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Jueves: tercera
cita
–Hasta luego, Piero.
–Ciao, preciosa. Y no olvides echar un
vistazo a la prensa de hoy.
Era un seductor y no podía evitar piropear
hasta a su abuela. Cerré la puerta de su despacho. Era la segunda vez que me lo
decía. ¿Qué sorpresa me depararía hoy la prensa?
De camino a mi cubículo, sonó mi móvil y lo
desconecté. Ese día todo el mundo quería hablar conmigo y yo sólo había
realizado una llamada, precisamente para avisar a Pelos que llegaría un poco
tarde.
Cuando salí de clase de dibujo, encendí el
móvil y no tardó en sonar. Era mi madre, interesándose por el estado y progreso
de mi noviazgo performántico. Llevaba unos días llamándome al mediodía y volvía
a hacerlo después de la emisión del programa. Me echaba enormemente de menos. Tenía
que hacer un hueco para ir a verla.
Momentos más tarde, en el bar de la
facultad, cuando iba a empezar a comer, volvió a sonar. Era Interlocutor, decía
que teníamos que reunirnos antes del lunes para ultimar algunos detalles para la
semana siguiente. Le dije que le llamaría más tarde para concretar.
Apenas había dado unos bocados, cuando
volvió a sonar. Esta vez era Piero, quería verme ipso facto. Aquí te pillo,
aquí te mato. Todo el mundo quería reunirse conmigo, no sabía de dónde iba a
sacar el tiempo. Latino improvisador… Nada más acabar de comer, me fui a verle.
Resultó no ser una ocurrencia de última hora
como imaginaba, tenía el tema atado y bien atado. Faltaba poco tiempo para que
comenzara la nueva fase de la Performance y me dijo que un hotel no era el
lugar adecuado para vivir. Él sabía de la frialdad de ese ambiente, y eso que
no había pasado demasiadas noche solo, me confesó. Necesitaba un nuevo hogar, porque
además volvería a sufrir el acoso voraz de la prensa. Dijo tener la solución
ideal.
Encendió el televisor, el deuvedé y me
mostró mi nuevo hogar: un caserón decrépito y agrisado por la contaminación,
situado en una calle estrecha y sin demasiado tráfico y aislado del exterior
por una reja alta. Tenía una pequeña casa del guardés, donde dijo que
instalarían al de seguridad. A simple vista resultaba un poco deprimente, pero
me dijo que había empezado a restaurarlo y que me gustaría. Resultó que estaba
en el barrio de Salamanca, el mío.
Para cuando estés casada, dijo entre risas. Acepté
encantada el ofrecimiento, pero le puse una condición: que Cristina pudiera venir
a vivir conmigo. No quería dejarla sola, ella había venido a Madrid por mí. Sin
problemas, dijo, de momento sería mi casa, el día de mañana sería la suya;
estaba harto del chalet y de tener que pasarse el día metido en el coche,
quería disfrutar de Madrid.
Cuando llegué a mi despacho, Pelos estaba
viendo la grabación y tomando notas. No paraba de trabajar.
–Lo siento, Ben. Piero me ha retenido hasta
ahora. ¿Sería posible hacer un resumen?
–Es posible. El montaje ha sido fácil, has
tenido todo controlado de principio a fin y los efectos especiales, como es una
evolución de lo de ayer… Los tortolitos lo han hecho muy bien, te lo voy a
demostrar. Ésta es la imagen del día. Consultó sus apuntes y tecleó.
Apareció la Plaza Mayor. Nos habíamos
detenido a ver la pintura mural que cubría el centro de una de las fachadas. Hubo
una mirada, una de esas que el día anterior creí no fueran auténticas. Y fue esa
mirada la que me decidió –es ahora o nunca–, me dije. Acerqué mi cara a la suya
y le besé, él me abrazó y el beso se prolongó unos pocos segundos. Lo había
conseguido, quedaba muy espontáneo pese a que hubiera sido premeditado. Esa
mañana había salido del hotel con una idea: teníamos que besarnos ya, porque la
semana siguiente íbamos a tener que protagonizar algo mucho más subido de tono.
Ese beso fue necesario.
–¡Uuuuaaauuuhhh! Ha sido auténtico.
–Soy una buena actriz, eso es todo.
–Ya me hubiera gustado a mí que me dieran un
beso como ese. Hay otra escena, y quería preguntarte si quieres conservarla
–buscó entre sus apuntes y tecleó–. Yo creo que queda bien.
Era una escena anterior, de la subida a la Plaza
Mayor. Una mujer me había reconocido y repetía mi nombre sin parar. Algunos se
detuvieron a ver qué ocurría. Me acerqué a ella y le agarré las manos, aún así
no se calmaba. Artista comenzó a hablar con ella y consiguió tranquilizarla. Cuando
la dejamos, nos deseó toda la felicidad del mundo. Algunos de los curiosos nos
siguieron hasta la plaza, nos observaron a distancia, y el incidente no fue a
mayores.
–Dais la impresión de ser una pareja bien avenida.
–Pensé que esa escena habría que eliminarla.
Pelos miró su reloj.
–Te voy a hacer un resumen de los momentos
más importantes.
Fue seleccionando escenas cortas, no más de
siete y lo que pude ver, fue una buena actuación. A Artista se le veía bastante
ilusionado y yo tampoco quedaba relegada. Como decía Pelos, hay miradas que lo
dicen todo. La impresión del día sería que entre nosotros había lazos profundos.
Mi madre se emocionaría al verlo.
–Eso es todo –dijo Pelos.
Comenzó a recoger para llevarse el material
para el montaje definitivo. Entonces me acordé de la insistencia de Piero con
la prensa.
–Ben,
¿no tendrás por un casual los artículos de la prensa de hoy?
–Aún no he hecho las copias. Supongo que lo
dices por lo de tu antiguo novio.
–¿Qué?
–Le han entrevistado.
–¡Tengo que verlo enseguida! ¡Cómo ha podido!
–Si puedes esperar un momento, llevo esto y
enseguida te lo traigo. No tardo nada –salió del despacho.
Felipe.
No había vuelto a saber de él. Un buen chico, de carácter un tanto débil, pero
bueno al fin y al cabo. Me costaba creer que se hubiera dejado convencer por la
prensa para airear lo nuestro. Desde luego por dinero no sería.
Pelos entró con un fajo de periódicos y lo
soltó sobre la mesa. Cogió el primero y me lo pasó.
–Ve mirando éste, te vas a reír.
La portada tenía una anotación en bolígrafo
azul, el número cincuenta y tres. Abrí el periódico por esa página. Violeta
Vera, más cerca de tener un hijo. El artículo en sí no aportaba nada nuevo,
sólo resumía lo que estaba por venir y muy sucintamente. Lo mejor era la foto,
en ella estábamos Carlos y yo, y ¡nuestro hijo!
–¡Esto es increíble!
Pelos
acercó su silla a la mía.
–Ya saben cómo va a ser.
–Se parece a Carlos –cerré el periódico.
–No sabía que ayer hubieras concedido una
entrevista. Es buena –puso un periódico encima del anterior y lo abrió– y has
quedado muy bien.
Cómo no iba a ser buena, si la había
dirigido yo, ellos sólo tuvieron que redactarla y si no le dieron a la
imaginación, bien servidos íbamos.
–Fue improvisada, alguien debió dar un
chivatazo y me encontraron en la tertulia del Acuarelas.
Había quedado muy bien en la foto, era bueno
el tal Juan Montes. Debería tenerlo en cuenta por si algún día precisaba de sus
servicios. Pelos volvió a mirar la hora.
–Lo leeré luego. Pásame la de mi ex.
Pelos me pasó el periódico abierto y señaló
con el dedo.
–Aquí le tienes. Está macizo el chico.
–¡Como que es Cachas! –me quedé perpleja–.
Éste no era mi novio.
–Ah, ¿no? ¿Entonces quién es?
–Fue una aventura pasajera.
Comencé a leer. Se hacía llamar Nando. Nunca
llegué a saber su nombre y tampoco le dije el mío, éramos simplemente Princesa
y Cachas. Me salté la presentación y fui a la entrevista.
–Conocí a Violeta en el gimnasio. A veces le
aconsejaba cómo mejorar con alguno de los ejercicios. Un día tuvo un tropiezo
en la cinta y se torció el tobillo. Ese día la acompañé a su casa y bueno,
volvimos a vernos fuera del gimnasio y acabamos saliendo.
–Cuéntame cómo era.
–La mujer más hermosa. Era muy alegre,
siempre estaba sonriendo. Sus ojos eran fascinantes.
–¿Ibais en serio?
–Sí, durante unos meses fue la mujer de mi
vida.
–¿Qué ocurrió?
–No lo sé. Le empezaron a entrar ideas raras
en la cabeza. Al principio creí que se trataba de una broma, ella era así, pero
cuando vi que iba en serio…
–Te refieres a la Performance.
–Y a
lo de tener un hijo con un completo desconocido. Cuando me enteré de lo que
pretendía hacer, no lo pude soportar y la dejé.
–¿No apruebas lo que hace?
–Es su vida, puede hacer lo que quiera con
ella.
–Tú la querías. ¿Intentaste disuadirla?
–No escuchaba a nadie, ni siquiera a sus
amigos.
No podía creerme lo que estaba leyendo. Cuando
no tergiversaba los hechos, se los inventaba. ¡Cómo había podido traicionarme
de aquella manera!
–¡Será vanidoso! ¡Decir que hemos salido!
¡Cómo puede contar una sarta de mentiras tan grande!
–No sé, igual se hizo ilusiones y como no le
correspondiste, se venga de ese modo.
–¿Qué periódico es? Este País, ya decía yo.
Dos meteduras de pata en muy poco tiempo. Se van a enterar.
–No le des importancia, deja que la Cadena
se encargue de todo –puso su mano sobre la mía–. Si no han logrado dar con tu
novio y lo han confundido con este petulante, la cosa va bien.
–Tienes razón. No merece la pena molestarse,
ni por él ni por el periódico.
–Cierto, te guardaré la noticia como una
anécdota más en torno a la Performance.
Pelos cogió mi mano entre las suyas.
–Ben, ¿qué haces?
–Violeta, hace un tiempo que trabajamos
juntos…
–Ben… –retiré mi mano.
–Me gustas mucho –puso su mano sobre mi
hombro–. Violeta, somos dos personas con los mismos intereses, compartimos el
trabajo de la Performance…
No me podía estar pasando. No a dos pasos de
la culminación de la Performance. No en un momento en que no podía prescindir
de él.
–Pero Ben, tú sabes que no puede ser.
–I know, es el trabajo de tu vida –agachó la
cabeza y la movió de un lado a otro–. I know,
pero podré soportarlo. I will be the best father for your son.
–Ben, estás hablando en inglés…
–I´m sorry. Lo siento, lo siento –levantó la
cabeza y se puso colorado.
El último día. Debí imaginármelo. Yo puedo
sustituirle, aquello había sido una indirecta. Y para acabar de estropearlo, le
había abrazado.
–Ben… –cogí sus manos temblorosas. Tenía que
decirle que yo no sentía lo mismo, pero en esos momentos le veía débil y temía
que si le decía la verdad, abandonara su trabajo en Cadena 13.
–¿Sí?
–Me has sorprendido, no me lo esperaba.
No podía perderle, tenía que darle falsas
esperanzas.
–Es tan excitante trabajar contigo, alguien
con tanta creatividad –sus ojos estaban húmedos–. Estamos tan compenetrados, sé
lo que quieres y tú sabes lo que soy capaz de hacer.
–Ben –acaricié sus manos–, he estado tan
inmersa en este trabajo que no me he dado cuenta de nada. Ni siquiera ayer,
cuando te di un beso fui consciente de tus sentimientos. Perdóname.
–Es culpa mía –su voz se quebraba–, estoy
tan solo…
Le abracé. Vivía para el trabajo y probablemente
fuera la única mujer con la que se relacionaba.
–Ben, sabes que no siento lo mismo que tú.
Dame un poco de tiempo –me miró y sus ojos se abrieron a la esperanza.
–Yo no quiero arruinar tu Performance –desasió
su mano y la llevó a mi mejilla.
Fue un gesto tierno y me llegó al corazón.
Acerqué mi rostro al suyo y cerré los ojos. Sentí sus labios posarse en los
míos.
Instantes después, Ben recogía sus cosas. Desde
la puerta, levantó la mano y me dedicó un triste adiós.
Una nubecilla más. Yo contemplaría cómo se
alejaba y desaparecía en el horizonte.
Cerré los ojos y saboreé mis labios.
Besos… Ben, había sido tierno e inexperto. Carlos,
también había sido nuestra primera vez, aunque fuera como vivirlo una segunda,
pues antes había tenido lugar en el sueño, aunque de eso no estuviera
totalmente segura. ¿Era él, era Interlocutor o una mezcla de ambos? Mi mente
volvió al pasado, a aquella noche en la que Interlocutor me robó un beso,
alentado por mi inconsciencia de haberle robado otro anteriormente.
Besos…, todos ellos habían sido una primera
vez…
Besos…, y no podía decir que alguno de ellos
me hubiera disgustado.
Era el momento de olvidar, para volver
renovada.
Mi madre deseaba verme. Iría el fin de
semana.