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Martes: noche de bodas
Piero quería que me trasladara a vivir al
palacete, que había dotado de medidas de seguridad, pero aunque estuviera en mi
barrio, yo no quería; estuve en un hotel y acabé volviendo a casa. Estaba harta
de esquivar a la prensa y había pedido al chófer que me esperara delante de
casa. Salí del portal entre voces y fogonazos de luz, caminé entre los
periodistas ignorando sus preguntas y llegué hasta el coche. Muy seguro de sí
mismo, uno de ellos se apoyó en la puerta. Ni me molesté en entender lo que
dijo. Agarré el micrófono que me acercó, se lo quité y me volví hacia los demás.
–Este individuo no sabe que está vulnerando
mis derechos al impedir que entre en mi coche. ¿Alguno de ustedes sería tan
amable de hacérselo entender?
Al
instante, uno de ellos tiró de él y lo apartó, mientras las cámaras disparaban
sin cesar. Abrí la puerta del coche y me apoyé en ella.
–Gracias. Esta noche a las ocho, en Cadena
13. Espero que ninguno de ustedes se pierda mi Performance.
Moví despacio la cabeza hacia los lados y
les lancé un beso con la mano. Tenían fotos, tenían un incidente, ¿qué más
querían? Entré en el coche y cerré la puerta. No me convertiría en una de esas descerebradas
que se prestaban al cotilleo, porque no pensaba vivir de ello.
Nos sumergimos en el atasco de todas las
mañanas y en medio de aquel tráfico agonizante, me sentí más viva que nunca. Parecía
imposible que hubiera estado unos meses sin catarlo. Nunca más me castigaría
con un periodo de abstinencia tan largo como aquel. Iba a recuperar el tiempo
perdido a marchas forzadas. La noche de bodas oficial empezaba a las diez y después
de esa, vendrían muchas más; eso sí, privadas. ¿Se me pasarían las ganas con el
embarazo
o seguiría fornicando sin descanso hasta el parto? Esperaba que fuera lo
segundo.
No había pensado mucho en mi hijo. De
momento era una idea lejana, el producto final de la Performance. ¿Cómo me
sentaría ser madre? ¿Sería capaz de quererle? Esas y otras preguntas se me pasaron
por la cabeza, pero era mejor dejarlas pasar. La Performance era muy compleja y
había que ir solventando las adversidades en el momento en que surgían.
El día anterior sin ir más lejos, las nubes
presagiaron tormenta. Primero fue un sueño que amenazó con convertirse en una
visión funesta, después hice realidad el sueño que quise haber soñado y me tocó
sufrir otra visión horrible. Fue una manera deliciosa la que tuve de ahogarla,
pero aún así estaba preocupada por la concentración repentina de tales avisos. Parecían
alejarme de Carlos y llevarme hacia Interlocutor. No debía olvidar su aparición
en la Capilla, fuera o no una visión. No quería ignorarlas, pero tenía que
seguir adelante. Si el día anterior fui capaz de vencer una visión funesta,
podría con las que llegaran. En el futuro, Carlos probablemente saldría de mi
vida y quién sabía si Interlocutor entraría en ella.
De momento debía olvidar las visiones y
centrarme en el día a día. Había mucho trabajo, cantidad de detalles de los que
estar pendiente y había que prever lo que llegaría en el futuro. Uno de esos
detalles fue preparar a mi madre para lo que se avecinaba. Después de dejarla
hablar de lo mucho que le había gustado la ceremonia y escuchar sus planes para
celebrar una boda religiosa en Sevilla, le expliqué que no debía ver los siguientes
programas, porque su contenido era un tanto subido de tono y no le gustarían. Le
aseguré que no tenía de qué preocuparse, que era una de esas películas en las
que no se empleaban actores y los personajes eran creados por ordenador y que ni
Carlos ni yo interveníamos. En aquel momento se quedó callada y no supe si la
había convencido.
Cuando vi el edificio, le pedí al chófer que
me dejara allí mismo. Si había periodistas, que los hubiera. Se detuvo junto a
un precioso coche amarillo y di una vuelta a su alrededor antes de dirigirme
hacia la Cadena. Era un Fiat 500. Sería todavía más bonito en azul celeste.
Como siempre entrábamos por el garaje, no
había reparado en el puesto callejero que había cerca de la entrada. Me
extrañaba que tuviera permiso para ponerse allí. No quedaba muy estético con el
letrero pintado a mano sobre una tela blanca. Cuando me acerqué leí: un hijo no
es un objeto programable. Debajo ponía Radio Jesús.
–¿Quiere firmar para detener la Performance?
–dijo la mujer del puesto.
–Trabajo en ella.
Pobres
ilusos, estaban en terreno enemigo y su apostolado resultaría baldío. Continué
mi camino y entré en el edificio preguntándome qué se les habría ocurrido ese
día a los de la prensa. Para saciar mi curiosidad me dirigí a la cafetería. Nina
estaba colocando tazas sobre el mostrador.
–Hola, Nina.
–Qué
madrugadora. ¿Vienes a desayunar? Te aviso que todavía no ha llegado la
bollería.
–Quería
ver la prensa. ¿Te ha llegado?
–Sí. Está allí.
–Entonces ponme un café con leche. Quiero
saber qué cuentan de mí.
Me
dirigí al extremo de la barra y me senté delante de los periódicos. Abrí el
primero y empecé a buscar. Encontré la noticia en la sección de moda.
“El vestido de bodas desaparece”. La ceremonia
de la Performance sentará un precedente en los enlaces civiles y abrirá el
camino a una manera de vestir más desenfadada e informal. Las prendas usadas
por los contrayentes Violeta Vera, autora de la Performance, y Carlos Gallego,
resultan interesantes desde el punto de vista teatral, claro que hay que contar
con que estamos asistiendo a un evento artístico. Sin embargo ha causado un
gran impacto entre los televidentes, algunos de los cuales se han interesado
por las mismas. Preguntado el modisto madrileño Golo Gogó, asegura que puede
ser el comienzo de un nuevo estilo y un ahorro en estos tiempos de crisis. Que
tomen nota las casas de novias.
Qué comedidos estaban los de Éste País
después del pleito que les había puesto Cadena 13.
–Aquí está el café. ¿Has encontrado algo?
–La primera noticia es buena. Hablan de la
ropa de la boda.
–A mí me gustó mucho. Si algún día me caso,
me gustaría hacerlo como tú.
Nina cogió un periódico y lo abrió por el
final. Seguí pasando hojas al mío por si había algo más.
–Radio Jesús –Nina señaló un pequeño
rectángulo–. Pedimos su colaboración para detener la Performance. Un hijo no es
un objeto susceptible de ser programado para los caprichos de una madre –leyó.
–Les he visto a la puerta.
–Estaban ayer cuando llegué y seguían ahí
cuando me fui.
No encontré nada más y cogí otro periódico.
Resultaba aburrido pasar páginas y páginas de política, viendo cómo los
políticos se tiraban los trastos a la cabeza ignorando que su misión era
dirigir el país. Justo cuando se acabó
la política, encontré la siguiente noticia.
“La Performance continúa adelante” Resulta
increíble que un evento artístico pueda permanecer en el candelero durante
tanto tiempo y cuando todos lo dábamos por acabado con el programa de ayer, nos
aseguren que siguen adelante con el rodaje…
–A veces no saben ni qué decir –di un sorbo
de café–. No merece la pena seguir leyendo.
–Aquí tienes otra –Nina giró el periódico
para que lo leyéramos las dos.
“Simulacro de boda”. Ni siquiera fue una
boda civil, fue algo mucho más grotesco, que tira por tierra la institución del
matrimonio, la sagrada unión entre el hombre y la mujer. Fue un espectáculo
bochornoso. El daño que la
Performance está haciendo a la sociedad no acaba ahí, siguiendo con el
sacrilegio pretenden alumbrar un hijo al cual educarán en valores materiales… No podemos dejar que la Performance siga adelante.
–Con la iglesia hemos topado –dije.
–Habrá mucha gente, que como a mí, les
gustaría que su boda fuera parecida a la tuya. Imagínate una ceremonia con tus
amigos en la campiña, avanzando entre una fila de cipreses…
–Nina, cuando llegué el momento, haz
realidad tus sueños. Estaré contigo.
–Tú, una artista consagrada, ¿me ayudarías a
hacer realidad mis sueños?
–Sólo tienes que pedírmelo.
Estuvimos un rato de conversación y al
acercarse las nueve, me fui a la reunión que teníamos en el despacho de Piero. La
puerta estaba abierta y él estaba en su mesa leyendo el periódico.
–Buenos días –le saludé.
–Violeta, no hay periódico que no hable de
nosotros. Nos proporcionan publicidad gratuita.
Le veía muy animado.
–Hola Violeta –ese era Carlos.
Me volví. Estaba sentado en una de las
butacas.
–No te había visto.
Fui junto a él y le di un beso. Sonó el
teléfono de Piero.
–Hazla pasar.
Colgó y vino a sentarse con nosotros.
–Tenemos una invitada. Es directora de cine
–susurró con aire de misterio–. Hace cine erótico.
Me sorprendía que no me hubiera comentado
nada. Piero no actuaba sin una razón, pero desconocía qué le había movido a
traerla.
–¿Se puede pasar?
–Adelante, Esmeralda.
Entró una mujer morena, de pelo negro y
ensortijado que le llegaba a media espalda. Vestía un conjunto muy colorido en
el que predominaba el granate: blusa de manga corta con volantes en los hombros
y falda larga. Por la sensual forma de moverse, parecía muy joven, pero debía
rondar los cuarenta.
–Hola Piero.
Le dio un abrazo y le besó en ambas mejillas.
Debían conocerse. Se volvió hacia nosotros.
–Qué linda pareja.
–Soy Carlos –se levantó para darle la mano y
ella le dio un beso.
–Violeta, encantada –también me besó. Despedía
un olor a canela.
Se sentó al lado de Piero. Hubiera pensado
que era una zíngara de esas que aparecían en las películas antiguas, pero su
acento argentino lo desmentía.
–Leí el guión que me mandó Piero y me
pareció un cuento de hadas. Sería una historia muy linda y así se lo dije. La
he seguido desde sus comienzos y me ha parecido maravillosa. Ahora que llegaban
los capítulos eróticos, no pude resistirme y quise venir a presenciar el
rodaje; si a ustedes no les parece mal, claro.
–A mí, no –dije.
–A mí tampoco –dijo Carlos.
–Ya que has venido –intervino Piero–,
podrías echarnos una mano. Tus consejos serán bienvenidos, estamos en un tu
terreno.
–Si a ustedes no les importa, estaré
encantada.
Piero debió consultar con su amiga qué le
parecía la Performance. Quería estar seguro antes de embarcarse en ella. No
debía ser tan lanzado e improvisador como daba a entender.
–Veamos. En la secuencia de hoy va a haber
sexo –miró a Carlos–. Su lindo aparatito entra en juego y ni su tiempo ni su
ritmo son los mismos que luego requiere el montaje final, ¿comprende? –Carlos
asintió embobado–. Por eso no debe preocuparse si se excita pronto o se demora.
Cuando usted esté listo, y ella también, por supuesto, lo hacen. El resto de
nosotros nos amoldaremos a ustedes. Los preliminares, la seducción y el juego
amoroso se pueden grabar antes o después. Hay que olvidarse del tiempo lineal.
Carlos y Piero la miraban embobados. Era
guapa, no una belleza extraordinaria, pero por su manera de ser y la alegría
que irradiaba, lo parecía. Siguió hablando hasta que fue la hora de comenzar a
grabar y lo cierto es que a los tres nos había envuelto en su halo.
Qué diferencia con el Loquero. El día que
sacó el tema de estas sesiones, dijo que deberíamos eliminarlas por su
contenido erótico y pornográfico. Piero dijo que no veía ningún problema y él
se puso tozudo. Desde entonces no habíamos vuelto a verle.
Carlos
y yo fuimos a vestuario y nos pusimos los pijamas azules. Le había dicho a
Piero que el naranja aparecería cuando nos desnudáramos. La idea le hizo tanta gracia,
que permitió que omitiera el segundo color del logo. De ahí fuimos al estudio
P-1.
Estábamos
solos, las doce cámaras serían manejadas por control remoto y los técnicos y
Esmeralda se habían ido a la cabina de grabación. Se apagaron las luces blancas,
se encendieron las azules y los ventiladores se pusieron en marcha moviendo las
telas de gasa.
–Listos, cuando queráis –la voz de Esmeralda
surgió de los altavoces.
Durante unos segundos, sentí miedo. Nunca
había hecho el amor con público. Debía ser lo que llamaban el pánico escénico.
Si yo lo sentía, ¿cómo estaría Carlos? Preferí no saberlo. Fui hacia él y le
tomé de la mano. La Performance debía continuar.
–¿Listo? –asintió–. Pues vamos. Será fácil,
entre nosotros ya no hay secretos.
A nuestro paso, la brisa fue apartando los
velos anaranjados. Llegamos ante el cubo azul y el último velo se elevó y
desapareció de la vista.
–Por fin solos. Hagamos el amor.
Nos descalzamos y entramos al cubo. Nos
sentamos frente a frente. Acarició mi rostro y acaricié el suyo. La brisa
arrastró el sonido de la flauta y empujó un mechón de pelo hacia mi mejilla.
Carlos lo apartó suavemente y con sus labios azulados buscó mi piel ultramar. Besé
su frente, sus párpados y sus mejillas; sentí sus manos ondulando sobre mi
pijama.
Al ritmo de la música llegada con la brisa, caímos
sobe el blando lecho. Los pijamas fueron deslizándose de nuestros cuerpos, cuerpos
azulados recibiendo caricias, prodigándolas. La brisa había cambiado y la luz
era anaranjada. Estaba excitada y quería que Carlos abandonara su timidez, que
sus manos llegaran a mi zona más íntima. Rojo, era el símbolo de la pasión y
sin embargo sus manos me exploraban de forma pausada. Rojo, el deseo llevó mi
mano hacia su sexo aletargado.
Igual que el viento de oriente al amanecer,
mi mano se deslizó caprichosa a lo largo de sus muslos y su vientre, arriba y
abajo, a un lado y a otro y tropezaba cada poco con su sexo. El resplandor fue
verde. Esperanza, mis ojos descendieron a lo largo de su torso enredado con el
mío, hacia el despertar que debía acontecer. Azul, el lugar estaba frío y yo esperaba
la llegada de una brisa cálida. Naranja, el viento sopló con fuerza, pero ni
siquiera eso logró caldearlo. El sol no quería elevarse y refulgir en todo su
esplendor.
Frialdad y calidez, vientos de oriente y de
poniente, mi cuerpo, mis caricias, todo daba igual. Carlos se aferró a mí, con
fuerza, y con desesperación me besó en
los labios, en la mejilla, fue hacia el lóbulo y…
–Violeta, no puedo.
Le abracé y me acerqué a su oído…
–Estamos solos, tú y yo, Carlos, no pasa
nada.
–No puedo, ¿no lo ves?
En ese momento nos volvimos azules.
Instantes después se encendieron las luces y
entró Esmeralda.
–Hola
chicos. ¿Qué tal os vendría un descanso?
–Muy
bien –contesté por los dos.
Salí
del cubo. Después de que me grabaran, me daba igual quedarme desnuda, pero Esmeralda
nos pasó los pijamas y nos los pusimos. La seguimos al exterior del estudio y
nos llevó hacia el despacho de Piero. No dejó de hablar en todo el camino, llenando
el vacío existente con comentarios acerca del diseño del edificio. Una vez en el
despacho, cerró la puerta y nos sentamos en las butacas. Carlos estaba abatido.
–Lo han hecho muy bien, los dos. Han tenido
una sesión de erotismo sutil, muy bien llevado, como si fueran actores
profesionales. Es sólo que al final, ha perdido intensidad. Necesitamos una
secuencia con más fuerza…
–No puedo –la interrumpió Carlos.
Era lo primero que decía desde que salimos
del cubo.
–Carlos –dijo con voz dulce–, llevo muchos
años en esto y créame, no es ni el primero ni el último al que le ocurre. Si yo
le contara…, una vez tuvimos que esperar doce horas. Es cosa del subconsciente,
que a veces nos juega malas pasadas. No piense más en ello.
–Carlos –le puse la mano en el brazo–, es
por el equipo, ¿verdad?
–Pienso que sí. Me siento observado y… no
puedo.
–Ya… –Esmeralda movió la cabeza a un lado y
a otro–. Seguro que si volvemos allí y se quedan solos, la iba a sorprender.
Se sentó a su lado y le cogió la mano.
–¿Quiere intentarlo?
–Bueno –dijo más animado.
–¡Seguro que sí! –Esmeralda le abrazó–. Dejaremos
un foco fijo y saldremos de la cabina.
Volvimos al cubo. Conectaron sólo los
ventiladores de la zona sur y los focos rojos. Disfrutaríamos de una nueva
experiencia y esta vez lo conseguiríamos. Como si no hubiera existido una
primera vez, fuimos descubriendo nuestros cuerpos entre tímidas caricias y apasionados
besos. La llama del deseo prendió en el corazón e incendió nuestros cuerpos enlazados,
y en medio de aquel frenesí sentí su virilidad turgente. Sin más preámbulos,
nos preparamos para el asalto. Se deslizó sobre mí, su virilidad llegó a las
puertas y sentí una acometida incapaz de traspasarlas.
Acaricié su virilidad menguante, la fuente
del placer que se negaba a cooperar. Igual que en el sueño del día anterior. No
había sido una visión, más bien una premonición; allí fue Interlocutor y aquí
Carlos, resultaba preocupante.
Salí del cubo y me vestí. Había que tomar
una decisión y rápido. Hasta ese momento no había pensado en fármacos ni nada
por el estilo y tampoco sabía si serían totalmente fiables. Encendí la luz y se
activó la alarma, porque las cámaras seguían grabando. Salí del estudio y me
encontré con Pelos, que venía hacia mí. Debí suponer que no dejarían la
grabación en automático, la cuestión era que Carlos lo creyera.
–Ben, por favor. Necesito ver el material
que tenemos hasta ahora.
Aparecieron Piero y Esmeralda.
–Reunión en mi despacho –Piero estaba serio.
–Déjenme ocuparme de Carlos –dijo Esmeralda.
Era la única que parecía tranquila–. Acudiré en cuanto me sea posible.
Seguí a Piero a su despacho. Una vez dentro,
fue a sentarse en su mesa. Nunca le había visto tan serio.
–Ha estado cerca –dije–, pero esas imágenes
no son suficientes.
–Deberíamos haberlo previsto. Necesitamos un
sustituto.
–Podríamos grabar un simulacro. Seguro que
Esmeralda nos puede dar ideas.
–Valdría para hoy, pero ¿mañana y pasado
hacemos lo mismo?
Con lo fácil que resultó el día anterior,
cuando estábamos solos. El problema era que no podíamos grabarlo nosotros
solos. Llegó Pelos con un disco duro y lo conectó al televisor. En pantalla
aparecieron una serie de carpetas y con el mando a distancia eligió la primera.
Comenzamos a ver la grabación sin que Esmeralda hubiera llegado.
Carlos y yo llegando al cubo bajo una luz
cenital. Nos quitábamos las zapatillas y nos sentábamos en el borde. Hasta ahí
todo parecía una inocente escena de amor, pero en cuanto nos deslizamos al
interior y empezamos a desnudarnos, me costó reconocer que la mujer que
aparecía en la pantalla fuera yo. Si a mí, que estaba convencida de hacer
aquello, me sorprendía, cómo no le iba a pasar a Carlos lo que le pasaba. No
éramos actores profesionales, y menos de cine erótico. Y pese a ello, tenía que
reconocer que las tomas aéreas eran buenísimas.
–Si os parece, pasamos a otra toma, o nos
llevará horas visionarlo todo –dijo Pelos.
Detuvo
la imagen, salió a las carpetas y eligió la segunda. Llegó Esmeralda y se sentó
a mi lado.
–¿Está bien? –le pregunté.
–Sí. Le he dejado en el bar tomando un té.
Unas caderas realzadas por las luces azules,
esa era yo. Había dejado de sentirme extraña y me gustaba mi actuación. Pelos fue
saltando de una toma a otra. Algunas de ellas eran menos convincentes, pero no
todos los ángulos iban a resultar buenos.
–Están bien, pero seguimos necesitando algo
más –dijo Esmeralda–. Ben, ¿qué hay de esas imágenes de ordenador?
–Son imágenes abstractas para intercalar entre
las reales, pero no nos van a solucionar nada –intervine.
–Violeta ha sugerido grabar una simulación
–Piero se dirigió a Esmeralda. ¿Tú qué piensas?
–Es una posibilidad. La otra sería darle una
pastillita.
–¿Tardan mucho en hacer efecto? –preguntó
Piero.
–Depende. Media hora, algunos tardan más.
–Pues le damos una y a ver si funciona.
–Hay otra solución –intervino Pelos–. Pero
antes, debería hablar con Violeta.
Esmeralda y Piero se miraron.
–Os dejamos solos –dijo Esmeralda
cimbreándose graciosamente al levantarse–. ¿Vienes, Piero?
Abandonaron el despacho. Pelos se levantó y
fue a colocarse detrás de la butaca frente a mí, como si necesitara esconderse.
Le notaba tenso, como la tarde anterior cuando estuvimos trabajando en la
grabación de la boda.
–Violeta. Quiero pedirte disculpas.
–¿Disculpas? ¿Por qué?
–Será mejor que te lo cuente –respiró hondo
y continuó–. Ayer te iba a pedir si querías venir a las pruebas que iba a
hacer, pero me interrumpiste y ya no hubo ocasión. Tenía algunas ideas sobre
los reflejos de luz en el cubo y quise probarlos.
–¡No!
Supe por qué estuvo tan raro.
–Sí. Fui allí –tragó saliva… Vi las luces y
creí que alguien se las había dejado dadas. Empecé a hacer las pruebas…
–Así me pareció que las luces cambiaban.
Creí que era una secuencia automática.
–Me llevé un susto tremendo cuando me di
cuenta de que había alguien allí abajo, you know, y pensé en retirarme.
–Pero continuaste, ¿no es así?
–Sorry, I’m sorry. Creí que alguien se había
colado sin permiso, you know, así que me dije: si ellos están haciendo lo que
no deben, tampoco pasa nada porque continúe con mis pruebas. Podría probar las
luces sobre los cuerpos. La sorpresa vino después, cuando te reconocí. Para
entonces, ya llevaba un rato grabando, así que continué hasta el final.
La historia parecía fantástica. Cualquiera
pensaría que la grabación era obra de un voyeur, pero viniendo de él, que era un
perfeccionista y no dejaba de trabajar… podía ser verdad. No podía ser otra
cosa más que de la verdad.
–Debiste decírmelo, Ben.
–I know, pero… pensé que creerías que te
estaba espiando.
Me levanté y fui hacia él. Estaba temblando.
Era el día de consolar a los hombres. Primero a Carlos, después a Pelos. Le di
un abrazo.
–No pasa nada. Tú no tienes la culpa de que
estuviéramos donde no debíamos… haciendo pruebas igual que tú.
Aquello le hizo reír.
–Yo… he guardado la grabación para mis
estudios. Lo habría borrado en cuanto hubiéramos superado la fase del cubo…
–¿Es buena?
–Siento decirlo, pero creo que es mucho
mejor que la de hoy.
Volví a abrazarle.
–¡Ben, estamos salvados! –le besé en los
labios–. Eres un genio, pero para otra vez, avísame.
Pelos estaba desconcertado. Le creía, le
besaba… Fue un impulso.
–Y ahora, ¿cómo se lo decimos? –Pelos
frunció el ceño.
–¿A Piero y Esmeralda? Lo más sencillo es
decirles la verdad.
–Queda Carlos… yo no le diría nada.
–Tienes razón, necesita ayuda… ¿y quién
mejor que Esmeralda? Es mejor que un psicólogo.
Llamamos a Esmeralda y Piero y les pedimos
que vieran la grabación. Brisa y luces cambiantes, tonta de mí, que pensé que
al accionar aquel interruptor había desencadenado algún automatismo. Y que nos
hubiera pillado in fraganti, como a dos chicos traviesos… Nuestra aventura
privada había quedado al descubierto. Menos mal que no lo supimos entonces.
Cuando Carlos se volvió, su virilidad brilló en todo su esplendor bajo la luz
azulada.
–¡Mira el que no puede! –saltó Piero–. ¿De
dónde sale esto?
Pelos comenzó a explicar lo ocurrido. Quise
hacerlo yo, pero dijo que tenía que asumir su responsabilidad y entre los dos
contamos la increíble historia de cómo sin ponernos de acuerdo, habíamos
resuelto el trabajo del día. Piero empezó a reírse a carcajadas.
–Voy a tener que vigilar más estrechamente
lo que ocurre en los estudios.
Esmeralda no se sorprendió, tampoco dijo nada y permaneció muy quieta y atenta
a lo que sucedía en la pantalla. Estaba segura de que si le hubiera hablado en
aquel momento, no me habría oído.
¿Qué veía en esas imágenes para que la absorbieran
de aquel modo? Éramos Carlos y yo, haciendo el amor. Ella habría visto esas y
otras escenas mucho más subidas de tono, multitud de veces...
La sesión de cine erótico terminó. Después
de un rato, Esmeralda reaccionó. Parpadeó y se volvió hacia nosotros.
–Hacía mucho que no veía una interpretación
tan maravillosa. Es tan natural… Una pregunta, habrá más tomas, ¿no?
–Están todas en ese disco –dijo Pelos.
–Pues ya tenemos lo que queríamos. Hemos
salvado el día –Piero seguía riéndose–. Pero mañana, a Carlos le metemos lo que
haga falta para erguir su monolito.
–Traeré el botiquín –dijo Esmeralda.
–O volvemos a repetir la travesura –dije.