sábado, 28 de marzo de 2015

LA PERFORMANCE. Segunda parte. Capítulo 15



-15-
Los disgustos del sábado

   Eran casi las siete y había dormido de maravilla; sólo echaba en falta haberlo hecho acompañada. Era algo que echaba de menos, y todavía faltaban tres días para la primera cita oficial con Artista, y un tiempo que se me antojaba demasiado largo para el disfrute carnal. Si al menos hubiera soñado con él, pero la noche sólo me había concedido un buen descanso. Me levanté de la cama, fui hacia la ventana y descorrí las cortinas.
   Todavía no había amanecido, pero la tenue luz de la farola dejaba adivinar el paisaje urbano de la trasera que me había tocado en suerte: tejados y antenas. Un pájaro urbanita empezó a cantar. Me quedé apoyada en la ventana, contemplando las sombras profundas. Me recordaba a la vida que llevaba hace unos meses, entonces era una ingenua estudiante de Bellas Artes en busca de un lugar donde exponer; vagaba perdida en la oscuridad. Cuando la luz lo llenara todo, sería la hacedora de una Performance que me habría hecho triunfar en el caprichoso mundo del Arte. De momento, esperaría al alba, que era mi presente.
   La luz no tardó en insinuarse. Ahí estaba yo, en ese prolongado amanecer de tintes rosados que robaban el protagonismo a las sombras. Aún quedaban algunas nubecillas en el horizonte, eran los escollos que debía superar. La prensa era una de esas nubes y había que hacerla descargar antes de que se transformara en un nubarrón; de momento la esquivaba en este hotel y un poco más adelante lo haría en el chalet que estaba habilitando la Cadena. Tenía que convencer a Cristina para que se viniera.
   El pájaro continuó cantando alegre mientras el cielo se teñía de rosa pálido y amarillo. Antes de que el azul lo inundara todo y llegara mi idílico futuro, estaría desayunando. Era hora de arreglarme. Abandoné la ventana y fui al baño. Estaba entrando en la ducha cuando me pareció oír un pitido corto y profundo. Era el teléfono, tenía un mensaje. ¿A estas horas? Tendría que esperar a que terminara de arreglarme.
   Ya estaba acicalada, como habría dicho mi abuela y tenía tanta hambre, que casi se me olvidó el disfraz. Me puse la peluca y me enfundé las enormes gafas de sol; qué poco veía con ellas, pero al menos me tapaban media cara. También tenía hambre de Artista, pero debería aguantar como una novia casta y virginal hasta el día señalado. De momento, iba a saciar el hambre de mi estómago.
   Cuando iba a salir de la habitación me acordé del móvil. Dos olvidos en un momento. Di media vuelta, lo cogí de la mesilla y miré el mensaje. ¡Era Interlocutor! Un sábado, seguro que no eran motivos de trabajo, sería por lo del otro día. Lo abrí camino del ascensor: “Periódico Este País. Página 53. Contacta conmigo.” Le contesté de inmediato: “Recibido. Hablaremos.” Era lo que menos ganas tenía de hacer. Entré en el comedor, donde había una mesa con la prensa del día. Cogí Este País, lo llevé a la mesa y fui a por un zumo, después llené el plato con embutido, un panecillo y una rebanada de pan integral que cubrí con una salsa de tomate natural. Volví a la mesa y di un trago de zumo. Entonces abrí el periódico por la página cincuenta y tres.
   LA PERFORMANCE DE VIOLETA VERA: ¿ORIGINAL O PLAGIO?
   Paralelismos con un caso antiguo. ¿Es una mera casualidad o se trata de un plagio?
   Una de las nubes que quedaban en el horizonte. A estas alturas, nada me sorprendía. ¿Que me acusaban de plagio? Les demandaría. Di un mordisco al pan con tomate. Interlocutor tendría que tomar cartas en el asunto. Nada me iba a impedir acabar mi desayuno y entre bocado y bocado, fui leyendo.
   Hildegart Rodríguez Carballeira, nunca había oído hablar de ella. Su madre eligió al padre por sus cualidades físicas y morales y una vez embarazada, se olvidó de él. Le alegró tener una niña, porque decía que la mujer era la más necesitada a la hora de liberarse de esclavitudes, tabúes y complejos de inferioridad.
   La educación de Hildegart comenzó a edad muy temprana y de adolescente se había convertido en una auténtica intelectual que escribía y publicaba artículos sociales y políticos, que estaba involucrada en los movimientos reformistas y abandonó las filas socialistas cuando creyó que el partido tomaba una dirección equivocada.
   La madre podía estar orgullosa de su hija, se había involucrado en la reforma social que las liberaría de todas las ataduras; pero las ideas de la niña iban más allá de las de la madre, el pájaro quería volar del nido. Eso ocurrió en la España de principios del siglo XX, hacía un siglo.
   ¿Era yo como la madre de Hildegart? Había seleccionado un padre, educaría a mi hijo en el mundo del Arte y a partir de ahí, que decidiera su camino, como si quería olvidarlo. Yo buscaba el ideal del Arte, aunque lo mío era la excusa para triunfar, ¿lo era para ella? Y el matrimonio, suponía un obstáculo para las ideas de la madre. A mí, me daba igual, que él hiciera lo que quisiera. En cuanto a mí con Artista, el tiempo diría.
   Sonó el teléfono. Si era Interlocutor, no pensaba quedar con él. Era Cristina.
   –¿Ya me echabas de menos? Te dije que te vinieras.
   –No es eso, Violeta. El cartero ha traído una carta urgente de tu madre. Casi no le abro, pensando que podía ser un periodista.
   –Pero si habíamos cortado el timbre…
   –Llamó con los nudillos, me asomé a ver quién era y acerté.
   –¿Cómo hacemos?
   –Si te parece bien, me acerco al hotel.
   –Entonces te espero en la habitación.
   Carta de mi madre. Ayer tarde no le cogí el teléfono y no había tenido tiempo de escribirme y que llegara. Era anterior y además urgente. Era bastante extraño. Las nubes nunca llegaban solas.
   Terminé de desayunar, cogí el periódico y me subí a la habitación. Madrid, principios del XX, ideas sociopolíticas; Madrid, principios del siglo XXI, ideas artísticas. Claro que había algún paralelismo, pero en el caso actual la madre no mataría a su hija por emprender su propio camino; no podían hablar de plagio presuponiendo que dos casos separados por un siglo iban a acabar igual.  


  
   Llamó a la puerta y abrí. Cristina entró con el sobre en la mano y me lo dio.
   –He venido todo lo deprisa que he podido.
   –Gracias. Siento que hayas tenido que hacerlo, pero me alegro de verte.
   Fui hacia la butaca y me senté. Tenía curiosidad y a la vez tenía miedo de abrirla y leer el contenido. El matasellos era del día anterior. Rasgué el sobre despacio y saqué la hoja doblada y perfumada. Reconocí la escritura lenta y pulcra de mi madre.
   Violeta, hija mía. No quería escribirte una carta tan triste, pero no podía esperar más y sé que por teléfono no sería capaz, el llanto me anegaría y sería incapaz de hablar.
   –¿Es algo grave? –Cristina permanecía de pie a la espera.
   –Ya sabe lo mío. Mientras la leo, mira la página cincuenta y tres del periódico, trae una noticia cuanto menos, curiosa.
   Lo cogió de la mesa y fue a sentarse en la cama. Continué con la carta.
   La desgracia ha entrado en esta casa, si no, no se entiende lo que nos está sucediendo, a las dos. Esto no pasaría si tu padre, que en paz descanse, aún estuviera entre nosotras.
   Lo que nos sucedía a las dos. Había algo más aparte de lo mío.
   No sé cómo empezó, sólo sé que al principio no me di cuenta. Notaba a tu tío más atento que de costumbre e incluso se sentaba conmigo a ver la tele. Lo achaqué, a que estaba muy contento por lo bien que le van las ventas gracias a los abanicos que dibujaste. Se venden muy bien entre las jóvenes.
   Me da mucha vergüenza decirlo y escribirlo resulta menos doloroso. Hace unos días, tu tío se me declaró. No pienses en lo peor, que no ha pasado nada. Me dijo que llevaba buenas intenciones, que después de tantos años bajo el mismo techo, se había enamorado de mí. Decía que lo que nunca le pasó de joven, que tonteó con muchas pero ninguna le llenó como para casarse, le sucedía ahora, cuando había perdido toda esperanza.
   Ya está. Por fin me he atrevido a contártelo. Sé que es una buena persona y actúa de buena fe, pero es el hermano de tu padre. Cuando me lo dijo, me puse de todos los colores y tuve que salir del comedor e irme a mi habitación. Recé un par de Avemarías a la Virgen de la Estrella, y aún así no logré serenarme.
   Lo único que quería era desaparecer y si hubiera tenido el valor suficiente, habría huido de allí en aquel momento. Sólo la oración me hizo reflexionar y ver que no había ningún mal en sus palabras, yo sólo debía decirle no y ya estaba. Imagina lo que habrían pensado los vecinos si me llego a marchar.
    Estuve a punto de llamarte muchas veces, pero cada vez que cogía el auricular, volvía a soltarlo y me decía: después, que estaré más tranquila. Me daba tanta vergüenza, que al final decidí que era mejor escribirte.
   Ni que decir, que tu tío no ha vuelto a hablar del tema y parece un poco incómodo, pero guardamos las maneras y todo van bien. Si sólo hubiera sido eso, lo hubiera sobrellevado y una vez pasado el primer sofoco, incluso podría haber seguido viviendo en esta casa como si nada hubiera ocurrido.
   Fue entonces cuando me enteré de lo tuyo, lo que me has venido ocultando todo este tiempo, y creí morir. Encima las vecinas también se han enterado y no veas lo que me ha tocado pasar. No salgo de casa, no voy a la abaniquería a trabajar y tu tío, que es más bueno que el pan, se encarga de traer la compra. La verdad es que es tan bueno como tu padre y sí, le tengo cariño, cómo no se lo iba a tener, pero de ahí a lo otro…
   Rezo y rezo sin parar a la Virgen de la Estrella, para entender qué te ha pasado, para que se arregle lo tuyo.
   ¿Por qué nos ha tenido que pasar esto? No entiendo nada y lo tuyo menos. Te hemos mandado a estudiar a Madrid, te hemos dado todo lo que querías, ¿qué es lo que hice mal? No me entra en la cabeza que hayas tomado ese camino. ¿Qué te han hecho en Madrid? Tú no eras así, no reconozco a mi niña. Tenías que haber estudiado aquí o haberme ido contigo para cuidarte, entonces nada de esto habría pasado. Todavía estamos a tiempo, me iré allí contigo y todo se arreglará, lo de tu tío y lo tuyo, lo de todos. Si quieres nos vamos a otro sitio donde nadie nos conozca. Trabajaré, tú acabarás tus estudios y te convertirás en una gran pintora. Estaríamos en paz. Dios sabe cuánto lo necesito.
   Un beso muy fuerte de tu madre que tanto te quiere.
   ¿Así que era eso? Claro, para ella era algo inimaginable. La última vez que hablamos, al despedirnos la sentí indecisa, y dijo algo de cosas mías o es una tontería. Lo había olvidado.
   El tío se había enamorado de ella. Nunca le había conocido ninguna novia o amiga. Decían que de joven le había quitado una novia a mi padre, pero mamá me dijo que papá se había librado de una fresca de cuidado, que también dejó al tío al poco tiempo por un señorito de mucho dinero de Córdoba. Desde el incidente, mi padre y mi tío estuvieron unos años sin hablarse. Y después de aquella novia casquivana, el tío no quiso saber de ninguna más, decía que iban por su dinero.
   Me parecía bonito que Julián se hubiera enamorado de mamá. ¿Por qué no iba a poder ser así? Y mamá, ¿qué problemas se buscaba con el qué dirían? Lo que me resultaba más extraño era que no hubiera tenido ningún pálpito sobre ello en todos estos años, a no ser que… no lo hubiera reconocido por ser demasiado horrible para ella y entonces nunca me lo hubiera mencionado.
   Estaría encantada de que rehiciera su vida, y se lo iba a decir. Ahora mismo la iba a llamar. Entonces me acordé de Cristina, me había olvidado de ella mientras leía la carta. Seguí enfrascada en el periódico.
   –Cristina, no te lo vas a creer –ella dejó el periódico en su regazo.
   –¿El qué?
   Le conté lo de mi madre y mi tío.
   –¡Es muy fuerte, a su edad! Pero es bonito. Lo único, que en el barrio… bueno, según le dé a la gente.
   –Si no lo esconden, será la mejor manera de que lo acepten.
   Me levanté del sillón y fui a sentarme a su lado.
   –También hace mención a lo mío.
   –¿Y?
   –Por supuesto no lo entiende.
   –¿Y qué vas a hacer?
   –Llamarla. Ella me ha contado lo suyo y yo le contaré lo mío.
   Estuvimos un rato sin hablar, había muchas nubes suspendidas en el firmamento. Hasta que Cristina rompió el silencio.
   –El artículo del periódico es un poco fuerte. Te acusan de posible plagio por algo que no tiene nada que ver con tu Performance.
   –Me he quedado de piedra. Una madre que quiere cambiar la sociedad usando a una hija criada a tal fin y luego la liquida porque se le ha ido de las manos, pero de ahí al plagio… Interlocutor se encargará de arreglarlo.
   –¿Ya lo sabe?
   –Ha sido él quien me lo ha dicho. Me ha mandado un mensaje esta mañana.
   –Entonces sólo queda lo de tu madre.
   –Voy a llamarla ahora mismo.
   –Te dejo para que estés tranquila.
   –¿Cómo te vas a ir? Hoy te quedas conmigo.
   –Entonces me voy a dibujar algo por ahí y cuando acabes, me das un toque.
   –Está bien.
   Cristina se fue y yo permanecí con el teléfono en la mano. Mamá y el tío Julián. No me extrañaba, a sus cuarenta y un años estaba guapísima, y aunque hubiera ensanchado seguía teniendo muy buen tipo. Continuaba llevando el pelo largo como cuando era joven, aunque era una pena que casi siempre lo tuviera recogido. Aunque fuera bastante a misa y se refugiara en el rezo en ocasiones como ésta, no era una mojigata. Su problema era que estaba constantemente  preocupada por el qué dirán. Eso la mataba.
   Sería feliz rehaciendo su vida. Yo le podía ofrecer consuelo y darle mi apoyo, ojalá iniciara una relación con el tío.
   De pronto, una idea cruzó por mi cabeza. Aquella visión que tuve de niña en el entierro. Nos iría bien a los tres, eso era lo que entendí entonces, aunque al parecer el significado podía tener mayor alcance, a los tres, a ellos dos… El sentido de mi visión ya no estaba tan claro como cuando era niña.
    ¿A los tres, a mamá y al tío? Empecé a darle vueltas, podía haber estado engañada todos estos años y eso cambiaría muchas cosas. La visión que me empujó a la Performance, ¿si no la hubiera interpretado correctamente, qué estaba haciendo? Y entonces, mi última visión: algo se alejaba, ¿qué era? ¿Interlocutor o la Performance? Tenía que ser él, si mis visiones no estuvieran claras, todo mi trabajo habría sido en vano.
   Mejor abandonar esos pensamientos, ya no había marcha atrás. Los problemas se irían solucionando uno a uno. El primero, llamar a mamá. Marqué su teléfono. Yo le podía ofrecer consuelo, pero, ¿ella a mí? Nunca aceptaría mi modo de hacer las cosas y yo no iba a abandonar la Performance.
   –Violeta, ¿eres tú?
   –Sí, mamá.
   –¡Qué alegría oír tu voz!
   –Acabo de recibir tu carta.
   Al otro lado de la línea, nada.
   –Mamá, ¿me oyes?
   –Sí –su voz se había apagado.
   –Me parece estupendo lo del tío.
   –Ay –suspiró.
   –Eres guapísima, sigues trayendo de cabeza a los hombres.
   –Qué cosas tienes.
   –Es cierto. ¿Sabes lo que pasaría si dejaras la abaniquería?
   –Que me iría contigo para cuidarte.
   Oh, oh, me estaba cambiando de tema.
   –Que la clientela masculina desaparecería. Y es que tengo la madre más guapa de todo el barrio de Santa Cruz. ¡Qué digo!, de toda Sevilla.
   –Exagerada… –su voz sonó más animada.
   –Me parece que ha sucedido lo más maravilloso del mundo, Julián y tú…, son muchos años conviviendo. Lo raro es que no os haya sucedido antes –intentaba exagerarlo para animarla–, porque imagino que tú también sentirás que él es alguien importante en tu vida. ¿O no?
   –Claro, hija. Cómo no le voy a querer, si es el hermano de tu padre y nos ha tratado como si fuéramos su familia… –su voz perdió fuerza.
   –Mamá, tenéis todo el derecho a quereros.
   –Pero tu padre…
   –El pobre nos dejó hace mucho. Y tú tienes todo el derecho del mundo a ser feliz.
   –Ya lo soy…
   –No lo bastante. Y tío Julián también debe ser feliz. Para una vez que encuentra a una mujer que le gusta y a la que quiere…
   –Pero no está bien…, es el hermano de tu padre.
   –Sí está bien. Lo único que no puedes pretender es que el resto del mundo esté de acuerdo contigo. Imagínate que ya se supiera en el barrio.
   –¡Ay! Dios no lo quiera.
   –Unos dirían que qué estupendo y os felicitarían de todo corazón. A otros les daríais envidia. Los peores os criticarían por todo, pero a esos no puedes tenerlos en cuenta.
   –Ya sé que tienes razón, pero, soy de otra época en que todo era diferente.
   –Pero ahora vives en esta. Quiérele, mamá, él se lo merece y tú también.
   –Gracias por ser tan comprensiva, hija. 
    Otra vez se hizo el silencio. Quedaba otro tema pendiente, el mío y no sabía cómo abordarlo y ella tampoco decía nada.
   –Mamá, supongo que querrás saber de otra cosa, de mí Performance.
   –Ay, hija. Me llevé un disgusto grandísimo, lo he pasado muy mal. Lo que más me dolió es que no me lo dijeras. ¿Es que no confiabas en mí?
   –Quería evitarte el disgusto, si era posible, por lo menos, retrasarlo.
   Otro silencio, que no duró mucho.
   –Te veo tan diferente a cuando saliste de casa a tus dieciocho añitos, eras una niña ilusionada que soñaba con hacerse artista, y ahora tan segura, con tanto aplomo, te veo hecha una mujer. Supongo que tienes tus razones y estás haciendo lo correcto. El tío también lo cree así.
   No me esperaba este giro. Yo pensando que intentaría hacerme desistir por todos los medios. Lo habían hablado y el tío seguía confiando en mí. Era la persona más comprensiva que había conocido.
   –Mamá, no es algo que haya improvisado. Lo que hago es una forma de Arte actual. Me llevó tiempo decidirme y todavía más prepararlo. Si no hubiera estado segura, no lo habría hecho.
   –Hija, es que yo no entiendo el Arte de ahora, me gusta más lo que pintas.
   –¿No te han gustado los programas que has visto hasta ahora?
   –Muchísimo, pero no sabía que los hacías tú.
   –Pues con más razón, soy yo la que ha creado la Performance.
   –Y lo has hecho muy bien. Es sólo que lo del hijo, que vayas a tener un hijo, así de repente y en pecado…
   Necesitaba una mentira piadosa para que se quedara tranquila.
   –Mamá, el hombre con el que voy a tener un hijo es mi novio.
   –¿En serio? Me quedo más tranquila. ¿No será Pedro Galván, verdad? No me lo imagino palmeando en la feria de Abril.
   –Yo tampoco mamá, descuida, ni en sueños me liaría con él.
   –Me da que Carlos Gallego es el que te va, aunque no sea tan guapo como el otro, pero es un artista, como tú. Aunque yo no entendí la escultura que hizo –hablaba deprisa, estaba nerviosa–, porque donde esté una buena pintura en la que se vea lo que hay, que se quite todo lo demás.
   –Entonces, las cosas raras que dices que pinto a veces, no te gustan –bromeé para tranquilizarla.
   –No. Tus paisajes son muy buenos.
   –Si no son paisajes, son abstracciones.
   –Para mí son paisajes, paisajes en medio de la niebla, en los que todo se vuelve difuso o desaparece. Recuerdo que de pequeña –empezó a hablar más despacio–, me gustaba salir esos días en que no se veía casi nada, y pasear entre la niebla. Las formas borrosas podían ser cualquier cosa que yo quisiera imaginarme.
   –Mira de quién me viene a mí la imaginación. Nunca me hablaste de ello.
   –Eran tonterías de niña…
   –No me lo parecen. Un día me tienes que hablar de esas salidas en la niebla.
   –La próxima vez que vengas a vernos. ¿Lo harás pronto?
   –El primer fin de semana que tenga libre.
   –¿Me lo prometes?
   –Te lo prometo.
   –¿Entonces te quedas con Carlos?
   –Sí, mamá. Me quedo con él.
   –Os casaréis por la Iglesia, ¿verdad? Voy a salir mañana a rezarle a la Virgen de la Estrella.
   –Claro, mamá. Rézala, nunca me ha fallado –segunda mentira piadosa. La posibilidad era muy remota.
   –Violeta, quiero lo mejor para ti.
   –Lo sé, mamá. Estoy haciendo Arte, y si necesitas contarlo, di tranquilamente que el finalista del concurso es mi novio –no pasaría nada porque corriera ese rumor. Total, por uno más…
   –Eres una artista, la más grande. Estoy muy orgullosa de ti. Estoy deseando que vengas a vernos. Un beso muy grande.
   –En cuanto pueda escaparme del trabajo. Muchos besos, mamá y dale uno al tío de mi parte. Adiós.
   –Adiós, mi niña. Cuídate mucho.
   Que vengas a vernos, lo había dicho en plural, me alegraba. Se había quedado más tranquila, aunque para ello hubiera tenido que adornarlo con un par de mentiras piadosas. Y yo me había quitado un gran peso de encima.
   ¿Quién había dicho problemas? Si no existían. La Performance era pan comido. Tenía que celebrarlo. Llamé a Cristina.



   –Así que todo ha salido bien. Me alegro –dijo sin levantar la vista del papel.
   Estábamos en un diminuto parquecillo a dos manzanas del hotel. Me había puesto el disfraz para salir a su encuentro, porque todavía no había acabado el dibujo y yo estaba impaciente por contarle cómo habían ido las cosas con mamá.
   –Se ha quitado un gran peso de encima. En cuanto ha aceptado que lo de ella y el tío Julián es posible, se ha quedado tan a gusto.
   –O sea, que el sentimiento es mutuo –levantó la vista, para observar el árbol que estaba dibujando. Lo estaba transformando en una especie de arco o entrada.
   –Creo que sí. Y por eso, lo mío ya no le ha parecido tan malo, más cuando le he confirmado lo que quería oír, que me casaría.
   –Entonces, todo resuelto –comenzó a sombrear el fondo.
   –No, todavía no. Queda Interlocutor, que después del artículo querrá celebrar una reunión el lunes. No me apetece nada verle, y menos a solas.
   –Podría acompañarte –el árbol adquiría una presencia fantástica según perdía parecido con el original.
   –¿Con qué excusa?
   Dejó el cuaderno y se volvió hacia mí.
   –No lo sé, dile que estoy deprimida y no me puedes dejar sola…
   –No es una buena excusa.
   –Que quiero conocerle…
   –Esa no se la cree.
   –Entonces, que venga él a casa. Le dices que te toca a ti invitar a cenar.
   –Lo intentaré.
   –Por cierto, me invitarás a tu boda, ¿no? 



martes, 24 de marzo de 2015

Un paseo por el Salón del Automóvil de Ginebra

Acaban de publicarme el artículo que he escrito sobre mi visita al salón, incluidas las fotos que adjunté, en la web del automóvil AUTOFÁCIL. Os adjunto la dirección.

http://www.autofacil.es/salon-ginebra/2015/03/24/paseo-salon-ginebra-2015/24136.html

sábado, 21 de marzo de 2015

LA PERFORMANCE. Segunda parte. Capítulo 14.



-14-
Viernes: cita con Artista

   Llevaba puesto el vestido azul “cielo intenso de atardecer”, como lo llamó la dependienta a la que se lo compré; y lo contrasté con el cinturón, los pendientes y la pulsera en color cobrizo. La cita lo merecía: Artista, el único finalista honrado. Tenía puestas todas mis esperanzas en él.
   Era el primer día que me tocaba esperar, pasaban dos minutos de la hora y el coche aún no había llegado. Esperaba que no hubiera excesivos problemas de tráfico y fuera a llegar tarde a mi cita. Oí el motor y poco después asomó el morro por la rampa. Discreto y negro como la noche, así era el vehículo que la cadena ponía a mi disposición, pasó de largo y echó marcha atrás para meterse en mi plaza de garaje. Abrí la puerta y subí. Nada más cerrarla sonó el seguro. Me sentí una estrella de cine.
   –Siento haberme retrasado. He tenido que llamar a la policía, porque unos periodistas pretendían colarse en el garaje.
   –Anoche llamó uno a mi puerta.
   –Debería cambiar de residencia.
   –Estoy en ello.
   Arrancó y enfiló la rampa con la seguridad del que se manejaba todos los días en esas estrecheces.
   Debería mudarme esa misma noche. Cristina no quería saber nada del tema e iba a sufrirlo. Habíamos tenido que desconectar el portero automático y habría que hacer lo mismo con el timbre de la puerta. En cuanto salimos a la calle, nos rodearon los periodistas, disparando sus flases como locos. Uno de ellos intentó abrir la puerta, pero el conductor se abrió paso lentamente, sin dejarse intimidar ni siquiera cuando uno se sentó en el capó.
   ¿Periodistas?, les daría esquinazo. De cuando en cuando, me dejaría ver, como el día que me puse la máscara. ¿Problemas? Surgían por doquier, e igual que lo hacían, iban desapareciendo. Tenía suerte, mi estrella era María Santísima de la Estrella Coronada. Interlocutor, había dejado de ser un problema. Todavía no había hablado con él, ni lo haría hasta que no me citara, pero la visión del día anterior me lo confirmaba. Lo de mi madre, se solucionaría en su momento.  
   La tarde anterior estaba un poco cansada y eso influyó en mi estado de ánimo. No merecía la pena que me preocupara. Los problemas no existían, porque siempre se resolvían. Ahora, lo único que debía hacer era acudir a mi cita y disfrutar de ella. Sí, disfrutarla, porque tenía a Artista y estaba más cerca de mi meta y de ver cumplido el deseo de volver a estar con un hombre. Dentro de muy poco, Artista sería el hombre de mi vida; no para siempre, nunca había pensado a tan largo plazo, sólo pretendía que lo fuera en el momento actual. Era lo que deseaba.
   –Nos sigue el quinientos gris –dijo el conductor.
   Miré hacia atrás. Yo no hubiera sido capaz de adivinarlo. Aminoramos la marcha y nuestros perseguidores también. Dimos un acelerón, nos metimos en la calle lateral por delante de otro vehículo que estaba a punto de doblar la esquina y el quinientos se tuvo que quedar detrás de él. Nos detuvimos y el que nos seguía tocó el claxon. De repente arrancamos y pasamos raudos ante un coche que salía de un garaje y que se incorporó al tráfico detrás de nosotros. Ya había dos coches por medio, el semáforo estaba verde y nos detuvimos en él. Hubo pitada colectiva y arrancamos cuando el semáforo cambiaba a rojo; el que venía detrás se lo saltó, pero el siguiente y el quinientos se tuvieron que parar. Seguimos a gran velocidad, giramos en la siguiente calle y volvimos a girar. Les habíamos despistado, parecía cosa de película.
   Mi destino no estaba lejos, hubiera podido llegar en metro o autobús, incluso andando, pero lo último que quería era estar acompañada por los de la prensa. El coche me dejó en una discreta callejuela, cercana al lugar de la cita. Esta vez había elegido un pequeño café en un antiguo barrio residencial de discretos chalets, una delicia en plena ciudad. Al entrar, saludé al dueño y me senté en una mesita al fondo. No había nadie más, había abierto antes de lo habitual para nosotros. Faltaban un par de minutos para el encuentro, los periodistas nos habían hecho llegar muy justos.
   El corazón me latió con violencia al verle aparecer, serio, con un peinado impecable y enfundado en una cazadora gris. Los zapatos marrones no pegaban con la cazadora ni con los vaqueros, pero teniendo en cuenta que era un pintor de brocha gorda, quizás su economía no fuera muy boyante. Me tenía que acordar de llamarle por su nombre.
   –Violeta –me tendió una diminuta flor de color naranja–, encantado de conocerte.
   –Hola Carlos –la cogí entre los dedos–. Es un bonito detalle, además contrasta con mi vestido. Gracias.
   Me tuve que contener para no levantarme y darle un abrazo, no era sólo la cita con el chico, también era una Performance dirigida por mí y debía controlarme.
   –¿Qué quieres tomar? –le pregunté.
   –Un cortado.
   Me levanté a pedir. Estaba nervioso, supuse que por la presencia de las cámaras, que aunque no se vieran, estaban ahí. Tenía que conseguir que se serenara, era el único aspirante honrado, mi única y última esperanza para la Performance. Me prendí la flor en el pelo y volví a la mesa. La miró, pero no dijo nada. Tendría que tomar la iniciativa.
   –Me gustó la obra que realizaste para la Performance. Cuéntame algo de tu arte.
   Apoyó los brazos en la mesa y frunció el ceño, como si le costara arrancar.
   –No sé cómo explicarlo…, es algo nuevo para mí.
   –¿A qué te dedicas? –lo sabía, pero tenía que intentar que se abriera.
   –Soy pintor –al decirlo se sonrojó–, de los que pintan paredes.
   –No hay nada malo en ello. Pero por lo que creaste, tiene que haber algo más.
   –En realidad, sí. Un día me dio por dar pinceladas sueltas en una pared. Ya no recuerdo qué era lo que intentaba dibujar, sólo que me quedó fatal y que por supuesto, acabé tapándolo.
   Llegaron nuestros cafés.
   –Así que no conservas tu primera obra de arte.
   Echó el azúcar en el café y metió la cucharilla.
   –El dueño de esa pared nunca sabrá que los primeros trazos fueron dados de cualquier manera. Tuve mucho cuidado al igualarlo –empezó a remover el café mirándolo. Al día siguiente volví a intentarlo, esa vez en una puerta. Tracé unos círculos, como si fueran burbujas saliendo del agua. No valía gran cosa y también lo tapé.
   –Un comienzo un tanto peculiar el tuyo. El mío fue más normal, empecé siendo niña y pinté sobre un papel.
   –Comienzo, lo que se dice comienzo… lo que hice en la pared y en la puerta –dio un sorbo–, me hizo pensar. Algún día quería hacer algo más que pintar una pared de uno o dos colores o pegarle una cenefa, me gustaría poder dibujar algo en ella. Empecé a interesarme en el tema y descubrí que existía algo que llamaban “trompe l’oeil”.
   –También lo llaman trampantojo –cogí la taza.
   –Me gusta más en francés –se iba relajando–. Entonces busqué una academia y empecé a ir a dibujo y a pintura.
   –Por lo visto, el aprendizaje ha dado sus frutos. ¿No has hecho nada de escultura?
   –Nada.
   –Pues tienes alma de artista.
   Se encogió de hombros. No era muy hablador, pero al menos era sincero. Cuando acabamos nuestros cafés, fui a pagar y salimos.
   –¿No vamos a ir al Retiro? –comentó extrañado al ver que bajaba la calle.
   –No. El Retiro estará plagado de periodistas esperando que aparezcamos. Hay un pequeño parque aquí mismo, la Fuente del Berro.
   –Mejor –dijo en voz baja.
   La calle estaba desierta, como si fuera domingo. Doblamos la esquina y al fondo de la calle apareció el arco de entrada, donde estaba apostado uno de los cámaras. Le saludé con la mano al entrar. Pasamos junto al pabellón, un centro cultural que no tenía trazas de usarse habitualmente y seguimos el camino en curva entre coníferas. Estaba desierto, había sido una buena idea venir a este parque, pasaríamos desapercibidos. La Virgen de la Estrella seguía velando por mí.
   Caminábamos en silencio. No me importaba, Guapo había hablado mucho y no sirvió de nada. En ese momento, descubrí al segundo cámara entre los árboles. Llegamos a un claro donde había bancos, al cual llegaba el rumor de los coches, la M-30 estaba al fondo. Había una madre sentada con el cochecito al lado y el niño gateando en la arena. No nos reconoció. Artista prestó atención al pequeño y éste le dedicó una sonrisa espontánea.
   Seguía sin hablar. Tenía que hacer algo. Cogí la flor de mi pelo y la puse entre mis dedos, haciéndola girar. Se me quedó mirando con sus ojos azul intenso. A la luz del sol, sus cabellos se volvieron más rubios. Me gustaban más los hombres morenos, pero bajo la piel de este aprendiz de artista, y aunque no fuera un Adonis, había un joven de una sencillez adorable al que había que arrancar las palabras.
   –A veces sueño despierta –dije mirando la flor–. Me vienen imágenes.
   –¿Y ésta cómo es? –dio por hecho que tenía una.
   –Azul celeste profundo –improvisé–, como mi vestido. Emergen filamentos anaranjados que salpican la superficie… todavía no es una imagen suficientemente nítida. Me la ha debido provocar tu regalo –miré la flor–. Al principio, todas las imágenes son maravillosas, después hay que trabajarlas y sólo unas pocas merecen la pena. ¿Te sucede a ti lo mismo?
   En vez de responder, se agachó y comenzó a dibujar con el dedo en la arena, mirándome de cuando en cuando. Me estaba retratando. Me llegó al alma y me lo hubiera comido a besos allí mismo. Su trazo resultó interesante, aunque el resultado no se me pareciera. Sería el elegido.
   Cogí su mano y continuamos el paseo. Uno de los cámaras apareció tras un seto. Estaban siendo muy discretos, como les había pedido para esta ocasión y me alegraba de ello. El ruido del tráfico era más intenso. Dios mío, que necesitada estaba, el cálido contacto de su mano me provocaba un hormigueo en el estómago que amenazaba con descender… Artista, era mi hombre, y le gustaba; no hacía falta que se lo preguntara. Si hubiéramos estado solos, no sabía qué habría ocurrido; bueno, sí lo sabía: me lo habría llevado a la cama. El contacto de su mano sobre la mía se extendía, descendía a los abismos más íntimos… Estaba tan desatada, tan ansiosa, que casi deseaba que aflorara la señorita Hyde para pararme los pies, hacerme entrar en razón y mantenerme serena.
   Afortunadamente, el tiempo de nuestra cita al abrigo de las cámaras tocaba a su fin y había dos opciones: despedirnos o pedirle que continuáramos un rato más sin ellas. Llegados al arco de entrada, le quité el micrófono y apagué el mío. El cámara esperaría a que yo se los llevara. Era el momento.
   –Ahora estamos solos, ya no nos oye nadie. Lo he pasado bien contigo.
   –Yo también –dijo.
   –Me gustaría prolongar este encuentro.
   Pareció meditarlo.
   –Tendría que volver al trabajo, pero un rato más… de acuerdo.
   –Voy a darle esto al técnico. Vuelve aquí dentro de cinco minutos.
   Se alejó. Esperé y el ayudante del cámara se acercó a mí.
   –¿Todo bien? –le pregunté.
   –Salvo un par de frases suyas que apenas se oyeron. Intentaremos rescatarlas en la edición.
   –Toma –le entregué los micrófonos –Hasta luego.
   Me alejé en dirección opuesta a Artista y al cabo de unos minutos volví sobre mis pasos. Traspasé el arco y esperé al otro lado. Estaba deseando volver a verle y para mi alegría, no tardó en aparecer.
   –Hola de nuevo.
   –¿Ya no están? –miró a su alrededor.
   –No.
   Empezamos a caminar hacia la zona boscosa.
   –¿Asustado?
   –Menos que antes. Me puse como un flan. Creía que esto sería en plan espectáculo.
   –Depende, se improvisa sobre la marcha. Contigo ha resultado cálido y cercano. Por cierto, tengo curiosidad por saber cómo acabaste metido en esto.
   –No sé cómo sucedió. Había empezado a ver Cadena 13, por las películas, porque las daban sin publicidad. Un día me senté unos minutos antes de que comenzara y vi el anuncio. Me desconcertó. Si hubiera sido otra cadena, hubiera pensado que era un Gran Hermano o algo así, y ni lo hubiera intentado. Creo que me di cuenta que la Performance era una forma de Arte. Y ya sabes que yo había empezado a tener inquietudes artísticas a resultas de empezar a pintar paredes. Igual no tiene sentido para ti.
   –Al contrario, abordas el arte sin prejuicios. Si acaso, es un camino poco habitual el que sigues.
   –Por otro lado, acababa de romper con mi novia y andaba desquiciado. Era una manera de dejar de pensar en ella. Quise hacer algo que ella no se mereciera y que a la vez le demostrara que sí era capaz de crear. Eso me absorbió hasta tal punto que la olvidé.
   –Me alegro que la Performance te ayudara a olvidarla.
   –Sí. Ahora estoy mucho mejor…
   –Pero…
   –Estoy hecho un lío.
   Me detuve junto a un lilo.
   –¿Por qué?
   –Es que he llegado a la final y en el remoto caso de que fuera el elegido, no sé qué se esperaría de mí.
   –¿En qué sentido?
   Estaba nervioso. Una gota de sudor caía por su frente. Era sincero, no era alguien como Guapo, que actuaba e iba a por el premio de manera interesada.
   –A veces pienso que esto pueda ser un reality-show, y entonces me pregunto quién sería yo, ¿el hombre-esperma?
   Me entró la risa y estuve un rato sin poder parar. Pareció relajarse. Él también pensaba en la Performance, pero de otro modo.
   –No te imagino como un pene gigante… Puedes estar tranquilo, no lo serás. Me has dicho que has visto los últimos programas…
   –Sí.
   –Habrás visto cómo eran tus dos oponentes y si eligiera a uno de ellos, ese sería su papel.
   –Entonces…
   No podía decírselo, esas no eran las reglas del juego.
   –Eres diferente a ellos. Ellos si serían un esperma-man y luego, si te he visto, no me acuerdo. Tú no eres como ellos, eres cálido, humano. No quiero precipitarme, pero contigo existe la posibilidad de llegar a algo más, de hecho, aquí estamos.
   –No me des esperanzas, lo pasé mal la última vez. Lo único que te pido es que no me trates como a un hombre objeto.
   –No te estoy tratando así, ¿verdad?
   –No… pero…
   –¿Pero?
   –Hay alguien más, alguien a quien doy largas. No sé si me gusta o no, pero sé que ahora estoy en esto y no puedo comprometerme.
   –Confía en mí. Seguiremos paso a paso y lo que tenga que ser, será.
   Me lo hubiera comido allí mismo, pero tampoco quería asustarle.
   –Por curiosidad, ¿quién hay en tu horizonte?
   Miró al suelo, se volvió hacia el lilo y luego me miró a los ojos.
   –Supongo que no importa que te lo diga. Es la cartera de mi barrio. Se empeña en subirme la correspondencia a casa.



   Acabamos de ver la grabación. El encuentro había transcurrido de un modo tan natural…
   –Se nota que va a ser el elegido en la forma en que has llevado el encuentro –dijo Pelos–. Es como si hubiera estado dirigiendo a la vez que actuabas.
   –Ha resultado sencillo. Es una buena persona, al contario de los otros dos.
   Le había contado lo de los informes. No estaríamos tan bien compenetrados en el trabajo si no confiáramos el uno en el otro. Por otro lado, los temores del día anterior  parecían vanos, meras imaginaciones mías.
   –Me alegro por ti. Por cierto, no me has hecho ningún comentario para hoy…
   –Ben, el capítulo de ayer quedó estupendo, como yo quería. Me gustaría que hoy hicieras lo que te apetezca.
   –Será pan comido, you know? Lo podríamos dejar como está y quedaría estupendo.
   –Haz lo que te apetezca, you know.
   –¡Otra vez se me ha escapado! Cada vez hablo peor el español…
   Llamaron a la puerta.
   –¿Sí? –pregunté.
   Era Piero.
   –Los informes de los finalistas –dijo desde la puerta.
   –¿Por fin los ha conseguido el Loquero?
   –Por fin –se echó a reír–. Te los iba a traer él, pero he preferido ahorrarte el disgusto de verle. ¿Por qué no nos vamos a la cafetería? Aquí hay muy poco sitio.
   –Id vosotros –intervino Pelos–, yo tengo trabajo.
   –Está bien. Hasta luego Ben.
   –Ciao –dijo Piero.
   Me levanté y le seguí.
   Cómo le gustaban las reuniones en la cafetería y eso que tenía un despacho estupendo.
 Fue hacia su mesa preferida, la que había junto al ventanal y se dejó caer en la butaca.
   –Cuéntame –dije una vez sentada frente a él.
   –Violeta, esto no te va a gustar nada.
   –No creo que sea para tanto –lo dije porque ya sabía lo que me iba a contar–. Cuéntame.
   Alfredo Benito Cotos –Piero parecía molesto–. Su padre está forrado y es el que paga todos sus negocios, que siempre acaban resultando fallidos. Cuida su imagen hasta el punto de echar horas en el gimnasio, tomar porquerías para muscularse, tener un asesor de imagen y hasta haberse hecho la cirugía facial –su expresión había cambiado, como si le divirtieran las ocurrencias del personaje–. ¡Maldito farsante! Y no te lo pierdas, tiene contactos para establecer nuevos negocios. ¿Te imaginas de qué?
   –¿Podrían ser condones, o artículos para bebé? ¿Quizás una galería de Arte?  
   –¿Lo sabías? –estaba visiblemente sorprendido.
   Asentí con la cabeza.
   –En mi trabajo debo estar informada.
   Nina se acercó a la mesa.
   –Hola, amigos. ¿Un agua para Violeta?
   –Sí, por favor –me encantaba su naturalidad.
   –Y para Piero, puede que tú quieras un vino…
   –Pues sí, Nina. Elígelo tú.
   –Ahora mismo.
  Antes de irse dirigió una intensa mirada a Piero, algo que a él le agradó.
   –Ya sé lo que estás pensando –me dijo cuando se alejó–, me viste ayer desde el autobús.
   –No pretendo inmiscuirme en tu vida.
   Él movió la cabeza.
   –Hace mucho que dejé de perseguir a las mujeres, tanto que casi no lo recuerdo. Ahora son ellas las que vienen a mí.
   Me hizo gracia, porque daba la impresión de que fuera al revés: con la recepcionista, con Nina…
   –Es una historia curiosa –continuó–. De joven me llevé tantas calabazas, que un día me harté y decidí olvidarme de vosotras. Entonces fue cuando empecé a tontear sabiendo que no había nada que hacer. Mi indiferencia empezó a atraeros y cuanto más viejo, gordo y feo me vuelvo, atraigo a mujeres más jóvenes y hermosas. Es cosa de locos, algo influirá el dinero que reboso, pero a mí no me preocupa. Tomo lo que la vida me da, y en el momento que quiera hacerlo.
   –Sí que es curiosa tu historia.
   –Dime con franqueza y no pienses que quiero ligar contigo: ¿te parezco interesante?
   –Sí. Ya me lo pareciste el día que te conocí.
   –Pero no te atraigo. Eres diferente, una rara avis.
   –Lo siento –le enseñé la sortija que llevaba–, pero estoy comprometida con un tal Carlos Gallego Ortiz, pintor de brocha gorda. Es una lástima que no esté interesada en su dinero, caballero.
   Soltó una carcajada.
   Nina volvió con las bebidas y las puso sobre la mesa.
   –He pensado que es el momento de un espumanti y he acertado. Estás muy contento.
   –Nina, esta mujer es sorprendente.
   Nina puso la mano en el hombro de Piero, al tiempo que me miraba.
   –A mí también me lo parece. Ahora os dejo con vuestros asuntos.
   Esperé a que se alejara.
   –Me gusta más Nina –le dije. Se encogió de hombros.
   –Volviendo al tema de antes, ¿desde cuándo sabes lo de Alfredo?
   –Desde hace unos días.
   –Supongo que tu confidente ha sido Jaime.
   –Sí. Deberíamos haber tenido los informes antes de las entrevistas y el Loquero es un inútil o no ha querido tenerlos a tiempo. Es un individuo muy extraño.
   –Te confieso que me están entrando ganas de despedirle.
   –Igual deberías esperar al final de la Performance. Sabe mucho y no conviene que lo filtre a la prensa. De todos modos, mantenle al margen.
   –Tienes razón. Ya le calaste hace tiempo –dio un largo sorbo a su vino–. Entonces también sabrás lo de Pedro Galván.
   –¿Lo de los libros sobre sexo y las clases particulares con una profesional? Para lo que le van a valer…
   –Puede que no sea muy correcto, pero la prensa podría enterarse de algunos detalles interesantes sobre su vida…
   –Estaría bien.
   –Entonces sabes, que el único que está limpio es Carlos.
   –Sí.
   –Bien, veo que no he aportado nada nuevo –miró el reloj– y se me echa encima la hora de la reunión…
   Mi teléfono sonó, interrumpiendo a Piero. Lo saqué del bolso y vi que era…el corazón se me aceleró, ¡era mi madre! Mi madre, que me había ignorado durante varios días y de pronto reaparecía. Que me llamara más tarde. Volví a guardar el móvil.
   –¿No contestas? –dijo Piero.
   –No en este momento.
   –¿Algún problema?
   –Nada que no tenga solución.