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Primera prueba
Era lunes y no un lunes cualquiera, sino el
que confirmaba la continuidad de mi Performance, algo que nunca dudé desde que
se iniciara un par de semanas atrás. Interlocutor me llamó para una reunión de
trabajo y aunque hubiera preferido resolverla por teléfono, se mostró
inflexible. No intenté convencerle, sabía que no había quien le sacara de su
torre de marfil, en su caso, de madera. Y así, me puse el vestido violeta con
el que acudí la primera vez a verle y salí de casa. Caminé hacia su torre, deprisa
y sin ninguna prisa, con mi cabellera al viento cual anuncio de champú;
recordando que también era el lunes que alegraría a quinientos de los
aspirantes, que pasarían a la segunda fase.
Me gustaría tener una visión, una
maravillosa visión, que confirmara lo bien que me iba a ir y me mostrara el
triunfo final: la entrada en el mundo del arte por la puerta grande y mi
permanencia en él; pero las visiones no funcionaban a mi antojo, había tenido
las que había tenido y no habría más si no eran necesarias, lo sabía. Podía
soñar despierta, eso ya lo hacía, pero quería soñar mientras dormía, despertar
para recordar, volver a dormir y seguir soñando.
Llegada a mi destino, llamé al timbre y al sentir
que descolgaba el telefonillo, me identifiqué con un “soy yo”, sin percatarme
de que a él no le gustaba ese tono tan familiar. Pese a ello me abrió, a estas
alturas conocía mi voz, como reconocería el vestido violeta. Con lo parco que
era, acabaríamos enseguida y tendría tiempo de sobra para volver a casa y ver el
programa de mi Performance.
En mi euforia, encontré acogedor el
recargado portal decorado en marfiles y azules y me sentía con fuerzas para
subir a pie los cinco pisos; aún así preferí disfrutar del único ascensor con
asiento que conocía. Abrí la fría reja exterior, la cálida puerta interior y entré
en el acogedor y diminuto habitáculo de caoba. Me acomodé en el asiento de
cuero verde inglés, pulsé el botón y cerré los ojos, quería disfrutar del
ascenso, sentir hasta los más ligeros crujidos. Ascensión, subida a la gloria,
quedaba menos para entrar en el Olimpo de los Artistas; que así fuera, mi
Señora de la Estrella Coronada. El aparato se detuvo y me apenó tener que abandonar
el asiento.
Llamé al timbre. Escuché el clic y empujé.
La puerta del despacho estaba abierta e Interlocutor aguardaba sentado tras su
mesa; o era la pose para recibir a los clientes, o se pasaba la vida en ella. Entré
en su torre de marfil y ocupé mi asiento. Como siempre, iba enfundado en un
traje gris y su penetrante mirada de acero se clavó en mí. A su izquierda tenía
una pila de periódicos y ante él, una de sus carpetas de cuero marrón y un
bolígrafo gris mate.
–Resulta más seguro que nos reunamos aquí, si
quiere usted permanecer en el anonimato.
–Tiene usted razón –bajé la mirada. No era
sumisión, huía de su fría mirada.
–La Performance ha tenido un comienzo
prometedor, con muchos más participantes de los esperados.
–Así es.
Para mí era un sueño hecho realidad, la
llave hacia el éxito; para él probablemente fuera un dato estadístico favorable.
Abrió la carpeta que tenía ante sí y sacó una hoja escrita a mano con letra pulcra
y elegante.
–Los periódicos de la semana pasada –señaló
el montón–, nacionales y locales; en todos se habla de su Performance. Supongo
que habrá visto algo.
Así que de eso era de lo que íbamos a
tratar, de la crítica. Como decía Piero, era una buena publicidad.
–Únicamente El País –había ojeado alguno más,
pero preferí hacer como que no le daba importancia a la crítica.
–Haciendo un resumen de lo visto hasta ahora
–fijó los ojos en el folio, dándome un respiro–. Primero, publican breves reseñas.
Segundo, explican lo que es una performance, algunos no muy acertadamente; eso
es algo que tendremos que aclarar. Tercero, inician las críticas, un poco antes
de lo esperado. Cuarto, coincidiendo con la actual fase de la Performance, nos
esperan críticas extremas: favorables o demoledoras.
Volví a sentir sus ojos clavados en mí.
–Supongo que no vamos a prestarles atención.
–Al contrario. Quiero mostrarle algo.
Cogió el primer periódico del montón, lo
abrió y me lo pasó. Había una línea de lápiz vertical a la izquierda de una columna,
como si no quisiera estropearlo. “El trato a los aspirantes es vejatorio”, leí
la reseña completa. Me pasó otro periódico. “Falta de información a los
periodistas”, lo ojeé.
–Este último me interesa más: pone en duda
que haga usted una performance –leyó–: “se realiza en diferido, por lo cual
pierde la espontaneidad”.
–Supongo que no hay nada que se salga de lo
esperado, ¿no es cierto?
–Así es, pero hay que tener en cuenta que va
a ser invisible hasta poco antes del final, algo que van a aprovechar para
ensañarse con usted y provocarla para que salga a la luz.
–¿Cree que debería hacerlo?
–No. Es
una buena estrategia y añade interés a la Performance. Debemos salir al paso de
las críticas. Como su representante, daré los comunicados pertinentes.
Sacó un par de folios de la carpeta y me los
pasó. El primero era un listado de las noticias, ordenadas cronológicamente. Leí
entre líneas. “Hasta ahora ha sido un programita inocente, pero ¿qué
intenciones esconde en realidad?” ¿Quién es la artista misteriosa y por qué no
se deja ver? ¿Es una performance o encubre un reality show? Pasé a la segunda hoja.
–Es mi comunicado a la prensa, si usted lo
aprueba.
Empecé a leer.
El
término Performance no viene recogido en el diccionario de la Real Academia de
la Lengua. Definirlo es muy complicado, el límite entre esta manifestación
artística y otras como el teatro, el happening o el body-art, es imprecisa. Esa
transición tan sutil, lleva a los no versados en el Arte Contemporáneo a
confundir la Performance con otra manifestación no artística de moda en algunos
medios televisivos, el Reality Show.
La Performance es una manifestación
artística llevada a cabo por un individuo o grupo, cuya acción involucra cuatro
elementos básicos: tiempo, espacio, el cuerpo del artista y la relación entre el
artista y el público. A diferencia de las Artes tradicionales, el foco de la
obra artística no lo constituye un objeto, ya que es el artista el que pasa a
ser una obra de arte en sí misma.
“El artista del siglo XXI” es una Performance
que ha adoptado el formato televisivo para poder llegar al mayor número de
espectadores posible, convirtiéndose en el evento de estas características con
más difusión. ¿Performance o Videoperformance? Arte, al fin y al cabo es Arte.
Lo firmaba Jaime Campoamor. Una definición
seria como él, sin atacar ni defenderse de la prensa. Estaba muy bien.
–No se podía haber definido mejor –le dije.
–Estudié Historia del Arte.
–No lo sabía.
–No se lo había dicho.
La confesión me desconcertó. Sabía que era un
Interlocutor de Arte, que era casi lo mismo que no saber nada. Bien, suponía
que la reunión había llegado a su fin con la inesperada confesión. ¿Por qué lo
habría hecho? Miré el reloj. Eran las ocho y diez. Tenía que darme prisa en
volver a casa para ver el programa.
–Ha
hecho un gran trabajo –dijo y esta vez miraba al escritorio–, al principio no
entendí por qué hizo la primera grabación sobre los zapatos.
–Gracias –volvía a sentirme desconcertada.
–Martes, aspirantes en categorías acordes a
su personalidad aparente y las trivialidades como nexo de unión entre los
diferentes grupos; seguí sin comprender. Miércoles, relaciones sociales entre
los candidatos. Jueves, afloraba de nuevo su personalidad a través de su
escritura. Viernes, despedida, era el último día. ¿Espontaneidad, incoherencia
en el montaje? Usted quería evitar el tedio de cinco días de lo mismo y que el
público estuviera esperando ver qué iba a ocurrir el día siguiente.
Se tomó un respiro antes de continuar.
–Recuerdo la primera entrevista que tuvimos.
Le pregunté si podría mantener la atención del público durante tanto tiempo y
me respondió que los telediarios daban las noticias fragmentadas y los
realities se pasaban semanas sin variar apenas el contenido, y que ambos
continúan sus emisiones. Yo la creí, pero lo de esta semana, es la prueba
palpable de ello. La felicito.
No le iba a decir que había tanto de premeditación
como de improvisación, viendo las grabaciones y decidiendo un par de horas
antes del montaje cómo lo iba a hacer. En ese sentido, había sido muy española.
Miré el reloj: las ocho y veinte.
–Muchas
gracias. Y, si no hay nada más, me gustaría irme, quiero ver el programa de la
performance y ya voy a llegar muy justa.
–Lo siento –cerró los ojos–. ¿Me permite que
la invite a verlo aquí?
–¿Aquí?
–Sí.
Volví a mirar el reloj. Sería lo mejor,
aunque no fuera lo que más me apeteciera. Lo sentía por Cristina. La llamaría.
–Si me permite antes una llamada…
–Claro, cómo no.
Sonó un clic a mi derecha y una puerta
perfectamente camuflada, sin tirador ni nada, se abrió. Estaría conectada a su
escritorio.
–Llame cuando acabe –salió por la puerta y
cerró.
Daba un poco de miedo tanto misterio, pero a
estas alturas, no creía que la autora de la Performance fuera a desaparecer en
la extraña casa del insólito Interlocutor de Arte.
Saqué
el móvil y llamé a Cristina.
–Oye, que me ha entretenido más de la cuenta
y no llego. Me ha invitado a quedarme a verlo aquí… no, no sé. Luego te cuento,
hasta luego.
Apagué y fui hacia la puerta que seguía sin
ver pese a conocer su ubicación, los paneles de madera estaban perfectamente
encajados. Llamé con los nudillos, dispuesta a pasar a un mundo oculto tras la
puerta secreta. Pese a lo misterioso que resultara, no veía peligro alguno. Interlocutor
sería raro, pero no era ningún maníaco y si lo fuera ya me defendería.
La puerta se abrió y pasé al otro lado. Tanto
misterio para nada, era un salón con los mismos suelos y paredes de madera; la
decoración no variaba lo más mínimo. Interlocutor estaba sentado, siempre le
había visto así, en un sofá de madera curvada palidísima de finísimos cojines de
piel vuelta color ocre pálido, en cuyo brazo que de tan amplio, parecía una
mesita auxiliar, reposaban varios mandos a distancia. Al verme, se levantó.
–Siéntese, por favor.
Fui hacia la butaca. Al fondo de la sala había
una ventana enorme con un cristal que no dejaba ver el exterior. Junto a ella,
una mesita circular de madera y dos pequeñas butacas, todo a juego con el
sillón. Detrás de una de ellas, había una pintura, lo único que colgaba en aquellas
paredes y era inconfundible, “La Primavera” de Botticelli.
La butaca era cómoda, lo extraño era estar sentada
a su lado. Enfrente había un mueble semioval de madera idéntica a la del sofá con
un enorme televisor de pantalla plana y debajo, varios aparatos más. Esperamos
unos minutos en completo silencio, contemplando las imágenes de los anuncios
sin sonido, hasta que el C-13 sobre fondo azul apareció en pantalla, momento en
que Interlocutor pulsó el volumen. Comenzaba la Performance, “El artista del
siglo XXI”.
Desparecieron las letras. Azul oscuro,
clareando hacia el centro de la imagen, realzando la exquisita silueta de una mujer
joven que permanecía de pie y de frente. Giró la cabeza hacia su derecha en el
momento en que comenzó a sonar “El lago de los Cisnes”, de Tchaikovski e inició
un tímido baile. Asomó un joven por la esquina y al descubrirla, quedó paralizado,
prendado de su belleza.
Acabó “la danza de los cisnes” y empezó el “vals”,
el joven comenzó a danzar a su alrededor. La mujer se balanceó suavemente,
indecisa, sin saber si dedicarle su atención o ignorarlo. Apareció otro joven y
al igual que el anterior, quedó deslumbrado por ella y empezó a rondarla, sin
atreverse a acercarse demasiado.
Tercera pieza, “paso a tres”. Y no hubo dos
sin tres, porque por el extremo del escenario surgió el tercero en discordia,
el más osado de todos ellos, que al ver que no era el mejor bailarín, hizo
aparecer una flor y la depositó a los pies de la bella dama. Los otros,
incrédulos ante la desleal competencia, partieron enojados a buscar algo que
ofrecerle y volvieron con tres flores uno de ellos, con un enorme ramo el otro.
La muchacha miró los presentes y luego a los pretendientes y antes de que pudiera
escoger a uno de ellos, apareció todo un séquito de admiradores que depositaron
más flores en torno suyo y danzaron en corro en torno a ella.
Paso a dos. El cortejo, imágenes reales
idealizadas. Qué buenos eran los de animación, sobre todo el Pelos. La
metamorfosis las llevaría a mutar en cisnes, en una danza de cortejo inacabada,
pues sólo estábamos en las primeras fases de selección de aspirantes. Hermosos
cisnes y una voz, la mía, irreconocible:
–Deberéis traer un presente para cortejar a
la mujer que aún no conocéis.
La
danza de los cisnes continuó un poco más hasta que se fundió en el azul,
apareció el logotipo C13 y volví a hablar.
–Fueron doce mil ochocientos ochenta y tres
los candidatos que entregaron una solicitud como aspirantes a padre del Artista
del siglo XXI. Tras un exhaustivo estudio de las condiciones aportadas por los
candidatos, se ha efectuado una primera selección. Estos son los quinientos
aspirantes que pasarán a la siguiente fase. La lista de seleccionados también
está en nuestra web –sobre la pantalla empezaron a aparecer los nombres junto a
las fotos de los aspirantes.
Como
me temía, algunos de mis compañeros de la facultad se presentaron al casting y
no quería que ninguno de ellos llegara a la final, así que me encargué de que la
mayor parte de ellos no fueran seleccionados; el resto caería en las siguientes
eliminatorias. No quería al padre, a mi compañero conyugal entre los compañeros
de la facultad.
No había hecho más que acabar cuando sonó mi
móvil. No había tenido la precaución de apagarlo. Interlocutor apagó la
televisión y se fue discretamente a la butaca junto a la ventana.
–Hola, mamá.
–¿Lo has visto? ¡Han elegido al rubio!
Aunque bien pensado, me encantaría que no pasara la última selección, estaría
bien para ti.
–Mamá, déjalo, no es el mejor momento. Te
llamo luego.
–¿Estás con alguien?
–Luego te cuento. Adiós mamá –qué ganas
tenía de emparejarme.
Interlocutor contemplaba la pintura de Botticelli.
–¿Su
madre?
–Sí. Se ha enganchado al programa.
–¿Lo sabe?
–No, todavía no.
Me acerqué para ver la pintura y él se
levantó. Para ser alguien al que le gustaba la decoración minimalista, una obra
con tantas figuras en la que se distinguían cada hoja y cada pétalo, era una
incongruencia. Lo único acorde a la decoración del piso, eran los colores
apagados de la pintura, los ocres de las figuras humanas sobre un fondo oscuro.
–Tenía un trazo muy elegante, para ser
anterior al mil quinientos.
–Elegancia y melancolía, siempre presentes
en su pintura.
–Es increíble que pese a la quietud de las
figuras exista esa sensación de movimiento.
–Vasari le describió como inquieto. Y
atormentado.
Interlocutor miraba la figura de la mujer
con el vestido cargado de flores, la figura más llamativa de la composición,
que dominaba la escena desde el lado derecho. La nariz, larga y estrecha, me recordó
a la de Interlocutor, tenían un cierto parecido…
–Siempre me ha fascinado el personaje de
Flora –continuó Interlocutor–. Venus queda en un segundo plano y hasta Las
Gracias la ensombrecen.
–Es una buena copia –dije. No estaba
preparada para discutir a nivel teórico, más allá de la composición y el color;
eso quedaba para los críticos de Arte.
–La he… –su voz dudó–, pintado yo.
–¿Usted?
–me dejó de piedra. Nunca me hubiera imaginado que pudiera tener inquietudes artísticas.
Un día, paseando, había visto una galería de
reproducciones de pinturas clásicas en la calle Argensola y la suya podría haber
estado perfectamente allí.
–Fui a clases de dibujo y pintura, hace años.
–Entonces, ¿usted pinta?
–Lo dejé, no era lo bastante bueno.
Ahí terminó nuestra conversación. No era lo
bastante bueno y lo dejó. Era triste. El silencio que siguió se hizo violento.
Miré el reloj.
–Me tengo que ir, se me está haciendo tarde.
Sus ojos no se alzaron y por primera vez, vi
una expresión en su cara, y era tristeza. Me acompañó a la puerta y me dio la
mano. Eso tampoco era habitual en él.
–Adiós –murmuró.
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