-13-
Jueves: Ni fu ni fa.
Sentirme mecida por el vaivén del autobús y
arrullada por el ronroneo de su motor me resultaba tan relajante que intenté
dejar la mente en blanco, y aunque fui incapaz de conseguir semejante proeza,
al menos me mantuve libre de preocupaciones durante un buen rato. La felicidad
no dura para siempre, eso dicen, y un frenazo inoportuno vino a corroborarlo sacándome
de mi sopor. El susto me hizo abrir los ojos para enterarme de qué era lo que
había ocurrido: algo tan simple como un semáforo en rojo acaba de detenernos. Fue
una lástima, porque volví a pensar en la Performance. El autobús volvía a
arrullarme, porque todavía la sentía lejana, como si fuera una espectadora de
la misma.
A la noche proyectarían el encuentro entre
Violeta y Ni fu ni fa y podríamos ver que eran dos personas incompatibles. No
sería gracias a Cadena 13, que había permitido que su Loquero no presentara los
informes de los aspirantes. Violeta se las tuvo que apañar sola, y desde que se
enterara de los planes de Guapo y de Ni fu ni fa, les odiaba. De todos modos, eso
pasaría y no volvería a verles más; pero lo de su madre era peor: la había
dejado. Me había dejado. Los infortunios me despejaban. Martes, miércoles y
jueves sin dar señales de vida; podía estar segura que a estas alturas, me
había repudiado, e imaginaba que mi tío también.
Sólo Interlocutor estaba de mi parte y eso también
lo había fastidiado. ¡No, no y no! Todo aquello que rebosaba negatividad, daba
vueltas en mi cabeza. La señorita Hyde había asomado muy temprano. ¿Cómo pude
besarle? ¡Con lo fácil que hubiera sido decir adiós y salir de su casa! Era la
primera vez que me arrepentía de haber besado a un hombre.
¿Cómo pasó? Si pudiera reconstruir lo que
ocurrió, tal vez pudiera entenderlo. En ese momento, el autobús dio otro
frenazo. ¿Qué le pasaba al maldito conductor? ¿No sabía que llevaba pasajeros? Él
estaba a mi espalda y me ayudó a ponerme el abrigo. Sabía que a él le ocurría
algo aquella noche, desde que nos sentamos a cenar se encontraba más encerrado
en sí mismo de lo acostumbrado. Sentí lástima de él y todavía más cuando me
enteré de la historia del clavo solitario en la pared. Había dejado de pintar y
todavía sufría a causa de ello, porque no se consideraba lo suficientemente bueno,
ni siquiera para copiar a Botticelli. Era demasiado riguroso consigo mismo. Me
daba pena, pero no sabía qué hacer y decidí marcharme. No sé cómo pudo suceder,
estaba de espaldas a él. Él no hizo nada, fui yo la que me volví a darle las
gracias, suponía que por la cena. Sólo una palabra, gracias, que podía haber pronunciado
incluso estando de espaldas, o volviéndome a una distancia prudente, pero no,
me volví arropada en su figura, pegué mi rostro al suyo y todavía hubiera
podido evitarlo.
El autobús giró. Sentí el sol sobre mi
rostro y cerré los ojos. Todavía hubiera podido evitarlo, hubiera sido tan fácil
como darle el beso en la mejilla. Nunca había hecho tonterías que no hubiera
deseado y ésta no deseaba hacerla, porque me arrepentí en el mismo momento de
cometerla. Tuvo que ser el vino, pero no estaba borracha, sólo un poco alegre. El
sol inundó mis párpados y pasó a través de ellos, creando un paisaje de formas blandas,
suaves e informes, con paseos laberínticos entre ellas. Sentía gratitud hacia
él, no porque me invitara a ver el programa o a cenar en sus dependencias
privadas, sino porque me había hecho confidencias que estaba segura que a nadie
más hacía.
Todo era de un suave rosado con un ligero toque
de ocre amarillo. No pude por menos que posar mis labios sobre los suyos,
apenas un leve roce, una cura a su pena, un alivio pasajero a sus temores; sólo
fue eso, algo dulce, suave y sedoso, el placer de dárselo sin que lo esperara,
el placer de regalármelo sin que me lo ofreciera. Así de sencillo y natural,
había besado tantas veces y de tantas maneras…, sólo que esa vez no hubiera
debido hacerlo. Él no me gustaba y no quería tener una aventura con él. Además estaba
la Performance, por encima de cualquier otra consideración.
Deseaba sumergirme en ese ambiente rosa
desenfocado y perderme por su trazado laberíntico, pero el paisaje había comenzado
a alejarse. Las suaves formas se replegaban en una lenta huída, en el
transcurso de la cual sufrían una mutación que las hacía perder su
tridimensionalidad. Ya no era posible entrar. Formas planas y oscuras se
reordenaban, juntando sus vértices y uniendo sus aristas. De nuevo una forma
tridimensional, sólo una, cuyas caras reflejaban… ¿mis pensamientos, cosas que
había al otro lado, imágenes de una dimensión desconocida? Ni siquiera sabía
qué era lo que estaba viendo. El polígono más cercano desapareció y otro ocupó
su lugar y mientras, la atmósfera reverdecía, no, más bien se tornaba ocre,
terrosa, pálida. Siguieron desapareciendo polígonos y al instante, otros nuevos
los sustituían. Las aristas se curvaban y el volumen se transformó en un círculo,
no, en una esfera, morada y deshilachada en negros que se fundían al contacto
con el fondo pálido. Cómo me gustaría poder pintarlo, nunca había visto un
violeta tan puro. Lástima que acabara siendo gris.
Formas extrañas e inalcanzables, tan
diferentes y tan parecidas, variantes las unas de las otras, que fueron
desapareciendo en la lejanía. Inalcanzables, así eran, tan inalcanzables como
él, el gris Interlocutor. Me dejaba más tranquila. El pálpito de mi madre había
sido el desencadenante de algo que tenía que ocurrir, había ocurrido y no
volvería a suceder jamás. Tuve un escalofrío pese al calor que sentía en el
rostro y abrí los ojos. Hacía tanto tiempo que no tenía una visión…
Me gustaría tener una que me confirmara que
estaba haciendo lo que debía. Lo necesitaba, pero era tan difícil, las visiones
venían a su aire, cuando creían que debían avisarme, yo no podía programarlas.
Ojalá supiera cómo se desencadenaban y pudiera usarlas para averiguar todo lo
que deseara.
Estaba llegando a Cadena 13. En ese momento,
vi a Piero salir de un coche tras despedirse efusivamente de la conductora, una
despampanante morena. Creía que salía con Nina, igual lo hacía con ambas,
incluso con alguna más; sabía disfrutar de la vida. Él podía, yo todavía no. De
todas maneras me daba pena de Nina, me caía bien. El autobús se detuvo y bajé.
Entré en el vestíbulo, saludé a la
recepcionista y atravesé la entrada. Abrí la puerta y me dirigí a las
escaleras. Nunca usaba el ascensor, total era una planta y éste no tenía el
encanto del de la casa de Interlocutor. Por favor, no quería recordarle en una
larga temporada. Ahora debía centrarme en el indeseable Ni fu ni fa, ¡qué asco!
No había sido un buen día, tuve que salir con él después de conocer sus
informes. Hubiera sido mejor no saber nada hasta después, porque me costó guardar
la compostura y aguantar al desdichado, pero lo conseguí. Estaba hecha toda una
artista de la interpretación. Era artista con todas las consecuencias, valía
para cualquier cosa y estaba a años luz de ese espantajo de Ni fu ni fa, ese insecto
calculador que se ocultaba bajo una fachada anodina. Manuales de sexo y prácticas
con una profesional, era repulsivo. Por lo menos Interlocutor… ¡Otra vez con lo
mismo! ¿No podía olvidarle al menos durante cinco minutos?
Llegué a mi cubículo y abrí la puerta. Allí
estaba Pelos, con su enorme y esférica mata cardada. A veces me daba por pensar
que vivía en la Cadena, entre el estudio de animación y mi despacho y dormía
sentado en una silla para que no se le estropeara el peinado.
–Hola Violeta. ¿Qué te ocurre?
–Demasiados
problemas, no quieras saber.
–Demasiado trabajo, you know. Deberías
descansar.
Hacía mucho que no se le escapaba en inglés
el ya sabes. Me senté.
–Imposible, Ben. You know mejor que nadie
–me burlé.
–¡Se me ha vuelto a escapar! se encogió
de hombros–. Cuando quieras empezamos. Lo de hoy es muy aburrido –dijo Pelos.
–Supongo que Ni fu ni fa –me miró extrañado.
–Hay algo que quiero que sepas.
–Soy todo oídos.
Quería que el personaje apareciera tal y
como era en realidad y para ello necesitaba su colaboración. Le expliqué por
qué le llamaba así y lo que había averiguado gracias al informe de Interlocutor.
Cuando acabé se quedó pensativo.
–¿La Cadena no se ha molestado en
investigarle?
–Creo que el encargado es el Loquero.
–Entiendo.
Puso
la grabación en marcha. Entraba en el local y encontraba mi caminar menos sexi
de lo acostumbrado. Habrían influido mis problemas, eso y el que no tuviera
ningún interés en este encuentro. Fui hasta el asiento acordado y coloqué la
revista de arte que acababa de comprar sobre la mesa. Nos habíamos mudado al
Starbucks de Alcalá para evitar a los de la prensa y había funcionado.
Estábamos teniendo mucha suerte hasta ahora.
El maldito bastardo, con sus libros y sus
prácticas con una profesional, no me iba a tocar en desgracia, me encargué de
ello desde el momento en que cruzó la puerta. Ni siquiera tenía una estrategia,
eso era para él, yo iba a ganarle improvisando. Para eso era la artista, en
este caso la artista de la improvisación.
Cuando llegó me levanté, hice una reverencia
y le dije que tomara asiento. Me trajo un regalo en un pequeño paquete que ni
siquiera abrí. Toda lo que salió por su boca me parecía insustancial y al rato
me levanté para ir al baño sin necesitarlo: quería dejar de ver su careta durante
un rato. Se levantó también y le dije que si no estaría intentando seguirme
hasta allí. Su cara era todo un poema.
–Esta escena me encanta –dijo Pelos
tronchándose de risa–. Le acabas de dejar fuera de juego.
–De buena gana pasaba de la presentación a
esta escena…
El resto de la cinta resultaba bastante
aburrida, tan aburrida como el paseo que tuve que soportar y me llevó, no sabía
por qué, a la zona más insulsa del parque, más allá de la Rosaleda; la que
ahora mismo estábamos viendo. Nos habíamos detenido a cierta distancia de la
fuente del Ángel Caído. Ni fu ni fa debatía sobre lo poco artística que
resultaba la fuente y lo que haría en aquel lugar. Le dije que representaba un
momento de una época determinada que no teníamos derecho a alterar. Detuve la
imagen. Ni fu ni fa aparecía con el ceño fruncido.
–Esa mirada, lo resume todo –dije–. Se le ve
tenso y calculador bajo esa fachada anodina. Le vamos a sacar partido.
–Es
una buena idea –dijo Pelos, tomando notas en su carpeta–. Podría ser la primera
imagen.
Las imágenes volvieron a desfilar por la
pantalla, pero resultaban tan aburridas, que me fui ausentando y pensé en Interlocutor.
Ya no me preocupaba después de la visión, pero me daba lástima. Un artista que
dejaba de pintar porque no se consideraba bueno, con la de aficionados que
pintaban y exponían sus bodrios. En algún momento volví a centrar los ojos en
la proyección. Ni fu ni fa, sólo tenía ganas de ridiculizarlo en el programa de
esa noche. Afortunadamente, volvió a esfumarse. Entonces apareció mi madre, a
lo lejos, caminando sin verme. Era ella la que había dejado de llamar, pero si
me ponía en su lugar, debería entenderla. Su hija se convertía en una artista
de la Performance e iba a tener un hijo con alguien a quien estaba a punto de
conocer. Desde el punto de vista de alguien ajeno al evento, sonaba horrible. Debería
llamarla yo, aunque probablemente no me lo cogiera, o colgaría al escuchar mi
voz, o me diría que no quería saber más de mí… Poco a poco, la señorita Hyde se
adueñaba de mí…
Escuché un silbido y mi madre desapareció. Estaba
en mi oficina, viendo una proyección horrible con Pelos. Él era quien había
silbado.
–No creo que volvamos a ver una actuación
tan mala en mucho tiempo –dijo.
La cinta había terminado.
–Me gustaría que apareciera como el
individuo frío y calculador que es. Lo malo es que hoy estoy seca, no tengo
ideas.
Y pese a ello, sentí que la señorita Jekyll
se resistía a marcharse.
–Pareces cansada. Deja que me ocupe de todo.
–De acuerdo. Sólo quiero…
–No te preocupes –me interrumpió–, parecerá
un completo imbécil.
Sabía que podía hacerlo él solo.
–Si te dijeran algo, yo soy la responsable.
–De acuerdo, tú eres la jefa –se levantó y
al pasar por mi lado, puso su mano en mi hombro–. Tú déjame a mí.
Abrió la puerta y salió. Antes de cerrar
asomo la cabeza.
–Violeta…
–¿Qué?
–Tú sólo pon el programa esta noche.
Cerró la puerta, cerré los ojos.
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