martes, 30 de diciembre de 2014

LA PERFORMANCE. Segunda parte. Capítulo 2.



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El anuncio



   Allí estaba, como cada día desde hacía una semana, esperando que dieran las ocho; faltaban cinco minutos y ya estaba sentada delante del televisor como una vulgar teleadicta.

   –¡Ay! Estoy deseando que empiece –Cristina trajo un par de coca colas, apagó la luz  y se sentó a mi lado–. Seguro que ha quedado tan bien como el anterior.

   –Es parecido. Hemos introducido algunas variaciones, pero no te cuento más.

   Ella tampoco se lo perdía, estaba tanto o más emocionada que yo. Abrimos las bebidas.

   La televisión enmudeció y la pantalla se volvió azul oscuro. En el centro apareció el logotipo de la Cadena 13 y se desvaneció cinco segundos después para dar paso al eslogan: “El Artista del siglo XXI”. Estaba hecho a imagen y semejanza del logotipo, con los mismos colores naranja y rojo. Piero lo había querido así.

   Sonaron los primeros compases del “Amanecer en el Gran Cañón” y amaneció a golpe de percusión y órgano retumbante, mientras el saxo extendía la suave aureola azulada que iba iluminando el insólito pedestal, colmándolo de reflejos.

   Los primeros días busqué los defectos y las posibles alternativas a lo que había hecho, hasta que un día me olvidé de ello y empecé a disfrutar de las imágenes, sin más; y entonces me parecieron preciosas. Cristina me agarró la mano. Llegaba el momento en el que hablaba.

   –El pedestal está vacío, a la espera de ser ocupado por el Artista del siglo XXI –todavía no me había acostumbrado al sonido modificado de mi voz–. Será hijo de artistas.

   Anocheció. Silencio y oscuridad azulada. No me atrevía a beber por no romper la magia del momento. Surgieron mis labios, teñidos de pálido azul. Cristina apretaba mi mano con fuerza.

   –Soy artista y daré a luz al artista del siglo veintiuno.

   Los labios fueron de un intenso celeste y la percusión comenzó a sonar muy discreta.

   –Busco al artista progenitor.

   Labios entreabiertos, brillantes y púrpuras.

   –Si tienes aptitudes artísticas, podrías ser el elegido.

   Labios sensuales de un deslumbrante rojo fuego. Se cerraron lentamente sobre la oscuridad azulada, camuflándose en el azul antes de desvanecerse. Después apareció el número de teléfono, 913131313, en naranja intenso bordeado de rojo oscuro.

   Fin.

   Excesivamente sensual, había dicho el psicólogo. Era como una veleta a merced de un viento cambiante. En la primera entrega, quería más intensidad, ahora le parecía excesiva; a mí me gustaba cómo había quedado.  

   –Yuuupiiiiih –el gritito me sobresaltó–. ¡Está muy bien!

   Soltó mi mano, se me echó literalmente encima y me abrazó. Sí que le había gustado, no solía ser tan efusiva.

   Sonó la sintonía del telediario y éste comenzó. Harían algún comentario de la Performance, como todos los días; pero yo, ahí, ni cortaba ni pinchaba. Era su publicidad.

   –La SGAE pretende sacar dinero de la performance de Cadena 13 –fue oírlo y nos soltamos dispuestas a enterarnos de la noticia–. La sociedad general de autores se ha puesto en contacto con Cadena 13 para exigir el pago de cinco mil euros, en concepto de uso y difusión pública de la música utilizada en el primer capítulo de la video-performance “El artista del siglo XXI”.

   –Cadena 13 –dio réplica la locutora–, se puso en contacto en su día con Paul Winter, el compositor de la música, quien cedió los derechos de uso para la video-performance de manera gratuita. Todo fue legal, ¿no?

   –Sí, pero la SGAE sigue diciendo que Cadena 13 debió pedirles permiso a ellos y pagar el canon estipulado. Amenazan con llevarla a los tribunales si no hace efectivo el pago en las próximas  cuarenta y ocho horas. Cinco mil euros.

   –¿Por decir su nombre en público también hay que pagar? –la locutora puso cara de asustada–. Les has nombrado –bajó la voz– tres veces.

   Pasaron a la siguiente noticia. Me levanté a encender la luz y apagué la tele.

   –Más publicidad para mi obra –dije.

   –¿Mejor que ésta? –Cristina cogió el primer periódico del montón–. Cadena 13 pone en marcha la Video-performance “El artista del siglo XXI”.

   Sobre la mesita se apilaban los periódicos que había ido comprando durante toda la semana.

   –Todavía son muy suaves, aún no saben a qué atenerse. Mira la de ayer –cogí el diario abierto por la página en cuestión y leí–. Cadena 13 encuentra una nueva forma de promocionarse, anunciando un programa que nadie se atrevería a realizar. Y puedes estar segura que lo dudan de verdad.

   –Menuda sorpresa se van a llevar. Brindemos por ello.

   Dejamos los periódicos cuyas noticias sobre la Performance casi nos sabíamos de memoria. Levantamos las latas y las chocamos. Mi teléfono sonó.

   –Alguien que quiere felicitarte –dijo Cristina.

   –¿Alguien? Nadie sabe de mi Performance.

   Estiré el brazo y lo cogí. Era mi madre.

   –Hola, mamá.

   –Hola Violeta. Estaba viendo la televisión, esa nueva cadena, la 13. ¿La conoces?

   –De oídas, me suena –me asusté. Esperaba que no le hubiera dado otro pálpito–. Ya sabes que casi no veo la tele.

   –Pues ponla mañana, a las ocho y media. Es que ponen un programa, que si no te conociera, diría que te has metido a actriz. Parecían tus ojos, aunque la voz no era la tuya. ¡Tienes que verlo!

   –Sí, sí, lo veré. ¿A qué hora dices que es? Sí, mamá. Un beso. Ya te contaré –colgué el teléfono.

   Si habíamos distorsionado la voz y los ojos también habían sido retocados. La idea era permanecer en el anonimato hasta el momento en el que eligiera al padre. ¿Cómo había podido reconocerme?

   –¿Desde cuándo ve tu madre la tele?

   –No lo hacía. Me ha dejado de piedra.

   –La que se va a armar cuando se entere –Cristina me miró preocupada.

 Óleo del autor

miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA PERFORMANCE. Segunda parte. Capítulo 1.



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Presentación

   Tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam. El sonido del tambor acariciado con los dedos emergió en medio de la oscuridad, haciéndola vibrar. Tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam. Una ligera brisa despertó en la lejanía, un eco melodioso, era el soplo discreto del saxo. Tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam. Un leve temblor surgió de las entrañas de la tierra, una vibración armónica e insistente, que costaba asociar al acorde grave y sostenido del órgano. Tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam. El saxo y el órgano sonaron más alegres y la oscuridad perdió su intensidad, entonces se hizo visible la silueta casi circular. El órgano restalló más profundo, el saxo más amplio y un sol azulado fue obligado a irrumpir sobre un horizonte incierto, envolviendo a la silueta en el aura azulada del extraño amanecer; quedaron definidos sus contornos y realzado su volumen. Al ritmo del tambor, el sol se elevó reflejándose en las caras del poliedro, ascendiendo polígono a polígono, mientras la melodía se iba apagando. Al destellar sobre la cara superior quedó un sordo repiqueteo de tambor y de algún lugar incierto, surgió mi voz distorsionada, suave y cristalina.
   –El pedestal está vacío, a la espera de ser ocupado por el artista del siglo veintiuno.
   Tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam. El sol azulado se apagaba y el repiqueteo desaparecía.
   –¿Quién será el artista elegido, el que ocupe el pedestal?
   Una oscuridad azulada, un precipitado atardecer lo envolvió todo.
   –El artista que represente la estética del siglo veintiuno, no se forjará en la facultad, sería demasiado tarde si de verdad quiere ser un gran artista –mi voz reverberaba en un fluctuante azul oscuro plagado de ligeros destellos de luz titilante–. Retrocedamos unos siglos.  
   Se formó una neblina azulada y los destellos de luz giraron hasta dar forma a un niño que no más de diez años, se hallaba en el taller de un pintor barriendo el suelo y de vez en cuando se detenía para mirar cómo pintaba. La escena se fundió en la neblina azul y surgió otra en la que el maestro enseñaba al aprendiz a moler los pigmentos y preparar los colores. De nuevo la neblina y el aspirante a artista hacía su primer dibujo. La bruma lo borró y a continuación dibujaba con seguridad sobre el lienzo, siguiendo el boceto del maestro. Más niebla y el joven, casi un adulto, pintaba su propia obra. La imagen se disolvió en la noche azulada.
   –Conocimientos de arte acumulados a través de los siglos y tristemente olvidados a lo largo del siglo veinte.
   El puente de Charing Cross, de André Derain se materializó en la oscuridad. El violento azul oscuro de las casas, el puente y las barcas, destacaban sobre un río amarillo de orilla roja y un cielo rosa sobre edificios verdes. Color emocional.
   –Fauvismo –fue la primera de una serie de imágenes proyectadas durante cinco segundos cada una–. Cubismo. Futurismo. Expresionismo. Abstracción. Surrealismo. Expresionismo abstracto. Pop art. Op art. Neorrealismo. Nueva abstracción. Neoexpresionismo –la oscuridad volvió tras la última imagen–. Todavía hay más, son demasiados movimientos artísticos para nuestra frágil memoria.
   Surgió una nueva imagen, Green Forest, de Natalia Gontcharova. Sobre un fondo negro supuestos haces de luz surgían en varias direcciones, líneas azules, blancas y verdes.
   –Rayonismo, ¿alguien lo recuerda?
   La imagen permaneció más tiempo que las anteriores.
   –Olvido, y no sólo del pasado. Los artistas intentamos cubrir con un velo el último movimiento, para crear otro que nos dé a conocer. Desesperemos, pues antes de que el nuestro haya visto la luz, asomará el siguiente.
   Volvió el niño. Era más joven y estaba sentado en la calle, haciendo trazos con una ramita sobre el suelo polvoriento.
   –Ahora tenemos la posibilidad de formar al artista desde su más tierna infancia, e incluso ir un poco más allá –el niño decreció a toda velocidad, hasta aparecer en el seno materno–. Su educación puede comenzar en el momento de su gestación –la madre y el padre cantaban a dúo al tiempo que ejecutaban los primeros trazos sobre un lienzo.
   Hubo un instante de oscuridad azulada y vacía.
   –El futuro artista será hijo de artistas.
   De la oscuridad surgieron dos puntos brillantes, blancos. Irradiaron filamentos marrones y una claridad azulada los encerró en sendos círculos: unos ojos profundos e intensos, los míos.
   –Daré a luz al artista del siglo veintiuno…
   Las pupilas se dilataron perceptiblemente.
   –Y busco al progenitor…
   Los párpados se entornaron y abrieron.
   –Podrías ser tú.
   Los ojos se cerraron. La oscuridad azul permaneció.
   Encendieron las luces y la claridad inundó la sala, deslumbrándome. Cerré los ojos como había hecho hace un instante en el vídeo. Cadena 13 se permitía tener una sala de proyecciones con gradas, un pequeño cine. Me había sentado atrás, desde donde percibía el optimismo que había despertado el comienzo de mi obra de arte. Los murmullos se multiplicaban y poco a poco se fueron transformando en animadas conversaciones.
   Lo había conseguido, la presentación de la Performance era muy buena. Desde el principio sabía que todo iba a salir bien y aún así me costaba creerlo. Cierto que el dossier estaba muy elaborado, pero sólo la animación del aprendiz de artista había representado un ímprobo trabajo. Ahí estaba Piero, que se acercaba felicitando a diestro y siniestro, repartiendo besos y abrazos indistintamente a hombres y mujeres. Llegó desbordante de alegría y se sentó a mi lado.
   –Violeta de mi corazón –canturreó–. Esto va a ser un éxito.
   –Lo sé.
   –Ya has visto que contamos con un equipo muy bueno, pero sin ti –puso su mano sobre la mía–, esto no existiría.
   No intenté zafarme. A estas alturas sabía que no era la garra, a pesar de que fuera un ligón incorregible, un playboy en toda regla.
   –Tampoco existiría la Performance sin ti.
   –Signorina, nuestros destinos están unidos.
   Había levantado mi mano y me la besaba, como un caballero de otra época, cuando se acercó el psicólogo. De entrada me caía mal y no era porque tuviera el rostro picado de viruela y fuera feo, es que siempre estaba en desacuerdo con todo y tenía algo que apuntar. Detalles y más detalles. Piero me devolvió la mano y se giró hacia él.
   –¿Qué te ha parecido, Ventura?
   –Hubiera estado mejor una mayor dosis de…
   –Olvídalo –le interrumpió–, ya te dije que lo haríamos como quería Violeta.
   El muy pelmazo quería que todo fuera más intenso. Le dije que estábamos en el comienzo y ya tendríamos tiempo de llegar a momentos más intensos.
   –Una cosa más: me parece que alguien podría pensar que cualquiera podría ser el padre. Al final no se recuerda que ha de ser artista.
   –Ese niño será hijo de artistas. Cerca del final, ¿recuerda? Y se matizará en el segundo capítulo –solté de malas maneras.
   –Tiene razón –dijo Piero.
   El psicólogo dio media vuelta y se fue. No sabía muy bien qué pintaba aquí.
   –Piero, ¿no podríamos buscar a otro?
   –Es bueno conocer el punto de vista de la oposición, ver las cosas desde el otro lado. Espera un poco y si no nos aporta nada, lo largamos. Por cierto –dijo Piero–, la música no era la que probamos al principio, “Así habló Zarathustra”.
   –Hemos cambiado de amanecer, el de Strauss se usó en la película Odisea 2001. Éste es el “Amanecer en el Gran Cañón” de Paul Winter.   
   Había sido idea de Cristina, que por fin se había decidido a involucrarse en mi proyecto, aunque fuera de manera no oficial.
   –Todo un acierto. Te tengo que dejar. Una reunión para el telediario de la noche. Arrivederci.
   Piero se alejó y yo me levantaba para irme, cuando escuché una voz a mi derecha. Volví la cabeza. Era el de animación, de los dos que teníamos, el mejor con diferencia.   Su rostro pálido era casi lo único que se distinguía, y lo parecía todavía más rodeado de la enorme mata de pelo cardada y la camiseta negra. Venía hacia mí.
   –Has estado fantástica –dijo con un acento extranjero que tiraba para atrás.
   –Gracias –nos quedamos de pie frente a frente. Era algo más bajo que yo.
   –¿Es cierto que es la primera vez que sales a escena? –me preguntó sin dejar de masticar el chicle.
   –Es cierto.
   –Pues has estado francamente bien, la voz te ha quedado fantástica y los ojos…, you know, enhorabuena. Nos vemos –se volvió sin esperar a que le diera las gracias.
   No podía haber tenido un comienzo mejor. La Virgen de la Estrella estaba conmigo. Sólo quedaba esperar la acogida favorable del público.

martes, 9 de diciembre de 2014

LA PERFORMANCE. Primera parte. Capítulo 9.


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Sevilla

   Desperté envuelta en el recuerdo de una larga noche de intenso placer. Anhelaba el contacto de su piel, deseaba volver a estar entre sus brazos. No debería haberse alejado de mí y así, mi mano partió a su encuentro, convertida en una cazadora que avanzó sigilosa bajo la sábana; los dedos se deslizaron sobre el relieve del colchón y llegaron al borde de la cama, sin hallar el menor rastro de la presa. No estaba, pero no me iba a rendir tan fácilmente, la cacería continuaría en el exterior y le traería preso, de vuelta a la cama.
   La tenue luz que se filtraba por las rendijas de la persiana resultaba providencial. La presa no estaba a la vista, así que me incorporé despacio y sin hacer ruido. Podía estar oculto bajo la cama, o escondido en el armario, en la cómoda no cabía…, y entonces, mis ansias de deseo y de aventura se desvanecieron al contemplar la vieja muñeca de trapo sobre la cómoda. Sin acabar de creérmelo, me levanté a cogerla, acaricié su cabello y la mecí entre mis brazos. Aún se me erizaba la piel al comprender que sólo había sido un sueño, un sueño llegado del pasado, un sueño inoportuno.  
   Cachas había quedado atrás en el camino hacia la performance. Ni siquiera se inmutó cuando le dije que le dejaba. No estaba acostumbrada a que me ignoraran y me sentí muy dolida, aunque supiera que sólo suponía una aventura más en su vida; pensé que acabaría siendo especial para él. ¡Hombres! Ahora que no podía tenerlos, soñaba con uno. El celibato iba a ser duro, pero la Performance lo compensaría. Tenía ganas de que comenzara. Hasta el momento todo habían sido preparativos y había tenido un montón de reuniones con Piero y los técnicos.
   Retrocedí hasta la cama y me senté. Un sueño muy real, capaz de hacerme olvidar que estaba en Sevilla. Cristina y yo habíamos llegado la tarde anterior, para pasar el fin de semana y el sueño evaporaba el presente, transportándome a lejanos momentos de placer. ¡Qué real! Con sueños así sería capaz de sobrellevar el celibato.
   Sevilla. De nuevo en casa, con mamá y el tío Julián. Qué emoción sentí al verlos y su alegría no fue menor. Mamá no paró de achucharme y darme besos. Estuvo pendiente de mí toda la tarde, y fue a arroparme y darme un beso cuando me acosté, como cuando era pequeña. El tío no era tan efusivo, pero llevaba la emoción prendida en sus ojos. Me querían y disfrutaría de ello todo el tiempo que pudiera. Solté la muñeca y abandoné la cama, alborozada, como si hubiera vuelto a la niñez.
   Una rápida ducha tibia acabó de devolverme a la realidad. Luego descendí las escaleras y fui directa a la cocina, donde me detuve ante la mesa. Deslicé el dedo a lo largo de la suave veta. Los frotados con arena habían formado surcos sobre el tablero de madera que mi madre lavaba a conciencia, la mesa en la que había desayunado todas las mañanas mirando al patio, hasta que me marché a Madrid.
   Todo seguía igual, o casi todo: las sillas habían rejuvenecido con el nuevo cordaje de enea, en cambio, la cocina parecía una antigüedad que el tío Julián decía que deberíamos donar a un museo. No sé cómo se las arreglaba mamá para que siguieran trayendo el carbón, hoy en día debía representar un lujo; pura contradicción, con lo austera que era ella. Le gustaba cocinar a la antigua, decía que la comida sabía mejor.
   Me senté a la mesa. Volví a ocupar mi sitio después de varias semanas ausente. Dentro de poco vería los primeros rayos del sol alcanzar la pared del patio y quebrarla en multitud de pliegues de luces y sombras, haciendo refulgir los geranios allí colgados, cientos de colores despertando, que en algunas ocasiones, me recordaban a las visiones. Las había tenido desde siempre. Las heredé de mamá y ella de la abuela, que a su vez las heredó de la bisabuela; no había constancia de quién fue la primera, el rastro se perdía en la noche de los tiempos.
   Tuve la primera visión cuando contaba cinco años. No fue en esta casa, sino en la que tenían mis padres. Vi manchas muy oscuras, como en una noche sin luna entre la vegetación. La respiración se me aceleró, sentí una opresión en el pecho y supe que algo muy malo iba a ocurrir. Una semana después murió papá, así de repente, sin saber de qué. Hasta aquel momento, mi vida había sido un camino de rosas y entonces, mi corazoncito se desgarró.
   La segunda visión, la tuve en su entierro. El ataúd de papá descendía a las profundidades y yo me agarraba con determinación a la mano de mamá, pensando en qué iba a ser de nosotras; costaba imaginar que siendo tan pequeña se me ocurrieran tales cosas, pero así era. Levanté la cabeza y vi al tío Julián. Cerré los ojos, anegados de lágrimas y en ese momento aparecieron los colores: anaranjados, rosas y amarillos; me recreé en ellos, viéndolos girar como en un tiovivo y sentí que lo malo pasaría. Cuando los abrí, cogí la mano de mi tío, les miré a él y a mamá y sonreí. Estando los tres juntos, todo iría bien.
   Todavía pasamos tiempos tristes y difíciles. Mamá se puso a trabajar, pero apenas alcanzaba para pagar el alquiler y poco más. Mi tío pretendía ayudarnos, pero como sabía que mamá no quería vivir de la caridad, le ofreció un empleo en la abaniquería que ella aceptó. Más adelante nos propuso venir a vivir a su casa, ésta, que decía era demasiado grande para él. A mamá, que siempre fue de ideas un tanto arcaicas, no le parecía bien vivir en casa de su cuñado y sólo accedió después de que el párroco le dijera que no había nada pecaminoso en ello. Se había cumplido mi visión.
   Dejamos de pasar penurias y me asombraba que siempre hubiera dinero a fin de mes, incluso para complacer algunos de mis caprichos. En eso llegó la tercera visión: una serie de colores cálidos que se iban mezclando y cuando alguno no me gustaba, era modificado o desaparecía. Decidí plasmarla sobre papel y claro, no me salió. Entonces dejé las clases de baile para ir a pintura. Mi tío me habría pagado ambas de mil amores, pero no quería abusar. Por supuesto, nunca conseguí representar aquella visión de forma convincente.
   Entre los recuerdos y tras los cristales, floreció el primer rayo de sol, en lo alto de la pared y la densa y fría sombra empezó a resquebrajarse. Me pondría a pintar cuando la luz alcanzara la cinta, de momento podía seguir recordando mis visiones. Tuve unas cuantas durante la adolescencia y fueron bastante buenas. Bueno, hubo una que no, la del color púrpura rasgado, la desoí y el maldito Pedro me llamó puta; fue el primer disgusto serio desde la muerte de papá. Me dije a mí misma que no volvería a menospreciarlas y no lo hice, porque por una de ellas vine a Madrid, en busca de un futuro más prometedor y acerté. Acostumbrada como estaba a pintar manchas de colores, puras abstracciones, la facultad de Bellas Artes de Sevilla me hubiera resultado demasiado tradicional.
   Sabía que lo conseguiría, pero aún así fue dificultoso. Mamá no quería, pero el tío Julián consintió mi último capricho. Hasta compró el piso, como inversión, dijo; pero yo sabía que haría cualquier cosa por mí, la niña de sus ojos. Y por último, le pedí a Cristina que se viniera. Ella se hubiera quedado de mil amores en su Sevilla. Salir de casa y vivir por nuestra cuenta en un piso para nosotras solas, conocer chicos y echarnos unos ligues; fueron los argumentos que esgrimí y alguno de ellos debió convencerla, porque se vino conmigo.
   Madrid. Nunca me arrepentiría de haber ido. Me fue muy bien y durante dos años tuve visiones menores, como si el alejarme de mi tierra las atenuara. Luego empezaron a irme mal las cosas, no conseguía exponer, y entonces sucedió: en el Espacio de Arte Experimental tuve una visión que me abrió los ojos… Escuché pasos en la escalera, era mi madre.  
   Entró en la cocina, se acercó a mí y sin decir nada, me achuchó. Cómo la había echado de menos, la última vez que vine fue por Navidades.
   –¿Qué haces aquí tan pronto?
   –Recordar, mamá, recordar.
   –El sol sobre las macetas, las flores…
   –Este patio no lo tengo en Madrid. Un par de macetas en el balcón, intentando sobrevivir a la contaminación, no son lo mismo.
   –¡Mi niña! No hay nada como la tierra –me dio un beso en la frente–. Voy a preparar el desayuno.
   Galletas, madalenas, bizcochos, cortaditos, mermelada, miel…, mamá fue llenando la mesa mientras se calentaba la leche y se hacían las tostadas. Nunca había puesto tanta comida.
   –Para ya, mamá. ¿No pretenderás que me coma todo esto?
   Sonrió y me tomó la cara entre las manos.
   –Ese novio tuyo, no sabe lo que se ha perdido. Encontrarás otro mejor.
   Así que era eso. Todavía estaba preocupada por mí.
   –Pienso olvidar a los chicos durante una temporada –no mentía.
   No dijo nada. Cuando tuvo todo listo se sentó. El desayuno transcurrió en un entrañable silencio, y mientras, la luz avanzaba sobre la pared del patio y los tiestos más altos empezaban a proyectar una sombra de la que cada vez me costaba más apartar los ojos. Absorbida, embebida y atrapada por la luz, así me veía.
   –Anda, ve a por ellos –dijo mi madre cuando me acabé el café.
   Cómo me conocía. Me levanté, fui corriendo a mi habitación a por los útiles de dibujo y volví. Abrí el cuaderno, ya había elegido a mi protagonista. La cinta grande colgada entre los geranios blancos. Sus largas y curvadas hojas prolongaban su impronta oscura en la pared, formando diamantinos huecos de luz dispuestos a modo de diadema. Cogí el lápiz y empecé a construir mi dibujo trazando las primeras curvas. Poco a poco fueron creciendo los volúmenes, insinuándose las sombras y el dibujo empezó a tomar forma.
   Siempre me ocurría lo mismo, en cuanto venía a mi tierra empezaba a trabajar como una artista clásica. Era como un retorno a mis orígenes, a los comienzos en la academia. No podía remediarlo, me salía así, a años luz de lo que hacía en la facultad.
   Mi madre se paró detrás de mí.
   –Ay, hija, pintas como los propios ángeles.
   –Entonces ya está preparada –oí la voz alegre del tío Julián. Siempre bajaba a desayunar el último. 
   –Ya lo creo, Julián.
   Hubo algo en el modo en que mamá se dirigió al tío que me llamó la atención, pero no sabía qué era.
   –Sí, tiene razón tu madre –dijo al ver mi trabajo–, estás hecha una artista. De eso precisamente quería hablarte.
   Se sentó frente a mí. Sus pequeños ojos reflejaban alegría, como siempre. Resultaba una persona de lo más agradable. Nunca entendí por qué no se casó.
   –Tú dirás.
   –Necesito que me des tu opinión de artista sobre unos nuevos abanicos. Si tienes un rato libre esta mañana…
   Pensaba ir a la capilla, a rezar a la Virgen de la Estrella. Quería darle las gracias y encomendarme a ella para que me diera fuerzas para el futuro que me aguardaba. Tenía tiempo de sobra para hacer las dos cosas.
   –Claro. Me voy a la tienda con vosotros.
   Acabé el dibujo y le puse fecha y firma. Acabaría enmarcado, como todo lo que hacía allí y colgado en la galería de arte de la casa, o sea, el salón.



   Después de observar a mi madre en la abaniquería, creí comprender qué era lo que había cambiado en ella. Su tono de voz cuando hablaba con el tío sonaba diferente, menos servil. Quizás hubiera dejado de sentirse cohibida ante él, cuando antes ni siquiera se atrevía a pedirle dinero para ir a la compra. Era capaz de pagarlo de su sueldo aunque luego no le alcanzara para comprarse un vestido.
   Respecto a la consulta, no supe quién de los dos lo tramó, el caso fue que resultó ser un encargo. Iba a lanzar una línea de abanicos para la gente joven y quería que yo decidiera la decoración que debían llevar. Esa era la excusa, en realidad me estaban ofreciendo un trabajo por el que sería remunerada. Acepté, no podía negarme. El tío se había desvivido por nosotras y especialmente conmigo, enviándome a estudiar a Madrid como yo quería.
   Tenía que hacerlo, aunque estuviera cargada de trabajo. La Performance estaba a punto de comenzar y me dolía no poder contarles nada, pero quería conservar su cariño todo el tiempo posible; antes de que me repudiaran por lo que iba a hacer.