27
Últimas noticias
LA GACETA
DE SALAMANCA Domingo 27 de Abril de 2008
El MISTERIO DE TURÉGANO
La villa segoviana de Turégano, antes
conocida por su famoso castillo iglesia, es noticia de actualidad, debido a los
extraños sucesos que allí han tenido lugar.
Todo empezó en el mes de diciembre, al desplomarse
una casa, era muy vieja y estaba abandonada, así que nadie le dio la menor
importancia. A los pocos días cayó la casa colindante y esta vez hubo que
lamentar dos heridos.
Los sucesos habrían quedado olvidados, si no
fuera porque a finales de enero se desplomó la tercera casa. Al día siguiente
fue el ayuntamiento y a partir de ese momento, no hubo día en que no se viniera
abajo algún edificio. Fueron dieciséis los heridos y dos los muertos que hubo
que lamentar. Los vecinos de la villa, atemorizados, empezaron a abandonar sus
casas.
Ante la avalancha de desgracias, que ya no
podían ser consideradas casuales, el gobierno tomó cartas en el asunto. Lo
primero que hizo fue mandar construir una barriada de casas prefabricadas a un
par de kilómetros de la villa. Lo segundo fue mandar a los técnicos a la zona
para tratar de averiguar la causa del desastre. Arquitectos, geólogos e
ingenieros fueron incapaces de dar una explicación coherente.
El castillo se alza al norte de la
población, en una elevación de la meseta. A finales de febrero, el terreno
empezó a hundirse a su alrededor y quedó aislado. A ese hundimiento siguieron
otros, en los que desaparecieron casas enteras y el pueblo se convirtió en un
montón de ruinas.
Los geólogos hablaron entonces del fenómeno
cárstico. Al parecer, las aguas subterráneas habrían disuelto el terreno, dando
lugar a la formación de galerías y cuevas. Debido a su gran tamaño y lo cerca
de la superficie que debían hallarse, llegó un momento en que el peso que
debían soportar hizo que su techo se colapsara, dando lugar a la que en
geología se conoce con el nombre de dolinas. Los estudios y mediciones
efectuadas hasta ahora, todavía no han arrojado resultados sobre la veracidad
de dicha hipótesis.
A partir
de ese momento, la gente empezó a abandonar la nueva barriada, pues temían que
el suceso siguiera extendiéndose. Hablaban de la maldición del castillo.
Videntes, ocultistas, ufólogos y charlatanes de toda índole visitaban las
inmediaciones de Turégano y daban todo tipo de explicaciones disparatadas.
Entre todas ellas, hubo una que empezó a cobrar fuerza, la de un vecino del
pueblo, uno de los pocos que continúan alojados en las casas prefabricadas,
Eufrasio Porras. Él mismo nos lo contó:
—Es “la maldición del dragón”. Mi abuela
Atanasia la vivió en primera persona. Un buen día llegó del sur uno que se
decía pintor y se dedicó a hacer dibujos por el pueblo. En uno de ellos, colocó
un dragón sobre el castillo. En realidad, se dedicaba a las artes oscuras. Unos
días después apareció una hechicera, llegada de las tierras del oeste. Dicen
que era muy hermosa. Una noche unieron sus poderes a las puertas del castillo y
delante de su misma iglesia, realizaron un conjuro que hizo surgir de las
entrañas de la tierra al mismísimo Satanás en forma de un dragón negro como la
noche. Mi abuela sufrió el ataque de la bestia, que aterrizó en su tejado y lo
destrozó. Aterrorizada, se encomendó a San Miguel Arcángel, que acudió en su
ayuda y tras titánica lucha con el dragón logró vencerlo.
No hubo más hundimientos, todo parecía
calmado, y entonces empezó a manar agua; fue a finales de Marzo y siguió brotando
agua durante casi un mes. Las ruinas del pueblo quedaron anegadas, aunque aún
asomaban restos de muros que se resistían a caer. El castillo quedó en una
isla, en medio de una inmensa laguna. Algunos hablaban de la inminente
aparición del dragón negro, mientras otros creaban nuevas leyendas; incluso
oímos nombrar al monstruo del lago Ness.
La noche del veinte de abril, tuvo lugar el
último suceso conocido de ese lugar caído en desgracia. Según los pocos vecinos
que quedaban en las casas prefabricadas, hubo tormenta y fuertes temblores de
tierra. Los sismógrafos no detectaron ninguna anomalía aquella noche y sin
embargo, a la mañana siguiente, el famoso castillo-iglesia de Turégano se había
colapsado; sólo quedo en pie una torre solitaria emplazada en una pequeña isla
en el centro de un lago.
Triste final el de ese pueblo. Los últimos
vecinos se han apresurado a abandonar la zona.
Dejó el periódico sobre la mesa que había
junto a la butaca y echó la cabeza hacia atrás. La volvió lentamente hacia la
izquierda y detuvo la mirada en el cuadro más grande de cuantos había en
aquella pared: el dragón alzando el vuelo desde una de las torres del castillo
de Turégano. Su pobre abuelo convertido en maligno hechicero.
Turégano, el pueblo donde se conocieron sus
abuelos. Nunca había ido allí, pero lo conocía por la colección de cuadros de
su abuelo que había en el Museo de Salamanca. El viaje al castillo, ocho óleos
en los que aparecía su abuela camino de la fortaleza. Tenía imaginación, la
tenían los dos, porque la historia la fraguó su abuela.
Su abuelo alcanzó fama de excéntrico cuando
se supo que por ahí circulaban un montón de pinturas suyas con dragones. Y su
abuela había escrito una novela. Era buena, aunque se empeñara en decir que era
un diario. Lo mejor de todo era que parecía un auténtico libro medieval.
Aquellas tapas de terciopelo y bronce, el papel de pergamino y la cuidada
caligrafía marrón daban el pego. Pero de ahí a involucrarlos en las artes de la
nigromancia…
Se levantó de la butaca y fue a por la
carpeta de dibujos de castillos de su abuelo. Volvió con ellos, colocó la vieja
carpeta sobre la mesa y la abrió. Fue pasando con calma los dibujos, algunos
eran bocetos rápidos, pero otros estaban muy trabajados. El Alcázar de Segovia,
el de Turégano y otros que no conocía, seguro que inventados. Volvió para atrás
y empezó a ver de nuevo los inventados. Nunca se había dado cuenta, pero eran
deformaciones de los otros dos y en algunos de ellos aparecían criaturas
extrañas, suponía que dragones. Pasó al siguiente y le dio una punzada en el
estómago.
Se echó hacia atrás en la butaca y respiró
con calma antes de atreverse a continuar mirando los dibujos. Se levantó y dio
una vuelta por la habitación. Volvió al sitio y siguió pasando hojas. Fue
sacando algunos dibujos, los extendió sobre la mesa y luego los ordenó.
Era como si su abuelo supiera lo que iba a
pasar. Allí estaba el castillo entero, el castillo deformado o como ahora
creía, en diferentes estadios de ruina. Luego venía la solitaria torre gótica,
de ésta había dos versiones. En la primera, se encontraba en medio de la
pradera y había un bosque oscuro al fondo. En la segunda, estaba en medio de un
lago y un camino se adentraba en el agua hasta la torre, y había una persona en
la orilla. ¿Su abuela? Posiblemente. Y el último dibujo…
En ese último dibujo que aún no comprendía
estaba la clave. Salió corriendo y fue a buscar la novela de su abuela. Era una
joya y sus padres la guardaban a buen recaudo. Al poco volvió con ella y se
sentó en la butaca. Necesitaba refrescar su memoria, hacía mucho tiempo que la
había leído.
Fueron horas, en las que no fue capaz de
moverse del sitio. El libro reposaba abierto en su regazo. Su mirada, posada en
el cuadro del dragón alzando el vuelo, se perdía en el infinito. Cerró los
ojos, inspiró y volvió a abrirlos. Cerró el libro con parsimonia y
levantándose, lo depositó suavemente sobre el asiento.
Fue hasta su dormitorio a consultar el
calendario. El castillo se hundió el veinte y ese día hubo luna llena. El
último dibujo de su abuelo representaba el Templo en la isla. Y su abuela tenía
razón. La torre caería, dejando la entrada del Templo al descubierto. Y él sabía
la fecha: el 20 de Mayo, día de luna llena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario