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La solicitud.
Las sombras se cernían sobre el antiguo
edificio de ladrillo y su enorme puerta de metal oxidado habría pasado
desapercibida si no fuera porque al abrirse dejó escapar un chorro de luz que
avanzó a lo largo del camino del jardín. A continuación, un enorme cilindro
guiado por dos operarios, abandonó el edificio y rodó por la zona iluminada,
dejando tras de sí una estela azulada.
Amaneció. Las sombras fueron remitiendo y la
alfombra lució su espléndido azul ultramar, extendiéndose sobre la acera hasta
llegar a la verja, pasando bajo la misma y adentrándose en el camino que
conducía a la puerta oxidada del edificio. La verja estaba cerrada y sobre ella
había una plancha herrumbrosa de letras horadadas: Espacio de Arte
Experimental. Bajo el mismo colgaba un
pequeño cartel de fondo azul y letras naranjas que decía: Aspirante a
progenitor del Artista del siglo XXI.
Por encima del débil sonido del tráfico, en
aquella calle poco concurrida a tan tempranas horas, unos pasos se hicieron
audibles; poco después, unos zapatos negros caminaban sobre la alfombra y se
detenían delante de la reja. Más pasos y otro par de zapatos, si cabía más
elegantes y negros, se situaron a una distancia prudencial de los anteriores.
La alfombra se fue llenando de calzado: deportivo, elegante, serio e informal;
y de colores en su mayoría grises o negros. Estaban cada vez más apretados y
cuando no cupieron más, tuvieron que aguardar fuera de la alfombra. Eran muchos
y llegó el momento en que la cola dio la vuelta a la manzana. Nunca pensé que
pudieran venir tantos.
Unas playeras marrones avanzaban alegres
sobre la cuadrícula gris, hasta que divisaron la fila detenida de sus
congéneres, aminoraron la marcha y se detuvieron detrás de los mocasines
azules. Poco tiempo aguantaron la inmovilidad y se balancearon de puro
nerviosismo, poniéndose de puntillas y sobre los talones, y al final acabaron
apuntando hacia la calle. No podían estarse quietas y una puntera se alzó,
mirando más allá del calcetín a rombos marrones que le asomaba, hacia los
pantalones de pana anaranjada que los cubrían, donde una mano se introdujo en
su bolsillo y sacó un peine. La puntera siguió atenta a la mano y el peine que
ascendían por las inmediaciones de la cazadora de piel marrón hasta la mata de
pelo castaño y la peinaban hacia atrás. Acabado el retoque, la mano llevó el
peine a su sitio y fue hacia la otra mano, arremangó la cazadora y dejó al
descubierto el reloj analógico de correa a juego con el atuendo. Marcaba las
nueve en punto.
Delante de la reja todo seguía igual, pero
tras ella aparecieron dos pares de botas negras que procedieron a abrir la
reja. Zapatos, deportivas, botas y zapatillas, todos ellos desfilaron sobre la
alfombra azul que les conducía al Espacio de Arte Experimental.
La enorme puerta de metal oxidado estaba
abierta y el primer par de zapatos negros, transportaron al individuo que
albergaban al interior. Nada más entrar, fueron abordados por una silla
motorizada de color blanco, conducida por unos zapatos planos y abiertos de color
blanco nacarado con un adorno azul en la puntera; contenían a una mujer vestida
con pantalones ceñidos y chaqueta escotada, a juego con su calzado. Una cascada
de rizos rubios enmarcaba un rostro excesivamente maquillado, de ojos azules y
sonrisa radiante.
La mujer dio los buenos días al individuo de
los zapatos negros, le tendió una cartulina impresa y un bolígrafo y le animó a
seguir el recorrido marcado por la alfombra azul. El asiento giró sobre sus
ruedecillas traseras y partió en busca de otro aspirante. En el respaldo, entre
las luces azuladas y en letras hundidas se leía: Toyota. Otros tres vehículos
pilotados por otros tres pares de zapatos conteniendo mujeres igualmente
rubias, se dirigieron hacia la alfombra para recibir a los siguientes candidatos.
El primer aspirante avanzó enfundado en sus
zapatos negros, subió los escalones y giró a la izquierda, siguiendo la senda
ultramar. Acababa de entrar en el antiguo pasillo blanco claustrofóbico.
Afortunadamente, la luz era azulada y pudo continuar adelante sin detenerse. No
me habría gustado que siguiera igual que aquella vez que Cristina y yo vinimos
a ver una performance.
–¿Dudas? Todavía puedes dejarlo –la voz le
sobresaltó antes de llegar al desvío.
El aspirante se detuvo sobresaltado, miró a
su alrededor, sólo venía el segundo candidato. Fue una detención voluntaria,
nadie le obligaba a permanecer inmóvil en el pasillo, ni siquiera mi voz.
Volvió a caminar. La alfombra abandonaba el pasillo principal y se desviaba a
la derecha. Entró en un pasillo estrecho y oscuro, cuya luz provenía de la sala
del fondo. Al llegar a ella se detuvo y ahí fue donde le alcanzaron el segundo
aspirante y el tercero.
Era un recinto de tamaño regular y techo
altísimo, iluminado por focos de tonalidad fría que se encendían y apagaban de
forma aleatoria. Sobre las paredes se proyectaban imágenes ondulantes que se
deshacían bajo la luz intensa de los focos. La alfombra cubría la totalidad del
suelo y sobre ella había cubos de diferentes tamaños y de color azul
metalizado, distribuidos aleatoriamente.
El de las zapatillas deportivas fue el
primero en entrar, y moviendo los hombros, se sentó en el cubo que le quedaba
más cerca y empezó a leer su impreso. El de los zapatos elegantes se fue a una
esquina y el tercero a la opuesta, puso la cartulina sobre un cubo alto y se
sentó en otro más bajo. Mientras leía, se puso a tamborilear sobre la mesa.
Había música ambiental y sonaba a un volumen contenido, apenas perceptible.
Llegaron otros dos participantes y también se detuvieron antes de entrar.
Música tan distinta a la que sonó aquella
vez, la voz descarnada, ¿cómo era?, muriaaaaaaannaggg,
muriaaaaaaannnaggggiaaggggg; algo así. El mismo recinto y la misma sala, como
un tributo a la artista Undla Kaliman.
De su performance surgió la mía, que comenzaba en el mismo lugar. Casualidades
de la vida, una elevada dosis de buena suerte y un trabajo hecho a conciencia.
Después de firmar el contrato con Cadena 13, llamé a Elvira para contárselo y
darle las gracias. Al día siguiente, fue ella la que me llamó para ofrecerme el
Espacio de Arte Experimental y decidimos usarlo para la selección de
aspirantes.
Entró otro aspirante, con él ya eran nueve.
Caminó hasta el fondo de la sala y las formas ondulantes inundaron su camiseta
blanca. Dio unos pasos hacia el cubo alto, lo tocó y apartó rápidamente la
mano. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y sus zapatillas brillaron.
Comenzó a leer el impreso, azulado bajo los focos. Estaba encabezado por el
logotipo de Cadena 13 y el lema “Aspirante a padre del Artista del siglo XXI”.
Debajo había un espacio reservado para la foto, junto al del nombre y demás
datos personales. A continuación venía la encuesta: aficiones, dotes
artísticas, si tenía pareja, si la dejaría por mí. Sacó la foto de su cartera y
retiró el papel protector para pegarla en el formulario.
–Los que habéis completado la solicitud –mi
voz emergió sobre la música–, seguid la estela azul. Los que tengáis dudas, la
naranja.
El primer aspirante se dirigió hacia las
escaleras, había dos, a ambos lados de la puerta por la cual habían entrado y
eligió la de la izquierda. Su zapato negro se posó en el escalón azul y
emprendió el ascenso. Al otro lado, unas zapatillas rojas comenzaron a subir
precipitadamente por la alfombra naranja. Unos escalones más y se pondrían a la
altura de los zapatos negros, pero un traspié hizo que el individuo se lo
tomara con más calma. Al llegar arriba se apoyó en la barandilla y miró hacia
abajo, hizo ademán de volverse, pero en su lugar se secó el sudor y continuó
adelante. Las primeras dudas habían surgido.
El de los zapatos negros llegó a una sala
pequeña. Se oía el batir del mar y sobre las paredes se proyectaban bandas
ondulantes, a modo de oleaje. En el centro había un mostrador azul y tras él
una azafata morena sentada en un Toyota.
–Si eres tan amable –la azafata de los
zapatos blancos extendió la mano.
–Claro –entregó la solicitud.
–Gracias –la colocó con pulcritud sobre la
mesa–. Que tengas un buen día.
Los zapatos negros continuaron sobre la
alfombra azulada camino de la salida. Las zapatillas rojas, tras unos momentos
de indecisión, siguieron el camino naranja hasta la siguiente sala, un espacio
decorado en tonos marrones en cuyas paredes ondulaban violentos fogonazos
naranjas. En el centro había un cubo naranja y junto a él, un vehículo en el
que había unos zapatos blancos conteniendo una azafata morena.
–Por favor, introduce la instancia en la
ranura.
No dijo nada, simplemente colocó la
instancia en el hueco del mostrador y ésta fue engullida y desintegrada en
finas tiras. El individuo volvió a secarse el sudor con el brazo y se marchó.
En el pasillo coincidieron, zapatillas rojas y zapatos negros. Sus propietarios
continuaron su camino sin dirigirse la palabra, menguando hacia una luz cálida
y poderosa.
El programa había acabado. Habíamos pasado
de la presentación al primer, no sabía si llamarlo programa o capítulo. Media
hora. Cristina y yo continuamos acomodadas en el sofá sin decir nada, haciendo
caso omiso del anuncio, esperando las noticias, por si hablaban de la
Performance.
Todavía me costaba hacerme a la idea de que
aquello era mío, había pasado de no tener nada a dirigir una Performance que se
retransmitía a nivel nacional. Claro que mi autoría se diluía en el trabajo
compartido de un equipo técnico muy competente cuyos miembros tenían la
experiencia que a mí me faltaba, pero seguía siendo mi idea y yo la que lo
dirigía.
–Supongo –dijo Cristina–, que al público le
va a parecer extraño eso de que los protagonistas sean los zapatos.
–Bueno, se me ocurrió que si evitaba mostrar
en detalle el rostro de los participantes, el primer programa podría centrarse
en la parte artística de la Performance y por supuesto, mostrar el proceso de
recepción de solicitudes.
–Es cierto. Yo he estado más atenta a la
ambientación.
–Entonces, objetivo conseguido. Playboy dijo
que…
–¿Play-qué?
–Piero Versari.
–Un día te va a traicionar esa manía de
ponerle motes a todo el mundo.
–Déjame acabar. Play… Piero, bromeó con el
hecho de que nos saliera algún anunciante de calzado.
–¿Lo ves? Se te escapa.
Le iba a replicar y en ese momento, sonó el
móvil. Lo cogí.
–Mi madre. Baja la tele, sólo falta que se
entere que lo estoy viendo.
–Cualquier día se enterará de que eres tú.
Quitó el volumen de la tele y descolgué. Me
daba miedo que llamara justo al acabar el programa.
–Qué tal, mamá.
–¡Ay, hija! Ha sido precioso, todito
precioso.
–¿El qué? –me hice la tonta.
–¡Qué va a ser! ¿Es que no lo ves? El
programa del artista del siglo veintiuno. Todos esos jóvenes dispuestos a
casarse con ella para tener un hijo artista… ¡Ay, hija!, no me digas, es muy
romántico –era increíble, con lo religiosa que era mamá. Ya veríamos cuando se
enterara quién era la protagonista.
–Unas tanto, y otras tan poco. Cristina y yo
a verlas venir –bromeé.
–Voy a tener que hacer algo de eso en el
barrio para conseguirte un novio.
–Ni se te ocurra, mamá. Ya me basto yo sola.
Ya me veía el cartel: joven artista de Santa
Cruz busca marido. En ese momento, en Cadena 13 estaban dando la noticia y le
pedí a Cristina que lo subiera. Mostraban
la enorme cola de aspirantes y decían que se habían presentado miles.
–¿Tienes alguno en perspectiva?
–No, no tengo ninguna prisa.
–Pues yo, para la chica esa de los ojos como
tú, ya he seleccionado cuatro candidatos de los que se han presentado hoy.
–¿En serio, mamá? –me tuve que reír, porque
apenas se les vio el rostro–. Serían los más guapos.
–No exactamente. Fue un poco raro, parecía
un reportaje de zapatos, pero a mí no consiguieron engañarme y me fijé en la
pinta de artistas que tenían. Mira, lo tengo aquí apuntado: había música y uno
entró moviendo los hombros, como si bailara, eso sólo lo hizo él…
Me empecé a asustar, porque coincidían con
los que habría elegido yo. Más que pálpitos, debía tener facultades
adivinatorias. Rezaba porque no llegara un día cercano en que adivinara todo y
le pedí a la Virgen de la Estrella que dejara de ver el programa.
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