UN BESO
Trópez continuó mostrando su hierática
sonrisa hasta que las holocámaras de los informadores dejaron de disparar, a la
espera de su respuesta.
―Hemos debatido las necesidades de la
Comunidad de Alea y creemos que su presupuesto debe ser revisado al alza.
Todas las miradas se volvieron hacia mí.
―He de decir que estoy satisfecha con los
resultados obtenidos.
Fueron respuestas vagas, no había dicho lo
que creía que iba a darme, ni yo lo que le exigiría. Los informadores prepararon
sus holocámaras. Trópez se giró hacia mí y tendió su diestra. Los del partido Zurdo
tal vez deberíamos darnos la siniestra como símbolo de nuestras creencias, así
que levanté esa mano y Trópez frunció el ceño. Si le parecía mal, iba a recibir
un par de besos. Apoyé la siniestra en su hombro y la diestra en el otro brazo.
―Vas a quintuplicar el presupuesto ―le
susurré al oído.
―¿Qué dices? ―sorprendido, giró la cabeza.
Sin pretenderlo, mis labios entreabiertos
salvaron la escasa distancia y se unieron a los suyos. Sabía a menta, a
pharmaelixir bucal. Lo sentía como el burbujeo de una bebida espumosa deslizándose
por la garganta, llegando cosquilleante al estómago, derretida finalmente en
una zona mucho más íntima.
…
Aniano me esperaba en la salita de la entrada,
sentado en la banqueta de descalzarse, y no tenía buena cara.
―Alea, ¡estás loca, lo tienes todo y
quieres más! ―se levantó, me dio la espalda y se alejó por el pasillo―. No sé por
qué has tenido que besarle.
Si tanto le había molestado, que solicitara
el divorcio sentimental; el amor hacía mucho tiempo que se había extinguido. Me
descalcé y fui directa a la sala de relax. Preparé un Greencohol, me acomodé en
el sillón y contemplé el diminuto arce violeta. Había conseguido sacarle a Trópez
lo que quería, y el beso había resultado magistral. A veces me asaltaban ideas
brillantes y descabelladas, jamás fallaban; me alegraba de haberla puesto en
práctica.
Había ganado y lo había demostrado ante
los medios informativos. A través de la copa se desdibujaban las hojas del arce
y creaban ondulaciones violetas, verdes y azules. Di un trago al Green. Lástima
que no proporcionara una sensación chispeante y orgásmica tan intensa como la que
otorgaba la victoria. Trópez se retorcería de rabia si lograra imaginarlo, pero
no era tan listo. El desliz de Blus Printin cuando llevaba tres meses en la
presidencia, demostró que no era muy espabilado.
Di un sorbito al electrizante Green. A
raíz del desliz, solicité una reunión, y se negó. Al decirle que tenía pruebas,
conseguí una audiencia para la jornada siguiente, algo que no gustó a Aniano. Regentas
la Comunidad más extensa de la Confederación Ibérica ―me dijo―, ¿qué más quieres?
Era así de básico. Cuando le conocí me sentí atraída por él, nuestras
convicciones políticas Zurdas eran muy parecidas, pero yo evolucioné, involucrándome
a fondo en la política. Él involucionó, derivando hacia la ecología y todas
esas sandeces de salvar el planeta. Agité el Green, y burbujeó azulado.
Acudí puntual al Palacio de la Monaloca y
me hizo esperar, fue su breve momento de gloria antes de entrar al despacho oficial.
Trópez se sentó en la butaca que había junto a la mesita, sin ofrecerme si
quiera un alcoholdrink. La otra butaca estaba de cara a la ventana y la luz del
sol resultaba cegadora, así que fui hacia la ventana dispuesta a correr los vetustos
cortinajes. Rodeé la mesa presidencial y al ver una butaca tan cómoda, cambié
de idea y me senté. El asiento se amoldó a mi cuerpo y la luz quedó a mi
espalda. Trópez se giró para ver qué estaba haciendo y su rostro registró una
ligera conmoción antes de volver a darme la espalda como si no pasara nada.
―Entiendo que quisieras acudir al
concierto de Blus Printin, no me extraña que te perdieran su voz abisal y el
rasgueo de su guitarra alitrónica ―saqué la petaca de Green y di un sorbo―. ¿Por
cuánto os habría salido el viaje a Petra y a tí, por seiscientos o setecientos
eurodólares?
Trópez se retorció en su sillón y entornó
los ojos, cegado por la luz.
―No
sé a dónde quieres ir a parar.
―Dos entradas para el concierto,
quinientos sesenta eurodólares. ¿Acaso incluían sofás ergonomásticos y bebidas
alucinógenas?
―Fue un viaje estrictamente oficial y el
Presidente tiene derecho a ir acompañado de su pareja sexual.
―Una paella de marisco abisal, regada con
dos botellas de vino Don Simonet en Don Pegadito, casi ochocientos eurodólares.
―El viaje oficial fue político, gastronómico
y cultural ―se puso de rodillas en el sillón, aferrado al respaldo.
―Una noche en la suite presidencial del
Hilitown, tres mil setecientos; un taxidrón a tu disposición durante
veinticuatro horas, más de dos mil. Un viaje oficial Hostelero y… ¿transportante?
―No sigas por ahí, te puede costar la
presidencia de la Comunidad Sureña.
―A ti te puede costar tu vacilante
presidencia de la Confederación de Comunidades de la Península Ibérica ―abrí la
bandolera, saqué la plastifotocopia y la dejé sobre la mesa presidencial. La
había conseguido gracias a mi amigo Jhudas, secretario de la Comunidad
Levantina, que me debía un favor―. El presidente de la Comunidad Levantina no
tenía prevista en su agenda ninguna reunión el 23 de Octubre del año 32 de la
Era Ciudadana.
Parecía un creyente religioso en el
reclinatorio esperando comulgar. Abandonó pose tan comprometida para un Zurdo, vino
hacia mí y observó el papel con fingida desgana.
―Esto no prueba nada, fue una reunión de carácter
urgente.
―Tan urgente que tampoco figura en la
agenda de la Confederación Ibérica del día 22, cuando pediste el dron
presidencial, ni en la del 23, cuando el presidente levantino te esperaba en su
despacho a las 12:00, ni en la del 24 como resultas de la urgencia.
―No puedes probarlo.
―Sólo te he enseñado el contenido de una
de las agendas.
Se tensó aún más, mientras su sonrisa oficial
se desvanecía.
―¡Es imposible que tengas mi agenda!
―apoyó los brazos sobre la mesa, pero no se atrevió a ocupar la silla de
invitado a la mesa presidencial, corría el riesgo de quedar deslumbrado del
todo.
No era un farol, un tal Iscaryote, amigo
de Jhudas y al que debía un favor, había conseguido unas copias que me
resultaban valiosísimas.
―El total de gastos generados por el viaje
oficial, incluido el uso del dron presidencial, ascienden a casi siete mil
eurodólares ―sonreí―. Dame un motivo por el cual una buena ciudadana no deba
denunciar el uso ilícito del dinero público para fines privados. A algunos informadores
les va a encantar la noticia y Justicia se verá obligada a intervenir.
―Está bien. Triplico el presupuesto de tu
Comunidad.
―Acepto ―di otro trago de Green y guardé
la petaca en la bandolera junto a la holocopia.
―Salgamos ―dijo sin mostrar su típica
sonrisa―, los informadores nos aguardan.
No
había nada como tener amigos que te debieran favores. Tenía que recompensar a Jhudas.
Apuré el Green y me levanté para servirme otro.
***
El Green descendió cual cascada
chispeante. Era una sensación deliciosa de la que no me cansaba, relajante como
el mar Tirreno que contemplaba. Había sido buena idea construir la mansión en
este lugar tan apartado e inaccesible, en la ladera del Abrupto, junto al
acantilado de sesenta metros de vertiginosa caída. El dron aún era visible en
el horizonte, devolviendo a Money a la civilización. Aún quedaba un poco de
Green en su copa. La tomé y di un trago, no me apetecía entrar a por otra
botella.
Acabábamos de mantener una reunión en la
que habíamos trazado las líneas maestras para salvar a la Confederación del
lamentable estado en el que se encontraba. Money tenía las ideas muy claras y
me mostró la política desde un enfoque diferente. Los Diestros alimentaban la
Economía y enriquecían los estados. Los Zurdos consumían recursos en ayudas
sociales. La riqueza generaba los recursos necesarios para destinarlos a los
fines sociales. Dado que la separación entre Zurdos y diestros se había
disuelto hacía décadas, no importaba que siendo Zurda comenzara con una
política Diestra.
Di un pequeño sorbo. Desde cada Comunidad
y desde cada Administración debería impulsar la creación de empleos que
activaría la economía, y generaría los recursos necesarios para emprender una
política Zurda destinada a activar las ayudas sociales. Money había tenido una
idea genial, por algo era el mejor economista de la Confederación de
Comunidades de la Península Ibérica, e inmediatamente le nombré asesor personal
privado. Aceptó, pero dijo que no podía hacerlo él sólo, y partió hacia
NeoMadriz para crear el mejor equipo de asesores privados que pudiera formar.
La mansión, con todos los detalle imaginables e inimaginables y el equipo de
asesores, todo saldría de la escandalosa comisión recibida en su día por el
presupuesto que conseguí para la Comunidad Sureña. Por Money, alcé la copa
hacia el dron que acababa de rebasar la cumbre del Abrupto.
Money era un genio, tenía Conocimientos
Superiores de Economía y Ayuda Social, Crecimiento Económico y Desarrollo
Social, Equilibrio Económico y Empresa Sostenible; y por si fuera poco, había
realizado ocho Cursos Maestros. Había vaciado su copa y no me quedó más remedio
que entrar a por la botella. No había conocido a nadie tan cualificado, y sentí
una punzada de envidia. Agarré el i-plus-phonio y llamé a Jhudas, mi recién
nombrado Asesor de Inconvenientes.
Le pedí que me consiguiera algunos Cursos
Maestros y aunque me recordara que los políticos no podíamos siquiera tener título
de Conocimientos Medios, insistí; al fin y al cabo eran para uso personal. Dijo
que me mandaría una lista con las posibilidades, y le pedí también un par de
títulos de Conocimientos Superiores. Había hecho bien en regalarle un palacete en
OldMadriz por los servicios prestados para apear a Trópez de la presidencia.
…
El dron aterrizó entre las adelfas. Había
transcurrido un mes y Money volvió para informarme de los avances. El equipo de
asesores funcionaba a pleno rendimiento y los primeros resultados se habían
dejado notar en forma de un ligero repunte en la economía. La Confederación empezaría
a crecer y pronto podría empezar la política Zurda de ayudas sociales a nativos
e inmigrantes. Dejé el Green sobre la mesa, junto a los títulos de
Conocimiento. Money se fijó entonces en ellos, y le comenté que me gustaba
estudiar, un capricho que era una pena debiera llevar en secreto. No dijo nada.
Cogí la copa y di un sorbito.
Era la presidenta y él mi asesor, e
intelectualmente ya no estaba por debajo de él. Me gustaba Money, y en ese
sentido también tomaría la iniciativa. Dejé el Green y le besé.
***
Sobre la mesa del jardín aleteaban los
destellos de lo que quedaba de la botella de Greencohol. El poder me había sido
arrebatado. Ocurrió cuando estaba a punto de comenzar el programa de ayudas
sociales. La Confederación había crecido económicamente y el desempleo era
inusualmente bajo, por eso no entendí que tuviera que enfrentarme a una moción
de censura presentada por los propios Zurdos. No supe cómo llegaron a
enterarse, pero descubrieron que estaba en posesión de varios títulos de Cursos
Maestros y Conocimientos Superiores y me apearon de la política.
Quise estar a la altura de Money, y lo eché
todo a perder; por unos papeles que decían que era más lista de lo que era,
unos papeles que saqué al jardín y dejé sobre la mesa. La brisa del atardecer
me los arrebató, arrastrándolos hacia el acantilado. Había perdido el poder,
sólo me quedaban el dinero y la mansión… y el Green; di un largo trago que
consiguió hacerme vibrar desde el paladar hasta el estómago. La sensación cesó
a los pocos minutos. Extendí el brazo para coger la botella, y sentí la
sensación en el brazo y el rostro. No había bebido tanto… entonces vi el dron.
Osciló de forma extraña en su descenso, y
se posó torpemente sobre una de las patas, botó, rebotó y acabó posándose
bruscamente. Se abrió la puerta, y salió un asustado Money, mirando al dron con
temor. Después se dirigió hacia mí y se sentó en la pradera, como si no le
importara estropear su traje de Aramidha.
―No son tan fáciles de manejar como dicen.
―¿Lo has guiado en modo manual?
―Sí ―susurró.
―Eres un insensato. ¿Quieres un
Greencohol?
―Creo que sí.
No tenía ganas de levantarme. Llené mi
copa y se la pasé. Apenas se mojó los labios.
―¿Qué es eso? ―señaló hacia los papeles que
se alejaban.
Uno de ellos se deslizó más allá del acantilado,
acabaría en el vasto océano; tal vez fuera el alimento de alguna criatura
acuática; por lo menos serviría para algo.
―Nada importante. Unos títulos sin valor
―tendí la mano y me pasó la copa. Necesitaba vibrar―. Jamás estudié. Abandoné en
estudios medios, era más fácil la política ―me volví hacia el mar―, o eso
parecía.
―No los necesitabas, no conmigo ―habíamos
acabado siendo pareja sexual, hasta mi caída.
―¿A qué has venido?
―A disculparme, por no haberlo visto
venir.
―¿A
qué te refieres?
Se rascó la cabeza. Él también estaba mal,
y no entendía por qué.
―Jhudas, él te traicionó. Estaba seguro de
que aumentarías las Ayudas Sociales mucho más allá de los límites razonables.
Y tenían razón. Era mi deber como Zurda.
―No lo entiendo, encumbré a Jhudas, le di
todo lo que podía desear.
―No es por poder, es… es un idealista.
Quiere una Confederación próspera y va a luchar por ella. No quería que nadie la
estropeara, así que decidió eliminarte.
Durante largo rato, contemplamos el cielo
sobre el acantilado sin decir nada.
―¿Tienes alguna idea de quién ocupará mi
puesto?
―Zurdo o Diestro, da igual; será un líder
de humo.
Cogí la copa de su mano y bebí.
―Jhudas es el poder en la sombra. Creí que
eso era una fantasía.
Tomó la copa casi vacía de mi mano.
―No sé cómo decírtelo ―apuró la copa―. Me
ha pedido que continúe dirigiendo el equipo de asesores.
―¿Lo harás? ¿Trabajarás para él?
―Quería
preguntártelo.
Todo lo que había aprendido en política se
derrumbó, en un momento. El idealismo no existía, al menos en el mundo que yo
conocía. Era su futuro, ¿por qué quería preguntarle a una fracasada?
―¿Por qué…
―Fuiste tú la que me llamó. Creamos un
equipo de asesores que consiguió hacer prosperar a la Confederación.
―No necesitas mi aprobación. Acepta.
Se rascó la cabeza. Había algo más.
Abandoné el asiento y me senté sobre la
hierba, a su lado.
―Te necesito a mi lado ―susurró.
―No soy la más indicada para aconsejarte. Sabía
cómo obtener riqueza y poder. He perdido el poder y no sé si podré retener la
riqueza. No sé de idealismos ni honradez, sería un lastre para ti.
―Consejera privada ―se rascó la cabeza.
Miré al cielo, escuché al mar devorando el
acantilado muy poco a poco y las lágrimas se deslizaron por mis mejillas. Me
volví hacia él y le abracé. Sonreí, demasiado cerca de su boca, y supe que
tenía que besarle. Era otra de esas ideas locas que cruzaban por mi mente.
Resultó suave y húmedo, y sentí un
cosquilleo en el paladar, que ascendía a la nariz y más arriba, hasta el
cerebro; era diferente al Green, diferente a aquel beso orgásmico que sentí una
vez… y no deseaba que acabara.
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