martes, 26 de junio de 2018

Buenos días, queridos lectores:
     "Relatos de un futuro no tan lejano" ha llegado a su fin. Espero que hayáis disfrutado con su lectura, a pesar de tener que leer en ese lenguaje del mañana, a veces incomprensible por el uso de palabrejas extrañas; y que sigáis haciéndolo este verano si algún relato quedó relegado al olvido en su momento. 
     En un futuro no muy lejano espero volver a deleitaros con más relatos, que (no se lo digáis a nadie), están basados en hechos reales; todo lo que cuento va a ocurrir, estad seguros de ello.
     Gracias por leerme, espero haberos hecho disfrutar tanto como yo escribiéndolos. Desde el pasado, os mando un saludo, no una despedida, pues pronto volveremos al futuro.

Mujeres de un pasado muy lejano. Colección del artista.

martes, 5 de junio de 2018

Tatuaje. 2ª parte.




*



     A la mañana siguiente me puse los pantis y me miré en el espejo. Encogí una pierna, la eché hacia adelante y la apoyé en el suelo, después me volví despacio hasta quedar de perfil. Lo había imaginado, pero no era lo mismo que verlo, estaba sorprendida. Eran unas piernas preciosas, tal y como debieron haber sido. Lloré de emoción. Me puse un jersey negro ceñido y de cuello alto cuyas mangas llegaban hasta los dedos y completé el atuendo con unos escuetos pantalones cortos; todo muy ceñido, y tan negro como los tatuajes, como la melena. Volví a mirarme al espejo. Era una mujer tatuada, como debiera haber sido, si los astros, por algún incomprensible motivo no hubieran decidido castigarme. Las lágrimas volvieron a asomar.

     Las nuevas piernas y una escorpiona agresiva me dieron el valor suficiente. Al salir de casa, giré a la izquierda, y por primera vez en muchos días, empecé a subir la cuesta. Allí estaba, encaramado a su atalaya, como si nunca la hubiera abandonado. Me sentía fuerte y me detuve ante el escaparte del comercio de prendas de vestir. No sentía ningún interés por las prendas simplonas del escaparate, pero quería que él tuviera tiempo suficiente para fijarse en mí. Subí el pie hasta el borde del escaparate y me descalcé, simulando que se había colado algo en el zapato. Quería que apreciara la esbeltez de mis nuevas piernas, envueltas en un hermoso y delicado tatuaje. Sacudí el zapato y me calcé lentamente. 

     Me observaba con descaro. Eché a andar sin apartar la mirada y al llegar a su altura, esbocé una sonrisa. Acababa de dejarle atrás cuando escuché el golpe: la estatua había saltado al suelo. Instintivamente, llevé el pulgar a la base del anillo aturdidor. Pasos, acompasados a los míos, a la distancia suficiente como para poder admirar mis piernas; era una buena señal, creía que tendría que pasar varias veces por allí para interesarle. Caminó sin prisa y no me alcanzó hasta hallarnos cerca del refreshbar que había en lo alto de la calle. Seguí acariciando el anillo, por si lo necesitaba.

     —Hola —su voz grave era muy distinta a la del acosador de entonces.

     —Hola —me detuve. No le miré, su cercanía me intimidó. Levanté la mano, preparada para defenderme.

     —Detalles retro para la vivienda. He pensado que te gustaría echar un vistazo.

     —Por los Astros, no estará sugiriendo… —sólo tenía que hundir la uña en la muesca del anillo y se convertiría en un arma mortal.

     —No, no, nada de eso —me interrumpió—, no soy ningún sugeridor. El comercio es mío —la inspección se había tomado muy en serio el tema de los sugeridores y quería erradicar esa labor ilegal.

     —No estoy interesada en lo retro —hice ademán de continuar.

     —Si no quieres entrar —su respiración era agitada, tal vez estaba nervioso o inseguro—, al menos podíamos tomar algo en el refreshbar.

     —Lo siento, no tengo tiempo, voy a laborar —recordando mi nuevo tatuaje de nacimiento, me enfrenté a su mirada.

     —¿Laboras? ¿No eres muy joven para eso?

     —Y tú, ¿seguro que eres comerciante? —estaba sorprendida de mi audacia, era una nueva escorpiona, agresiva, fuerte, mortífera—. Invítame a tomar algo cuando vuelva.

     Eché a andar sin aguardar su respuesta. No le había dicho a qué hora regresaba, pero me vería llegar desde su atalaya. Bajé la mano, aún la llevaba en alto. Estaba tan cerca que hubiera resultado sencillo extenderla, y la descarga le habría matado; habría sido demasiado sencillo. 

     Volví a verle en aquel pasillo, encaramado sobre el hueco de la ventana; ni siquiera había necesitado cerrar los ojos para recordarlo. Sus amigos sentados a sus pies. Debía estar en sexto curso de Conocimientos Básicos y afortunadamente él y sus amigos iban a otra clase. A esa edad, aún había muchos niños que sólo lucían el tatuaje de nacimiento y las líneas maestras que iniciarían el resto de los tatuajes. Iba bastante tapada, como siempre, incluso más, porque el falso tatuaje de nacimiento había comenzado a perder intensidad y aún faltaban un par de días para que Jhounes viniera a casa. Como siempre, permanecía atento, como un ave rapaz en busca de una presa. “¿Te avergüenzas de tu signo?” “No. Soy escorpio” “No te creo, enséñamelo”. Asustada, eché a correr. Aquella vez no pasó nada más. El horóscopo decía que el carácter de la mujer escorpiona es agresivo y dominante, pero debido al ascendiente paterno, éste se había debilitado; la fragilidad era mi don más destacado y tenía mucho miedo al rechazo que acarreaba el que llegara a conocerse mi desnudez.



*



     Al regresar de laborar, me detuve en lo alto de la calle. Continuaba en su posadero, donde se imaginaría fuerte y dominante, pero era yo la que ahora estaba en lo alto, y él acudiría sumiso. No se hizo esperar, saltó de su saliente y comenzó a subir, despacio. No sería yo quien le esperara, así que entré en el refreshbar y me senté en una esquina discreta. No tardó mucho en llegar, fatigado por haber subido corriendo; eso demostraba que estaba interesado en mí. Cuando trajeron las bebidas había conseguido calmar su respiración y comenzó a hablar. Tenía muchas ganas de aclararme, cómo siendo tan joven regentaba un comercio. Fue un adolescente conflictivo —eso era quedarse corto— y no quiso estudiar, pero tuvo la suerte de que sus padres le montaran un negocio. Sabía que era de familia de buena posición económica, o no hubiéramos coincidido en los mismos espacios de adquisición de conocimiento. Aclarado esto, me mostró su signo, era Tauro; sólo tuvo que volverse, la camiseta dejaba expuesta la espalda casi hasta los omóplatos. Estuve tentada de extender la mano y pulsar el anillo, pero me contuve.  

     —¿Y tú? —quiso que le mostrara el signo, pero no pensaba hacerlo, aún no.

     —Soy una escorpio —di un trago de narancoco.

     —¿De veras?

     Faltaba el “no me lo creo”, pero esta vez no contaba con sus amigos y yo no iba a huir, él vendría tras de mí, bailaría a mi son; después trataría de huir y sería demasiado tarde. Apuré la bebida.

     —Acompáñame a casa y podrás averiguarlo —el aguijón se agitó impaciente.

     Me levanté dejándole paralizado por la sorpresa y salí del refreshbar mientras él se quedaba pagando. Volvió a correr para alcanzarme, lo hizo a la altura de la panadería. Faltaba muy poco para llegar al portal y las dudas me asaltaron. ¿De verdad le tenía dominado? ¿Y si me había reconocido? Llevé el pulgar hacia el anillo. Podía usarlo en cualquier momento. Introduje la llave en la cerradura del portal y abrí. Aquello no volvería a suceder.

     Habían pasado muchos años desde la última vez, aún iba al Centro de Conocimientos Medios. Rara vez dejaba asomar el tatuaje de nacimiento y seguía vistiendo como una recién nacida, con prendas que cubrían todo mi cuerpo, lo cual extrañaba tanto a los compañeros como a los transmisores de conocimiento. “Nunca dejas ver tu signo —me increpó desde el alfeizar de la ventana—, ¿acaso no tienes?” Me quedé helada. Había cambiado físicamente, pero seguía siendo el mismo que desde las alturas y acompañado de varios cómplices se dedicaba a hacérselo pasar mal a los demás. “Soy Escorpio”, me enfrente a él—, pero eso a ti no te importa. “Vamos a averiguarlo”, saltó desde su atalaya, seguido de sus secuaces. No tuve tempo de huir, me agarraron y echaron al suelo boca abajo, y me levantaron la camiseta. “¡Aaaaggghhh, qué asco!”. “No tiene tatuajes”. “¡Se ha borrado!”. “Está vacía”. “Parece una recién nacida”. “Es asqueroso”.  No les bastó con humillarme, tuvieron que decírselo a todo el mundo. Los compañeros empezaron a evitarme y no volví a poner un pie en el Centro de Conocimientos Medios.

     El mismo que subía detrás de mí. Unos pasos más y estaría ante la puerta. Me había humillado y hecho sufrir lo indecible, y mis padres tuvieron que enviarme a un lugar donde nadie me conociera. Dudé al introducir la llave en la cerradura, ¿de verdad estaba preparada? Habían sido años de sufrimiento que el psicoastrólogo casi consiguió eliminar, él había vuelto para recordármelo. Rocé el anillo. Estaba preparada para vengarme. Abrí y entré.

     Le invité a ocupar la butaca en la que me sentaba en las plácidas tardes de lluvia antes de que oscureciera y contemplaba el antiguo e-book de desnudos, gente de los antiguos tiempos, tan vacíos como yo. Pensé ofrecerle una colaranja, pero no podía esperar. Levanté la pierna y apoyé el pie sobre su muslo. De inmediato su mano tomó posición sobre el tobillo y ascendió por el gemelo.

     —Tienes unas piernas impresionantes.

     —Son diseño mío.

     —Pues tienes muy buen gusto.

     Bajé la pierna y alejándome unos pasos, me bajé lentamente el pantalón y lo dejé sobre una silla. Me giré lentamente. La venganza comenzaba, su fin se acercaba.

     —Unas piernas impresionantes y un culo sublime. Me muero por ver el resto.

     —Estás en mi casa —caminé hacia el dormitorio—. Deberás ser tú quien se muestre.

     Entró en calzoncillos, mostrando un torso completamente tatuado.

     —Mira. Cada nivel es una etapa superada —se sentó a mi lado en la cama.

     —Te quedan pocas por ocupar.

     Líneas directrices con forma de salientes, sabía lo que eso significaba. No lo ocultaba, era así de miserable, sometiendo y degradando a los demás desde las alturas. Le imaginé en el saliente de su comercio y debajo sus secuaces, prestos a arremeter contra mí en cuanto subiera la calle. Eso estimuló el deseo de venganza y no presté atención a lo que contó. Parecía esperar algo de mí.

     —¿No vas a mostrarme al menos tu tatuaje? —intentó subirme la camiseta y la agarré con fuerza.

     —Acabamos de conocernos. No la primera vez.

     —Si es así, me conformaré.

     Era yo la que mandaba y se conformaría con la mujer que vestía una camiseta negra de cuello alto y mangas largas de las que sobresalían únicamente unos dedos sin tatuar. Al principio me sentí violenta, su mano se había posado sobre mi muslo. Dejé que ascendiera por la cadera, acariciara el estómago tapado y finalmente se demorara sobre el pecho. Era muy duro haber metido en mi cama a la persona que había arruinado mi vida. Agredida y humillada, acabé en boca de todos; una adolescente cuyo cuerpo estaba tan desnudo como el de un recién nacido; provocaba repulsión.

     —Tranquila —su mano bajó hasta el costado y me miró a los ojos. Estaba a punto de llorar, iba a echar todo a perder.

     —Estoy nerviosa —aduje.

     Era cierto, nunca había estado con un hombre, salvo con Jhounes y él no pudo seguir cuando vio parte de mi piel desnuda. Los tatuajes formaban parte del espíritu de cada individuo, nadie se habría avenido a intimar conmigo en la oscuridad. Era triste, pero mi primera vez iba a ser con él. Su rostro se había acercado y agradecí que no me besara. Tampoco me gustó que manoseara mis pechos, aunque fuera por encima del jersey. De pronto, su dedo se apoderó de una lágrima que no sabía hubiera asomado. No imaginaba ese gesto en alguien como él. Llevé una mano a su espalda, debía continuar fingiendo que me gustaba.



*



     Eva se hallaba a la sombra del manzano y Adán estaba sentado a sus pies, acariciando su pierna tatuada, deslizando la mano hacia la rodilla, donde se demoró unos instantes antes de recrearse en los trazos circunvalados del muslo. Desperté con la sensación de que el sueño continuaba y yo era Eva. Las caricias de Adán siguiendo las complejas líneas tejidas sobre mi muslo resultaban excitantes…

     El encanto se esfumó al recordar que no estaba con Adán. Debía evitar poner mala cara y ser una buena actriz, como lo fui antes de quedarme traspuesta; imaginaría que era Adán quien recorría con su dedo la tercera línea fina que conectaba los dos tirabuzones artúricos. No necesitaba verlo, conocía el diseño de memoria, lo había ido perfeccionando a lo largo de los años, y… volvió a resultar agradable sentir los dedos de Adán. Una sonrisa se me dibujaba en el rostro y me atreví a abrir los ojos, sin mirarle, no quería romper el encanto. Me pareció que la luz que entraba en la habitación era diferente, naturalmente era más leve, pero la luz del atardecer no entraba en la habitación… ¡estaba amaneciendo!

     —¿Ocurre algo? —acababa de sentir un escalofrío.

     —¡Está amaneciendo! —claro que ocurría, tantos días durmiendo mal por culpa suya y la tarde que le traía a casa, me quedaba dormida a su lado. ¡Tan tranquila, como si no pasara nada!, pero eso no iba a decírselo.

     —¿Eso es algo malo?

     Su respuesta hizo que me volviera hacia él, encendida, violenta. Él continuaba absorto contemplando y siguiendo con su dedo el diseño de la pierna que él suponía auténtica, la que debió haber sido. Su mano llegó a la cadera, abandonó el final del trazo y saltó al que acababa por debajo del ombligo. Estaba en la Constelación del Cisne, saltó de una estrella a otra, y llegó al lugar que deseaba. Arriba y abajo, insinuándose, un poquito más adentro. Me gustaba, en ese momento era su Eva, y él mi Adán. ¡Qué ironía! Como Eva, le daría la manzana que acabaría con su felicidad. ¿Cómo podía haber dormido tan plácidamente junto a quien me había arruinado la vida? Su dedo me acariciaba, arriba y abajo, insinuándose de vez en cuando, queriendo hundirse en mi interior. Un poco más no importaba, la venganza sería aún más cruel si venía justo después de haber disfrutado, de haberle dejado disfrutar. Llevé la mano hacia su vientre, plagado de líneas casi verticales que se diluían poco antes de llegar a su virilidad, y salté a la que lo escindía en dos. Entonces, su mano libre se dirigió al elástico de mi jersey.

     —¿Querrías quitártelo?

     Hubiera preferido que esperara, pero era él quien pedía que adelantara su final.

     —Espera, déjame a mí —me senté al borde de la cama y levanté la camiseta lo justo para que viera el escorpión.

     —Es… muy agresivo. Es extraño que dejaran un vacío a su alrededor, no hay líneas maestras —su dedo se posó, estaba segura que por detrás del aguijón.

     —Mis padres decidieron el diseño, es algo muy especial —mentí, algo poco habitual cuando me regía por la parte positiva de mi signo.

     —Estoy intrigado. ¿No vas a enseñarme el resto?

     —No insistas —me volví hacia él.

     —Es nuestra segunda vez, ahora nos conocemos un poco mejor —su mano llegó al borde del jersey y metió un dedo bajo el apretado elástico.

     —Está bien —sujeté su mano—. Déjame hacerlo a mí.

     Soltó el elástico, me alejé hasta los pies de la cama y coloqué las manos sobre los pechos.

     —Te gustarán las líneas que serpentean hasta aquí y quedarás prendado del diseño de los pezones —hubiera sido cierto de haber podido completar mi atuendo.

     —Lo estoy deseando.

     —Déjame ir al baño un momento. Ponte cómodo.

     Había llegado el momento de ofrecerle la manzana. Fui a la sala de aseo personal y me quité el jersey y los pantis. Contemplé el vacío en el espejo, a mi me gustaba. Me di la vuelta para ver el aguijón. Iba a clavárselo, y si aún no me había reconocido, lo haría.

     —Voy a entrar. Cierra los ojos.

     —Así no te veré.

     —Será sólo un momento. No lo estropees.

     —Está bien.

     Asomé la cabeza. Estaba sentado en la cama, apoyado en la cabecera y con los ojos cerrados. Caminé con sigilo hasta llegar a los pies de la cama. Había llegado el momento.

     —Puedes abrirlos —saboreé cada sílaba salida de mi boca.

     —¡Aaaaarrggghhhh! —gritó aferrándose a la sábana como si le fuera la vida en ello—. ¡No tiene gracia, quítate eso! —contempló con ojos desorbitados la blancura de mi cuerpo vacío.

     Me decepcionó que pudiera pensar que lo que veía no era real, pero iba a asegurarme de que lo comprendiera. Puse una rodilla en la cama.

     —No voy a arrancarme la piel por ti —posé la mano sobre la sábana, después la otra rodilla y avancé despacio.

     —¡No! —se dejó escurrir hasta quedar tumbado. Si se resistía, él tenía más fuerza, pero yo tenía el anillo. Nuestras piernas entraron en contacto. Intentó encogerlas, y las atrapé entre las mías.

     —¡Aaaaarrggghhhh! —me dejé caer sobre él—. ¡Aaaaarrggghhhh!

     Me moví sobre él, sexo contra sexo, un movimiento que no lograría excitarle, pero sí sufrir, no había más que verle. Su respiración se aceleraba más y más. Como en aquella ocasión hacía tantos años, mi cuerpo vacío le había repelido, a él y a sus amigos. Echaron a correr, demasiado impresionados para continuar acosándome, pero a él no le bastó e hizo correr la voz; fui yo la que sufrí el desprecio y el vacío de los demás.

     —¿No querías ver mis pechos? —los moví a un lado y a otro—. No creo que te vayan a detener unos centímetros de piel desnuda, todos los tenemos—. Bajé un poco más, los restregué de un lado a otro y me apreté contra él.

     —¡Aaaaarrggghhhh! ¡Aaaaaaaaaaaaarrggghhhh! —comenzó a mover la cabeza a un lado y a otro. Estaba fuera de sí.

     Apoyé los codos y acerqué las manos a su cabeza, dejó de moverla y su rostro se contrajo en una mueca de lo más desagradable. Abrió la boca, sin llegar a gritar. Le tenía dominado. Acerqué más las manos y las posé en sus mejillas. Levantó su mano para apartarla.

     —¿Vas a tocar una piel sin tatuar? —tenía el anillo. Una descarga leve bastaría para que la retirara—. Tan solo son unas líneas, eso es lo que echas de menos; salvo eso, mi cuerpo es como el de cualquier otra mujer. Sigo siendo la misma de ayer —su mano bajó al costado, lejos de mi cuerpo.

     —Estás vacía —la voz surgida de aquella boca distorsionada sonó extraña.

     —Completamente vacía. Es repugnante —solté una carcajada.

     Acerqué mi rostro al suyo y saqué la lengua. Apretó la mandíbula. Lamí su barbilla y cerró la boca. Seguí subiendo y cerró con fuerza los ojos. Escuché un susurro sordo parecido al llanto. Había claudicado.

     Sentada sobre él, contemplé satisfecha el resultado. Tenía los ojos fuertemente cerrados y el rostro contraído, sufría. Laural estuvo más de un año visitando al pharmapsicólogo sólo por haber visto grafitis, él no lograría recuperarse; pero aún no sabía quién era yo. Le abofeteé y abrió los ojos.

     —Déjame ir —susurró.

     —¿Ir? —me levantó la camisa en busca del tatuaje de nacimiento y descubrió que no había nada más—. A mí no me dejaste ir. Siente sobre tu piel inmaculada la asquerosa piel desnuda de aquella a la que arruinaste la vida —apoyé las manos sobre su pecho.

     —¡Aaaaarrggghhhh! —cerró los ojos, como si con ello pudiera evitar el contacto.

     —Soy Shilmania, de Cordhob, la del cuerpo vacío —me moví sobre su cuerpo para que recordara mi piel por su visión y su tacto, y no olvidara en mucho tiempo, a poder ser hasta su muerte.

     Levantó la cabeza al tiempo que abría los ojos. Preparé el anillo, con el pulgar presto a activarlo. El miedo dejó paso a la sorpresa.

     —Yo… —dejó caer la cabeza.

     —Me acosaste en el Centro de Conocimientos Básicos y después en el de Medios. Esa última vez no me dejaste ir y después proclamaste a los cuatro vientos que estaba desnuda; y desnuda sigo —el suyo era un rostro desesperado. Caí sobre él y comencé a moverme violentamente.

     —Aaaaaaaaaahhh, aaaaaaaaaaarrrrrrrrrrrr. Aaaagggggggggggghh —volvió a gritar.

     Me incorporé hasta quedar arrodillada sobre él. Los gritos eran insoportables, pero disfrutaba de su agónica desesperación. Poco después, su garganta cedió y la distorsionada boca medio abierta dejó de proferir sonidos.   



*



     Abandoné la cama. Hubiera creído que estaba muerto, si no fuera por la tenue respiración. Me sentía dichosa, eufórica, por el logro. Me había enfrentado a mi agresor y le había clavado el aguijón. Me había vengado. Tenía que deshacerme de él, pero no había prisa, así que me fui a la sala de aseo personal y entré en el vaporizador para quitarme la impresión de su cuerpo tatuado. Después, contemplé mi imagen vacía ante el espejo, me gustaba, como esos grafitis antiguos de una época en la que no existían los tatuajes. Había nacido en el momento equivocado.

     Iba a vestirme, cogí los pantis y la chaqueta y volví a la sala de reposo. Continuaba como muerto, salvo por el movimiento del tórax. Aún podía hacerle sufrir un poco más. El lado oscuro de mi signo se había vuelto muy fuerte. Dejé la ropa a los pies de la cama y fui a por un vaso de agua. La derramé sobre su cara. Tardó en abrir los ojos. Fue verme y encogerse atemorizado. Agarró la almohada y la colocó sobre su cuerpo.

     —Haz lo que sea —dijo apenas sin voz—, pero quítate eso.

     —Esto es lo único que tengo —le mostré la espalda—, una escorpiona agresiva, esa soy yo.

     —Aaaah, no, aléjate de mí —avancé—. ¡Aaaaaaaaaaaaahh! ¡Aaaaaaaaaaaahh! —sus gritos eran apenas un susurro.

     A los pies de la cama me exhibí, danzando al son de sus quejidos. Después cogí el panti y me lo enfundé. Aquello detuvo su lamento, abrió y cerró los ojos varias veces, observando las piernas que conoció, las que le embaucaron. Al terminar de vestirme sus gritos sofocados continuaban. Cogí el relophon-i de la mesilla y pulsé el botón de emergencias.

     —Tengo un amigo que no hace más que gritar, creo que ha enloquecido.

     Llegaron los S.L.O., el pharmamédico y el pharmapsicólogo, para entonces había vuelto a quedarse afónico y señalaba mis piernas. El pharmamédico examinó su cabeza con el escáner portátil.

     —No se aprecia nada. ¿Qué cree que le ha sucedido?

     —Estaba impresionado con los tatuajes de mis piernas. Anoche todo transcurrió con normalidad, pero esta mañana quiso verlos de cerca y estuvo deslizando el dedo sobre las líneas; de pronto se puso a gritar y desde entonces no ha parado. Lo único que dijo fue que me quitara los tatuajes.

     El pharmapsicólogo se acercó a él y le habló. Él contestó en susurros.

     —Dice que tiene usted la piel desnuda. ¿A qué puede referirse?

     —No lo sé, anoche estuvo encantado acariciándome las piernas, no voy a relatarle el resto. La luz era tenue, tal vez por eso quiso verlos con más luz —me acerqué al pharmapsicólogo—. ¿Le parece a usted repulsivo el tatuaje o mi piel?

     —Un diseño impresionante, pero no hay nada en el trazado que pueda conducir a la locura. En fin, nos lo tendremos que llevar al Espacio para Mentes Quebradas y Dispersas.

     Se lo llevaron, y con él todas las preocupaciones; no tendría que emprender una nueva vida en otra ciudad lejana. Me había vengado. Estaba satisfecha, eufórica, lista para continuar con mi vida, aunque tal vez necesitara unas sesiones con el psicoastrólogo para volver a ocultar la parte oscura de mi signo. ¿Debería volver a cambiar el tatuaje de nacimiento? 

*****