miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA PERFORMANCE. Segunda parte. Capítulo 1.



-1-
Presentación

   Tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam. El sonido del tambor acariciado con los dedos emergió en medio de la oscuridad, haciéndola vibrar. Tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam. Una ligera brisa despertó en la lejanía, un eco melodioso, era el soplo discreto del saxo. Tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam. Un leve temblor surgió de las entrañas de la tierra, una vibración armónica e insistente, que costaba asociar al acorde grave y sostenido del órgano. Tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam. El saxo y el órgano sonaron más alegres y la oscuridad perdió su intensidad, entonces se hizo visible la silueta casi circular. El órgano restalló más profundo, el saxo más amplio y un sol azulado fue obligado a irrumpir sobre un horizonte incierto, envolviendo a la silueta en el aura azulada del extraño amanecer; quedaron definidos sus contornos y realzado su volumen. Al ritmo del tambor, el sol se elevó reflejándose en las caras del poliedro, ascendiendo polígono a polígono, mientras la melodía se iba apagando. Al destellar sobre la cara superior quedó un sordo repiqueteo de tambor y de algún lugar incierto, surgió mi voz distorsionada, suave y cristalina.
   –El pedestal está vacío, a la espera de ser ocupado por el artista del siglo veintiuno.
   Tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam; tam, tarata tam tam. El sol azulado se apagaba y el repiqueteo desaparecía.
   –¿Quién será el artista elegido, el que ocupe el pedestal?
   Una oscuridad azulada, un precipitado atardecer lo envolvió todo.
   –El artista que represente la estética del siglo veintiuno, no se forjará en la facultad, sería demasiado tarde si de verdad quiere ser un gran artista –mi voz reverberaba en un fluctuante azul oscuro plagado de ligeros destellos de luz titilante–. Retrocedamos unos siglos.  
   Se formó una neblina azulada y los destellos de luz giraron hasta dar forma a un niño que no más de diez años, se hallaba en el taller de un pintor barriendo el suelo y de vez en cuando se detenía para mirar cómo pintaba. La escena se fundió en la neblina azul y surgió otra en la que el maestro enseñaba al aprendiz a moler los pigmentos y preparar los colores. De nuevo la neblina y el aspirante a artista hacía su primer dibujo. La bruma lo borró y a continuación dibujaba con seguridad sobre el lienzo, siguiendo el boceto del maestro. Más niebla y el joven, casi un adulto, pintaba su propia obra. La imagen se disolvió en la noche azulada.
   –Conocimientos de arte acumulados a través de los siglos y tristemente olvidados a lo largo del siglo veinte.
   El puente de Charing Cross, de André Derain se materializó en la oscuridad. El violento azul oscuro de las casas, el puente y las barcas, destacaban sobre un río amarillo de orilla roja y un cielo rosa sobre edificios verdes. Color emocional.
   –Fauvismo –fue la primera de una serie de imágenes proyectadas durante cinco segundos cada una–. Cubismo. Futurismo. Expresionismo. Abstracción. Surrealismo. Expresionismo abstracto. Pop art. Op art. Neorrealismo. Nueva abstracción. Neoexpresionismo –la oscuridad volvió tras la última imagen–. Todavía hay más, son demasiados movimientos artísticos para nuestra frágil memoria.
   Surgió una nueva imagen, Green Forest, de Natalia Gontcharova. Sobre un fondo negro supuestos haces de luz surgían en varias direcciones, líneas azules, blancas y verdes.
   –Rayonismo, ¿alguien lo recuerda?
   La imagen permaneció más tiempo que las anteriores.
   –Olvido, y no sólo del pasado. Los artistas intentamos cubrir con un velo el último movimiento, para crear otro que nos dé a conocer. Desesperemos, pues antes de que el nuestro haya visto la luz, asomará el siguiente.
   Volvió el niño. Era más joven y estaba sentado en la calle, haciendo trazos con una ramita sobre el suelo polvoriento.
   –Ahora tenemos la posibilidad de formar al artista desde su más tierna infancia, e incluso ir un poco más allá –el niño decreció a toda velocidad, hasta aparecer en el seno materno–. Su educación puede comenzar en el momento de su gestación –la madre y el padre cantaban a dúo al tiempo que ejecutaban los primeros trazos sobre un lienzo.
   Hubo un instante de oscuridad azulada y vacía.
   –El futuro artista será hijo de artistas.
   De la oscuridad surgieron dos puntos brillantes, blancos. Irradiaron filamentos marrones y una claridad azulada los encerró en sendos círculos: unos ojos profundos e intensos, los míos.
   –Daré a luz al artista del siglo veintiuno…
   Las pupilas se dilataron perceptiblemente.
   –Y busco al progenitor…
   Los párpados se entornaron y abrieron.
   –Podrías ser tú.
   Los ojos se cerraron. La oscuridad azul permaneció.
   Encendieron las luces y la claridad inundó la sala, deslumbrándome. Cerré los ojos como había hecho hace un instante en el vídeo. Cadena 13 se permitía tener una sala de proyecciones con gradas, un pequeño cine. Me había sentado atrás, desde donde percibía el optimismo que había despertado el comienzo de mi obra de arte. Los murmullos se multiplicaban y poco a poco se fueron transformando en animadas conversaciones.
   Lo había conseguido, la presentación de la Performance era muy buena. Desde el principio sabía que todo iba a salir bien y aún así me costaba creerlo. Cierto que el dossier estaba muy elaborado, pero sólo la animación del aprendiz de artista había representado un ímprobo trabajo. Ahí estaba Piero, que se acercaba felicitando a diestro y siniestro, repartiendo besos y abrazos indistintamente a hombres y mujeres. Llegó desbordante de alegría y se sentó a mi lado.
   –Violeta de mi corazón –canturreó–. Esto va a ser un éxito.
   –Lo sé.
   –Ya has visto que contamos con un equipo muy bueno, pero sin ti –puso su mano sobre la mía–, esto no existiría.
   No intenté zafarme. A estas alturas sabía que no era la garra, a pesar de que fuera un ligón incorregible, un playboy en toda regla.
   –Tampoco existiría la Performance sin ti.
   –Signorina, nuestros destinos están unidos.
   Había levantado mi mano y me la besaba, como un caballero de otra época, cuando se acercó el psicólogo. De entrada me caía mal y no era porque tuviera el rostro picado de viruela y fuera feo, es que siempre estaba en desacuerdo con todo y tenía algo que apuntar. Detalles y más detalles. Piero me devolvió la mano y se giró hacia él.
   –¿Qué te ha parecido, Ventura?
   –Hubiera estado mejor una mayor dosis de…
   –Olvídalo –le interrumpió–, ya te dije que lo haríamos como quería Violeta.
   El muy pelmazo quería que todo fuera más intenso. Le dije que estábamos en el comienzo y ya tendríamos tiempo de llegar a momentos más intensos.
   –Una cosa más: me parece que alguien podría pensar que cualquiera podría ser el padre. Al final no se recuerda que ha de ser artista.
   –Ese niño será hijo de artistas. Cerca del final, ¿recuerda? Y se matizará en el segundo capítulo –solté de malas maneras.
   –Tiene razón –dijo Piero.
   El psicólogo dio media vuelta y se fue. No sabía muy bien qué pintaba aquí.
   –Piero, ¿no podríamos buscar a otro?
   –Es bueno conocer el punto de vista de la oposición, ver las cosas desde el otro lado. Espera un poco y si no nos aporta nada, lo largamos. Por cierto –dijo Piero–, la música no era la que probamos al principio, “Así habló Zarathustra”.
   –Hemos cambiado de amanecer, el de Strauss se usó en la película Odisea 2001. Éste es el “Amanecer en el Gran Cañón” de Paul Winter.   
   Había sido idea de Cristina, que por fin se había decidido a involucrarse en mi proyecto, aunque fuera de manera no oficial.
   –Todo un acierto. Te tengo que dejar. Una reunión para el telediario de la noche. Arrivederci.
   Piero se alejó y yo me levantaba para irme, cuando escuché una voz a mi derecha. Volví la cabeza. Era el de animación, de los dos que teníamos, el mejor con diferencia.   Su rostro pálido era casi lo único que se distinguía, y lo parecía todavía más rodeado de la enorme mata de pelo cardada y la camiseta negra. Venía hacia mí.
   –Has estado fantástica –dijo con un acento extranjero que tiraba para atrás.
   –Gracias –nos quedamos de pie frente a frente. Era algo más bajo que yo.
   –¿Es cierto que es la primera vez que sales a escena? –me preguntó sin dejar de masticar el chicle.
   –Es cierto.
   –Pues has estado francamente bien, la voz te ha quedado fantástica y los ojos…, you know, enhorabuena. Nos vemos –se volvió sin esperar a que le diera las gracias.
   No podía haber tenido un comienzo mejor. La Virgen de la Estrella estaba conmigo. Sólo quedaba esperar la acogida favorable del público.

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