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Los disgustos del sábado
Eran casi las siete y había dormido de
maravilla; sólo echaba en falta haberlo hecho acompañada. Era algo que echaba
de menos, y todavía faltaban tres días para la primera cita oficial con
Artista, y un tiempo que se me antojaba demasiado largo para el disfrute carnal.
Si al menos hubiera soñado con él, pero la noche sólo me había concedido un
buen descanso. Me levanté de la cama, fui hacia la ventana y descorrí las
cortinas.
Todavía no había amanecido, pero la tenue
luz de la farola dejaba adivinar el paisaje urbano de la trasera que me había
tocado en suerte: tejados y antenas. Un pájaro urbanita empezó a cantar. Me
quedé apoyada en la ventana, contemplando las sombras profundas. Me recordaba a
la vida que llevaba hace unos meses, entonces era una ingenua estudiante de
Bellas Artes en busca de un lugar donde exponer; vagaba perdida en la oscuridad.
Cuando la luz lo llenara todo, sería la hacedora de una Performance que me habría
hecho triunfar en el caprichoso mundo del Arte. De momento, esperaría al alba, que
era mi presente.
La luz no tardó en insinuarse. Ahí estaba
yo, en ese prolongado amanecer de tintes rosados que robaban el protagonismo a
las sombras. Aún quedaban algunas nubecillas en el horizonte, eran los escollos
que debía superar. La prensa era una de esas nubes y había que hacerla
descargar antes de que se transformara en un nubarrón; de momento la esquivaba en
este hotel y un poco más adelante lo haría en el chalet que estaba habilitando
la Cadena. Tenía que convencer a Cristina para que se viniera.
El pájaro continuó cantando alegre mientras el
cielo se teñía de rosa pálido y amarillo. Antes de que el azul lo inundara todo
y llegara mi idílico futuro, estaría desayunando. Era hora de arreglarme. Abandoné
la ventana y fui al baño. Estaba entrando en la ducha cuando me pareció oír un
pitido corto y profundo. Era el teléfono, tenía un mensaje. ¿A estas horas? Tendría
que esperar a que terminara de arreglarme.
Ya estaba acicalada, como habría dicho mi
abuela y tenía tanta hambre, que casi se me olvidó el disfraz. Me puse la
peluca y me enfundé las enormes gafas de sol; qué poco veía con ellas, pero al
menos me tapaban media cara. También tenía hambre de Artista, pero debería
aguantar como una novia casta y virginal hasta el día señalado. De momento, iba
a saciar el hambre de mi estómago.
Cuando iba a salir de la habitación me
acordé del móvil. Dos olvidos en un momento. Di media vuelta, lo cogí de la
mesilla y miré el mensaje. ¡Era Interlocutor! Un sábado, seguro que no eran
motivos de trabajo, sería por lo del otro día. Lo abrí camino del ascensor:
“Periódico Este País. Página 53. Contacta conmigo.” Le contesté de inmediato:
“Recibido. Hablaremos.” Era lo que menos ganas tenía de hacer. Entré en el
comedor, donde había una mesa con la prensa del día. Cogí Este País, lo llevé a
la mesa y fui a por un zumo, después llené el plato con embutido, un panecillo
y una rebanada de pan integral que cubrí con una salsa de tomate natural. Volví
a la mesa y di un trago de zumo. Entonces abrí el periódico por la página
cincuenta y tres.
LA
PERFORMANCE DE VIOLETA VERA: ¿ORIGINAL O PLAGIO?
Paralelismos con un caso antiguo. ¿Es una
mera casualidad o se trata de un plagio?
Una de
las nubes que quedaban en el horizonte. A estas alturas, nada me sorprendía. ¿Que
me acusaban de plagio? Les demandaría. Di un mordisco al pan con tomate. Interlocutor
tendría que tomar cartas en el asunto. Nada me iba a impedir acabar mi desayuno
y entre bocado y bocado, fui leyendo.
Hildegart Rodríguez Carballeira, nunca había
oído hablar de ella. Su madre eligió al padre por sus cualidades físicas y
morales y una vez embarazada, se olvidó de él. Le alegró tener una niña, porque
decía que la mujer era la más necesitada a la hora de liberarse de
esclavitudes, tabúes y complejos de inferioridad.
La educación de Hildegart comenzó a edad muy
temprana y de adolescente se había convertido en una auténtica intelectual que
escribía y publicaba artículos sociales y políticos, que estaba involucrada en
los movimientos reformistas y abandonó las filas socialistas cuando creyó que el
partido tomaba una dirección equivocada.
La madre podía estar orgullosa de su hija,
se había involucrado en la reforma social que las liberaría de todas las
ataduras; pero las ideas de la niña iban más allá de las de la madre, el pájaro
quería volar del nido. Eso ocurrió en la España de principios del siglo XX,
hacía un siglo.
¿Era yo como la madre de Hildegart? Había
seleccionado un padre, educaría a mi hijo en el mundo del Arte y a partir de ahí,
que decidiera su camino, como si quería olvidarlo. Yo buscaba el ideal del
Arte, aunque lo mío era la excusa para triunfar, ¿lo era para ella? Y el matrimonio,
suponía un obstáculo para las ideas de la madre. A mí, me daba igual, que él
hiciera lo que quisiera. En cuanto a mí con Artista, el tiempo diría.
Sonó el teléfono. Si era Interlocutor, no
pensaba quedar con él. Era Cristina.
–¿Ya me echabas de menos? Te dije que te
vinieras.
–No es eso, Violeta. El cartero ha traído
una carta urgente de tu madre. Casi no le abro, pensando que podía ser un
periodista.
–Pero si habíamos cortado el timbre…
–Llamó con los nudillos, me asomé a ver
quién era y acerté.
–¿Cómo hacemos?
–Si te parece bien, me acerco al hotel.
–Entonces te espero en la habitación.
Carta de mi madre. Ayer tarde no le cogí el
teléfono y no había tenido tiempo de escribirme y que llegara. Era anterior y además
urgente. Era bastante extraño. Las nubes nunca llegaban solas.
Terminé de desayunar, cogí el periódico y me
subí a la habitación. Madrid, principios del XX, ideas sociopolíticas; Madrid,
principios del siglo XXI, ideas artísticas. Claro que había algún paralelismo, pero
en el caso actual la madre no mataría a su hija por emprender su propio camino;
no podían hablar de plagio presuponiendo que dos casos separados por un siglo
iban a acabar igual.
Llamó a la puerta y abrí. Cristina entró con
el sobre en la mano y me lo dio.
–He venido todo lo deprisa que he podido.
–Gracias. Siento que hayas tenido que
hacerlo, pero me alegro de verte.
Fui hacia la butaca y me senté. Tenía
curiosidad y a la vez tenía miedo de abrirla y leer el contenido. El matasellos
era del día anterior. Rasgué el sobre despacio y saqué la hoja doblada y
perfumada. Reconocí la escritura lenta y pulcra de mi madre.
Violeta,
hija mía. No quería escribirte una carta tan triste, pero no podía esperar más
y sé que por teléfono no sería capaz, el llanto me anegaría y sería incapaz de
hablar.
–¿Es
algo grave? –Cristina permanecía de pie a la espera.
–Ya sabe lo mío. Mientras la leo, mira la
página cincuenta y tres del periódico, trae una noticia cuanto menos, curiosa.
Lo cogió de la mesa y fue a sentarse en la
cama. Continué con la carta.
La desgracia ha entrado en esta casa, si no,
no se entiende lo que nos está sucediendo, a las dos. Esto no pasaría si tu
padre, que en paz descanse, aún estuviera entre nosotras.
Lo que nos sucedía a las dos. Había algo
más aparte de lo mío.
No sé cómo empezó, sólo sé que al principio
no me di cuenta. Notaba a tu tío más atento que de costumbre e incluso se
sentaba conmigo a ver la tele. Lo achaqué, a que estaba muy contento por lo bien
que le van las ventas gracias a los abanicos que dibujaste. Se venden muy bien
entre las jóvenes.
Me da mucha vergüenza decirlo y escribirlo
resulta menos doloroso. Hace unos días, tu tío se me declaró. No pienses en lo
peor, que no ha pasado nada. Me dijo que llevaba buenas intenciones, que después
de tantos años bajo el mismo techo, se había enamorado de mí. Decía que lo que
nunca le pasó de joven, que tonteó con muchas pero ninguna le llenó como para
casarse, le sucedía ahora, cuando había perdido toda esperanza.
Ya está. Por fin me he atrevido a contártelo.
Sé que es una buena persona y actúa de buena fe, pero es el hermano de tu padre.
Cuando me lo dijo, me puse de todos los colores y tuve que salir del comedor e
irme a mi habitación. Recé un par de Avemarías a la Virgen de la Estrella, y
aún así no logré serenarme.
Lo único que quería era desaparecer y si
hubiera tenido el valor suficiente, habría huido de allí en aquel momento. Sólo
la oración me hizo reflexionar y ver que no había ningún mal en sus palabras,
yo sólo debía decirle no y ya estaba. Imagina lo que habrían pensado los
vecinos si me llego a marchar.
Estuve
a punto de llamarte muchas veces, pero cada vez que cogía el auricular, volvía
a soltarlo y me decía: después, que estaré más tranquila. Me daba tanta
vergüenza, que al final decidí que era mejor escribirte.
Ni que decir, que tu tío no ha vuelto a
hablar del tema y parece un poco incómodo, pero guardamos las maneras y todo van
bien. Si sólo hubiera sido eso, lo hubiera sobrellevado y una vez pasado el primer
sofoco, incluso podría haber seguido viviendo en esta casa como si nada hubiera
ocurrido.
Fue entonces
cuando me enteré de lo tuyo, lo que me has venido ocultando todo este tiempo, y
creí morir. Encima las vecinas también se han enterado y no veas lo que me ha tocado
pasar. No salgo de casa, no voy a la abaniquería a trabajar y tu tío, que es
más bueno que el pan, se encarga de traer la compra. La verdad es que es tan
bueno como tu padre y sí, le tengo cariño, cómo no se lo iba a tener, pero de
ahí a lo otro…
Rezo y rezo sin parar a la Virgen de la
Estrella, para entender qué te ha pasado, para que se arregle lo tuyo.
¿Por qué nos ha tenido que pasar esto? No
entiendo nada y lo tuyo menos. Te hemos mandado a estudiar a Madrid, te hemos
dado todo lo que querías, ¿qué es lo que hice mal? No me entra en la cabeza que
hayas tomado ese camino. ¿Qué te han hecho en Madrid? Tú no eras así, no
reconozco a mi niña. Tenías que haber estudiado aquí o haberme ido contigo para
cuidarte, entonces nada de esto habría pasado. Todavía estamos a tiempo, me iré
allí contigo y todo se arreglará, lo de tu tío y lo tuyo, lo de todos. Si
quieres nos vamos a otro sitio donde nadie nos conozca. Trabajaré, tú acabarás
tus estudios y te convertirás en una gran pintora. Estaríamos en paz. Dios sabe
cuánto lo necesito.
Un beso muy fuerte de tu madre que tanto te
quiere.
¿Así que era eso? Claro, para ella era algo
inimaginable. La última vez que hablamos, al despedirnos la sentí indecisa, y dijo
algo de cosas mías o es una tontería. Lo había olvidado.
El tío se había enamorado de ella. Nunca le había
conocido ninguna novia o amiga. Decían que de joven le había quitado una novia
a mi padre, pero mamá me dijo que papá se había librado de una fresca de
cuidado, que también dejó al tío al poco tiempo por un señorito de mucho dinero
de Córdoba. Desde el incidente, mi padre y mi tío estuvieron unos años sin
hablarse. Y después de aquella novia casquivana, el tío no quiso saber de
ninguna más, decía que iban por su dinero.
Me parecía bonito que Julián se hubiera
enamorado de mamá. ¿Por qué no iba a poder ser así? Y mamá, ¿qué problemas se
buscaba con el qué dirían? Lo que me resultaba más extraño era que no hubiera
tenido ningún pálpito sobre ello en todos estos años, a no ser que… no lo
hubiera reconocido por ser demasiado horrible para ella y entonces nunca me lo
hubiera mencionado.
Estaría encantada de que rehiciera su vida,
y se lo iba a decir. Ahora mismo la iba a llamar. Entonces me acordé de
Cristina, me había olvidado de ella mientras leía la carta. Seguí enfrascada en
el periódico.
–Cristina, no te lo vas a creer –ella dejó
el periódico en su regazo.
–¿El qué?
Le conté lo de mi madre y mi tío.
–¡Es muy fuerte, a su edad! Pero es bonito.
Lo único, que en el barrio… bueno, según le dé a la gente.
–Si no lo esconden, será la mejor manera de
que lo acepten.
Me levanté del sillón y fui a sentarme a su
lado.
–También hace mención a lo mío.
–¿Y?
–Por supuesto no lo entiende.
–¿Y qué vas a hacer?
–Llamarla. Ella me ha contado lo suyo y yo
le contaré lo mío.
Estuvimos un rato sin hablar, había muchas
nubes suspendidas en el firmamento. Hasta que Cristina rompió el silencio.
–El artículo del periódico es un poco
fuerte. Te acusan de posible plagio por algo que no tiene nada que ver con tu
Performance.
–Me he quedado de piedra. Una madre que
quiere cambiar la sociedad usando a una hija criada a tal fin y luego la
liquida porque se le ha ido de las manos, pero de ahí al plagio… Interlocutor
se encargará de arreglarlo.
–¿Ya lo sabe?
–Ha sido él quien me lo ha dicho. Me ha
mandado un mensaje esta mañana.
–Entonces sólo queda lo de tu madre.
–Voy a llamarla ahora mismo.
–Te dejo para que estés tranquila.
–¿Cómo te vas a ir? Hoy te quedas conmigo.
–Entonces me voy a dibujar algo por ahí y
cuando acabes, me das un toque.
–Está bien.
Cristina se fue y yo permanecí con el
teléfono en la mano. Mamá y el tío Julián. No me extrañaba, a sus cuarenta y un años
estaba guapísima, y aunque hubiera ensanchado seguía teniendo muy buen tipo. Continuaba
llevando el pelo largo como cuando era joven, aunque era una pena que casi
siempre lo tuviera recogido. Aunque fuera bastante a misa y se refugiara en el
rezo en ocasiones como ésta, no era una mojigata. Su problema era que estaba constantemente
preocupada por el qué dirán. Eso la
mataba.
Sería feliz rehaciendo su vida. Yo le podía
ofrecer consuelo y darle mi apoyo, ojalá iniciara una relación con el tío.
De pronto, una idea cruzó por mi cabeza. Aquella
visión que tuve de niña en el entierro. Nos iría bien a los tres, eso era lo
que entendí entonces, aunque al parecer el significado podía tener mayor alcance,
a los tres, a ellos dos… El sentido de mi visión ya no estaba tan claro como
cuando era niña.
¿A los tres, a mamá y al tío? Empecé a
darle vueltas, podía haber estado engañada todos estos años y eso cambiaría
muchas cosas. La visión que me empujó a la Performance, ¿si no la hubiera
interpretado correctamente, qué estaba haciendo? Y entonces, mi última visión: algo
se alejaba, ¿qué era? ¿Interlocutor o la Performance? Tenía que ser él, si mis
visiones no estuvieran claras, todo mi trabajo habría sido en vano.
Mejor abandonar esos pensamientos, ya no
había marcha atrás. Los problemas se irían solucionando uno a uno. El primero,
llamar a mamá. Marqué su teléfono. Yo le podía ofrecer consuelo, pero, ¿ella a
mí? Nunca aceptaría mi modo de hacer las cosas y yo no iba a abandonar la
Performance.
–Violeta, ¿eres tú?
–Sí, mamá.
–¡Qué alegría oír tu voz!
–Acabo de recibir tu carta.
Al otro lado de la línea, nada.
–Mamá, ¿me oyes?
–Sí –su voz se había apagado.
–Me
parece estupendo lo del tío.
–Ay –suspiró.
–Eres guapísima, sigues trayendo de cabeza a
los hombres.
–Qué cosas tienes.
–Es cierto. ¿Sabes lo que pasaría si dejaras
la abaniquería?
–Que me iría contigo para cuidarte.
Oh, oh, me estaba cambiando de tema.
–Que la clientela masculina desaparecería. Y
es que tengo la madre más guapa de todo el barrio de Santa Cruz. ¡Qué digo!, de
toda Sevilla.
–Exagerada… –su voz sonó más animada.
–Me parece que ha sucedido lo más
maravilloso del mundo, Julián y tú…, son muchos años conviviendo. Lo raro es
que no os haya sucedido antes –intentaba exagerarlo para animarla–, porque
imagino que tú también sentirás que él es alguien importante en tu vida. ¿O no?
–Claro, hija. Cómo no le voy a querer, si es
el hermano de tu padre y nos ha tratado como si fuéramos su familia… –su voz
perdió fuerza.
–Mamá, tenéis todo el derecho a quereros.
–Pero tu padre…
–El pobre nos dejó hace mucho. Y tú tienes
todo el derecho del mundo a ser feliz.
–Ya lo soy…
–No lo bastante. Y tío Julián también debe
ser feliz. Para una vez que encuentra a una mujer que le gusta y a la que
quiere…
–Pero no está bien…, es el hermano de tu
padre.
–Sí está bien. Lo único que no puedes
pretender es que el resto del mundo esté de acuerdo contigo. Imagínate que ya
se supiera en el barrio.
–¡Ay! Dios no lo quiera.
–Unos dirían que qué estupendo y os
felicitarían de todo corazón. A otros les daríais envidia. Los peores os
criticarían por todo, pero a esos no puedes tenerlos en cuenta.
–Ya sé que tienes razón, pero, soy de otra
época en que todo era diferente.
–Pero ahora vives en esta. Quiérele, mamá, él
se lo merece y tú también.
–Gracias por ser tan comprensiva, hija.
Otra vez se hizo el silencio. Quedaba otro
tema pendiente, el mío y no sabía cómo abordarlo y ella tampoco decía nada.
–Mamá, supongo que querrás saber de otra
cosa, de mí Performance.
–Ay, hija. Me llevé un disgusto grandísimo, lo he pasado muy mal. Lo que
más me dolió es que no me lo dijeras. ¿Es que no confiabas en mí?
–Quería evitarte el disgusto, si era posible,
por lo menos, retrasarlo.
Otro silencio, que no duró mucho.
–Te veo tan diferente a cuando saliste de
casa a tus dieciocho añitos, eras una niña ilusionada que soñaba con hacerse
artista, y ahora tan segura, con tanto aplomo, te veo hecha una mujer. Supongo
que tienes tus razones y estás haciendo lo correcto. El tío también lo cree
así.
No me esperaba este giro. Yo pensando que
intentaría hacerme desistir por todos los medios. Lo habían hablado y el tío
seguía confiando en mí. Era la persona más comprensiva que había conocido.
–Mamá, no es algo que haya improvisado. Lo
que hago es una forma de Arte actual. Me llevó tiempo decidirme y todavía más
prepararlo. Si no hubiera estado segura, no lo habría hecho.
–Hija, es que yo no entiendo el Arte de
ahora, me gusta más lo que pintas.
–¿No te han gustado los programas que has
visto hasta ahora?
–Muchísimo, pero no sabía que los hacías tú.
–Pues con más razón, soy yo la que ha creado
la Performance.
–Y lo has hecho muy bien. Es sólo que lo del
hijo, que vayas a tener un hijo, así de repente y en pecado…
Necesitaba una mentira piadosa para que se
quedara tranquila.
–Mamá, el hombre con el que voy a tener un
hijo es mi novio.
–¿En serio? Me quedo más tranquila. ¿No será
Pedro Galván, verdad? No me lo imagino palmeando en la feria de Abril.
–Yo tampoco mamá, descuida, ni en sueños me
liaría con él.
–Me da que Carlos Gallego es el que te va,
aunque no sea tan guapo como el otro, pero es un artista, como tú. Aunque yo no
entendí la escultura que hizo –hablaba deprisa, estaba nerviosa–, porque donde
esté una buena pintura en la que se vea lo que hay, que se quite todo lo demás.
–Entonces, las cosas raras que dices que pinto
a veces, no te gustan –bromeé para tranquilizarla.
–No. Tus paisajes son muy buenos.
–Si no son paisajes, son abstracciones.
–Para mí son paisajes, paisajes en medio de
la niebla, en los que todo se vuelve difuso o desaparece. Recuerdo que de
pequeña –empezó a hablar más despacio–, me gustaba salir esos días en que no se
veía casi nada, y pasear entre la niebla. Las formas borrosas podían ser
cualquier cosa que yo quisiera imaginarme.
–Mira de quién me viene a mí la imaginación.
Nunca me hablaste de ello.
–Eran tonterías de niña…
–No me lo parecen. Un día me tienes que
hablar de esas salidas en la niebla.
–La próxima vez que vengas a vernos. ¿Lo
harás pronto?
–El primer fin de semana que tenga libre.
–¿Me lo prometes?
–Te lo prometo.
–¿Entonces te quedas con Carlos?
–Sí, mamá. Me quedo con él.
–Os casaréis por la Iglesia, ¿verdad? Voy a
salir mañana a rezarle a la Virgen de la Estrella.
–Claro, mamá. Rézala, nunca me ha fallado
–segunda mentira piadosa. La posibilidad era muy remota.
–Violeta, quiero lo mejor para ti.
–Lo sé, mamá. Estoy haciendo Arte, y si necesitas
contarlo, di tranquilamente que el finalista del concurso es mi novio –no
pasaría nada porque corriera ese rumor. Total, por uno más…
–Eres una artista, la más grande. Estoy muy
orgullosa de ti. Estoy deseando que vengas a vernos. Un beso muy grande.
–En cuanto pueda escaparme del trabajo.
Muchos besos, mamá y dale uno al tío de mi parte. Adiós.
–Adiós, mi niña. Cuídate mucho.
Que vengas a vernos, lo había dicho en
plural, me alegraba. Se había quedado más tranquila, aunque para ello hubiera
tenido que adornarlo con un par de mentiras piadosas. Y yo me había quitado un
gran peso de encima.
¿Quién había dicho problemas? Si no
existían. La Performance era pan comido. Tenía que celebrarlo. Llamé a
Cristina.
–Así que todo ha salido bien. Me alegro
–dijo sin levantar la vista del papel.
Estábamos en un diminuto parquecillo a dos
manzanas del hotel. Me había puesto el disfraz para salir a su encuentro,
porque todavía no había acabado el dibujo y yo estaba impaciente por contarle
cómo habían ido las cosas con mamá.
–Se ha quitado un gran peso de encima. En
cuanto ha aceptado que lo de ella y el tío Julián es posible, se ha quedado tan
a gusto.
–O sea, que el sentimiento es mutuo –levantó
la vista, para observar el árbol que estaba dibujando. Lo estaba transformando
en una especie de arco o entrada.
–Creo que sí. Y por eso, lo mío ya no le ha
parecido tan malo, más cuando le he confirmado lo que quería oír, que me
casaría.
–Entonces, todo resuelto –comenzó a sombrear
el fondo.
–No, todavía no. Queda Interlocutor, que después
del artículo querrá celebrar una reunión el lunes. No me apetece nada verle, y
menos a solas.
–Podría acompañarte –el árbol adquiría una
presencia fantástica según perdía parecido con el original.
–¿Con qué excusa?
Dejó el cuaderno y se volvió hacia mí.
–No lo sé, dile que estoy deprimida y no me
puedes dejar sola…
–No es una buena excusa.
–Que quiero conocerle…
–Esa no se la cree.
–Entonces, que venga él a casa. Le dices que
te toca a ti invitar a cenar.
–Lo intentaré.
–Por cierto, me invitarás a tu boda, ¿no?