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El Acueducto está acabado
Todavía flotaba en
un mar de nubes tras haber concluido el Acueducto. Lo colgó junto a su cama,
resignado a que pasaría desapercibido en su pequeña ciudad y jamás lograría
venderlo. Pero no le importaba, era su mejor obra, hasta ese momento. Pensaba
seguir mejorando. Cuando tuviera unas cuantas obras como esta, iría a exponer a
Madrid. Mientras, se recreaba en ella cada día y esperaba impaciente que su tío
viniera a verla. Dejó la contemplación y se dirigió hacia el caballete.
Le gustaba que llegara la tarde, era el mejor momento del
día. En su estudio, frente a su caballete y sobre el lienzo o la tabla, dando
vida a su obra. De una superficie vacía, hacía surgir formas que adquirían
volumen y color, en un proceso de arrojo y meditación, avance y retroceso,
desesperación y alegría. Merecía la pena, era feliz pintando, vivía para ello.
Bocetos, dibujos y acuarelas, todo era un mero estudio que desembocaba en su
pintura al óleo.
Ahora se enfrentaba
al retrato de Irene, todavía un tenue dibujo de carboncillo sobre un lienzo
entonado en color ocre. El siguiente paso era reforzar el dibujo, resaltar las
luces y dar profundidad a las sombras. Como los antiguos maestros, había
aprendido que trabajando al temple, la obra conservaba la frescura para la fase
final, el color.
Se fue al estante
para coger los ingredientes que necesitaba para preparar la pintura y los fue
llevando a la mesa. Esa mañana se olvidó de comprarlo, así que le pidió un
huevo a doña Adela, que no se lo quiso cobrar. Le preguntó para qué lo quería,
que si se quedaba con hambre. Cuando le dijo que era para preparar pintura, se
sonrió. No parecía muy convencida, a saber qué pensaba que iba a hacer con él,
¿engominarse el pelo? Cogió el huevo y se las arregló para verter sólo la yema
en el tarro y se puso a batirla. Añadió aceite y siguió agitando. Sobre la
loseta de mármol echó el pigmento blanco y añadió agua, mezclándolos con la
espátula. Agregó después el huevo con aceite y siguió removiendo, hasta que
adquirió una consistencia cremosa. Ya tenía el color blanco, ahora a por el
siena tostada. Cuando los tuvo, puso los colores sobre la paleta pequeña y
añadió agua en la poceta. Cubrió la paleta con un paño húmedo para que no se
secaran, mientras esperaba la llegada de Irene.
Con la melena lisa,
estaba mucho mejor que con el peinado de su madre. Lo único que le había pedido
fue que siguiera poniéndose la camisa azul que trajo el segundo día, ese color
le sentaba muy bien.
–Nunca pensé que me
vería en un retrato –dijo mirando el lienzo.
Destapó la paleta y
la tomó en su mano izquierda. Cogió un pincel fino.
–Sólo tienes el
blanco y el siena tostada.
–¡Si te los sabes!
¿Pensabas que te iba a pintar en color?
–Me siento, que se
nos va el tiempo sin hacer nada –se acomodó en su sitio, un poco contrariada.
Alejandro la
estudió unos instantes y empezó a repasar el dibujo del rostro con trazos finos
en siena tostada.
–Para que no se
pierda el dibujo del carboncillo, lo repaso con pintura.
–Pero para eso no
me necesitabas, ¿no?
–Todavía puede
haber mejoras en el dibujo. Después me ocuparé de conseguir el volumen,
trabajando las luces y las sombras.
–¿Como en los
dibujos? –preguntó un tanto apagada.
–Eso es. El color
vendrá después –de reojo vio que su sombría expresión cambiaba.
–¡Me has vuelto a
tomar el pelo! –volvía a estar alegre.
Alejandro no
contestó y siguió trabajando. Delineó las pupilas, perfiló los ojos y los
sombreó. Bajó a la nariz, fosas nasales distendidas, respirando tranquilas y
más sombras tenues. Los labios, una comisura amplia y dichosa, entreabierta y
oscura. Cambió al blanco para dar ligeros toques sobre la córnea y destacar el
iris, que recibió reflejos. Sacó luces en la nariz y la boca, mejillas y
frente, sobre el pelo. Se alejó del caballete para ver el efecto del conjunto.
Volvió y miró a Irene, profundizó en algunas sombras en el cuello y la camisa.
–Ya está. Hemos
acabado con el temple –se levantó para dejar la paleta y los pinceles.
Irene movió el
cuello y se levantó para ir a contemplar su retrato.
–¡Qué bien, mañana
empezamos con el óleo! –soltó emocionada.
–Si piensas que te
voy a dejar los pinceles estás muy equivocada
–estaba serio.
–No, he querido
decir… que tú… –trastabillando al hablar y lívida.
–Ah, bueno.
Entonces me dejas que siga yo… –no fue capaz de seguir serio.
–¡No te rías de mí!
–pasó del amarillo al rojo, al tiempo que afloraba la risa.
–De todas maneras,
mañana no pintamos –dijo con cara de guasa.
–¿No puedes? ¡Qué
pena!
–¿Vas a echar de
menos el aburrido trabajo de posar?
–Me gusta verte
pintar. Es fascinante ver cómo salen las formas donde no existía nada. Además
he descubierto que mientras poso, se me ocurren cosas, que en otros momentos ni
se me pasan por la cabeza.
–Detenerse a
pensar, ayuda a desarrollar las ideas.
–Pero no me ocurre
cuando ayudo a mi madre con la limpieza o con la cena. Y tampoco cuando
estudio.
–Estas pinturas
–señaló en un amplio gesto a su alrededor–, no surgen solas. Ya has visto el
trabajo que ha llevado preparar tu retrato. Y el tiempo que no me has visto
echar pensando.
–Es bueno pensar,
me gusta –afirmó con gravedad.
–Volviendo a lo de
antes. Hay que dejar secar el temple antes de seguir con el óleo. Esperaremos unos días. Por cierto –fue hacia
la pared y descolgó un boceto–, toma.
–¿Para mí? –dijo
sorprendida–. ¡Pero si es el mejor dibujo que me hiciste!
–Para ti, por el
trabajo que estás haciendo.
–Si lo he hecho
encantada y además, no hemos acabado –lo recogió con manos temblorosas.
–Pensaba dártelo
cuando acabáramos, pero para qué vamos a esperar.
–Gracias, muchas
gracias –dejó el retrato sobre la mesa y se abalanzó sobre Alejandro,
abrazándole y dándole un beso en la mejilla.
–No hay de qué
–contestó algo turbado, sin saber qué hacer.
–No me lo esperaba.
Estoy tan… emocionada –le soltó y volvió a coger su retrato.
–Me alegro mucho.
El silencio se
instaló en la habitación. Irene contemplaba, todavía sorprendida, su inesperado
regalo. Mientras, Alejandro se alegraba de poder hacerla feliz. Irene se
marchó, en una nube, con su retrato. Quedó Alejandro, nervioso, ¿quizás porque
le había dado un beso?