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El anuncio
Allí estaba, como cada día desde hacía una
semana, esperando que dieran las ocho; faltaban cinco minutos y ya estaba
sentada delante del televisor como una vulgar teleadicta.
–¡Ay! Estoy deseando que empiece –Cristina trajo
un par de coca colas, apagó la luz y se
sentó a mi lado–. Seguro que ha quedado tan bien como el anterior.
–Es parecido. Hemos introducido algunas
variaciones, pero no te cuento más.
Ella tampoco se lo perdía, estaba tanto o
más emocionada que yo. Abrimos las bebidas.
La televisión enmudeció y la pantalla se
volvió azul oscuro. En el centro apareció el logotipo de la Cadena 13 y se desvaneció
cinco segundos después para dar paso al eslogan: “El Artista del siglo XXI”.
Estaba hecho a imagen y semejanza del logotipo, con los mismos colores naranja
y rojo. Piero lo había querido así.
Sonaron los primeros compases del “Amanecer
en el Gran Cañón” y amaneció a golpe de percusión y órgano retumbante, mientras
el saxo extendía la suave aureola azulada que iba iluminando el insólito
pedestal, colmándolo de reflejos.
Los
primeros días busqué los defectos y las posibles alternativas a lo que había
hecho, hasta que un día me olvidé de ello y empecé a disfrutar de las imágenes,
sin más; y entonces me parecieron preciosas. Cristina me agarró la mano.
Llegaba el momento en el que hablaba.
–El pedestal está vacío, a la espera de ser
ocupado por el Artista del siglo XXI –todavía no me había acostumbrado al
sonido modificado de mi voz–. Será hijo de artistas.
Anocheció. Silencio y oscuridad azulada. No
me atrevía a beber por no romper la magia del momento. Surgieron mis labios, teñidos
de pálido azul. Cristina apretaba mi mano con fuerza.
–Soy artista y daré a luz al artista del
siglo veintiuno.
Los labios fueron de un intenso celeste y la
percusión comenzó a sonar muy discreta.
–Busco al artista progenitor.
Labios entreabiertos, brillantes y púrpuras.
–Si tienes aptitudes artísticas, podrías ser
el elegido.
Labios sensuales de un deslumbrante rojo
fuego. Se cerraron lentamente sobre la oscuridad azulada, camuflándose en el
azul antes de desvanecerse. Después apareció el número de teléfono, 913131313, en
naranja intenso bordeado de rojo oscuro.
Fin.
Excesivamente sensual, había dicho el
psicólogo. Era como una veleta a merced de un viento cambiante. En la primera
entrega, quería más intensidad, ahora le parecía excesiva; a mí me gustaba cómo
había quedado.
–Yuuupiiiiih –el gritito me sobresaltó–. ¡Está
muy bien!
Soltó mi mano, se me echó literalmente
encima y me abrazó. Sí que le había gustado, no solía ser tan efusiva.
Sonó la
sintonía del telediario y éste comenzó. Harían algún comentario de la
Performance, como todos los días; pero yo, ahí, ni cortaba ni pinchaba. Era su
publicidad.
–La SGAE pretende sacar dinero de la performance
de Cadena 13 –fue oírlo y nos soltamos dispuestas a enterarnos de la noticia–.
La sociedad general de autores se ha puesto en contacto con Cadena 13 para exigir
el pago de cinco mil euros, en concepto de uso y difusión pública de la música
utilizada en el primer capítulo de la video-performance “El artista del siglo
XXI”.
–Cadena 13 –dio réplica la locutora–, se
puso en contacto en su día con Paul Winter, el compositor de la música, quien
cedió los derechos de uso para la video-performance de manera gratuita. Todo fue
legal, ¿no?
–Sí, pero la SGAE sigue diciendo que Cadena
13 debió pedirles permiso a ellos y pagar el canon estipulado. Amenazan con
llevarla a los tribunales si no hace efectivo el pago en las próximas cuarenta y ocho horas. Cinco mil euros.
–¿Por decir su nombre en público también hay
que pagar? –la locutora puso cara de asustada–. Les has nombrado –bajó la voz–
tres veces.
Pasaron a la siguiente noticia. Me levanté a
encender la luz y apagué la tele.
–Más publicidad para mi obra –dije.
–¿Mejor que ésta? –Cristina cogió el primer
periódico del montón–. Cadena 13 pone en marcha la Video-performance “El
artista del siglo XXI”.
Sobre la mesita se apilaban los periódicos que
había ido comprando durante toda la semana.
–Todavía son muy suaves, aún no saben a qué
atenerse. Mira la de ayer –cogí el diario abierto por la página en cuestión y
leí–. Cadena 13 encuentra una nueva forma de promocionarse, anunciando un
programa que nadie se atrevería a realizar. Y puedes estar segura que lo dudan
de verdad.
–Menuda sorpresa se van a llevar. Brindemos
por ello.
Dejamos los periódicos cuyas noticias sobre
la Performance casi nos sabíamos de memoria. Levantamos las latas y las
chocamos. Mi teléfono sonó.
–Alguien que quiere felicitarte –dijo
Cristina.
–¿Alguien? Nadie sabe de mi Performance.
Estiré el brazo y lo cogí. Era mi madre.
–Hola, mamá.
–Hola Violeta. Estaba viendo la televisión,
esa nueva cadena, la 13. ¿La conoces?
–De oídas, me suena –me asusté. Esperaba que
no le hubiera dado otro pálpito–. Ya sabes que casi no veo la tele.
–Pues ponla mañana, a las ocho y media. Es
que ponen un programa, que si no te conociera, diría que te has metido a actriz.
Parecían tus ojos, aunque la voz no era la tuya. ¡Tienes que verlo!
–Sí, sí, lo veré. ¿A qué hora dices que es? Sí,
mamá. Un beso. Ya te contaré –colgué el teléfono.
Si habíamos distorsionado la voz y los ojos
también habían sido retocados. La idea era permanecer en el anonimato hasta el
momento en el que eligiera al padre. ¿Cómo había podido reconocerme?
–¿Desde cuándo ve tu madre la tele?
–No lo hacía. Me ha dejado de piedra.
–La que se va a armar cuando se entere
–Cristina me miró preocupada.
Óleo del autor
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