sábado, 17 de enero de 2015

LA PERFORMANCE. Segunda parte. Capítulo 4.



-4-
El camarero

   Tenía los ojos cansados después de llevar cinco horas delante de los monitores, así que me eché hacia atrás en el asiento y los cerré. Creí que la afluencia de aspirantes sería menor el segundo día, pero cuando llegué, las pantallas mostraban una cola enorme que daba la vuelta a la manzana y no paraba de crecer. La primera idea había sido grabarlo todo, pero hubo que desecharla porque no habríamos sido capaces de visionar todo el material, y mucho menos seleccionarlo para hacer el montaje.
   Mi labor consistió en ir tomando nota de lo más relevante, anotar la hora y el monitor en el que aparecía y decidir sobre la marcha si era o no interesante, algo a lo que me estaba ayudando Pelo Cardado. Mientras, los cuatro técnicos se encargaban del control de los veinte monitores que había en la sala, así como de seleccionar y pasar al disco duro las escenas elegidas. Por la tarde, con la ayuda de los datos, prepararíamos el montaje para que pudiera salir en antena a las ocho y media de la noche. Un trabajo de locos, pero los técnicos de televisión estaban tan tranquilos, decían que era el pan suyo de cada día.  
   –B 270, en la cámara uno. Lo desechamos, ¿no? –dijo Playboy. El jefe había pasado por allí al poco de empezar y se quedó.
   Abrí los ojos, pero no llegué a tiempo de ver la imagen que desechaban. ¿Cómo podían ellos aguantar tanto tiempo?
   –Lo olvidamos –contestó Sánchez–, borrado por aburrido.
   Sánchez tenía salero y nos alegraba la jornada, porque pese a lo entretenido que pudiera resultar espiar a los aspirantes a través de la cámara, se volvía pesado con el paso de las horas. En ese momento, un aspirante observaba las formas proyectadas sobre la pared, luego anotó algo en su impreso y volvía a mirar. Así varias veces.
   –B 275, en la tres –intervine–. Guardad una toma completa –lo apunté en la agenda: Proyección-anotar, repetitivo. B-275, 12:07.
   –Mío –dijo otro técnico.
   Todavía no me sabía el nombre de todos. Había mucha gente trabajando en la Performance: técnicos de imagen, sonido, animación, montaje y efectos especiales; luego estaban los cámaras, el guionista y alguno más que se me olvidaba; y todavía faltaba alguno más por venir para cuando esto empezara en serio, entre ellos un director de cine, que ya debería haber estado aquí.
   –¡Miradle, si está haciendo fotos! –dijo Pelo Cardado, con su acento yanqui–. Por la doce.
   Estas anécdotas conseguían hacer el trabajo entretenido. Playboy cogió el teléfono y marcó.
   –Seguridad, soy Piero. En la sala de los cubos hay un individuo con una cámara, sacadlo de allí.
   –Recibido. Ahora mismo va para allá.
   El guardia apareció en escena.
   –A tu derecha –dijo Playboy–, el de la chaqueta de pana gris.
   –Le veo.
   –Llévalo fuera y bórrale la tarjeta de la cámara. Ocúpate de que no vuelva a entrar.
   –Recibido.
   El guardia sacó al individuo sin que éste ofreciera la menor resistencia y los concursantes, apenas prestaron atención al incidente. Lo anoté, la escena estaría en el montaje. Nos íbamos a centrar en los personajes y sus anécdotas, como la sucedida a primera hora de la mañana, cuando un par de individuos de aspecto estrafalario, bebidos o drogados se dirigieron a los de la cola y les recriminaron por venderse. Playboy había sido previsor y había instalado unas de esas casetas prefabricadas de obra de dos pisos desde las que podía tomar imágenes discretamente.
   –Escuchad esto –dijo Playboy, subiendo el volumen del monitor número dieciséis.
   –…me tendrás que dar un resguardo.
   –No entregamos nada –contestó la azafata.
   Tenía a cinco concursantes esperando a entregarle la solicitud.
   –Dale un pin y que se vaya, ¡qué pesado! –dijo uno de ellos.
   –Dame algo tuyo de recuerdo, guapa –insistió el primero.
   –Para guapo tú. Qué más quieres, si vas a ser el papá –la azafata coqueteó con él–, anda vete.
   –¿Me puedo quedar el bolígrafo? Me gusta.
   –Y la instancia, si te pones así.
   Qué tontos se ponían cuando actuaban en manada. Esbocé una sonrisa y con ella se me escapó un bostezo que intenté disimular.
   –Bueno chicos, esto marcha sobre ruedas. Os dejo solos –dijo Playboy–. Violeta, tengo que hablar contigo.
   –Sí, claro –me giré hacia Pelo Cardado–. Esto…
   –No te preocupes, Violeta. Anotaré todo.
   No era su trabajo, pero el de animación estaba en todas partes. Estos norteamericanos funcionaban de otra manera.
   Seguí a Playboy fuera de la sala y en vez de dirigirse a su despacho, bajó las escaleras y me llevó al bar. Nos sentamos en una mesa junto a la cristalera desde la que había una buena vista, si así se le podía llamar, sobre los descampados que iban a desaparecer bajo toneladas de ladrillos.
   –¿Qué quieres tomar? –me dijo.
   –Un café con leche.
   No esperó a que Nina viniera y fue a la barra. Era un hombre encantador y debía empezar a pensar en él como Piero, antes de que un día se me escapara el alias. Volvió con mi café y una copa de vino. Piero. Dejó las bebidas sobre la mesa y se sentó, tras lo cual se quitó las gafas azules y las puso sobre la mesa. Piero. Se pasó la mano por los ojos. Él también los debía tener cansados.
   –Es hora de darse una alegría –dijo Piero.
   –Un pequeño descanso, todavía nos queda un montón de trabajo por delante.
   –Relájate y disfruta. Podrán vivir sin nosotros.
   Era cierto. Si algo había aprendido en el poco tiempo que llevaba con él, era que tenía gente muy competente y les dejaba hacer. Sería capaz de ausentarse para ir a dar una vuelta con Nina porque hacía un buen día o se le hubiera antojado ir al museo del Prado a ver la pintura italiana.
   –Fue un acierto lo del Espacio de Arte –se llevó la copa a los labios–. Mmm, buenísimo el Vega Sicilia. ¿Quieres probarlo?
   –No, gracias. A estas horas se me subiría.
   –En otro momento será –miró su copa–. Les pedí que lo trajeran para mí.
   Parecía, no, era un vividor. Me lo podía imaginar de tantas maneras…, hasta presentándose como aspirante a padre del artista  del siglo XXI; mejor que no ocurriera.
   –Esto es una locura –dije–. Pensé que ayer nos encontraríamos con veinte, treinta, o cien aspirantes; pero dos mil setecientos y pico…
   –Hoy van a ser más –soltó una carcajada–. Yo tampoco esperaba tantos, unos cientos a lo sumo, pero me da la impresión de que va a ser así todos los días –dio un sorbo a su vino–. ¡No podemos pedir mejor publicidad! Mira las cámaras de la competencia que hay ahí fuera, o el fotógrafo que se nos ha colado hace un momento. Es bueno para los dos: para mi audiencia y para tu Performance.
   –De aquí al viernes, podemos juntarnos con diez mil solicitudes. Ayer hablé con la azafata que las recoge y por lo que ha visto, ¡hay gente de toda la geografía española!
    –Vienen por ti, y eso que no te conocen, si no, serían muchísimos más.
   –No sé si sentirme halagada u horrorizada: diez mil personas dispuestas a acostarse conmigo y sin conocerme –como había dicho Cristina.
   –Ánimo –cogió mi mano.
   –A los hombres les cuesta tan poco desenfundar…
   Me arrepentí nada más decirlo, justo además cuando acababa de coger mi mano.
   –Diez mil euros para el elegido son una buena razón –soltó una carcajada y dejó mi mano, lo cual me tranquilizó–. Y eso que el premio sólo está a la altura de un concurso de cultura.
   –Eso explica que se hayan presentado un jubilado y un par de mujeres. ¿Te imaginas? ¡Un par de mujeres!
   Sus ojos brillaron y el rostro se le iluminó con una amplia sonrisa.
   –Pues sí, podíamos entrevistarlas para preguntarles cómo pensaban dejarte embarazada.
   –Serías capaz…
   –No lo sabes tú bien. Sería un incentivo en el programa.
   Sí que le creía capaz. Por lo poco que le conocía, le creía capaz de cualquier cosa.
   –Debería volver, hay mucho trabajo.
   –Violeta, escucha una cosa. Si de algo puedo jactarme, es de saber quién puede trabajar y qué responsabilidad puedo darle. Tenemos un equipo estupendo, llevamos unas horas trabajando codo con codo, a su lado. Ya saben lo que queremos, hay que dejarles hacer su trabajo.
   –Y si hay algún imprevisto…
   –Lo solucionaremos, pero mientras deberías tomarte un descanso. No puedes poner ladrillos y dirigir la obra a la vez. Tienes que estar fresca para el montaje.
   –Tienes toda la razón.



   Estaba tan contenta, que llamé a Cristina para que nos fuéramos a cenar fuera. Propuso ir al Diablito, tenían unas pizzas muy buenas y además había uno cerca de casa. Me gustaba el lugar y su ambientación ingenuamente infernal a base de poca luz y decoración en negro y naranja intenso. Con sus pequeñas mesas era un lugar ideal para parejas.
   Cristina había llegado antes que yo y estaba dibujando una perspectiva de mesas y paredes pintadas a rombos.
   –Te superas –dijo al verme–. Has enfocado el programa de hoy de manera que parece algo completamente diferente al de ayer.
   –Entonces te ha gustado.
   –¡Me ha parecido genial! Sobre todo que después de los aspirantes más agresivos, metieras la escena de los individuos que molestan a los aspirantes y luego a aquel pobrecito que se escabulló de la cola. Me reí un montón con los tímidos.
   –No había muchos. Es normal, teniendo en cuenta a lo que se presentan.
   –Sí, claro…
   El cambio se me había ocurrido esa misma tarde: agruparíamos a los aspirantes en categorías acordes a su personalidad y emplearíamos las anécdotas como nexo de unión entre los diferentes grupos. No era la idea inicial, pero quedó bastante bien y a ello contribuyeron con su experiencia los técnicos de imagen y sonido, que eran muy buenos, y el animador, Pelo Cardado, que siempre tenía algo que aportar.
   Llegó la camarera y nos dio las cartas. Decidimos compartir una ensalada y una pizza, porque las servían enormes. Después de pedir, Cristina siguió con su dibujo, al cual me incorporó, dejando que el fondo se transparentara a través de mí.
   Nos trajeron la ensalada de mozzarella y Cristina, entre bocado y bocado, siguió dibujando. Me daba envidia la facilidad que tenía para encontrar el motivo y ponerse a dibujar en cualquier sitio. Sonó mi móvil y lo saqué del bolso.
   –Mi madre. Ya me extrañaba que no hubiera llamado hoy.
   –Igual no ha podido ver el programa –dijo con la boca llena.
   –Y me quiere preguntar qué ha pasado… –descolgué–. Hola mamá.
   –Hola, Violeta. ¡Ay, qué disgusto tengo!
   –¿Qué ha pasado? –me asustó.
   Cristina dejó de comer y permaneció atenta. Me acerqué a la mesa para que pudiera oírlo.
   –Que estaba en la inopia, hija. Esta tarde, estaba viéndolo, cuando vino la vecina, Juanita, a pedirme unos huevos. Y me dijo que esa chica es una cualquiera.
   –Pero mamá, ¿se puede saber de qué me estás hablando?
   –Del programa del Artista del siglo veintiuno.
   –¡Ah, eso! Con lo que te gusta ese programa.
   –Estaba muy engañada, pensaba que era como un serial. Qué tonta soy, me debo estar haciendo mayor…
   Miré a Cristina y me encogí de hombros. A saber qué le había contado Juanita, menuda criticona era.
   –No te queda nada para hacerte mayor. A ver si no, quién tiene la madre más guapa del barrio.
   –Hija, tú que me ves con buenos ojos.
   –Porque no quieres, pero si no, te habías ligado a Félix, el panadero, hace mucho tiempo.
   Cristina movió la cabeza ante mi ocurrencia.
   –¡Huy, qué cosas dices! Yo soy fiel a tu padre, que en paz descanse.
   –Bien, pero… ¿qué te ha dicho Juanita para ponerte así?
   –Ay, hija. A ver si me lo puedes explicar tú. ¿Qué es una performance?
   Cuanto más quería que se alejara, más se involucraba en ella. Al final se vendría a trabajar conmigo, y si no, tiempo al tiempo.
   –Una performance es una representación artística generalmente hecha en directo en la que el artista puede interpretar, pintar, esculpir o lo que quiera. La que tú ves sería una videoperformance, porque es una obra grabada. Se podría comparar con una telenovela de esas que dan por capítulos.
   –Entonces, ¿es de verdad? ¿Esa chica… –la corté antes de que dijera algo que me doliera, recordando que esa chica, era yo.
   –A ver, mamá. Cuando estuve en casa y dibujé las plantas del patio, mi obra no era real, era una representación; podría recordar  bastante a la realidad  o podría haber sido más fantástica, pero no era real, era una obra de arte.
   Cristina comenzó a dibujar una aureola vegetal en torno a mi figura. Lo señalé y esbozó una sonrisa.
   –Entonces, Violeta, ¿lo que estoy viendo, es un serial?
   Apareció el camarero, un joven muy mono, retiró el plato de la ensalada y puso la pizza tramuntana; tenía muy buena pinta.
   –¿Me oyes, Violeta? –se me hizo la boca agua con la pizza, y con el camarero.
   –Sí, estaba pensando… por lo que yo he podido ver es bastante mejor que esos culebrones que dan en la tele. Digamos que es un serial artístico.
   –Cuando vea a Juanita, se lo voy a explicar bien clarito, a ver si se entera.
   Cristina cogió una porción y la llevó a su plato. Y yo tenía unas ganas de hincarle el diente, a la pizza, y al camarero si pudiera; pero había una Performance que me lo impedía.
   –¿Sabes que te digo? Que la performance es arte moderno y la mayoría de la gente no lo entiende. Deja a Juanita en su ignorancia. Total, no lo va a entender…
   –¿Sabes qué? Que tienes razón.
   El camarero pasó a nuestro lado y le seguí con la vista hasta que desapareció en la cocina. Cristina se puso la mano en la boca y simuló escandalizarse por mi comportamiento.
   –Pues eso, déjalo –cuanto menos removiéramos la Performance por Santa Cruz, mejor.
   –¿Y tú que tal estás, Violeta?
   –A las mil maravillas, mamá. A las mil maravillas.
   En cuanto colgué, me lancé a por un trozo de tramuntana y me lo llevé a la boca. Qué le iba a decir, ¿que era yo?
   –Está buenísimo –dije con la boca llena.
   –¿El qué?
   –La pizza y… ¡tú ya sabes!
   Cristina se quedó mirándome fijamente.
   –¡Violeta! –susurró.
   Y tras un corto silencio, Cristina puso sonido a lo que aleteaba en el aire.
   –¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer?
   –Sí. Acabo de fastidiar la oportunidad de alejar a mi madre de la Performance –la miré a los ojos–. Antes o después se va a enterar y –bajé la voz–, no quiero que piense que soy una cualquiera.

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