martes, 29 de mayo de 2018

Tatuaje. 1ª parte.


TATUAJE



     Casón del Buen Retiro. Laural dijo que había recuperado su nombre primitivo y era lo único que aparecía en la fachada, no había ninguna referencia a que fuera un espacio expositivo, ni siquiera en la puerta o en la botonera para comunicarse con el interior. Mi amiga pulsó C-3 y poco después escuchamos el clic que desbloqueaba el enorme portón. Empujó y entramos. Fue ella quien me convenció para visitar la desconocida colección perteneciente al legado del Espacio Expositivo de Arte Retrógrado del Prado, de la que nunca había oído hablar, pues su contenido era considerado tabú.

     Tras un mostrador de marmolina azul pálido que no desentonaba con el resto de los mármoles blanquecinos auténticos, había una funcionaria y un miembro de seguridad.

     —Laural Boroba y Silmanhia Peirez —la funcionaria nos tendió un marcador digital— firmad la solicitud de visita, en la que eximís al Casón del Buen Retiro de cualquier problema que pudiera derivarse de la visita a la colección.

     Era una precaución exagerada. La pantalla del mostrador mostró el documento con el nombre de mi amiga. Firmó sin leer, al igual que hice yo. Nos habíamos informado a través de la página que el Casón tenía en la WEBA, en la cual tuvimos que concertar el día y la hora de la visita.

     —Tomen las escaleras y al llegar arriba giren a la derecha.  

     —Gracias —respondí y nos dirigimos hacia las suntuosas escaleras.

     Nos acercábamos nerviosas a la primera sala y la puerta se abrió para nosotras. Un estrecho pasillo nos condujo hacia la derecha, apenas había dos metros de recorrido para llegar al cortinaje naranja. Lo aparté y entramos en la sala.

     La primera obra no medía más de cuarenta centímetros de alto. Era un paisaje boscoso en el que tras unos matorrales, había una figura femenina de espalda sonrosada. Un escalofrío recorrió mi espalda. Nuestras manos se encontraron y nos agarramos fuertemente, excitadas por el descubrimiento, como si fuéramos un par de adolescentes.

     Las siguientes obras se volvieron un poco más atrevidas y Laural, que no era muy habladora, comenzó a hacer comentarios, explayándose sobre la composición, el color, el dinamismo o los planos; evitando el motivo común a todas las ellas: las pequeñas figuras desnudas. Sin embargo, la figura de la última obra de la sala era mayor y ocupaba todo el lienzo. “Dama descubriendo el seno”, era de un grafitero renacentista llamado Tintoretto y en realidad mostraba los dos senos. Laural se había callado y apretaba mi mano, lo que estábamos viendo nos causaba una fuerte impresión.

     —¿Quieres que nos vayamos?

     —No —soltó mi mano.

     Otro cortinaje del mismo color nos separaba de la segunda sala, que resultó más atrevida que la primera. Laural la recorrió rápidamente y dijo que me esperaba en la siguiente. Cuando llegué a ella, la encontré sentada en el suelo contemplando una obra de grandes dimensiones con dos personajes de tamaño real. Comencé a hacer el recorrido, turbada y fascinada a la vez, habíamos pasado de los desnudos recatados y apenas visibles a otros de mayores dimensiones que mostraban una parte de su anatomía, y en la tercera sala nos enfrentábamos a los más explícitos.

     Encontré a Laural sentada en el suelo ante “Adán y Eva”, de un grafitero veneciano del Renacimiento llamado Tiziano. El manzano ocupaba casi todo el lienzo y ante él estaban los personajes de la leyenda de la manzana que trajo la supuesta maldición del laborar a la humanidad.  

     —Está desnudo —comentó Laural antes de vomitar.

     Estaba pálida y temblaba. Iba a bajar a llamar a seguridad, pero éste se presentó de inmediato.

     —No te preocupes —presionó una tecla en su i-phone—, lo que te ha ocurrido es bastante habitual.

     Lo sería, pero eso no hacía que desapareciera la preocupación por el estado de Laural, y aún así, no pude evitar volver a contemplar el grafiti. El cuerpo de Eva me resultaba fascinante, pero su contemplación fue interrumpida poco después por la llegada del pharmasicólogo y aunque resultara egoísta, sentí tener que marcharme. No dejaría pasar mucho tiempo para volver a aquel espacio expositivo, sola, para que nadie pudiera interrumpir la contemplación de aquellos cuerpos tan desnudos como el mío.



***



     Había tenido mucha suerte al encontrar un apartamento en aquella calle antigua donde las casas, el pavimento y cada detalle eran de una piedra marrón oscura que tenía un aspecto ancestral. Mi tía decía que me cansaría de tener que subir la cuesta cada mañana, pero no era así; lo que no quería era que después de tantos años, la dejara sola.

     Empecé a subir. A pesar de la lluvia caída durante la madrugada, el panadero estaba regando los tiestos de flores rojas que había colocado en aquellos salientes situados en los extremos del arco de su negocio. Todos los arcos tenían sus salientes y en algún momento debieron estar ocupados por algún tipo de adorno escultórico. La tienda de ropa vulgar aún estaba cerrada, era poco habitual que abriera a la hora. Un poco más arriba y en el lado derecho, había un individuo subido a uno de los salientes. No había ninguna escalera, ¿cómo había trepado hasta allí?

     Era el saliente del negocio que habían estado preparando la semana anterior y él, parecía el adorno escultórico que faltaba: sentado y con las piernas recogidas y abrazadas. Su cara me sonaba, pero no sabía de qué. “Retro detalles para la vivienda”, decía el cartel situado en la parte superior del cristal del escaparate.

  

*



     Al regresar a casa me detuve en la parte alta de la calle. Había vuelto a llover, y la humedad confería un encanto especial a la piedra. ¡No era posible! Aquel individuo continuaba sentado en el saliente. ¿Se trataba de un reclamo publicitario? Imaginé que a mediodía le habrían acercado la escalera para que pudiera atender sus necesidades vitales. Conocí una persona a la que le gustaba estar encaramado a las alturas… la aparté rápidamente de mi pensamiento, era un tema tabú. Bajé la calle fijándome en los salientes del lado derecho, todos vacíos salvo los del panadero; era todo un detalle por su parte alegrarnos con sus flores, los demás comerciantes deberían imitarle.

     La curiosidad pudo conmigo, y antes de llegar al comercio de Retrodetalles, giré la cabeza. El del saliente me estaba mirando. ¿Cómo no iba a hacerlo si no había nadie más en la calle? Aparté la mirada, y en ese momento, supe a quién me recordaba. Tuve miedo, pero me detuve; no podía quedarme con la duda, y volví a mirar. Continuaba observándome y le reconocí. El primer impulso fue echar a correr, pero me contuve y continué caminando con normalidad, temiendo escuchar su voz a cada paso; alcancé el portal y una vez dentro, aspiré profundamente, había estado conteniendo la respiración. Era el que acechaba en las alturas. Esperaba que no me hubiera reconocido.

     Nada más entrar en casa me senté frente a la ventana en la posición de relax astral. Absorbí la claridad a través de los párpados cerrados. Las burbujas de oscuridad latieron durante mucho tiempo antes de que consiguiera crear un mar color naranja. Naranja, amarillo, naranja, cambios tenues, lentos. Ralenticé la respiración, acompasándola al ritmo sosegado del mar y entonces intenté vaciar la mente de todo pensamiento. No lo conseguí, rechazaba al individuo encaramado y volvía a colarse en mi cabeza.

     Abandoné. Mis padres me enviaron junto a tía Edel-a, lejos de la ciudad que me vio crecer, pero no fue suficiente y tuve que acudir al psicoastrólogo durante años. Había pasado una década, había logrado olvidar y me había acostumbrado a Megamadriz. Parecía demasiada casualidad que apareciera en la megápolis, en la zona de Oldmadriz, en este barrio y en esta calle.



*



     Entré en la cabina de higiene integral y puse el vapor a treinta grados, algo más bajo de lo habitual. Había dormido mal, durante el relax astral no conseguí alcanzar el estado de vacío cósmico, ni siquiera me acerqué al nebuloso y los sueños adversos inundaron la noche. Volví a ser una recién nacida y estaba desnuda, nadie se había molestado en cubrirme. Iba a recibir mi primer tatuaje y el tintador de piel se desvaneció en el aire. Entonces, mi padre me tomó en sus brazos y caminó por las tierras yermas durante varios amaneceres hasta encontrar un tintador que estuviera dispuesto a imprimir sobre mi piel la marca de nacimiento. Una gran cantidad de dinero cambió de manos, pero por mucho empeño que puso, el tatuaje se desvanecía una y otra vez. Desnuda fui abandonada a mi suerte en las tierras yermas y desaparecí en la oscura soledad del abismo telúrico. Fue un sueño horrible y sin sentido.

     Nací en Escorpio y los astros me fueron favorables, hasta la adversa Antares mostraba aquella noche su mejor disposición. Mis padres habían elegido cuidadosamente el diseño del escorpión que adornaría el nacimiento de mi espalda al décimo día de la llegada a este mundo, pero algo debió suceder, que ni el astrólogo de la familia, cuya fama trascendía más allá de los océanos que rodeaban la vieja Europa, supo descifrar. La dermis rechazó el tatuaje y estuve a punto de morir, tuvieron que borrarme el círculo interestelar que había trazado el tintador.

     Rompí a llorar. La fortuna de mis padres era considerable, así que los pharmamédicos realizaron todas las pruebas posibles, con resultados desalentadores; mi dermis no toleraba que ningún tipo de tintura se adentrara en ella, se trataba de una enfermedad que se manifestaba en una persona entre un millón, y me había tenido que tocar a mí, que había nacido bajo el mejor de los auspicios. Pasado un tiempo, al pharmaalergólogo amigo de mis padres se le ocurrió probar con una tintura milenaria, la henna, y la toleré. Era muy cara, había que importarla de las tierras olvidadas, donde moraban aquellos cuya existencia negábamos. No haría un auténtico tatuaje, pero lo parecería.

     Tenía calor. Bajé la temperatura a veinte grados. Fue un alivio para mis padres. Encontraron a un joven grafitero dispuesto a realizar el falso tatuaje de nacimiento. Tuvo que aprender a usar la henna y se encargó de repasar el dibujo cada tres semanas. Entretanto, mis padres no perdían la esperanza de que la intolerancia desapareciera algún día, pero no fue así y el grafitero tuvo que empezar a trazar las líneas maestras a partir de las cuales se desarrollarían el resto de los tatuajes que irían llenando mi cuerpo desnudo. Seguía haciéndolo, pues la enfermedad no había tenido a bien abandonarme. Había pasado las últimas pruebas hacía menos de una luna.

     Empecé a tiritar y subí el vapor hasta los cuarenta grados antes de salir de la cabina. Comencé a cepillarme el pelo ante el espejo grande. Pelo negro intenso, piel pálida. Me gustaba contemplarme desnuda, tan vacía como esos grafitis antiguos que el Espacio de Arte Retrógrado del Paseo del Prado había relegado al Casón del Buen Retiro y que nadie visitaba. La primera vez fui con mi amiga Laural cuando aún estábamos en el Centro de Estudios Superiores, desde entonces había acudido sola, sin sufrir la más mínima animadversión, al fin y al cabo eran como yo. En un comercio de objetos arcaicos, bajo una polvorienta pila de e-books de papel, encontré un ejemplar de grafitis de desnudos y lo compré. Me gustaban especialmente las Venus decimonónicas inglesas.

     Dejé el cepillo sobre la repisa y me contemplé de perfil. A veces me preguntaba cómo podía gustarme mi cuerpo, debía ser el resultado de tantos años visitando al psicoastrólogo; un modo de conseguir superar los hechos, y aceptarme tal y como era. Me preguntaba qué sucedería el día que encontrara afinidad armónica en un joven, ¿toleraría su cuerpo cubierto de tatuajes?, ¿toleraría él el mío vacío? Tomé el espejo pequeño para observar el escorpión en la base de la espalda. El próximo martes vendría el artista Jhounes para a volver a delinearlo. Insistiría en trazar de nuevo las líneas maestras y algunos tatuajes más, pero había renunciado a ello; sólo quería ostentar el signo que me fue negado. Era una buena persona. Una vez me pidió que le mostrara las nalgas, y lo hice. Pensé que le gustaba cuando posó sus manos en ellas, pero enseguida pidió que las tapara; fue una desilusión.

     Sabía por qué había tenido el sueño, el que acechaba en las alturas me había encontrado. Tantos años de terapia para nada, había vuelto y no era capaz de enfrentarme a él. Al salir del portal, giré a la derecha, bajé hasta el cruce y ascendí por la calle paralela. Si me reconocía y… No lo soportaría de nuevo y lo peor sería tener que abandonar Oldmadrid, peor que resultar agredida y repudiada. No podía perder el empleo, había tenido mucha suerte al conseguirlo tan joven; no volvería a tener otra oportunidad como ésta.

     Había estudiado en el Centro Superior de Conocimientos de Audioimagen y me especialicé en trazados a mano, aún sabiendo que no deseaba ser tintadora. Realicé la masterproyecto basándome en una idea extravagante, aplicar el estilo de los tatuajes más elegantes a las prendas de vestir, y no debí hacerlo mal cuando al ver los primeros esbozos, mi tutor me animó a continuar. Cuando expuse el resultado de mi labor ante la comisión evaluadora, obtuve una de las calificaciones más altas y fui recomendada a una empresa que fabricaba prendas de vestir. Fui admitida como aprendiz sin sueldo. Eso sucedió hacía tres meses y ya había cobrado el primer sueldo, que me permitió independizarme de tía Edel-a y alquilar el apartamento. Había pasado de estudiante a laboradora, saltándome unos años de prelaboradora de los que casi nadie se libraba; y ahora aparecía él para echarlo todo a perder.



*



     Había pasado la semana dando un rodeo para esquivarle y tan deprimida que estuve a punto de acudir al psicoastrólogo. Me sentí mejor después de comprar un potente anillo aturdidor en el mercado ilegal, y cuando llegó Jhounes, tenía preparado un nuevo diseño: un escorpión listo para clavar su aguijón. Preguntó si estaba segura de querer cambiar mi tatuaje de nacimiento por algo tan agresivo y claro que lo estaba, era lo que necesitaba en ese momento. Esta vez no iba a ser yo quien huyera, sería él quien desaparecería de mi vida, para siempre. El guante me había dado la idea, e hizo que recuperara la confianza.

     La empresa acababa de recibir el dermocrilato, un tejido experimental procedente del otro lado del Atlántico y para probarlo, me pidieron que diseñara unos guantes. Decidí experimentar conmigo, así que en vez de llamar a la modelo, escaneé mis manos, diseñé unos guantes que ascendían irregularmente más allá de la muñeca y los cubrí con trazos de ligeras curvas envolventes. Entregué el diseño al técnico de la fotocopiadora tridimensional y poco después tenía los guantes sobre mi mesa. Se adaptaron a mis manos como una segunda piel. Al pasar la mano por la mejilla los noté cálidos, como si no los llevara puestos y al contemplarlos pensé que había sido una pena no emplear los trazos que había ideado para mi cuerpo, sobre un fondo que tuviera el tono de la piel; habría parecido que llevaba las manos desnudas, pero no vacías.

     Pasé la noche en vela. Quería hacerlo, pero no me atrevía, y si no lo hacía, tendría que abandonar la ciudad. Él siempre se había salido con la suya. Al amanecer decidí que no podía seguir así. Fui a la sala de aseo personal y contemplé en el espejo el nuevo tatuaje de nacimiento, la escorpiona a punto de clavar el aguijón: esa iba a ser yo, aunque no sabía de dónde iba a sacar fuerzas para hacerlo. Yo no era así, pero debería serlo, por mi bien. Seguí contemplando la escorpiona, sería así, le clavaría el aguijón. Debí alcanzar alguna clavija en mi cabeza, porque empecé a sentir la rabia, y supe que desaparecería de mi vida.

     Saqué la carpeta de los diseños que había imaginado para mi cuerpo en el caso de que algún día remitiera la enfermedad y los llevé a la empresa. Acudí a la sala del escáner, donde el técnico se limitó a hacer su labor sin extrañarle que fuera yo la modelo y le pidiera que tomara también el tono de piel. Cargué el resultado en la unidad computerizada junto con el diseño de los tatuajes. No tenía permiso y realizar una prenda que me cubriera de pies a cabeza iba a resultar excesivo, así que decidí conformarme con unos pantis. El técnico de la fotocopiadora no hizo ninguna pregunta y una hora después, tenía la prenda. Estaba tomando un gran riesgo, algo que no hubiera sido capaz de hacer unas horas antes. Habían aflorado los valores negativos de mi signo, esos que siempre había rechazado y otros que ni siquiera sospechaba que existieran.

*

miércoles, 16 de mayo de 2018

A la moda


A LA MODA

     Tuve un nuevo ataque de tos que me provocó un leve dolor de cabeza, lagrimeo y un atasco de nariz que me obligó a respirar por la boca. La pharmamédico dijo que parecía una variante de la gripe F, pero en vez de recetarme la dosis necesaria para la resalutación, había llamado al pharmainspector; y eso resultaba preocupante. Poco después, la puerta se abrió y unas botas que parecían pisar escarabajos se fueron acercando hasta situarse en algún lugar a mi derecha.
     —Phélix Fin. Póngase en pie —fueron palabras cortantes, de alguien acostumbrado a mandar.
     Era un inspector, así que hice lo que me pedía sin rechistar; de lo contrario podría ser expulsado del sistema pharmasanitario y no gozaba precisamente de buena salud en ese momento. La pharmamédico miraba la pantalla de su unidad computerizada como si aquello no fuera con ella.
     —Vuélvase —lanzó una nueva orden.
     Me volví hacia el hombre de rostro serio con uniforme morado oscuro. Me miró de arriba abajo como si fuera un escarabajo y acto seguido sacó una cámara del bolsillo para tomar una tridimagen de mi persona sin pedirme permiso, lo cual era ilegal.
     —Acompáñeme —fue su tercera orden. ¿No sabía dialogar?
     Seguí a las suelas que sonaban a escarabajos pisoteados hasta el ascensor, donde estornudé repetidas veces, entonces sacó un espray y lo roció en torno a su rostro antes de pulsar el botón del sótano. ¿Entraría dentro de su dosis de pharmamedicamentos preventiva?
     El sótano resultaba un lugar deprimente, tan gris y oscuro que parecía que hubiéramos abandonado el pharmahospital. Seguí a los escarabajos pisoteados, tosiendo y moqueando, a través de aquellos pasillos tan poco saludables, hasta que abrió una puerta y entró. Tomó asiento en la butaca y empezó a laborar en la unidad computerizada. La habitación no era diferente a lo que habíamos dejado atrás, una mesa pequeña, una butaca y un taburete en el que no me atreví a sentarme; todos ellos plasticosos y de un color indefinido.
     —Firme ahí.
     En la mesa frente a mí, había una pantalla flexible con tactolápiz. En el documento aparecía la foto que había tomado sin mi consentimiento. Firmé sin leer lo que ponía, porque cualquiera le llevaba la contraria; podría tener consecuencias tan funestas como ser expulsado del sistema pharmasanitario, lo que equivalía a una muerte segura.
    —Pharmasanidad no cubre las afecciones derivadas del uso de una vestimenta inadecuada durante la estación invernal. Tendrá que pagar de su bolsillo los gastos de resalutación.
     —Sólo tengo veintiséis años —la voz me tembló. Era la primera vez que me dirigía a él—. Aún soy prelaborador y no tengo modo de pagar la medicación —estornudé tres veces seguidas.
     —Va casi desnudo y ni siquiera lleva una capa protectora. ¡Inconsciente! ¡Retírese!
     Salí del despacho con un ataque de tos y moqueando. ¿Qué culpa tenía de haber contraído la gripe F? Tomaba la medicación mensual preventiva, así que correspondía a PharmaSalud cubrir las enfermedades imprevistas. Pensaba que estando en la unidad familiar tenía todo cubierto y al parecer no era así. Una capa protectora de tecnocrilato transparente no era precisamente barata y mis padres se negaron a comprármela alegando que podía vestir como un ser normal y dejarme de tonterías; fue entonces cuando me fui de casa.
     Estornudé varias veces al salir del edificio. Hacía frío, aunque apenas lo sentía y no estaba dispuesto a cambiar mi modo de vestir por la estrechez de miras de los arcaicos; ninguno de ellos, ni el inspector ni mis padres iban a decidir mi modo de expresarme, ellos ignoraban que yo tenía mi propia personalidad. Volví a estornudar, se me atascó la nariz y empecé a toser sin parar. Esperaba encontrarme bien para el día del concierto.

...

     No podía ser… ¿o sí? Cada tarde, al salir del Centro Superior de Conocimientos Nanotecnológicos, pasaba por aquella calle, y nunca se me ocurrió detenerme ante el vulgar escaparte de aquella modashop que desentonaba en la zona más cool de la ciudad; pero algo había cambiado, por lo pronto su nombre, ahora se llamaba ModaShane. Tal vez lo que estaba viendo mereciera la pena.
     Crucé la calle y me acerqué al escaparate. ¡Oh, qué cool! Aquel, era de lejos el mejor monovestido que había visto. ¡Qué cool! Era una auténtica monada, nada de los habituales desgarrones a lo largo de brazos, piernas y abdomen; el conjunto en sí era un puro desgarro, y presentaba un color indefinido, entre elegante y sucio. Era muy, pero que muy cool, no había visto nada igual.
     Tendría que convencer a mamá y ya me imaginaba lo que me iba a decir: Elhossia, tus estudios nos cuestan una auténtica fortuna, y acabo de comprarte un vestido —el que llevaba puesto—, y tienes el armario lleno. Tenía razón, pero nada de lo que tenía se podía comparar con el monovestido del escaparate. Encontraría el modo de convencerla, aunque tuviera que destrozar éste. En ese momento, la puerta de ModaShane se abrió y asomó una mujer de unos treinta y cinco años.
     —Impresiona. ¿Verdad?
     —Me parece una auténtica obra de arte.
     —Es un puro zarpazo. Deberías apreciarlo de cerca —me trataba como si en vez de estudiante fuera laboradora.
     —Me gustaría.
     La dependienta me abrió la puerta cual sugeridora, tal vez lo fuera. Se acercó al vestido, cuidando no ocultarlo a mi vista. Como bien había dicho, era un puro zarpazo, auténticamente salvaje. Cool, totalmente coooool.
     —Es un diseño de Cocot Lapit, el diseñador que ha deslumbrado a la gente más elegante al otro lado del Océano Atlántico —allí estábamos solas las dos y ella seguía explayándose, alabando emocionada y a partes iguales al diseñador y al monovestido—… Te sentaría genial. ¿Quieres probártelo?
     Sonaron las palabras que estaba deseando escuchar, las que jamás habría pronunciado una sugeridora, así que ella era la vendedora, o la dueña de la modashop.
     —Me gustaría —no pude resistirme a su invitación.
     El vestuario era la habitación trasera. La dependienta me ayudó doblando el vestido que acababa de quitarme y que en ese momento me pareció de un vulgar subido. Lo colocó con sumo cuidado sobre uno de los cubos que había en la habitación, esa sería la última vez que recibiera un trato tan exquisito, porque el vestido iba a sufrir un desgraciado accidente.
     Los enormes espejos me mostraron una nueva y maravillosa imagen en la que me costó reconocerme. El fabuloso monovestido de Cocot Lapit me ajustaba a la perfección, estaba hecho para mí. Giré, me balanceé y agaché. Perfecto, aunque las bragas oscuras se veían horribles. Tendría que usarlo sin ellas, lo cual plantearía un problema con mamá.
     La dependienta había permanecido sentada en uno de los cubos observándome. Se levantó, vino hacia mí y arrugó la poca tela que había sobre el hombro con suma delicadeza, instantes después tenía unas pinzas diminutas colocadas sobre la doblez. Después realizó la misma operación sobre el otro hombro antes de volver a alejarse.
     —Ahora sí, te queda perfecto.
     Tenía toda la razón, la prenda me ajustaba como un guante, el desgarro resultaba divino y el color destacaba el tono tostado de mi piel; un color que variaba sutilmente al ponerle los dedos encima, sugiriendo un tacto entre metálico y carnoso.
     —Es aramidha microcarbónida y es la primera vez que se usa en una prenda de vestir. Además, los enlaces electroquímicos del tejido proporcionan calor incluso allí donde no hay tejido, no necesitarás llevar capa. Ah, se me olvidaba mencionar que va acompañado de un conjunto de lencería que habrá que teñir. ¿Me permites que tome nota del tono de su piel? —acababa de resolver el detalle que daría a mamá un argumento para no comprármelo.
     —Por supuesto —sin duda era una buena vendedora y me ayudaría a convencer a mamá.
     El monovestido estaba hecho para mí. Combinaría con unas deportivas de dos piezas, esas que iban sesgadas por arriba de la puntera al talón. Tal vez fuera posible forrarlas en aramidha microcarbónida, por supuesto del mismo tono del vestido.

...

     Llevaba una semana en la cama y apenas había comido ni bebido durante ese tiempo. Era el gran día y no me sentía con fuerzas para salir, pero mis amigos dijeron que no me lo podía perder y me levantaron a la fuerza. Dijeron que olía mal y me metieron en la ducha. La okupvivienda no era un dechado de comodidades y el agua fría no me sentó demasiado bien. Quise volver a la cama, pero lo impidieron y poco después me encontraba en la calle, tomado de ambas manos como si fuera un pequeñajo.
     Dijeron que se me pasaría la tontuna con un poco de aire fresco, que en realidad era muy frío. Se quejaron de tener que tirar de mí, pero estaba cansado y me costaba caminar, así que acabaron soltándome. Lo aproveché para rezagarme y aunque resultara vergonzoso, me bajé la camiseta hasta el ombligo y tiré de los pantalones hasta que no quedó ningún centímetro de piel expuesta al gélido frío; fue algo así como llevar una capa.
     Los extranjeros eran muy puntuales y casi llegamos tarde por mi culpa, pero apenas me tenía en pie y no podía caminar más rápido. En cuanto vieron cómo llevaba la ropa se escandalizaron y me llevaron tras un contenedor de basura. En el hediondo lugar me enrollaron la camiseta al cuello afianzándola con el tirante y pese a las protestas, me bajaron los pantalones y ciñeron el cinturón en torno al muslo como si fuera un torniquete. No me gustaba que me tocara alguien de mi sexo. Pasando frío de nuevo, entramos en el recinto del concierto.
     El sublime bateronista realizó una introducción genial, tras la cual presentó a Printin, que no se hizo esperar. Rasgueó la guitarra alitrónica como sólo él sabía hacer, no en vano era su creador. Comencé a bailar a pesar de estar cansado, porque con la ropa bien puesta tenía un frío espantoso y no paraba de toser y moquear; pensé que si lograba sudar se me pasaría. Maldita gripe F, ¿cómo la habría pillado?
     Al segundo tema la tiritona empezó a remitir, no así el cansancio; me habría encantado quedarme en casa bajo la manta, pero no podía fallar a mi tribu, sin ellos no era nadie. Me pasaron la botella de whiskín que habían logrado meter en el recinto y al segundo trago, las toses se espaciaron. Fue entonces cuando me fijé en la joven cuyos movimientos sensuales resucitarían a un muerto, o a un enfermo de Gripe F sin resalutación, porque de inmediato me sentí más animado. Era una pij-i-llina, y su vestido no podía estar más destrozado, pero tenía un buen revolcón. La perfección no existía, así que debía ser fea de espanto.

...

     Sólo quería bailar mientras escuchaba al gran Blus, era el mejor. Lástima que tuviera que compartirlo con la panda de undi-grauns que tenía delante, adolescentes indecisos y llenos de prejuicios empeñados en contrariar toda norma sin una razón válida o convincente. Sólo había que mirarlos, cómo tapaban los agujeros de la ropa con tejidos que ellos mismos grapaban con torpeza.
     Me volví para no tener que sufrirlos, y entonces apareció aquella cara desamparada. Era una lástima, pero aquella noche tenía bastante con escuchar a Printin. Continué el giro y me volví hacia mi ídolo en el momento en que concluía “Nacido en Este País” con aquel rasgado tan particular que sacaba a su guitarra alitrónica. Aplaudí con entusiasmo, mientras Blus se secaba el sudor de la frente con el paño violeta que colgaba de la alitrónica. Le adoraba por su música, pero estaba tan seguro de sí mismo, sabedor de que nos tenía a todos rendidos a sus pies, que nunca sería mi tipo.
     —¿Unos toquecitos, nena? —no podía creer lo que veía. Ante mí tenía un mocoso al que sacaba una cabeza.
     ¡Undi-graunds descerebrados con las hormonas alteradas! ¿Cómo se atrwvían a proponerme tal cosa? Amparado en los tres amigos que le rodeaban, en manada, no podía ser de otro modo. Dio comienzo “Pharmarrechazado”, un tema polémico que sólo alguien como él podía permitirse, lo cual me dio ánimos para lanzar un gesto obsceno a los undi-grauns y seguir bailando mientras buscaba un lugar más agradable hacia la zona en que había asomado la cara desamparada. 
     Acaababa de pasar de undi-grauns a no-niuds, no es que me cayera especialmente bien una tribu que se empeñaba en llevar la ropa en torno al cuello y los tobillos, pero al menos habían dejado atrás la estúpida adolescencia.

 ...
 
     Pues no estaba mal de perfil, con esa nariz respingona, esos labios carnosos, y esa barbilla redondita redondita; pero al volverse, sobrepasó todas mis expectativas y sufrí un tremendo ataque de tos. Tenía el rostro más impresionante que hubiera contemplado jamás, acompañado de un físico tan espectacular como el de las chicas de los videojuegos. Parecía más joven que yo, pero de todos modos, no me iban las pij-i-llinas.
     La pij-i-llina continuaba contoneándose mientras se abría paso hacia nuestro grupo, y debían ser imaginaciones mías, no apartaba los ojos de mí. Pedí el whiskin para detener la tos y acabé la botella. Enredé los dedos en la camiseta. El tirante se soltó y comencé a desenrollarla. ¿Por qué estaba nervioso? Tenía una pinta asquerosa, resultaba del todo imposible que se fijara en mí. Y yo, ¿por qué no apartaba la mirada o me daba la vuelta? Tal vez lo que me atraía de ella, era saber que podría pagarse la resalutación de todas las gripes que contrajera, el mundo estaba mal repartido.
    Phélix —mi amigo me soltó un manotazo y comenzó a subirme la camiseta—; estás haciendo el ridículo. 
     —Déjame —aparté sus manos—, ya lo hago yo.
      Blus susurraba el estribillo de "Pareja sexual" y no quería que ella pudiera creer que el idiota de mi amigo y yo teníamos un lío. Tosí y me entró la tiritona. ¿Cómo se iba a fijar semejante diosa en mí?
 
...
 
      Sabía que era atractiva, pero jamás había provocado una reacción tan bestial; en cuanto supo que iba por él, comenzó a temblar. Por detrás de mí, sobre el escenario, el gran Blus interpretaba “Pareja sexual”, una de sus mejores baladas. No sabía qué era mejor, si su voz o el modo en que hacía hablar a su guitarra alitrónica. Como era costumbre hacer en las baladas, torcí la cabeza hacia la derecha y empecé a girarla lentamente. 
     Le tenía muy cerca y temblaba el pobrecito. Había dejado de bailar, estaba asustado y tenía la frente brillante por el sudor, como Blus. Todo él temblaba, había provocado en él una impresión bestial. Abrí los labios como si fuera a besarle, entonces él inclinó la cabeza y comenzó a girarla.
     Tenía todas las las miradas de los no-niuds clavadas en mí, pero al contrario de los undi-grauns, éstos se habían ido apartando a sabiendas de quién era el que me interesaba, el único necesitado de todos ellos.
     —Voy a cuidad de ti —le dije al oído y cogí su mano—. Lo siento Blus, él me necesita —dije para mí.
 
...
 
     La diosa se había situado frente a mí y no apartaba la mirada. Abrió esa boca sensual, aunque no dijo nada. Me hubiera gustado besarla, pero lo único que hice fue inclinar la cabeza y empezar a girarla. No iba a ocurrir, en cuanto viera lo mal que estaba se alejaría. Podría haberme sucedido unas semanas atrás, cuando aún me encontraba bien, pero había tenido que encontrarla en el peor momento. Acercó el rostro al mío y una voz mucho más hermosa que la de Printin, dijo que iba a cuidarme; eso fue lo que entendí. 
     Su mano agarró la mía, con la otra acarició mi cabeza y sin dejar de mecerse sensualmente, tiró de mí alejándome de mi tribu. Iba a cuidar de mí, tal vez fuera pharmamédico y quería resalutarme, y si además quería unos toquecitos, tampoco me importaría. 
     Atravesamos un enjambre de sombras humanas con algunas de las cuales tropecé, pero ella estaba allí para disculparme ante ellos y evitar que cayera; había empezado a ayudarme. La travesía resultó larga y agotadora, tuve que emplear unas fuerzas que no tenía, y al fin llegamos a una zona más despejada. Deseaba tanto detenerme y poder sentarme aunque fuera un momento, pero no quería contrariar a la diosa que me iba a cuidar.
     Llegamos a un jardín donde había una pareja dándose toquecitos en el banco y más allá, sobre el césped, otras dos. La voz de Blus Printin sonaba lejana. Fue un alivio poder descansar, ella me ayudó a recostarme sobre la hierba y no me importó que estuviera fría. Esperaba que no hubiera escarabajos, me daban mucho asco. Se sentó a mi lado y su pierna se acomodó cálida en el costado. Tenía la impresión de que me contemplaba fascinada, como si fuera el no-niud más guapo del mundo. Acarició mi rostro con suavidad, descendió por la garganta y depositó su calor sobre mi pecho; fue como recibir una dosis de pharmamedicinas de efecto rápido. 
 
...
 
     Temblaba de frío y debería haber llevado una capa. No entendía la moda no-niud, estaba bien para el verano, pero era terrible en una noche tan fría. Me necesitaba, como nadie me había necesitado jamás, necesitaba que le transmitiera un poco de calor, así que empecé a acariciarle. Sus ojos me miraron tiernamente antes de cerrarse. Las caricias no le animaban, así que me tendí sobre él y absorbí su frialdad, más propia de un bloque de marmolina que de un ser humano. Abrió los ojos y me sonrió. 
     Me excité sobremanera cuando comencé a masajearle de arriba abajo, con las manos y con todo mi cuerpo. Mis cuidados parecieron surtir efecto, había dejado de temblar, tenía abiertos los ojos y sus manos se deslizaban por mi espalda. También él había comenzado a excitarse, no era inmune a mis encantos. Resultaba todo tan cool…
 
...

     La diosa era maravillosa y no entendía cómo había podido interesarse en mí, si buscaba un no-niud, cualquiera de mis amigos estaba en mejores condiciones. Estaba muy excitada y me sentía incapaz de corresponderla, tan solo pude colocar las manos sobre su cuerpo, dejando que los dedos se zambulleran bajo la tela del vestido agujereado. Ella estaba caliente, pero la hierba enfriaba mi espalda. A ella no parecía importarle mi torpeza y continuó masajeándome hasta que consiguió que entrara en calor.
     No creí ser capaz de corresponderle, pero ella era una diosa capaz de resucitar a alguien tan enfermo como yo, y pude corresponderla con la fuerza de quien no lo está. Fui su elegido, y consiguió que me sintiera casi un dios.

...

     Cuidé de él y me entregué tan a fondo que dejé de escuchar a Blus y no volvería a hacerlo hasta mucho más tarde, cuando reposábamos adormecidos sobre la hierba y entonaba la balada “Túnel de Amor”, con ella concluyó el concierto. Me había perdido gran parte del mismo, pero había hecho feliz al chico que reposaba a mi lado, no había más que mirarle, aún dormido conservaba la sonrisa. Acaricié su pecho. No estaba tan frío como antes, pero volvería a helarse si seguía allí tumbado.
     —Despierta —había caído en un sueño profundo. Era tan cool, que no me importaría volver a cuidar de él.
     Le incorporé levemente, pero no despertó. Le di unos cachetes suaves y después más fuertes sin que respondiera. No quería alarmarme, pero al acariciar el lugar en el que debería palpitar el corazón, no sentí nada. Palpé a derecha e izquierda, sin encontrar latido alguno.
     No podía dejarle allí y tampoco quería buscarme problemas. Entonces rebusqué en los bolsillos de su pantalón arrebujado hasta dar con el relophon-i. Pulsé emergencia y lo dejé sobre su pecho antes de alejarme. Al menos había llevado un poco de felicidad a sus últimos momentos de existencia. Había sido tan cool…