sábado, 21 de marzo de 2015

LA PERFORMANCE. Segunda parte. Capítulo 14.



-14-
Viernes: cita con Artista

   Llevaba puesto el vestido azul “cielo intenso de atardecer”, como lo llamó la dependienta a la que se lo compré; y lo contrasté con el cinturón, los pendientes y la pulsera en color cobrizo. La cita lo merecía: Artista, el único finalista honrado. Tenía puestas todas mis esperanzas en él.
   Era el primer día que me tocaba esperar, pasaban dos minutos de la hora y el coche aún no había llegado. Esperaba que no hubiera excesivos problemas de tráfico y fuera a llegar tarde a mi cita. Oí el motor y poco después asomó el morro por la rampa. Discreto y negro como la noche, así era el vehículo que la cadena ponía a mi disposición, pasó de largo y echó marcha atrás para meterse en mi plaza de garaje. Abrí la puerta y subí. Nada más cerrarla sonó el seguro. Me sentí una estrella de cine.
   –Siento haberme retrasado. He tenido que llamar a la policía, porque unos periodistas pretendían colarse en el garaje.
   –Anoche llamó uno a mi puerta.
   –Debería cambiar de residencia.
   –Estoy en ello.
   Arrancó y enfiló la rampa con la seguridad del que se manejaba todos los días en esas estrecheces.
   Debería mudarme esa misma noche. Cristina no quería saber nada del tema e iba a sufrirlo. Habíamos tenido que desconectar el portero automático y habría que hacer lo mismo con el timbre de la puerta. En cuanto salimos a la calle, nos rodearon los periodistas, disparando sus flases como locos. Uno de ellos intentó abrir la puerta, pero el conductor se abrió paso lentamente, sin dejarse intimidar ni siquiera cuando uno se sentó en el capó.
   ¿Periodistas?, les daría esquinazo. De cuando en cuando, me dejaría ver, como el día que me puse la máscara. ¿Problemas? Surgían por doquier, e igual que lo hacían, iban desapareciendo. Tenía suerte, mi estrella era María Santísima de la Estrella Coronada. Interlocutor, había dejado de ser un problema. Todavía no había hablado con él, ni lo haría hasta que no me citara, pero la visión del día anterior me lo confirmaba. Lo de mi madre, se solucionaría en su momento.  
   La tarde anterior estaba un poco cansada y eso influyó en mi estado de ánimo. No merecía la pena que me preocupara. Los problemas no existían, porque siempre se resolvían. Ahora, lo único que debía hacer era acudir a mi cita y disfrutar de ella. Sí, disfrutarla, porque tenía a Artista y estaba más cerca de mi meta y de ver cumplido el deseo de volver a estar con un hombre. Dentro de muy poco, Artista sería el hombre de mi vida; no para siempre, nunca había pensado a tan largo plazo, sólo pretendía que lo fuera en el momento actual. Era lo que deseaba.
   –Nos sigue el quinientos gris –dijo el conductor.
   Miré hacia atrás. Yo no hubiera sido capaz de adivinarlo. Aminoramos la marcha y nuestros perseguidores también. Dimos un acelerón, nos metimos en la calle lateral por delante de otro vehículo que estaba a punto de doblar la esquina y el quinientos se tuvo que quedar detrás de él. Nos detuvimos y el que nos seguía tocó el claxon. De repente arrancamos y pasamos raudos ante un coche que salía de un garaje y que se incorporó al tráfico detrás de nosotros. Ya había dos coches por medio, el semáforo estaba verde y nos detuvimos en él. Hubo pitada colectiva y arrancamos cuando el semáforo cambiaba a rojo; el que venía detrás se lo saltó, pero el siguiente y el quinientos se tuvieron que parar. Seguimos a gran velocidad, giramos en la siguiente calle y volvimos a girar. Les habíamos despistado, parecía cosa de película.
   Mi destino no estaba lejos, hubiera podido llegar en metro o autobús, incluso andando, pero lo último que quería era estar acompañada por los de la prensa. El coche me dejó en una discreta callejuela, cercana al lugar de la cita. Esta vez había elegido un pequeño café en un antiguo barrio residencial de discretos chalets, una delicia en plena ciudad. Al entrar, saludé al dueño y me senté en una mesita al fondo. No había nadie más, había abierto antes de lo habitual para nosotros. Faltaban un par de minutos para el encuentro, los periodistas nos habían hecho llegar muy justos.
   El corazón me latió con violencia al verle aparecer, serio, con un peinado impecable y enfundado en una cazadora gris. Los zapatos marrones no pegaban con la cazadora ni con los vaqueros, pero teniendo en cuenta que era un pintor de brocha gorda, quizás su economía no fuera muy boyante. Me tenía que acordar de llamarle por su nombre.
   –Violeta –me tendió una diminuta flor de color naranja–, encantado de conocerte.
   –Hola Carlos –la cogí entre los dedos–. Es un bonito detalle, además contrasta con mi vestido. Gracias.
   Me tuve que contener para no levantarme y darle un abrazo, no era sólo la cita con el chico, también era una Performance dirigida por mí y debía controlarme.
   –¿Qué quieres tomar? –le pregunté.
   –Un cortado.
   Me levanté a pedir. Estaba nervioso, supuse que por la presencia de las cámaras, que aunque no se vieran, estaban ahí. Tenía que conseguir que se serenara, era el único aspirante honrado, mi única y última esperanza para la Performance. Me prendí la flor en el pelo y volví a la mesa. La miró, pero no dijo nada. Tendría que tomar la iniciativa.
   –Me gustó la obra que realizaste para la Performance. Cuéntame algo de tu arte.
   Apoyó los brazos en la mesa y frunció el ceño, como si le costara arrancar.
   –No sé cómo explicarlo…, es algo nuevo para mí.
   –¿A qué te dedicas? –lo sabía, pero tenía que intentar que se abriera.
   –Soy pintor –al decirlo se sonrojó–, de los que pintan paredes.
   –No hay nada malo en ello. Pero por lo que creaste, tiene que haber algo más.
   –En realidad, sí. Un día me dio por dar pinceladas sueltas en una pared. Ya no recuerdo qué era lo que intentaba dibujar, sólo que me quedó fatal y que por supuesto, acabé tapándolo.
   Llegaron nuestros cafés.
   –Así que no conservas tu primera obra de arte.
   Echó el azúcar en el café y metió la cucharilla.
   –El dueño de esa pared nunca sabrá que los primeros trazos fueron dados de cualquier manera. Tuve mucho cuidado al igualarlo –empezó a remover el café mirándolo. Al día siguiente volví a intentarlo, esa vez en una puerta. Tracé unos círculos, como si fueran burbujas saliendo del agua. No valía gran cosa y también lo tapé.
   –Un comienzo un tanto peculiar el tuyo. El mío fue más normal, empecé siendo niña y pinté sobre un papel.
   –Comienzo, lo que se dice comienzo… lo que hice en la pared y en la puerta –dio un sorbo–, me hizo pensar. Algún día quería hacer algo más que pintar una pared de uno o dos colores o pegarle una cenefa, me gustaría poder dibujar algo en ella. Empecé a interesarme en el tema y descubrí que existía algo que llamaban “trompe l’oeil”.
   –También lo llaman trampantojo –cogí la taza.
   –Me gusta más en francés –se iba relajando–. Entonces busqué una academia y empecé a ir a dibujo y a pintura.
   –Por lo visto, el aprendizaje ha dado sus frutos. ¿No has hecho nada de escultura?
   –Nada.
   –Pues tienes alma de artista.
   Se encogió de hombros. No era muy hablador, pero al menos era sincero. Cuando acabamos nuestros cafés, fui a pagar y salimos.
   –¿No vamos a ir al Retiro? –comentó extrañado al ver que bajaba la calle.
   –No. El Retiro estará plagado de periodistas esperando que aparezcamos. Hay un pequeño parque aquí mismo, la Fuente del Berro.
   –Mejor –dijo en voz baja.
   La calle estaba desierta, como si fuera domingo. Doblamos la esquina y al fondo de la calle apareció el arco de entrada, donde estaba apostado uno de los cámaras. Le saludé con la mano al entrar. Pasamos junto al pabellón, un centro cultural que no tenía trazas de usarse habitualmente y seguimos el camino en curva entre coníferas. Estaba desierto, había sido una buena idea venir a este parque, pasaríamos desapercibidos. La Virgen de la Estrella seguía velando por mí.
   Caminábamos en silencio. No me importaba, Guapo había hablado mucho y no sirvió de nada. En ese momento, descubrí al segundo cámara entre los árboles. Llegamos a un claro donde había bancos, al cual llegaba el rumor de los coches, la M-30 estaba al fondo. Había una madre sentada con el cochecito al lado y el niño gateando en la arena. No nos reconoció. Artista prestó atención al pequeño y éste le dedicó una sonrisa espontánea.
   Seguía sin hablar. Tenía que hacer algo. Cogí la flor de mi pelo y la puse entre mis dedos, haciéndola girar. Se me quedó mirando con sus ojos azul intenso. A la luz del sol, sus cabellos se volvieron más rubios. Me gustaban más los hombres morenos, pero bajo la piel de este aprendiz de artista, y aunque no fuera un Adonis, había un joven de una sencillez adorable al que había que arrancar las palabras.
   –A veces sueño despierta –dije mirando la flor–. Me vienen imágenes.
   –¿Y ésta cómo es? –dio por hecho que tenía una.
   –Azul celeste profundo –improvisé–, como mi vestido. Emergen filamentos anaranjados que salpican la superficie… todavía no es una imagen suficientemente nítida. Me la ha debido provocar tu regalo –miré la flor–. Al principio, todas las imágenes son maravillosas, después hay que trabajarlas y sólo unas pocas merecen la pena. ¿Te sucede a ti lo mismo?
   En vez de responder, se agachó y comenzó a dibujar con el dedo en la arena, mirándome de cuando en cuando. Me estaba retratando. Me llegó al alma y me lo hubiera comido a besos allí mismo. Su trazo resultó interesante, aunque el resultado no se me pareciera. Sería el elegido.
   Cogí su mano y continuamos el paseo. Uno de los cámaras apareció tras un seto. Estaban siendo muy discretos, como les había pedido para esta ocasión y me alegraba de ello. El ruido del tráfico era más intenso. Dios mío, que necesitada estaba, el cálido contacto de su mano me provocaba un hormigueo en el estómago que amenazaba con descender… Artista, era mi hombre, y le gustaba; no hacía falta que se lo preguntara. Si hubiéramos estado solos, no sabía qué habría ocurrido; bueno, sí lo sabía: me lo habría llevado a la cama. El contacto de su mano sobre la mía se extendía, descendía a los abismos más íntimos… Estaba tan desatada, tan ansiosa, que casi deseaba que aflorara la señorita Hyde para pararme los pies, hacerme entrar en razón y mantenerme serena.
   Afortunadamente, el tiempo de nuestra cita al abrigo de las cámaras tocaba a su fin y había dos opciones: despedirnos o pedirle que continuáramos un rato más sin ellas. Llegados al arco de entrada, le quité el micrófono y apagué el mío. El cámara esperaría a que yo se los llevara. Era el momento.
   –Ahora estamos solos, ya no nos oye nadie. Lo he pasado bien contigo.
   –Yo también –dijo.
   –Me gustaría prolongar este encuentro.
   Pareció meditarlo.
   –Tendría que volver al trabajo, pero un rato más… de acuerdo.
   –Voy a darle esto al técnico. Vuelve aquí dentro de cinco minutos.
   Se alejó. Esperé y el ayudante del cámara se acercó a mí.
   –¿Todo bien? –le pregunté.
   –Salvo un par de frases suyas que apenas se oyeron. Intentaremos rescatarlas en la edición.
   –Toma –le entregué los micrófonos –Hasta luego.
   Me alejé en dirección opuesta a Artista y al cabo de unos minutos volví sobre mis pasos. Traspasé el arco y esperé al otro lado. Estaba deseando volver a verle y para mi alegría, no tardó en aparecer.
   –Hola de nuevo.
   –¿Ya no están? –miró a su alrededor.
   –No.
   Empezamos a caminar hacia la zona boscosa.
   –¿Asustado?
   –Menos que antes. Me puse como un flan. Creía que esto sería en plan espectáculo.
   –Depende, se improvisa sobre la marcha. Contigo ha resultado cálido y cercano. Por cierto, tengo curiosidad por saber cómo acabaste metido en esto.
   –No sé cómo sucedió. Había empezado a ver Cadena 13, por las películas, porque las daban sin publicidad. Un día me senté unos minutos antes de que comenzara y vi el anuncio. Me desconcertó. Si hubiera sido otra cadena, hubiera pensado que era un Gran Hermano o algo así, y ni lo hubiera intentado. Creo que me di cuenta que la Performance era una forma de Arte. Y ya sabes que yo había empezado a tener inquietudes artísticas a resultas de empezar a pintar paredes. Igual no tiene sentido para ti.
   –Al contrario, abordas el arte sin prejuicios. Si acaso, es un camino poco habitual el que sigues.
   –Por otro lado, acababa de romper con mi novia y andaba desquiciado. Era una manera de dejar de pensar en ella. Quise hacer algo que ella no se mereciera y que a la vez le demostrara que sí era capaz de crear. Eso me absorbió hasta tal punto que la olvidé.
   –Me alegro que la Performance te ayudara a olvidarla.
   –Sí. Ahora estoy mucho mejor…
   –Pero…
   –Estoy hecho un lío.
   Me detuve junto a un lilo.
   –¿Por qué?
   –Es que he llegado a la final y en el remoto caso de que fuera el elegido, no sé qué se esperaría de mí.
   –¿En qué sentido?
   Estaba nervioso. Una gota de sudor caía por su frente. Era sincero, no era alguien como Guapo, que actuaba e iba a por el premio de manera interesada.
   –A veces pienso que esto pueda ser un reality-show, y entonces me pregunto quién sería yo, ¿el hombre-esperma?
   Me entró la risa y estuve un rato sin poder parar. Pareció relajarse. Él también pensaba en la Performance, pero de otro modo.
   –No te imagino como un pene gigante… Puedes estar tranquilo, no lo serás. Me has dicho que has visto los últimos programas…
   –Sí.
   –Habrás visto cómo eran tus dos oponentes y si eligiera a uno de ellos, ese sería su papel.
   –Entonces…
   No podía decírselo, esas no eran las reglas del juego.
   –Eres diferente a ellos. Ellos si serían un esperma-man y luego, si te he visto, no me acuerdo. Tú no eres como ellos, eres cálido, humano. No quiero precipitarme, pero contigo existe la posibilidad de llegar a algo más, de hecho, aquí estamos.
   –No me des esperanzas, lo pasé mal la última vez. Lo único que te pido es que no me trates como a un hombre objeto.
   –No te estoy tratando así, ¿verdad?
   –No… pero…
   –¿Pero?
   –Hay alguien más, alguien a quien doy largas. No sé si me gusta o no, pero sé que ahora estoy en esto y no puedo comprometerme.
   –Confía en mí. Seguiremos paso a paso y lo que tenga que ser, será.
   Me lo hubiera comido allí mismo, pero tampoco quería asustarle.
   –Por curiosidad, ¿quién hay en tu horizonte?
   Miró al suelo, se volvió hacia el lilo y luego me miró a los ojos.
   –Supongo que no importa que te lo diga. Es la cartera de mi barrio. Se empeña en subirme la correspondencia a casa.



   Acabamos de ver la grabación. El encuentro había transcurrido de un modo tan natural…
   –Se nota que va a ser el elegido en la forma en que has llevado el encuentro –dijo Pelos–. Es como si hubiera estado dirigiendo a la vez que actuabas.
   –Ha resultado sencillo. Es una buena persona, al contario de los otros dos.
   Le había contado lo de los informes. No estaríamos tan bien compenetrados en el trabajo si no confiáramos el uno en el otro. Por otro lado, los temores del día anterior  parecían vanos, meras imaginaciones mías.
   –Me alegro por ti. Por cierto, no me has hecho ningún comentario para hoy…
   –Ben, el capítulo de ayer quedó estupendo, como yo quería. Me gustaría que hoy hicieras lo que te apetezca.
   –Será pan comido, you know? Lo podríamos dejar como está y quedaría estupendo.
   –Haz lo que te apetezca, you know.
   –¡Otra vez se me ha escapado! Cada vez hablo peor el español…
   Llamaron a la puerta.
   –¿Sí? –pregunté.
   Era Piero.
   –Los informes de los finalistas –dijo desde la puerta.
   –¿Por fin los ha conseguido el Loquero?
   –Por fin –se echó a reír–. Te los iba a traer él, pero he preferido ahorrarte el disgusto de verle. ¿Por qué no nos vamos a la cafetería? Aquí hay muy poco sitio.
   –Id vosotros –intervino Pelos–, yo tengo trabajo.
   –Está bien. Hasta luego Ben.
   –Ciao –dijo Piero.
   Me levanté y le seguí.
   Cómo le gustaban las reuniones en la cafetería y eso que tenía un despacho estupendo.
 Fue hacia su mesa preferida, la que había junto al ventanal y se dejó caer en la butaca.
   –Cuéntame –dije una vez sentada frente a él.
   –Violeta, esto no te va a gustar nada.
   –No creo que sea para tanto –lo dije porque ya sabía lo que me iba a contar–. Cuéntame.
   Alfredo Benito Cotos –Piero parecía molesto–. Su padre está forrado y es el que paga todos sus negocios, que siempre acaban resultando fallidos. Cuida su imagen hasta el punto de echar horas en el gimnasio, tomar porquerías para muscularse, tener un asesor de imagen y hasta haberse hecho la cirugía facial –su expresión había cambiado, como si le divirtieran las ocurrencias del personaje–. ¡Maldito farsante! Y no te lo pierdas, tiene contactos para establecer nuevos negocios. ¿Te imaginas de qué?
   –¿Podrían ser condones, o artículos para bebé? ¿Quizás una galería de Arte?  
   –¿Lo sabías? –estaba visiblemente sorprendido.
   Asentí con la cabeza.
   –En mi trabajo debo estar informada.
   Nina se acercó a la mesa.
   –Hola, amigos. ¿Un agua para Violeta?
   –Sí, por favor –me encantaba su naturalidad.
   –Y para Piero, puede que tú quieras un vino…
   –Pues sí, Nina. Elígelo tú.
   –Ahora mismo.
  Antes de irse dirigió una intensa mirada a Piero, algo que a él le agradó.
   –Ya sé lo que estás pensando –me dijo cuando se alejó–, me viste ayer desde el autobús.
   –No pretendo inmiscuirme en tu vida.
   Él movió la cabeza.
   –Hace mucho que dejé de perseguir a las mujeres, tanto que casi no lo recuerdo. Ahora son ellas las que vienen a mí.
   Me hizo gracia, porque daba la impresión de que fuera al revés: con la recepcionista, con Nina…
   –Es una historia curiosa –continuó–. De joven me llevé tantas calabazas, que un día me harté y decidí olvidarme de vosotras. Entonces fue cuando empecé a tontear sabiendo que no había nada que hacer. Mi indiferencia empezó a atraeros y cuanto más viejo, gordo y feo me vuelvo, atraigo a mujeres más jóvenes y hermosas. Es cosa de locos, algo influirá el dinero que reboso, pero a mí no me preocupa. Tomo lo que la vida me da, y en el momento que quiera hacerlo.
   –Sí que es curiosa tu historia.
   –Dime con franqueza y no pienses que quiero ligar contigo: ¿te parezco interesante?
   –Sí. Ya me lo pareciste el día que te conocí.
   –Pero no te atraigo. Eres diferente, una rara avis.
   –Lo siento –le enseñé la sortija que llevaba–, pero estoy comprometida con un tal Carlos Gallego Ortiz, pintor de brocha gorda. Es una lástima que no esté interesada en su dinero, caballero.
   Soltó una carcajada.
   Nina volvió con las bebidas y las puso sobre la mesa.
   –He pensado que es el momento de un espumanti y he acertado. Estás muy contento.
   –Nina, esta mujer es sorprendente.
   Nina puso la mano en el hombro de Piero, al tiempo que me miraba.
   –A mí también me lo parece. Ahora os dejo con vuestros asuntos.
   Esperé a que se alejara.
   –Me gusta más Nina –le dije. Se encogió de hombros.
   –Volviendo al tema de antes, ¿desde cuándo sabes lo de Alfredo?
   –Desde hace unos días.
   –Supongo que tu confidente ha sido Jaime.
   –Sí. Deberíamos haber tenido los informes antes de las entrevistas y el Loquero es un inútil o no ha querido tenerlos a tiempo. Es un individuo muy extraño.
   –Te confieso que me están entrando ganas de despedirle.
   –Igual deberías esperar al final de la Performance. Sabe mucho y no conviene que lo filtre a la prensa. De todos modos, mantenle al margen.
   –Tienes razón. Ya le calaste hace tiempo –dio un largo sorbo a su vino–. Entonces también sabrás lo de Pedro Galván.
   –¿Lo de los libros sobre sexo y las clases particulares con una profesional? Para lo que le van a valer…
   –Puede que no sea muy correcto, pero la prensa podría enterarse de algunos detalles interesantes sobre su vida…
   –Estaría bien.
   –Entonces sabes, que el único que está limpio es Carlos.
   –Sí.
   –Bien, veo que no he aportado nada nuevo –miró el reloj– y se me echa encima la hora de la reunión…
   Mi teléfono sonó, interrumpiendo a Piero. Lo saqué del bolso y vi que era…el corazón se me aceleró, ¡era mi madre! Mi madre, que me había ignorado durante varios días y de pronto reaparecía. Que me llamara más tarde. Volví a guardar el móvil.
   –¿No contestas? –dijo Piero.
   –No en este momento.
   –¿Algún problema?
   –Nada que no tenga solución. 


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