no cumpliera los treinta. Dejó la carta y se volvió. Tomaría una pizza y, para rematar, un lujurioso tiramisú. Sonaba pecaminoso. Elegí la pizza y esperé a que él saliera de la cocina y se dirigiera a mí, así que cuando volvió ella para tomarme nota, mi decepción hizo que cambiara de idea: si no había chico, tampoco habría pizza y pedí una ensalada capresse.

    Todavía tenía la esperanza de que apareciera de un momento a otro y me sirviera él mismo la ensalada, para poder decirle cualquier banalidad que sirviera para iniciar una conversación. Entonces volvería a ser diabólica, me tomaría el lujurioso tiramisú y  aprovechando que tenían poco trabajo, le invitaría a un café y a lo que se terciara. Pero fue ella la que me trajo la fuente de ensalada, la delicada camarera de los hombros descubiertos, que con su tierna voz me dijo: buen provecho. Estaba visto que el infierno, ese día, no era para mí. El ambiente estaba tan frío como mi ensalada. La aderecé y di un bocado. Estaba buena, pero hubiera sabido mejor si me la hubiera servido él; le faltaba el componente emocional.

   Había tenido mala suerte: puede que fuera su día libre, se hubiera tomado unas vacaciones, hubiera cambiado de trabajo o le hubieran despedido. Hubiera, hubiera, hubiera, remota posibilidad, no había acertado el euromillones. Las texturas de la ensalada y sus colores, me entretuvieron durante un breve lapso de tiempo, pero fue ver a los de la mesa junto al ventanal darse un beso y volví a pensar en él. Sabía que me acabaría pasando, pero no esperaba que me diera tan pronto, que me diera tan fuerte. No era capaz de vivir sin un hombre a mi lado. Hundí el tenedor entre las hojas de lechugas varias. Si al menos Cristina hubiera estado conmigo…

   Me dejé llevar a aquel tiempo en que empezaron a gustarme los chicos. El primer amor, fue cosa de críos, ya no recordaba ni su nombre, sólo que le llamaba Virtuoso y a él le gustaba. Un amor inocente y puro, era monaguillo. Nos agarrábamos de la mano y nos besábamos en la mejilla. Decía que en los labios era pecado antes de que el cura nos bendijera, lo había visto en las películas.

   Sabía que era hermosa y que tenía un cuerpo bonito, y empecé a ser consciente de la admiración que provocaba entre los jóvenes y no tan jóvenes. Aprendí a coquetear, engatusar y atraer a los chicos. Aún así, mi segundo amor no llegó hasta un año después, recién cumplidos los dieciséis. Aquel compañero que iba a un curso superior, Pedro, despertó algo en mi interior. Empecé a frecuentar los lugares a los que él acudía, me hice la encontradiza y acabamos saliendo. Yo buscaba algo más que una inocente aventura y no hubo nada de nada. ¿Qué hacía para ir a fijarme en los más mojigatos?

   Justo entonces apareció Juan, un conocido de Pedro que debió intuir que algo no marchaba entre nosotros y de la noche a la mañana me vi envuelta en dos relaciones: una espiritual con Pedro y otra física con Juan. Tuve una de mis visiones: colores púrpuras, púrpuras oscuros que se rasgaban; no auguraban nada bueno, me asusté. Estaba confusa y no sabía a quién dejar: de uno tenía el cariño, el otro me daba placer y entre los dos tenía todo lo que una mujer podía desear. Un mes duró aquello, hasta que Pedro se enteró, precisamente por Juan. Me llamó puta. Fue el primer disgusto serio desde la muerte de papá. Me dije a mí misma que nunca volvería a desoír las visiones y de momento, me olvidé de los chicos, aunque poco me duró el celibato.

   El siguiente… ¿por qué me torturaba? Bastante envidia me daba la pareja acaramelada del ventanal para encima ponerme a recordar. El camarero no estaba y no tenía a nadie. ¿Por qué no llamaba a Cachas? No, había roto con todos, con Cachas, con Felipe, ¿qué sería de él, en brazos de quién habría caído? A lo mejor él…, no y no. ¿Por qué no alquilaba un boy?

   ¡Oh, estaba desvariando! ¿Sería capaz de echar a perder mi futuro por un rato de placer? ¿Tan desesperada estaba?

   Sin darme cuenta, había acabado mi ensalada. La razón se impuso y antes de pedir un postre y seguir desvariando, pedí la cuenta. Me iría a casa a dormir como una niña buena. Ni Cadena 13 ni nada, así evitaba las tentaciones. 

Foto: Francisco Dorda.

viernes, 23 de enero de 2015

LA PEERFORMANCE. Segunda parte. Capítulo 5.




-5-
Primera prueba

   Era lunes y no un lunes cualquiera, sino el que confirmaba la continuidad de mi Performance, algo que nunca dudé desde que se iniciara un par de semanas atrás. Interlocutor me llamó para una reunión de trabajo y aunque hubiera preferido resolverla por teléfono, se mostró inflexible. No intenté convencerle, sabía que no había quien le sacara de su torre de marfil, en su caso, de madera. Y así, me puse el vestido violeta con el que acudí la primera vez a verle y salí de casa. Caminé hacia su torre, deprisa y sin ninguna prisa, con mi cabellera al viento cual anuncio de champú; recordando que también era el lunes que alegraría a quinientos de los aspirantes, que pasarían a la segunda fase.
   Me gustaría tener una visión, una maravillosa visión, que confirmara lo bien que me iba a ir y me mostrara el triunfo final: la entrada en el mundo del arte por la puerta grande y mi permanencia en él; pero las visiones no funcionaban a mi antojo, había tenido las que había tenido y no habría más si no eran necesarias, lo sabía. Podía soñar despierta, eso ya lo hacía, pero quería soñar mientras dormía, despertar para recordar, volver a dormir y seguir soñando.
   Llegada a mi destino, llamé al timbre y al sentir que descolgaba el telefonillo, me identifiqué con un “soy yo”, sin percatarme de que a él no le gustaba ese tono tan familiar. Pese a ello me abrió, a estas alturas conocía mi voz, como reconocería el vestido violeta. Con lo parco que era, acabaríamos enseguida y tendría tiempo de sobra para volver a casa y ver el programa de mi Performance.
   En mi euforia, encontré acogedor el recargado portal decorado en marfiles y azules y me sentía con fuerzas para subir a pie los cinco pisos; aún así preferí disfrutar del único ascensor con asiento que conocía. Abrí la fría reja exterior, la cálida puerta interior y entré en el acogedor y diminuto habitáculo de caoba. Me acomodé en el asiento de cuero verde inglés, pulsé el botón y cerré los ojos, quería disfrutar del ascenso, sentir hasta los más ligeros crujidos. Ascensión, subida a la gloria, quedaba menos para entrar en el Olimpo de los Artistas; que así fuera, mi Señora de la Estrella Coronada. El aparato se detuvo y me apenó tener que abandonar el asiento.
   Llamé al timbre. Escuché el clic y empujé. La puerta del despacho estaba abierta e Interlocutor aguardaba sentado tras su mesa; o era la pose para recibir a los clientes, o se pasaba la vida en ella. Entré en su torre de marfil y ocupé mi asiento. Como siempre, iba enfundado en un traje gris y su penetrante mirada de acero se clavó en mí. A su izquierda tenía una pila de periódicos y ante él, una de sus carpetas de cuero marrón y un bolígrafo gris mate.
   –Resulta más seguro que nos reunamos aquí, si quiere usted permanecer en el anonimato.
   –Tiene usted razón –bajé la mirada. No era sumisión, huía de su fría mirada.
   –La Performance ha tenido un comienzo prometedor, con muchos más participantes de los esperados.
   –Así es.
   Para mí era un sueño hecho realidad, la llave hacia el éxito; para él probablemente fuera un dato estadístico favorable. Abrió la carpeta que tenía ante sí y sacó una hoja escrita a mano con letra pulcra y elegante.
   –Los periódicos de la semana pasada –señaló el montón–, nacionales y locales; en todos se habla de su Performance. Supongo que habrá visto algo.
   Así que de eso era de lo que íbamos a tratar, de la crítica. Como decía Piero, era una buena publicidad.
   –Únicamente El País –había ojeado alguno más, pero preferí hacer como que no le daba importancia a la crítica.
   –Haciendo un resumen de lo visto hasta ahora –fijó los ojos en el folio, dándome un respiro–. Primero, publican breves reseñas. Segundo, explican lo que es una performance, algunos no muy acertadamente; eso es algo que tendremos que aclarar. Tercero, inician las críticas, un poco antes de lo esperado. Cuarto, coincidiendo con la actual fase de la Performance, nos esperan críticas extremas: favorables o demoledoras.
   Volví a sentir sus ojos clavados en mí.
   –Supongo que no vamos a prestarles atención.
   –Al contrario. Quiero mostrarle algo.
   Cogió el primer periódico del montón, lo abrió y me lo pasó. Había una línea de lápiz vertical a la izquierda de una columna, como si no quisiera estropearlo. “El trato a los aspirantes es vejatorio”, leí la reseña completa. Me pasó otro periódico. “Falta de información a los periodistas”, lo ojeé.
   –Este último me interesa más: pone en duda que haga usted una performance –leyó–: “se realiza en diferido, por lo cual pierde la espontaneidad”.
   –Supongo que no hay nada que se salga de lo esperado, ¿no es cierto?
   –Así es, pero hay que tener en cuenta que va a ser invisible hasta poco antes del final, algo que van a aprovechar para ensañarse con usted y provocarla para que salga a la luz.
   –¿Cree que debería hacerlo?
   –No. Es una buena estrategia y añade interés a la Performance. Debemos salir al paso de las críticas. Como su representante, daré los comunicados pertinentes.
   Sacó un par de folios de la carpeta y me los pasó. El primero era un listado de las noticias, ordenadas cronológicamente. Leí entre líneas. “Hasta ahora ha sido un programita inocente, pero ¿qué intenciones esconde en realidad?” ¿Quién es la artista misteriosa y por qué no se deja ver? ¿Es una performance o encubre un reality show? Pasé a la segunda hoja.
   –Es mi comunicado a la prensa, si usted lo aprueba.  
   Empecé a leer.
   El término Performance no viene recogido en el diccionario de la Real Academia de la Lengua. Definirlo es muy complicado, el límite entre esta manifestación artística y otras como el teatro, el happening o el body-art, es imprecisa. Esa transición tan sutil, lleva a los no versados en el Arte Contemporáneo a confundir la Performance con otra manifestación no artística de moda en algunos medios televisivos, el Reality Show. 
   La Performance es una manifestación artística llevada a cabo por un individuo o grupo, cuya acción involucra cuatro elementos básicos: tiempo, espacio, el cuerpo del artista y la relación entre el artista y el público. A diferencia de las Artes tradicionales, el foco de la obra artística no lo constituye un objeto, ya que es el artista el que pasa a ser una obra de arte en sí misma.
   “El artista del siglo XXI” es una Performance que ha adoptado el formato televisivo para poder llegar al mayor número de espectadores posible, convirtiéndose en el evento de estas características con más difusión. ¿Performance o Videoperformance? Arte, al fin y al cabo es Arte.
   Lo firmaba Jaime Campoamor. Una definición seria como él, sin atacar ni defenderse de la prensa. Estaba muy bien.
   –No se podía haber definido mejor –le dije.  
   –Estudié Historia del Arte.
   –No lo sabía.
   –No se lo había dicho.
   La confesión me desconcertó. Sabía que era un Interlocutor de Arte, que era casi lo mismo que no saber nada. Bien, suponía que la reunión había llegado a su fin con la inesperada confesión. ¿Por qué lo habría hecho? Miré el reloj. Eran las ocho y diez. Tenía que darme prisa en volver a casa para ver el programa.
   –Ha hecho un gran trabajo –dijo y esta vez miraba al escritorio–, al principio no entendí por qué hizo la primera grabación sobre los zapatos.
   –Gracias –volvía a sentirme desconcertada.
  –Martes, aspirantes en categorías acordes a su personalidad aparente y las trivialidades como nexo de unión entre los diferentes grupos; seguí sin comprender. Miércoles, relaciones sociales entre los candidatos. Jueves, afloraba de nuevo su personalidad a través de su escritura. Viernes, despedida, era el último día. ¿Espontaneidad, incoherencia en el montaje? Usted quería evitar el tedio de cinco días de lo mismo y que el público estuviera esperando ver qué iba a ocurrir el día siguiente.
   Se tomó un respiro antes de continuar.
   –Recuerdo la primera entrevista que tuvimos. Le pregunté si podría mantener la atención del público durante tanto tiempo y me respondió que los telediarios daban las noticias fragmentadas y los realities se pasaban semanas sin variar apenas el contenido, y que ambos continúan sus emisiones. Yo la creí, pero lo de esta semana, es la prueba palpable de ello. La felicito.
   No le iba a decir que había tanto de premeditación como de improvisación, viendo las grabaciones y decidiendo un par de horas antes del montaje cómo lo iba a hacer. En ese sentido, había sido muy española. Miré el reloj: las ocho y veinte.
   –Muchas gracias. Y, si no hay nada más, me gustaría irme, quiero ver el programa de la performance y ya voy a llegar muy justa.  
   –Lo siento –cerró los ojos–. ¿Me permite que la invite a verlo aquí?
   –¿Aquí?
   –Sí.
   Volví a mirar el reloj. Sería lo mejor, aunque no fuera lo que más me apeteciera. Lo sentía por Cristina. La llamaría.
   –Si me permite antes una llamada…
   –Claro, cómo no.
   Sonó un clic a mi derecha y una puerta perfectamente camuflada, sin tirador ni nada, se abrió. Estaría conectada a su escritorio.
   –Llame cuando acabe –salió por la puerta y cerró.
   Daba un poco de miedo tanto misterio, pero a estas alturas, no creía que la autora de la Performance fuera a desaparecer en la extraña casa del insólito Interlocutor de Arte.
   Saqué el móvil y llamé a Cristina.
   –Oye, que me ha entretenido más de la cuenta y no llego. Me ha invitado a quedarme a verlo aquí… no, no sé. Luego te cuento, hasta luego.
   Apagué y fui hacia la puerta que seguía sin ver pese a conocer su ubicación, los paneles de madera estaban perfectamente encajados. Llamé con los nudillos, dispuesta a pasar a un mundo oculto tras la puerta secreta. Pese a lo misterioso que resultara, no veía peligro alguno. Interlocutor sería raro, pero no era ningún maníaco y si lo fuera ya me defendería.
   La puerta se abrió y pasé al otro lado. Tanto misterio para nada, era un salón con los mismos suelos y paredes de madera; la decoración no variaba lo más mínimo. Interlocutor estaba sentado, siempre le había visto así, en un sofá de madera curvada palidísima de finísimos cojines de piel vuelta color ocre pálido, en cuyo brazo que de tan amplio, parecía una mesita auxiliar, reposaban varios mandos a distancia. Al verme, se levantó.
   –Siéntese, por favor.
   Fui hacia la butaca. Al fondo de la sala había una ventana enorme con un cristal que no dejaba ver el exterior. Junto a ella, una mesita circular de madera y dos pequeñas butacas, todo a juego con el sillón. Detrás de una de ellas, había una pintura, lo único que colgaba en aquellas paredes y era inconfundible, “La Primavera” de Botticelli.
   La butaca era cómoda, lo extraño era estar sentada a su lado. Enfrente había un mueble semioval de madera idéntica a la del sofá con un enorme televisor de pantalla plana y debajo, varios aparatos más. Esperamos unos minutos en completo silencio, contemplando las imágenes de los anuncios sin sonido, hasta que el C-13 sobre fondo azul apareció en pantalla, momento en que Interlocutor pulsó el volumen. Comenzaba la Performance, “El artista del siglo XXI”.
   Desparecieron las letras. Azul oscuro, clareando hacia el centro de la imagen, realzando la exquisita silueta de una mujer joven que permanecía de pie y de frente. Giró la cabeza hacia su derecha en el momento en que comenzó a sonar “El lago de los Cisnes”, de Tchaikovski e inició un tímido baile. Asomó un joven por la esquina y al descubrirla, quedó paralizado, prendado de su belleza.
   Acabó “la danza de los cisnes” y empezó el “vals”, el joven comenzó a danzar a su alrededor. La mujer se balanceó suavemente, indecisa, sin saber si dedicarle su atención o ignorarlo. Apareció otro joven y al igual que el anterior, quedó deslumbrado por ella y empezó a rondarla, sin atreverse a acercarse demasiado.
   Tercera pieza, “paso a tres”. Y no hubo dos sin tres, porque por el extremo del escenario surgió el tercero en discordia, el más osado de todos ellos, que al ver que no era el mejor bailarín, hizo aparecer una flor y la depositó a los pies de la bella dama. Los otros, incrédulos ante la desleal competencia, partieron enojados a buscar algo que ofrecerle y volvieron con tres flores uno de ellos, con un enorme ramo el otro. La muchacha miró los presentes y luego a los pretendientes y antes de que pudiera escoger a uno de ellos, apareció todo un séquito de admiradores que depositaron más flores en torno suyo y danzaron en corro en torno a ella.
   Paso a dos. El cortejo, imágenes reales idealizadas. Qué buenos eran los de animación, sobre todo el Pelos. La metamorfosis las llevaría a mutar en cisnes, en una danza de cortejo inacabada, pues sólo estábamos en las primeras fases de selección de aspirantes. Hermosos cisnes y una voz, la mía, irreconocible:
   –Deberéis traer un presente para cortejar a la mujer que aún no conocéis.
   La danza de los cisnes continuó un poco más hasta que se fundió en el azul, apareció el logotipo C13 y volví a hablar.
   –Fueron doce mil ochocientos ochenta y tres los candidatos que entregaron una solicitud como aspirantes a padre del Artista del siglo XXI. Tras un exhaustivo estudio de las condiciones aportadas por los candidatos, se ha efectuado una primera selección. Estos son los quinientos aspirantes que pasarán a la siguiente fase. La lista de seleccionados también está en nuestra web –sobre la pantalla empezaron a aparecer los nombres junto a las fotos de los aspirantes.
   Como me temía, algunos de mis compañeros de la facultad se presentaron al casting y no quería que ninguno de ellos llegara a la final, así que me encargué de que la mayor parte de ellos no fueran seleccionados; el resto caería en las siguientes eliminatorias. No quería al padre, a mi compañero conyugal entre los compañeros de la facultad.
   No había hecho más que acabar cuando sonó mi móvil. No había tenido la precaución de apagarlo. Interlocutor apagó la televisión y se fue discretamente a la butaca junto a la ventana.
   –Hola, mamá.
   –¿Lo has visto? ¡Han elegido al rubio! Aunque bien pensado, me encantaría que no pasara la última selección, estaría bien para ti.
   –Mamá, déjalo, no es el mejor momento. Te llamo luego.
   –¿Estás con alguien?
   –Luego te cuento. Adiós mamá –qué ganas tenía de emparejarme.
   Interlocutor contemplaba la pintura de Botticelli.
   –¿Su madre?
   –Sí. Se ha enganchado al programa.
   –¿Lo sabe?
   –No, todavía no.
   Me acerqué para ver la pintura y él se levantó. Para ser alguien al que le gustaba la decoración minimalista, una obra con tantas figuras en la que se distinguían cada hoja y cada pétalo, era una incongruencia. Lo único acorde a la decoración del piso, eran los colores apagados de la pintura, los ocres de las figuras humanas sobre un fondo oscuro.
   –Tenía un trazo muy elegante, para ser anterior al mil quinientos.
   –Elegancia y melancolía, siempre presentes en su pintura.
   –Es increíble que pese a la quietud de las figuras exista esa sensación de movimiento.
   –Vasari le describió como inquieto. Y atormentado.
   Interlocutor miraba la figura de la mujer con el vestido cargado de flores, la figura más llamativa de la composición, que dominaba la escena desde el lado derecho. La nariz, larga y estrecha, me recordó a la de Interlocutor, tenían un cierto parecido…
   –Siempre me ha fascinado el personaje de Flora –continuó Interlocutor–. Venus queda en un segundo plano y hasta Las Gracias la ensombrecen.
   –Es una buena copia –dije. No estaba preparada para discutir a nivel teórico, más allá de la composición y el color; eso quedaba para los críticos de Arte.
   –La he… –su voz dudó–, pintado yo.
   –¿Usted? –me dejó de piedra. Nunca me hubiera imaginado que pudiera tener inquietudes artísticas.
   Un día, paseando, había visto una galería de reproducciones de pinturas clásicas en la calle Argensola y la suya podría haber estado perfectamente allí.
   –Fui a clases de dibujo y pintura, hace años.
   –Entonces, ¿usted pinta?
   –Lo dejé, no era lo bastante bueno.
   Ahí terminó nuestra conversación. No era lo bastante bueno y lo dejó. Era triste. El silencio que siguió se hizo violento. Miré el reloj.
   –Me tengo que ir, se me está haciendo tarde.
   Sus ojos no se alzaron y por primera vez, vi una expresión en su cara, y era tristeza. Me acompañó a la puerta y me dio la mano. Eso tampoco era habitual en él.
   –Adiós –murmuró.