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La entrevista.
Salí de casa envuelta en el vestido violeta
que guardaba para las ocasiones especiales, pero no le puse ningún lunar, pues
quería dar una imagen de madurez aderezada con un matiz de incertidumbre. Quién
me iba a decir que el porvenir se decidiría a pocas manzanas al norte de casa.
En vez de seguir mi calle preferí bajar hasta Serrano, que a esas horas de la
tarde, estaba tan animada como yo.
Había
pasado más de un mes desde aquel lejano fin de semana en el cual empezó a fraguarse
mi futuro, un mes de duro trabajo, en el que preparé a conciencia la
performance que llevaba en forma de dossier bajo el brazo. Sabía que éste era
el camino a seguir, lo sabía desde la primera visión en el museo. La segunda,
en aquel semáforo, me dijo cómo lo haría. La tercera me llegó en sueños y me
dijo que la embarazada era yo. Tardé en aceptarlo, representaba un cambio
drástico en mi vida. Cada vez que me asaltaron las dudas, recordé al galerista,
cuya mano había cobrado unas dimensiones terroríficas hasta convertirse en una
zarpa alienígena; entonces éstas desaparecían.
En mis planes de futuro entraba la
posibilidad de casarme y tener hijos, así que lo único que estaba haciendo era
adelantar lo de tener un hijo. El problema era cómo decírselo a mi madre y eso
me llevó a pensar en una sustituta, una madre de alquiler, al fin y al cabo yo
era la artista; bastaba con que dirigiera la performance, pero eso hubiera sido ir
contra mis visiones: algo nefasto, lo sabía por experiencia.
Ya resolvería el problema de mi madre, de
momento
tenía cosas más inmediatas, como conseguir hacer realidad la performance, que
era a lo que iba. Exponiendo, había
visto que no llegaría a ninguna parte, en el mejor de los casos me costaría
años. Casándome con Felipe, acabaría trabajando para él y mi Arte caería en el
olvido; sería una vida fácil en la que no me faltaría el dinero, pero para eso
me habría quedado en Sevilla. Mi tío Julián me habría dado trabajo en la
abaniquería y el día de mañana heredaría el negocio.
La performance que pretendía hacer era mucho
más difícil que exponer mi pintura, pero por ese mismo atrevimiento y porque el
Arte actual derivaba por esos derroteros, lo conseguiría. No en vano había
tenido las visiones, y éstas, nunca me habían fallado; el problema sería
desoírlas. Y si dudaba, no tenía más que recordar la zarpa del galerista.
Una performance con
la que triunfaría. Tenía por delante un año de duro trabajo que me reportaría
reconocimiento, fama y dinero, tras el cual, el mundo del Arte estaría a mis
pies. Dispondría del resto de mi vida para tomar las riendas de mi Arte y
reconducirlo por la senda que se me antojara. La gente era tan necia que pagaba
por la firma de los artistas famosos, independientemente de la calidad de la
obra en cuestión.
Algo cayó sobre el dossier y me detuve. El
pétalo rojo de un geranio, y había ido a parar al óvulo. Lo dejé donde estaba, era
una buena señal. Los teníamos a montones en el patio de la casa de Triana.
Levanté la vista y me topé con el número 87.
Había llegado. No recordaba cuándo cambié de calle, ni haber mirado los números
de los portales, o si el bullicio me acompañó durante todo el trayecto, pero
aquí estaba. Me acerqué. Quinto A. Qué discreción, no había ningún nombre.
Pulsé el botón.
–¿Señorita Violeta Vera?
–Sí, soy yo.
La puerta se abrió. Atravesé el ostentoso
portal hasta llegar al no menos decorado ascensor. Pulsé el botón verde y éste
descendió envuelto en ruidos metálicos de un tiempo pasado. Abrí la reja y después
la puerta, con manos temblorosas. Había un asiento y me deslicé en él. Hasta entonces,
había estado tranquila. Me jugaba mi futuro en la entrevista.
–María Santísima de la Estrella, por favor
te pido, que todo vaya bien –estiré el brazo y pulsé el cinco. El ascensor chirrió
y se puso en marcha.
Había
preparado la performance a conciencia y había salido a buscar los medios para
realizarla, no sabía cuál de las dos cosas fue más difícil. Acudí a galerías de
renombre, visité a críticos de Arte, hablé con gente involucrada en el mundo
del Arte. Unos decían no entender mi propuesta y a otros les espantaba. Mis
posibilidades fueron menguando, al igual que cuando pretendía exponer, hasta
que en un rapto de inspiración, recordé dónde surgió la idea: en el Espacio de
Arte Experimental. Conseguí una entrevista con su director, que tampoco lo vio
claro: la juventud e inexperiencia jugaban en mi contra y la idea le resultaba
demasiado radical. La Virgen de la Estrella debió escuchar mis plegarias,
porque la vicedirectora entró en el despacho y él le comentó lo que me traía
entre manos, como si buscara su complicidad para acabar de echarme. Contra todo
pronóstico, Elvira se llamaba, se sentó en la mesa que había junto a la
ventana, le echó un vistazo al dossier y pidió que se lo explicara. Escuchó
pacientemente y después pronunció las palabras que me devolvieron la esperanza:
–Jaime. Se lo
podíamos decir a él. ¿Qué te parece?
–No sé –dijo el
director–. Él sólo lleva asuntos importantes –seguía queriendo quitarme de en
medio.
–¿Acaso éste no te lo
parece? Anda, dame su dirección –le apremió con la mano– y deja que decida él.
Resignado, el
director rebuscó en el fichero, sacó una tarjeta y copió en un papel los datos
del tal Jaime.
–Es el mejor
–Elvira me dirigió una mirada que me llenó de esperanza. Cogió el papel y me lo
dio–. Él puede conseguirlo.
Una sacudida brusca
y el ascensor se detuvo.
Al acercarme a la
puerta de la vivienda sonó un clic en el pomo. Abrí y entré. No había nadie, no
había nada aparte de la silla y la puerta del fondo estaba cerrada, así que supuse
que el asiento me esperaba. Era una pieza interesante de madera de raíz. Me
senté, coloqué el trabajo sobre mi regazo y respiré profundamente. Miré el
reloj: faltaban cinco minutos.
Estaba en un espacio impoluto, minimalista.
La madera pálida moteada de pequeñas burbujas forraba suelo, paredes, puertas y
techo en amplios paneles rectangulares con juntas de madera rojiza oscura. En
el centro del techo, la luz quedaba oculta bajo el cuadrado central, una madera
algo más oscura de extraños dibujos naturales, igual a la plancha colocada en idéntica
posición en el suelo.
Sonó un clic, un zumbido y la puerta frente
a mí comenzó a abrirse. Miré el reloj: las siete en punto. Había llegado el
momento. Venía dispuesta a triunfar en algo mucho más complicado que exponer en
una galería. El zumbido cesó cuando la puerta quedó completamente abierta. El
tal Jaime aguardaba sentado tras una mesa ovalada, delante de la cual había
otra silla esperándome.
–Pase, por favor.
Me levanté y caminé sin prisa, quería que me
viera segura de mí misma.
–Buenos días –dije al llegar junto a la mesa
de madera burbujeante. No sé por qué, esperaba que fuera mayor y no alguien que
no pasaría de los treinta.
–Buenos días. Siéntese, por favor. Soy Jaime
Campoamor, Interlocutor de Arte –puso en la mesa, delante de mí, una tarjeta de
visita–. No sé si Elvira le habrá puesto al corriente. Cuénteme, qué sabe de
mí.
Sus ojos color acero me taladraron.
–Dijo que si había alguien que pudiera hacer
algo por mi proyecto, ese era usted –asintió levemente.
–Soy un intermediario que opera dentro del mundo
del Arte. Usted tiene un proyecto: lo veo y estudio sus posibilidades. A
continuación busco alguien a quien le pueda interesar. Dialogo con ambas partes
e intento que lleguen a un acuerdo. Ahí termina mi cometido.
Había sido tan escueto que dudé que fuera
capaz de dialogar. Aún así, puse mi trabajo sobre la mesa y lo empujé hacia él. Horrorizada,
vi que el pétalo seguía allí. No dijo nada. Sus ojos fríos se posaron sobre mi
proyecto. La portada era una reproducción del dibujo que hiciera aquella mañana
en Gredos, el flujo de espermatozoides amarillos nadando en un mar naranja hacia
el óvulo violeta envuelto en la figura de una embarazada.
Puso sus manos a los lados de mi dossier. Al
cabo de un rato, levantó la izquierda, cogió el pétalo y lo dejó a un lado
sobre la mesa, después lo abrió con delicadeza. Debió leer la primera página
antes de pasar la hoja. Luego fue algo más rápido, pero poco más. Sus ojos de acero
no se apartaron de mi trabajo en ningún momento y pude estudiar su rostro. Tenía
la nariz recta que
baja desde una frente amplia y despejada sin hundirse entre los ojos y se
desviaba ligeramente en la base. El bigote ancho y de pelo corto y cuidado,
dejaba ver unos labios finos. No era muy moreno ni muy pálido. Tenía un hoyuelo
en la barbilla. Su pelo era castaño, corto y con tendencia a rizarse. No me
parecía un hombre atractivo y el traje gris resultaba anodino, aunque fuera de
diseño e informal. Seguía pasando las páginas con parsimonia, mirando a
conciencia mi trabajo, era el primero que lo hacía. Cuando le quedaban pocas
páginas para el final, lo cerró.
–Mi primera impresión me dice que es un
trabajo serio y está muy bien elaborado. Lo estudiaré con calma. Ahora quiero
que me lo cuente usted –su voz monótona no resultaba agradable.
Empecé a pensar que existían posibilidades.
Además, ¡me pedía lo que tantos otros no quisieron escuchar!
–Estaré encantada de explicarle mi proyecto,
aunque le advierto que puede ser largo y aburrido.
–Si de algo puedo presumir en mi trabajo, es
de tener todo el tiempo del mundo –me sorprendió que una ligera sonrisa asomara
en su rostro.
Se
echó hacia atrás en el asiento y yo empecé mi discurso. Sus pupilas quedaron
fijas en mí.
–El Arte. Llevamos un siglo vagando perdidos
entre vanguardias e intentando decidir cuál es el camino a seguir. No sabemos
si queremos acudir al encuentro del futuro o preferimos aferrarnos al pasado y
de momento sólo lo vemos como una mercancía sobre la cual especular para
obtener el valor comercial más desorbitado posible.
Me tomé un respiro y su mirada descendió a
la mesa ovalada.
–Quiero encontrar el camino del Arte y para
ello voy a concebir un hijo que se convierta en el Artista del siglo XXI. Será
hijo de artistas y educado como tal desde el momento de su concepción. Conocerá
el Arte desde sus comienzos en la prehistoria hasta nuestros días y llegado el
momento, nos mostrará el camino.
Ya estaba dicho. Sus frías y aceradas
pupilas se olvidaron de mí para perderse en el infinito y yo no veía que
hubiera despertado en él el más mínimo interés por mi performance, sus
sentimientos quedaban mimetizados en la envoltura de su traje gris. Recordé las
palabras de Elvira: “Es el mejor, él puede conseguirlo”. Esperaba que fuera así.
–Es un proyecto arriesgado –dijo justo lo
que me temía y volvió a poner las manos alrededor del dossier– Antes de empezar
a trabajar en él quiero formularle unas preguntas.
–De acuerdo –me oí decir, aunque en realidad
me hubiera gustado preguntarle: ¿sí o no? Por favor, Virgen de la Estrella, que
diga que sí.
–Me ha dado la versión oficial, la que
ofrecerá a los medios y al público, ¿no es así?
–Sí,
es la versión oficial –era un tipo listo. La pregunta no me había sorprendido–.
He recorrido multitud de salas de Arte intentando exponer mi obra pictórica y
no lo he conseguido. Sé que mi pintura es buena, pero no quiero pasarme media
vida intentándolo o morir sin haberlo conseguido. Quiero triunfar y para eso,
he de llamar poderosamente la atención.
–Y ha decidido elegir la performance.
–El Arte de vanguardia apuesta por medios
como la fotografía, el video, la instalación…, y la performance. Creo que es la
más adecuada a mis intenciones. Las he estado estudiando y las representaciones
habituales vienen a durar entre veinte minutos y una hora. En Sudamérica las
hay más largas, pero son protestas sociales, poco o nada integradas en el mundo
artístico, y pueden durar varios meses. ¡Yo pretendo hacer la performance más
larga que haya existido! –me di cuenta que había levantado la voz–. Perdón.
–¿Podrá mantener la atención del público
durante tanto tiempo?
–Los telediarios dan las noticias
fragmentadas: título, avance, repetición, anuncios, opinión del que pasaba por
allí y no sabe nada. Los realitys se pasan semanas sin variar apenas el
contenido. Ambos continúan sus emisiones. Claro que conseguiré mantener la
atención del público, cualquiera medianamente inteligente puede hacerlo. En mi
dossier hay un extenso estudio sobre ello.
–Hábleme de la elección del tema.
–No hubo problema en catalogar las
tendencias artísticas de los siglos pasados: Renacimiento, Barroco, pero no
sabemos qué hacer con el siglo veinte. ¿Qué tendencia ha dominado? Parece que
ninguna. Estamos perdidos y hemos de redefinir el Arte, esto es real. El
Artista del siglo XXI sentará con su Arte la dirección a seguir, entra dentro
de la ficción, pero no digo que no sea posible. Lo que a mí me interesa es lo
polémico del tema. El artista ha de llamar la atención del público si quiere
ser reconocido. Y deseo ser reconocida.
–Usted va a tener un hijo y va a ser real.
–Pensaba tener hijos algún día. Y no le voy
a obligar a ser artista. La performance acabará el día que nazca.
–Una
última pregunta: ¿es usted fértil?
No se le pasaba una. Pensé que no llegaría a
formularla.
–Es lo primero que me pregunté cuando decidí
realizar la performance y quise posponerlo por una razón: voy a hacer la
performance tanto si soy fértil como si no. Existe la inseminación artificial,
el trasplante de óvulo fertilizado y la madre de alquiler. Cuando sepa que mi
performance sale adelante, me haré las pruebas.
El silencio que siguió fue el más incierto
de la entrevista. Estaba aterrada de haber llegado tan lejos y oír la palabra
fatídica: “No”.
–Creo que ha llegado el momento de que lo
sepa. Hágase la prueba y tráigame el resultado.
–De acuerdo –respiré aliviada.
–Es un proyecto complejo y bastante
arriesgado, pero con unas posibilidades francamente buenas. Sin embargo, no
debo precipitarme en mi evaluación. Primero lo estudiaré a fondo. Segundo,
buscaré alguien a quien le pueda interesar su performance. Tercero, si las tres
partes estamos de acuerdo, el proyecto se llevará a cabo. Cuarto, firmaremos un
contrato entre usted y yo, y otro entre ellos y usted. Ahí habrá acabado mi
cometido como Interlocutor de Arte. Desde ese momento, todo será entre ustedes.
Le mantendré al corriente –puso las manos sobre la mesa y se levantó.
–Respecto
a sus honorarios…
–Hablaremos de ello si el proyecto sale
adelante. Le acompaño a la salida.
Le interesaba. ¡Mi performance saldría
adelante!
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