viernes, 28 de noviembre de 2014

LA PERFORMANCE. Primera parte. Capítulo 8



-8-
La firma del contrato.

   No pasó una noche en la que no me encomendara a la Virgen de la Estrella para pedirle que la performance saliera adelante. Nunca le había mostrado tanto fervor. Fue un mes de incertidumbres, en el que no tuve ninguna visión, pero no dejé de pensar en ellas; llegué a la conclusión de que la de mi madre no podía estar relacionada conmigo, no debió interpretarla bien. Y por fin, un día, recibí en el móvil la llamada que tanto esperaba. Interlocutor creía tener buenas noticias para mí. ¿Creía? Ese individuo tan aséptico y formal me sacaba de quicio. Si no llamaba para decirme que no, sería que lo había conseguido.
   El tiempo de incertidumbre tocaba a su fin. Y allí estaba otra vez, vestida de violeta, en el anticuado ascensor subiendo al quinto, camino al triunfo. Otros artistas lo habían intentado antes que yo y algunos no lo consiguieron, como Van Gogh, que se revolvería en su tumba si supiera que la subasta de “los girasoles”, le convirtió durante un breve período en el mejor pintor del mundo. En el colegio nos enseñaron que el mejor era Velázquez, sevillano, como yo. Años después, descubriría que habías muchos pintores que eran el mejor de todos, demasiados y que variaban de un país a otro. Todo era muy subjetivo, pero lo cierto era que mi tierra daba artistas notables. Estaba Julio Romero de Torres, el cordobés que cayó en gracia pintando a la mujer morena y del que Cristina me decía que yo hubiera podido ser una de sus musas. Y Picasso, el malagueño, el más grande de todos. Después de curtirse en el clasicismo, se fue a París decidido a triunfar y vaya si lo consiguió. Todo fue un invento meditado, una manera de darse a conocer creando controversia, “las señoritas de Aviñón”. Qué audaz le consideraron en su momento: pintó un grupo de prostitutas y las presentó desde varios puntos de vista fundidos en uno solo. Cómo le criticaron, vaya desfachatez el Cubismo que inventó, y se convirtió en un clásico.
   El ascensor se detuvo. Abrí las puertas y salí. Llegaba Violeta, la última de una estirpe de artistas andaluces, dispuesta a triunfar con la performance más controvertida de todas para subir al Olimpo del Arte. La puerta de la casa, como la vez anterior, hizo clic. Abrí dispuesta a sentarme y esperar, pero la segunda puerta se abrió y entonces pasé al despacho. Todo estaba igual que la primera vez, el mismo decorado y el mismo Interlocutor embutido en su aséptico traje gris observándome a través de sus ojos de acero. Bueno, todo no, un montón de carpetas de piel color marrón claro se apilaban en un extremo de la mesa ovalada. Deposité el informe sobre la misma y me di cuenta de que desentonaba sobre la superficie de madera de raíz. Debería haber comprado una carpeta acorde con el decorado, había que cuidar los detalles. 
   –Soy fértil –solté sin saludar. Fui tan escueta como lo era él.
   Posó sus dedos sobre el papel y se lo acercó para leerlo. No recordaba que sus dedos fueran tan largos. Tenía manos de señorito, como dirían en mi tierra. En la facultad había muchos compañeros que las tenían largas y estilizadas y ocurría lo mismo con algunos músicos, en realidad eran manos de artista.
   –Su performance es factible –levantó los ojos del papel y los clavó en mí–. Hay una cadena de televisión interesada y dada su naturaleza, hay que cuidar una serie de detalles –cogió la primera carpeta del montón y extrajo un documento de varias hojas en el que aparecía mi nombre.
   Asentí con la cabeza y fui incapaz de articular palabra. Lo sabía, sabía que lo conseguiría. Mis visiones habían sido acertadas. Sentí que me encendía y ganas me dieron de levantarme y ponerme a bailar, pero no era apropiado, no ante el Interlocutor de Arte. Gracias, Virgen de la Estrella, muchas gracias.
   –Encargué un informe sobre usted y necesito que me aclare algunas cuestiones –me dejó de piedra. No sólo lo hacía, sino que tenía la desfachatez de contármelo. Cómo se atrevía, sin mi permiso–. Tiene novio, un tal Ernesto Vázquez.
   ¿Ernesto? No conocía a ningún… ah, sí, Cachas. Seguía llamándole así, le gustaba y él me decía Princesa.
   –No es mi novio, sólo tengo una aventura con él –mi voz apenas fue audible.
   –Cambia de pareja con frecuencia.
   –En Sevilla tuve varios novios, pero desde que vivo en Madrid sólo he tenido uno y bueno, alguna que otra aventurilla como la de… Ernesto –casi se me escapó Cachas.
   –De escándalos, alcohol o drogas no aparece nada. ¿Hay algo que debiera saber?
   –Estoy limpia.
   Después de eso se limitó a pasar las hojas del informe sin apenas detenerse. No sabía que se pudiera escribir tanto sobre mí. Algún detective había seguido mis pasos. No se interesó por el lujoso piso de mi tío en el que vivía, tan sólo por lo personal. ¿A quién habría entrevistado? ¿A los vecinos, compañeros y profesores de la facultad, a Cachas y a Felipe? ¿O habría ido más lejos, a Cristina? No, ella me lo habría dicho. ¿Habría llegado hasta Sevilla? Cerró el informe, lo metió en su carpeta y tan serio como siempre, dijo:
   –Va a ser usted una figura pública. No puede permitirse ningún desliz. Tiene que dejar a su amigo, ya –guardó el informe en un cajón.
   –No se preocupe, no habrá ningún tipo de desliz.
   Se acabaron las aventuras, me aguardaba un año de fidelidad absoluta al compañero que eligiera para la performance.
   El Interlocutor cogió la siguiente carpeta del montón y la abrió.
   –Cadena 13. Supongo que la conoce. Quiere financiar y producir su trabajo.
   Me podía imaginar que alguna empresa, banco o fundación que necesitara justificar o desgravar una importante cantidad de dinero, invirtiera en mí performance. Lo de la televisión me había sorprendido y empezaba a sonarme a reality show.
   –La conozco. Veo algunos de los documentales de arte que emiten, son bastante buenos.
   Cogió el contenido de la carpeta y me lo pasó. Era un informe de bastantes páginas. En la portada había un logotipo: una C fina envolviendo al número 13, en caracteres anchos, para que se viera bien. El número de la mala suerte, menos mal que no era supersticiosa.
   –Cadena 13. No sigue ninguna tendencia política. La programación se compone principalmente de informativos, emisiones culturales y películas, y apenas emite publicidad. Lo tiene especificado en las cuatro primeras páginas. Creada hace diez meses por Piero Versari, un empresario que ha triunfado en todos los negocios que ha levantado. En el informe tiene su historial. Página cinco.
   Abrí por la página cinco y allí estaba, se lo sabía de memoria. Le había investigado, como a mí.
   De adolescente se le daba bien escribir. Inventaba historias muy exageradas y aparentemente verídicas que luego vendía por el barrio. Su profesor de lengua le animaba a escribir en serio y presentarse a certámenes literarios pero él prefirió continuar vendiendo cualquier cosa que le reportara beneficios…
   Dejé de leer, ya lo haría después. Ya éramos dos los investigados, el único que se había librado era el Interlocutor.
   –Los índices de audiencia indican que Cadena 13 es seguida por un doce por ciento de la población española. Según un sondeo, casi todos son intelectuales. Todavía no ha obtenido beneficios, ni ha recuperado la inversión.
   Se tomó un respiro. No entendía dónde encajaba mi performance en una cadena tan ideal y que por lo que decía, podía irse al traste.
   –Necesita aumentar la audiencia –continuó– y quiere introducir en su programación algo que atraiga al público, pero cito palabras textuales del señor Versari: me niego a convertir mi cadena en telebasura. Ahí es donde entra su performance –presionó el dedo índice sobre la mesa: es transgresora y a la vez es arte. ¿Le interesa?
   Cómo no iba a querer, si era para lo que había estado trabajando.
   –Sí, siempre que no quieran transformar la performance en un reality show –probablemente la Cadena 13 fuera la única de la que me podría fiar.
   –El señor Versari permitirá que usted tenga el control sobre la performance siempre que le deje supervisar su trabajo.
   –Estoy de acuerdo –dije un poco más alto de la cuenta.
   Abrió la siguiente carpeta.
   –Este es el contrato que va a firmar con él. Le aseguro que las condiciones son buenas. Léalo –me lo pasó.
   Empecé a leer: Violeta Vera… En definitiva se me reconocía como artífice y creadora de la performance. Debía comprometerme a llevar una vida sin tacha, fiel a la pareja elegida para tener el hijo artista. Piero Versari pondría los medios de la Cadena 13 a mi disposición y él supervisaría personalmente el trabajo para asegurarse de que era artístico. Me parecía bien. A mí tampoco me gustaría hacer un reality show. Estaba tan emocionada que casi pasé por alto que iba a tener un sueldo. De vivir como una estudiante aunque lo hiciera en un piso del barrio de Salamanca a cobrar cinco mil euros, no estaba nada mal.
   Dejé el contrato sobre la mesa. Flotaba en una nebulosa de felicidad. Todavía no podía creer lo que me estaba pasando, por más que hubiera trabajado duro para conseguirlo. Mi performance producida en televisión. ¿Cuántos habíamos seguido la performance del Espacio de Arte Experimental, que se suponía que era buenísima? ¿Unos cientos? Yo tendría miles, millones de espectadores. Tropecé con la mirada glacial de Interlocutor.
   –¿Está conforme?
   –Sí –no pude por menos que sonreír, aunque tuviera sus ojos clavados en mí–. Le estoy muy agradecida por lo que ha conseguido para mí.
   Sorprendí un amago de sonrisa en su rostro.
   –Ahora vamos con nuestro contrato. Es un mero trámite.
   Me lo pasó. Sólo tenía dos hojas. Iba a leerlo cuando empezó a hablar.
   –Es el trabajo más difícil que se me ha presentado y creo que también va a serlo para usted. Aparte de la dificultad que entrañe la performance a nivel técnico, tendrá que defender sus ideas cuando haya disparidad de opiniones en la cadena y tropezará con la prensa que no siempre será amable ni objetiva. Tengo una proposición que hacerle.
   –Usted dirá…
   –Podría ser su asesor y representante.
   Me sorprendió su proposición y agaché ligeramente  la cabeza. Necesitaba liberarme de su mirada.
   –Creí que su labor acababa aquí.
   –Tengo un interés especial en este trabajo.
   Abrió la última carpeta y me tendió un documento casi tan extenso como el primero.
   –Este contrato la permitirá dedicarse únicamente a su trabajo. Eso sí, me llevaré un  porcentaje importante de sus ingresos.
   –Ya –no sabía qué decir. Estaba sucediendo tan rápido.
   –No lo decida ahora. Estúdielo tranquilamente. Puede llevárselo a un abogado.
   –Deme un momento para leerlo.
   Me pareció que todo era correcto. Yo me dedicaba a mi trabajo y él de los trapos sucios y a cambio se llevaba el cincuenta por ciento. A mí me seguía quedando un sueldazo. Sí, me había dado buena espina el Interlocutor, pese a la mirada que me clavaba cada vez que hablaba. Acepté su propuesta y firmamos nuestro contrato, que sólo tendría validez si el del tal Piero se firmaba también. Mi futuro acababa de empezar.
   –Sólo queda llamar al señor Versari, quiere conocerla antes de firmar el contrato.
   Sacó el móvil del bolsillo de su chaqueta y lo abrió. Era gris oscuro, no podía ser de otro color.
   –¿Señor Versari? Acepta. A las cuatro. Allí estaremos –cerró el teléfono.
   Ni siquiera me preguntó, pero claro que podía acudir a la cita más importante de mi vida, cómo no iba a poder.



   El taxi me dejó delante de una pared curva de hormigón, sin más adorno que el enorme logotipo naranja y rojo de la Cadena 13. Un diminuto cartel al borde de la acera indicaba que la entrada quedaba hacia el lado derecho. Seguí la fachada ciega durante un trecho hasta que ésta se cerró bruscamente y apareció la entrada, una zona de cristal ondulado convexo-cóncavo-convexo, con las puertas en la zona cóncava. Agarré el tirador, que era el logotipo y accedí al hall, en el que todo eran transparencias azules y naranjas. Me dirigí al discreto mostrador azul que había a la derecha.
   –¿Es usted la señorita Vera? –dijo la conserje, con marcado acento extranjero.
   –Sí, soy yo.
   –Acompáñeme, por favor –salió de detrás del mostrador.
   Tenía unos bonitos ojos verdes y el uniforme le sentaba de maravilla. Era un vestido corto, ajustado y escotado de color azul cobalto, con el logo de Cadena 13 en naranja y rojo estampado por delante y por detrás. Los zapatos azules eran abiertos y con algo de tacón ancho en naranja. Me acompañó hasta el extremo izquierdo de la entrada, donde tras la cristalera había una sala de espera en la que estaba sentado Interlocutor. Abrió la puerta.
   –Puede esperar aquí. Él es Jaime Campoamor…
   –Nos conocemos –dije.
   –Estupendo. En cuanto llegue Piero le digo que están aquí. Arrivederci, señorita Vera –me hizo un gracioso gesto de despedida con la mano y se volvió.
   –Hola –saludé a Interlocutor y me senté al otro extremo del banco de metacrilato naranja.
   –Buenas tardes.
   Era inútil intentar hablar con él, ya había dicho lo que tenía  que decir. Esperaríamos a que apareciera el magnate de la televisión. Y mientras nosotros permanecíamos en silencio viendo nuestro reflejo en el cristal azulado, la conserje hablaba por teléfono sin dejar de gesticular con la mano. Poco después entró un hombre un tanto peculiar, vestido con cazadora y pantalones medio arrugados de color beige, como si fuera de expedición a la selva, y unas zapatillas azules de deporte muy llamativas que lo desmentían. Completaba el atuendo con unas gafas de sol azuladas.
   –Es él –dijo Interlocutor.
   Vestido de aquella manera, parecía cualquier cosa menos el jefe. Se fue hacia el mostrador, apoyó los codos y se quedó mirando a la conserje. Ella sonrió, acabó su conversación tranquilamente y después de colgar se puso a hablar con él. Daba la impresión de que él la estuviera cortejando y ella le correspondiera. Después de un rato, él le lanzó un beso y vino a grandes zancadas hacia nosotros. Al entrar, nos miró y abrió teatralmente los brazos. Resultaba cómico escondido tras sus gafas redonditas y azules, con sus largos pelos acaracolados y esa naricilla corta y ancha.
   –Siento haberles hecho esperar, pero la comida estaba tan deliciosa, que no he podido resistirme a probar el postre, un tiramisú delicioso.
   Parecía una broma que un personaje tan estrambótico fuera a producir la performance, pero estaba avalado por Interlocutor. Se acercó y me levanté.
   –Señorita Violeta –acercó su mano y tendí la mía para estrechársela. Él la cogió, se la llevó a los labios y la besó–. Encantado de conocerla.
   –¿Señor Piero Versari? –no acababa de creer que fuera él.
   –¡Mamma mía!, veo que además de tener una cabeza brillante es usted bellísima –me miró de arriba a abajo con el descaro del que sabe que se lo puede permitir–. Bien, ahora que estamos todos, podemos empezar.
   Le seguimos hasta la puerta del fondo, que era de cristal opaco y llevaba impreso el logotipo. Abrió, nos dejó pasar y se volvió para despedirse con la mano de la conserje. Me imaginaba cómo había conseguido ella el trabajo y empezaba a sospechar que el mío no saldría adelante sin pasar por sus garras. Nadie regalaba nada.
   Una vez al otro lado, todo atisbo de transparencias desapareció. La Garra-Versari no dejó de hablar mientras nos conducía a través de pasillos de paredes azules, nos abría puertas que daban acceso a pequeños despachos, salsa de sonido o montaje y otras que no se molestó en comentar, que quizás ni él mismo supiera para qué servían. Hablaba y hablaba, bromeaba, tuteándome a mí y tratando de usted a Interlocutor. Creo que él lo aguantaba porque no había más remedio, mientras que a mí se me iba pasando la mala impresión que me había causado. Era imposible que no me cayera bien este personaje tan extravagante y simpático pese a su actuación con la recepcionista. Igual estaban saliendo.
   Pasamos por el plató donde grababan los telediarios, nos asomamos a una ventana para ver el programa de ciencia que rodaban en ese momento y finalmente y con gran misterio, se detuvo ante una puerta en cuyo exterior no había ningún rótulo.
   –Acabamos de reacondicionar esta sala –abrió la puerta y entramos. Era enorme–. Espero que te guste.
   –Para el rodaje de la performance –intervino Interlocutor, por primera vez desde que salimos de la sala de espera.
   –Hemos tirado unos cuantos tabiques y de momento la hemos pintado de blanco, pero está a la espera de tus necesidades.
   Blanco, odiaba el exceso de blanco desde que estuvimos en el Espacio de Arte Experimental, pero ya cambiaríamos eso. La sala estaría bien para mi performance. Eso quería decir que estaba todo decidido aunque…
   –Está muy bien, pero… señor Versari, aún no hemos firmado.
   –¡Ah, tonto de mí!, se me había olvidado. Claro, aunque me parece que eso no va a suponer ningún problema, ¿no es así, mi pequeña Violeta?
   Vi a Interlocutor fruncir el ceño y volví a sentir la garra. Salimos de mi futura sala y fuimos hasta el ascensor para descender a la planta baja.
   –Todos necesitamos un pequeño descanso en medio del trabajo y como no había nada en los alrededores, pusimos nuestro propio bar. Vamos a tomar algo mientras hablamos de nuestro pequeño negocio, ¿Os parece bien?
   –De acuerdo –dije.
   –Como desee –dijo Interlocutor.
   Llegamos al bar, en el que curiosamente, el mobiliario era de madera. Nos sentamos y nuestro anfitrión hizo una seña a la camarera, que no se hizo esperar. Era muy llamativa. Vestía el uniforme de la casa, aunque le quedaba algo apretado.
   –Nina, para mí un cortado y para mis amigos… ¿qué queréis?
   –Una coca-cola –dije.
   –Un agua del tiempo –pidió Interlocutor.
   Se acomodó en la silla y se quitó las gafas, dejándolas sobre la mesa. Por fin veía sus ojos: pequeños, vivaces, castaños. Se le veía feliz y relajado y por primera vez desde que nos conociéramos, callado. Interlocutor se mantenía serio, como siempre. Y yo simplemente esperaba, confiada. Estaba a punto de comenzar mi performance.
   Volvíamos a estar en zona de cristal y sobre una de las paredes, casi opaca, había fotografías bastante espectaculares que mostraban el edificio. Había una tomada desde arriba y sorpresa, el edificio ovalado resultó tener la formas del logotipo. Ahora entendía la extraña forma de la entrada, por el lado derecho del número tres. Nina nos trajo las bebidas y a Piero se le fue la mirada al provocador escote. Ella se dio cuenta y le sonrió. Debía ser un mujeriego de cuidado.
   –Amigos míos, mi cadena está a vuestra disposición y ahora, Violeta, me gustaría que me contaras lo que quieres hacer.
   Podía contar lo que quisiera, él ya conocía lo que iba a hacer y el plató era mío. Me apoyé en el respaldo del asiento y comencé a hablar.
   –¿Qué es el Arte? –Interlocutor me miró extrañado–. Llevamos todo un siglo vagando de una vanguardia a otra, intentando decidir cuál es el camino correcto y la incertidumbre nos hace dudar entre lanzarnos al desconocido futuro o aferrarnos al seguro pasado. Entretanto, manejamos el Arte como una mercancía sobre la cual especular para obtener el valor comercial más desorbitado posible.
   –Fantástico –Piero se echó para adelante y me señaló–. Ese podría ser el tema de un documental. Podríamos emitirlo una semana antes de comenzar la performance. Muy interesante.
   Sacó una libreta y un bolígrafo del pantalón y tomó nota. Esperé a que acabara para continuar.
   –Me gustaría pensar que alguien puede encontrar el camino hacia el futuro. Ese alguien sería el hijo de una pareja de artistas y educado como tal desde el mismo momento de su concepción: conocerá el Arte desde sus comienzos en la prehistoria hasta nuestros días, sin ningún tipo de prejuicio cultural. Él nos mostrará el camino y se convertirá en el Artista del siglo XXI. Yo sólo voy a concebirlo.
   –¡Magnífico! Señor Campoamor, esta ragazza es una joya. Le voy a estar eternamente agradecido por presentármela.
   –La señorita Vera tiene las ideas muy claras.
   –Gracias –cogí la coca-cola y bebí. En boca de alguien tan espartano como Interlocutor era el mejor de los cumplidos.
   –Violeta, desde este momento, formas parte de Cadena 13.
   Levantó su taza en un ademán de beber y volvió a dejarla.
   –¡No podemos brindar así! Nina –levantó la voz–, champán y tres copas, súbito –y se dirigió a nosotros–. Voy a pedir que nos traigan el contrato, no podemos dejar que esta artista se nos vaya con sus ideas a otra parte. Te necesitamos aquí.
   –Descuida, no me iré a otra cadena donde transformen mi obra en un reality show.
   –Bien dicho, en ninguna parte vas a estar mejor que aquí.
   Cogió el teléfono y dio la orden. Estaba como una cabra, pero era un hombre encantador, sería un don Juan, pero no era una garra.
   –Enhorabuena, Violeta. El trabajo es suyo –Interlocutor sonreía. No era una sonrisa propiamente dicha, pero en él sí, casi se le habían formado hoyuelos.
   –Gracias.
   Interlocutor, Piero; eran tan distintos… y triunfaría gracias a ellos. Había tenido suerte de conocerlos. Interlocutor era distante, conciso hasta el minimalismo y si tenía sentimientos estaban bien ocultos. Piero era simpático y extrovertido, genuino representante del genio improvisador italiano.
   Nina se presentó con la botella de champán y las copas, Piero abrió la botella y sirvió. Brindamos por la performance antes de que dispusiera los papeles para que firmáramos.
   La Performance había comenzado.

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