miércoles, 7 de enero de 2015

LA PERFORMANCE. Segunda parte. Capítulo 3.



-3-
La solicitud.

   Las sombras se cernían sobre el antiguo edificio de ladrillo y su enorme puerta de metal oxidado habría pasado desapercibida si no fuera porque al abrirse dejó escapar un chorro de luz que avanzó a lo largo del camino del jardín. A continuación, un enorme cilindro guiado por dos operarios, abandonó el edificio y rodó por la zona iluminada, dejando tras de sí una estela azulada.
   Amaneció. Las sombras fueron remitiendo y la alfombra lució su espléndido azul ultramar, extendiéndose sobre la acera hasta llegar a la verja, pasando bajo la misma y adentrándose en el camino que conducía a la puerta oxidada del edificio. La verja estaba cerrada y sobre ella había una plancha herrumbrosa de letras horadadas: Espacio de Arte Experimental. Bajo el mismo colgaba un  pequeño cartel de fondo azul y letras naranjas que decía: Aspirante a progenitor del Artista del siglo XXI.
   Por encima del débil sonido del tráfico, en aquella calle poco concurrida a tan tempranas horas, unos pasos se hicieron audibles; poco después, unos zapatos negros caminaban sobre la alfombra y se detenían delante de la reja. Más pasos y otro par de zapatos, si cabía más elegantes y negros, se situaron a una distancia prudencial de los anteriores. La alfombra se fue llenando de calzado: deportivo, elegante, serio e informal; y de colores en su mayoría grises o negros. Estaban cada vez más apretados y cuando no cupieron más, tuvieron que aguardar fuera de la alfombra. Eran muchos y llegó el momento en que la cola dio la vuelta a la manzana. Nunca pensé que pudieran venir tantos.
   Unas playeras marrones avanzaban alegres sobre la cuadrícula gris, hasta que divisaron la fila detenida de sus congéneres, aminoraron la marcha y se detuvieron detrás de los mocasines azules. Poco tiempo aguantaron la inmovilidad y se balancearon de puro nerviosismo, poniéndose de puntillas y sobre los talones, y al final acabaron apuntando hacia la calle. No podían estarse quietas y una puntera se alzó, mirando más allá del calcetín a rombos marrones que le asomaba, hacia los pantalones de pana anaranjada que los cubrían, donde una mano se introdujo en su bolsillo y sacó un peine. La puntera siguió atenta a la mano y el peine que ascendían por las inmediaciones de la cazadora de piel marrón hasta la mata de pelo castaño y la peinaban hacia atrás. Acabado el retoque, la mano llevó el peine a su sitio y fue hacia la otra mano, arremangó la cazadora y dejó al descubierto el reloj analógico de correa a juego con el atuendo. Marcaba las nueve en punto.
   Delante de la reja todo seguía igual, pero tras ella aparecieron dos pares de botas negras que procedieron a abrir la reja. Zapatos, deportivas, botas y zapatillas, todos ellos desfilaron sobre la alfombra azul que les conducía al Espacio de Arte Experimental.
   La enorme puerta de metal oxidado estaba abierta y el primer par de zapatos negros, transportaron al individuo que albergaban al interior. Nada más entrar, fueron abordados por una silla motorizada de color blanco, conducida por unos zapatos planos y abiertos de color blanco nacarado con un adorno azul en la puntera; contenían a una mujer vestida con pantalones ceñidos y chaqueta escotada, a juego con su calzado. Una cascada de rizos rubios enmarcaba un rostro excesivamente maquillado, de ojos azules y sonrisa radiante. 
   La mujer dio los buenos días al individuo de los zapatos negros, le tendió una cartulina impresa y un bolígrafo y le animó a seguir el recorrido marcado por la alfombra azul. El asiento giró sobre sus ruedecillas traseras y partió en busca de otro aspirante. En el respaldo, entre las luces azuladas y en letras hundidas se leía: Toyota. Otros tres vehículos pilotados por otros tres pares de zapatos conteniendo mujeres igualmente rubias, se dirigieron hacia la alfombra para recibir a los siguientes candidatos.
   El primer aspirante avanzó enfundado en sus zapatos negros, subió los escalones y giró a la izquierda, siguiendo la senda ultramar. Acababa de entrar en el antiguo pasillo blanco claustrofóbico. Afortunadamente, la luz era azulada y pudo continuar adelante sin detenerse. No me habría gustado que siguiera igual que aquella vez que Cristina y yo vinimos a ver una performance.
   –¿Dudas? Todavía puedes dejarlo ­–la voz le sobresaltó antes de llegar al desvío.
   El aspirante se detuvo sobresaltado, miró a su alrededor, sólo venía el segundo candidato. Fue una detención voluntaria, nadie le obligaba a permanecer inmóvil en el pasillo, ni siquiera mi voz. Volvió a caminar. La alfombra abandonaba el pasillo principal y se desviaba a la derecha. Entró en un pasillo estrecho y oscuro, cuya luz provenía de la sala del fondo. Al llegar a ella se detuvo y ahí fue donde le alcanzaron el segundo aspirante y el tercero.
   Era un recinto de tamaño regular y techo altísimo, iluminado por focos de tonalidad fría que se encendían y apagaban de forma aleatoria. Sobre las paredes se proyectaban imágenes ondulantes que se deshacían bajo la luz intensa de los focos. La alfombra cubría la totalidad del suelo y sobre ella había cubos de diferentes tamaños y de color azul metalizado, distribuidos aleatoriamente. 
   El de las zapatillas deportivas fue el primero en entrar, y moviendo los hombros, se sentó en el cubo que le quedaba más cerca y empezó a leer su impreso. El de los zapatos elegantes se fue a una esquina y el tercero a la opuesta, puso la cartulina sobre un cubo alto y se sentó en otro más bajo. Mientras leía, se puso a tamborilear sobre la mesa. Había música ambiental y sonaba a un volumen contenido, apenas perceptible. Llegaron otros dos participantes y también se detuvieron antes de entrar.
   Música tan distinta a la que sonó aquella vez, la voz descarnada, ¿cómo era?, muriaaaaaaannaggg, muriaaaaaaannnaggggiaaggggg; algo así. El mismo recinto y la misma sala, como un tributo a la artista Undla Kaliman. De su performance surgió la mía, que comenzaba en el mismo lugar. Casualidades de la vida, una elevada dosis de buena suerte y un trabajo hecho a conciencia. Después de firmar el contrato con Cadena 13, llamé a Elvira para contárselo y darle las gracias. Al día siguiente, fue ella la que me llamó para ofrecerme el Espacio de Arte Experimental y decidimos usarlo para la selección de aspirantes.
   Entró otro aspirante, con él ya eran nueve. Caminó hasta el fondo de la sala y las formas ondulantes inundaron su camiseta blanca. Dio unos pasos hacia el cubo alto, lo tocó y apartó rápidamente la mano. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y sus zapatillas brillaron. Comenzó a leer el impreso, azulado bajo los focos. Estaba encabezado por el logotipo de Cadena 13 y el lema “Aspirante a padre del Artista del siglo XXI”. Debajo había un espacio reservado para la foto, junto al del nombre y demás datos personales. A continuación venía la encuesta: aficiones, dotes artísticas, si tenía pareja, si la dejaría por mí. Sacó la foto de su cartera y retiró el papel protector para pegarla en el formulario.
   –Los que habéis completado la solicitud –mi voz emergió sobre la música–, seguid la estela azul. Los que tengáis dudas, la naranja.
   El primer aspirante se dirigió hacia las escaleras, había dos, a ambos lados de la puerta por la cual habían entrado y eligió la de la izquierda. Su zapato negro se posó en el escalón azul y emprendió el ascenso. Al otro lado, unas zapatillas rojas comenzaron a subir precipitadamente por la alfombra naranja. Unos escalones más y se pondrían a la altura de los zapatos negros, pero un traspié hizo que el individuo se lo tomara con más calma. Al llegar arriba se apoyó en la barandilla y miró hacia abajo, hizo ademán de volverse, pero en su lugar se secó el sudor y continuó adelante. Las primeras dudas habían surgido.
   El de los zapatos negros llegó a una sala pequeña. Se oía el batir del mar y sobre las paredes se proyectaban bandas ondulantes, a modo de oleaje. En el centro había un mostrador azul y tras él una azafata morena sentada en un Toyota.
   –Si eres tan amable –la azafata de los zapatos blancos extendió la mano.
   –Claro –entregó la solicitud.
   –Gracias –la colocó con pulcritud sobre la mesa–. Que tengas un buen día.
   Los zapatos negros continuaron sobre la alfombra azulada camino de la salida. Las zapatillas rojas, tras unos momentos de indecisión, siguieron el camino naranja hasta la siguiente sala, un espacio decorado en tonos marrones en cuyas paredes ondulaban violentos fogonazos naranjas. En el centro había un cubo naranja y junto a él, un vehículo en el que había unos zapatos blancos conteniendo una azafata morena.
   –Por favor, introduce la instancia en la ranura.
   No dijo nada, simplemente colocó la instancia en el hueco del mostrador y ésta fue engullida y desintegrada en finas tiras. El individuo volvió a secarse el sudor con el brazo y se marchó. En el pasillo coincidieron, zapatillas rojas y zapatos negros. Sus propietarios continuaron su camino sin dirigirse la palabra, menguando hacia una luz cálida y poderosa.



   El programa había acabado. Habíamos pasado de la presentación al primer, no sabía si llamarlo programa o capítulo. Media hora. Cristina y yo continuamos acomodadas en el sofá sin decir nada, haciendo caso omiso del anuncio, esperando las noticias, por si hablaban de la Performance.
   Todavía me costaba hacerme a la idea de que aquello era mío, había pasado de no tener nada a dirigir una Performance que se retransmitía a nivel nacional. Claro que mi autoría se diluía en el trabajo compartido de un equipo técnico muy competente cuyos miembros tenían la experiencia que a mí me faltaba, pero seguía siendo mi idea y yo la que lo dirigía.
   –Supongo –dijo Cristina–, que al público le va a parecer extraño eso de que los protagonistas sean los zapatos.
   –Bueno, se me ocurrió que si evitaba mostrar en detalle el rostro de los participantes, el primer programa podría centrarse en la parte artística de la Performance y por supuesto, mostrar el proceso de recepción de solicitudes.
   –Es cierto. Yo he estado más atenta a la ambientación.
   –Entonces, objetivo conseguido. Playboy dijo que…
   –¿Play-qué?
   –Piero Versari.
   –Un día te va a traicionar esa manía de ponerle motes a todo el mundo.
   –Déjame acabar. Play… Piero, bromeó con el hecho de que nos saliera algún anunciante de calzado.
   –¿Lo ves? Se te escapa.
   Le iba a replicar y en ese momento, sonó el móvil. Lo cogí.
   –Mi madre. Baja la tele, sólo falta que se entere que lo estoy viendo.
   –Cualquier día se enterará de que eres tú.
   Quitó el volumen de la tele y descolgué. Me daba miedo que llamara justo al acabar el programa.
   –Qué tal, mamá.
   –¡Ay, hija! Ha sido precioso, todito precioso.
   –¿El qué? –me hice la tonta.
   –¡Qué va a ser! ¿Es que no lo ves? El programa del artista del siglo veintiuno. Todos esos jóvenes dispuestos a casarse con ella para tener un hijo artista… ¡Ay, hija!, no me digas, es muy romántico –era increíble, con lo religiosa que era mamá. Ya veríamos cuando se enterara quién era la protagonista.
   –Unas tanto, y otras tan poco. Cristina y yo a verlas venir –bromeé.
   –Voy a tener que hacer algo de eso en el barrio para conseguirte un novio.
   –Ni se te ocurra, mamá. Ya me basto yo sola.
   Ya me veía el cartel: joven artista de Santa Cruz busca marido. En ese momento, en Cadena 13 estaban dando la noticia y le pedí a Cristina que lo subiera. Mostraban  la enorme cola de aspirantes y decían que se habían presentado miles.
   –¿Tienes alguno en perspectiva?
   –No, no tengo ninguna prisa.
   –Pues yo, para la chica esa de los ojos como tú, ya he seleccionado cuatro candidatos de los que se han presentado hoy.
   –¿En serio, mamá? –me tuve que reír, porque apenas se les vio el rostro–. Serían los más guapos.
   –No exactamente. Fue un poco raro, parecía un reportaje de zapatos, pero a mí no consiguieron engañarme y me fijé en la pinta de artistas que tenían. Mira, lo tengo aquí apuntado: había música y uno entró moviendo los hombros, como si bailara, eso sólo lo hizo él…
   Me empecé a asustar, porque coincidían con los que habría elegido yo. Más que pálpitos, debía tener facultades adivinatorias. Rezaba porque no llegara un día cercano en que adivinara todo y le pedí a la Virgen de la Estrella que dejara de ver el programa.

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