lunes, 24 de octubre de 2016

LA TORRE. Alejandro y Elena. Cap. 27.



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LA GACETA DE SALAMANCA                         Domingo 27 de Abril de 2008

El MISTERIO DE TURÉGANO
     La villa segoviana de Turégano, antes conocida por su famoso castillo iglesia, es noticia de actualidad, debido a los extraños sucesos que allí han tenido lugar.
     Todo empezó en el mes de diciembre, al desplomarse una casa, era muy vieja y estaba abandonada, así que nadie le dio la menor importancia. A los pocos días cayó la casa colindante y esta vez hubo que lamentar dos heridos.
     Los sucesos habrían quedado olvidados, si no fuera porque a finales de enero se desplomó la tercera casa. Al día siguiente fue el ayuntamiento y a partir de ese momento, no hubo día en que no se viniera abajo algún edificio. Fueron dieciséis los heridos y dos los muertos que hubo que lamentar. Los vecinos de la villa, atemorizados, empezaron a abandonar sus casas.
     Ante la avalancha de desgracias, que ya no podían ser consideradas casuales, el gobierno tomó cartas en el asunto. Lo primero que hizo fue mandar construir una barriada de casas prefabricadas a un par de kilómetros de la villa. Lo segundo fue mandar a los técnicos a la zona para tratar de averiguar la causa del desastre. Arquitectos, geólogos e ingenieros fueron incapaces de dar una explicación coherente.
     El castillo se alza al norte de la población, en una elevación de la meseta. A finales de febrero, el terreno empezó a hundirse a su alrededor y quedó aislado. A ese hundimiento siguieron otros, en los que desaparecieron casas enteras y el pueblo se convirtió en un montón de ruinas.
     Los geólogos hablaron entonces del fenómeno cárstico. Al parecer, las aguas subterráneas habrían disuelto el terreno, dando lugar a la formación de galerías y cuevas. Debido a su gran tamaño y lo cerca de la superficie que debían hallarse, llegó un momento en que el peso que debían soportar hizo que su techo se colapsara, dando lugar a la que en geología se conoce con el nombre de dolinas. Los estudios y mediciones efectuadas hasta ahora, todavía no han arrojado resultados sobre la veracidad de dicha hipótesis.
     A partir de ese momento, la gente empezó a abandonar la nueva barriada, pues temían que el suceso siguiera extendiéndose. Hablaban de la maldición del castillo. Videntes, ocultistas, ufólogos y charlatanes de toda índole visitaban las inmediaciones de Turégano y daban todo tipo de explicaciones disparatadas. Entre todas ellas, hubo una que empezó a cobrar fuerza, la de un vecino del pueblo, uno de los pocos que continúan alojados en las casas prefabricadas, Eufrasio Porras. Él mismo nos lo contó:
     —Es “la maldición del dragón”. Mi abuela Atanasia la vivió en primera persona. Un buen día llegó del sur uno que se decía pintor y se dedicó a hacer dibujos por el pueblo. En uno de ellos, colocó un dragón sobre el castillo. En realidad, se dedicaba a las artes oscuras. Unos días después apareció una hechicera, llegada de las tierras del oeste. Dicen que era muy hermosa. Una noche unieron sus poderes a las puertas del castillo y delante de su misma iglesia, realizaron un conjuro que hizo surgir de las entrañas de la tierra al mismísimo Satanás en forma de un dragón negro como la noche. Mi abuela sufrió el ataque de la bestia, que aterrizó en su tejado y lo destrozó. Aterrorizada, se encomendó a San Miguel Arcángel, que acudió en su ayuda y tras titánica lucha con el dragón logró vencerlo.
     No hubo más hundimientos, todo parecía calmado, y entonces empezó a manar agua; fue a finales de Marzo y siguió brotando agua durante casi un mes. Las ruinas del pueblo quedaron anegadas, aunque aún asomaban restos de muros que se resistían a caer. El castillo quedó en una isla, en medio de una inmensa laguna. Algunos hablaban de la inminente aparición del dragón negro, mientras otros creaban nuevas leyendas; incluso oímos nombrar al monstruo del lago Ness.
     La noche del veinte de abril, tuvo lugar el último suceso conocido de ese lugar caído en desgracia. Según los pocos vecinos que quedaban en las casas prefabricadas, hubo tormenta y fuertes temblores de tierra. Los sismógrafos no detectaron ninguna anomalía aquella noche y sin embargo, a la mañana siguiente, el famoso castillo-iglesia de Turégano se había colapsado; sólo quedo en pie una torre solitaria emplazada en una pequeña isla en el centro de un lago.
     Triste final el de ese pueblo. Los últimos vecinos se han apresurado a abandonar la zona.                                                                                                            



     Dejó el periódico sobre la mesa que había junto a la butaca y echó la cabeza hacia atrás. La volvió lentamente hacia la izquierda y detuvo la mirada en el cuadro más grande de cuantos había en aquella pared: el dragón alzando el vuelo desde una de las torres del castillo de Turégano. Su pobre abuelo convertido en maligno hechicero.
     Turégano, el pueblo donde se conocieron sus abuelos. Nunca había ido allí, pero lo conocía por la colección de cuadros de su abuelo que había en el Museo de Salamanca. El viaje al castillo, ocho óleos en los que aparecía su abuela camino de la fortaleza. Tenía imaginación, la tenían los dos, porque la historia la fraguó su abuela.
     Su abuelo alcanzó fama de excéntrico cuando se supo que por ahí circulaban un montón de pinturas suyas con dragones. Y su abuela había escrito una novela. Era buena, aunque se empeñara en decir que era un diario. Lo mejor de todo era que parecía un auténtico libro medieval. Aquellas tapas de terciopelo y bronce, el papel de pergamino y la cuidada caligrafía marrón daban el pego. Pero de ahí a involucrarlos en las artes de la nigromancia…
     Se levantó de la butaca y fue a por la carpeta de dibujos de castillos de su abuelo. Volvió con ellos, colocó la vieja carpeta sobre la mesa y la abrió. Fue pasando con calma los dibujos, algunos eran bocetos rápidos, pero otros estaban muy trabajados. El Alcázar de Segovia, el de Turégano y otros que no conocía, seguro que inventados. Volvió para atrás y empezó a ver de nuevo los inventados. Nunca se había dado cuenta, pero eran deformaciones de los otros dos y en algunos de ellos aparecían criaturas extrañas, suponía que dragones. Pasó al siguiente y le dio una punzada en el estómago.
     Se echó hacia atrás en la butaca y respiró con calma antes de atreverse a continuar mirando los dibujos. Se levantó y dio una vuelta por la habitación. Volvió al sitio y siguió pasando hojas. Fue sacando algunos dibujos, los extendió sobre la mesa y luego los ordenó.
     Era como si su abuelo supiera lo que iba a pasar. Allí estaba el castillo entero, el castillo deformado o como ahora creía, en diferentes estadios de ruina. Luego venía la solitaria torre gótica, de ésta había dos versiones. En la primera, se encontraba en medio de la pradera y había un bosque oscuro al fondo. En la segunda, estaba en medio de un lago y un camino se adentraba en el agua hasta la torre, y había una persona en la orilla. ¿Su abuela? Posiblemente. Y el último dibujo…
     En ese último dibujo que aún no comprendía estaba la clave. Salió corriendo y fue a buscar la novela de su abuela. Era una joya y sus padres la guardaban a buen recaudo. Al poco volvió con ella y se sentó en la butaca. Necesitaba refrescar su memoria, hacía mucho tiempo que la había leído. 
     Fueron horas, en las que no fue capaz de moverse del sitio. El libro reposaba abierto en su regazo. Su mirada, posada en el cuadro del dragón alzando el vuelo, se perdía en el infinito. Cerró los ojos, inspiró y volvió a abrirlos. Cerró el libro con parsimonia y levantándose, lo depositó suavemente sobre el asiento.
     Fue hasta su dormitorio a consultar el calendario. El castillo se hundió el veinte y ese día hubo luna llena. El último dibujo de su abuelo representaba el Templo en la isla. Y su abuela tenía razón. La torre caería, dejando la entrada del Templo al descubierto. Y él sabía la fecha: el 20 de Mayo, día de luna llena.


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