lunes, 16 de marzo de 2015

LA PERFORMANCE. Segunda parte. Capítulo 13



-13-
Jueves: Ni fu ni fa.

   Sentirme mecida por el vaivén del autobús y arrullada por el ronroneo de su motor me resultaba tan relajante que intenté dejar la mente en blanco, y aunque fui incapaz de conseguir semejante proeza, al menos me mantuve libre de preocupaciones durante un buen rato. La felicidad no dura para siempre, eso dicen, y un frenazo inoportuno vino a corroborarlo sacándome de mi sopor. El susto me hizo abrir los ojos para enterarme de qué era lo que había ocurrido: algo tan simple como un semáforo en rojo acaba de detenernos. Fue una lástima, porque volví a pensar en la Performance. El autobús volvía a arrullarme, porque todavía la sentía lejana, como si fuera una espectadora de la misma.
   A la noche proyectarían el encuentro entre Violeta y Ni fu ni fa y podríamos ver que eran dos personas incompatibles. No sería gracias a Cadena 13, que había permitido que su Loquero no presentara los informes de los aspirantes. Violeta se las tuvo que apañar sola, y desde que se enterara de los planes de Guapo y de Ni fu ni fa, les odiaba. De todos modos, eso pasaría y no volvería a verles más; pero lo de su madre era peor: la había dejado. Me había dejado. Los infortunios me despejaban. Martes, miércoles y jueves sin dar señales de vida; podía estar segura que a estas alturas, me había repudiado, e imaginaba que mi tío también.
   Sólo Interlocutor estaba de mi parte y eso también lo había fastidiado. ¡No, no y no! Todo aquello que rebosaba negatividad, daba vueltas en mi cabeza. La señorita Hyde había asomado muy temprano. ¿Cómo pude besarle? ¡Con lo fácil que hubiera sido decir adiós y salir de su casa! Era la primera vez que me arrepentía de haber besado a un hombre.
   ¿Cómo pasó? Si pudiera reconstruir lo que ocurrió, tal vez pudiera entenderlo. En ese momento, el autobús dio otro frenazo. ¿Qué le pasaba al maldito conductor? ¿No sabía que llevaba pasajeros? Él estaba a mi espalda y me ayudó a ponerme el abrigo. Sabía que a él le ocurría algo aquella noche, desde que nos sentamos a cenar se encontraba más encerrado en sí mismo de lo acostumbrado. Sentí lástima de él y todavía más cuando me enteré de la historia del clavo solitario en la pared. Había dejado de pintar y todavía sufría a causa de ello, porque no se consideraba lo suficientemente bueno, ni siquiera para copiar a Botticelli. Era demasiado riguroso consigo mismo. Me daba pena, pero no sabía qué hacer y decidí marcharme. No sé cómo pudo suceder, estaba de espaldas a él. Él no hizo nada, fui yo la que me volví a darle las gracias, suponía que por la cena. Sólo una palabra, gracias, que podía haber pronunciado incluso estando de espaldas, o volviéndome a una distancia prudente, pero no, me volví arropada en su figura, pegué mi rostro al suyo y todavía hubiera podido evitarlo.
   El autobús giró. Sentí el sol sobre mi rostro y cerré los ojos. Todavía hubiera podido evitarlo, hubiera sido tan fácil como darle el beso en la mejilla. Nunca había hecho tonterías que no hubiera deseado y ésta no deseaba hacerla, porque me arrepentí en el mismo momento de cometerla. Tuvo que ser el vino, pero no estaba borracha, sólo un poco alegre. El sol inundó mis párpados y pasó a través de ellos, creando un paisaje de formas blandas, suaves e informes, con paseos laberínticos entre ellas. Sentía gratitud hacia él, no porque me invitara a ver el programa o a cenar en sus dependencias privadas, sino porque me había hecho confidencias que estaba segura que a nadie más hacía.
   Todo era de un suave rosado con un ligero toque de ocre amarillo. No pude por menos que posar mis labios sobre los suyos, apenas un leve roce, una cura a su pena, un alivio pasajero a sus temores; sólo fue eso, algo dulce, suave y sedoso, el placer de dárselo sin que lo esperara, el placer de regalármelo sin que me lo ofreciera. Así de sencillo y natural, había besado tantas veces y de tantas maneras…, sólo que esa vez no hubiera debido hacerlo. Él no me gustaba y no quería tener una aventura con él. Además estaba la Performance, por encima de cualquier otra consideración.
   Deseaba sumergirme en ese ambiente rosa desenfocado y perderme por su trazado laberíntico, pero el paisaje había comenzado a alejarse. Las suaves formas se replegaban en una lenta huída, en el transcurso de la cual sufrían una mutación que las hacía perder su tridimensionalidad. Ya no era posible entrar. Formas planas y oscuras se reordenaban, juntando sus vértices y uniendo sus aristas. De nuevo una forma tridimensional, sólo una, cuyas caras reflejaban… ¿mis pensamientos, cosas que había al otro lado, imágenes de una dimensión desconocida? Ni siquiera sabía qué era lo que estaba viendo. El polígono más cercano desapareció y otro ocupó su lugar y mientras, la atmósfera reverdecía, no, más bien se tornaba ocre, terrosa, pálida. Siguieron desapareciendo polígonos y al instante, otros nuevos los sustituían. Las aristas se curvaban y el volumen se transformó en un círculo, no, en una esfera, morada y deshilachada en negros que se fundían al contacto con el fondo pálido. Cómo me gustaría poder pintarlo, nunca había visto un violeta tan puro. Lástima que acabara siendo gris.
   Formas extrañas e inalcanzables, tan diferentes y tan parecidas, variantes las unas de las otras, que fueron desapareciendo en la lejanía. Inalcanzables, así eran, tan inalcanzables como él, el gris Interlocutor. Me dejaba más tranquila. El pálpito de mi madre había sido el desencadenante de algo que tenía que ocurrir, había ocurrido y no volvería a suceder jamás. Tuve un escalofrío pese al calor que sentía en el rostro y abrí los ojos. Hacía tanto tiempo que no tenía una visión…
   Me gustaría tener una que me confirmara que estaba haciendo lo que debía. Lo necesitaba, pero era tan difícil, las visiones venían a su aire, cuando creían que debían avisarme, yo no podía programarlas. Ojalá supiera cómo se desencadenaban y pudiera usarlas para averiguar todo lo que deseara.
   Estaba llegando a Cadena 13. En ese momento, vi a Piero salir de un coche tras despedirse efusivamente de la conductora, una despampanante morena. Creía que salía con Nina, igual lo hacía con ambas, incluso con alguna más; sabía disfrutar de la vida. Él podía, yo todavía no. De todas maneras me daba pena de Nina, me caía bien. El autobús se detuvo y bajé.
   Entré en el vestíbulo, saludé a la recepcionista y atravesé la entrada. Abrí la puerta y me dirigí a las escaleras. Nunca usaba el ascensor, total era una planta y éste no tenía el encanto del de la casa de Interlocutor. Por favor, no quería recordarle en una larga temporada. Ahora debía centrarme en el indeseable Ni fu ni fa, ¡qué asco! No había sido un buen día, tuve que salir con él después de conocer sus informes. Hubiera sido mejor no saber nada hasta después, porque me costó guardar la compostura y aguantar al desdichado, pero lo conseguí. Estaba hecha toda una artista de la interpretación. Era artista con todas las consecuencias, valía para cualquier cosa y estaba a años luz de ese espantajo de Ni fu ni fa, ese insecto calculador que se ocultaba bajo una fachada anodina. Manuales de sexo y prácticas con una profesional, era repulsivo. Por lo menos Interlocutor… ¡Otra vez con lo mismo! ¿No podía olvidarle al menos durante cinco minutos?
   Llegué a mi cubículo y abrí la puerta. Allí estaba Pelos, con su enorme y esférica mata cardada. A veces me daba por pensar que vivía en la Cadena, entre el estudio de animación y mi despacho y dormía sentado en una silla para que no se le estropeara el peinado.
   –Hola Violeta. ¿Qué te ocurre?
   –Demasiados problemas, no quieras saber.
   –Demasiado trabajo, you know. Deberías descansar.
   Hacía mucho que no se le escapaba en inglés el ya sabes. Me senté.
   –Imposible, Ben. You know mejor que nadie –me burlé.
   –¡Se me ha vuelto a escapar! se encogió de hombros–. Cuando quieras empezamos. Lo de hoy es muy aburrido –dijo Pelos.
   –Supongo que Ni fu ni fa –me miró extrañado.
   –Hay algo que quiero que sepas.
   –Soy todo oídos.
   Quería que el personaje apareciera tal y como era en realidad y para ello necesitaba su colaboración. Le expliqué por qué le llamaba así y lo que había averiguado gracias al informe de Interlocutor. Cuando acabé se quedó pensativo.
   –¿La Cadena no se ha molestado en investigarle?
   –Creo que el encargado es el Loquero.
   –Entiendo.
   Puso la grabación en marcha. Entraba en el local y encontraba mi caminar menos sexi de lo acostumbrado. Habrían influido mis problemas, eso y el que no tuviera ningún interés en este encuentro. Fui hasta el asiento acordado y coloqué la revista de arte que acababa de comprar sobre la mesa. Nos habíamos mudado al Starbucks de Alcalá para evitar a los de la prensa y había funcionado. Estábamos teniendo mucha suerte hasta ahora.
   El maldito bastardo, con sus libros y sus prácticas con una profesional, no me iba a tocar en desgracia, me encargué de ello desde el momento en que cruzó la puerta. Ni siquiera tenía una estrategia, eso era para él, yo iba a ganarle improvisando. Para eso era la artista, en este caso la artista de la improvisación.
   Cuando llegó me levanté, hice una reverencia y le dije que tomara asiento. Me trajo un regalo en un pequeño paquete que ni siquiera abrí. Toda lo que salió por su boca me parecía insustancial y al rato me levanté para ir al baño sin necesitarlo: quería dejar de ver su careta durante un rato. Se levantó también y le dije que si no estaría intentando seguirme hasta allí. Su cara era todo un poema.
   –Esta escena me encanta –dijo Pelos tronchándose de risa–. Le acabas de dejar fuera de juego.
   –De buena gana pasaba de la presentación a esta escena…
   El resto de la cinta resultaba bastante aburrida, tan aburrida como el paseo que tuve que soportar y me llevó, no sabía por qué, a la zona más insulsa del parque, más allá de la Rosaleda; la que ahora mismo estábamos viendo. Nos habíamos detenido a cierta distancia de la fuente del Ángel Caído. Ni fu ni fa debatía sobre lo poco artística que resultaba la fuente y lo que haría en aquel lugar. Le dije que representaba un momento de una época determinada que no teníamos derecho a alterar. Detuve la imagen. Ni fu ni fa aparecía con el ceño fruncido.
   –Esa mirada, lo resume todo –dije–. Se le ve tenso y calculador bajo esa fachada anodina. Le vamos a sacar partido.
   –Es una buena idea –dijo Pelos, tomando notas en su carpeta–. Podría ser la primera imagen.
   Las imágenes volvieron a desfilar por la pantalla, pero resultaban tan aburridas, que me fui ausentando y pensé en Interlocutor. Ya no me preocupaba después de la visión, pero me daba lástima. Un artista que dejaba de pintar porque no se consideraba bueno, con la de aficionados que pintaban y exponían sus bodrios. En algún momento volví a centrar los ojos en la proyección. Ni fu ni fa, sólo tenía ganas de ridiculizarlo en el programa de esa noche. Afortunadamente, volvió a esfumarse. Entonces apareció mi madre, a lo lejos, caminando sin verme. Era ella la que había dejado de llamar, pero si me ponía en su lugar, debería entenderla. Su hija se convertía en una artista de la Performance e iba a tener un hijo con alguien a quien estaba a punto de conocer. Desde el punto de vista de alguien ajeno al evento, sonaba horrible. Debería llamarla yo, aunque probablemente no me lo cogiera, o colgaría al escuchar mi voz, o me diría que no quería saber más de mí… Poco a poco, la señorita Hyde se adueñaba de mí…
   Escuché un silbido y mi madre desapareció. Estaba en mi oficina, viendo una proyección horrible con Pelos. Él era quien había silbado.
   –No creo que volvamos a ver una actuación tan mala en mucho tiempo –dijo.
   La cinta había terminado.
   –Me gustaría que apareciera como el individuo frío y calculador que es. Lo malo es que hoy estoy seca, no tengo ideas.
   Y pese a ello, sentí que la señorita Jekyll se resistía a marcharse.
   –Pareces cansada. Deja que me ocupe de todo.
   –De acuerdo. Sólo quiero…
   –No te preocupes –me interrumpió–, parecerá un completo imbécil.
   Sabía que podía hacerlo él solo.
   –Si te dijeran algo, yo soy la responsable.
   –De acuerdo, tú eres la jefa –se levantó y al pasar por mi lado, puso su mano en mi hombro–. Tú déjame a mí.
   Abrió la puerta y salió. Antes de cerrar asomo la cabeza.
   –Violeta…
   –¿Qué?
   –Tú sólo pon el programa esta noche.
   Cerró la puerta, cerré los ojos.


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