martes, 26 de marzo de 2019

Crónicas Arcanas


CRÓNICAS ARCANAS

     A lo largo de la Memoria Histórica de la Humanidad se habían producido grandes flujos migratorios y todos ellos habían sido estudiados a fondo; por eso quería hacer algo diferente, que me diera a conocer entre los intelectuales y me abriera las puertas del mundo laboral. Había encontrado el tema para mi Estudio Magistral: la migración de los pueblos pobres del sur hacia el continente europeo en la época comprendida entre finales del siglo XX y principios del XXI de la antigua era. Por ser un tema demasiado amplio y con variaciones sutiles en los diferentes territorios, mi Guía Educador me aconsejó centrarme en un país concreto y elegí mi patria, la Confederación de Comunidades de la Península Ibérica.
     No fue fácil encontrar información, pues los libros de la época habían desaparecido y casi ninguno había sido transferido a los archivos digitales. La información existente estaba en la WEBA, pero tras arduas jornadas de búsqueda, descubrí que los contenidos referentes al tema se encontraban en la Kikipedia y en la Kokopedia, porque el resto eran copias descaradas de éstas. La información no daba para el desarrollo de un Estudio Magistral, necesitaba nuevas fuentes de información y se me ocurrió dirigirme al Espacio de la Memoria Histórica, un lugar que fuera muy popular en el siglo XXI del antiguo cómputo y que hacía mucho tiempo había sido relegado al olvido. Apenas encontré información y necesité consultar a mi Guía Educador, que me abrió los ojos a la realidad arcaica: cada comunidad guardaba su saber a buen recaudo, y unas poseían más información que otras.
     Provisto de un extenso documento en el que se detallaba la naturaleza de mis estudios y la necesidad de buscar información exhaustiva, firmado por mi Guía Educador y respaldado por el Educador Mayor de Conocimientos de Memoria Histórica Superiores, me desplacé hasta OldMadriz, la capital de la Iberia en tiempos anteriores a la Confederación. Allí, en la planta tercera de un edificio muy antiguo, se conservaba uno de los mejores Espacios de la Memoria Histórica. Presenté la documentación y hube de esperar un par de jornadas para que me concedieran una tarjeta de acceso de cartón auténtico; debía ser en homenaje a los tiempos antiguos.
     Después de entregar la tarjeta de acceso, pude franquear la puerta de la balaustrada de la sala de recepción. De ahí me dirigí al luminoso pasillo cuyas ventanas daban a un patio interior, en el cual había un árbol que recordaba a los extintos cipreses y cuya punta casi llegaba a la altura de la ventana. A la derecha, la sala uno, indicado en un cartel junto a la puerta de neomadera. La alfombra, la puerta, los adornos de las paredes y la compleja lámpara del techo, todo recordaba a los tiempos que quería estudiar.
     Sala dos. Puerta idéntica a la primera. La impresión de madera estaba muy conseguida. Puse la mano en el manillar y empujé. Más que una habitación parecía un gran salón de techos altos, con molduras de recargada ornamentación que descendían por las paredes dividiéndolas en compartimentos cuadrados y rectangulares, la mitad de los cuales estaban ocupados por auténticos grafitis antiguos de personajes para mí desconocidos. Había tres mesas de estudio repartidas por la habitación, además de los muebles adosados a las paredes sobre los que había distintos objetos decorativos. La sala era un museo de la antigüedad y me parecía increíble que fuera a disfrutarla durante mi investigación. Hasta ese momento no había prestado atención al suelo, compuesto de piezas de distintas tonalidades que formaban un complicado dibujo geométrico; creí que sería neomadera, pero los rayones sobre la superficie eran auténticos. Entonces la puerta y los muebles…
     Me dirigí al puesto de estudio que me había asignado el laborador de la recepción, el número tres. Una mesa de estudio con cajones a un lado y una puerta al otro. Sobre la misma un terminal computerizado de pantalla y teclado físicos. Una silla giratoria con brazos que casi parecía una butaca. La contemplé con arrobo antes de atreverme a tomar asiento en algo tan antiguo, tenía miedo de estropear la madera. Pasé un dedo sobre la misma. Así que era madera auténtica. No lo podía creer, había entrado en un mundo anterior a la Era Ciudadana.
     Transcurrió más de media hora antes de que comenzara con la labor que me había conducido a OldMadriz, pues todo lo que me rodeaba era tan antiguo, que no podía dejar de recrearme en ello. Tras volver a acariciar los brazos de la silla por enésima vez, saqué la tableta de la bolsa y la deposité cuidadosamente sobre la mesa. Nueve de Noviembre del año 125 de la era Ciudadana. La fecha de la jornada en la que accedía al templo de la Sabiduría Arcana era importante. A continuación repasé las pautas iniciales de mi investigación, aunque las conociera de memoria:
A) Una sociedad permanecía estable cuando contaba con los Guías de la Comunidad adecuados. Si ésta se encontraba poco desarrollada tenía ante sí diferentes posibilidades de evolución, ¿por qué sentía la necesidad de emigrar hacia lugares más evolucionados y con una cultura diferente?
B) Si una sociedad no encontró los Guías adecuados, ¿por qué no pidió consejo a las sociedades estables?
C) Si parte de la población de esa sociedad sin Guías adecuados decidió emigrar y establecerse en territorios más avanzados, ¿por qué volvió a emigrar hacia sus lugares de origen u otros similares?  
     Deslicé la mano sobre la mesa. La respuesta a esos interrogantes y muchos más estaba en el antiguo templo de la Memoria Histórica en el que me encontraba. Todo en la sala, hasta el vetusto terminal con el que debería trabajar, invitaba a la inmersión en la antigüedad. Lo encendí y tardé en reaccionar. Poco después apareció la palabra loading sobre un fondo azul oscuro. Nunca había trabajado con una unidad computerizada tan primitiva.
     La unidad parecía lista para laborar, así que empecé a buscar la información de la época. Mi Guía Educador me había advertido que debería estudiar los textos de las dos tendencias imperantes en la época y saber extraer las conclusiones oportunas de la confrontación. Aparecieron cinco versiones diferentes: la de los Zurdos, los Diestros, los Ambidiestros, los Naranjas y los Morados. Las dos corrientes imperantes en la época eran la de los Zurdos y la de los Diestros, y como mis habilidades motoras pasaban por ser diestro, comencé con esa tendencia.
     Una vez entré en los archivos digitales de la Memoria Histórica Diestra, se desplegó un documento que ocupó toda la pantalla, en él se me notificaba que estaba a punto de poder acceder a la Memoria Histórica Diestra, que mostraba los hechos históricos acaecidos tal y como sucedieron. Tuve que introducir mi identificación de ciudadano y marcar la casilla que ponía aceptar para seguir adelante. Otra curiosidad de los arcanos que mantenían en Memoria Histórica.


     Las jornadas se sucedieron en la sala número dos frente al terminal tres, desde la apertura hasta el cierre del Espacio de la Memoria; aún así no había conseguido ningún avance y me sentía frustrado porque había demasiados hechos históricos. Por poner un ejemplo era como si el hecho de que yo despertara cada mañana fuera un hecho histórico en sí, y también lo fueran la toma de alimento matutino y el desplazamiento desde el alojamiento de estudiantes hasta el Espacio de la Memoria en el solarbús. Cuestiones sin importancia habían sido elevadas al grado de hecho histórico, al mismo nivel que las cuestiones trascendentes y así me distraía de cuando en cuando y me encontraba siguiendo el dibujo del suelo de madera o contemplando el retrato de uno de los grafitis. A esas alturas, el único cambio había sido que José Aposentado, el único laborador del lugar dejó de pedirme la tarjeta de autorización, al fin y al cabo era el único estudioso que en aquellos momentos acudía a tan arcano espacio.
     Aprendí a dejar de lado los miles de informes que carecían de importancia, y detectar aquellos que me permitían saber cuáles fueron los hechos fundamentales acaecidos. Así descubrí que el antiguo país Ibérico padeció una crisis económica debido a la cual no estaba en condiciones de recibir inmigrantes; no había laboración para la sociedad local y sin medios ni dinero era imposible atender las necesidades de los nuevos ciudadanos. También descubrí que las ayudas prestadas a los inmigrantes en sus lugares de origen eran muy extrañas, pues éstas eran alimentarias y salutatorias proporcionadas por grupos minoritarios de voluntarios; y que también había ayudas económicas que acababan en manos de sus ricos dirigentes, lo cual me sorprendió. Ni siquiera recibieron consejos para mejorar su sociedad.
     Antes de profundizar e intentar obtener repuestas a las innumerables preguntas que iban surgiendo, quise acceder a los archivos de la Zurda para ver qué diferencias podía encontrar respecto a los Diestros. Éstos también tenían un control de acceso que debía aceptar, y en el documento aseguraban que la suya era la única y auténtica verdad, que el resto de los grupos habían distorsionado en beneficio propio. Me asusté ante tal posibilidad, ¿había adquirido unos conocimientos erróneos al empezar por la versión Diestra de los Hechos Históricos?
     Con la experiencia adquirida en los documentos Diestros me resultó más fácil entresacar una información que sirviera para sentar unas bases. Los Zurdos no habían actuado en los países de origen de los inmigrantes, lo cual me resultó chocante para su ideología solidaria; pero al menos habían paliado los efectos de las hambrunas en dichos lugares haciendo un llamamiento en el que invitaban a dichos pueblos a acudir al país Ibérico. Después lo entendí, el diálogo y el entendimiento con otras culturas llevaba un tiempo del que no disponían, no podían dejar morir de inanición a la población de dichos lugares. Los inmigrantes que aceptaron venir fueron bien recibidos, hubo paz y armonía entre las distintas culturas, y todo hubiera sido idílico si la Diestra no hubiera avivado un racismo hasta el momento inexistente soliviantando a la población nativa hasta crear una psicosis que degeneró en la persecución y posterior expulsión de los inmigrantes.     Me dolió mucho la bajeza de los racistas Diestros.
     Llegó el momento de reunirme con mi Educador para informarle de los progresos. Mis críticas hacia los Diestros fueron recibidas con benevolencia, y me animó a seguir buscando en los entresijos de aquellos documentos. Decidí entonces abrir la Memoria Histórica de los Naranjas, que curiosamente no contenía ningún documento de acceso en el que aseguraran poseer la verdad. Me pareció un buen comienzo.
     Obtuve algunos datos interesantes, aunque no por ello menos tristes. Existían unas mafias en los pueblos del sur que alentaban la migración hacia el país Ibérico prometiendo un futuro idílico, pero que cobraban unas cantidades desorbitadas por el traslado por mar. Según los Naranjas, los inmigrantes no eran bien recibidos, muchos de ellos eran devueltos a sus lugares de origen donde no tenían ni para comer, y para evitar la deportación, las mafias empezaron a introducir niños a los que no cobraban la travesía para levantar la compasión hacia esas pobres gentes.
     Tenía razón mi Guía, eran tres versiones muy diferentes de la Memoria Histórica, que me llevaron a indagar en la versión de los Ambidiestros. No había demasiada información, pero sí aportaban algunos datos, que de ser ciertos, resultaban muy preocupantes. La economía no estaba en condiciones de atender a la inmigración, y hubo periodos en los que ésta fue ilegal y los inmigrantes intentaban entrar por la fuerza, atacando a los Servidores de la Ley y el Orden de la época. Eso era una guerra, aunque no la mencionaran como tal, y la ganaron los inmigrantes, que conseguieron entrar.
     Las semanas pasaban. Había llegado tan lejos que no iba a dejar de estudiar a los Morados, aunque tentado estuve de olvidarlos en varias ocasiones. Sus escritos eran agresivos, atacando a Diestros y a Zurdos, a Ambidiestros y Naranjas. Su idea era donar el cincuenta por ciento del producto interior bruto del país Ibérico a aquellas naciones carentes de recursos en las que la gente moría de inanición, y otro veinticinco a los inmigrantes, a los que querían dar una vida digna con vivienda, energía, alimento, vestimenta, transporte y cultura gratuitos. Me preguntaba si el veinticinco por ciento restante daría para la población autóctona, siendo ésta mucho más numerosa.
     Solicité una nueva entrevista con mi Guía Educador y expuse las primeras conclusiones. Aún no había dado respuesta a ninguno de los interrogantes que había planteado, pero si tenía algo claro era que me podía olvidar de la versión Morada y que las diferencias entre Zurdos y Diestros quedarían matizadas por las que presentaban Ambidiestros y Naranjas.
     Hice caso a mi Tutor Educador y me tomé unos días libres. Necesitaba poner distancia y meditar para forjar mis propias ideas. Tenía razón, y pronto la idea inicial del Estudio Magistral empezó a cambiar. Había quedado claro que intentar ayudar a los países que querían emigrar no resultaba factible, pues en todos los casos contaban con dirigentes Ultradiestros que acumulaban para ellos toda la riqueza del país y la que les donaban otros países. Empecé a pensar que la respuesta a mis interrogantes estaba en el antiguo país Ibérico, así que no iba a estudiar el porqué de los flujos migratorios, sino lo que había ocurrido desde que los inmigrantes llegaron hasta que decidieron marcharse de la Iberia.


     Volví al Espacio de la Memoria Histórica con renovadas energías. Saludé y entregué la tarjeta de acceso a Aposentado, que tuvo un conato de alegría al verme; si bien por lo breve, tal vez fuera por volver a realizar una tarea inherente a su cometido en Memoria Histórica.
     Aquella mañana después de estudiar unos documentos que resultaron útiles para mi estudio, sentí la necesidad de abandonar la sala. Salí al pasillo y abrí la ventana. Contemplé el ciprés. Por su envergadura no podía tener mucho más de una década. Lo había buscado en la Kokopedia. Era un árbol elegante, que había poblado claustros de conventos y Espacios Mortuorios, había enmarcado caminos; y los artistas grafiteros lo habían inmortalizado, sobre todo tras su extinción. Había uno en particular que me sedujo, Alanis 126, si bien fue grafitado cuando aún existían.
     El ciprés del patio no había vivido la era preciudadana, no había sufrido aquellos tiempos convulsos que afectaron a su especie; la enfermedad los había matado, a ellos y a muchas otras coníferas. Éste era transgénico y tal vez sustituyó a un antepasado. Fui a preguntarle a José. No le molestó la interrupción y tampoco la pregunta. No sabía nada, estaba ahí cuando empezó a laborar hacía ocho años y no era más alto que la mesa. Le di las gracias y volví a la sala.
     Había dejado de ser un estudioso obsesivo que trabaja de sol a sol. Consultaba documentos, hacía anotaciones, y después salía a reflexionar al pasillo, abría la ventana y contemplaba el ciprés. Me hacía preguntas y a veces encontraba respuestas, como si me respondiera el ciprés; pero no siempre me alegraba, las respuestas me abatían, y tal vez debiera consultar a algún pharmapsicólogo.
     En una de esas ocasiones en las que encontré respuestas desasosegantes, dejé atrás al ciprés y me dirigí hasta la entrada. José no tenía buena cara, así que no quise molestarle contándole mis descubrimientos acerca de los asesores de aquella época, los llamados políticos. Daba igual que fueran Diestros, Zurdos, Ambidiestros, Morados o Naranjas, en mayor o menor grado todos estaban allí para vivir a costa del país al que debían dirigir, y lo peor era que a la ciudadanía debía importarle poco cuando seguían nombrándoles asesores del país. Me apoyé en la barandilla de madera de aquella época horrenda y le hablé del mobiliario que disfrutaba durante las jornadas que estaba allí, que lo echaría de menos el día que tuviera que irme. Él se había acostumbrado y por ello debía tener más cuidado para no arañarlo, no tenía la resistencia de la neomadera. Las charlas con José lograron distanciarme emocionalmente del fenómeno migracional, y es que me preguntaba constantemente cómo una sociedad pudo ser tan egoísta como para regirse por una falsa moralidad basada en el poder y la riqueza; eso los asesores, pero es que el resto querían ser como ellos. Por fortuna me había tocado vivir algo muy diferente, una época en la que los pensamientos diestros, zurdos, y otros ideales absolutamente materialistas, habían quedado relegados al olvido.


     Mi Guía Educador me pidió que presentara un esbozo del Estudio Magistral, porque consideraba que las ideas estaban asentadas. Tenía razón, había avanzado mucho, aunque faltaban muchos detalles y aún existían dudas. Al día siguiente, saludé a José sin detenerme a charlar un rato como hacía últimamente, apenas eché una ojeada al ciprés y me senté en mi puesto sin haber prestado atención a los valiosos objetos que me rodeaban. Encendí la unidad computerizada, busqué el índice que había realizado a partir de los documentos consultados y encendí la tableta. De inmediato y sin consultar la pantalla de la anticuada unidad, empecé a escribir.
     Durante varias décadas la inmigración al país Ibérico no estuvo permitida, aún así existió una inmigración ilegal, que llegó a ser muy violenta. El humanitarismo lo permitió, porque los inmigrantes eran víctimas en sus países de origen, algo que chocaba con el olvido al que quedaban relegadas las víctimas de aquellas entradas ilegales y violentas: los Servidores de la Ley y el Orden podían ser agredidos sin que nadie se compadeciera de ello. El país estaba muy mal económicamente hablando y los Diestros fueron apartados del gobierno por no querer abrir las puertas a la inmigración.
     Nada más escribirlo, sentí la necesidad de ir a ver al ciprés. Me dio fuerzas para volver adentro. Tal vez debiera haber acudido al Pharmapsicólogo.
      La Confederación estaba en números rojos cuando los Zurdos asumieron la dirección del país, pero obviando tal situación comenzaron a gastar lo que no tenían como si en ello les fuera la vida. Crearon nuevos Ministerios, nuevos puestos de laboración para asesores políticos y concedieron más ayudas a los inmigrantes ilegales; lo que supuso una llamada a que la inmigración ilegal se multiplicara. A nadie pareció importarle la ruina del país, pues una inmensa mayoría de los confederados parecieron adorar a los Zurdos.
     Era algo que me costaba entender. Necesitaba hablarlo con mi Guía. Salí y le comenté a Aposentado que volvería cuando hubiera solventado unas dudas. Se interesó por ello y le leí lo que llevaba escrito hasta el momento. ¿Por qué los ciudadanos adoraban a los Zurdos hicieran lo que hicieran? José cerró la partida de ajedrez tridimensional que parecía iba ganando, y comenzó a hablarme de un dirigente del país Ibérico perteneciente a una época anterior a la de mi estudio.
     José Aposentado me sorprendió con sus conocimientos de la Memoria Histórica. Según me contó, existió un dirigente de la Ultra Diestra que condensó la dirección del país sobre su persona, algo que terminó a su muerte, medio siglo antes de los hechos que estudiaba; por eso una parte de la población aún rehuía la ideología Diestra. Esa antiguo dirigente, al que llamaban Dictador, ganó una guerra en una Iberia dividida en la que lucharon dos facciones, Rojos contra Azules, que era lo mismo que decir Zurdos contra Diestros; pero que fue mucho más, pues en ella lucharon vecinos contra vecinos y hermanos contra hermanos. Rencillas, envidias, egoísmos; fue una guerra sin sentido en la que ambos bandos cometieron desmanes, pero alguien tenía que ganarla. El Dictador fue el más listo, o tuvo más suerte.
     José resultó ser un experto. No solo me contó los hechos, sino que envió a la unidad computerizada de mi estudio una extensa documentación sobre el Dictador. Dediqué el resto de la jornada a estudiarlo, y así pude continuar con la preparación del Estudio Magistral.
     Los Zurdos, con una Confederación en la ruina, estaban necesitados de un milagro para poder pagar los sueldos de los funcionarios y las deudas contraídas con las empresas; pero seguían concediendo ayudas a los inmigrantes mientras parte de la población autóctona moría de hambre. Los ciudadanos empezaban a dejar de creer en ellos y estaban dispuestos a apoyar a los Diestros, aunque los Zurdos airearan continuamente al fantasma de aquel antiguo Dictador como la representación palpable de los Diestros.
     Los zurdos tuvieron una idea. Necesitaban nuevo apoyos para su causa y la buscaron en los pueblos del sur, aquellos de los cuales llegaba la inmigración ilegal. Legalizaron la inmigración, poniendo a disposición de los migrantes grandes embarcaciones de lujo que los trasladaban al país Ibérico, donde fueron recibidos con refresh y fiesta flamenca. A continuación se les buscó alojamiento en la comunidad que desearan, con manutención completa, paga mensual e i-phonio gratuito para que pudieran contactar con los familiares que habían quedado en su tierra. La única condición fue que deberían llevar a las urnas de las elecciones para dirigir la Confederación los sobres que ellos les entregarían. Ahí llegó la bancarrota, que empujó a los Zurdos a buscar una segunda idea, en realidad fue un plagio del suceso acaecido en las islas de la Gran Bretaña; que tendría suma importancia en lo que aconteció dentro de nuestras fronteras mucho después.
     Tal vez pareciera que me iba del tema, pero necesitaba información de fuera de las fronteras de la Confederación de Comunidades de la Península Ibérica, algo que no era posible encontrar en los archivos de la Memoria Histórica, así que para obtener una primera impresión consulté en la Kikipedia el término Bréxit.
     Gran Bretaña, año 2020 del antiguo cómputo. Los residentes inmigrantes han de volver a solicitar el permiso de residencia, para lo cual deben abonar una tasa impositiva de setenta y cinco libras. Resultó un buen negocio para la nación, ya que había más de tres millones de inmigrantes y obtuvieron doscientos veinticinco millones de libras.
     Consulté después la Kokopedia y obtuve idéntico resultado, luego la información debía ser veraz. En aquella época los dirigentes de la Gran Bretaña no eran mejores que los nuestros. Pregunté después a José y después de contactar con el equivalente a nuestra Memoria Histórica en la Gran Bretaña, me sorprendió abandonando su butaca para venir a confirmarme lo que necesitaba para que se entendiera lo que sucedió en el país Ibérico.
     Los Zurdos decidieron que era momento de que los inmigrantes aportaran algo a las arcas del país Ibérico. Diez millones de personas deberían regularizar su situación para convertirse en ciudadanos Ibéricos, para lo cual deberían abonar una tasa de trescientos eurodólares por adulto y doscientos cincuenta por menor. Esperaban obtener la cantidad de dos mil setecientos cincuenta millones de eurodólares, pero el pánico cundió entre los inmigrantes, que pensaron que se trataba de una tasa anual y según algunos documentos estudiados, no les faltaba razón. Fueron muy pocos los que decidieron regularizar sus situación y el resto emprendió la huida, unos camino de otros países europeos y otros de vuelta a sus lugares de origen. Los Zurdos dieron por perdida la dirección de la Confederación y entregaron ésta a los Diestros, sin airear esta vez aquel pasado lejano.
     Triste modo de actuar el que tuvieron los Zurdos, tanto que querían ayudar a los inmigrantes. Ningún Diestro o Zurdo protestó contra aquello. Eso era lo que ocupaba mi mente de camino a Memoria Histórica. Al entrar en el portal, haciendo caso omiso a la lógica, me interné por un pasillo que me llevó al patio de la vivienda. El ciprés, a diferencia del edificio, no tenía arte ni parte en lo que sucedió. Se presentó el portero del inmueble, preguntando qué hacía allí. Le respondí que contemplaba aquel árbol hermoso. Si hubiera visto el anterior, me dijo, que asomaba por encima del tejado. Me despedí y subí a continuar con el esquema del Estudio Magistral.
     Ese fue el final de la Inmigración Ibérica. Lo que no tuvieron en cuenta los Zurdos, fue que desaparecidos los inmigrantes, desapareció la ingente cantidad de dinero que se les destinaba en forma de ayudas. En menos de seis meses, los gastos del país habían descendido espectacularmente, y hacía falta que los ciudadanos autóctonos empezaran a asumir los puestos de laboración antes ocupados por los inmigrantes. El país Ibérico comenzó a prosperar.
     Escrito esto, me tomé el resto de la jornada para pasear y meditar. Había llegado al final del guión, pero no sabía si quería continuar con el Estudio Magistral. Era demasiado deprimente.
     A la mañana siguiente tomé el solarbús antes de tiempo. No sabía si quería volver a Memoria Histórica o si por el contrario intentar concertar una entrevista con mi Guía Educador para decirle que abandonaba. Un par de paradas después, José subía al solarbús. Preguntó por mi estudio. Abrí la tableta y le leí el guión. No dijo nada, al igual que yo no llegaba a comprender cómo pudo llegar a suceder todo aquel cúmulo de torpezas, irregularidades y amoralidades. Me preguntaba tantas cosas… Comencé a escribir ante la atenta mirada de José.
     ¿Había servido de algo que se fueran los inmigrantes?
     ¿Los ibéricos recuperaron sus puestos de laboración?
     ¿Quisieron realizar las labores más ingratas y peor pagadas?
     ¿Se recuperó el país Ibérico?
     ¿Volvieron a gobernar los Zurdos?
     Tuve que dejar de escribir cuando llegamos a nuestro destino, el antiguo y hermoso edificio que albergaba la Memoria Histórica. No supe por qué, pero acompañé a José. El portero nos saludó al entrar, tenía que salir al patio y tal vez quisiéramos acompañarle.
     En el centro del patio, un hueco circular de menos de un metro de diámetro albergaba al joven ciprés. Mirando hacia arriba intenté imaginar a su ancestro antes de enfermar, cuando subía por encima de la casa. Me acerqué y puse la mano sobre el rugoso tronco agrisado. Él tenía suerte, no había conocido los tiempos convulsos que acabaron con la vida de su ancestro, los mismos que me atormentaban.
     Había llegado muy lejos con mis estudios y aún tenía mis dudas, no sabía si quería acabar un Estudio Magistral tan desolador. Si lo hiciera, tal vez no debería divulgarlo, no quería que una sociedad estabilizada sufriera por lo que sucedió hacía tanto tiempo, ni siquiera este ciprés sabía lo que sucedió. Tal vez para eso estaban los centros de la Memoria Histórica, para esconder todos aquellos errores que la humanidad había cometido, y yo no iba a desenterrarlos.

jueves, 14 de marzo de 2019

Las Trillizas


LAS TRILLIZAS

     Los trescientos setenta y cuatro eurodólares con cuarenta y dos no aparecían por ningún sitio. Llevaba media mañana intentando cerrar las cuentas de la semana, pero éstas no cuadraban desde que se jubilaron mis padres y entraron en el negocio los inútiles de mis hermanos.
     ―Don Jaim-he ―una de las dependientas entró en el despacho―, me han pedido un juego de brocas titanovinílicas, y no las encuentro.
     ―Díselo a uno de mis hermanos.
     ―Es que Jess-hús ha salido, y Joss-hé no ha venido aún.
     Como si no tuviera bastante con el papeleo, también tenía que hacer el trabajo de mis hermanos, que se suponía que eran dependientes en la ferreshop. Mis padres no estuvieron muy finos cuando decidieron introducirles en el negocio familiar. Dejé las cuentas y entré en el programa de existencias, éste avisaba cuando quedaban menos de tres unidades de cualquier artículo para que hiciéramos el pedido.  
     ―Quedan tres juegos de brocas, vamos a ver dónde están… Shei-laa ―resultaba imposible no ver su nombre, tatuado en los prominentes pechos.
     Salió del despacho haciendo oscilar su trasero casi al descubierto. El uniforme que se habían inventado mis hermanos era demasiado provocativo. Ellos fueron quienes las contrataron para no tener que trabajar; no las necesitábamos, e iban a ser un lastre para la ferreshop. La seguí hacia la shop, afectado por una incipiente turgencia.
     Revolví los tres cajones de brocas sin encontrarlas, al igual que las escuadras descentradas y los autoclavos para techo habían desaparecido; comenzaba a sospechar que si sumaba lo que costaban, coincidiría con lo que faltaba para que cuadraran las cuentas. Había intentado evitarlo, pero iba a tener que emplear el mismo método que se le ocurrió a mi madre aquella vez que se extraviaron unos tornillos autorroscantes.
     ―¿Sabes a dónde ha ido Jess-hús? ―pregunté a Shei-laa.
     ―No lo sé. ¿Tú sabes algo, Sha-lina?
     La tal Sha-lina se excusó con un cliente, pidió a la tercera dependienta que le atendiera y vino hacia mí. Era guapa, de melena increíblemente larga y cuerpo exuberante, igual que las otras dos dependientas; aseguraría que eran trillizas.
     ―Salió hace media hora ―se agachó para rascarse la rodilla―, dijo que iba un momento al refreshbar. ¿Puedo hacer algo por usted?
     ―Acompáñame al despacho ―di media vuelta, otra vez turgente. Había que solucionar tantas cosas, las ausencias de mis hermanos, la falta de material, las cuentas… y los uniformes.
     Tomé asiento ante la unidad computerizada. La dependienta mostraba una sonrisa radiante. Apunté la totalidad de los productos desaparecidos, calculé el precio y busqué la dirección de la ferreshop Milindres; mamá había acordado con ellos que nos venderíamos material cuando no cuadraran las cuentas. Transferí los datos a la minitableta  y se la entregué.
     ―Toma… Sha-lina ―hasta el nombre era parecido al de la otra, lo llevaba rotulado en la escueta tela que cubría parte del pecho―. Ve a comprar estos productos a esa dirección. Di que vas de parte de Jaim-he, de Luna Ferreshop.
     ―Muy bien, don Jaim-he ―se inclinó sobre la mesa para coger la minitableta. Había que solucionar lo de los uniformes, si quedaba algo de dinero cuando les pagáramos los primeros jornales.
     De entre tanto prelaborador como había, tuvieron que elegir a las trillizas.
     Laborar y laborar, estaba condenado a no hacer otra cosa desde que mis padres decidieron jubilarse, por llamarlo de alguna manera, porque el Ministerio de Jubilación y Turismo había quebrado años atrás, y alguien tenía que encargarse de que los cinco continuáramos percibiendo un salario, ocho contando a las trillizas. Sospechaba que mis hermanos tenían algún lío con ellas y si pensaban que yo también iba a ceder a sus encantos, estaban equivocados; no estaba dispuesto a tontear con ninguna empleada teniendo a  Marta-ah, mi pareja sentimental.
     Necesitaba unas vacaciones, pero si dejaba Luna Ferreshop en manos de mis hermanos, quebraría antes de que hubiera vuelto. Marta-ah no quería entenderlo y me dijo que en enero nos íbamos al Monte Saint Michel, me gustaría poder acompañarla, pero mis padres no atendían a razones, a su edad se habían vuelto unos inconscientes y sólo querían viajar. La última vez que papá vino por aquí fue para colgar en el despacho la imagen del safari holofotográfico de Kenia; no debieron dejar la ferreshop, aún no habían cumplido los setenta. ¿Qué podía hacer? Entre todos me habían llevado a un callejón sin salida.
     Al terminar la jornada laboral fui a ver a mis padres para contarles la situación, pero estaban preparando un viaje a India y apenas me prestaron atención. Tú eres el más listo de los tres y sabrás arreglarlo, dijo papá, y el más trabajador, dijo mamá; y siguieron preparando el equipaje. De allí fui a casa y le expuse a Marta-ah la situación, pidiéndole que aplazáramos un poco más las vacaciones, pero dijo que ella se iba en enero, la acompañara o no. Yo lo había intentado.


     Mis padres continuaban en India cuando Marta-ah se fue de vacaciones al Monte Saint Michel. Mis hermanos preferían venir a la ferreshop en torno a las once y tontear con las trillizas mientras ellas atendían a los clientes. A veces uno de ellos bajaba al almacén, acompañado, y tardaba un buen rato en subir. Para rematar la mañana se ausentaban antes de las doce y volvían a la hora de cerrar, bastante perjudicados. Las tardes las tenían libres, se les olvidaba que abríamos.
     El descuadre de las cuentas fue en aumento, y las visitas a Milindres Ferreshop se convirtieron en algo habitual, hasta el punto de que Ferdinand, dueño y amigo de mis padres, me preguntó si todo iba bien. Tuve que decirle que creía que alguna dependienta nos robaba y que aún no había logrado averiguar quién era.
     Tenía que salvar el negocio como fuera, no podía seguir aplazándolo. La decisión estaba tomada. Salí del despacho. Una de las dependientas estaba libre y se cepillaba la impresionante cabellera pelirroja. Su nombre estaba rotulado en el uniforme, sobre el busto.
    ―Schi-schi, voy a salir. ¿Podrías avisar a Jess-hús y a Joss-hé para que me sustituyan? ―por no decir para que laboraran un poco.
     Dejó el cepillo sobre el mostrador y pulsó su relophon-i.
     ―Joss-he…
     No quise esperar a la respuesta y abandoné la ferreshop. A mi regreso seguían sin aparecer, así que fui al despacho y abrí el paquete que acababa de comprar. Extraje de la caja el cilindro azul mate, tenía el largo de una mano y el ancho de un dedo gordo, liso en su parte delantera y estriado en trasera, con un pulsador apenas visible. Me aseguró que venía cargado, así que lo guardé en el cajón superior y encendí la unidad computerizada mientras aguardaba su regreso.
     Abrí el primer mensaje. Era de Takachumi, uno de nuestros principales proveedores, pues tenía unos productos de gran calidad. Presentaban un nuevo desatascador de tuberías, el nanopipe, un cilindro diminuto cargado de nanorobots desatascadores, casi era del mismo color que mi cilindro, aunque cumpliera distinta función. Había leído una reseña sobre el desatascador hacía dos años, cuando aún era un prototipo. ¿Dónde se habían metido mis hermanos?
     Incapaz de concentrarme, apagué la pantalla y contemplé cómo el plastividrio se mimetizaba con la pared del fondo. Tenían que volver. Me levanté y paseé por la oficina como un felino enjaulado. Era una tontería, pero salí a la shop. Naturalmente, no habían regresado, sólo estaban las dependientas y un montón de clientes, casi todos ellos del género masculino; me parecía que había incrementado su número en las últimas dos semanas. Una de las trillizas quedó libre.
     ―Sha-lina ―la reconocí sin necesidad de leer su nombre―, diles que vengan a mi despacho en cuanto lleguen.
     ―No se preocupe, don Jaim-he.
     Nunca pensé que el tiempo pudiera prolongarse de ese modo. Practiqué con el cilindro, perdí una partida de ajedrez cúbico en cinco jugadas, saqué el cilindro y volví a guardarlo, duré siete jugadas en la segunda partida, practiqué un poco más con el cilindro, oí voces; me asusté y devolví el cilindro al cajón. ¿Por qué tenía miedo? Agarré el tirador del cajón. Los minutos pasaban sin que nadie abriera la puerta. Tal vez no fueron ellos, incluso existía la remota posibilidad de que no se presentaran; o no tan remota, no sería la primera vez.  
     Llegó la hora de cerrar. Aguardé cinco minutos más antes de asomarme a la shop. Aún estaban las trillizas, charlando animadamente, como aquellas Tres Gracias del grafiti que exhibían en el Espacio de Arte Retrógrado del Paseo del Prado; escote generoso para los clientes y deliciosos traseros para mis depravados hermanos. Empecé a sufrir una turgencia y tuve que volver al despacho, justo cuando escuché la voz de Jess-hús, bastante trabada; esta vez no había duda. Dejé la puerta abierta.
     Las voces afectadas de mis hermanos se mezclaron con las risas de las trillizas. Impaciente como estaba, no pude evitar asomarme. Se habían colocado entre las trillizas y se entretenían con sus traseros. Sha-lina le dio un cachete a Joss-hé y me señaló. Volví al asiento. El momento había llegado.
     ―Aquí están ―dijo Sha-lina.
     Mis hermanos entraron agarrados a las otras dos trillizas. Su estado era tan penoso que no imaginaba cómo habían logrado llegar a la ferreshop.
     ―Gracias. Podéis retiraros ―Jess-hús hizo ademán de marcharse con la trilliza a la que se aferraba―. Tú no, Jesshús.
     Ella logró desasirse, y él estuvo a punto de caer. Joss-hé le dio un beso a la suya y un cachete en el culo.
     ―¿Traigo un par de asientos? ―preguntó Sha-lina.
     No se tenían en pie, pero no iba a ponérselo fácil después de lo mal que me lo estaban haciendo pasar.
     ―No quiero que se me duerman. Puedes irte.
     Sha-lina cerró la puerta.  
     ―Puesss… yooo me-me ssieento aquí ―Jesshús señaló al suelo y se pegó una culada―. ¡Uuuaaahh! ―sonó como si se hubiera roto algo y Joss-hé empezó a reírse―. Siénnnntate coooonmigo.
     Le agarró de la pierna, haciéndole perder el precario equilibrio y Joss-hé le cayó encima. Resultaban patéticos intentando desenredarse, hasta que tras varios intentos lograron quedar sentados uno junto a otro. Tenían los ojos rojos y una expresión bovina que no invitaba a dialogar con ellos, pero quería que supieran por qué iba a hacerlo. 
     ―La ferreshop es un negocio familiar, y yo ni puedo ni quiero hacer la laboración de los tres.
     ―Para essso contratamos a laasss nenasss ―farfulló Joss-hé.
     ―Salí a tomar un refresh, nada máass ―Jees-hús levantó la mano y volcó sobre el costado―. Díssselo, Jossss-hé.
     ―Ciiierto. Estaba bueno el Green ―le dio unas palmadas en el codo―, sssobree todo cuaaando le añadimos el Whiskín ―le entró la risa.
     ―Daaame otra passstilla de las roojaaas ―Jeeshús intentó incorporarse sin conseguirlo―, voy a mear.
     ―Debbimos echarle lasss azuuules al Gyncohol ―se echó una mano al bolsillo de la camisa, sacó una plastibolsa e intentó coger una de aquellas píldoras, que se desparramaron por encima de él y acabaron en el suelo. Tiró la bolsa―. Coooge la que quieras.
     Había que resolver el tema de una vez por todas, sin esperar que entendieran algo en su lamentable estado pastillhólico.
     ―Sheeei-laaa ―Jess-hús se retorció hacia la puerta y cayó―, ven.
     ―Schi-schiii… ―susurró Joss-hé, riéndose.
     A saber la cantidad de guarrerías que se habrían metido. Antes, Joss-hé tomaba algunos alucinógenos y Jess-hús cogía un alegrón de vez en cuando; al parecer ahora se juntaban y lo mezclaban todo en grandes dosis.
     ―Un eufforizzzzzaante ―Joss-hé rebuscó entre las pastillas de colores desperdigadas por el suelo ―la cabeza se le fue y acabó sobre Jess-hús. Comenzaron a reírse.
     ―Jess-hús, Joos-hé. Basta ya, levantaos ―quería que fueran levemente conscientes, pero no paraban de reír, eran unos impresentables.
     Mis hermanos, Marta-ah, mis padres… no podía dejarme arrastrar por ellos, tenía que salir de la espiral de destrucción. Agarré el tirador del cajón con mano temblorosa, abrí despacio y contemplé el cilindro. Éste se desdibujó y entonces vi a Marta-ah, disfrutando en el Monte Saint Michel con alguien que no era yo, a mis padres en India gastando los pocos eurodólares que quedaban en la cuenta de la ferreshop, a mis hermanos agarrados a los glúteos de las trillizas camino del alcoholshop consumiendo alucinógenos; y a mí, durmiendo a la puerta de la ferreshop, tenía hambre, intentaba robar una manzana en la foodshop y un S.L.O. me detenía.
     No necesité más. Agarré el cilindro con firmeza y me puse en pie. Rodeé la mesa. Joss-hé y Jess-hús, agarrados el uno al otro, miraban hacia algún lugar más allá del techo. Le di un puntapié a Jesshús.
     ―Aaaay. Scheeei-laaa, preciosa, vamos al sótano.
     ―Schiii-schiii.
     No quería saber de dónde sacaron a las trillizas, puede que fueran chicas de vida disipada. Jess-hús intentó levantarse. Acerqué el cilindro a su hombro y presioné el botón. Sufrió una sacudida y se derrumbó sobre Joss-hé. Éste intentó apartarlo, sin ser consciente de lo que ocurría. Acerqué el cilindro al cuello de Joss-hé y presioné de nuevo el botón. Sufrió un espasmo y cerró los ojos. El problema estaba resuelto.
     Volví al escritorio, me senté y dejé el cilindro electrosónico sobre la mesa; rodó ligeramente a un lado y a otro antes de detenerse. La luz estaba roja, se había descargado. Tenía que deshacerme de él, podía echarlo en el contenedor de reciclado de metales, o tirarlo al río; alguien podía verme. De momento lo guardaría en el compartimento secreto del cajón.
     Tenía una buena coartada, estaban tan perjudicados que les había dejado durmiendo en el despacho; si habían muerto por mezclar alcohol y alucinógenos no era problema mío. Abrí la puerta, fui a la shop y me encontré a las trillizas, sentadas sobre el mostrador.
     ―¿Qué hacéis aquí?
     ―Esperar ―dijo Schi-schi.
     ―Dijeron que nos invitaban a comer al MacFish ―continuó Shei-laa.
     ―Aunque no sé si estarán en condiciones ―puntualizó Sha-lina.
     ―No lo están. Les he dicho que se queden ahí hasta que se les pase la tontería ―respondí con el aplomo de un auténtico ilegal.
     ―Pues vamos a decirles que nos vamos ―sus trillizas bajaron del mostrador. No intenté detenerlas. Parecían perjudicados durmientes.
     ―¡Aaaah! ―gritaron a duo.
     Sha-lina bajó del mostrador y corrió hacia el despacho, desvié la mirada de sus glúteos.  
     ―Jaim-he, ven.
     Nada más entrar, Shalina se cogió de mi brazo, las otras dos trillizas estaban arrodilladas junto a mis hermanos y una de ellas lloraba.
     ―Están muy mal. Deberíamos llamar a un pharmamédico ―me agarró con fuerza.
     ―Cuando salí aún estaban en pie ―mentí sin inmutarme.
     ―Le dije que no debería tomar esas porquerías ―lloriqueó Schi-schi junto a Joss-hé. Aparté la mirada de sus pezones.
     ―Jess-hús no debió dejarse arrastrar por su hermano ―Shei-laa arrancó a llorar. Iba a resultar que tenían sentimientos hacia ese par de inútiles.
     ―Voy a llamar ―Sha-lina soltó mi brazo y cogió el i-phonio.
     Ella estaba preocupada y yo muy tranquilo, había salvado la ferreshop. A duras penas logré contener una carcajada, así que me senté y oculté la cabeza bajo los brazos. De inmediato, una mano se posó en mi cabeza y un cuerpo cálido se arrimó contra mi costado.
     Llegó la pharmamédico acompañada de un pharmaenfermero. Éste pasó la pharmatableta sobre la cabeza y el pecho de ambos, tras lo cual ambos consultaron la pantalla. Continuaba sentado, con la mano de Shalina sobre mi hombro.
     ―Aún están vivos ―un escalofrío me recorrió todo el cuerpo y Sha-lina me abrazó con fuerza― ¿Saben qué han ingerido?
     ―Alucinógenos ―dijo Schi-schi.
     ―Alcohol ―continuo Shei-laa.
     ―Llegaron fatal ―puntualizó Sha-lina, acariciando mi cabeza.
     No era posible, había usado el cilindro a la máxima intensidad y el vendedor me previno contra ello; podría matar a un elefante. Tenía que leer las instrucciones y averiguar qué había fallado.
     A partir de ese momento, todo se desarrolló muy rápido. Los camilleros se llevaron a mis hermanos y los S.L.O. nos detuvieron al resto para interrogarnos sobre lo sucedido. Ellas no dijeron nada que no hubieran dicho antes, pero el que estaba al mando intentó que confesara que habíamos montado una fiesta en la que ingerimos cantidades desmesuradas de alcohol y sustancias ilegales, además de invitar a unas chicas de dudosa moralidad. Estaba tan sorprendido que no acerté a responder, por lo que dio por sentada su hipótesis y fui detenido; pese a que las pruebas que nos hicieron a las trillizas y a mí dieran negativo.
     Mis hermanos iban a seguir haciéndome la vida imposible mientras continuara vivos, hubiera sido más fácil quitarme de en medio.
     El juicio se celebró una semana más tarde. Expusieron los hechos: la llamada, la llegada de los sanitarios y cómo encontraron a mis hermanos. Después llamaron a declarar al S.L.O. que la había tomado conmigo.
     ―Los indicios apuntan a que los hermanos montaron una fiesta en la oficina, el suelo estaba lleno de pastillas y dos de ellos estaban como muertos y apestaban a alcohol y a meados; además había tres chicas casi desnudas muy alteradas. La orgía se les fue de las manos.
     A continuación intervino el abogado que me habían asignado, a sus treinta y cinco años era su primer caso, así que imaginé mi futuro en un centro de Reinserción.
     ―Extraña fiesta en la que dos de los presentes casi mueren por ingestión de alcohol y alucinógenos, cuando en el lugar no había alcohol y las pastillas esparcidas por el suelo también aparecieron en los bolsillos del pantalón y la chaquete de uno de los afectados. Por otro lado, los otros cuatro integrantes de la fiesta no habían ingerido ni una cosa ni otra, de lo que deduzco que los afectados llegaron en ese estado a la ferreshop.
     El acusador, que no quería dar su brazo a torcer llamó entonces a las trillizas, que se habían vestido un poco más discretas para la ocasión.
     ―¿Los hermanos os invitaron a la fiesta o contrataron vuestros servicios? ―las trillizas no se dieron por ofendidas por la insinuación.
     ―Trabajamos allí ―dijo Schi-schi.
     ―En Luna Ferreshop ―continuó Shei-laa.
     ―Somos las dependientas ―puntualizó Sha-lina.
     ―Una de vosotras llamó a emergencias a las 13:46. Se supone que la shop había cerrado a las 13:30. ¿Qué hacíais allí?
     ―Jess-hús y Joss-hé nos habían invitado a comer, pero antes tenían que hablar con su hermano Jaim-he ―dijo Schi-schi―. Y no había ninguna fiesta.
     ―Esperamos a que acabara la reunión ―continuó Shei-laa―. Y sabíamos que bebían algo y tomaban alguna que otra pastilla, pero creíamos que era por dolor o enfermedad.
     ―No creo que hubieran podido comer en su estado ―puntualizó Sha-lina―. Y Jaim-he no es como sus hermanos.
     El acusador despidió a las trillizas y me llamó a declarar.
     ―¿Conoce a las señoritas?
     ―Trabajan para Luna Ferreshop. Las contrataron mis hermanos.
     ―Ellas dicen que sus hermanos bebían y tomaban pastillas. ¿Qué sabe usted de eso?
     ―No era la primera vez que se presentaban perjudicados, uno de ellos abusaba del alcohol y el otro de los alucinógenos, últimamente parece que se juntaban y lo mezclaban todo. Esa jornada llegaron poco después de la hora del cierre en un estado lamentable y yo requerí su presencia en el despacho. Las dependientas les ayudaron a llegar y al verles en ese estado les dije que se quedaran en el despacho hasta que se les pasara.
     ―Las chicas han dicho que quería usted hablar con ellos. ¿Hubo violencia?
     ―Estaba harto de que no laboraran ―respondí enfurecido―, de tener que hacer su labor, de que se marcharan a media mañana y volvieran a la hora de cerrar en un estado lamentable ―iba a decir también que estaba harto de que hubieran contratado a aquellas trillizas que andaban medio desnudas por la shop, pero al ver a Sha-lina me contuve―. Estaba muy enfadado, y ellos se reían, así que les pedí que se quedaran allí hasta que se les pasara.  
     ―Le he preguntado si hubo violencia.
     ―No hubo ningún tipo de violencia.
     Llamó entonces a declarar al pharmamédico que atendía a mis hermanos en la Unidad de Cuidados Intensivos del Espacio de Salud.
     ―¿Podría darnos el parte pharmamédico de los hermanos Jess-hús y Joss-hé?
     ―Los hermanos Jess-hús y Joss-hé se encuentran en estado muy grave debido al consumo de altas dosis de alcohol y drogas durante años, lo cual nos hace pensar que si se recuperan quedarán con secuelas cerebrales. Por otro lado, creemos que el shock final vino determinado por una descarga eléctrica.
     ¡La publicidad decía que el cilindro no dejaba huella!
     ―¿Cómo pudieron recibir una descarga eléctrica?
     No sabía si la pregunta iba dirigida al pharmamédico o a mí, pero acabarían descubriéndolo; era mejor confesar.
     ―Yo…
     ―Perdone ―interrumpió Sha-lina―. Yo sé lo que pasó.
     ¿Cómo lo había descubierto?
     ―Don Jaim-he salió del despacho muy enfadado por la actitud negligente de sus hermanos hacia el negocio familiar y fue a la shop a decirnos que sus hermanos no estaban en condiciones de salir a comer. Entonces Shei-laa se dirigió al despacho para decirles que nosotras nos íbamos. Al entrar se encontró a los hermanos intentando levantarse, uno de ellos perdió el equilibrio y apoyó las manos en la pared, con tan mala suerte que sus dedos entraron en el enchufe; sufrieron un espasmo y se desmayaron.
     ―¿Es eso cierto, señorita Shei-laa?
     Shei-laa avanzó despacio hacia el estrado, con ese caminar tan sensual que las tres compartían.
     ―Es cierto. Metió sin querer los dedos en el enchufe y sufrieron convulsiones. Me asusté mucho y les llamé, no sabía qué hacer.
     ¿Los dedos en el enchufe? Un cilindro que debería haberles matado.


     La alegría de verme libre se vio empañada por la ausencia de Marta-ah, no había sabido nada de ella desde que se fue de vacaciones; pero allí estaba Sha-lina, que me abrazó y dio un par de besos. Ella había demostrado ser mucho más que la chica despampanante que habían contratado mis hermanos, se ocupó de la ferreshop cada jornada y después de cerrar por la tarde venía al centro de detención a visitarme, se interesaba por mi estado y luego me consultaba las dudas referentes al papeleo. Después de todo, no pude por menos que invitarla a un refresh, donde nos tomamos unos narancocos y olvidé a Marta-ah por completo.
    Había echado de menos la ferreshop, pues era lo único que me quedaba. Quise llegar antes de que empezaran a llegar los clientes. Di una vuelta por los pasillos, comprobando que en las estanterías no faltaba ningún producto y después pasé tras el mostrador y comprobé las unidades registradoras; estaba todo bien. Me dirigí al despacho y encendí la unidad computerizada para poner las cuentas al día, porque aunque Sha-lina me hubiera preguntado cómo funcionaba el programa y me asegurara cada día que todo estaba en orden, no creía que hubiera podido resolverlo; le faltaba experiencia, sólo quería darme ánimos.
     Accedí al programa de productos. Las alertas de existencias estaban al día y se habían hecho los pedidos pertinentes. Me sorprendió que hubiera sabido hacerlo. Quedaba lo más complicado, cuadrar las cuentas, eso era otra cosa. Abrí el programa y en efecto, la semana de mi ausencia no estaba hecha… porque faltaba un dato, lo había resaltado en rojo. ¡Un solo dato! Aún faltaban diez minutos y escuché las voces alegres y desenfadadas de las trillizas.
     ―¡Está aquí! ―dijo una de ellas, y vinieron corriendo al despacho.
     Se situaron ante la mesa, y se inclinaron.
     ―Bienvenido a la Luna ―dijeron al unísono.
     Parecía que hubiera pasado una eternidad desde la última vez que contemplara a las encantadoras trillizas.
     ―Muchas gracias. Estoy orgulloso de vosotras, habéis llevado muy bien el negocio durante mi ausencia.
     ―Era lo menos que podíamos hacer ―dijo Schi-schi.
     ―Es la hora de abrir ―continuó Shei-laa.
     ―Si nos disculpas… ―puntualizó Sha-lina.
     Empezaron a salir del despacho.
     ―Sha-lina, quédate, me tienes que explicar esto ―señalé la unidad computerizada.
     ―Oh, claro ―nunca la había visto sonrojarse. Dio la vuelta a la mesa y miró la pantalla―. Tenía dudas con un artículo que nos devolvieron y no sabía cómo registrarlo.
     Inclinada como estaba, me costó mirarle a los ojos, pero lo intenté y le expliqué cómo hacerlo. Volví a preguntarme de dónde las habían sacado mis hermanos, porque aprendía rápido, así que le pedí que se trajera una silla para seguirle enseñando a llevar las cuentas. No llevábamos ni media hora, cuando escuché voces en la shop.
     ―Espera un momento, voy a ver qué pasa ―me pareció que era mi madre, pero no podía ser.
     Salí a la shop y allí estaba.
     ―¿Qué hacen estas desvergonzadas aquí? ―se dirigió a mí.
     ―Son las dependientas.
     ―Hola Jaim-he ―saludó mi padre, desviando la mirada hacia Schi-schi.
     ―¿Qué hacéis aquí? ―aún iban vestidos de aventureros, debían haber venido directamente desde el aeropuerto.
     ―Nuestro amigo Ferdinand nos contó que habíais contratado personal, no muy fiable al parecer ―mi madre me agarró del brazo y mientras mi padre permanecía embelesado ante los encantos de Schi-schi, me arrastró hacia el despacho.
     ―¿Tienes otra aquí? ¡Fuera!
     Sha-lina se apartó de la unidad computerizada y salió.
     ―Explícame qué hacen esas chicas medio desnudas en la shop.
     ―Las contrataron tus hijos Jess-hús y Joss-hé, y llevan los uniformes que ellos eligieron ―no hacía falta explicar más, ya sabía ella cómo eran sus hijos, aunque no quisiera reconocerlo.
     ―Tienes que echarlas. Tu padre y yo no podemos ocuparnos de todo, tienes que espabilar porque si no vas a echar a perder el negocio.
     ―Ya lo han hecho ellos. ¿Sabes que han sufrido una intoxicación…
     ―Lo sé. Ahora mismo vamos a verlos, a saber lo que les echaron en los refresh a los pobrecitos.
     La seguí hasta la shop. Llamó a mi padre, que se despidió de Schi-schi con un par de besos.
     ―Deshazte de ellas.
     Debí haberme suicidado.
     Volví al despacho. No quería ver a nadie, pero en medio del desasosiego, el sonido cortante del i-phonio quiso devolverme a la realidad. Era un mensaje. No quería saber de nadie, pero el dedo actuó de modo reflejo, y me alegré, porque era un mensaje de Marta-ah. Para ella estaba disponible. Lo abrí.
     “He conocido a otro. Hacemos buena pareja sexual, así que he pensado que no quiero tener pareja sentimental”.
     No podía ser cierto, se iba a ver a un santo y encontraba un hombre con el que tener sexo, sin sentimientos. ¿Y yo qué? ¿No contaban los seis años que llevábamos juntos?
     Debí quitarme de en medio.
     Abrí el compartimento secreto del cajón y metí la mano hasta el fondo. ¡No estaba! Si lo tuvieran los S.L.O. seguiría en Reinserción. ¿Quién podía haber sido? Los ojos se me humedecieron y me eché sobre la mesa. Hasta esto me salía mal.  
     ―Jaim-he ―me zarandeó el hombro con suavidad―, ¿estás bien?
     ―No ―estaba dándole vueltas en la cabeza a todo lo sucedido desde que mis padres decidieron autojubilarse a cuenta de la ferreshop.
     ―¿Qué te pasa? ―su mano se posó en mi cabeza, enredándose en el pelo. Era lo único agradable que me había sucedido esa mañana. Sha-lina.
     Dejó de acariciarme. Sus pasos sonaron leves, rodeando la mesa. Volvió a acariciarme, con ambas manos, masajeando la cabeza, el cuello y los hombros.
     ―¿Mejor?
     ―Sí.
     ―¿Vas a echarnos?
     ―Os contrataron mis hermanos y os echan mis padres. Mis hermanos no van a volver, tampoco mis padres, y hacen falta dependientes.
     ―Entonces, ¿qué vas a hacer?
     ―Te has desenvuelto muy bien durante mi ausencia, no tengo queja de vosotras, pero ellos son los propietarios, tal vez deba quitarme de en medio.
     ―Jaim-he ―sus manos presionaron mis hombros con fuerza―, no lo hagas. Es tu negocio. Nosotras saldremos adelante.
     Se alejó, no quise mirarla. Tardé dos horas en decidirme, pero al fin hice lo que deseaba mi madre, lo que a Sha-lina parecía no importarle que hiciera. Puse un anuncio en la WEBA solicitando un contable y tres dependientes. Yo ya no era necesario, en cuanto hubieran aprendido a hacer su cometido, que vinieran mis padres a supervisar y llevarse el dinero para sus aventuras exóticas.
     Yo me quitaría de en medio.  
     Apenas dormí, preocupado por las trillizas. Hacían bien su trabajo y tendría que sustituirlas por unos desconocidos. Esa mañana ninguna de ellas me saludó y me fui directo al despacho. Había una silla al otro lado de la mesa, habría sido idea de Sha-lina, para las entrevistas de laboración. Había citado a los interesados a las diez y media, serían muchos, pero esperaba poder dejar resuelto el tema esa misma mañana. Encendí la unidad computerizada para comprobar las existencias, pero no fui capaz de hacer nada. 
     A la hora prevista entró Schi-schi, con un plastipapel en la mano.
     ―Buenos días ―se inclinó para darme la mano―. Vengo a solicitar el puesto de dependienta.
     Se sentó. Era una lástima que no pudiera conservar su puesto, pero al menos le dejaría presentar la solicitud.
     ―Supongo que tiene experiencia demostrable.  
     ―Mi primer y único trabajo ha sido el de dependienta en una ferreshop y creo que no lo hice mal, al menos el jefe no se quejó de mí ―dejó la solicitud sobre la mesa.
     ―Su experiencia es importante. La avisaré si resulta elegida.
     Se levantó y salió sin despedirse. La escena se repitió con Shei-laa, que solicitó idéntico puesto. Con Sha-lina se acabaría la pantomima y llegarían los solicitantes de verdad. Era lo último que iba a hacer por mis padres antes de quitarme de en medio.
     ―Buenos días ―susurró con una timidez que no le correspondía― ¿Puedo sentarme?
     Dejó su plastipapel sobre la mesa. Lo tomé, sintiendo una pena inmensa. Quería quitarme de en medio cuanto antes y me faltaba el cilindro, tendría que comprar otro. Empecé a leer su solicitud en voz alta.
     ―He laborado en una ferreshop durante un corto periodo de tiempo y debido a circunstancias especiales debí asumir la contabilidad. No sé llevarla…
     ―Pero todos los artículos vendidos han pasado por el datador ―me interrumpió, diciendo exactamente lo que estaba escrito―, sólo hace falta saber cómo se descargan en la unidad computerizada y registrarlos ―suspiró―. Shei-laa dio aviso de que faltaban brocas de nuevo y mandé a Schi-chi por ellas al lugar que me indicó, anoté la incidencia en la minitableta y la dejé en su escritorio para que fuera subsanada en cuanto volviera…
     ¡Había abierto el cajón!    
     ―Un momento, Sha-lina. ¿Cogiste la minitableta del cajón?
     ―Le vi sacarla de ahí cuando me envió a comprar brocas.  
     ―¿Te costó encontrarla?
     ―Estaba detrás del cilindro ―dijo en voz baja.
     A estas alturas no recordaba si guardé el cilindro en el compartimento, si lo cerré o no o lo dejé simplemente en el cajón; sólo sabía que había desaparecido.
     ―Y el cilindro…
     ―Pensé que sería mejor que no estuviera en la oficina, por si la registraban.
     En todo momento me había ayudado y yo iba a echarla por el capricho de mi madre, no era justo; había demostrado ser capaz de llevar la ferreshop.
     ―Ay, Sha-lina, no hay nadie que se merezca el puesto más que tú.
     Se emocionó y al levantarse, volcó la silla. Vino hacia mí, se sentó en mis rodillas, me abrazó y besó en ambas mejillas.
     ―¿De verdad, me quedo?
     ―Claro que sí.
     ―¿Qué dirán tus padres?
     ―Les diré que está todo arreglado y les enviaré a un viaje muy largo ―frunció el ceño―. ¿Qué ocurre?
     ―Entiendo lo de tus hermanos, pero, ¿no crees que es suficiente?
     ―En cuanto mis padres tengan un viaje en perspectiva, se olvidarán de la ferreshop.
     ―¡Qué susto!, creí que querías usar el cilindro ―me apretó contra sí y eso me dio valor para poner la mano en su cintura.
     ―No voy a necesitarlo, mis hermanos no volverán. Será mejor que te deshagas de él.
     ―Respecto a la labor que me ofreces ―frunció el ceño―, creo que no puedo aceptarla.
     Pero si se me había echado encima en cuanto se lo ofrecí.
     ―¿Por qué no?
     ―Por Shei-laa y por Schi-schi ―dijo apenada.
     ―Ellas se quedan, igual que tú.
     ―¿De verdad?
     Sha-lina dio un gritito y abandonó el despacho a toda prisa. Volvió con sus compañeras, que me abrazaron y agasajaron con sus encantos, volviendo a sufrir una embarazosa turgencia, de la que Shi-schi se rió discretamente sin darle la menor importancia.
     Con la ayuda de Sha-lina, encontré el viaje ideal para mis padres, que les presenté como un regalo de Luna Ferreshop a los socios fundadores, “Oceanía a fondo”, de dos meses de duración, y salían dentro de tres días. Comenzaron los preparativos y se olvidaron de Luna Ferreshop y las trillizas. 
     Volví a disfrutar de la ferreshop como en los viejos tiempos, antes de la incorporación de mis hermanos. Laborar con las encantadoras trillizas fue lo mejor que me pudo pasar. Las cuentas cuadraban y Sha-lina aprendió a llevarlas. Aliviado de laboración, empecé a salir a tomar algo al refresh a media mañana, acompañado por alguna de ellas si no había muchos clientes. De Marta-ah no volví a saber y fue mejor porque una mañana, Sha-lina entró en el despacho con el antiguo uniforme, y no me pude resistir; poco tiempo después formalizaríamos nuestra condición de pareja sexual.