-14-
Viernes: cita
con Artista
Llevaba puesto el vestido azul “cielo
intenso de atardecer”, como lo llamó la dependienta a la que se lo compré; y lo
contrasté con el cinturón, los pendientes y la pulsera en color cobrizo. La
cita lo merecía: Artista, el único finalista honrado. Tenía puestas todas mis
esperanzas en él.
Era el primer día que me tocaba esperar, pasaban
dos minutos de la hora y el coche aún no había llegado. Esperaba que no hubiera
excesivos problemas de tráfico y fuera a llegar tarde a mi cita. Oí el motor y
poco después asomó el morro por la rampa. Discreto y negro como la noche, así
era el vehículo que la cadena ponía a mi disposición, pasó de largo y echó marcha
atrás para meterse en mi plaza de garaje. Abrí la puerta y subí. Nada más
cerrarla sonó el seguro. Me sentí una estrella de cine.
–Siento haberme retrasado. He tenido que
llamar a la policía, porque unos periodistas pretendían colarse en el garaje.
–Anoche llamó uno a mi puerta.
–Debería cambiar de residencia.
–Estoy en ello.
Arrancó y enfiló la rampa con la seguridad
del que se manejaba todos los días en esas estrecheces.
Debería mudarme esa misma noche. Cristina no
quería saber nada del tema e iba a sufrirlo. Habíamos tenido que desconectar el
portero automático y habría que hacer lo mismo con el timbre de la puerta. En
cuanto salimos a la calle, nos rodearon los periodistas, disparando sus flases como
locos. Uno de ellos intentó abrir la puerta, pero el conductor se abrió paso
lentamente, sin dejarse intimidar ni siquiera cuando uno se sentó en el capó.
¿Periodistas?, les daría esquinazo. De
cuando en cuando, me dejaría ver, como el día que me puse la máscara. ¿Problemas?
Surgían por doquier, e igual que lo hacían, iban desapareciendo. Tenía suerte,
mi estrella era María Santísima de la Estrella Coronada. Interlocutor, había
dejado de ser un problema. Todavía no había hablado con él, ni lo haría hasta
que no me citara, pero la visión del día anterior me lo confirmaba. Lo de mi
madre, se solucionaría en su momento.
La tarde anterior estaba un poco cansada y
eso influyó en mi estado de ánimo. No merecía la pena que me preocupara. Los
problemas no existían, porque siempre se resolvían. Ahora, lo único que debía
hacer era acudir a mi cita y disfrutar de ella. Sí, disfrutarla, porque tenía a
Artista y estaba más cerca de mi meta y de ver cumplido el deseo de volver a
estar con un hombre. Dentro de muy poco, Artista sería el hombre de mi vida; no
para siempre, nunca había pensado a tan largo plazo, sólo pretendía que lo fuera
en el momento actual. Era lo que deseaba.
–Nos sigue el quinientos gris –dijo el
conductor.
Miré hacia atrás. Yo no hubiera sido capaz
de adivinarlo. Aminoramos la marcha y nuestros perseguidores también. Dimos un
acelerón, nos metimos en la calle lateral por delante de otro vehículo que
estaba a punto de doblar la esquina y el quinientos se tuvo que quedar detrás
de él. Nos detuvimos y el que nos seguía tocó el claxon. De repente arrancamos
y pasamos raudos ante un coche que salía de un garaje y que se incorporó al
tráfico detrás de nosotros. Ya había dos coches por medio, el semáforo estaba
verde y nos detuvimos en él. Hubo pitada colectiva y arrancamos cuando el semáforo
cambiaba a rojo; el que venía detrás se lo saltó, pero el siguiente y el
quinientos se tuvieron que parar. Seguimos a gran velocidad, giramos en la
siguiente calle y volvimos a girar. Les habíamos despistado, parecía cosa de
película.
Mi destino no estaba lejos, hubiera podido
llegar en metro o autobús, incluso andando, pero lo último que quería era estar
acompañada por los de la prensa. El coche me dejó en una discreta callejuela,
cercana al lugar de la cita. Esta vez había elegido un pequeño café en un
antiguo barrio residencial de discretos chalets, una delicia en plena ciudad. Al
entrar, saludé al dueño y me senté en una mesita al fondo. No había nadie más,
había abierto antes de lo habitual para nosotros. Faltaban un par de minutos
para el encuentro, los periodistas nos habían hecho llegar muy justos.
El corazón me latió con violencia al verle
aparecer, serio, con un peinado impecable y enfundado en una cazadora gris. Los
zapatos marrones no pegaban con la cazadora ni con los vaqueros, pero teniendo
en cuenta que era un pintor de brocha gorda, quizás su economía no fuera muy
boyante. Me tenía que acordar de llamarle por su nombre.
–Violeta –me tendió una diminuta flor de
color naranja–, encantado de conocerte.
–Hola Carlos
–la cogí entre los dedos–. Es un bonito detalle, además contrasta con mi
vestido. Gracias.
Me tuve que contener para no levantarme y
darle un abrazo, no era sólo la cita con el chico, también era una Performance
dirigida por mí y debía controlarme.
–¿Qué quieres tomar? –le pregunté.
–Un cortado.
Me levanté a pedir. Estaba nervioso, supuse
que por la presencia de las cámaras, que aunque no se vieran, estaban ahí. Tenía
que conseguir que se serenara, era el único aspirante honrado, mi única y
última esperanza para la Performance. Me prendí la flor en el pelo y volví a la
mesa. La miró, pero no dijo nada. Tendría que tomar la iniciativa.
–Me gustó la obra que realizaste para la
Performance. Cuéntame algo de tu arte.
Apoyó los brazos en la mesa y frunció el
ceño, como si le costara arrancar.
–No sé cómo explicarlo…, es algo nuevo para
mí.
–¿A qué te dedicas? –lo sabía, pero tenía
que intentar que se abriera.
–Soy pintor –al decirlo se sonrojó–, de los que
pintan paredes.
–No hay nada malo en ello. Pero por lo que creaste,
tiene que haber algo más.
–En realidad, sí. Un día me dio por dar
pinceladas sueltas en una pared. Ya no recuerdo qué era lo que intentaba
dibujar, sólo que me quedó fatal y que por supuesto, acabé tapándolo.
Llegaron nuestros cafés.
–Así que no conservas tu primera obra de
arte.
Echó el azúcar en el café y metió la
cucharilla.
–El dueño de esa pared nunca sabrá que los
primeros trazos fueron dados de cualquier manera. Tuve mucho cuidado al
igualarlo –empezó a remover el café mirándolo. Al día siguiente volví a
intentarlo, esa vez en una puerta. Tracé unos círculos, como si fueran burbujas
saliendo del agua. No valía gran cosa y también lo tapé.
–Un comienzo un tanto peculiar el tuyo. El
mío fue más normal, empecé siendo niña y pinté sobre un papel.
–Comienzo, lo que se dice comienzo… lo que
hice en la pared y en la puerta –dio un sorbo–, me hizo pensar. Algún día quería
hacer algo más que pintar una pared de uno o dos colores o pegarle una cenefa, me
gustaría poder dibujar algo en ella. Empecé a interesarme en el tema y descubrí
que existía algo que llamaban “trompe l’oeil”.
–También lo llaman trampantojo –cogí la taza.
–Me gusta más en francés –se iba relajando–.
Entonces busqué una academia y empecé a ir a dibujo y a pintura.
–Por lo visto, el aprendizaje ha dado sus
frutos. ¿No has hecho nada de escultura?
–Nada.
–Pues tienes alma de artista.
Se encogió de hombros. No era muy hablador, pero
al menos era sincero. Cuando acabamos nuestros cafés, fui a pagar y salimos.
–¿No vamos a ir al Retiro? –comentó
extrañado al ver que bajaba la calle.
–No. El Retiro estará plagado de periodistas
esperando que aparezcamos. Hay un pequeño parque aquí mismo, la Fuente del
Berro.
–Mejor
–dijo en voz baja.
La calle estaba desierta, como si fuera
domingo. Doblamos la esquina y al fondo de la calle apareció el arco de
entrada, donde estaba apostado uno de los cámaras. Le saludé con la mano al
entrar. Pasamos junto al pabellón, un centro cultural que no tenía trazas de
usarse habitualmente y seguimos el camino en curva entre coníferas. Estaba
desierto, había sido una buena idea venir a este parque, pasaríamos
desapercibidos. La Virgen de la Estrella seguía velando por mí.
Caminábamos en silencio. No me importaba,
Guapo había hablado mucho y no sirvió de nada. En ese momento, descubrí al
segundo cámara entre los árboles. Llegamos a un claro donde había bancos, al
cual llegaba el rumor de los coches, la M-30 estaba al fondo. Había una madre
sentada con el cochecito al lado y el niño gateando en la arena. No nos
reconoció. Artista prestó atención al pequeño y éste le dedicó una sonrisa
espontánea.
Seguía sin hablar. Tenía que hacer algo. Cogí
la flor de mi pelo y la puse entre mis dedos, haciéndola girar. Se me quedó
mirando con sus ojos azul intenso. A la luz del sol, sus cabellos se volvieron más
rubios. Me gustaban más los hombres morenos, pero bajo la piel de este aprendiz
de artista, y aunque no fuera un Adonis, había un joven de una sencillez adorable
al que había que arrancar las palabras.
–A
veces sueño despierta –dije mirando la flor–. Me vienen imágenes.
–¿Y ésta cómo es? –dio por hecho que tenía
una.
–Azul celeste profundo –improvisé–, como mi
vestido. Emergen filamentos anaranjados que salpican la superficie… todavía no
es una imagen suficientemente nítida. Me la ha debido provocar tu regalo –miré
la flor–. Al principio, todas las imágenes son maravillosas, después hay que
trabajarlas y sólo unas pocas merecen la pena. ¿Te sucede a ti lo mismo?
En vez de responder, se agachó y comenzó a
dibujar con el dedo en la arena, mirándome de cuando en cuando. Me estaba retratando.
Me llegó al alma y me lo hubiera comido a besos allí mismo. Su trazo resultó
interesante, aunque el resultado no se me pareciera. Sería el elegido.
Cogí su mano y continuamos el paseo. Uno de
los cámaras apareció tras un seto. Estaban siendo muy discretos, como les había
pedido para esta ocasión y me alegraba de ello. El ruido del tráfico era más
intenso. Dios mío, que necesitada estaba, el cálido contacto de su mano me
provocaba un hormigueo en el estómago que amenazaba con descender… Artista, era
mi hombre, y le gustaba; no hacía falta que se lo preguntara. Si hubiéramos
estado solos, no sabía qué habría ocurrido; bueno, sí lo sabía: me lo habría
llevado a la cama. El contacto de su mano sobre la mía se extendía, descendía a
los abismos más íntimos… Estaba tan desatada, tan ansiosa, que casi deseaba que
aflorara la señorita Hyde para pararme los pies, hacerme entrar en razón y
mantenerme serena.
Afortunadamente, el tiempo de nuestra cita
al abrigo de las cámaras tocaba a su fin y había dos opciones: despedirnos o
pedirle que continuáramos un rato más sin ellas. Llegados al arco de entrada, le
quité el micrófono y apagué el mío. El cámara esperaría a que yo se los
llevara. Era el momento.
–Ahora estamos solos, ya no nos oye nadie.
Lo he pasado bien contigo.
–Yo también –dijo.
–Me gustaría prolongar este encuentro.
Pareció meditarlo.
–Tendría que volver al trabajo, pero un rato
más… de acuerdo.
–Voy a darle esto al técnico. Vuelve aquí
dentro de cinco minutos.
Se alejó. Esperé y el ayudante del cámara se
acercó a mí.
–¿Todo bien? –le pregunté.
–Salvo un par de frases suyas que apenas se
oyeron. Intentaremos rescatarlas en la edición.
–Toma –le entregué los micrófonos –Hasta
luego.
Me alejé en dirección opuesta a Artista y al
cabo de unos minutos volví sobre mis pasos. Traspasé el arco y esperé al otro
lado. Estaba deseando volver a verle y para mi alegría, no tardó en aparecer.
–Hola de nuevo.
–¿Ya no están? –miró a su alrededor.
–No.
Empezamos a caminar hacia la zona boscosa.
–¿Asustado?
–Menos que antes. Me puse como un flan.
Creía que esto sería en plan espectáculo.
–Depende, se improvisa sobre la marcha.
Contigo ha resultado cálido y cercano. Por cierto, tengo curiosidad por saber
cómo acabaste metido en esto.
–No sé cómo sucedió. Había empezado a ver
Cadena 13, por las películas, porque las daban sin publicidad. Un día me senté
unos minutos antes de que comenzara y vi el anuncio. Me desconcertó. Si hubiera
sido otra cadena, hubiera pensado que era un Gran Hermano o algo así, y ni lo
hubiera intentado. Creo que me di cuenta que la Performance era una forma de Arte.
Y ya sabes que yo había empezado a tener inquietudes artísticas a resultas de
empezar a pintar paredes. Igual no tiene sentido para ti.
–Al contrario, abordas el arte sin
prejuicios. Si acaso, es un camino poco habitual el que sigues.
–Por otro lado, acababa de romper con mi
novia y andaba desquiciado. Era una manera de dejar de pensar en ella. Quise
hacer algo que ella no se mereciera y que a la vez le demostrara que sí era
capaz de crear. Eso me absorbió hasta tal punto que la olvidé.
–Me alegro que la Performance te ayudara a
olvidarla.
–Sí. Ahora estoy mucho mejor…
–Pero…
–Estoy hecho un lío.
Me detuve junto a un lilo.
–¿Por qué?
–Es que he llegado a la final y en el remoto
caso de que fuera el elegido, no sé qué se esperaría de mí.
–¿En qué sentido?
Estaba nervioso. Una gota de sudor caía por
su frente. Era sincero, no era alguien como Guapo, que actuaba e iba a por el
premio de manera interesada.
–A veces pienso que esto pueda ser un
reality-show, y entonces me pregunto quién sería yo, ¿el hombre-esperma?
Me entró la risa y estuve un rato sin poder
parar. Pareció relajarse. Él también pensaba en la Performance, pero de otro
modo.
–No te imagino como un pene gigante… Puedes
estar tranquilo, no lo serás. Me has dicho que has visto los últimos programas…
–Sí.
–Habrás visto cómo eran tus dos oponentes y
si eligiera a uno de ellos, ese sería su papel.
–Entonces…
No podía decírselo, esas no eran las reglas
del juego.
–Eres diferente a ellos. Ellos si serían un
esperma-man y luego, si te he visto, no me acuerdo. Tú no eres como ellos, eres
cálido, humano. No quiero precipitarme, pero contigo existe la posibilidad de
llegar a algo más, de hecho, aquí estamos.
–No me des esperanzas, lo pasé mal la última
vez. Lo único que te pido es que no me trates como a un hombre objeto.
–No te estoy tratando así, ¿verdad?
–No… pero…
–¿Pero?
–Hay alguien más, alguien a quien doy
largas. No sé si me gusta o no, pero sé que ahora estoy en esto y no puedo
comprometerme.
–Confía en mí. Seguiremos paso a paso y lo
que tenga que ser, será.
Me lo hubiera comido allí mismo, pero
tampoco quería asustarle.
–Por curiosidad, ¿quién hay en tu horizonte?
Miró al suelo, se volvió hacia el lilo y
luego me miró a los ojos.
–Supongo que no importa que te lo diga. Es la
cartera de mi barrio. Se empeña en subirme la correspondencia a casa.
Acabamos de ver la grabación. El encuentro
había transcurrido de un modo tan natural…
–Se nota que va a ser el elegido en la forma
en que has llevado el encuentro –dijo Pelos–. Es como si hubiera estado
dirigiendo a la vez que actuabas.
–Ha resultado sencillo. Es una buena
persona, al contario de los otros dos.
Le había contado lo de los informes. No
estaríamos tan bien compenetrados en el trabajo si no confiáramos el uno en el
otro. Por otro lado, los temores del día anterior parecían vanos, meras imaginaciones mías.
–Me alegro por ti. Por cierto, no me has
hecho ningún comentario para hoy…
–Ben, el capítulo de ayer quedó estupendo,
como yo quería. Me gustaría que hoy hicieras lo que te apetezca.
–Será pan comido, you know? Lo podríamos
dejar como está y quedaría estupendo.
–Haz lo que te apetezca, you know.
–¡Otra vez se me ha escapado! Cada vez hablo
peor el español…
Llamaron a la puerta.
–¿Sí?
–pregunté.
Era Piero.
–Los informes de los finalistas –dijo desde
la puerta.
–¿Por fin los ha conseguido el Loquero?
–Por fin –se echó a reír–. Te los iba a
traer él, pero he preferido ahorrarte el disgusto de verle. ¿Por qué no nos
vamos a la cafetería? Aquí hay muy poco sitio.
–Id vosotros –intervino Pelos–, yo tengo
trabajo.
–Está bien. Hasta luego Ben.
–Ciao –dijo Piero.
Me levanté y le seguí.
Cómo le gustaban las reuniones en la
cafetería y eso que tenía un despacho estupendo.
Fue hacia su mesa preferida, la que había
junto al ventanal y se dejó caer en la butaca.
–Cuéntame –dije una vez sentada frente a él.
–Violeta, esto no te va a gustar nada.
–No
creo que sea para tanto –lo dije porque ya sabía lo que me iba a contar–.
Cuéntame.
–Alfredo Benito Cotos –Piero parecía
molesto–. Su padre está forrado y es el que paga todos sus negocios, que
siempre acaban resultando fallidos. Cuida su imagen hasta el punto de echar
horas en el gimnasio, tomar porquerías para muscularse, tener un asesor de
imagen y hasta haberse hecho la cirugía facial –su expresión había cambiado,
como si le divirtieran las ocurrencias del personaje–. ¡Maldito farsante! Y no
te lo pierdas, tiene contactos para establecer nuevos negocios. ¿Te imaginas de
qué?
–¿Podrían ser condones, o artículos para
bebé? ¿Quizás una galería de Arte?
–¿Lo sabías? –estaba visiblemente
sorprendido.
Asentí con la cabeza.
–En mi trabajo debo estar informada.
Nina se acercó a la mesa.
–Hola, amigos. ¿Un agua para Violeta?
–Sí, por favor –me encantaba su naturalidad.
–Y para Piero, puede que tú quieras un vino…
–Pues sí, Nina. Elígelo tú.
–Ahora mismo.
Antes de irse dirigió una intensa mirada a Piero,
algo que a él le agradó.
–Ya sé lo que estás pensando –me dijo cuando
se alejó–, me viste ayer desde el autobús.
–No pretendo inmiscuirme en tu vida.
Él movió la cabeza.
–Hace mucho que dejé de perseguir a las
mujeres, tanto que casi no lo recuerdo. Ahora son ellas las que vienen a mí.
Me hizo gracia, porque daba la impresión de
que fuera al revés: con la recepcionista, con Nina…
–Es una historia curiosa –continuó–. De
joven me llevé tantas calabazas, que un día me harté y decidí olvidarme de
vosotras. Entonces fue cuando empecé a tontear sabiendo que no había nada que
hacer. Mi indiferencia empezó a atraeros y cuanto más viejo, gordo y feo me
vuelvo, atraigo a mujeres más jóvenes y hermosas. Es cosa de locos, algo
influirá el dinero que reboso, pero a mí no me preocupa. Tomo lo que la vida me
da, y en el momento que quiera hacerlo.
–Sí que es curiosa tu historia.
–Dime con franqueza y no pienses que quiero
ligar contigo: ¿te parezco interesante?
–Sí. Ya me lo pareciste el día que te
conocí.
–Pero no te atraigo. Eres diferente, una
rara avis.
–Lo siento –le enseñé la sortija que
llevaba–, pero estoy comprometida con un tal Carlos Gallego Ortiz, pintor de
brocha gorda. Es una lástima que no esté interesada en su dinero, caballero.
Soltó una carcajada.
Nina volvió con las bebidas y las puso sobre
la mesa.
–He pensado que es el momento de un
espumanti y he acertado. Estás muy contento.
–Nina,
esta mujer es sorprendente.
Nina
puso la mano en el hombro de Piero, al tiempo que me miraba.
–A mí también me lo parece. Ahora os dejo
con vuestros asuntos.
Esperé a que se alejara.
–Me gusta más Nina –le dije. Se encogió de
hombros.
–Volviendo al tema de antes, ¿desde cuándo
sabes lo de Alfredo?
–Desde hace unos días.
–Supongo que tu confidente ha sido Jaime.
–Sí. Deberíamos haber tenido los informes antes
de las entrevistas y el Loquero es un inútil o no ha querido tenerlos a tiempo.
Es un individuo muy extraño.
–Te confieso que me están entrando ganas de
despedirle.
–Igual deberías esperar al final de la
Performance. Sabe mucho y no conviene que lo filtre a la prensa. De todos
modos, mantenle al margen.
–Tienes razón. Ya le calaste hace tiempo
–dio un largo sorbo a su vino–. Entonces también sabrás lo de Pedro Galván.
–¿Lo de los libros sobre sexo y las clases
particulares con una profesional? Para lo que le van a valer…
–Puede que no sea muy correcto, pero la
prensa podría enterarse de algunos detalles interesantes sobre su vida…
–Estaría bien.
–Entonces sabes, que el único que está
limpio es Carlos.
–Sí.
–Bien, veo que no he aportado nada nuevo
–miró el reloj– y se me echa encima la hora de la reunión…
Mi teléfono sonó, interrumpiendo a Piero. Lo
saqué del bolso y vi que era…el corazón se me aceleró, ¡era mi madre! Mi madre,
que me había ignorado durante varios días y de pronto reaparecía. Que me
llamara más tarde. Volví a guardar el móvil.
–¿No contestas? –dijo Piero.
–No en este momento.
–¿Algún problema?
–Nada que no tenga solución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario