*
A la mañana siguiente me puse los pantis y
me miré en el espejo. Encogí una pierna, la eché hacia adelante y la apoyé en
el suelo, después me volví despacio hasta quedar de perfil. Lo había imaginado,
pero no era lo mismo que verlo, estaba sorprendida. Eran unas piernas
preciosas, tal y como debieron haber sido. Lloré de emoción. Me puse un jersey negro
ceñido y de cuello alto cuyas mangas llegaban hasta los dedos y completé el
atuendo con unos escuetos pantalones cortos; todo muy ceñido, y tan negro como
los tatuajes, como la melena. Volví a mirarme al espejo. Era una mujer tatuada,
como debiera haber sido, si los astros, por algún incomprensible motivo no hubieran
decidido castigarme. Las lágrimas volvieron a asomar.
Las nuevas piernas y una escorpiona agresiva
me dieron el valor suficiente. Al salir de casa, giré a la izquierda, y por
primera vez en muchos días, empecé a subir la cuesta. Allí estaba, encaramado a
su atalaya, como si nunca la hubiera abandonado. Me sentía fuerte y me detuve
ante el escaparte del comercio de prendas de vestir. No sentía ningún interés
por las prendas simplonas del escaparate, pero quería que él tuviera tiempo
suficiente para fijarse en mí. Subí el pie hasta el borde del escaparate y me
descalcé, simulando que se había colado algo en el zapato. Quería que apreciara
la esbeltez de mis nuevas piernas, envueltas en un hermoso y delicado tatuaje. Sacudí
el zapato y me calcé lentamente.
Me observaba con descaro. Eché a andar sin
apartar la mirada y al llegar a su altura, esbocé una sonrisa. Acababa de
dejarle atrás cuando escuché el golpe: la estatua había saltado al suelo.
Instintivamente, llevé el pulgar a la base del anillo aturdidor. Pasos,
acompasados a los míos, a la distancia suficiente como para poder admirar mis
piernas; era una buena señal, creía que tendría que pasar varias veces por allí
para interesarle. Caminó sin prisa y no me alcanzó hasta hallarnos cerca del
refreshbar que había en lo alto de la calle. Seguí acariciando el anillo, por
si lo necesitaba.
—Hola —su voz grave era muy distinta a la
del acosador de entonces.
—Hola —me detuve. No le miré, su cercanía
me intimidó. Levanté la mano, preparada para defenderme.
—Detalles retro para la vivienda. He
pensado que te gustaría echar un vistazo.
—Por los Astros, no estará sugiriendo… —sólo
tenía que hundir la uña en la muesca del anillo y se convertiría en un arma
mortal.
—No, no, nada de eso —me interrumpió—, no
soy ningún sugeridor. El comercio es mío —la inspección se había tomado muy en
serio el tema de los sugeridores y quería erradicar esa labor ilegal.
—No estoy interesada en lo retro —hice
ademán de continuar.
—Si no quieres entrar —su respiración era
agitada, tal vez estaba nervioso o inseguro—, al menos podíamos tomar algo en el
refreshbar.
—Lo siento, no tengo tiempo, voy a laborar
—recordando mi nuevo tatuaje de nacimiento, me enfrenté a su mirada.
—¿Laboras? ¿No eres muy joven para eso?
—Y
tú, ¿seguro que eres comerciante? —estaba sorprendida de mi audacia, era una
nueva escorpiona, agresiva, fuerte, mortífera—. Invítame a tomar algo cuando
vuelva.
Eché a andar sin aguardar su respuesta. No
le había dicho a qué hora regresaba, pero me vería llegar desde su atalaya. Bajé
la mano, aún la llevaba en alto. Estaba tan cerca que hubiera resultado sencillo
extenderla, y la descarga le habría matado; habría sido demasiado sencillo.
Volví a verle en aquel pasillo, encaramado
sobre el hueco de la ventana; ni siquiera había necesitado cerrar los ojos para
recordarlo. Sus amigos sentados a sus pies. Debía estar en sexto curso de
Conocimientos Básicos y afortunadamente él y sus amigos iban a otra clase. A
esa edad, aún había muchos niños que sólo lucían el tatuaje de nacimiento y las
líneas maestras que iniciarían el resto de los tatuajes. Iba bastante tapada,
como siempre, incluso más, porque el falso tatuaje de nacimiento había
comenzado a perder intensidad y aún faltaban un par de días para que Jhounes
viniera a casa. Como siempre, permanecía atento, como un ave rapaz en busca de
una presa. “¿Te avergüenzas de tu signo?” “No. Soy escorpio” “No te creo,
enséñamelo”. Asustada, eché a correr. Aquella vez no pasó nada más. El
horóscopo decía que el carácter de la mujer escorpiona es agresivo y dominante,
pero debido al ascendiente paterno, éste se había debilitado; la fragilidad era
mi don más destacado y tenía mucho miedo al rechazo que acarreaba el que llegara
a conocerse mi desnudez.
*
Al regresar de laborar, me detuve en lo
alto de la calle. Continuaba en su posadero, donde se imaginaría fuerte y
dominante, pero era yo la que ahora estaba en lo alto, y él acudiría sumiso. No
se hizo esperar, saltó de su saliente y comenzó a subir, despacio. No sería yo
quien le esperara, así que entré en el refreshbar y me senté en una esquina
discreta. No tardó mucho en llegar, fatigado por haber subido corriendo; eso demostraba
que estaba interesado en mí. Cuando trajeron las bebidas había conseguido
calmar su respiración y comenzó a hablar. Tenía muchas ganas de aclararme, cómo
siendo tan joven regentaba un comercio. Fue un adolescente conflictivo —eso era
quedarse corto— y no quiso estudiar, pero tuvo la suerte de que sus padres le
montaran un negocio. Sabía que era de familia de buena posición económica, o no
hubiéramos coincidido en los mismos espacios de adquisición de conocimiento. Aclarado
esto, me mostró su signo, era Tauro; sólo tuvo que volverse, la camiseta dejaba
expuesta la espalda casi hasta los omóplatos. Estuve tentada de extender la
mano y pulsar el anillo, pero me contuve.
—¿Y tú? —quiso que le mostrara el signo,
pero no pensaba hacerlo, aún no.
—Soy una escorpio —di un trago de
narancoco.
—¿De veras?
Faltaba el “no me lo creo”, pero esta vez
no contaba con sus amigos y yo no iba a huir, él vendría tras de mí, bailaría a
mi son; después trataría de huir y sería demasiado tarde. Apuré la bebida.
—Acompáñame a casa y podrás averiguarlo
—el aguijón se agitó impaciente.
Me levanté dejándole paralizado por la
sorpresa y salí del refreshbar mientras él se quedaba pagando. Volvió a correr
para alcanzarme, lo hizo a la altura de la panadería. Faltaba muy poco para
llegar al portal y las dudas me asaltaron. ¿De verdad le tenía dominado? ¿Y si
me había reconocido? Llevé el pulgar hacia el anillo. Podía usarlo en cualquier
momento. Introduje la llave en la cerradura del portal y abrí. Aquello no
volvería a suceder.
Habían pasado muchos años desde la última
vez, aún iba al Centro de Conocimientos Medios. Rara vez dejaba asomar el
tatuaje de nacimiento y seguía vistiendo como una recién nacida, con prendas
que cubrían todo mi cuerpo, lo cual extrañaba tanto a los compañeros como a los
transmisores de conocimiento. “Nunca dejas ver tu signo —me increpó desde el
alfeizar de la ventana—, ¿acaso no tienes?” Me quedé helada. Había cambiado
físicamente, pero seguía siendo el mismo que desde las alturas y acompañado de
varios cómplices se dedicaba a hacérselo pasar mal a los demás. “Soy Escorpio”,
me enfrente a él—, pero eso a ti no te importa. “Vamos a averiguarlo”, saltó
desde su atalaya, seguido de sus secuaces. No tuve tempo de huir, me agarraron
y echaron al suelo boca abajo, y me levantaron la camiseta. “¡Aaaaggghhh, qué asco!”.
“No tiene tatuajes”. “¡Se ha borrado!”. “Está vacía”. “Parece una recién
nacida”. “Es asqueroso”. No les bastó
con humillarme, tuvieron que decírselo a todo el mundo. Los compañeros
empezaron a evitarme y no volví a poner un pie en el Centro de Conocimientos
Medios.
El mismo que subía detrás de mí. Unos
pasos más y estaría ante la puerta. Me había humillado y hecho sufrir lo
indecible, y mis padres tuvieron que enviarme a un lugar donde nadie me
conociera. Dudé al introducir la llave en la cerradura, ¿de verdad estaba
preparada? Habían sido años de sufrimiento que el psicoastrólogo casi consiguió
eliminar, él había vuelto para recordármelo. Rocé el anillo. Estaba preparada
para vengarme. Abrí y entré.
Le invité a ocupar la butaca en la que me
sentaba en las plácidas tardes de lluvia antes de que oscureciera y contemplaba
el antiguo e-book de desnudos, gente de los antiguos tiempos, tan vacíos como
yo. Pensé ofrecerle una colaranja, pero no podía esperar. Levanté la pierna y
apoyé el pie sobre su muslo. De inmediato su mano tomó posición sobre el
tobillo y ascendió por el gemelo.
—Tienes unas piernas impresionantes.
—Son diseño mío.
—Pues tienes muy buen gusto.
Bajé la pierna y alejándome unos pasos, me
bajé lentamente el pantalón y lo dejé sobre una silla. Me giré lentamente. La
venganza comenzaba, su fin se acercaba.
—Unas piernas impresionantes y un culo
sublime. Me muero por ver el resto.
—Estás en mi casa —caminé hacia el
dormitorio—. Deberás ser tú quien se muestre.
Entró en calzoncillos, mostrando un torso
completamente tatuado.
—Mira. Cada nivel es una etapa superada
—se sentó a mi lado en la cama.
—Te quedan pocas por ocupar.
Líneas directrices con forma de salientes,
sabía lo que eso significaba. No lo ocultaba, era así de miserable, sometiendo y
degradando a los demás desde las alturas. Le imaginé en el saliente de su
comercio y debajo sus secuaces, prestos a arremeter contra mí en cuanto subiera
la calle. Eso estimuló el deseo de venganza y no presté atención a lo que contó.
Parecía esperar algo de mí.
—¿No vas a mostrarme al menos tu tatuaje?
—intentó subirme la camiseta y la agarré con fuerza.
—Acabamos de conocernos. No la primera vez.
—Si
es así, me conformaré.
Era yo la que mandaba y se conformaría con
la mujer que vestía una camiseta negra de cuello alto y mangas largas de las
que sobresalían únicamente unos dedos sin tatuar. Al principio me sentí
violenta, su mano se había posado sobre mi muslo. Dejé que ascendiera por la
cadera, acariciara el estómago tapado y finalmente se demorara sobre el pecho.
Era muy duro haber metido en mi cama a la persona que había arruinado mi vida.
Agredida y humillada, acabé en boca de todos; una adolescente cuyo cuerpo
estaba tan desnudo como el de un recién nacido; provocaba repulsión.
—Tranquila —su mano bajó hasta el costado
y me miró a los ojos. Estaba a punto de llorar, iba a echar todo a perder.
—Estoy nerviosa —aduje.
Era cierto, nunca había estado con un
hombre, salvo con Jhounes y él no pudo seguir cuando vio parte de mi piel
desnuda. Los tatuajes formaban parte del espíritu de cada individuo, nadie se
habría avenido a intimar conmigo en la oscuridad. Era triste, pero mi primera vez
iba a ser con él. Su rostro se había acercado y agradecí que no me besara.
Tampoco me gustó que manoseara mis pechos, aunque fuera por encima del jersey.
De pronto, su dedo se apoderó de una lágrima que no sabía hubiera asomado. No
imaginaba ese gesto en alguien como él. Llevé una mano a su espalda, debía
continuar fingiendo que me gustaba.
*
Eva
se hallaba a la sombra del manzano y Adán estaba sentado a sus pies, acariciando
su pierna tatuada, deslizando la mano hacia la rodilla, donde se demoró unos
instantes antes de recrearse en los trazos circunvalados del muslo. Desperté
con la sensación de que el sueño continuaba y yo era Eva. Las caricias de Adán
siguiendo las complejas líneas tejidas sobre mi muslo resultaban excitantes…
El encanto se esfumó al recordar que no estaba
con Adán. Debía evitar poner mala cara y ser una buena actriz, como lo fui
antes de quedarme traspuesta; imaginaría que era Adán quien recorría con su
dedo la tercera línea fina que conectaba los dos tirabuzones artúricos. No
necesitaba verlo, conocía el diseño de memoria, lo había ido perfeccionando a
lo largo de los años, y… volvió a resultar agradable sentir los dedos de Adán.
Una sonrisa se me dibujaba en el rostro y me atreví a abrir los ojos, sin
mirarle, no quería romper el encanto. Me pareció que la luz que entraba en la
habitación era diferente, naturalmente era más leve, pero la luz del atardecer
no entraba en la habitación… ¡estaba amaneciendo!
—¿Ocurre algo? —acababa de sentir un
escalofrío.
—¡Está amaneciendo! —claro que ocurría,
tantos días durmiendo mal por culpa suya y la tarde que le traía a casa, me
quedaba dormida a su lado. ¡Tan tranquila, como si no pasara nada!, pero eso no
iba a decírselo.
—¿Eso es algo malo?
Su respuesta hizo que me volviera hacia
él, encendida, violenta. Él continuaba absorto contemplando y siguiendo con su
dedo el diseño de la pierna que él suponía auténtica, la que debió haber sido. Su
mano llegó a la cadera, abandonó el final del trazo y saltó al que acababa por
debajo del ombligo. Estaba en la Constelación del Cisne, saltó de una estrella
a otra, y llegó al lugar que deseaba. Arriba y abajo, insinuándose, un poquito
más adentro. Me gustaba, en ese momento era su Eva, y él mi Adán. ¡Qué ironía!
Como Eva, le daría la manzana que acabaría con su felicidad. ¿Cómo podía haber
dormido tan plácidamente junto a quien me había arruinado la vida? Su dedo me acariciaba,
arriba y abajo, insinuándose de vez en cuando, queriendo hundirse en mi
interior. Un poco más no importaba, la venganza sería aún más cruel si venía
justo después de haber disfrutado, de haberle dejado disfrutar. Llevé la mano
hacia su vientre, plagado de líneas casi verticales que se diluían poco antes
de llegar a su virilidad, y salté a la que lo escindía en dos. Entonces, su
mano libre se dirigió al elástico de mi jersey.
—¿Querrías quitártelo?
Hubiera preferido que esperara, pero era
él quien pedía que adelantara su final.
—Espera, déjame a mí —me senté al borde de
la cama y levanté la camiseta lo justo para que viera el escorpión.
—Es… muy agresivo. Es extraño que dejaran
un vacío a su alrededor, no hay líneas maestras —su dedo se posó, estaba segura
que por detrás del aguijón.
—Mis padres decidieron el diseño, es algo
muy especial —mentí, algo poco habitual cuando me regía por la parte positiva
de mi signo.
—Estoy intrigado. ¿No vas a enseñarme el
resto?
—No insistas —me volví hacia él.
—Es nuestra segunda vez, ahora nos
conocemos un poco mejor —su mano llegó al borde del jersey y metió un dedo bajo
el apretado elástico.
—Está bien —sujeté su mano—. Déjame
hacerlo a mí.
Soltó el elástico, me alejé hasta los pies
de la cama y coloqué las manos sobre los pechos.
—Te gustarán las líneas que serpentean hasta
aquí y quedarás prendado del diseño de los pezones —hubiera sido cierto de
haber podido completar mi atuendo.
—Lo estoy deseando.
—Déjame ir al baño un momento. Ponte
cómodo.
Había llegado el momento de ofrecerle la
manzana. Fui a la sala de aseo personal y me quité el jersey y los pantis. Contemplé
el vacío en el espejo, a mi me gustaba. Me di la vuelta para ver el aguijón.
Iba a clavárselo, y si aún no me había reconocido, lo haría.
—Voy a entrar. Cierra los ojos.
—Así no te veré.
—Será sólo un momento. No lo estropees.
—Está bien.
Asomé la cabeza. Estaba sentado en la cama,
apoyado en la cabecera y con los ojos cerrados. Caminé con sigilo hasta llegar
a los pies de la cama. Había llegado el momento.
—Puedes abrirlos —saboreé cada sílaba
salida de mi boca.
—¡Aaaaarrggghhhh! —gritó aferrándose a la
sábana como si le fuera la vida en ello—. ¡No tiene gracia, quítate eso!
—contempló con ojos desorbitados la blancura de mi cuerpo vacío.
Me decepcionó que pudiera pensar que lo
que veía no era real, pero iba a asegurarme de que lo comprendiera. Puse una
rodilla en la cama.
—No voy a arrancarme la piel por ti —posé
la mano sobre la sábana, después la otra rodilla y avancé despacio.
—¡No! —se dejó escurrir hasta quedar
tumbado. Si se resistía, él tenía más fuerza, pero yo tenía el anillo. Nuestras
piernas entraron en contacto. Intentó encogerlas, y las atrapé entre las mías.
—¡Aaaaarrggghhhh! —me dejé caer sobre él—.
¡Aaaaarrggghhhh!
Me moví sobre él, sexo contra sexo, un
movimiento que no lograría excitarle, pero sí sufrir, no había más que verle.
Su respiración se aceleraba más y más. Como en aquella ocasión hacía tantos
años, mi cuerpo vacío le había repelido, a él y a sus amigos. Echaron a correr,
demasiado impresionados para continuar acosándome, pero a él no le bastó e hizo
correr la voz; fui yo la que sufrí el desprecio y el vacío de los demás.
—¿No querías ver mis pechos? —los moví a
un lado y a otro—. No creo que te vayan a detener unos centímetros de piel
desnuda, todos los tenemos—. Bajé un poco más, los restregué de un lado a otro
y me apreté contra él.
—¡Aaaaarrggghhhh! ¡Aaaaaaaaaaaaarrggghhhh!
—comenzó a mover la cabeza a un lado y a otro. Estaba fuera de sí.
Apoyé los codos y acerqué las manos a su
cabeza, dejó de moverla y su rostro se contrajo en una mueca de lo más
desagradable. Abrió la boca, sin llegar a gritar. Le tenía dominado. Acerqué
más las manos y las posé en sus mejillas. Levantó su mano para apartarla.
—¿Vas a tocar una piel sin tatuar? —tenía
el anillo. Una descarga leve bastaría para que la retirara—. Tan solo son unas
líneas, eso es lo que echas de menos; salvo eso, mi cuerpo es como el de
cualquier otra mujer. Sigo siendo la misma de ayer —su mano bajó al costado,
lejos de mi cuerpo.
—Estás vacía —la voz surgida de aquella
boca distorsionada sonó extraña.
—Completamente vacía. Es repugnante —solté
una carcajada.
Acerqué mi rostro al suyo y saqué la lengua.
Apretó la mandíbula. Lamí su barbilla y cerró la boca. Seguí subiendo y cerró
con fuerza los ojos. Escuché un susurro sordo parecido al llanto. Había
claudicado.
Sentada sobre él, contemplé satisfecha el
resultado. Tenía los ojos fuertemente cerrados y el rostro contraído, sufría. Laural
estuvo más de un año visitando al pharmapsicólogo sólo por haber visto
grafitis, él no lograría recuperarse; pero aún no sabía quién era yo. Le
abofeteé y abrió los ojos.
—Déjame ir —susurró.
—¿Ir? —me levantó la camisa en busca del
tatuaje de nacimiento y descubrió que no había nada más—. A mí no me dejaste
ir. Siente sobre tu piel inmaculada la asquerosa piel desnuda de aquella a la
que arruinaste la vida —apoyé las manos sobre su pecho.
—¡Aaaaarrggghhhh! —cerró los ojos, como si
con ello pudiera evitar el contacto.
—Soy Shilmania, de Cordhob, la del cuerpo
vacío —me moví sobre su cuerpo para que recordara mi piel por su visión y su
tacto, y no olvidara en mucho tiempo, a poder ser hasta su muerte.
Levantó la cabeza al tiempo que abría los
ojos. Preparé el anillo, con el pulgar presto a activarlo. El miedo dejó paso a
la sorpresa.
—Yo… —dejó caer la cabeza.
—Me acosaste en el Centro de Conocimientos
Básicos y después en el de Medios. Esa última vez no me dejaste ir y después
proclamaste a los cuatro vientos que estaba desnuda; y desnuda sigo —el suyo
era un rostro desesperado. Caí sobre él y comencé a moverme violentamente.
—Aaaaaaaaaahhh, aaaaaaaaaaarrrrrrrrrrrr.
Aaaagggggggggggghh —volvió a gritar.
Me incorporé hasta quedar arrodillada
sobre él. Los gritos eran insoportables, pero disfrutaba de su agónica
desesperación. Poco después, su garganta cedió y la distorsionada boca medio
abierta dejó de proferir sonidos.
*
Abandoné la cama. Hubiera creído que
estaba muerto, si no fuera por la tenue respiración. Me sentía dichosa,
eufórica, por el logro. Me había enfrentado a mi agresor y le había clavado el
aguijón. Me había vengado. Tenía que deshacerme de él, pero no había prisa, así
que me fui a la sala de aseo personal y entré en el vaporizador para quitarme
la impresión de su cuerpo tatuado. Después, contemplé mi imagen vacía ante el
espejo, me gustaba, como esos grafitis antiguos de una época en la que no
existían los tatuajes. Había nacido en el momento equivocado.
Iba a vestirme, cogí los pantis y la
chaqueta y volví a la sala de reposo. Continuaba como muerto, salvo por el
movimiento del tórax. Aún podía hacerle sufrir un poco más. El lado oscuro de
mi signo se había vuelto muy fuerte. Dejé la ropa a los pies de la cama y fui a
por un vaso de agua. La derramé sobre su cara. Tardó en abrir los ojos. Fue
verme y encogerse atemorizado. Agarró la almohada y la colocó sobre su cuerpo.
—Haz lo que sea —dijo apenas sin voz—,
pero quítate eso.
—Esto es lo único que tengo —le mostré la
espalda—, una escorpiona agresiva, esa soy yo.
—Aaaah, no, aléjate de mí —avancé—. ¡Aaaaaaaaaaaaahh!
¡Aaaaaaaaaaaahh! —sus gritos eran apenas un susurro.
A los pies de la cama me exhibí, danzando al
son de sus quejidos. Después cogí el panti y me lo enfundé. Aquello detuvo su
lamento, abrió y cerró los ojos varias veces, observando las piernas que
conoció, las que le embaucaron. Al terminar de vestirme sus gritos sofocados
continuaban. Cogí el relophon-i de la mesilla y pulsé el botón de emergencias.
—Tengo un amigo que no hace más que gritar,
creo que ha enloquecido.
Llegaron los S.L.O., el pharmamédico y el pharmapsicólogo,
para entonces había vuelto a quedarse afónico y señalaba mis piernas. El
pharmamédico examinó su cabeza con el escáner portátil.
—No se aprecia nada. ¿Qué cree que le ha
sucedido?
—Estaba impresionado con los tatuajes de
mis piernas. Anoche todo transcurrió con normalidad, pero esta mañana quiso
verlos de cerca y estuvo deslizando el dedo sobre las líneas; de pronto se puso
a gritar y desde entonces no ha parado. Lo único que dijo fue que me quitara
los tatuajes.
El pharmapsicólogo se acercó a él y le
habló. Él contestó en susurros.
—Dice que tiene usted la piel desnuda. ¿A
qué puede referirse?
—No lo sé, anoche estuvo encantado
acariciándome las piernas, no voy a relatarle el resto. La luz era tenue, tal
vez por eso quiso verlos con más luz —me acerqué al pharmapsicólogo—. ¿Le
parece a usted repulsivo el tatuaje o mi piel?
—Un diseño impresionante, pero no hay nada
en el trazado que pueda conducir a la locura. En fin, nos lo tendremos que
llevar al Espacio para Mentes Quebradas y Dispersas.
Se lo llevaron, y con él todas las
preocupaciones; no tendría que emprender una nueva vida en otra ciudad lejana.
Me había vengado. Estaba satisfecha, eufórica, lista para continuar con mi vida,
aunque tal vez necesitara unas sesiones con el psicoastrólogo para volver a ocultar
la parte oscura de mi signo. ¿Debería volver a cambiar el tatuaje de
nacimiento?
*****