miércoles, 24 de abril de 2019

ORTELIA MUTENSI


ORTELIA MUTENSI

     Al abrir la puerta tuve que apartar la rama de Hibiscus que me impedía salir a la calle. Varias veces la habíamos atado, y otras tantas se empeñaban en soltarla los arquitectos técnicos vegetales para que crecieran a su libre albedrío. Cualquier día aparecerían varias ramas cortadas y tendríamos un problema serio con los inspectores Vegetales. No iba a negar que el olor embriagador y el frescor que ahuyentaba el temprano calor del incipiente verano eran de agradecer.
     Tenía que ir a la calle Helianthus Annuus, la antigua Pep-ón Corretón. ¡Por la Torre de las Estrellas! Si era un vulgar girasol, pero se habían empeñado en bautizar todas las calles con nombres vegetales científicos para complicarnos la vida. Consulté el relophon-i. Tenía una hora por delante, pero era mejor salir pronto, no sabía cuánto tardaría. Desde que habían eliminado el carril de la electricicleta tenía que ir andando a todas partes, porque todavía era becario. Desplegué la pantalla virtual del relophon-i para consultar el camino. Tenía que ir al Oeste y al llegar a la avenida de las Bellis Perennis… ¿qué sería eso? Lo consulté por pura curiosidad… vulgares margaritas, y además, ¿no era esa la avenida de los Cipreses, en la que estaba el Espacio pharmapiscológico al que acudía todos los meses? No habría hecho falta cambiarle el nombre. Inspiré lentamente para no enfadarme con los malditos Siniestros.
     La incompetencia del partido Siniestro era tal que iban a perder las próximas elecciones, y para evitarlo se les ocurrió la infeliz idea de reconvertirse en un ridículo partido neoverde llamado Esperanza Reverdecedora. Fue el comienzo de la locura vegetal, endeudando a la Confederación de Comunidades de la Península Ibérica hasta hundirla en la miseria. Media hora después supe que estaba en la avenida de las dichosas margaritas gracias al posicionador del relophon-i, porque fui incapaz de reconocerla. Sólo había estado ausente los cuatro meses, pero en ese tiempo la ciudad había cambiado hasta convertirse en una perfecta desconocida.
     Recordaba la avenida: dos carriles por sentido para los vehículos contaminantes, una mediana con maceteros casi continuos en los que se alternaban los cipreses con otras coníferas enanas. Amplias aceras en las que hubo árboles de esos que llamábamos plátanos, antes de que los arquitectos vegetales los electriserraran cada otoño y acabaran muriendo. De todo aquello no quedaba nada. La mediana había crecido hasta convertirse en un auténtico campo de margaritas y en el lugar que estuvieron los plátanos había enormes rectángulos de setos tricolores: verde, rojo y amarillo. El resto era un lugar de esparcimiento, con algunos bancos de plastimármol.
     Un cartel anunciaba que estaba prohibido el tránsito de cualquier tipo de vehículo, salvo los autorizados y en horario nocturno. Tantas cosas prohibidas, tantas sanciones para los ciudadanos y tan poca responsabilidad y buen juicio para los Reverdecidos. Consulté el Relophon-i para guiarme por él olvidando tanto nombre extraño. Entré en una calle de flores rojas y setos morados, giré en la de los cactus. A medida que me acercaba a mi destino iba encontrando más ciudadanos consultando el relophon-i para orientarse.
     Llegué a la antigua Pep-ón, también irreconocible, con esos amplios espacios rectangulares de girasoles. Ante las fachadas, estrechos jardincillos de plantas trepadoras, que se enroscaban unas sobre otras y ascendían tímidamente por las fachadas en graciosas ondulaciones. No me molesté en consultar el relophon-i, me bastaba seguir al enjambre de ciudadanos, caminando como auténticos autómatas en la misma dirección. Así llegamos al Centro de Conocimientos Medios… Prunus Cerasifera. ¿También habían necesitado eliminar el nombre del insigne científico? La anodina fachada que conociera desaparecía tras los setos de hojas violáceas. Otros setos de hoja mucho más pequeña convergían hacia la entrada. Un cartel instalado sobre un macetero de carnosas rezaba “Espacio Votativo”. Tras el mismo, un individuo de vestimenta reverdecida extendió la mano para ofrecerme una papeleta de su partido que no me atreví a rechazar. Como todos, me dirigí hacia la entrada. Unos ciudadanos charlaban en voz baja. Al llegar a su altura, me dejaron pasar entre ellos y uno me mostró una papeleta Diestra. La tomé con disimulo y la guardé en el bolsillo.
     Nada más entrar en el Espacio Votativo, me dirigí al Espacio de Aseo Personal. Estaba solo. Entré en una de las cabinas. Eché la papeleta Reverdecida al Miccionador y pulsé el botón. Metí la papeleta Diestra en el sobre y salí. Consulté las listas hasta encontrarme. Tenía que votar en el Espacio verde merengado. Supuse que sería la que tenía el cartel verde apastelado sobre la puerta. Había cola. Aguardé pacientemente mi turno. Cuando me tocó entregué mi Identificación de ciudadano europeo al reverdecido que me la pidió.
     —Mar-i-Anno Tres-Facio. Habita en la calle Hibiscus número dos, cuarto A.
     —Sí, compañero ciudadano —dudé al responder.
     Me costaba acostumbrarme a que después de tantos años, había dejado de vivir en la calle República Dominicana. Quién diría que fue una calle que tuvo tres árboles, que fueron menguando cada otoño a golpe de electrisierra, y que cada primavera tenían una copa más exigua, hasta que murieron. Ahora teníamos plantitas que se nos enredaban en las puertas y ventanas.
     —¡Introduzca la papeleta en la urna votativa! No tenemos todo el día.
     —Perdone —introduje con mano temblorosa el sobre en la caja transparente con el dibujo de una hoja.
     Lo vi caer despacio, esperando que como el mío hubiera muchos otros. Di media vuelta y me alejé, recordando con tristeza aquel funesto día en el que cambiaron el nombre a mi calle; supuso la llegada de una ingente cantidad de notificaciones por no haber comunicado el cambio de domicilio a Recursos Energéticos, al Pharmabanco, a Pharmasanidad y a tantos otros a los que debía pagar mensualmente. En todas y cada una de las notificaciones aparecía como un defraudador que había intentado evitar un pago, por lo que debía afrontar la pertinente sanción.
     Fuimos muchos los ciudadanos que protestamos por el atropello de nuestros derechos, pues si bien no fueron capaces de dar con nosotros con el cambio de nombre de las calles, si que fueron capaces de encontrarnos a la hora de multarnos. La consecuencia fue terrible. Los S.L.O. detuvieron a los que nos negamos a afrontar el elevadísimo coste de esas sanciones. Fuimos condenados a catorce meses en el Espacio de Reinserción Social, no se lo deseaba a nadie. Salimos a los cuatro meses, con un Indulto que sería efectivo si acudíamos a votar a los Reverdecidos a los que habíamos faltado al respeto. Esperaba que no tuvieran modo de averiguar a quién había votado, esperaba que ganaran los Diestros, esperaba que devolvieran el nombre a nuestras calles… y aunque me gustara la Naturaleza, ¡deseaba que arrancaran hasta la última brizna vegetal de la ciudad!

lunes, 1 de abril de 2019

TRONK-TRONK-BINK-CHU


TRONK-TRONK-BINK-CHU

     Al principio fue como un silbido lejano procedente de algún tipo de máquina desconocida, pero fuera lo que fuera aquello se acercaba, no resultaba nada tranquilizador. Quería creer que se desviaría en algún momento, pero seguía creciendo y lo sentía más cerca a cada segundo que pasaba. Crucé una mirada con Adarán, su aplomo y seguridad se estaban resquebrajando, lo suficiente para que me echara a temblar; fue ese el momento en el que aquella cosa desconocida estalló. Adarán se sobresaltó, pero reaccionó al instante desenfundando su i-phonio y pulsando el símbolo sónico. Estuve a punto de caerme y tardé un poco más en reaccionar y sacar el mío. Adarán se levantó y salió de detrás del seto. A pesar del miedo que sentía, le seguí, teníamos que enfrentarnos a lo que quiera que fuera aquello.
     Tchuif-Tuff-Braammm, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tchuif-Tuff-Braammm. La cosa aún no estaba a la vista, pero la ensordecedora cacofonía retumbaba entre los edificios y resultaba difícil distinguir su procedencia. Que se aleje, pensé; pero en el fondo sabía que no íbamos a tener esa suerte. Tchuif-Tuff-Braammm, Tchuif-Tuff-Braaaaaammmmm. A pesar del eco y la reverberación, el desagradable sonido delató su procedencia. Miré hacia la derecha, acababa de aparecer al fondo de la avenida. Hiiiiiiiiijjjjrujjjjjjjennn, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tchuif-Tuff-Braammm…
     Eso último había sido un cambio de marcha, aunque no supe cómo fui capaz de discernirlo en aquel estruendo insoportable que envolvía a aquel cascarón tuneado. Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, continuó escupiendo su veneno. Adarán extendió el brazo del i-phonio para medir el ominoso estruendo sónico, mientras yo utilizaba la app de la velocidad. Era excesiva. Nos miramos y asentimos. Positivo en ambos casos.
     No era ni martes ni trece, pero si hubiera llegado a sospechar lo que la laboración de la presente jornada nos iba a deparar, no me habría levantado de la cama. Era tarde para lamentarme, así que seguí a Adarán hasta el borde de la calzada. Activó el Deteneitor, como la abominación pretendiera ignorar el stop, acabaría clavado al asfalto tras cruzar la cadena pinchuda y reventar los cuatro neumáticos. Huuuuuhiiiii, Tchuif-Tuff-Braammm, Tchuif-Tuff-Braammm, Tchuif-Tuff-Braammm. Fue una lástima que se detuviera a apenas medio metro del reventón. Tronk-tronk-bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu; había dejado marcas negras en el asfalto, pero el frenazo pasaba desapercibido ante los más de doscientos sesenta decibelios en que estaba envuelto el vehículo.
     Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu; nos acercamos a él tapándonos los oídos. En el asiento del driver había un individuo sentado a ras de suelo y echado hacia adelante porque la visera de la gorra le impedía apoyarse en el respaldo. Volvió la cabeza hacia nosotros y abrió la boca.
     ―………………… ―resultó imposible entenderle.
     Hice una seña para que cortara el contacto y saliera del licúa-cerebros. Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu, Tronk-Tronk-Bink-Chu; había cortado el contacto, lo había visto. Tuve que hacerle otra seña para que detuviera aquella aberración sónica.
     —No son maneras de tratar a un ciudadano —dijo al levantarse para salir. Se colocó la gorra, que se le había girado al rozar con el respaldo—. Tengo mis derechos.
     —Nosotros también —respondió Adarán—, y ese ruido afecta a nuestros oídos.
     —Licúa las neuronas —añadí.
     El individuo apretó los puños con rabia y Adarán sacó el aturdidor como medida preventiva. No tenía edad de hacer el tonto como driver, pues estaba más cerca de los cincuenta que de la adolescencia a la que pretendía aferrarse con su vestimenta desgarrada al estilo pij-i-llín, un puro agujero. Desactivé el Deteneitor, no fuera a pasar algún vehículo que cumpliera las normas.
     —Circulaba con exceso de velocidad y de sonido —intervino Adarán—. Entrégueme su documentación, la del vehículo y la de las modificaciones autorizadas en el mismo.
     —Precisamente iba ahora a legalizarlo todo —aflojó el puño para recolocarse la gorra, asegurándose de que la visera estuviera bien orientada en la dirección incorrecta.
     Volvió al coche y sacó la documentación.
     ―Toma nota Válom ―dijo Adarán―. Pololo Trofiao.
     No pude reprimir una sonrisa nada inocente mientras buceaba en la WEBA de Tráfico.
     ―Ah… Trofiao, casi no le quedan puntos en el carnet. No tiene autorización para llevar un equipo de sonido que sobrepasa los cincuenta decibelios permitidos, ni el escape Tchuf-Tchuf, ni el asiento atornillado directamente al suelo, ni el volante de fantasía sin airbag, ni los adornos que desfiguran la carrocería…
     ―Válom, no olvides el tigre amarillo fosforescente del capó.
     ―Sí… Aristas duras, incumple la normativa de atropellos a peatones.
     ―Va a perder el resto de los puntos de una tacada.
     Trofiao cerró los puños e iba a replicar, pero Adarán hizo oscilar el aturdidor y se calmó; debía haberlo probado ya. Como continuáramos mirando el vehículo encontraríamos muchas más ilegalidades, pero el lema del Ministerio de Tráfico y Equiparación Social era “caja rápida y pasa al siguiente, cuantos más mejor”. Redactar la sanción me llevó un rato, porque mi i-phonio era antiguo y al no tener pantalla virtual todo era diminuto. Después di a imprimir y el pequeño artefacto que llevaba a la cintura se puso a trabajar. Menos mal que aún no nos obligaban a comprar el i-phono-futur, que entre otros gadgets como la fabulosa pantalla virtual de veinte pulgadas, contaba con una impresora; de momento se contentaban con que instaláramos las apps en nuestros i-phonios y relophon-is particulares. Entregué la sanción al infractor.
     —Es…esto es… ¡un abuso de autoridad, y no va a quedar así! —reafirmó la gorra en su cabeza.
     —Cuando quiera —Carlos hizo oscilar el aturdidor ante sus narices, con el dedo presto a soltarle una buena descarga.
     El pretendido adolescente dio media vuelta, en el momento en que se acercaba un vehículo que sonaba muy acelerado pese a ir despacio. Era la peor jornada de laboración, cada tres meses nos tocaba abandonar la deliciosa labor burocrática y salir a recaudar; trabajo de campo llamaban a salir a cazar al mayor número de infractores posible.
     ―Es un clásico ―dijo Adarán―, al menos tiene cincuenta años.
     El vehículo frenó al acercarse a la rotonda, soltó un chirrido metálico y se escoró peligrosamente hacia su izquierda, al tiempo que surgía una enorme nube de humo negro de su trasera. Nos miramos alarmados.
     —Tal vez no sea él —era lo que quería creer.
     ―Seguramente no ―él también lo deseaba―. Váyase —le dijo al a-Trofiao.
     —¿Y ese? —gritó desde la puerta de su coche―. ¿No lo van a detener?
     ―Retire el vehículo de nuestra zona de laboración ―le grité.
     El A-Trofiao puso su vehículo en marcha, para detenerlo un poco más adelante. Adarán activó el Detenedor y nos colocamos tras el mismo.
     —Qué lástima que este idiota no haya encendido el equipo sónico de su coche, no se habría enterado de nada. Nos va a tocar darle el alto ―activó el Detenedor.
     Agité los brazos para darle el alto y el vehículo se detuvo atravesado envuelto en una nube de humo chirriante. Adarán se acercó y abrió la puerta dando un tirón.
     —Eche marcha atrás y apárquelo junto a la acera.
     Lo hizo en un estruendo de acelerones, frenazos y mucho humo. Por lo menos, cortó el contacto. Se bajó del coche con bastante agilidad para ser una persona de la tercera edad y nos entregó su Documento de Identidad Europeo. Mientras tanto, Atrofiao había salido de su cacharro y se recolocaba la gorra.
     —Soy demasiado mayor, no pueden sancionarme.
     Gerf-asio Jard-feis, leí. Era él, la pesadilla del Espacio de la Jefatura de Tráfico. Crucé la mirada con Adarán y asentí.
     El tal Gerf-asio era un individuo de la tercera edad que conducía sin permiso, sin seguro y sin impuestos un vehículo viejo que no estaba en condiciones de circular. Al menos habíamos conseguido detenerlo sin problemas. Los últimos que le dieron el alto, y de eso hacía más de seis meses, no consiguieron hacerlo; se tragó la barrera, reventó los neumáticos y consiguió que un lawyerman le hiciera aparecer como víctima. Hubo que pagarle cuatro neumáticos nuevos, cuando los suyos eran ilegales, porque habían perdido el dibujo hacía décadas.
     —¿Qué hacemos? —susurré.
     ―En cuanto se marche el Atrofiao ese, dejamos que continúe su camino.
     Era lo mejor, de lo contrario estarían burlándose de nosotros en el Espacio de la Jefatura durante un mes.
     —Usted, circule —Adarán se dirigió a Atrofaio, pero éste no hizo ni caso.
     —Jard-Feis ―dije―. Corríjame si me equivoco: no tiene licencia de driver, no ha pagado el seguro ni el impuesto de circulación, el vehículo no ha pasado las inspecciones correspondientes…
     —Joven —me interrumpió—, soy un honrado ciudadano de la tercera edad y como tal tengo adquiridos una serie de derechos.
     —Sé que no va a ir usted a Reinserción Social, pero eso no le exime de cumplir la ley —lo dije representando el papel de agente porque el Atrofiao permanecía atento para ver qué pasaba.
     —Me han dado el alto treinta y cinco veces y jamás he pagado. Dígame, ¿qué piensa hacer conmigo?
     —Tal vez por eso mismo debería dejar de conducir —intervino Adarán mientras yo me afanaba en teclear cruces sobre vehículo no apto para circular, humos… casi todas las posibilidades de infracción. Las conocía de memoria de tanto que se había hablado de su caso en el Espacio de la Jefatura de Tráfico.
     —Joven ―se dirigió a Adarán―. Dígale a su compañero que deje de teclear en su cacharro, que lo va a fundir y no va a servir para nada. Además, estoy enfermando por el acoso al que estoy siendo sometido…
     —Diga usted que sí —intervino el Atrofiao—. ¡Es un abuso!
     —¡Usted a callar! —Gerf-asio dirigió un dedo acusatorio al Atrofiao—, o le denuncio como a estos jóvenes presuntuosos. ¡Si ni siquiera sabe ponerse la gorra!
     Fui hacia nuestro vehículo tronchándome de risa y saqué la copia de la denuncia. Se la entregué y el anciano la tiró al suelo.
     —Ensuciar la vía pública también está penado —se atrevió a intervenir Atrofiao.
     —¡Maldito hippy trasnochado! —el abuelo activó su relophon-i y comenzó a hablar con su lawyerman, poniéndonos tibios a los tres y pidiendo que enviara una pharmambulancia. Yo lo hubiera dejado estar, pero Adarán era más temperamental y pese a saber que teníamos todas las de perder, activó su i-phonio y llamó al Espacio de Tráfico.
     —Necesitamos una grúa para retirar un vehículo no apto para la circulación y a los S.L.O. para detener al driver. Es un individuo muy violento que se niega a reconocer la infracción cometida, ha arrojado la denuncia al suelo y está agrediendo verbalmente a los agentes y a un testigo del incidente.
     —Hay una patrulla cerca. En dos minutos estará con ustedes. La grúa tardará un poco más.
     Nos la íbamos a cargar, pero entendía que no quisiera que Jard-feis se saliera con la suya… Cuando sentimos la luz en la cara ya era tarde, nos acababa de hacer una foto con el relophon-i.
     —Tendrán noticias de mi lawyerman ―guardó el relophon-i en el interior de la chaqueta―. Deme la denuncia, que la voy a presentar como parte de las pruebas.
     —Sigue donde la dejó —sólo faltaba que se la tuviéramos que coger.
     —Además desatención hacia un individuo de movilidad reducida —fue hacia su vehículo.
     —¡Alto! Ese vehículo ha sido requisado por no estar en condiciones de circular —Adarán fue tras él.
     —¡Váyase a tomar un narancoco!
     Eso terminó de estropear las cosas. Adarán no aguantaba la mínima ofensa, así que sacó el aturdidor y le aplicó una descarga eléctrica cuando pretendía abrir la puerta de su cacharro. El hombre cayó al suelo y quedó inconsciente. Suerte tendríamos si no se había fracturado nada.


     La grúa se llevó el vehículo, la ambulancia a Jard-feis y Atrofiao se largó por fin. Entonces comenzó el interrogatorio de los S.L.O. Contamos todo tal y como sucedió, pero para lo que sirvió, podíamos haber dicho la famosa frase de: “No hablaré si no es en presencia de mi lawyerman”. Aparte de tener que soportar la juerga que se corrieron a nuestra costa en el Espacio de Tráfico, fuimos suspendidos de laboración y sueldo hasta el día del juicio; y como no, nosotros nos llevamos la peor parte: conseguimos evitar cumplir pena en Reinserción Social por eso de formar parte de la Ley, pero nos cayeron Labores para el Bienestar de la Sociedad durante seis meses. Lo peor fue tener que sufrir la compañía de Atrofiao, al que le encantaba contar a todos los compañeros de fatigas la funesta jornada en la que no debimos acudir a laborar. Atrofiao nos había denunciado: a nosotros, a Jard-feis y a la Administración; aunque sus alegatos no tenían ninguna coherencia, por lo que nos acompañaría en nuestras labores sociales durante dos meses.
     Jard-feis, al que no le había pasado nada pese a haber sido electrocutado, no podía haber salido mejor parado. Le correspondió una indemnización de veinte mil eurodólares que nuestra Jefatura desembolsó de mala gana, el jefe dijo que de un modo u otro, nosotros acabaríamos pagándolo. Y por supuesto, continuó conduciendo su cacharro impunemente.

martes, 26 de marzo de 2019

Crónicas Arcanas


CRÓNICAS ARCANAS

     A lo largo de la Memoria Histórica de la Humanidad se habían producido grandes flujos migratorios y todos ellos habían sido estudiados a fondo; por eso quería hacer algo diferente, que me diera a conocer entre los intelectuales y me abriera las puertas del mundo laboral. Había encontrado el tema para mi Estudio Magistral: la migración de los pueblos pobres del sur hacia el continente europeo en la época comprendida entre finales del siglo XX y principios del XXI de la antigua era. Por ser un tema demasiado amplio y con variaciones sutiles en los diferentes territorios, mi Guía Educador me aconsejó centrarme en un país concreto y elegí mi patria, la Confederación de Comunidades de la Península Ibérica.
     No fue fácil encontrar información, pues los libros de la época habían desaparecido y casi ninguno había sido transferido a los archivos digitales. La información existente estaba en la WEBA, pero tras arduas jornadas de búsqueda, descubrí que los contenidos referentes al tema se encontraban en la Kikipedia y en la Kokopedia, porque el resto eran copias descaradas de éstas. La información no daba para el desarrollo de un Estudio Magistral, necesitaba nuevas fuentes de información y se me ocurrió dirigirme al Espacio de la Memoria Histórica, un lugar que fuera muy popular en el siglo XXI del antiguo cómputo y que hacía mucho tiempo había sido relegado al olvido. Apenas encontré información y necesité consultar a mi Guía Educador, que me abrió los ojos a la realidad arcaica: cada comunidad guardaba su saber a buen recaudo, y unas poseían más información que otras.
     Provisto de un extenso documento en el que se detallaba la naturaleza de mis estudios y la necesidad de buscar información exhaustiva, firmado por mi Guía Educador y respaldado por el Educador Mayor de Conocimientos de Memoria Histórica Superiores, me desplacé hasta OldMadriz, la capital de la Iberia en tiempos anteriores a la Confederación. Allí, en la planta tercera de un edificio muy antiguo, se conservaba uno de los mejores Espacios de la Memoria Histórica. Presenté la documentación y hube de esperar un par de jornadas para que me concedieran una tarjeta de acceso de cartón auténtico; debía ser en homenaje a los tiempos antiguos.
     Después de entregar la tarjeta de acceso, pude franquear la puerta de la balaustrada de la sala de recepción. De ahí me dirigí al luminoso pasillo cuyas ventanas daban a un patio interior, en el cual había un árbol que recordaba a los extintos cipreses y cuya punta casi llegaba a la altura de la ventana. A la derecha, la sala uno, indicado en un cartel junto a la puerta de neomadera. La alfombra, la puerta, los adornos de las paredes y la compleja lámpara del techo, todo recordaba a los tiempos que quería estudiar.
     Sala dos. Puerta idéntica a la primera. La impresión de madera estaba muy conseguida. Puse la mano en el manillar y empujé. Más que una habitación parecía un gran salón de techos altos, con molduras de recargada ornamentación que descendían por las paredes dividiéndolas en compartimentos cuadrados y rectangulares, la mitad de los cuales estaban ocupados por auténticos grafitis antiguos de personajes para mí desconocidos. Había tres mesas de estudio repartidas por la habitación, además de los muebles adosados a las paredes sobre los que había distintos objetos decorativos. La sala era un museo de la antigüedad y me parecía increíble que fuera a disfrutarla durante mi investigación. Hasta ese momento no había prestado atención al suelo, compuesto de piezas de distintas tonalidades que formaban un complicado dibujo geométrico; creí que sería neomadera, pero los rayones sobre la superficie eran auténticos. Entonces la puerta y los muebles…
     Me dirigí al puesto de estudio que me había asignado el laborador de la recepción, el número tres. Una mesa de estudio con cajones a un lado y una puerta al otro. Sobre la misma un terminal computerizado de pantalla y teclado físicos. Una silla giratoria con brazos que casi parecía una butaca. La contemplé con arrobo antes de atreverme a tomar asiento en algo tan antiguo, tenía miedo de estropear la madera. Pasé un dedo sobre la misma. Así que era madera auténtica. No lo podía creer, había entrado en un mundo anterior a la Era Ciudadana.
     Transcurrió más de media hora antes de que comenzara con la labor que me había conducido a OldMadriz, pues todo lo que me rodeaba era tan antiguo, que no podía dejar de recrearme en ello. Tras volver a acariciar los brazos de la silla por enésima vez, saqué la tableta de la bolsa y la deposité cuidadosamente sobre la mesa. Nueve de Noviembre del año 125 de la era Ciudadana. La fecha de la jornada en la que accedía al templo de la Sabiduría Arcana era importante. A continuación repasé las pautas iniciales de mi investigación, aunque las conociera de memoria:
A) Una sociedad permanecía estable cuando contaba con los Guías de la Comunidad adecuados. Si ésta se encontraba poco desarrollada tenía ante sí diferentes posibilidades de evolución, ¿por qué sentía la necesidad de emigrar hacia lugares más evolucionados y con una cultura diferente?
B) Si una sociedad no encontró los Guías adecuados, ¿por qué no pidió consejo a las sociedades estables?
C) Si parte de la población de esa sociedad sin Guías adecuados decidió emigrar y establecerse en territorios más avanzados, ¿por qué volvió a emigrar hacia sus lugares de origen u otros similares?  
     Deslicé la mano sobre la mesa. La respuesta a esos interrogantes y muchos más estaba en el antiguo templo de la Memoria Histórica en el que me encontraba. Todo en la sala, hasta el vetusto terminal con el que debería trabajar, invitaba a la inmersión en la antigüedad. Lo encendí y tardé en reaccionar. Poco después apareció la palabra loading sobre un fondo azul oscuro. Nunca había trabajado con una unidad computerizada tan primitiva.
     La unidad parecía lista para laborar, así que empecé a buscar la información de la época. Mi Guía Educador me había advertido que debería estudiar los textos de las dos tendencias imperantes en la época y saber extraer las conclusiones oportunas de la confrontación. Aparecieron cinco versiones diferentes: la de los Zurdos, los Diestros, los Ambidiestros, los Naranjas y los Morados. Las dos corrientes imperantes en la época eran la de los Zurdos y la de los Diestros, y como mis habilidades motoras pasaban por ser diestro, comencé con esa tendencia.
     Una vez entré en los archivos digitales de la Memoria Histórica Diestra, se desplegó un documento que ocupó toda la pantalla, en él se me notificaba que estaba a punto de poder acceder a la Memoria Histórica Diestra, que mostraba los hechos históricos acaecidos tal y como sucedieron. Tuve que introducir mi identificación de ciudadano y marcar la casilla que ponía aceptar para seguir adelante. Otra curiosidad de los arcanos que mantenían en Memoria Histórica.


     Las jornadas se sucedieron en la sala número dos frente al terminal tres, desde la apertura hasta el cierre del Espacio de la Memoria; aún así no había conseguido ningún avance y me sentía frustrado porque había demasiados hechos históricos. Por poner un ejemplo era como si el hecho de que yo despertara cada mañana fuera un hecho histórico en sí, y también lo fueran la toma de alimento matutino y el desplazamiento desde el alojamiento de estudiantes hasta el Espacio de la Memoria en el solarbús. Cuestiones sin importancia habían sido elevadas al grado de hecho histórico, al mismo nivel que las cuestiones trascendentes y así me distraía de cuando en cuando y me encontraba siguiendo el dibujo del suelo de madera o contemplando el retrato de uno de los grafitis. A esas alturas, el único cambio había sido que José Aposentado, el único laborador del lugar dejó de pedirme la tarjeta de autorización, al fin y al cabo era el único estudioso que en aquellos momentos acudía a tan arcano espacio.
     Aprendí a dejar de lado los miles de informes que carecían de importancia, y detectar aquellos que me permitían saber cuáles fueron los hechos fundamentales acaecidos. Así descubrí que el antiguo país Ibérico padeció una crisis económica debido a la cual no estaba en condiciones de recibir inmigrantes; no había laboración para la sociedad local y sin medios ni dinero era imposible atender las necesidades de los nuevos ciudadanos. También descubrí que las ayudas prestadas a los inmigrantes en sus lugares de origen eran muy extrañas, pues éstas eran alimentarias y salutatorias proporcionadas por grupos minoritarios de voluntarios; y que también había ayudas económicas que acababan en manos de sus ricos dirigentes, lo cual me sorprendió. Ni siquiera recibieron consejos para mejorar su sociedad.
     Antes de profundizar e intentar obtener repuestas a las innumerables preguntas que iban surgiendo, quise acceder a los archivos de la Zurda para ver qué diferencias podía encontrar respecto a los Diestros. Éstos también tenían un control de acceso que debía aceptar, y en el documento aseguraban que la suya era la única y auténtica verdad, que el resto de los grupos habían distorsionado en beneficio propio. Me asusté ante tal posibilidad, ¿había adquirido unos conocimientos erróneos al empezar por la versión Diestra de los Hechos Históricos?
     Con la experiencia adquirida en los documentos Diestros me resultó más fácil entresacar una información que sirviera para sentar unas bases. Los Zurdos no habían actuado en los países de origen de los inmigrantes, lo cual me resultó chocante para su ideología solidaria; pero al menos habían paliado los efectos de las hambrunas en dichos lugares haciendo un llamamiento en el que invitaban a dichos pueblos a acudir al país Ibérico. Después lo entendí, el diálogo y el entendimiento con otras culturas llevaba un tiempo del que no disponían, no podían dejar morir de inanición a la población de dichos lugares. Los inmigrantes que aceptaron venir fueron bien recibidos, hubo paz y armonía entre las distintas culturas, y todo hubiera sido idílico si la Diestra no hubiera avivado un racismo hasta el momento inexistente soliviantando a la población nativa hasta crear una psicosis que degeneró en la persecución y posterior expulsión de los inmigrantes.     Me dolió mucho la bajeza de los racistas Diestros.
     Llegó el momento de reunirme con mi Educador para informarle de los progresos. Mis críticas hacia los Diestros fueron recibidas con benevolencia, y me animó a seguir buscando en los entresijos de aquellos documentos. Decidí entonces abrir la Memoria Histórica de los Naranjas, que curiosamente no contenía ningún documento de acceso en el que aseguraran poseer la verdad. Me pareció un buen comienzo.
     Obtuve algunos datos interesantes, aunque no por ello menos tristes. Existían unas mafias en los pueblos del sur que alentaban la migración hacia el país Ibérico prometiendo un futuro idílico, pero que cobraban unas cantidades desorbitadas por el traslado por mar. Según los Naranjas, los inmigrantes no eran bien recibidos, muchos de ellos eran devueltos a sus lugares de origen donde no tenían ni para comer, y para evitar la deportación, las mafias empezaron a introducir niños a los que no cobraban la travesía para levantar la compasión hacia esas pobres gentes.
     Tenía razón mi Guía, eran tres versiones muy diferentes de la Memoria Histórica, que me llevaron a indagar en la versión de los Ambidiestros. No había demasiada información, pero sí aportaban algunos datos, que de ser ciertos, resultaban muy preocupantes. La economía no estaba en condiciones de atender a la inmigración, y hubo periodos en los que ésta fue ilegal y los inmigrantes intentaban entrar por la fuerza, atacando a los Servidores de la Ley y el Orden de la época. Eso era una guerra, aunque no la mencionaran como tal, y la ganaron los inmigrantes, que conseguieron entrar.
     Las semanas pasaban. Había llegado tan lejos que no iba a dejar de estudiar a los Morados, aunque tentado estuve de olvidarlos en varias ocasiones. Sus escritos eran agresivos, atacando a Diestros y a Zurdos, a Ambidiestros y Naranjas. Su idea era donar el cincuenta por ciento del producto interior bruto del país Ibérico a aquellas naciones carentes de recursos en las que la gente moría de inanición, y otro veinticinco a los inmigrantes, a los que querían dar una vida digna con vivienda, energía, alimento, vestimenta, transporte y cultura gratuitos. Me preguntaba si el veinticinco por ciento restante daría para la población autóctona, siendo ésta mucho más numerosa.
     Solicité una nueva entrevista con mi Guía Educador y expuse las primeras conclusiones. Aún no había dado respuesta a ninguno de los interrogantes que había planteado, pero si tenía algo claro era que me podía olvidar de la versión Morada y que las diferencias entre Zurdos y Diestros quedarían matizadas por las que presentaban Ambidiestros y Naranjas.
     Hice caso a mi Tutor Educador y me tomé unos días libres. Necesitaba poner distancia y meditar para forjar mis propias ideas. Tenía razón, y pronto la idea inicial del Estudio Magistral empezó a cambiar. Había quedado claro que intentar ayudar a los países que querían emigrar no resultaba factible, pues en todos los casos contaban con dirigentes Ultradiestros que acumulaban para ellos toda la riqueza del país y la que les donaban otros países. Empecé a pensar que la respuesta a mis interrogantes estaba en el antiguo país Ibérico, así que no iba a estudiar el porqué de los flujos migratorios, sino lo que había ocurrido desde que los inmigrantes llegaron hasta que decidieron marcharse de la Iberia.


     Volví al Espacio de la Memoria Histórica con renovadas energías. Saludé y entregué la tarjeta de acceso a Aposentado, que tuvo un conato de alegría al verme; si bien por lo breve, tal vez fuera por volver a realizar una tarea inherente a su cometido en Memoria Histórica.
     Aquella mañana después de estudiar unos documentos que resultaron útiles para mi estudio, sentí la necesidad de abandonar la sala. Salí al pasillo y abrí la ventana. Contemplé el ciprés. Por su envergadura no podía tener mucho más de una década. Lo había buscado en la Kokopedia. Era un árbol elegante, que había poblado claustros de conventos y Espacios Mortuorios, había enmarcado caminos; y los artistas grafiteros lo habían inmortalizado, sobre todo tras su extinción. Había uno en particular que me sedujo, Alanis 126, si bien fue grafitado cuando aún existían.
     El ciprés del patio no había vivido la era preciudadana, no había sufrido aquellos tiempos convulsos que afectaron a su especie; la enfermedad los había matado, a ellos y a muchas otras coníferas. Éste era transgénico y tal vez sustituyó a un antepasado. Fui a preguntarle a José. No le molestó la interrupción y tampoco la pregunta. No sabía nada, estaba ahí cuando empezó a laborar hacía ocho años y no era más alto que la mesa. Le di las gracias y volví a la sala.
     Había dejado de ser un estudioso obsesivo que trabaja de sol a sol. Consultaba documentos, hacía anotaciones, y después salía a reflexionar al pasillo, abría la ventana y contemplaba el ciprés. Me hacía preguntas y a veces encontraba respuestas, como si me respondiera el ciprés; pero no siempre me alegraba, las respuestas me abatían, y tal vez debiera consultar a algún pharmapsicólogo.
     En una de esas ocasiones en las que encontré respuestas desasosegantes, dejé atrás al ciprés y me dirigí hasta la entrada. José no tenía buena cara, así que no quise molestarle contándole mis descubrimientos acerca de los asesores de aquella época, los llamados políticos. Daba igual que fueran Diestros, Zurdos, Ambidiestros, Morados o Naranjas, en mayor o menor grado todos estaban allí para vivir a costa del país al que debían dirigir, y lo peor era que a la ciudadanía debía importarle poco cuando seguían nombrándoles asesores del país. Me apoyé en la barandilla de madera de aquella época horrenda y le hablé del mobiliario que disfrutaba durante las jornadas que estaba allí, que lo echaría de menos el día que tuviera que irme. Él se había acostumbrado y por ello debía tener más cuidado para no arañarlo, no tenía la resistencia de la neomadera. Las charlas con José lograron distanciarme emocionalmente del fenómeno migracional, y es que me preguntaba constantemente cómo una sociedad pudo ser tan egoísta como para regirse por una falsa moralidad basada en el poder y la riqueza; eso los asesores, pero es que el resto querían ser como ellos. Por fortuna me había tocado vivir algo muy diferente, una época en la que los pensamientos diestros, zurdos, y otros ideales absolutamente materialistas, habían quedado relegados al olvido.


     Mi Guía Educador me pidió que presentara un esbozo del Estudio Magistral, porque consideraba que las ideas estaban asentadas. Tenía razón, había avanzado mucho, aunque faltaban muchos detalles y aún existían dudas. Al día siguiente, saludé a José sin detenerme a charlar un rato como hacía últimamente, apenas eché una ojeada al ciprés y me senté en mi puesto sin haber prestado atención a los valiosos objetos que me rodeaban. Encendí la unidad computerizada, busqué el índice que había realizado a partir de los documentos consultados y encendí la tableta. De inmediato y sin consultar la pantalla de la anticuada unidad, empecé a escribir.
     Durante varias décadas la inmigración al país Ibérico no estuvo permitida, aún así existió una inmigración ilegal, que llegó a ser muy violenta. El humanitarismo lo permitió, porque los inmigrantes eran víctimas en sus países de origen, algo que chocaba con el olvido al que quedaban relegadas las víctimas de aquellas entradas ilegales y violentas: los Servidores de la Ley y el Orden podían ser agredidos sin que nadie se compadeciera de ello. El país estaba muy mal económicamente hablando y los Diestros fueron apartados del gobierno por no querer abrir las puertas a la inmigración.
     Nada más escribirlo, sentí la necesidad de ir a ver al ciprés. Me dio fuerzas para volver adentro. Tal vez debiera haber acudido al Pharmapsicólogo.
      La Confederación estaba en números rojos cuando los Zurdos asumieron la dirección del país, pero obviando tal situación comenzaron a gastar lo que no tenían como si en ello les fuera la vida. Crearon nuevos Ministerios, nuevos puestos de laboración para asesores políticos y concedieron más ayudas a los inmigrantes ilegales; lo que supuso una llamada a que la inmigración ilegal se multiplicara. A nadie pareció importarle la ruina del país, pues una inmensa mayoría de los confederados parecieron adorar a los Zurdos.
     Era algo que me costaba entender. Necesitaba hablarlo con mi Guía. Salí y le comenté a Aposentado que volvería cuando hubiera solventado unas dudas. Se interesó por ello y le leí lo que llevaba escrito hasta el momento. ¿Por qué los ciudadanos adoraban a los Zurdos hicieran lo que hicieran? José cerró la partida de ajedrez tridimensional que parecía iba ganando, y comenzó a hablarme de un dirigente del país Ibérico perteneciente a una época anterior a la de mi estudio.
     José Aposentado me sorprendió con sus conocimientos de la Memoria Histórica. Según me contó, existió un dirigente de la Ultra Diestra que condensó la dirección del país sobre su persona, algo que terminó a su muerte, medio siglo antes de los hechos que estudiaba; por eso una parte de la población aún rehuía la ideología Diestra. Esa antiguo dirigente, al que llamaban Dictador, ganó una guerra en una Iberia dividida en la que lucharon dos facciones, Rojos contra Azules, que era lo mismo que decir Zurdos contra Diestros; pero que fue mucho más, pues en ella lucharon vecinos contra vecinos y hermanos contra hermanos. Rencillas, envidias, egoísmos; fue una guerra sin sentido en la que ambos bandos cometieron desmanes, pero alguien tenía que ganarla. El Dictador fue el más listo, o tuvo más suerte.
     José resultó ser un experto. No solo me contó los hechos, sino que envió a la unidad computerizada de mi estudio una extensa documentación sobre el Dictador. Dediqué el resto de la jornada a estudiarlo, y así pude continuar con la preparación del Estudio Magistral.
     Los Zurdos, con una Confederación en la ruina, estaban necesitados de un milagro para poder pagar los sueldos de los funcionarios y las deudas contraídas con las empresas; pero seguían concediendo ayudas a los inmigrantes mientras parte de la población autóctona moría de hambre. Los ciudadanos empezaban a dejar de creer en ellos y estaban dispuestos a apoyar a los Diestros, aunque los Zurdos airearan continuamente al fantasma de aquel antiguo Dictador como la representación palpable de los Diestros.
     Los zurdos tuvieron una idea. Necesitaban nuevo apoyos para su causa y la buscaron en los pueblos del sur, aquellos de los cuales llegaba la inmigración ilegal. Legalizaron la inmigración, poniendo a disposición de los migrantes grandes embarcaciones de lujo que los trasladaban al país Ibérico, donde fueron recibidos con refresh y fiesta flamenca. A continuación se les buscó alojamiento en la comunidad que desearan, con manutención completa, paga mensual e i-phonio gratuito para que pudieran contactar con los familiares que habían quedado en su tierra. La única condición fue que deberían llevar a las urnas de las elecciones para dirigir la Confederación los sobres que ellos les entregarían. Ahí llegó la bancarrota, que empujó a los Zurdos a buscar una segunda idea, en realidad fue un plagio del suceso acaecido en las islas de la Gran Bretaña; que tendría suma importancia en lo que aconteció dentro de nuestras fronteras mucho después.
     Tal vez pareciera que me iba del tema, pero necesitaba información de fuera de las fronteras de la Confederación de Comunidades de la Península Ibérica, algo que no era posible encontrar en los archivos de la Memoria Histórica, así que para obtener una primera impresión consulté en la Kikipedia el término Bréxit.
     Gran Bretaña, año 2020 del antiguo cómputo. Los residentes inmigrantes han de volver a solicitar el permiso de residencia, para lo cual deben abonar una tasa impositiva de setenta y cinco libras. Resultó un buen negocio para la nación, ya que había más de tres millones de inmigrantes y obtuvieron doscientos veinticinco millones de libras.
     Consulté después la Kokopedia y obtuve idéntico resultado, luego la información debía ser veraz. En aquella época los dirigentes de la Gran Bretaña no eran mejores que los nuestros. Pregunté después a José y después de contactar con el equivalente a nuestra Memoria Histórica en la Gran Bretaña, me sorprendió abandonando su butaca para venir a confirmarme lo que necesitaba para que se entendiera lo que sucedió en el país Ibérico.
     Los Zurdos decidieron que era momento de que los inmigrantes aportaran algo a las arcas del país Ibérico. Diez millones de personas deberían regularizar su situación para convertirse en ciudadanos Ibéricos, para lo cual deberían abonar una tasa de trescientos eurodólares por adulto y doscientos cincuenta por menor. Esperaban obtener la cantidad de dos mil setecientos cincuenta millones de eurodólares, pero el pánico cundió entre los inmigrantes, que pensaron que se trataba de una tasa anual y según algunos documentos estudiados, no les faltaba razón. Fueron muy pocos los que decidieron regularizar sus situación y el resto emprendió la huida, unos camino de otros países europeos y otros de vuelta a sus lugares de origen. Los Zurdos dieron por perdida la dirección de la Confederación y entregaron ésta a los Diestros, sin airear esta vez aquel pasado lejano.
     Triste modo de actuar el que tuvieron los Zurdos, tanto que querían ayudar a los inmigrantes. Ningún Diestro o Zurdo protestó contra aquello. Eso era lo que ocupaba mi mente de camino a Memoria Histórica. Al entrar en el portal, haciendo caso omiso a la lógica, me interné por un pasillo que me llevó al patio de la vivienda. El ciprés, a diferencia del edificio, no tenía arte ni parte en lo que sucedió. Se presentó el portero del inmueble, preguntando qué hacía allí. Le respondí que contemplaba aquel árbol hermoso. Si hubiera visto el anterior, me dijo, que asomaba por encima del tejado. Me despedí y subí a continuar con el esquema del Estudio Magistral.
     Ese fue el final de la Inmigración Ibérica. Lo que no tuvieron en cuenta los Zurdos, fue que desaparecidos los inmigrantes, desapareció la ingente cantidad de dinero que se les destinaba en forma de ayudas. En menos de seis meses, los gastos del país habían descendido espectacularmente, y hacía falta que los ciudadanos autóctonos empezaran a asumir los puestos de laboración antes ocupados por los inmigrantes. El país Ibérico comenzó a prosperar.
     Escrito esto, me tomé el resto de la jornada para pasear y meditar. Había llegado al final del guión, pero no sabía si quería continuar con el Estudio Magistral. Era demasiado deprimente.
     A la mañana siguiente tomé el solarbús antes de tiempo. No sabía si quería volver a Memoria Histórica o si por el contrario intentar concertar una entrevista con mi Guía Educador para decirle que abandonaba. Un par de paradas después, José subía al solarbús. Preguntó por mi estudio. Abrí la tableta y le leí el guión. No dijo nada, al igual que yo no llegaba a comprender cómo pudo llegar a suceder todo aquel cúmulo de torpezas, irregularidades y amoralidades. Me preguntaba tantas cosas… Comencé a escribir ante la atenta mirada de José.
     ¿Había servido de algo que se fueran los inmigrantes?
     ¿Los ibéricos recuperaron sus puestos de laboración?
     ¿Quisieron realizar las labores más ingratas y peor pagadas?
     ¿Se recuperó el país Ibérico?
     ¿Volvieron a gobernar los Zurdos?
     Tuve que dejar de escribir cuando llegamos a nuestro destino, el antiguo y hermoso edificio que albergaba la Memoria Histórica. No supe por qué, pero acompañé a José. El portero nos saludó al entrar, tenía que salir al patio y tal vez quisiéramos acompañarle.
     En el centro del patio, un hueco circular de menos de un metro de diámetro albergaba al joven ciprés. Mirando hacia arriba intenté imaginar a su ancestro antes de enfermar, cuando subía por encima de la casa. Me acerqué y puse la mano sobre el rugoso tronco agrisado. Él tenía suerte, no había conocido los tiempos convulsos que acabaron con la vida de su ancestro, los mismos que me atormentaban.
     Había llegado muy lejos con mis estudios y aún tenía mis dudas, no sabía si quería acabar un Estudio Magistral tan desolador. Si lo hiciera, tal vez no debería divulgarlo, no quería que una sociedad estabilizada sufriera por lo que sucedió hacía tanto tiempo, ni siquiera este ciprés sabía lo que sucedió. Tal vez para eso estaban los centros de la Memoria Histórica, para esconder todos aquellos errores que la humanidad había cometido, y yo no iba a desenterrarlos.