jueves, 28 de mayo de 2015

LA PERFORMANCE. Tercera parte. Capítulo 2.



-2-
Martes: noche de bodas

   Piero quería que me trasladara a vivir al palacete, que había dotado de medidas de seguridad, pero aunque estuviera en mi barrio, yo no quería; estuve en un hotel y acabé volviendo a casa. Estaba harta de esquivar a la prensa y había pedido al chófer que me esperara delante de casa. Salí del portal entre voces y fogonazos de luz, caminé entre los periodistas ignorando sus preguntas y llegué hasta el coche. Muy seguro de sí mismo, uno de ellos se apoyó en la puerta. Ni me molesté en entender lo que dijo. Agarré el micrófono que me acercó, se lo quité y me volví hacia los demás.
   –Este individuo no sabe que está vulnerando mis derechos al impedir que entre en mi coche. ¿Alguno de ustedes sería tan amable de hacérselo entender?
   Al instante, uno de ellos tiró de él y lo apartó, mientras las cámaras disparaban sin cesar. Abrí la puerta del coche y me apoyé en ella.
   –Gracias. Esta noche a las ocho, en Cadena 13. Espero que ninguno de ustedes se pierda mi Performance.
   Moví despacio la cabeza hacia los lados y les lancé un beso con la mano. Tenían fotos, tenían un incidente, ¿qué más querían? Entré en el coche y cerré la puerta. No me convertiría en una de esas descerebradas que se prestaban al cotilleo, porque no pensaba vivir de ello.
   Nos sumergimos en el atasco de todas las mañanas y en medio de aquel tráfico agonizante, me sentí más viva que nunca. Parecía imposible que hubiera estado unos meses sin catarlo. Nunca más me castigaría con un periodo de abstinencia tan largo como aquel. Iba a recuperar el tiempo perdido a marchas forzadas. La noche de bodas oficial empezaba a las diez y después de esa, vendrían muchas más; eso sí, privadas. ¿Se me pasarían las ganas con el embarazo o seguiría fornicando sin descanso hasta el parto? Esperaba que fuera lo segundo.
   No había pensado mucho en mi hijo. De momento era una idea lejana, el producto final de la Performance. ¿Cómo me sentaría ser madre? ¿Sería capaz de quererle? Esas y otras preguntas se me pasaron por la cabeza, pero era mejor dejarlas pasar. La Performance era muy compleja y había que ir solventando las adversidades en el momento en que surgían.
   El día anterior sin ir más lejos, las nubes presagiaron tormenta. Primero fue un sueño que amenazó con convertirse en una visión funesta, después hice realidad el sueño que quise haber soñado y me tocó sufrir otra visión horrible. Fue una manera deliciosa la que tuve de ahogarla, pero aún así estaba preocupada por la concentración repentina de tales avisos. Parecían alejarme de Carlos y llevarme hacia Interlocutor. No debía olvidar su aparición en la Capilla, fuera o no una visión. No quería ignorarlas, pero tenía que seguir adelante. Si el día anterior fui capaz de vencer una visión funesta, podría con las que llegaran. En el futuro, Carlos probablemente saldría de mi vida y quién sabía si Interlocutor entraría en ella.
   De momento debía olvidar las visiones y centrarme en el día a día. Había mucho trabajo, cantidad de detalles de los que estar pendiente y había que prever lo que llegaría en el futuro. Uno de esos detalles fue preparar a mi madre para lo que se avecinaba. Después de dejarla hablar de lo mucho que le había gustado la ceremonia y escuchar sus planes para celebrar una boda religiosa en Sevilla, le expliqué que no debía ver los siguientes programas, porque su contenido era un tanto subido de tono y no le gustarían. Le aseguré que no tenía de qué preocuparse, que era una de esas películas en las que no se empleaban actores y los personajes eran creados por ordenador y que ni Carlos ni yo interveníamos. En aquel momento se quedó callada y no supe si la había convencido.
   Cuando vi el edificio, le pedí al chófer que me dejara allí mismo. Si había periodistas, que los hubiera. Se detuvo junto a un precioso coche amarillo y di una vuelta a su alrededor antes de dirigirme hacia la Cadena. Era un Fiat 500. Sería todavía más bonito en azul celeste.
   Como siempre entrábamos por el garaje, no había reparado en el puesto callejero que había cerca de la entrada. Me extrañaba que tuviera permiso para ponerse allí. No quedaba muy estético con el letrero pintado a mano sobre una tela blanca. Cuando me acerqué leí: un hijo no es un objeto programable. Debajo ponía Radio Jesús.
   –¿Quiere firmar para detener la Performance? –dijo la mujer del puesto.
   –Trabajo en ella.
   Pobres ilusos, estaban en terreno enemigo y su apostolado resultaría baldío. Continué mi camino y entré en el edificio preguntándome qué se les habría ocurrido ese día a los de la prensa. Para saciar mi curiosidad me dirigí a la cafetería. Nina estaba colocando tazas sobre el mostrador.
   –Hola, Nina.
   –Qué madrugadora. ¿Vienes a desayunar? Te aviso que todavía no ha llegado la bollería.
   –Quería ver la prensa. ¿Te ha llegado?
   –Sí. Está allí.
   –Entonces ponme un café con leche. Quiero saber qué cuentan de mí.
   Me dirigí al extremo de la barra y me senté delante de los periódicos. Abrí el primero y empecé a buscar. Encontré la noticia en la sección de moda.  
   “El vestido de bodas desaparece”. La ceremonia de la Performance sentará un precedente en los enlaces civiles y abrirá el camino a una manera de vestir más desenfadada e informal. Las prendas usadas por los contrayentes Violeta Vera, autora de la Performance, y Carlos Gallego, resultan interesantes desde el punto de vista teatral, claro que hay que contar con que estamos asistiendo a un evento artístico. Sin embargo ha causado un gran impacto entre los televidentes, algunos de los cuales se han interesado por las mismas. Preguntado el modisto madrileño Golo Gogó, asegura que puede ser el comienzo de un nuevo estilo y un ahorro en estos tiempos de crisis. Que tomen nota las casas de novias.
   Qué comedidos estaban los de Éste País después del pleito que les había puesto Cadena 13.
   –Aquí está el café. ¿Has encontrado algo?
   –La primera noticia es buena. Hablan de la ropa de la boda.
   –A mí me gustó mucho. Si algún día me caso, me gustaría hacerlo como tú.
   Nina cogió un periódico y lo abrió por el final. Seguí pasando hojas al mío por si había algo más.
   –Radio Jesús –Nina señaló un pequeño rectángulo–. Pedimos su colaboración para detener la Performance. Un hijo no es un objeto susceptible de ser programado para los caprichos de una madre –leyó.
   –Les he visto a la puerta.
   –Estaban ayer cuando llegué y seguían ahí cuando me fui.
   No encontré nada más y cogí otro periódico. Resultaba aburrido pasar páginas y páginas de política, viendo cómo los políticos se tiraban los trastos a la cabeza ignorando que su misión era dirigir el país. Justo cuando se  acabó la política, encontré la siguiente noticia.
   “La Performance continúa adelante” Resulta increíble que un evento artístico pueda permanecer en el candelero durante tanto tiempo y cuando todos lo dábamos por acabado con el programa de ayer, nos aseguren que siguen adelante con el rodaje…
   –A veces no saben ni qué decir –di un sorbo de café–. No merece la pena seguir leyendo.
   –Aquí tienes otra –Nina giró el periódico para que lo leyéramos las dos.
   “Simulacro de boda”. Ni siquiera fue una boda civil, fue algo mucho más grotesco, que tira por tierra la institución del matrimonio, la sagrada unión entre el hombre y la mujer. Fue un espectáculo bochornoso. El daño que la Performance está haciendo a la sociedad no acaba ahí, siguiendo con el sacrilegio pretenden alumbrar un hijo al cual educarán en valores materiales… No podemos dejar que la Performance siga adelante.
   –Con la iglesia hemos topado –dije.
   –Habrá mucha gente, que como a mí, les gustaría que su boda fuera parecida a la tuya. Imagínate una ceremonia con tus amigos en la campiña, avanzando entre una fila de cipreses…
   –Nina, cuando llegué el momento, haz realidad tus sueños. Estaré contigo.
   –Tú, una artista consagrada, ¿me ayudarías a hacer realidad mis sueños?
   –Sólo tienes que pedírmelo.
   Estuvimos un rato de conversación y al acercarse las nueve, me fui a la reunión que teníamos en el despacho de Piero. La puerta estaba abierta y él estaba en su mesa leyendo el periódico.
   –Buenos días –le saludé.
   –Violeta, no hay periódico que no hable de nosotros. Nos proporcionan publicidad gratuita. 
   Le veía muy animado.
   –Hola Violeta –ese era Carlos.
   Me volví. Estaba sentado en una de las butacas.
   –No te había visto.
   Fui junto a él y le di un beso. Sonó el teléfono de Piero.
   –Hazla pasar.
   Colgó y vino a sentarse con nosotros. 
   –Tenemos una invitada. Es directora de cine –susurró con aire de misterio–. Hace cine erótico.
   Me sorprendía que no me hubiera comentado nada. Piero no actuaba sin una razón, pero desconocía qué le había movido a traerla.
   –¿Se puede pasar?
   –Adelante, Esmeralda.
   Entró una mujer morena, de pelo negro y ensortijado que le llegaba a media espalda. Vestía un conjunto muy colorido en el que predominaba el granate: blusa de manga corta con volantes en los hombros y falda larga. Por la sensual forma de moverse, parecía muy joven, pero debía rondar los cuarenta.
   –Hola Piero.
   Le dio un abrazo y le besó en ambas mejillas. Debían conocerse. Se volvió hacia nosotros.
   –Qué linda pareja.
   –Soy Carlos –se levantó para darle la mano y ella le dio un beso.
   –Violeta, encantada –también me besó. Despedía un olor a canela.
   Se sentó al lado de Piero. Hubiera pensado que era una zíngara de esas que aparecían en las películas antiguas, pero su acento argentino lo desmentía.
   –Leí el guión que me mandó Piero y me pareció un cuento de hadas. Sería una historia muy linda y así se lo dije. La he seguido desde sus comienzos y me ha parecido maravillosa. Ahora que llegaban los capítulos eróticos, no pude resistirme y quise venir a presenciar el rodaje; si a ustedes no les parece mal, claro.
   –A mí, no –dije.
   –A mí tampoco –dijo Carlos.
   –Ya que has venido –intervino Piero–, podrías echarnos una mano. Tus consejos serán bienvenidos, estamos en un tu terreno.
   –Si a ustedes no les importa, estaré encantada.
   Piero debió consultar con su amiga qué le parecía la Performance. Quería estar seguro antes de embarcarse en ella. No debía ser tan lanzado e improvisador como daba a entender.
   –Veamos. En la secuencia de hoy va a haber sexo –miró a Carlos–. Su lindo aparatito entra en juego y ni su tiempo ni su ritmo son los mismos que luego requiere el montaje final, ¿comprende? –Carlos asintió embobado–. Por eso no debe preocuparse si se excita pronto o se demora. Cuando usted esté listo, y ella también, por supuesto, lo hacen. El resto de nosotros nos amoldaremos a ustedes. Los preliminares, la seducción y el juego amoroso se pueden grabar antes o después. Hay que olvidarse del tiempo lineal.
    Carlos y Piero la miraban embobados. Era guapa, no una belleza extraordinaria, pero por su manera de ser y la alegría que irradiaba, lo parecía. Siguió hablando hasta que fue la hora de comenzar a grabar y lo cierto es que a los tres nos había envuelto en su halo.
   Qué diferencia con el Loquero. El día que sacó el tema de estas sesiones, dijo que deberíamos eliminarlas por su contenido erótico y pornográfico. Piero dijo que no veía ningún problema y él se puso tozudo. Desde entonces no habíamos vuelto a verle.
   Carlos y yo fuimos a vestuario y nos pusimos los pijamas azules. Le había dicho a Piero que el naranja aparecería cuando nos desnudáramos. La idea le hizo tanta gracia, que permitió que omitiera el segundo color del logo. De ahí fuimos al estudio P-1.
   Estábamos solos, las doce cámaras serían manejadas por control remoto y los técnicos y Esmeralda se habían ido a la cabina de grabación. Se apagaron las luces blancas, se encendieron las azules y los ventiladores se pusieron en marcha moviendo las telas de gasa.
   –Listos, cuando queráis –la voz de Esmeralda surgió de los altavoces.
   Durante unos segundos, sentí miedo. Nunca había hecho el amor con público. Debía ser lo que llamaban el pánico escénico. Si yo lo sentía, ¿cómo estaría Carlos? Preferí no saberlo. Fui hacia él y le tomé de la mano. La Performance debía continuar.
   –¿Listo? –asintió–. Pues vamos. Será fácil, entre nosotros ya no hay secretos.
   A nuestro paso, la brisa fue apartando los velos anaranjados. Llegamos ante el cubo azul y el último velo se elevó y desapareció de la vista.
   –Por fin solos. Hagamos el amor.
   Nos descalzamos y entramos al cubo. Nos sentamos frente a frente. Acarició mi rostro y acaricié el suyo. La brisa arrastró el sonido de la flauta y empujó un mechón de pelo hacia mi mejilla. Carlos lo apartó suavemente y con sus labios azulados buscó mi piel ultramar. Besé su frente, sus párpados y sus mejillas; sentí sus manos ondulando sobre mi pijama.
   Al ritmo de la música llegada con la brisa, caímos sobe el blando lecho. Los pijamas fueron deslizándose de nuestros cuerpos, cuerpos azulados recibiendo caricias, prodigándolas. La brisa había cambiado y la luz era anaranjada. Estaba excitada y quería que Carlos abandonara su timidez, que sus manos llegaran a mi zona más íntima. Rojo, era el símbolo de la pasión y sin embargo sus manos me exploraban de forma pausada. Rojo, el deseo llevó mi mano hacia su sexo aletargado.
   Igual que el viento de oriente al amanecer, mi mano se deslizó caprichosa a lo largo de sus muslos y su vientre, arriba y abajo, a un lado y a otro y tropezaba cada poco con su sexo. El resplandor fue verde. Esperanza, mis ojos descendieron a lo largo de su torso enredado con el mío, hacia el despertar que debía acontecer. Azul, el lugar estaba frío y yo esperaba la llegada de una brisa cálida. Naranja, el viento sopló con fuerza, pero ni siquiera eso logró caldearlo. El sol no quería elevarse y refulgir en todo su esplendor.
   Frialdad y calidez, vientos de oriente y de poniente, mi cuerpo, mis caricias, todo daba igual. Carlos se aferró a mí, con fuerza,  y con desesperación me besó en los labios, en la mejilla, fue hacia el lóbulo y…
   –Violeta, no puedo.
   Le abracé y me acerqué a su oído…
   –Estamos solos, tú y yo, Carlos, no pasa nada.
   –No puedo, ¿no lo ves?
   En ese momento nos volvimos azules.
   Instantes después se encendieron las luces y entró Esmeralda.
   –Hola chicos. ¿Qué tal os vendría un descanso?
   –Muy bien –contesté por los dos.
   Salí del cubo. Después de que me grabaran, me daba igual quedarme desnuda, pero Esmeralda nos pasó los pijamas y nos los pusimos. La seguimos al exterior del estudio y nos llevó hacia el despacho de Piero. No dejó de hablar en todo el camino, llenando el vacío existente con comentarios acerca del diseño del edificio. Una vez en el despacho, cerró la puerta y nos sentamos en las butacas. Carlos estaba abatido.
   –Lo han hecho muy bien, los dos. Han tenido una sesión de erotismo sutil, muy bien llevado, como si fueran actores profesionales. Es sólo que al final, ha perdido intensidad. Necesitamos una secuencia con más fuerza…
   –No puedo –la interrumpió Carlos.
   Era lo primero que decía desde que salimos del cubo.
   –Carlos –dijo con voz dulce–, llevo muchos años en esto y créame, no es ni el primero ni el último al que le ocurre. Si yo le contara…, una vez tuvimos que esperar doce horas. Es cosa del subconsciente, que a veces nos juega malas pasadas. No piense más en ello.
   –Carlos –le puse la mano en el brazo–, es por el equipo, ¿verdad?
   –Pienso que sí. Me siento observado y… no puedo.
   –Ya… –Esmeralda movió la cabeza a un lado y a otro–. Seguro que si volvemos allí y se quedan solos, la iba a sorprender.
   Se sentó a su lado y le cogió la mano.
   –¿Quiere intentarlo?
   –Bueno –dijo más animado.
   –¡Seguro que sí! –Esmeralda le abrazó–. Dejaremos un foco fijo y saldremos de la cabina.
   Volvimos al cubo. Conectaron sólo los ventiladores de la zona sur y los focos rojos. Disfrutaríamos de una nueva experiencia y esta vez lo conseguiríamos. Como si no hubiera existido una primera vez, fuimos descubriendo nuestros cuerpos entre tímidas caricias y apasionados besos. La llama del deseo prendió en el corazón e incendió nuestros cuerpos enlazados, y en medio de aquel frenesí sentí su virilidad turgente. Sin más preámbulos, nos preparamos para el asalto. Se deslizó sobre mí, su virilidad llegó a las puertas y sentí una acometida incapaz de traspasarlas.
   Acaricié su virilidad menguante, la fuente del placer que se negaba a cooperar. Igual que en el sueño del día anterior. No había sido una visión, más bien una premonición; allí fue Interlocutor y aquí Carlos, resultaba preocupante.
   Salí del cubo y me vestí. Había que tomar una decisión y rápido. Hasta ese momento no había pensado en fármacos ni nada por el estilo y tampoco sabía si serían totalmente fiables. Encendí la luz y se activó la alarma, porque las cámaras seguían grabando. Salí del estudio y me encontré con Pelos, que venía hacia mí. Debí suponer que no dejarían la grabación en automático, la cuestión era que Carlos lo creyera.
   –Ben, por favor. Necesito ver el material que tenemos hasta ahora.
   Aparecieron Piero y Esmeralda.
   –Reunión en mi despacho –Piero estaba serio.
   –Déjenme ocuparme de Carlos –dijo Esmeralda. Era la única que parecía tranquila–. Acudiré en cuanto me sea posible.
   Seguí a Piero a su despacho. Una vez dentro, fue a sentarse en su mesa. Nunca le había visto tan serio.
   –Ha estado cerca –dije–, pero esas imágenes no son suficientes.
   –Deberíamos haberlo previsto. Necesitamos un sustituto.
   –Podríamos grabar un simulacro. Seguro que Esmeralda nos puede dar ideas.
   –Valdría para hoy, pero ¿mañana y pasado hacemos lo mismo?
   Con lo fácil que resultó el día anterior, cuando estábamos solos. El problema era que no podíamos grabarlo nosotros solos. Llegó Pelos con un disco duro y lo conectó al televisor. En pantalla aparecieron una serie de carpetas y con el mando a distancia eligió la primera. Comenzamos a ver la grabación sin que Esmeralda hubiera llegado.
   Carlos y yo llegando al cubo bajo una luz cenital. Nos quitábamos las zapatillas y nos sentábamos en el borde. Hasta ahí todo parecía una inocente escena de amor, pero en cuanto nos deslizamos al interior y empezamos a desnudarnos, me costó reconocer que la mujer que aparecía en la pantalla fuera yo. Si a mí, que estaba convencida de hacer aquello, me sorprendía, cómo no le iba a pasar a Carlos lo que le pasaba. No éramos actores profesionales, y menos de cine erótico. Y pese a ello, tenía que reconocer que las tomas aéreas eran buenísimas.
   –Si os parece, pasamos a otra toma, o nos llevará horas visionarlo todo –dijo Pelos.
   Detuvo la imagen, salió a las carpetas y eligió la segunda. Llegó Esmeralda y se sentó a mi lado.
   –¿Está bien? –le pregunté.
   –Sí. Le he dejado en el bar tomando un té.
   Unas caderas realzadas por las luces azules, esa era yo. Había dejado de sentirme extraña y me gustaba mi actuación. Pelos fue saltando de una toma a otra. Algunas de ellas eran menos convincentes, pero no todos los ángulos iban a resultar buenos.  
   –Están bien, pero seguimos necesitando algo más –dijo Esmeralda–. Ben, ¿qué hay de esas imágenes de ordenador?
   –Son imágenes abstractas para intercalar entre las reales, pero no nos van a solucionar nada –intervine.
   –Violeta ha sugerido grabar una simulación –Piero se dirigió a Esmeralda. ¿Tú qué piensas?
   –Es una posibilidad. La otra sería darle una pastillita.
   –¿Tardan mucho en hacer efecto? –preguntó Piero. 
   –Depende. Media hora, algunos tardan más.
   –Pues le damos una y a ver si funciona.
   –Hay otra solución –intervino Pelos–. Pero antes, debería hablar con Violeta.
   Esmeralda y Piero se miraron.
   –Os dejamos solos –dijo Esmeralda cimbreándose graciosamente al levantarse–. ¿Vienes, Piero?
   Abandonaron el despacho. Pelos se levantó y fue a colocarse detrás de la butaca frente a mí, como si necesitara esconderse. Le notaba tenso, como la tarde anterior cuando estuvimos trabajando en la grabación de la boda.
   –Violeta. Quiero pedirte disculpas.
   –¿Disculpas? ¿Por qué?
   –Será mejor que te lo cuente –respiró hondo y continuó–. Ayer te iba a pedir si querías venir a las pruebas que iba a hacer, pero me interrumpiste y ya no hubo ocasión. Tenía algunas ideas sobre los reflejos de luz en el cubo y quise probarlos.
   –¡No!
   Supe por qué estuvo tan raro.
   –Sí. Fui allí –tragó saliva… Vi las luces y creí que alguien se las había dejado dadas. Empecé a hacer las pruebas…
   –Así me pareció que las luces cambiaban. Creí que era una secuencia automática.
   –Me llevé un susto tremendo cuando me di cuenta de que había alguien allí abajo, you know, y pensé en retirarme.
   –Pero continuaste, ¿no es así?
   –Sorry, I’m sorry. Creí que alguien se había colado sin permiso, you know, así que me dije: si ellos están haciendo lo que no deben, tampoco pasa nada porque continúe con mis pruebas. Podría probar las luces sobre los cuerpos. La sorpresa vino después, cuando te reconocí. Para entonces, ya llevaba un rato grabando, así que continué hasta el final.
   La historia parecía fantástica. Cualquiera pensaría que la grabación era obra de un voyeur, pero viniendo de él, que era un perfeccionista y no dejaba de trabajar… podía ser verdad. No podía ser otra cosa más que de la verdad.
   –Debiste decírmelo, Ben.
   –I know, pero… pensé que creerías que te estaba espiando.
   Me levanté y fui hacia él. Estaba temblando. Era el día de consolar a los hombres. Primero a Carlos, después a Pelos. Le di un abrazo.
   –No pasa nada. Tú no tienes la culpa de que estuviéramos donde no debíamos… haciendo pruebas igual que tú.
   Aquello le hizo reír.
   –Yo… he guardado la grabación para mis estudios. Lo habría borrado en cuanto hubiéramos superado la fase del cubo…
   –¿Es buena?
   –Siento decirlo, pero creo que es mucho mejor que la de hoy.
   Volví a abrazarle.
   –¡Ben, estamos salvados! –le besé en los labios–. Eres un genio, pero para otra vez, avísame.
   Pelos estaba desconcertado. Le creía, le besaba… Fue un impulso.
   –Y ahora, ¿cómo se lo decimos? –Pelos frunció el ceño.
   –¿A Piero y Esmeralda? Lo más sencillo es decirles la verdad.
   –Queda Carlos… yo no le diría nada.
   –Tienes razón, necesita ayuda… ¿y quién mejor que Esmeralda? Es mejor que un psicólogo.
   Llamamos a Esmeralda y Piero y les pedimos que vieran la grabación. Brisa y luces cambiantes, tonta de mí, que pensé que al accionar aquel interruptor había desencadenado algún automatismo. Y que nos hubiera pillado in fraganti, como a dos chicos traviesos… Nuestra aventura privada había quedado al descubierto. Menos mal que no lo supimos entonces. Cuando Carlos se volvió, su virilidad brilló en todo su esplendor bajo la luz azulada.
   –¡Mira el que no puede! –saltó Piero–. ¿De dónde sale esto?
   Pelos comenzó a explicar lo ocurrido. Quise hacerlo yo, pero dijo que tenía que asumir su responsabilidad y entre los dos contamos la increíble historia de cómo sin ponernos de acuerdo, habíamos resuelto el trabajo del día. Piero empezó a reírse a carcajadas. 
   –Voy a tener que vigilar más estrechamente lo que ocurre en los estudios.
   Esmeralda no se sorprendió, tampoco dijo nada y permaneció muy quieta y atenta a lo que sucedía en la pantalla. Estaba segura de que si le hubiera hablado en aquel momento, no me habría oído.
   ¿Qué veía en esas imágenes para que la absorbieran de aquel modo? Éramos Carlos y yo, haciendo el amor. Ella habría visto esas y otras escenas mucho más subidas de tono, multitud de veces...
   La sesión de cine erótico terminó. Después de un rato, Esmeralda reaccionó. Parpadeó y se volvió hacia nosotros.
   –Hacía mucho que no veía una interpretación tan maravillosa. Es tan natural… Una pregunta, habrá más tomas, ¿no?
   –Están todas en ese disco –dijo Pelos.
   –Pues ya tenemos lo que queríamos. Hemos salvado el día –Piero seguía riéndose–. Pero mañana, a Carlos le metemos lo que haga falta para erguir su monolito.
   –Traeré el botiquín –dijo Esmeralda.
   –O volvemos a repetir la travesura –dije.



jueves, 21 de mayo de 2015

La Performance. Tercera parte. Capítulo 1.



-1-
Lunes: la boda

   Mis pies se hundían en la senda azulada que serpenteaba entre cascadas de jazmines, cuyo dulce aroma llegaba a la nariz con un toque de húmedo verdor procedente del bosque situado más allá de las flores. Caminábamos de la mano bajo un cielo azul intenso salpicado de algodonosas nubes de un color metalizado entre el bronce y el aluminio, arracimadas cual Valquiria cabalgando una nave estelar a la búsqueda de galaxias desconocidas. La nave debería ser más pálida y estilizada. No necesitaba pintar, sólo tenía que pensar en algo y la Naturaleza lo representaba para mí, las nubes empezaron a cambiar.
   Arrullada por el zumbido de los insectos y seducida por el trino de las aves, me detuve y acaricié su pelo. Él me besó en la frente, en la mejilla y en los labios. Se me erizó la piel y anhelé algo más que una caricia o un beso, deseé sentir su cuerpo junto al mío y poder explorarlo con total libertad de movimientos, como sucedería bajo el agua. Estaríamos solos, él y yo, en medio de aquel lugar idílico.
   Le besé y un reflejo anaranjado me alcanzó en el costado. Volví la cabeza. Un poco más adelante, el camino se había expandido circularmente y en el centro, flotaba una suave luz anaranjada que iba creciendo en forma de cubo. Cogido de la mano le conduje hacia la plazoleta azulada rodeada de jazmines en la cual flotaba el enorme cubo de radiante luz anaranjada. Las flores lanzaron sobre nosotros un aroma intenso que iba de la vainilla a la canela, de la naranja a la menta. Cientos de pajarillos y miles de insectos orquestaron una melodía para nosotros, ellos serían testigos de nuestro amor.
   Caminamos alrededor del cubo, viendo cómo sus caras se volvían transparentes. Había unos escalones, puse un pie en el primero y una mano con la palma hacia arriba asomó del cubo, invitándonos a entrar. Le confié la mía y la tomó con delicadeza. Fui a subir otro escalón y sentí un tirón en la otra. Me volví hacia él y me señaló el cubo: quien había tomado mi mano y me aguardaba en el cubo era Interlocutor. El que se resistía a seguirme era Artista, quien con su más tierna sonrisa soltó mi mano y me dijo adiós. Me abandonaba, pero yo no iba a renunciar a mi felicidad. Subí otro escalón, tomada de la mano de Interlocutor, el de los cálidos ojos grises y entré. Ni siquiera me volví para ver cómo Artista daba media vuelta y se alejaba por la senda azulada. El cubo albergaría a partir de aquel momento mi dicha y felicidad.
   En la ingravidez de su cálido interior, disfrutamos de movimientos pausados que nos conducían a leves encuentros en los que dábamos o recibíamos una caricia. Nos amamos despacio y con dulzura, igual que si estuviéramos en el remanso del manantial que deseaba se convirtieran en arroyo y después en torrente, que me zarandeara hasta llevarme a la catarata que me hundiría en las profundidades de la tierra, donde avanzaría a trompicones por estrechos conductos hasta ser expulsada violentamente por el géiser.
   Era lo que deseaba, pero él se empeñaba en calmarme y devolverme a ese remanso de paz inicial, donde nadábamos en las quietas aguas del manantial. Quería encontrar esa pequeña corriente que me llevara hasta el mar. Quería sentir el vaivén de las olas y no poder volver a la orilla. Quería ser arrastrada hacia las rocas, donde las olas estallarían con toda su violencia, y nosotros con ellas. Él se resistía a ser llevado a aguas bravas y con infinita tristeza, me confesó que su pequeña fuente de placer estaba seca.
   Les grité al bosque y a los pájaros, a las flores y los insectos, al cubo y a él. Grité de desesperación, porque lo que más anhelaba, no me era concedido. En respuesta a mi demencial grito, apareció un diminuto punto negro, que creció alimentándose del bosque. Árboles y más árboles fueron absorbidos por el voraz agujero negro, después les llegó el turno a las flores, a los insectos y a los pájaros y al final, en medio de aquel horror, hasta mi grito desapareció.
   Abrí los ojos. Estaba oscuro. El corazón retumbaba contra las sienes. Todavía tenía miedo. Escuché un chasquido metálico, tan fuerte como los latidos desaforados de mi corazón y una delgada línea de luz se abrió paso en la oscuridad.
   –Violeta, ¿estás bien? –era la voz de Cristina.
  Encendí la luz. Se acercó hasta la cama y se echó a mi lado.
   –Te oí gritar.
  –Acabo de tener una pesadilla. Ha sido horrible.
   Le conté mi sueño, y al recordar los mejores momentos, logré calmarme. Fue un final inoportuno el que lo transformó en pesadilla y en la misma, hubo un punto negro; conocía su significado, pero de eso, no le dije nada.
   –Los sueños –dijo Cristina–, son un capricho de nuestra mente. Toman elementos del mundo real y los aderezan con un toque de fantasía.
   –Sin ese final, hubiera sido maravilloso, estuviera quien estuviera en el cubo conmigo.
   –El elemento real es Jaime. Él te gusta.
   –Ya –me fastidiaba que lo recordara–. Y el elemento fantástico es la oscuridad, ¿no?
   Estuvo un rato pensativa.
   –Me parece que no. En la vida real dejas a Jaime por Carlos y en el sueño ocurre exactamente lo contrario. Es tu subconsciente el que se rebela contra un cambio que no te interesa en la realidad y por ello convierte el sueño en pesadilla. Hasta ahí todos los elementos son reales. ¿A que está bien pensado?
   –Entonces el elemento fantástico sería el lugar en el que transcurre el sueño.
   Cristina negó con la cabeza.
   –¿Todavía no lo has adivinado?
   Levantó el dedo índice y lo dejó caer despacio. Volvió a repetir el gesto.
   –¿La fuente del placer?
   Asintió poniéndose colorada y yo fui capaz de reírme pese a mis temores.
   –¡Te lo has inventado todo!
   Asintió con la cabeza.
   –Estás mejor, ¿verdad?
   –Sí –miré el reloj. Iban a dar las siete–. Vamos, o se nos hará tarde.
   Fui al baño y me metí en la ducha. Estaba asustada. Tenía todas las trazas de haber sido una visión. Y si era así, me decía que debía dejar a Artista, y a estas alturas, sin él, la Performance se vendría abajo. Abrí el grifo del agua fría al máximo, intentado así alejar la idea de la visión, la oscuridad y la mota maligna estallando… Un momento, no había estallado, sólo se había expandido y mis visiones eran estallidos de color en continuo cambio; y no recordaba haber visto ni un solo color en el interior del cubo.
   ¡Había sido una mancha oscura en expansión! ¡Había sido una pesadilla! Me alegraba tanto de que sólo hubiera sido una horrible pesadilla, que empecé a cantar.
   –Sólo ha sido un sueño, sólo un sueño. Un sueño, sólo ha sido un sueño.
   Un sueño en el que Artista me entregaba a un Interlocutor impotente. Los sueños, de puro caprichosos, podían resultar crueles. Mi subconsciente había mezclado la aventura con Interlocutor con la que estaba por llegar con Artista. No me extrañaba, estaba tan cercana nuestra aventura, que sus ojos habían anidado en mi cabeza, hasta el punto de que era la segunda vez que se me aparecían; la primera fue el sábado en la capilla. Por cierto, que Interlocutor me llamó el sábado para decirme que había soñado conmigo y que íbamos por el campo… El sueño había tomado todos los elementos de la realidad y los había agitado en una coctelera.
   Salí de la ducha y empecé a secarme delante del espejo. Era yo, Violeta Jekyll. La indecisa señorita Hyde había desaparecido de mi vida y las nubes pasaban sin detenerse. Lucharía con todas mis fuerzas contra ella si intentaba volver. Estaba en el comienzo de una nueva existencia, sería la Gran Artista y nada ni nadie podrían evitarlo. A la Violeta que se reflejaba en el espejo, nadie podía vencerla.
   Fue un sueño. Y en un futuro tan cercano que estaba al alcance de mi mano, tendría a mi Artista.



   Cuando llegué a la Cadena, fui directa a vestuario. La mía no era una boda al uso y como tal, no iba a llevar el pelo recogido, ni un vestido largo, ni tacones. Él tampoco llevaría ni traje ni corbata. Hace unas semanas llamé a una amiga que estaba metida en el mundillo de la moda aunque todavía fuera una estudiante, y le pedí que me diseñara un híbrido entre ropa de aventura y de fiesta. La única condición que le puse fue que las prendas deberían ser azules y naranjas, los colores de Cadena 13. Me presentó unas prendas de aventura con algunos detalles de incongruente elegancia. Mi conjunto era de color azul con los detalles en naranja y el de Artista naranja con toques azules. Me gustaron.
   Después de vestirme con tan originales prendas, fui a que me maquillaran y de ahí al plató. Hubo una reunión previa para ultimar los detalles, pues teníamos unos pocos invitados a la ceremonia, escogidos entre los aspirantes que llegaron a la final. Por supuesto había evitado que llamaran a Guapo y a Ni fu ni fa, no me apetecía volver a verles.
  Llegó el momento de la ceremonia. Era lo único que íbamos a grabar, el resto serían imágenes animadas que ya teníamos hechas. Cuando me dieron la señal, entré por la puerta de la izquierda y Artista lo hizo por la de la derecha. Llegamos ante el pedestal azul y nos colocamos cada uno a un lado, de cara a los invitados, que estaban sentados formando un semicírculo. Estábamos en una sala circular, sobre cuyas paredes se proyectaban imágenes fijas de la Naturaleza y por los zumbidos y trinos que emergían de todas partes, parecía que estuviéramos inmersos en aquel paisaje. En mi sueño, todo había resultado mucho más espectacular.
   De entre los invitados, salió el oficiante, Piero, que tenía el capricho de interpretar ese pequeño papel. Se colocó tras el pedestal, de modo que el radiante sol quedaba casi directamente sobre su cabeza.
   –Estamos reunidos en torno al pedestal para celebrar vuestra unión ante la Naturaleza… –Piero lo estaba haciendo realmente bien.
   Con esta ceremonia entraba en la segunda fase de la Performance. Había trabajado mucho, resuelto multitud de problemas, y estaba más cerca de alcanzar la meta. Me aguardaba un futuro prometedor, entre los elegidos, en el Olimpo del Arte…
   –…los invitados aquí presentes, testigos de vuestra unión…
   Nuestra unión, no disfrutaría de una noche de bodas al uso. Tendríamos que esperar al día siguiente. Después del largo y obligado periodo de abstinencia, aguardar un día más, se me antojaba una eternidad. Debimos haberlo hecho hace días, necesitábamos practicar antes de salir a escena. Aún estábamos a tiempo…
   Las palabras de Piero tocaban a su fin. Llegaba nuestro turno.
   –¿Deseáis uniros y que la Naturaleza sea testigo de vuestra unión?
   –Sí, deseo unirme a Violeta Vera.
   –Sí, deseo unirme a Carlos Gallego.
   Lo deseaba con toda mi alma, dejar la espiritualidad a un lado y unirme físicamente a él. Tenía hambre de hombre atrasada, y no volvería a pasarla.
   –Uníos pues, la Naturaleza es testigo de vuestra unión y en su nombre, os doy la bendición.
   Piero se hizo a un lado y avanzamos el uno hacia el otro por delante del pedestal. Carlos volvía a flojear, lo veía en sus ojos; sus nervios le traicionaban ante la presencia del público. Alcé los brazos sin esperar más tiempo y nos abrazamos. Después deslicé las manos por su espalda hasta llegar a la cintura. Él hizo lo mismo y  quedamos unidos por las caderas. Los trinos se intensificaron y una flauta travesera inició una melodía, el sol aumentó de tamaño y su luz nos envolvió. Giré el rostro, lo acerqué al de Carlos y unimos levemente nuestros labios. Había pensado en él como Carlos, era una buena señal. Cerré los ojos e iniciamos un beso suave y prolongado. Noté una presión en el pubis, algo que se animaba antes de tiempo. Separamos nuestros labios y al abrir los ojos, leí la preocupación en su rostro. Acerqué la boca a su oído.
   Al acabar –le dije en voz baja–, nos volvemos hacia el altar y cada uno por nuestro lado, lo rodeamos.
   –De acuerdo.
   Intentaríamos salvar la escena sin que se le notara, si todavía era posible. Me acerqué a él, cerré los ojos y le besé con pasión hasta que la música decayó. Su erección, lejos de querer menguar, iba en aumento y pese a que no fuera el momento oportuno, estaba orgullosa de haberla provocado.  
   En medio de los aplausos, nos volvimos hacia el pedestal y lo rodeamos. Una vez tras él, juntamos nuestras manos y las pusimos sobre el mismo. Esa pequeña improvisación levantó más aplausos. Felicité a Carlos y le dejé apoyado en el pedestal del que suponía no se separaría en un rato.  
   –Espérame por aquí.
   –Qué remedio.
   –Si yo fuera a tener una aventura con esta mujer –Piero apareció a nuestras espaldas y hablaba en voz baja–, te aseguro que estaría igual que tú.
   –¡Piero!, ¿no te da vergüenza? –intenté reñirle, pero la situación resultaba un tanto cómica.
   Carlos se puso colorado.
   –Tranquilo –soltó una carcajada y le dio una palmada en el hombro–. Nos quedaremos charlando un rato y aquí no ha pasado nada.
   Nadie parecía haberse dado cuenta. Se habían formado grupos que charlaban animadamente, aguardando por si se les requería para una segunda toma.
   –Te veo ahora –le dije a Carlos–, no te vayas.
   –Ciao –Piero volvió a reír.
   Salí del estudio y fui a la sala de grabación. Había cinco monitores encendidos y todos mostraban la misma escena, Carlos y yo entrando en la sala. Delante de cada uno había un técnico y el de la izquierda era inconfundible por su terrible mata de pelo. Estaba en todas partes, debía tener clones para poder abarcar todo el trabajo que realizaba. Podría montar una empresa y ser el único trabajador.
   –Hola Ben. ¿Qué tal ha estado?
   –Violeta, has estado sublime. No creo que haya que repetir ninguna escena.
   –No estoy tan segura. Necesito ver el final, desde el sí quiero.
   –De acuerdo.
   Avanzó la imagen hasta el momento en que Piero nos hacía la famosa pregunta. No lo había hecho mal. ¿También habría sido actor o era un capricho pasajero? La escena, vista desde fuera resultaba muy distinta: nuestros rostros enmarcados por el sol amarillo anaranjado y después las figuras enteras con el altar difuminándose en los bordes. Pero lo que buscaba era el rastro de alguna preocupación en nuestros rostros.
   Pasamos las últimas imágenes y me pareció que las mejillas de Carlos estaban rosadas.
   –Rebobina. Quiero ver su rostro.
   Detuvo la imagen y la llevó hacia atrás muy despacio.
   –Amplíala –le pedí.
   Efectivamente, estaba ruborizado por culpa de la erección, pero no era nada.
   –Es un poco tímido, pero ese no es el problema.
   Devolvió la imagen a su tamaño original y amplió la parte inferior. Avanzó fotograma a fotograma y apareció el problema, el bulto en el pantalón al volverse.
   –Me había parecido –dijo volviendo su rostro hacia mí.
   –Estaba nervioso. Como tengamos que repetirlo…
   –Son unos pocos fotogramas, no hace falta. Lo puedo arreglar.
   Cogió el bolígrafo y anotó la referencia de la escena al final de la hoja. La tenía llena de notas, debió tomarlas durante la grabación.
   –Estupendo.
   –Por cierto, ¿has visto la prensa de hoy?
   –No he tenido tiempo.
   –Hay un artículo muy bueno en La Verdad. Va en plan jocoso. Dice que la próxima vez, cualquier pirada podría querer concebir un piloto de nave estelar para poder pasar sus vacaciones en algún planeta exótico.
   –Eso es cosa de Piero –dije sin dudar.
   –Me da la impresión que pretende evitar que otras cadenas quieran copiar la idea de la Performance.
   –Poniéndoles en ridículo antes de empezar. Puede que sí. Pásamelo a la tarde.
   –Quédate. Voy a hacer unas pruebas…
   –No puedo –le interrumpí–, tengo un asunto pendiente. Si no hay que repetir ninguna toma, me voy.
   –Lo sabremos en unos minutos.
   –Espero fuera. Hasta luego, Ben.
   –See you, Violeta –sus ojos lo decían, seguía coladito por mí.
   Volví al plató. Había tal bullicio que nadie reparó en mi presencia. Los invitados a la boda seguían en animada conversación y Piero había conseguido hacer reír a Carlos. Me senté en una esquina a esperar el veredicto. Todo lo que veía lo había iniciado yo. Quién me lo iba a decir, hacía unos meses iba de galería en galería pidiendo exponer y ahora dirigía una Performance.
   –Atención. Presten atención –la voz venía de los altavoces–. La toma es válida. Repito. La toma es válida. Pueden marcharse. Muchas gracias.
   Hubo gritos de alegría, pero nadie se movió. No tenían ninguna prisa por marcharse. La única que estaba impaciente era yo.
   Unos minutos después, Piero se fue. Carlos echó un vistazo alrededor y se separó del pedestal. Estaba curado. Me puse en pié y caminé hacia él. Al llegar, me puse al otro lado del pedestal y apoyé los brazos en él.
   –Carlos –se volvió al oírme–. Veo que estás curado.
   –Siento lo ocurrido –se sonrojó–. Pude haberlo estropeado.
   –Pero no lo hiciste.
   –Menos mal –soltó el aire ruidosamente, como si se desinflara.
   –Ven, que no parece que me hayas dado el sí hace un momento.
   Tomé su rostro entre mis manos y le besé. Me ocuparía personalmente de que volviera a enfermar de la misma dolencia.
   –¡Vivan los novios! –gritó alguien.
   Volví a besarle y saltó un flash. Prorrumpieron en aplausos.
   –¡Vivan! –coreó el resto.
   –Esto hay que celebrarlo –le dije.
   –¿Y qué vamos a hacer?
   Levanté el brazo y saludé a los invitados. A continuación, le tomé de la mano y en medio de los aplausos, le saqué del estudio sin darle una explicación. Me lo llevaba a casa.
   –¿A dónde vamos? –preguntó Carlos cuando llegamos a las escaleras.
   –A cualquier lugar donde podamos estar solos, sin una cámara vigilándonos. A un lugar en medio de la nada.
   Había una canción que hablaba de algo parecido, pero no me acordaba cuál era. No importaba el dónde, sólo poder saciar mi deseo de él, un deseo que era a la vez la realización de mi sueño, del sueño que me hubiera gustado disfrutar sin que hubiera aparecido Interlocutor para estropearlo. Carlos y yo habríamos entrado en el cubo…
   ¡El cubo! Era una locura, pero posiblemente fuera el lugar más discreto. Tiré de él, le conduje a las escaleras y bajamos al sótano. Le guié a través de los pasillos hasta la puerta marcada con el rótulo P-1 sin que nos hubiéramos cruzado con nadie.
   –Creo que no deberíamos estar aquí.
   –Al contrario, deberíamos familiarizarnos con esta sala –metí mi tarjeta en la ranura y la puerta se abrió. Entramos y encendí.
   –¿Dónde estamos?
   Cerré la puerta y le besé. Eso le distendió.
   –Espera aquí.
   Me dirigí al puente de mando de la nave, así llamaba yo a la cabina, y pulsé las luces azules. El cubo, en el centro de la estancia se iluminó. Apagué los focos blancos del techo y volví con él.
   –¿Dónde estamos?
   –En el lugar más remoto y olvidado. Solos tú y yo. Nadie vendrá antes de mañana. Ven –le cogí de la mano y le llevé hacia el cubo.
   Mis ganas de él crecían hasta límites difícilmente soportables. Me senté en el borde, le atraje hacia mí y nos besamos en la penumbra azulada. Recordé la canción, “Somewhere in Between”, del disco “A sky of honey” de Kate Bush. Así nos encontrábamos nosotros, en algún lugar entre la ficción de la Performance y la realidad, en el lugar donde mis deseos se cumplirían, donde el sueño que quise soñar se materializaría. Me hubiera gustado tener el disco y hacerlo sonar a través de los altavoces de la sala.
   Conseguí que enfermara, volví a sentir su virilidad fortaleciéndose contra mi pelvis. Esta vez no tendría que disimular. Beso a beso, le arrastré al interior del cubo. Era nuestra primera vez. Pausadamente, fuimos descubriendo nuestros cuerpos, y la luz azul parpadeó y dejó entrar al naranja, como si las luces hubieran detectado el apasionado encuentro y quisieran colaborar. Dulzura acolchada, si estuviéramos en el sueño, rodearía ingrávida su cuerpo, le atraparía y huiría, contemplándole en todo su esplendor antes de apoderarme definitivamente de su persona.
   Modulaciones naranjas oblongas envolvieron nuestros cuerpos en caricias luminosas, mi mano descansó en su torso, la suya en mi gemelo. Círculos verdes atravesaron su cuerpo y se enredaron en el mío. Nos prodigamos caricias urgentes, de una pasión incontenible y a cada bocanada de placer, arrojamos perlas rojas, púrpuras, lilas y violetas. Respiraciones agitadas, gemidos y perlas moradas, cada vez más diminutas y sombrías, oscurecían nuestro particular universo cúbico.
   Ahogué mis miedos y a cada embate, con cada gemido, ahogué la terrible visión que se volvía adversa. El placer, que no entendía de otra cosa que no fuera él mismo, se manifestó en forma de luminiscencia anaranjada, ignorando la terrible oscuridad. Llegó a ser tan intensa, que su túnica de seda naranja nos envolvió por completo, alejando los miedos, convirtiéndolos en luz y en los últimos estallidos de placer, destruyó la terrible oscuridad.
    Naranja radiante, abrazados en su algodonoso lecho moteado de verde esperanza, caímos rendidos.