-4-
El camarero
Tenía los ojos cansados después de llevar
cinco horas delante de los monitores, así que me eché hacia atrás en el asiento
y los cerré. Creí que la afluencia de aspirantes sería menor el segundo día,
pero cuando llegué, las pantallas mostraban una cola enorme que daba la vuelta
a la manzana y no paraba de crecer. La primera idea había sido grabarlo todo,
pero hubo que desecharla porque no habríamos sido capaces de visionar todo el
material, y mucho menos seleccionarlo para hacer el montaje.
Mi labor consistió en ir tomando nota de lo
más relevante, anotar la hora y el monitor en el que aparecía y decidir sobre
la marcha si era o no interesante, algo a lo que me estaba ayudando Pelo
Cardado. Mientras, los cuatro técnicos se encargaban del control de los veinte
monitores que había en la sala, así como de seleccionar y pasar al disco duro
las escenas elegidas. Por la tarde, con la ayuda de los datos, prepararíamos el
montaje para que pudiera salir en antena a las ocho y media de la noche. Un
trabajo de locos, pero los técnicos de televisión estaban tan tranquilos,
decían que era el pan suyo de cada día.
–B 270, en la cámara uno. Lo desechamos,
¿no? –dijo Playboy. El jefe había pasado por allí al poco de empezar y se quedó.
Abrí los ojos, pero no llegué a tiempo de
ver la imagen que desechaban. ¿Cómo podían ellos aguantar tanto tiempo?
–Lo olvidamos –contestó Sánchez–, borrado
por aburrido.
Sánchez tenía salero y nos alegraba la
jornada, porque pese a lo entretenido que pudiera resultar espiar a los
aspirantes a través de la cámara, se volvía pesado con el paso de las horas. En
ese momento, un aspirante observaba las formas proyectadas sobre la pared, luego
anotó algo en su impreso y volvía a mirar. Así varias veces.
–B 275, en la tres –intervine–. Guardad una
toma completa –lo apunté en la agenda: Proyección-anotar, repetitivo. B-275,
12:07.
–Mío –dijo otro técnico.
Todavía
no me sabía el nombre de todos. Había mucha gente trabajando en la Performance: técnicos de imagen, sonido,
animación, montaje y efectos especiales; luego estaban los cámaras, el
guionista y alguno más que se me olvidaba; y todavía faltaba alguno más por
venir para cuando esto empezara en serio, entre ellos un director de cine, que
ya debería haber estado aquí.
–¡Miradle, si está haciendo fotos! –dijo Pelo
Cardado, con su acento yanqui–. Por la doce.
Estas anécdotas conseguían hacer el trabajo
entretenido. Playboy cogió el teléfono y marcó.
–Seguridad, soy Piero. En la sala de los
cubos hay un individuo con una cámara, sacadlo de allí.
–Recibido. Ahora mismo va para allá.
El guardia apareció en escena.
–A tu derecha –dijo Playboy–, el de la
chaqueta de pana gris.
–Le veo.
–Llévalo fuera y bórrale la tarjeta de la
cámara. Ocúpate de que no vuelva a entrar.
–Recibido.
El
guardia sacó al individuo sin que éste ofreciera la menor resistencia y los
concursantes, apenas prestaron atención al incidente. Lo anoté, la escena
estaría en el montaje. Nos íbamos a centrar en los personajes y sus anécdotas, como
la sucedida a primera hora de la mañana, cuando un par de individuos de aspecto
estrafalario, bebidos o drogados se dirigieron a los de la cola y les recriminaron
por venderse. Playboy había sido previsor y había instalado unas de esas
casetas prefabricadas de obra de dos pisos desde las que podía tomar imágenes
discretamente.
–Escuchad esto –dijo Playboy, subiendo el
volumen del monitor número dieciséis.
–…me tendrás que dar un resguardo.
–No entregamos nada –contestó la azafata.
Tenía a cinco concursantes esperando a
entregarle la solicitud.
–Dale un pin y que se vaya, ¡qué pesado!
–dijo uno de ellos.
–Dame algo tuyo de recuerdo, guapa –insistió
el primero.
–Para guapo tú. Qué más quieres, si vas a
ser el papá –la azafata coqueteó con él–, anda vete.
–¿Me puedo quedar el bolígrafo? Me gusta.
–Y la instancia, si te pones así.
Qué tontos se ponían cuando actuaban en
manada. Esbocé una sonrisa y con ella se me escapó un bostezo que intenté
disimular.
–Bueno chicos, esto marcha sobre ruedas. Os
dejo solos –dijo Playboy–. Violeta, tengo que hablar contigo.
–Sí, claro –me giré hacia Pelo Cardado–.
Esto…
–No te preocupes, Violeta. Anotaré todo.
No era su trabajo, pero el de animación estaba
en todas partes. Estos norteamericanos funcionaban de otra manera.
Seguí a Playboy fuera de la sala y en vez de
dirigirse a su despacho, bajó las escaleras y me llevó al bar. Nos sentamos en una
mesa junto a la cristalera desde la que había una buena vista, si así se le
podía llamar, sobre los descampados que iban a desaparecer bajo toneladas de
ladrillos.
–¿Qué quieres tomar? –me dijo.
–Un café con leche.
No esperó a que Nina viniera y fue a la
barra. Era un hombre encantador y debía empezar a pensar en él como Piero,
antes de que un día se me escapara el alias. Volvió con mi café y una copa de vino. Piero. Dejó las bebidas sobre la
mesa y se sentó, tras lo cual se quitó las gafas azules y las puso sobre la
mesa. Piero. Se pasó la mano por los ojos. Él también los debía tener cansados.
–Es hora de darse una alegría –dijo Piero.
–Un pequeño descanso, todavía nos queda un
montón de trabajo por delante.
–Relájate y disfruta. Podrán vivir sin
nosotros.
Era cierto. Si algo había aprendido en el
poco tiempo que llevaba con él, era que tenía gente muy competente y les dejaba
hacer. Sería capaz de ausentarse para ir a dar una vuelta con Nina porque hacía
un buen día o se le hubiera antojado ir al museo del Prado a ver la pintura
italiana.
–Fue un acierto lo del Espacio de Arte –se
llevó la copa a los labios–. Mmm, buenísimo el Vega Sicilia. ¿Quieres probarlo?
–No, gracias. A estas horas se me subiría.
–En otro momento será –miró su copa–. Les
pedí que lo trajeran para mí.
Parecía, no, era un vividor. Me lo podía
imaginar de tantas maneras…, hasta presentándose como aspirante a padre del
artista del siglo XXI; mejor que no
ocurriera.
–Esto es una locura –dije–. Pensé que ayer
nos encontraríamos con veinte, treinta, o cien aspirantes; pero dos mil
setecientos y pico…
–Hoy van a ser más –soltó una carcajada–. Yo
tampoco esperaba tantos, unos cientos a lo sumo, pero me da la impresión de que
va a ser así todos los días –dio un sorbo a su vino–. ¡No podemos pedir mejor
publicidad! Mira las cámaras de la competencia que hay ahí fuera, o el fotógrafo
que se nos ha colado hace un momento. Es bueno para los dos: para mi audiencia
y para tu Performance.
–De
aquí al viernes, podemos juntarnos con diez mil solicitudes. Ayer hablé con la
azafata que las recoge y por lo que ha visto, ¡hay gente de toda la geografía
española!
–Vienen por ti, y eso que no te conocen, si
no, serían muchísimos más.
–No sé si sentirme halagada u horrorizada: diez
mil personas dispuestas a acostarse conmigo y sin conocerme –como había dicho
Cristina.
–Ánimo –cogió mi mano.
–A los hombres les cuesta tan poco
desenfundar…
Me arrepentí nada más decirlo, justo además
cuando acababa de coger mi mano.
–Diez
mil euros para el elegido son una buena razón –soltó una carcajada y dejó mi
mano, lo cual me tranquilizó–. Y eso que el premio sólo está a la altura de un
concurso de cultura.
–Eso explica que se hayan presentado un
jubilado y un par de mujeres. ¿Te imaginas? ¡Un par de mujeres!
Sus ojos brillaron y el rostro se le iluminó
con una amplia sonrisa.
–Pues sí, podíamos entrevistarlas para
preguntarles cómo pensaban dejarte embarazada.
–Serías capaz…
–No lo sabes tú bien. Sería un incentivo en
el programa.
Sí que le creía capaz. Por lo poco que le
conocía, le creía capaz de cualquier cosa.
–Debería volver, hay mucho trabajo.
–Violeta, escucha una cosa. Si de algo puedo
jactarme, es de saber quién puede trabajar y qué responsabilidad puedo darle.
Tenemos un equipo estupendo, llevamos unas horas trabajando codo con codo, a su
lado. Ya saben lo que queremos, hay que dejarles hacer su trabajo.
–Y si hay algún imprevisto…
–Lo solucionaremos, pero mientras deberías
tomarte un descanso. No puedes poner ladrillos y dirigir la obra a la vez. Tienes
que estar fresca para el montaje.
–Tienes toda la razón.
Estaba tan contenta, que llamé a Cristina para
que nos fuéramos a cenar fuera. Propuso ir al Diablito, tenían unas pizzas muy
buenas y además había uno cerca de casa. Me gustaba el lugar y su ambientación
ingenuamente infernal a base de poca luz y decoración en negro y naranja
intenso. Con sus pequeñas mesas era un lugar ideal para parejas.
Cristina había llegado antes que yo y estaba
dibujando una perspectiva de mesas y paredes pintadas a rombos.
–Te superas –dijo al verme–. Has enfocado el
programa de hoy de manera que parece algo completamente diferente al de ayer.
–Entonces te ha gustado.
–¡Me ha parecido genial! Sobre todo que
después de los aspirantes más agresivos, metieras la escena de los individuos que
molestan a los aspirantes y luego a aquel pobrecito que se escabulló de la
cola. Me reí un montón con los tímidos.
–No había muchos. Es normal, teniendo en
cuenta a lo que se presentan.
–Sí, claro…
El cambio se me había ocurrido esa misma tarde:
agruparíamos a los aspirantes en categorías acordes a su personalidad y emplearíamos
las anécdotas como nexo de unión entre los diferentes grupos. No era la idea
inicial, pero quedó bastante bien y a ello contribuyeron con su experiencia los
técnicos de imagen y sonido, que eran muy buenos, y el animador, Pelo Cardado, que
siempre tenía algo que aportar.
Llegó la camarera y nos dio las cartas.
Decidimos compartir una ensalada y una pizza, porque las servían enormes. Después
de pedir, Cristina siguió con su dibujo, al cual me incorporó, dejando que el
fondo se transparentara a través de mí.
Nos trajeron la ensalada de mozzarella y
Cristina, entre bocado y bocado, siguió dibujando. Me daba envidia la facilidad
que tenía para encontrar el motivo y ponerse a dibujar en cualquier sitio. Sonó
mi móvil y lo saqué del bolso.
–Mi madre. Ya me extrañaba que no hubiera
llamado hoy.
–Igual no ha podido ver el programa –dijo
con la boca llena.
–Y me quiere preguntar qué ha pasado…
–descolgué–. Hola mamá.
–Hola, Violeta. ¡Ay, qué disgusto tengo!
–¿Qué ha pasado? –me asustó.
Cristina dejó de comer y permaneció atenta.
Me acerqué a la mesa para que pudiera oírlo.
–Que estaba en la inopia, hija. Esta tarde,
estaba viéndolo, cuando vino la vecina, Juanita, a pedirme unos huevos. Y me
dijo que esa chica es una cualquiera.
–Pero mamá, ¿se puede saber de qué me estás
hablando?
–Del programa del Artista del siglo
veintiuno.
–¡Ah, eso! Con lo que te gusta ese programa.
–Estaba muy engañada, pensaba que era como
un serial. Qué tonta soy, me debo estar haciendo mayor…
Miré a Cristina y me encogí de hombros. A
saber qué le había contado Juanita, menuda criticona era.
–No te queda nada para hacerte mayor. A ver
si no, quién tiene la madre más guapa del barrio.
–Hija, tú que me ves con buenos ojos.
–Porque no quieres, pero si no, te habías
ligado a Félix, el panadero, hace mucho tiempo.
Cristina movió la cabeza ante mi ocurrencia.
–¡Huy, qué cosas dices! Yo soy fiel a tu
padre, que en paz descanse.
–Bien, pero… ¿qué te ha dicho Juanita para
ponerte así?
–Ay, hija. A ver si me lo puedes explicar
tú. ¿Qué es una performance?
Cuanto más quería que se alejara, más se
involucraba en ella. Al final se vendría a trabajar conmigo, y si no, tiempo al
tiempo.
–Una performance es una representación
artística generalmente hecha en directo en la que el artista puede interpretar,
pintar, esculpir o lo que quiera. La que tú ves sería una videoperformance,
porque es una obra grabada. Se podría comparar con una telenovela de esas que
dan por capítulos.
–Entonces, ¿es de verdad? ¿Esa chica… –la
corté antes de que dijera algo que me doliera, recordando que esa chica, era yo.
–A ver, mamá. Cuando estuve en casa y dibujé
las plantas del patio, mi obra no era real, era una representación; podría
recordar bastante a la realidad o podría haber sido más fantástica, pero no era
real, era una obra de arte.
Cristina comenzó a dibujar una aureola
vegetal en torno a mi figura. Lo señalé y esbozó una sonrisa.
–Entonces, Violeta, ¿lo que estoy viendo, es
un serial?
Apareció el camarero, un joven muy mono, retiró
el plato de la ensalada y puso la pizza tramuntana; tenía muy buena pinta.
–¿Me oyes, Violeta? –se me hizo la boca agua
con la pizza, y con el camarero.
–Sí, estaba pensando… por lo que yo he
podido ver es bastante mejor que esos culebrones que dan en la tele. Digamos
que es un serial artístico.
–Cuando vea a Juanita, se lo voy a explicar
bien clarito, a ver si se entera.
Cristina cogió una porción y la llevó a su
plato. Y yo tenía unas ganas de hincarle el diente, a la pizza, y al camarero
si pudiera; pero había una Performance que me lo impedía.
–¿Sabes que te digo? Que la performance es
arte moderno y la mayoría de la gente no lo entiende. Deja a Juanita en su
ignorancia. Total, no lo va a entender…
–¿Sabes qué? Que tienes razón.
El camarero pasó a nuestro lado y le seguí
con la vista hasta que desapareció en la cocina. Cristina se puso la mano en la
boca y simuló escandalizarse por mi comportamiento.
–Pues eso, déjalo –cuanto menos removiéramos
la Performance por Santa Cruz, mejor.
–¿Y tú
que tal estás, Violeta?
–A las mil maravillas, mamá. A las mil
maravillas.
En cuanto colgué, me lancé a por un trozo de
tramuntana y me lo llevé a la boca. Qué le iba a decir, ¿que era yo?
–Está buenísimo –dije con la boca llena.
–¿El qué?
–La pizza y… ¡tú ya sabes!
Cristina se quedó mirándome fijamente.
–¡Violeta! –susurró.
Y tras un corto silencio, Cristina puso
sonido a lo que aleteaba en el aire.
–¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer?
–Sí. Acabo de fastidiar la oportunidad de
alejar a mi madre de la Performance –la miré a los ojos–. Antes o después se va
a enterar y –bajé la voz–, no quiero que piense que soy una cualquiera.
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