domingo, 9 de noviembre de 2014

LAPERFORMANCE. Primera parte. Capítulo 6.



-6-
La entrevista.

   Salí de casa envuelta en el vestido violeta que guardaba para las ocasiones especiales, pero no le puse ningún lunar, pues quería dar una imagen de madurez aderezada con un matiz de incertidumbre. Quién me iba a decir que el porvenir se decidiría a pocas manzanas al norte de casa. En vez de seguir mi calle preferí bajar hasta Serrano, que a esas horas de la tarde, estaba tan animada como yo.
   Había pasado más de un mes desde aquel lejano fin de semana en el cual empezó a fraguarse mi futuro, un mes de duro trabajo, en el que preparé a conciencia la performance que llevaba en forma de dossier bajo el brazo. Sabía que éste era el camino a seguir, lo sabía desde la primera visión en el museo. La segunda, en aquel semáforo, me dijo cómo lo haría. La tercera me llegó en sueños y me dijo que la embarazada era yo. Tardé en aceptarlo, representaba un cambio drástico en mi vida. Cada vez que me asaltaron las dudas, recordé al galerista, cuya mano había cobrado unas dimensiones terroríficas hasta convertirse en una zarpa alienígena; entonces éstas desaparecían.
   En mis planes de futuro entraba la posibilidad de casarme y tener hijos, así que lo único que estaba haciendo era adelantar lo de tener un hijo. El problema era cómo decírselo a mi madre y eso me llevó a pensar en una sustituta, una madre de alquiler, al fin y al cabo yo era la artista; bastaba con que dirigiera la performance, pero eso hubiera sido ir contra mis visiones: algo nefasto, lo sabía por experiencia.
   Ya resolvería el problema de mi madre, de momento tenía cosas más inmediatas, como conseguir hacer realidad la performance, que era a lo que iba. Exponiendo, había visto que no llegaría a ninguna parte, en el mejor de los casos me costaría años. Casándome con Felipe, acabaría trabajando para él y mi Arte caería en el olvido; sería una vida fácil en la que no me faltaría el dinero, pero para eso me habría quedado en Sevilla. Mi tío Julián me habría dado trabajo en la abaniquería y el día de mañana heredaría el negocio.
   La performance que pretendía hacer era mucho más difícil que exponer mi pintura, pero por ese mismo atrevimiento y porque el Arte actual derivaba por esos derroteros, lo conseguiría. No en vano había tenido las visiones, y éstas, nunca me habían fallado; el problema sería desoírlas. Y si dudaba, no tenía más que recordar la zarpa del galerista.
   Una performance con la que triunfaría. Tenía por delante un año de duro trabajo que me reportaría reconocimiento, fama y dinero, tras el cual, el mundo del Arte estaría a mis pies. Dispondría del resto de mi vida para tomar las riendas de mi Arte y reconducirlo por la senda que se me antojara. La gente era tan necia que pagaba por la firma de los artistas famosos, independientemente de la calidad de la obra en cuestión.
   Algo cayó sobre el dossier y me detuve. El pétalo rojo de un geranio, y había ido a parar al óvulo. Lo dejé donde estaba, era una buena señal. Los teníamos a montones en el patio de la casa de Triana.
   Levanté la vista y me topé con el número 87. Había llegado. No recordaba cuándo cambié de calle, ni haber mirado los números de los portales, o si el bullicio me acompañó durante todo el trayecto, pero aquí estaba. Me acerqué. Quinto A. Qué discreción, no había ningún nombre. Pulsé el botón.
   –¿Señorita Violeta Vera?
   –Sí, soy yo.
   La puerta se abrió. Atravesé el ostentoso portal hasta llegar al no menos decorado ascensor. Pulsé el botón verde y éste descendió envuelto en ruidos metálicos de un tiempo pasado. Abrí la reja y después la puerta, con manos temblorosas. Había un asiento y me deslicé en él. Hasta entonces, había estado tranquila. Me jugaba mi futuro en la entrevista.
   –María Santísima de la Estrella, por favor te pido, que todo vaya bien –estiré el brazo y pulsé el cinco. El ascensor chirrió y se puso en marcha.
   Había preparado la performance a conciencia y había salido a buscar los medios para realizarla, no sabía cuál de las dos cosas fue más difícil. Acudí a galerías de renombre, visité a críticos de Arte, hablé con gente involucrada en el mundo del Arte. Unos decían no entender mi propuesta y a otros les espantaba. Mis posibilidades fueron menguando, al igual que cuando pretendía exponer, hasta que en un rapto de inspiración, recordé dónde surgió la idea: en el Espacio de Arte Experimental. Conseguí una entrevista con su director, que tampoco lo vio claro: la juventud e inexperiencia jugaban en mi contra y la idea le resultaba demasiado radical. La Virgen de la Estrella debió escuchar mis plegarias, porque la vicedirectora entró en el despacho y él le comentó lo que me traía entre manos, como si buscara su complicidad para acabar de echarme. Contra todo pronóstico, Elvira se llamaba, se sentó en la mesa que había junto a la ventana, le echó un vistazo al dossier y pidió que se lo explicara. Escuchó pacientemente y después pronunció las palabras que me devolvieron la esperanza:
   –Jaime. Se lo podíamos decir a él. ¿Qué te parece?
   –No sé –dijo el director–. Él sólo lleva asuntos importantes –seguía queriendo quitarme de en medio.
   –¿Acaso éste no te lo parece? Anda, dame su dirección –le apremió con la mano– y deja que decida él.
   Resignado, el director rebuscó en el fichero, sacó una tarjeta y copió en un papel los datos del tal Jaime.
   –Es el mejor –Elvira me dirigió una mirada que me llenó de esperanza. Cogió el papel y me lo dio–. Él puede conseguirlo.
   Una sacudida brusca y el ascensor se detuvo.
   Al acercarme a la puerta de la vivienda sonó un clic en el pomo. Abrí y entré. No había nadie, no había nada aparte de la silla y la puerta del fondo estaba cerrada, así que supuse que el asiento me esperaba. Era una pieza interesante de madera de raíz. Me senté, coloqué el trabajo sobre mi regazo y respiré profundamente. Miré el reloj: faltaban cinco minutos.
   Estaba en un espacio impoluto, minimalista. La madera pálida moteada de pequeñas burbujas forraba suelo, paredes, puertas y techo en amplios paneles rectangulares con juntas de madera rojiza oscura. En el centro del techo, la luz quedaba oculta bajo el cuadrado central, una madera algo más oscura de extraños dibujos naturales, igual a la plancha colocada en idéntica posición en el suelo.
   Sonó un clic, un zumbido y la puerta frente a mí comenzó a abrirse. Miré el reloj: las siete en punto. Había llegado el momento. Venía dispuesta a triunfar en algo mucho más complicado que exponer en una galería. El zumbido cesó cuando la puerta quedó completamente abierta. El tal Jaime aguardaba sentado tras una mesa ovalada, delante de la cual había otra silla esperándome.
   –Pase, por favor.
   Me levanté y caminé sin prisa, quería que me viera segura de mí misma.
   –Buenos días –dije al llegar junto a la mesa de madera burbujeante. No sé por qué, esperaba que fuera mayor y no alguien que no pasaría de los treinta.
   –Buenos días. Siéntese, por favor. Soy Jaime Campoamor, Interlocutor de Arte –puso en la mesa, delante de mí, una tarjeta de visita–. No sé si Elvira le habrá puesto al corriente. Cuénteme, qué sabe de mí.
   Sus ojos color acero me taladraron.
   –Dijo que si había alguien que pudiera hacer algo por mi proyecto, ese era usted –asintió levemente.
   –Soy un intermediario que opera dentro del mundo del Arte. Usted tiene un proyecto: lo veo y estudio sus posibilidades. A continuación busco alguien a quien le pueda interesar. Dialogo con ambas partes e intento que lleguen a un acuerdo. Ahí termina mi cometido.
   Había sido tan escueto que dudé que fuera capaz de dialogar. Aún así, puse mi trabajo sobre la mesa y lo empujé hacia él. Horrorizada, vi que el pétalo seguía allí. No dijo nada. Sus ojos fríos se posaron sobre mi proyecto. La portada era una reproducción del dibujo que hiciera aquella mañana en Gredos, el flujo de espermatozoides amarillos nadando en un mar naranja hacia el óvulo violeta envuelto en la figura de una embarazada.
   Puso sus manos a los lados de mi dossier. Al cabo de un rato, levantó la izquierda, cogió el pétalo y lo dejó a un lado sobre la mesa, después lo abrió con delicadeza. Debió leer la primera página antes de pasar la hoja. Luego fue algo más rápido, pero poco más. Sus ojos de acero no se apartaron de mi trabajo en ningún momento y pude estudiar su rostro. Tenía la nariz recta que baja desde una frente amplia y despejada sin hundirse entre los ojos y se desviaba ligeramente en la base. El bigote ancho y de pelo corto y cuidado, dejaba ver unos labios finos. No era muy moreno ni muy pálido. Tenía un hoyuelo en la barbilla. Su pelo era castaño, corto y con tendencia a rizarse. No me parecía un hombre atractivo y el traje gris resultaba anodino, aunque fuera de diseño e informal. Seguía pasando las páginas con parsimonia, mirando a conciencia mi trabajo, era el primero que lo hacía. Cuando le quedaban pocas páginas para el final, lo cerró.
   –Mi primera impresión me dice que es un trabajo serio y está muy bien elaborado. Lo estudiaré con calma. Ahora quiero que me lo cuente usted –su voz monótona no resultaba agradable.
   Empecé a pensar que existían posibilidades. Además, ¡me pedía lo que tantos otros no quisieron escuchar!
   –Estaré encantada de explicarle mi proyecto, aunque le advierto que puede ser largo y aburrido.
   –Si de algo puedo presumir en mi trabajo, es de tener todo el tiempo del mundo –me sorprendió que una ligera sonrisa asomara en su rostro.
   Se echó hacia atrás en el asiento y yo empecé mi discurso. Sus pupilas quedaron fijas en mí.
   –El Arte. Llevamos un siglo vagando perdidos entre vanguardias e intentando decidir cuál es el camino a seguir. No sabemos si queremos acudir al encuentro del futuro o preferimos aferrarnos al pasado y de momento sólo lo vemos como una mercancía sobre la cual especular para obtener el valor comercial más desorbitado posible.
   Me tomé un respiro y su mirada descendió a la mesa ovalada.
   –Quiero encontrar el camino del Arte y para ello voy a concebir un hijo que se convierta en el Artista del siglo XXI. Será hijo de artistas y educado como tal desde el momento de su concepción. Conocerá el Arte desde sus comienzos en la prehistoria hasta nuestros días y llegado el momento, nos mostrará el camino.
   Ya estaba dicho. Sus frías y aceradas pupilas se olvidaron de mí para perderse en el infinito y yo no veía que hubiera despertado en él el más mínimo interés por mi performance, sus sentimientos quedaban mimetizados en la envoltura de su traje gris. Recordé las palabras de Elvira: “Es el mejor, él puede conseguirlo”. Esperaba que fuera así.
   –Es un proyecto arriesgado –dijo justo lo que me temía y volvió a poner las manos alrededor del dossier– Antes de empezar a trabajar en él quiero formularle unas preguntas.
   –De acuerdo –me oí decir, aunque en realidad me hubiera gustado preguntarle: ¿sí o no? Por favor, Virgen de la Estrella, que diga que sí.
   –Me ha dado la versión oficial, la que ofrecerá a los medios y al público, ¿no es así?
      –Sí, es la versión oficial –era un tipo listo. La pregunta no me había sorprendido–. He recorrido multitud de salas de Arte intentando exponer mi obra pictórica y no lo he conseguido. Sé que mi pintura es buena, pero no quiero pasarme media vida intentándolo o morir sin haberlo conseguido. Quiero triunfar y para eso, he de llamar poderosamente la atención.
   –Y ha decidido elegir la performance.
   –El Arte de vanguardia apuesta por medios como la fotografía, el video, la instalación…, y la performance. Creo que es la más adecuada a mis intenciones. Las he estado estudiando y las representaciones habituales vienen a durar entre veinte minutos y una hora. En Sudamérica las hay más largas, pero son protestas sociales, poco o nada integradas en el mundo artístico, y pueden durar varios meses. ¡Yo pretendo hacer la performance más larga que haya existido! –me di cuenta que había levantado la voz–. Perdón.
   –¿Podrá mantener la atención del público durante tanto tiempo?
   –Los telediarios dan las noticias fragmentadas: título, avance, repetición, anuncios, opinión del que pasaba por allí y no sabe nada. Los realitys se pasan semanas sin variar apenas el contenido. Ambos continúan sus emisiones. Claro que conseguiré mantener la atención del público, cualquiera medianamente inteligente puede hacerlo. En mi dossier hay un extenso estudio sobre ello.
   –Hábleme de la elección del tema.
   –No hubo problema en catalogar las tendencias artísticas de los siglos pasados: Renacimiento, Barroco, pero no sabemos qué hacer con el siglo veinte. ¿Qué tendencia ha dominado? Parece que ninguna. Estamos perdidos y hemos de redefinir el Arte, esto es real. El Artista del siglo XXI sentará con su Arte la dirección a seguir, entra dentro de la ficción, pero no digo que no sea posible. Lo que a mí me interesa es lo polémico del tema. El artista ha de llamar la atención del público si quiere ser reconocido. Y deseo ser reconocida.
   –Usted va a tener un hijo y va a ser real.
   –Pensaba tener hijos algún día. Y no le voy a obligar a ser artista. La performance acabará el día que nazca.
   –Una última pregunta: ¿es usted fértil?
   No se le pasaba una. Pensé que no llegaría a formularla.
   –Es lo primero que me pregunté cuando decidí realizar la performance y quise posponerlo por una razón: voy a hacer la performance tanto si soy fértil como si no. Existe la inseminación artificial, el trasplante de óvulo fertilizado y la madre de alquiler. Cuando sepa que mi performance sale adelante, me haré las pruebas.
   El silencio que siguió fue el más incierto de la entrevista. Estaba aterrada de haber llegado tan lejos y oír la palabra fatídica: “No”.
   –Creo que ha llegado el momento de que lo sepa. Hágase la prueba y tráigame el resultado.
   –De acuerdo –respiré aliviada.
   –Es un proyecto complejo y bastante arriesgado, pero con unas posibilidades francamente buenas. Sin embargo, no debo precipitarme en mi evaluación. Primero lo estudiaré a fondo. Segundo, buscaré alguien a quien le pueda interesar su performance. Tercero, si las tres partes estamos de acuerdo, el proyecto se llevará a cabo. Cuarto, firmaremos un contrato entre usted y yo, y otro entre ellos y usted. Ahí habrá acabado mi cometido como Interlocutor de Arte. Desde ese momento, todo será entre ustedes. Le mantendré al corriente –puso las manos sobre la mesa y se levantó.
   –Respecto a sus honorarios…
   –Hablaremos de ello si el proyecto sale adelante. Le acompaño a la salida.
   Le interesaba. ¡Mi performance saldría adelante!

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario