martes, 14 de noviembre de 2017

PORTADA y GRIPE E


Saludos a mis futuros lectores:
     Os presento la portada del libro. Es una versión básica, puesto que el blog se niega (vaya usted a saber porqué) a dejarme subir la portada real. Y a continuación, el relato que abre la nueva temporada, un viejo conocido para algunos, pero, qué le vamos a hacer, pertenece a ese futuro que resulta no estar tan lejos como parece.



GRIPE E


     Cada tarde entro en el edificio, subo a la azotea y me siento a contemplar el ocaso. Ahora cuento el tiempo por atardeceres. Son treinta y cinco ya los que llevo expuesto a la enfermedad, al otro lado de la burbuja protectora de la ciudad, respirando aire no filtrado cargado de partículas nocivas. Así son las cosas en el exterior. El insalubre disco rojo comienza a descender.
     Por un instante, el sol dulcifica su aspecto, me sonríe, y veo a mi Elena: sus vivos ojos color cielo salubre, el rostro sonriente y los alborotados rizos dorados; es la niña más bonita de toda la ciudad. Una nube oculta su rostro. Maldita atmósfera exterior.
     Desenvuelvo el bocadillo y extendiendo el brazo, lo pongo bajo el macilento sol en un vano intento de detener su caída, y la mía. Comida tan contaminada como el brillante círculo rojo, pero no hay nada que hacer, así que dejo que el sol prosiga su declive y  doy un mordisco al bocadillo. Al instante, lo siento subir por las fosas nasales y me hace cosquillas en la nariz. Lo que me temía, la enfermedad vuelve a manifestarse. Dejo de masticar y aguanto la respiración hasta que se me pasa. Quiero que me deje en paz, necesito trabajar.
     Soy recolector de material en los arruinados edificios del exterior, se extienden en todas direcciones hasta donde la vista alcanza. Busco objetos de los tiempos antiguos, porque aunque parezca raro, hay personas que los coleccionan. Yo sólo recojo los que parecen más interesantes y los entrego en el almacén. Son otros los que los seleccionan, limpian y desinfectan, antes de introducirlos de manera clandestina en la ciudad. Hoy me han pagado y he ido al correo a mandarle el dinero a Claudia, mi mujer.
     De momento he logrado contenerlo. Irónicamente, arrastro la enfermedad desde que estaba en la ciudad. Un refuerzo en mi ración semanal de medicamentos preventivos hizo que los estornudos se fueran suavizando y ahora que lo pienso, desaparecieron al salir al infectado mundo exterior. Eso es que algo mucho peor debe estar anidando en mi organismo. Tengo miedo.
     Todo sea por Elena, es demasiado joven para que su vida se apague. Aún así me costó mucho tomar la decisión de exiliarme al exterior, donde la enfermedad le consume a uno hasta la muerte. Muerdo con rabia el bocadillo. Claudia, cuánto te echo de menos. Elena alegró nuestras vidas hasta que a sus saludables cinco añitos, empezó a llenarse de granos por todo el cuerpo. No bastó la ración semanal de salud, tampoco los dos refuerzos que recibió y tuvimos que llevarla al laboratorio de Inpharm. Le dieron el tratamiento preventivo especial, podíamos permitírnoslo, pero ella siguió empeorando, aquejada de cansancio y sudores fríos. La vieron tan grave que la enviaron al laboratorio central y la vio un pharmamédico. El diagnóstico previo fueron treinta mil eurodólares, que el seguro pharmacéutico no cubría, y eso que ha subido tanto en los últimos años debido a la Gripe E que sufrimos, que duplica a los impuestos estatales. “Inpharm le mantiene saludable”, dice el eslogan de la Industria Pharmacéutica, si puedes pagarlo, claro. Nunca he visto tanto dinero junto, así que fui al Pharmabanco, pero ni siquiera sabiendo para lo que era me concedieron el crédito, no me consideraban suficientemente solvente. Quise buscar un segundo trabajo, pero Inpharm dice que no es saludable y por tanto, no está permitido.
     El trabajo clandestino es duro, pero al menos está bien pagado y todo lo que pido es poder vivir el tiempo suficiente para poder sufragar su resalutación. Resulta chocante mandar dinero contaminado para limpiar a mi hija. Puede que los correos ilegales que se mueven entre los dos mundos sean los que introducen la enfermedad en la ciudad, pero el caso es que yo pago una cuantiosa suma por la descontaminación del dinero.
     Doy otro mordisco al bocadillo. No saben mal la carne y el pan contaminados, de todos modos procuro no comer demasiado, pienso que así aguantaré más. Extraña situación, para salvar a Elena de la enfermedad he tenido que condenarme a ella. Aquí no hay preventivos ni medicamentos.
     Y pensar que dicen, que hubo un tiempo en que los medicamentos curaban en pocos días… Eso fue antes de la existencia de Inpharm, pero no hay que dar mucho crédito a las leyendas que circulan por el exterior. Algunos dicen llevar varios meses por aquí y que hay un tipo que ha aguantado más de un año. Me parece que la enfermedad nos corroe y vuelve demasiado imaginativos. El caso es que cada primero de mes se  celebra una fiesta, el otro día asistí, en la que nos juntamos los solitarios enfermos del exterior. Aparentemente estábamos todos bastante sanos. La procesión irá por dentro. Espero poder acudir al menos una vez más.
     Estornudo. Asustado, tiro el resto del bocadillo. No quiero más comida envenenada. Quiero creer en las leyendas, quiero que se vuelvan reales, quiero…
     El sol desaparece en el horizonte. Un atardecer menos en mi vida.





 
 

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