viernes, 27 de febrero de 2015

LA PERFORMANCE. Segunda parte. Capítulos 10 y 11.



-10-

 Lunes: los tres finalistas.



   El artista creaba su obra y una vez acabada, dejaba de interesarle, pues su pensamiento estaba inmerso en la siguiente. La máxima no era del todo cierta, al menos no en mi caso. Mi obra no había hecho más que comenzar, pero cada capítulo era una pequeña obra de arte y yo adoraba cada fragmento compuesto, me recreaba en él y me deleitaba viéndolo en televisión. De hecho, guardaba las grabaciones de todos los programas desde el comienzo, al igual que mi abuela conservó durante toda su vida la cartas de su noviazgo con mi abuelo. Me estaba haciendo mayor, debía ser la responsabilidad de crear y dirigir la Performance.

   Ese día me daba igual ver el fragmento de mi obra, y sin embargo fui hasta al salón y me senté delante del televisor; como una adicta, incapaz de revelarme, ni siquiera me planteé una alternativa y eso que había una muy sólida: la reunión con Interlocutor, el acostumbrado encuentro del lunes para rendirme cuentas de su quehacer. Insistió, pero me negué en redondo a acudir; cualquiera lo hacía tras el supuesto pálpito de mamá: he soñado con un joven galante y muy formal que te cortejaba. Sólo faltaba que fuera cierto y que fuera él.

   Cristina apareció por la puerta del salón, con una bandeja y en pijama. En ese momento, el Ford Fiesta subía el puerto.  

   –He pensado que podíamos cenar mientras vemos la Performance –dejó la bandeja sobre la mesa.

   No, no me apetecía cenar; en realidad no sabía lo que quería, pero no le iba a decir que no cuando había preparado un par de sándwiches y los acompañaba de un bote de aceitunas y un par de latas de coca cola.

   –Bien –fue mi lacónica contestación.

   El conductor ponía cara de bobo, debía disfrutar de la conducción.

   –Estoy cansada –Cristina se dejó caer en el sofá y apoyó la cabeza en mi hombro–. Creo que cuando acabe, me iré a la cama.

   –Por mí no hace falta que te quedes –le dije.

   Me empezaba a cansar el anuncio del coche, últimamente lo ponían antes de que comenzara la Performance. Por mí, se podía despeñar.

   –No me perdería tu Performance por nada del mundo –se inclinó hacia adelante y cogió una aceituna.

   A su manera, abusaba de ellas, eso quería decir que tomaba más de dos. Se había convertido en hábito desde aquella noche que tomó más de la cuenta y le comenté que le vendría bien coger unos kilitos para estar estupenda.

   –Te va a dar una publicidad tremenda –continuó Cristina–. Cuando te conozcan, todos querrán que hagas una para ellos. Tendrás el futuro asegurado en la televisión –cogió otra aceituna.

   Cuando me conocieran, cuando me reconocieran. Respiré hondo. La primera, sería mi madre.

   –Sólo quiero el reconocimiento. Después seguiré con lo mío. Pintura digital, quizás algo de video, pero principalmente pintura. Me pedirán que exponga en París y Nueva York, entre otros sitios.

   Cogió el tarro de las aceitunas y me lo acercó. Cogí una.

   –¿Seguirás con Interlocutor?

   –No, ¿por qué?

   –Como dices que es tan bueno, seguro que te buscaba unos contactos inmejorables. Expondrías en Japón, Berlín, Sao Paulo y por supuesto en Sevilla.

   –Mirado así…

   –¿Hoy no le has visto? –preguntó Cristina.

   –Calla, que me he librado. Le he dicho que me era imposible.

   –Tú te lo pierdes –se echó otra aceituna a la boca–. Adiós a la exposición en Sevilla. Con lo formal, responsable y competente que es… –se estaba burlando de mí y le eché una mirada… seguro que no tan gélida como la de él–. ¡Empieza! – se pegó a mí y me cogió del brazo. Estaba más cariñosa que de costumbre, desde que salía con el Capitán.

   La pantalla se volvió azul, un azul más pálido y agrisado que el usado anteriormente. Entrábamos en una nueva fase y el enfoque pretendía ser más actual: las imágenes eran más sencillas y los colores más planos; pero aún guardaba lo mejor para el final.

   La hembra de cisne emprendió un majestuoso descenso, tan lento que parecía flotar en el aire y tan preciso que se posó en el agua produciendo apenas una onda a su alrededor. Los machos dejaron de trabajar en sus nidos y se volvieron. Ella nadó sin prisas hacia el más cercano y dio una vuelta alrededor. El macho permaneció con la cabeza gacha, y no se atrevió a levantarla hasta que la vio sentarse en él, momento en que se alborotó.

   Se levantó y nadó hasta el siguiente nido, echó un vistazo y pasó de largo, estaba mal construido. Su constructor se alejó compungido, mientras el primero no cabía en sí de gozo viendo fracasar a la competencia.

   Llegó al tercero, se sentó ante la mirada expectante de su hacedor y se levantó rápidamente, no debió resultarle cómodo. El cisne, avergonzado, ocultó la cabeza bajo el ala. El primero batió las alas, sabiéndose el ganador y sin embargo, la hembra, levantó el vuelo, dejándole desconcertado. Aún no había llegado el momento.

   –¡Qué bonito! –Cristina aplaudió.

   Apareció una silueta azulada, la de la artista que todavía no se daba a conocer. Piero había dicho que tensáramos un poco más la espera, para no robar protagonismo a los tres seleccionados. Un día más, pero al próximo, mi madre, que aún seguía en la inopia, se caería del guindo. Ella había descubierto mis ojos y el tío Julián mi figura, aunque aún no pudieran creer que fuera yo. Un programa más y se les caería la venda de los ojos. Sospecharlo, descubrirlo poco a poco, puede que lo hiciera menos traumático para ellos. Y para mí.

   –Hay muchos artistas entre vosotros y la elección ha sido muy difícil –la aún desconocida hizo una pausa–. Aquí está nuestro primer seleccionado –un gesto de su mano dio paso a la imagen del aspirante posando junto a su obra–. Alfredo Benito Cotos, de Santander.

   –El Guapo.

   –Me gusta –Cristina cogió las latas de coca cola y me pasó una–. ¿Ya le has puesto apodo? –abrió la suya y dio un trago–. Eres incorregible.

   –Qué le voy a hacer –dije cogiendo el sándwich y dándole un mordisco.

   La cámara enfocó el rostro de Guapo. Preciosos ojos oscuros enmarcados por unas pestañas larguísimas, nariz ligeramente aguileña que le daba un toque especial y barba de un par de días que le sentaba bien; su presencia era avasalladora, era un bombón. Eso sí, se habían empeñado en maquillarle, por las cámaras dijeron, pero se notaba. En la imagen aparecía posando junto a su escultura, una abstracción ondulante.

   –Os presento al segundo. Pedro Galván Galván, de Madrid.

   En la imagen aparecía junto a la pizarra, que no había usado para dibujar, sino para escribir. ¿Era un rebelde? Todavía no lo tenía claro. Había escrito un poema dedicado a la maternidad. ¿Un oportunista? La cámara lo enfocó para que pudiéramos leerlo.

   –Quiere ganar. ¿Cómo llamas a éste?

   –Todavía no le he bautizado. Bien parecido, musculado, presumido, mira cómo destaca sus bíceps y pectorales en la foto. No acabo de encasillarlo.

   – A falta de algo mejor… Indefinido –dijo Cristina.

   –Eso no es un apodo…  

   –El tercer y último seleccionado. Carlos Gallego Ortiz.

   El Artista, posaba junto a su edificio futurista. Ojos azules y pelo claro, casi rubio. Me gustaban más los morenos, pero bajo la piel de ese artista, y aunque no fuera un Adonis, había descubierto a un joven que me subyugaba…

   –Este es más normalito.

   –Sí, pero mira su escultura. ¿No te parece fabulosa?

   –Es… una arquitectura.

   –No es una arquitectura cualquiera, mira esos volúmenes. Son escultóricos. La he visto al natural  y créeme, es fantástica.

   –Supongo que tienes razón.

   –Uno a uno, cada uno de ellos –de nuevo me veía en la pantalla–, tendrá un encuentro conmigo. Tendremos tiempo de conocernos… –esa sonrisa la conocía mi madre–, pero no adelantemos acontecimientos –guiñó un ojo.

   Un encuentro con cada uno de ellos y elegiría a mi pareja. Un escalofrío de placer recorrió mi cuerpo de la cabeza a los pies.

   –¿Tienes frío?

   Negué con la cabeza. Esperaba que fuera tan fácil como lo fue seleccionar a estos tres entre veinticinco. Los había estudiado a conciencia, encerrada en la soledad de mi despacho, del que tuve que echar al Loquero, empeñado en que debía aconsejarme. Le odiaba. El programa acababa, había aparecido el logotipo.

   –¿Con cuál te quedarás? –Cristina se giró hacia mí.

   –El que más me gusta es el último, Artista, pero todavía no lo sé.

   –A mí me gusta más el primero. Me lo pido –levantó el dedo.

   –Mírala, el Guapo. Si tú ya tienes al Capitán –se puso colorada como un tomate–. Sé que sales con él, no lo niegues.

–No sé si salgo… Quedamos de vez en cuando… –sonó mi móvil y Cristina se calló.

   Su sonido me recordó lo que se me avecinaba y me puso de mal humor. Mi familia disgustada, la prensa acosándome. Sólo el pensar que ocuparía mi lugar en el mundo del Arte lograba calmarme. Debía repetírmelo cada poco. El teléfono seguía sonando.

   Hice un esfuerzo y lo cogí. Era ella. Aún lo miré un rato antes de presionar la tecla.

   –Hola hija –escuché–. Está emocionante, cada vez mejor. Tengo unas ganas de que elija pareja…

   –Hola mamá. Sí, hoy me ha ido muy bien en la facultad. Y no lo he visto­ –al instante me arrepentí de haberle hablado así.

   –Pero hija, ¿qué te pasa?

   –Nada, mamá. Quería recordarte que tienes una hija artista.

   –Qué cosas me dices –no había logrado que pareciera una broma–. Ya sé que vas a ser la mejor artista de Sevilla y de toda España –¿habría tenido un pálpito?–. Y por eso mismo deberías ver un programa de Arte Moderno como éste.

   –Ya que no lo hecho, cuéntame qué ha pasado.

   La oí respirar.

   –Salió la presentadora, esa que se te parece. Debo estar obsesionándome, pero es que hasta sus gestos me parecen los tuyos. Se ha reído igual que cuando tú hacías alguna picia.

   –Sí. Se parece mucho a mí –tanteé el terreno.

   –Ya somos tres, tu tío también opina lo mismo… –era la oportunidad que estaba esperando, poder decirle: mamá, soy yo… pero la garganta se negaba a pronunciar las palabras adecuadas.

   –Bueno, y qué más –es lo único que se me ocurrió, desviar la conversación.

   Era una cobarde, no me había atrevido, acababa de perder una oportunidad preciosa. Y ella, empezó a describirme a los seleccionados, con una emoción creciente, como si también se hubiera alejado del terreno resbaladizo.

   –…ha sido una pena lo del coplero –acabó.

   –Demasiado folclórico.

   –Una pena. Y no deberías perdértelo de ahora en adelante. El último, el que hizo el edificio raro, me parece un sol. Si le eligiera… ¡Ay, qué bonito sería!

   –Sí.

   –Supongo que se casarán…

   –No lo sé. Hoy en día la gente no lo hace.

   –Me gustaría. Bueno, Violeta, te voy a dejar, que tendrás que cenar. Adiós, cuídate mucho.

   –Adiós, mamá.

   Lo sabía, no lo sabía, intuía, quería que se lo contara… estaba en un mar de dudas.


-11-

Martes: presentación de Violeta.



   “El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde”. La memoria era caprichosa. Lo leí hace unos cuantos años y había desaparecido de mis recuerdos hasta el momento en que vi la novela en manos de Nina. Estuvimos comentándola y los recuerdos de la historia volvieron a mí, aflorando a la menor ocasión, hasta el punto de que empecé a ver un parecido cada vez más acusado entre el protagonista y yo. Acabé convencida de que debía padecer un desdoblamiento parecido, pues de mañana afrontaba los retos con entusiasmo y energía, y al volver a casa por la noche, me encontraba atenazada por la pereza y el desánimo.

   Esa misma mañana, al salir del portal me topé con un periodista. Era de esperar que antes o después sucediera y había tenido la enorme suerte de tener un comienzo suave; sólo era uno, dos si contaba a la fotógrafa. Fui amable con ellos, aunque aparte de corroborar que era Violeta Vera y dejarme fotografiar por su compañera, no les di más información. Me habían localizado, sabían quién era y dónde vivía, ¿qué más querían? Ellos tenían su primicia y yo salía indemne de la confrontación. Era de suponer que al día siguiente no tuviera tanta suerte cuando apareciera una jauría de periodistas. Me despedí amablemente y tomé un taxi con destino a la Cadena 13. En esos momentos, era la doctora Jekyll.

   Pasé el día entregada al trabajo, supervisando la grabación, asistiendo a una reunión y  programando los días venideros; todo ello iba mermando mis fuerzas. No era extraño que al llegar la noche, estuviera tan agotada que me convertía en la pesimista, negativa y apagada Señorita Hyde. Así, la noche anterior, me fui a la cama llena de inquietudes: mi madre a punto de enterarse de lo que hacía si es que no lo sabía ya, un Interlocutor de Arte con el que no quería quedar por si lo de mi madre había sido un pálpito, y los mil y un detalles que debía tener en cuenta en el trabajo.

   Violeta Hyde no conseguía dormirse y daba vueltas en la cama. Pasó mucho tiempo antes de que su imaginación recreara la imagen de un joven, al que fue colocando sucesivamente los rostros de los tres finalistas, Artista, Guapo, Ni Fu ni Fa. Llevaba tanto tiempo esperando por uno de ellos, quedaba tan poco… Una llama de esperanza prendió en su corazón, la doctora Jekyll tomaba el relevo. Las preocupaciones quedaron atrás y la doctora se durmió como una adolescente, pensando que al día siguiente había quedado con el más Guapo, lo que le provocó sueños húmedos. Qué suerte tenía la condenada.

   Sí, qué suerte, porque al regresar a casa por la tarde, la Señorita Hyde había vuelto a tomar posesión de mi cuerpo y atrajo sobre sí todos los pensamientos negativos: una madre que iba a descubrir a qué se dedicaba su hija en la capital, que se llevaría el mayor disgusto de su vida y que probablemente no volvería a hablarla. Supondría la ruptura con la familia, y a partir de ese momento estaría sola.

   Debía intentar pensar en el porvenir, quizás de ese modo regresara Violeta Jekill. Quedaban catorce horas para la cita y no sentía nada. Nada, porque estaba colapsaba por el futuro más inmediato. Faltaba media hora para que empezara el programa y algunos minutos más para que mamá tuviera la revelación, sufriera un colapso y renegara de su hija.

   Así llevaba mucho tiempo sentada delante del televisor, como una maruja idiotizada, viendo desfilar imágenes sin sonido, al tiempo que sentía la cercana presencia del teléfono móvil sobre la mesa y me predisponía a entregarme a la fatídica llamada que sonaría indefectiblemente tras el programa de la Performance. Estaba resignada a recibir la mayor reprimenda de mi vida y mi madre a su vez, también habría de resignarse a que su hija siguiera adelante con su vida y con su Performance, le gustara o no.

   Estaba tan hundida que ni siquiera me preocupaba que desde el día anterior Interlocutor intentara concertar una reunión. Decía que era urgente, pero no había nada más urgente que lo de mi madre, después vendría lo demás. No estaba yo para informes, por nefastos que fueran y además después del posible pálpito de mi madre, no quería líos con él, no era mi tipo.







   Llegó la hora. El Ford Fiesta emprendía la subida y su conductor volvía a poner cara de bobo. Cristina entró en el salón y se acomodó junto a mí sin decir una palabra, sabía cómo me encontraba. Me encomendé a la Virgen de la Estrella para que me ayudara a seguir adelante. Estaba muy mal y no quería necesitar un loquero.

   La Performance, por fin dio comienzo. El paisaje resultaba más abstracto que en entregas anteriores. Les había mostrado algunas obras de Zóbel para que vieran lo que quería. Pelos, se llamaba Ben y algún día se me iba a escapar el mote, qué bueno era en su trabajo de animación. Decía que era fácil, porque trabajaba a partir de imágenes reales y con programas muy avanzados, pero lo cierto es que intenté hacerlo y los resultados fueron deplorables. Ya quisiera parecerme a la muñequita tierna y seductora, con ese cuerpecito tan sensual que había creado a partir de mi imagen.

   Todo aparecía vívido y brillante tras la lluvia y había salido el arco iris. Al fondo  asomó un cisne, volando en dirección a la preciosa cascada de color. La alcanzó y se sumergió en ella, asomando y volviendo a desaparecer, empapándose de color y dejándose arrastrar. Su plumaje había dejado de ser blanco, tiñéndose de arco iris. Llegando al suelo usó sus alas como freno y aterrizó suavemente. Era una hembra y en ese preciso momento, un rayo de sol la alcanzó. Los colores que la cubrían fueron mezclándose mientras su cuerpo se transformaba en mi persona.

   Un sonido conocido le hizo volver la cabeza, un batir de alas lejano. Tres cisnes volaban directos hacia ella y corrió a ocultarse tras los juncos. Aprovecharon el mismo arco iris para aterrizar y como ella, fueron transformados en humanos. Tras reponerse de la sorpresa, admiraron sus nuevos cuerpos, probaron el movimiento de sus miembros y echaron a correr hacia el lugar en que la vieron desaparecer. Uno de ellos se detuvo, la había visto pasar entre unos juncos y desaparecer, era Guapo y se fue tras sus pasos. Luego fue ella la que descubrió a ni Fu ni Fa y se ocultó. Desde su escondite vio pasar a Artista y salió corriendo. Enseguida estuvieron los tres tras ella, intentando alcanzarla, pero los fue dejando atrás. Se detuvo y se volvió, sus perseguidores habían desaparecido. Se volvió hacia la cámara:

    –Hola, soy Violeta–, y echó a andar hacia el pedestal que se erguía en medio del prado.

   Un pedestal azul ultramar tras el cual se situó. Su vestido era del mismo color, pero algo más pálido. Sobre un cielo turquesa, destacaba su melena castaña y su tez morena. Comenzó a hablar.

   –Soy la que esperabais, Violeta Vera, la artista responsable de la Performance “El artista del siglo XXI”. Tengo veinte años, estudio Bellas Artes y soy sevillana. Quizás os estéis preguntando por qué hago esto –miró a un lado y a otro–. Quiero obtener la respuesta a una pregunta aparentemente muy simple: ¿qué es el Arte? –“El lago de los cisnes” comenzó a sonar–. Llevamos todo un siglo vagando de una vanguardia a otra, intentando decidir cuál es el camino correcto y la incertidumbre nos hace dudar entre lanzarnos al futuro desconocido o aferrarnos al seguro pasado. Entretanto, manejamos el Arte como una mercancía sobre la cual especular para obtener el valor comercial más desorbitado posible.

   Estaba contando más o menos lo mismo que le dije en su día a Piero. La muñequita se desplazó por el escenario, enfundada en un vestido azul ultramar con ribetes de bermellón en las mangas, cuello y cintura, hecho expreso para la ocasión y que yo esperaba seguir usando. Volvió al pedestal y se colocó a un lado.

   –Me gustaría pensar que alguien puede encontrar la respuesta. Ese alguien será hijo de artistas y educado como tal desde el mismo momento de su concepción: conocerá el Arte, desde sus comienzos hasta nuestros días y estará preparado para comprender, preparado para mostrarnos el camino –puso la mano sobre el pedestal–. Nos descubrirá cual es el verdadero Arte y se convertirá en el Artista del siglo XXI –dejó que la melodía se extinguiera–. Yo voy a concebirlo.

   El periodista de esta mañana me había preguntado si iba en serio. Ahí tenía la respuesta, ésta era la única entrevista que pensaba conceder por el momento.

   Fue entonces cuando la muñequita sufrió una transformación sutil, que la acercó al mundo real y poco a poco su rostro se pareció al mío, fue el mío. No había duda, todo aquel que me conociera, sabría que era yo. Mi madre. Mi madre y mi tío. Mi madre, mi tío y el resto de la familia… y amigos y compañeros…

   El programa terminó.

   –Ha estado fenomenal –susurró Cristina.

   Me dio una palmada en el brazo y acto seguido se levantó, dejándome a solas con mi móvil. Apagué el televisor y miré el teléfono. Podía empezar a sonar en cualquier momento.

   Se acercaba el momento en que mi madre levantaría el auricular para reprenderme. Sus palabras me dolerían, pero yo también le había infligido daño a ella. A pesar de todo, era mi vida y seguiría con ella. Dolor y más dolor, habría que aprender a soportarlo. La doctora Jekyll me ayudaría, no siempre iba a estar poseída por la Señorita Hyde.

   Pasaban los minutos y me reconcomía la angustia de la espera. Todavía estaría llorando, y sería incapaz de coger el teléfono, por eso tardaba. Si el tío lo había estado viéndolo con ella, ¿habría salido en mi defensa, habría intentado suavizar las cosas? Igual esta vez no.

   Seguí esperando. El teléfono continuaba mudo. Debía estar tomando aliento para enfrentarse a su díscola hija cuyo pecado era el más horrible que pudiera cometerse. Cristina asomó para preguntarme si quería cenar y le contesté que no. Tenía ganas de mear, pero ni por esas me moví. Seguí con la mirada puesta en el móvil que no sonaba.

   Pasaba el tiempo sin que nada sucediera. Nada, no, mi angustia y mi terror crecían. Alargué el brazo, cogí el teléfono con cierta aprensión y comprobé que tenía batería. No aguantaba más, me levanté y me fui al baño con él. Seguía mudo. Allí me entró hambre y lo trasladé a la cocina, donde me tomé un vaso de agua y un par de galletas mientras lo vigilaba y él seguía obcecado en no sonar.

   Eran las once. No podía soportar la espera y en mi desesperación, cogí el móvil y lo  apagué, abandonándolo a su suerte en la cocina, mientras yo me retiraba a la cama. Mi madre me había castigado con algo peor que un sermón, me había ignorado.
 



viernes, 20 de febrero de 2015

LA PERFORMANCE. Segunda Parte. Capítulo 9.



-9-
Segunda prueba

   Ya sabía cómo resolver el ejercicio para la clase de Pintura. Se me había ocurrido de camino a Cadena 13, al ver los montículos terrosos con las construcciones incipientes: aquel detalle azul apagado era la clave. Había llegado a un punto de equilibrio en el cual era capaz de compaginar la facultad y la Performance, aunque también era cierto que veinticinco aspirantes en una semana, a cinco por día, después de lo que habíamos tenido, no eran nada y el visionado de las imágenes se hacía mucho más rápido. Cuanto más avanzaba, más fácil parecía el trabajo. Entré en el despacho, solté el bolso sobre la mesa y me senté.
   Qué poco quedaba, otro día más y entrábamos en la selección final. Ya tenía un favorito, y era bastante guapo. Con solo pensar en él, se me ponía la carne de gallina. Pero no era momento de excitarme, Pelos llegaría de un momento a otro y no estaría bien que saltara sobre él por equivocación. Era un buen ayudante y trabajaba por dos o tres, era adicto al trabajo. Como un día me dijera Piero, debía confiar en los demás y delegar en ellos; hacerlo en Pelos me había descargado considerablemente. Era raro que no hubiera llegado, con lo puntual que era. Iría mirando su informe.
   Delante de mí tenía la grabación del día, el informe y… una nota; no me había fijado en ella. Violeta, me he ido al dentista, no soporto el dolor. Lo siento, Ben. Pelos llevaba un par de días fastidiado con una muela, sería de tanto caramelo como tomaba para calmar las ansias de fumar. Se me iba a hacer raro trabajar sola. Segundas pruebas, cuarto día. Pasé la hoja. Acoso de los periodistas al primer concursante. ¿Por qué metería esto? Habíamos dejado de prestar atención al exterior. Metí el deuvedé en el aparato y encendí el televisor para salir de dudas.
   Calle principal, delante del recinto del Espacio de Arte Experimental. Un joven bien parecido se acercaba a la entrada ignorando a los periodistas y fotógrafos que le rodeaban. Se le notaba incómodo y daba la impresión de que fuera a echar a correr en cualquier momento. Si fueran medianamente inteligentes, preguntarían de uno en uno y le pedirían que se detuviera un momento y posara para ellos. Cruzó raudo los jardines y llegó a la puerta principal, donde los guardias de seguridad impidieron el paso a la jauría. No sabía qué había podido ver de especial en la escena para incluirla, tendría que telefonear a Pelos.
   Una vez que se identificó a la azafata, siguió el pasillo de la izquierda y antes de que llegara al desvío para la sala, una pantalla descendió del techo y le bloqueó el paso. Una especie de homenaje a mi encierro, un capricho sin mayor trascendencia y sin embargo, al Loquero le había entusiasmado, nunca sabía por dónde iba a salir. Decía que podíamos extraer una valiosa información del sujeto en esa incómoda espera, pero yo, todo lo que había sacado en claro de los aspirantes, había sido a través de la creación de su obra.
   Las luces se atenuaron y empezó la proyección. Una laguna llena de plantas en la que unos cisnes de rasgos humanizados, construían plataformas sobre las que elevaban sus nidos. Apareció la hembra y se paseó entre ellos, deteniéndose extasiada ante una construcción fantástica que recordaba a las humanas. El macho, emocionado, prosiguió su labor, mientras que otro al que despreció su obra, la abandonó y emprendió el vuelo, desapareciendo en el horizonte.
   Me encantaba, era una pequeña obra maestra de animación. Pelos y su compañero, podrían haber estado trabajando para la Pixar. Aún no había conseguido averiguar que hacían en España, donde posiblemente no tuvieran porvenir, pero me alegraba que estuvieran, colaborando en mi Performance. Echaba de menos a Pelos, se había convertido en mi mano derecha. Trabajaba como una máquina y sin embargo era capaz de dejarlo todo por ayudar a los demás. No era mi tipo y sin embargo estaba descubriendo sus cualidades, antes nunca lo hubiera hecho. Empezaba a estar muy afectada por la ausencia de un hombre en mi vida.
   El aspirante aguantó los quince minutos de proyección balanceando su cuerpo de un pie a otro. Al finalizar, la pantalla se enrolló y pudo seguir su camino. A partir de ahí tenía una hora para realizar su obra y demostrar sus dotes artísticas. Mientras llegaba a la sala, consulté las notas de Pelos. Primer concursante: escultura, un árbol. Lo había señalado con dos estrellas, eso era que le parecía bastante bueno.
   Entrar en la sala era como sumergirse en la laguna: suelo azul, humedad, olor a tierra mojada y amortiguados sonidos acuáticos. Lo había probado y cerrando los ojos, parecía real y si los abrías, encontrarte rodeada por un cielo azul intenso y primaveral y cisnes en pleno vuelo, acababa de confirmarlo.
   El aspirante dejó a su derecha el pedestal azul sobre el cual reposaba el xilófono naranja y continuó hasta el siguiente, junto al cual había un cajón lleno de piezas de plástico anaranjado de textura tosca, semejantes a las construcciones de madera de los niños. Metió la mano y cogió una. Contempló el vuelo de un cisne en la pared del fondo antes de meter la otra mano en la caja, sacar una segunda pieza y juntarlas sobre el pedestal. Sacó unas pocas piezas más y continuó uniéndolas, como un niño.
   Pulsé el avance rápido. Diez minutos después, la forma había crecido en altura, pero seguía sin distinguir el árbol que se suponía estaba construyendo. Continué avanzando y haciendo pausas, hasta que lo distinguí. Él no estaba, dejé que la escena continuara, hasta que la cámara le enfocó: contemplaba su obra desde el pedestal de la música, acariciando el xilófono. Volvió a su obra, añadió unas piezas y dio unas vueltas alrededor, aparentemente satisfecho. A continuación, abandonó la sala. Era un auténtico artista, y lo recuadré en mi hoja de notas. Me había gustado lo que había hecho y lo que era más importante todavía: él me gustaba. Suspiré.
   Volví al informe. Segundo concursante: música, letras y pintura. No tenía estrellas. La grabación empezaba directamente en la sala. Ignoró el juego de piezas y continuó hasta el xilófono, donde se detuvo. Cogió las baquetas, hizo sonar una nota, otra y se detuvo. Cerró los ojos e interpretó una pieza desconocida para mí. No despertaba ninguna emoción. Siguió hasta el panel naranja vertical, sacó un montón de letras imantadas de la caja y sin pensarlo dos veces, las fue colocando. Lo siguiente que vi fue las letras dispuestas en círculo, y no decían nada. No contento con eso, todavía se fue hacia el caballete sobre el que había dispuesta una pizarra naranja y… ahí se acabó su grabación. Lo taché directamente, el arte no era lo suyo. Apenas aparecería en la emisión. No me extrañaba que Pelos me hubiera hecho de él una grabación a saltos y con escenas cortas.
   Pasé al siguiente. Tercer concursante: tizas, xilófono y borrado. ¿Borrado? Apareció en primer plano, entrando en la sala, un falso rubio con el pelo rizado. De entrada me cayó mal y lo taché directamente, aún así continué viendo la grabación, quería saber qué era el borrado. En cuanto vio la pizarra se fue a ella, cogió una tiza azul y empezó a trazar líneas y más líneas, en un ejercicio abstracto de simetría axial. Pelos me ahorró el intermedio, había dibujado un corazón y sin detenerse a contemplarlo, partió raudo hacia el xilófono. Nada más llegar a él, cogió las baquetas y empezó a interpretar una pieza clásica. Mejor que el anterior. Nada más acabar, volvió a su ejercicio de dibujo y lo borró. Reconocía que no era bueno, pero su interpretación también me dejaba fría. No debería haber llegado a esta fase. Le sacaríamos dibujando y borrando su obra.
   Esperaba que el siguiente fuera mejor, pero lo que vi fue una nueva escena callejera. Miré el papel. Violeta, creo que te gustará. No ponía nada más.
   En cuanto lo vi, entendí el porqué de la primera escena callejera, era una especie de introducción a ésta. A pesar de que era triste, me había reído un montón. Violencia de género, y femenina para más inri: una novia enfurecida esperaba a nuestro segundo concursante a la salida, armada con un madero de tamaño considerable. Le atizó a traición, en la espalda y con todas sus ganas. Tienes un novio que se presenta a unas pruebas en las que si gana, fornicará con otra…, yo hubiera hecho lo mismo. Al segundo golpe, los fotógrafos estaban en el meollo disparando sus cámaras como posesos. Cuando le dio en la pierna y cayó al suelo, se decidieron a intervenir.
   Salvado por los periodistas, habiendo permitido que lo magullara un poco para tener material para sus respectivos periódicos y noticiarios. No era la primera vez que ocurría algo parecido, pero había sido entre concursantes y periodistas. No estaba bien que tuvieran la exclusiva los demás, así que nosotros lo sacaríamos también. Al fin y al cabo, era publicidad y la publicidad, nos mantenía vivos. Hablaría con Piero.
   Menos mal que no era el Artista, solo faltaba que me hubiera desgraciado al que tenía posibilidades de estar en la final; esperaba que no tuviera novia. ¡Ay!, qué poco quedaba para tener a uno de ellos, pero la espera se me hacía eterna. Si pudiera ir catando alguno…, pásese por la oficina de la artista para una inspección personal, hubiera dicho la azafata que le habría acompañado hasta la puerta de mi despacho. El despacho era tan pequeño, que a la fuerza estaríamos muy juntos, le acorralaría e iría más allá de la exploración visual… Desgraciadamente, todavía había veda.
   Cuarto concursante: escultura, edificio futurista. Prometía y además tenía dos estrellas. Sólo faltaba que fuera un Adonis, pero no, no era perfecto. Tendría que averiguar si daba la talla. Debería hacerlo en un despacho en el que nadie pudiera interrumpir; con una puerta con pestillo, no como ésta, en la que hasta el Loquero podía entrar sin llamar; una puerta camuflada, como la de Interlocutor. Tener una aventura que me quitara estas ansias antes de la fase final. ¿Le gustaba? ¿Sería capaz de ligar conmigo? Él era todo un caballero aunque su mirada avasallara, pero con él no se enteraría nadie, porque era la discreción personalizada. 
   Pero… ¿qué estaba diciendo? ¡Si no me gustaba! Estaba desvariando. Debía ser más fuerte que mi necesidad, y aguantar el celibato hasta el final de la Performance. Y a todo esto, el aspirante había concluido su escultura y la miraba desde el pedestal de la pizarra y… era impresionante. No podía ser cierto que me hubiera perdido todo el proceso, había estado mirando la pantalla, ¿o no? Le di a la pausa e intenté calmarme. Podía haber fantaseado con cualquiera de los concursantes, con alguna de mis antiguas aventuras, con Cachas o con Felipe, pero no, tenía que pasárseme por la cabeza la absurda idea de que yo le gustaba a Interlocutor, a Ojos Helados. No tenía sentido, estaba para ir al Loquero.
   Le di al retroceso. ¿Le gustaría? En el fondo, me halagaría, aunque yo no quería nada con él más allá de lo estrictamente profesional. El último día estuvo pendiente de los ojos de mi personaje en el programa y se las volvió a arreglar para que me quedara a ver la Performance; debería ir con cuidado con él. Los que me gustaban estaban entre los aspirantes, como el primero del día… A veces me apetecía que todo acabara. Volvería a tener a un hombre a mi lado. ¿Qué sería de Felipe, y de Cachas? ¿Con quién estarían? ¿Me echarían de menos? Paré el rebobinado y pulsé el play.
   Esta vez estuve atenta. Éste sí que era un artista y no el primero. Lo marqué en la hoja: ARTISTA. Edificio futurista. Su obra era excelente, había sido una buena idea que las obras más interesantes se donaran al Espacio de Arte Experimental. Y bajo la piel de ese artista que no era un Adonis, había descubierto a un joven sexi de expresión dulce… Oh, vaya, ya empezaba. Si quería soñar, debería esperar a la noche.
   Y así, medio descentrada, pasé al último aspirante del día. Otro escultor, al que no presté demasiada atención, tenía una estrella en la calificación. Hizo una forma en espiral ascendente, estaba bien. Había sido un buen día, tres aspirantes válidos. Me quedaba con Artista, tenía aptitudes y destreza, y seguro que más cosas.
   Empezaba a desvariar otra vez. Cerré los ojos y respiré profundamente. Tenía que preparar el guión para el montaje. Como introducción un flash de los periodistas agobiando a Uno. Después, Uno. Luego Dos y Tres, sólo las escenas que mejor reflejaran lo inútiles que eran. No, Tres y a continuación Dos y su salida apoteósica, con algún movimiento sinfónico violento. Esto debería comentarlo con Piero. Con Cuatro había que explayarse, era un Artista y algo de Cinco, que tampoco está mal. Ya estaba, sólo quedaba ponerlo por escrito.
  


   Como era habitual, nada más acabar, sonó el teléfono.
   –Hola Violeta. ¿Has podido ver el programa?
   –Sí, sí que lo he visto. Me he reído un montón. Vaya paliza que le han dado al segundo concursante.
   Las imágenes de violencia callejera habían sido apoteósicas. Piero dudó cuando se lo propuse, pero cuando le comenté que era la oportunidad de mostrar la violencia de género a la inversa, se entusiasmó y dijo que demostraríamos que los pobres apaleados también tenían sus derechos y que habría que crear el Instituto del Hombre.
   –Pobre hombre, a mí me daba pena el pobrecito.
   –Mamá, él se lo buscó, intentaba engañar a su novia.
   –Con dejarle hubiera bastado. Además, no hubiera llegado a la final, no tenía madera de artista.
   –Estás hecha toda una experta, mamá. Seguro que ya sabes quiénes pasan a la final.
   –¡Ay, cómo me gustaría que lo viéramos juntas! El que más me ha gustado es el que ha hecho el rascacielos, pero estoy ansiosa porque salga el andaluz, tiene que ganar.
   –Me quedo con el del rascacielos, como tú dices.
   –Ay, Violeta, es que la tierra tira. A veces, cuando pienso que van a tener un hijo artista, me acuerdo de ti.
   –¿Ah, sí? –me asusté–. ¿Por qué?
   –Me imagino a un par de pequeñines, sentados en la mesa de la cocina, cada uno con su papel y sus pinturas –seguía in albis…    
   –Con la ilusión que te hace, cualquier día te doy una sorpresa.
   –Eso es que ya tienes a alguien en perspectiva. ¿No será aquel del que me hablaste el otro día? Porque he soñado con un joven galante y muy formal que te cortejaba…
   –¿No habrás tenido un pálpito?
   –Pues… ahora que lo dices…, diría que sí.
   Pues yo esperaba que no lo fuera, porque la descripción encajaba con Interlocutor.