Ir hacia nuestro rincón hacía que el
corazón se me acelerara. No quería alarmar a mis abuelos, pero en algún momento
tendría que acudir al Espacio para la Salud; esperaba que no fuera demasiado
grave. Había aguardado su llegada durante una semana y sólo me había visitado
el dron; había empezado a perder las esperanzas. Ocupé mi asiento y perdí la
mirada entre los sauces que lloraban vertiendo sus lágrimas a la corriente. De
vez en cuando, miraba de reojo por si aparecía… El corazón se me desbocó de tal
manera, que ahuequé la camisa para que no se vieran los saltos que estaba dando.
Quise hacer como si no la hubiera visto, pero no pude apartar la mirada de
aquella silueta oscura cuya gabardina se mecía a cada paso que daba.
—Hola —saludó antes de sentarse, era la
primera vez que lo hacía. Resultaba imposible escudriñar en la oscuridad, saber
si la investigación había dado sus frutos. ¿Por qué se maquillaría de aquel modo?
Ningún Neogothic lo hacía.
—Hola —respondí con el corazón acelerado.
Esperaba que no me matara uno de esos latidos desbocados.
Saqué de la mochila las bolsas de maíz de
guyuba y me levanté para pasarle una. La cogió y permanecí inmóvil, con el
corazón latiendo a su ritmo acelerado. Las preguntas se amontonaban en mi
cabeza, pero me sentía incapaz de formularlas. Su mano me hizo reaccionar,
cuando palmeó el banco invitándome a que me sentara a su lado.
—El dron podría aparecer —no quería que me
viera intentando socializar.
—No quiero que nada ni nadie oiga lo que
tengo que contarte —susurró.
Tenía razón. Me senté a su lado,
preocupado por los latidos acelerados del corazón.
—He conocido al asesino —susurró y mi corazón
fue aún más rápido—. Le seguí y si no supiera quién es, me hubiera parecido un
tipo enrollado, aunque un poco creído. Dime una cosa, ¿tu padre trabajaba en el
número dos de la calle Goldón?
—Sí —al parecer ella también había
investigado.
—Lo suponía. El asesino entró allí, cogió
una botella de Whiskín, la pagó sin que le pusieran ninguna pega y salió. Fue
cuando le abordé, diciéndole que yo no conseguía que me vendieran alcohol. Me
pidió que entrara con él y eligiera lo que quisiera. Lo puso sobre el mostrador
y lo pagué sin ningún contratiempo.
—Debe tener atemorizados a los compañeros
de mi padre, podría matarlos si se niegan a vendérselo y sólo habría padecido
otra enajenación mental transitoria.
—Cuando salimos, le pregunté dónde podía
ir a beber sin que ningún Servidor de la Ley y el Orden me molestara. Fuimos
hasta unos jardines que hay hacia el Norte y llegamos hasta la zona más densa,
donde se sentó en un banco que quedaba bastante escondido.
—No debiste exponerte de ese modo, es un
asesino.
—Lo sé —giró la cabeza hacia los sauces y
a mí me llegó olor a menta—. Después de unos tragos, quiso algo más —el susurro
se hizo casi inaudible—. Llevo el cuchillo en la mochila, pero le dije que necesitaba
conocerle mejor y no necesité usarlo.
—Tuviste suerte —volví la cabeza hacia
ella—, no vuelvas a hacerlo —el blanco azulado de sus ojos había desaparecido,
los tenía cerrados.
—La segunda vez que fuimos a beber a lo
más profundo de los jardines —continuaba con los ojos cerrados y el olor a
menta persistía, debía ser suyo—, volvió a insistir y esa vez sacó la pistola.
—¿Aún tiene la pistola con la que mató a
mi padre? Es increíble que no se la hallan confiscado —esperé que el corazón se
acelerara hasta salirse del pecho, pero contra todo pronóstico, se mantuvo como
estaba.
—Debía ser, porque dijo que había matado a
un hombre con ella. Quería intimidarme, pero me armé de valor y acaricié el
cañón mientras le decía que me gustaría ver caer a alguien fulminado por un
disparo; aquello le excitó tanto que se olvidó del sexo.
—¿Estás segura de lo que estás haciendo? —en
el fondo sabía que tenía mucho más valor del que yo lograría reunir en años.
—Creo que sí —su voz sonó segura, envuelta
en un aroma a menta—. Está dispuesto a protagonizar un asesinato para mí, a
cambio de lo que ya sabes.
—No deberías —me fastidiaba que ella fuera
a pasar por eso.
—Le prometí un fin de semana después del
asesinato. Dijo que no se fiaba y le respondí que quién le impediría darme un
tiro si no cumplía —esta vez sí se aceleró el corazón. Tenía que ir al médico.
…
La última vez que la vi estuve a punto de pedirle
que lo dejara y si no lo hice fue porque quería vengar a mi padre. Eso no me
hizo sentirme mejor en los siguientes días, en los que no supe nada de ella, aunque
los latidos del corazón se hubieran normalizado. Una muerte, y pasaría un fin
de semana con él; fue violada una vez, ¿había dejado de importarle… o iba a
emplear el cuchillo?
Esa mañana había encontrado una nota
diminuta en mi asiento de hormigón, Oscura me había citado al otro lado de la
valla, río abajo junto al árbol seco. No conocía esa zona, porque con mis
abuelos iba a pasear hacia el otro lado, por los Jardines de la Ribera; un
espacio verde que tenía un nombre muy antiguo. Encontraría el árbol seco que
había muerto sin que se lo llevara la corriente.
Tardé más de media hora en cubrir la
distancia que separaba el Centro de Conocimientos Medios del enorme chopo seco
de tres brazos. No estaba muerto, se aferraba desesperadamente a la vida,
negándose a que la corriente se lo llevara; en su base habían brotado tres
ramas nuevas y estaban llenas de hojas. El árbol estaba rodeado de maleza alta
y alejado de la ciudad, nadie interrumpiría la conspiración para impartir
Justicia: ni los S.L.O. ni los drones de vigilancia.
No tardó mucho en aparecer, avanzando
ruidosa a través de la maleza, tan oscura como siempre. Tras volverse y mirar
en todas las direcciones, incluido el cielo, se sentó en el diminuto claro
herboso junto al chopo. Por primera vez, me senté frente a ella, tan cerca que
si avanzara el brazo podría tocar su zapatilla. Nadie podría saber que
conspirábamos en aquel remoto lugar, a no ser que llegara desde el río o el
cielo.
Alcé la mirada. Hierática, como una
estatua y yo necesitaba saber. Incluso a esta distancia resultaba difícil discernir
un rostro teñido de un azul tan oscuro que no me permitía averiguar si las
cosas habían salido bien o mal. ¿Dónde compraría un maquillaje como ese? Un
pequeño brote blanco azulado asomó en su rostro, eran los dientes, y mi corazón
empezó a latir con furia.
—Dos tiros —susurró. Su boca se había
abierto en una sonrisa, adivinada por la claridad de su dentadura. La voz
tampoco sonaba triste. Intenté no pensar en el fin de semana que habría tenido
que pasar con el asesino.
—¿Quién de ellos los ha recibido? —el
corazón se alborotó más aún, restallaba en mis oídos, hasta ella debía poder
escucharlo.
—El psiquiatra pasa a diario por una zona
poco transitada. A la hora precisa, el asesino y yo estábamos apostados para
recibirlo. Una amiga mía convenció al abogado para que la acompañara a dar una
vuelta, los hombres os dejáis embaucar fácilmente ante la promesa de sexo —lo
dijo como si viviera en esa época en que los jóvenes se acostaban los unos con
los otros alegremente—. Convencer al asesino para que me agasajara con la
segunda muerte fue fácil; dispara al otro le dije, y lo hizo. Tan entusiasmado
estaba apretando el gatillo, que no les reconoció.
Hubiera debido alegrarme, dos de los tres
benefactores del asesino habían muerto a manos del mismo, pero a mi cabeza
acudía la imagen de una casa desconocida, Oscura estaba sobre una cama y el
asesino abusaba de ella una y otra vez. Era la segunda persona que abusaba de
ella.
—Gracias —fue todo lo que se me ocurrió
decir. Miré al cielo, sólo había golondrinas y observando su vuelo me atreví al
fin a preguntar—. ¿Qué tal estás tú?
—Estoy bien.
La rabia me invadió y dirigí la mirada
hacia el tronco del chopo que agonizaba y aún así deseaba seguir vivo a través
de aquellos brotes tiernos que se esforzaban por salir adelante. Disfrutó con
el asesino… me volví hacia ella, sin saber qué quería echarle en cara, pero llegó
ese aroma a menta; la boca estaba entreabierta y esa sonrisa era inocente. De
algún modo, había logrado evadirse.
—¿Qué ocurrió?
—Creí que no lo ibas a preguntar. Laura y
Helena estuvieron a mi lado en todo momento desde que empecé a seguirles.
Helena se hizo amiga del abogado y consiguió llevarle a la muerte, Laura
encontró el escenario perfecto para sacar las fotos: el arma en manos del
asesino, la bala saliendo del cañón, la bala entrando en la cabeza, la caída…;
muy buenas por cierto, la chica que acompañaba al asesino no aparece en ninguna
de ellas.
—No me habías contado nada de tus amigas.
—Deep gothics, como yo; leales hasta el
final.
El psiquiatra y el abogado estaban muertos,
quedaba el juez. Dejaríamos al asesino para el final, quería encargarme
personalmente de él. La cabeza me daba vueltas, como si hubiera tomado uno de
esos alucinógenos que últimamente circulaban por los alrededores de los Centros
de Conocimientos Medios. Los S.L.O. ya ni siquiera se molestaban en detenerlos,
uno de ellos había sido detenido veinte veces y seguía sin tener antecedentes. Aún
así, seguía sin saber qué ocurrió después.
—¿De veras estás bien? —tenía miedo de oír
lo que le había pasado a Oscura. Ella echó la cabeza hacia atrás, el sol inundó
su oscuro rostro dejando ver una bonita sonrisa.
—Lo había prometido y eché a andar con él
hacia el escondite de Lara, oculta tras el hueco de la ventana que habíamos
tapado con un cartel. El asesino recibió un tremendo golpe en la cabeza que no
supo de dónde le vino. Se encuentra a buen recaudo, atado y amordazado a la
espera de lo que quieras hacer con él.
En aquel momento, me sentí tan feliz que
hubiera querido abrazarla.
…
Oscura había planeado y ejecutado la
primera parte de mi venganza a la perfección. Quise ser el artífice de la
segunda, pero acabamos planeándola juntos.
Fuimos a mi ciudad, donde Oscura y sus
amigas dejaron de ser Deep Gothics y yo pasé a convertirme en un oscuro, así
nadie podría reconocernos. A estas alturas los S.L.O. habían descubierto los
cadáveres, pero aún no sabían quién era el asesino. Lo primero que hicimos fue
poner en sus manos las pruebas fotográficas. No podíamos delatarnos, así que
usamos un método de envío que era difícil de creer se hubiera usado en algún
momento, por lo engorroso que debió resultar: las cartas que un organismo
estatal llamado Correos se encargaba de llevar físicamente de puerta en puerta.
Cuando las sombras cubrieron la ciudad,
lancé una carta a las puertas de la central de los S.L.O. Repetí la operación
ante la sede de Telesiete, la cadena de audioimagen más sensacionalista de la
ciudad. Una vez la noticia llegara a los ciudadanos, resultaría difícil que
vieran al asesino como un pobre muchacho con brotes psicóticos transitorios.
Quedaba la parte más difícil, entregar al
asesino. Le habían dejado encerrado en una habitación de un edificio
abandonado, atado y amordazado. No sentí lástima por él a pesar del estado
lamentable que presentaba y de lo mal que olía. Le metimos en un contenedor de
basura al cual adherimos fotos similares a las que habíamos enviado y un cartel
que decía: soy el asesino, estoy aquí dentro. Dejamos el cubo en medio de una
calle, tras lo cual volvimos a dejar sendas cartas primero en Telesiete y
después en el Espacio Central de los S.L.O., que decían dónde podían encontrarlo.
…
Telesiete armó tal revuelo con la
aparición del presunto asesino de dos inocentes, que tuvieron que mantenerlo
preso hasta que se celebrara el juicio por temor a que lo lincharan; y como esa
prolongada detención era ilegal, celebraron el juicio a la semana siguiente.
Esperaba que le juzgara el mismo juez que
la vez anterior, pero no tuve suerte. Tampoco la tuve con el abogado que le
defendió, le consideró víctima de un complot. Se habían presentado pruebas
ilegales y anónimas, se le había secuestrado, maltratado, denigrado y se le
había obligado a apretar el gatillo del arma contra su voluntad.
Temí que le fueran a soltar y que tuviera
que conseguir un arma para matarle yo mismo, sin embargo la actuación del
abogado que representaba a los asesinados, cambió el panorama: el acusado se
había cargado a alguien que no le quiso vender el alcohol que él no podía
comprar, y había pruebas de que había asesinado a otras dos personas; el arma
había aparecido en su poder y en ella sólo estaban sus huellas, y las balas
extraídas de los cuerpos de los asesinados y las del arma coincidían.
El defensor protestó, alguien le había
tendido una trampa, a lo que el acusador alabó la colaboración desinteresada
del ciudadano que había permitido detener al asesino múltiple. Terminó su
alegato recordando que el aludido se había cargado a quienes le defendieron en
el juicio anterior y que si quedaba en libertad, podían echarse a temblar su
abogado defensor, su psiquiatra y posiblemente el juez.
Recordaría el nombre de aquel abogado, que
consiguió que el juez condenara al asesino a veinte años de prisión, tras lo
cual el aludido se levantó y amenazó con matar a todos los que estábamos en la
sala; empezó señalando al juez y después dirigió el dedo indiscriminadamente a
unos y a otros. Fue una buena intervención, porque el juez modificó su
sentencia: cadena perpetua sin posibilidad de recibir ningún permiso para
salir. En ese momento, mi corazón dejó de latir y tuve que palparme el pecho
para asegurarme que seguía ahí.
…
Había pasado una semana desde que se
celebró el Juicio y me sentía fenomenal. Esa tarde acudí a una refreshterraza
en los jardines de la ribera. La vegetación crecía vigorosa y despuntaba con
colores frescos bajo un cielo plagado de alegres y chillonas golondrinas. Ella
llegó puntual y tan oscura como siempre. Habíamos retomado la costumbre de
tomar maíces en nuestro rincón del Espacio de Socialización, pero había pedido
que nos viéramos en un lugar más alegre que el Centro de Conocimientos Medios y
sugerí el lugar al que acudía con mis abuelos, era un lugar muy tranquilo.
—Hola, ¿qué tal está tu madre? —se sentó
frente a mí.
—Cuando le mostré las noticias de la
condena, dijo: bien. Es lo primero que ha pronunciado desde que dejaron libre
al asesino. Volverá a ser la que fue. Por cierto, estoy preparando un plan para
que el Juez sufra un accidente mortal.
El refreshman se acercó a la mesa y ella
pidió una colaranja, lo mismo que estaba tomando yo.
—Debemos ayudarnos entre nosotros contra
la injusta Justicia —respondió cuando se alejó el refreshman—. Cuenta conmigo.
—Pero será peligroso —callé, el refreshman
volvía con su bebida.
La dejó sobre la mesa, ella sacó su
tarjeta y pagó.
—No tengo nada que perder, Lorenzo.
No le había dicho cómo me llamaba, no
habíamos llegado a socializar…
—¿Sabes mi nombre? —yo no se lo había
dicho.
—He hecho mis averiguaciones, llevamos un
tiempo socializando y creí que debería saberlo.
Socializar… era lo que había estado
evitando desde que murió mi padre y dejaron libre a su asesino, como
diciéndole: puedes seguir haciéndolo, tienes nuestra aprobación. Resultaba que
habíamos estado socializando. Ella lo llamaría así, pero sólo habíamos hablado
de la injusta Justicia y de cómo podíamos hacer para que me vengara. Lo
habíamos conseguido, él lo estaba pagando, encerrado en una prisión de máxima
seguridad. Sólo faltaba el Juez, pero le quedaba poco tiempo de vida.
Di un trago. Oscura. Ni siquiera había
intentado averiguar cómo se llamaba. Conocía su voz, pero su rostro y su nombre
me eran desconocidos, no consideraba que hubiéramos socializado, pero si ella
lo creía así… puede que lo fuera.
—No… no sé tu nombre…
—Creí que no me lo ibas a preguntar nunca.
Me llamo Luna.
Luna era su nombre, luna nueva, por
supuesto.
—Luna. Además de tu voz, ahora conozco tu
nombre.
—¿Qué quieres decir? —se llevó el vaso a
los labios.
—Si vinieras con tus amigas Deep Gothics,
no sería capaz de distinguirte de ellas, a no ser que hablaras.
Dejó el vaso sobre la mesa, cogió su
mochila y se fue sin decir una palabra. La seguí con la mirada hasta que el
edificio de la refreshterraza la ocultó. No debí decirlo, la había ofendido. De
pronto me pareció que las ramas de los árboles languidecían y los chillidos de
las golondrinas se volvían lastimeros. Eché la cabeza hacia atrás y contemplé
su melancólico vuelo.
No me enteré de su vuelta hasta que
escuché la silla hiriendo el terroso suelo. Se sentó. Volvía para reprenderme, y
con toda la razón. No volvería a socializar, no se me daba bien y no quería
herir a nadie más. Era extraño, no decía nada. Bajé la cabeza y el corazón
empezó a latir a toda velocidad. Creí que me había curado cuando el juez
condenó al asesino de mi padre.
El pelo continuaba igual de oscuro, pero
el rostro era mucho más pálido. Se había marchado al baño para quitarse parte
del maquillaje y su cara azulada resultaba agradable, ¿por qué la ocultaba?
—No me mires así —parecía avergonzada.
Cogió su bebida con las dos manos,
ocultando su rostro de nuevo. Cuando soltó el vaso estaba vacío. Se levantó y
cogió la mochila.
—¿Nos vamos?
No me dio tiempo a acabar mi bebida.
Agarré mi mochila y corrí tras ella.
Los tejos que bordeaban el camino habían
recobrado su porte elegante, incluso su color era más brillante. De cuando en
cuando observaba su rostro, asomando bajo aquel pelo oscurísimo. Tenía unos
ojos bonitos… y una graciosa nariz respingona; no lo había sabido hasta ahora.
Si habíamos socializado y éramos amigos, debería decírselo.
Giró la cabeza en el momento en que la
observaba. Rió con ganas, los labios curvados, dejando asomar una tira de
dientes blancos.
—¿Te vas a pasarla tarde mirándome?
—Es una tarde preciosa, pero tu cara es lo
más bonito que he visto hoy.
—Será la cara que vea el juez antes de
sufrir ese accidente. Cuéntame cómo lo vamos a hacer...