ORTELIA MUTENSI
Al abrir la puerta tuve que apartar la
rama de Hibiscus que me impedía salir a la calle. Varias veces la habíamos
atado, y otras tantas se empeñaban en soltarla los arquitectos técnicos
vegetales para que crecieran a su libre albedrío. Cualquier día aparecerían
varias ramas cortadas y tendríamos un problema serio con los inspectores
Vegetales. No iba a negar que el olor embriagador y el frescor que ahuyentaba
el temprano calor del incipiente verano eran de agradecer.
Tenía que ir a la calle Helianthus Annuus,
la antigua Pep-ón Corretón. ¡Por la Torre de las Estrellas! Si era un vulgar
girasol, pero se habían empeñado en bautizar todas las calles con nombres
vegetales científicos para complicarnos la vida. Consulté el relophon-i. Tenía
una hora por delante, pero era mejor salir pronto, no sabía cuánto tardaría.
Desde que habían eliminado el carril de la electricicleta tenía que ir andando
a todas partes, porque todavía era becario. Desplegué la pantalla virtual del
relophon-i para consultar el camino. Tenía que ir al Oeste y al llegar a la
avenida de las Bellis Perennis… ¿qué sería eso? Lo consulté por pura
curiosidad… vulgares margaritas, y además, ¿no era esa la avenida de los
Cipreses, en la que estaba el Espacio pharmapiscológico al que acudía todos los
meses? No habría hecho falta cambiarle el nombre. Inspiré lentamente para no
enfadarme con los malditos Siniestros.
La incompetencia del partido Siniestro era
tal que iban a perder las próximas elecciones, y para evitarlo se les ocurrió
la infeliz idea de reconvertirse en un ridículo partido neoverde llamado
Esperanza Reverdecedora. Fue el comienzo de la locura vegetal, endeudando a la
Confederación de Comunidades de la Península Ibérica hasta hundirla en la
miseria. Media hora después supe que estaba en la avenida de las dichosas
margaritas gracias al posicionador del relophon-i, porque fui incapaz de
reconocerla. Sólo había estado ausente los cuatro meses, pero en ese tiempo la
ciudad había cambiado hasta convertirse en una perfecta desconocida.
Recordaba la avenida: dos carriles por
sentido para los vehículos contaminantes, una mediana con maceteros casi
continuos en los que se alternaban los cipreses con otras coníferas enanas.
Amplias aceras en las que hubo árboles de esos que llamábamos plátanos, antes
de que los arquitectos vegetales los electriserraran cada otoño y acabaran
muriendo. De todo aquello no quedaba nada. La mediana había crecido hasta
convertirse en un auténtico campo de margaritas y en el lugar que estuvieron
los plátanos había enormes rectángulos de setos tricolores: verde, rojo y
amarillo. El resto era un lugar de esparcimiento, con algunos bancos de
plastimármol.
Un cartel anunciaba que estaba prohibido
el tránsito de cualquier tipo de vehículo, salvo los autorizados y en horario
nocturno. Tantas cosas prohibidas, tantas sanciones para los ciudadanos y tan
poca responsabilidad y buen juicio para los Reverdecidos. Consulté el
Relophon-i para guiarme por él olvidando tanto nombre extraño. Entré en una
calle de flores rojas y setos morados, giré en la de los cactus. A medida que
me acercaba a mi destino iba encontrando más ciudadanos consultando el
relophon-i para orientarse.
Llegué a la antigua Pep-ón, también irreconocible,
con esos amplios espacios rectangulares de girasoles. Ante las fachadas,
estrechos jardincillos de plantas trepadoras, que se enroscaban unas sobre
otras y ascendían tímidamente por las fachadas en graciosas ondulaciones. No me
molesté en consultar el relophon-i, me bastaba seguir al enjambre de
ciudadanos, caminando como auténticos autómatas en la misma dirección. Así
llegamos al Centro de Conocimientos Medios… Prunus Cerasifera. ¿También habían
necesitado eliminar el nombre del insigne científico? La anodina fachada que
conociera desaparecía tras los setos de hojas violáceas. Otros setos de hoja
mucho más pequeña convergían hacia la entrada. Un cartel instalado sobre un
macetero de carnosas rezaba “Espacio Votativo”. Tras el mismo, un individuo de
vestimenta reverdecida extendió la mano para ofrecerme una papeleta de su
partido que no me atreví a rechazar. Como todos, me dirigí hacia la entrada.
Unos ciudadanos charlaban en voz baja. Al llegar a su altura, me dejaron pasar
entre ellos y uno me mostró una papeleta Diestra. La tomé con disimulo y la
guardé en el bolsillo.
Nada más entrar en el Espacio Votativo, me
dirigí al Espacio de Aseo Personal. Estaba solo. Entré en una de las cabinas.
Eché la papeleta Reverdecida al Miccionador y pulsé el botón. Metí la papeleta
Diestra en el sobre y salí. Consulté las listas hasta encontrarme. Tenía que
votar en el Espacio verde merengado. Supuse que sería la que tenía el cartel
verde apastelado sobre la puerta. Había cola. Aguardé pacientemente mi turno.
Cuando me tocó entregué mi Identificación de ciudadano europeo al reverdecido
que me la pidió.
—Mar-i-Anno Tres-Facio. Habita en la calle
Hibiscus número dos, cuarto A.
—Sí, compañero ciudadano —dudé al
responder.
Me costaba acostumbrarme a que después de
tantos años, había dejado de vivir en la calle República Dominicana. Quién
diría que fue una calle que tuvo tres árboles, que fueron menguando cada otoño
a golpe de electrisierra, y que cada primavera tenían una copa más exigua,
hasta que murieron. Ahora teníamos plantitas que se nos enredaban en las puertas
y ventanas.
—¡Introduzca la papeleta en la urna
votativa! No tenemos todo el día.
—Perdone —introduje con mano temblorosa el
sobre en la caja transparente con el dibujo de una hoja.
Lo vi caer despacio, esperando que como el
mío hubiera muchos otros. Di media vuelta y me alejé, recordando con tristeza
aquel funesto día en el que cambiaron el nombre a mi calle; supuso la llegada
de una ingente cantidad de notificaciones por no haber comunicado el cambio de
domicilio a Recursos Energéticos, al Pharmabanco, a Pharmasanidad y a tantos
otros a los que debía pagar mensualmente. En todas y cada una de las
notificaciones aparecía como un defraudador que había intentado evitar un pago,
por lo que debía afrontar la pertinente sanción.
Fuimos
muchos los ciudadanos que protestamos por el atropello de nuestros derechos,
pues si bien no fueron capaces de dar con nosotros con el cambio de nombre de
las calles, si que fueron capaces de encontrarnos a la hora de multarnos. La
consecuencia fue terrible. Los S.L.O. detuvieron a los que nos negamos a
afrontar el elevadísimo coste de esas sanciones. Fuimos condenados a catorce
meses en el Espacio de Reinserción Social, no se lo deseaba a nadie. Salimos a
los cuatro meses, con un Indulto que sería efectivo si acudíamos a votar a los
Reverdecidos a los que habíamos faltado al respeto. Esperaba que no tuvieran
modo de averiguar a quién había votado, esperaba que ganaran los Diestros, esperaba
que devolvieran el nombre a nuestras calles… y aunque me gustara la Naturaleza,
¡deseaba que arrancaran hasta la última brizna vegetal de la ciudad!