jueves, 18 de enero de 2018

Comunicación



COMUNICACIÓN

     Mi hijo Jahavier era idiota. ¡No sabía por qué teníamos que irnos de vacaciones! Con lo caro que era el viaje, podía haberle dado su parte para que comprara una máquina de juegos multidimensional y sensorial. En el momento en que lo dijo, me hubiera gustado volverme violento. ¿Qué habíamos hecho mal? Le había mandado al mejor centro educativo y nosotros lo habíamos hecho lo mejor que sabíamos, habíamos dialogado con él tantas veces como fue necesario y cuando la situación nos desbordaba, Leanor y yo acudíamos a una sesión con el psicólogo para que nos aconsejara.
     La luz cenital verde era relajante y ayudaba a llevar mejor la espera; habíamos llegado los últimos al embarque por culpa de Jahavier, que a última hora seguía jugando y el único equipaje que había cogido era la estúpida toi-pad y algunos juegos que llevaba en el bolsillo, como si del resto tuviéramos que ocuparnos sus padres. Bienvenidos al Titanius, decían las letras luminosas suspendidas sobre el pasillo, le deseamos el mejor de los viajes; esperaba que así lo decidiera nuestro hijo.
     Menos mal que teníamos a Asitela, la pequeña era un encanto, entendía todo lo que le decíamos y no sentía la necesidad de replicar ni volverse violenta como su hermano; aún le faltaban un par de años para entrar en la edad fatídica, pero, estaba seguro de que con ella todo iría suave como la seda, o como se decía ahora, tan fluido como una carga por inducción.
     Jahavier, absorto en el juego, acababa de salirse de la fila. Se lo había avisado, no quería que cometiera ninguna incorrección, a la menor le denunciaba y pasaría sus vacaciones en un internado de reeducación, aunque hubiera pagado su pasaje. Debíamos aguardar entre las líneas blancas marcadas en el suelo de fibra azul hasta que llegara nuestro turno y la azafata nos acompañara a nuestra suite-cabina.
     Hubiera resultado tan fácil agarrarle del cuello de la camisa y tirar suavemente de él… Ni siquiera le estaría tocando, pero la violencia no estaba tolerada en la sociedad actual; a veces me habría gustado vivir en el siglo veinte, antes de que prohibieran dar bofetones a los hijos. En este momento, tendría que conformarme con el razonamiento, bonita expresión. Pulsé el botón inferior del phonoreloj-i, había creado en él un acceso para avisar a mi hijo en las situaciones desagradables; su toi-pad lanzó un destello rojo. Movió la cabeza con fastidio, pero al menos regresó al lado correcto de la línea. Leanor me dirigió una mirada de resignación.
     Fue una verdadera lástima que viniera a buscarnos el azafato espigado, con lo guapa que era y el buen tipo que tenía la que acompañó a los que estaban delante de nosotros; sin embargo a Leanor le brillaron los ojos y no los apartó del estilizado jovencito de uniforme blanco nacarado que nos precedió hasta nuestra suite-cabina. Una vez en el interior nos dio las explicaciones pertinentes, que más o menos atendimos Asitela y yo, mientras Jahavier se sentaba en la butaca para seguir ausente; si de algo no nos hubiéramos enterado, bastaría con preguntar a Leanor, que permaneció atentísima a cada una de sus explicaciones y preguntó en varias ocasiones antes de acompañarle a la puerta y despedirle. En cuanto cerró, su rostro radiante se agrió.
     —Jahavier, tenemos que hablar —fue a sentarse a su lado. Él hizo una filigrana extraña con la cabeza sin dejar de mirar su toi-pad—. Reflexiona hijo, tu comportamiento durante la espera no ha sido el adecuado.
     —No he hecho nada malo.
     —¿Acaso no viste el destello rojo en tu cacharro? Déjalo y mírame cuando te hablo.
     —Te entiendo de maravilla, mamá —siguió con el juego que se trajera entre manos.
     Asitela suspiró y se abrazó a mí. Estas cosas le hacían sufrir.
     —Está bien, a nuestro regreso te enviaré a clases de saber estar los sábados de seis a nueve.
     —¡Es injusto, sabes que a esas horas estoy con mis amigos! —levantó la voz, pero dejó de lado la maquinita—. Además son unas clases carísimas.
     —Entonces tendremos que reducir tus gastos personales: la asignación semanal, la suscripción a esos juegos que tanto te gustan…
     —Se lo diré al psicólogo.
     —Y yo al mío, tal vez nos venga bien una separación temporal —Leanor me dirigió una mirada cómplice—. Te asignarán unos tutores… seguramente estarás mejor con ellos.
     Jahavier hizo uno de esos gestos desagradables tan propios en él y apagó la maquinita. Acto seguido, se levantó, fue hacia uno de los espacios de sueño y se encerró. Asitela, que no me había soltado, corrió a sentarse con su madre.
     —No sufras, cielo —Leanor acarició su cabeza—. Algún día entrará en razón.
     —¿Y si no lo hace? —una lágrima resbaló por su mejilla.



     Habíamos encontrado sitio en una de las salas de relax. Las paredes eran de metal mate de última generación, capaz de proporcionar una sedosa luz indirecta. Había una pantalla panorámica que parecía un ventanal, mostraba el espacio que atravesábamos. Habíamos decidido regalarnos unos días en la recién terraformada Titán. Sería fascinante contemplar las espectaculares tormentas de metano que alimentaban sus ríos y lagos, mucho más que observar las constelaciones de colores difuminados y acuosos que mostraba la pantalla. Estaba deseando ver aquella vegetación violeta creada en el laboratorio del doctor Martel, capaz de sobrevivir en el ambiente adverso de Titán.
     Había tenido suerte en la vida, eran pocos los que podían permitirse unas vacaciones como estas. Un Coeficiente Intelectual de 191-B y las ganas de estudiar me habían permitido acceder a la ingeniería y especializarme en Tensión en las Estructuras Tridimensionales Fotocopistadas. Allí conocí a Leanor, ella derivó hacia la faceta comercial, no sabía cómo le podía gustar pasarse el día haciendo cálculos para abaratar costes de la materia prima, producción, promoción y distribución. Nada más sentarnos, había desplegado su unidad computerizada de pantalla virtual Isus Profesional-3, lo último de lo último. Podía llevarlo en el bolsillo, su unidad física abultaba poco más que mi phonoreloj-i.
     Un meteorito cruzó la pantalla de izquierda a derecha. El Universo era realmente hermoso, matemáticamente fascinante, infinitamente más complejo que los cálculos de estructuras para los materiales que crecían en la fotocopiadora tridimensional. En cuanto aparté la mirada de la pantalla, Asitela cruzó una mirada de satisfacción conmigo. También ella había estado contemplando las imágenes, aunque tuviera entre sus manos el lector digital; le había regalado un A-Book-7, el mejor, porque siempre estaba leyendo y se lo merecía.
     Era hermoso, la familia entera sentada en las butacas azuladas, camino de Titán. Leanor seguía absorbida por su pantalla virtual, a buen seguro seguía haciendo cálculos para la empresa. Asitela había vuelto a la lectura y Jahavier había decidido sentarse al otro lado de la sala. Acababa de conectarse a las gafas estereoscópicas con altavoces y micrófono integrados, estaría enfrascado en alguno de esos complejos juegos carentes de sentido. Leanor sabía tratar con él cuando se negaba a razonar, llegaba al límite sin traspasarlo; el inminente recorte presupuestario había sido muy bueno. Bah, no merecía la pena pensar en el niño.
     Abrí mi unidad computerizada, no iba a pasar la tarde mirando la pantalla de la nave. No estaba a la última, aún conservaba mi fósil, como lo llamaban mis compañeros de trabajo, una vieja unidad Isus de primera generación con pantalla y teclado físicos, que aún me permitía realizar los cálculos complejos en él; aún no sabía qué iba a hacer, desde luego trabajar, no, estaba de vacaciones. Quedaban casi seis horas hasta que tuviéramos un sueño inducido y algo había que hacer. Podía volver al entorno de Saturno, tal vez al mismo Titán… pero no, prefería verlo en vivo, tal vez otras lunas más lejanas y exóticas que la que íbamos a visitar. 
     Dirigí una última mirada a Leanor antes de comenzar a ver el documental, no me vio, siempre estaba trabajando; sin embargo Asitela levantó los ojos del A-Book y me sonrió, aunque luego frunciera el ceño; no podía haber sido yo la causa de su disgusto, así que miré a la izquierda. Jahavier, claro. Se escurría sobre el sofá, hasta que sólo la cabeza permaneció en el respaldo. No eran maneras de estar en público, no era lo que le habíamos enseñado, ni algo que le fueran a permitir en el centro educativo.
     Asitela dejó el A-Book sobre su regazo y tecleó en su phonoreloj. Debía estar llamándole, porque miraba hacia él, pero no ocurrió nada. Me dirigió una mirada triste al tiempo que se encogía de hombros. Pasó una pareja y viendo a mi hijo, con la cabeza colgada del respaldo, el culo al borde del sofá y realizando unos leves contoneos extraños, buscaron asiento al otro lado de la sala. ¿Algún juego de baile? No era la mejor postura para bailar, se podía haber quedado en la suite-cabina, suerte tendría si no daban aviso a seguridad.
     Accedí al relophon-i y le envié una advertencia seria, como antes hiciera su madre; la luz roja inundó su aparato, pero no hizo caso, puede que las gafas estuvieran programadas para no recibir los mensajes paternos; de buena gana me levantaba para ir a arrancárselas. Mi hijo hacía que aflorara lo peor que había en mí, no en vano lo había heredado de mi padre. Calma me dije, deja que intervenga Leanor.
     Seguía absorta en su trabajo, si la molestaba se molestaría. Abrí el correo y escribí un mensaje.
     -Mira a tu hijo. No ha respondido a la llamada de atención. ¿Te ocupas de ello? —di a enviar. Tuvo que haberlo visto, pero no dio prueba de ello. Escribí otro.
     -Leanor, tu hijo nos va a traer problemas —esta vez la vi mover la cabeza, no quería que la molestaran.
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     Mandé un mensaje vacío tras otro, hasta que Leanor se puso tensa. Pasaron unos instantes y entonces levantó la cabeza de su pantalla virtual, no estaba muy contenta y su cara se agrió cuando vio a nuestro adolescente.
     Ni música ni nada, éste estaba viendo otra cosa. Leanor tecleó en pantalla virtual. Eso no había funcionado y los movimientos pélvicos de su hijo aunque fueran relativamente discretos, no dejaban lugar a dudas. Me miró, y en vez de hablarme, bajó la cabeza y empezó a teclear; recibí un mensaje.
     -¿Es que no me vais a dejar trabajar? Deberías ser tú el que hablara con él y le hicieras ver que el exhibicionismo no es algo que esté bien visto en nuestra cultura.
     El problema era que pensaba arrancarle las gafas antes de entablar la conversación constructiva que nos había enseñado a usar el psicólogo, y después desprendería la máquina de sus manos y le daría con ella en la cabeza; sentía esa necesidad y eso me recordó lo sucedido cuando yo era un adolescente. Mi padre entró en mi habitación sin llamar, dice que lo hizo, pero estaba tan absorto en la pantalla de la unidad computerizada, viendo a aquellas muchachas tan provocativas… El muy bestia tiró del cable y lo desconectó, aunque le había dado motivos sobrados para hacerlo. Intenté enchufarlo de nuevo y entonces su mano se estampó contra mi cara. Todavía recuerdo el ruido, el dolor y la marca que me dejó; me dolió hasta psicológicamente y eso no se lo podía consentir ni a mi padre. Llamé a la policía y le detuvieron, mi cara no dejaba lugar a dudas, pasó un mes sin sueldo realizando trabajos sociales: estuvo en el monte plantando árboles. Después de eso, mi madre me castigó a su modo y ya no me atreví a poner una denuncia, sabía que me quedaría solo. Afortunadamente había aprendido.
     No podía dejar que saliera mi vena violenta, tenía que ser tan fino como mi madre. Entonces, sin mirar ni a uno ni a otra, volví a escribir un mensaje a Leanor.
     -Ocúpate tú, no creo que pueda responder de mí mismo.
     Le cambió la cara y volvió a teclear en su pantalla.
     -¿No ves que tengo trabajo?
     -Te recuerdo que estamos de vacaciones.
     -Está bien.
     Esta vez me miró, seria, antes de dirigir una mirada a nuestro hijo. ¿Por qué no podía ser como su hermana?
     Leanor volvió a su pantalla, apenas visible desde donde estaba, así que no podía saber si ya se estaba ocupando del problema. Mientras tanto los movimientos de Jahavier se habían vuelto menos discretos. Asitela se sentó a mi lado y acercó su boca a mi oído.
     —Papá—susurró—, Jahavier tiene el pantalón abultado. ¿Está haciendo eso que hacéis los mayores para tener hijos?
     —Me temo que sí —hasta ella se había dado cuenta. Leanor seguía ocupada en su pantalla.
     —Pero está solo… ¡Lo está haciendo con la de la pantalla! ¡Qué asco! Yo no pienso tener hijos —cruzó los brazos enfurruñada. Me dio pena de ella.
     Pasó una mujer y miró hacia otro lado. Si le denunciaba a la tripulación se nos caería el pelo, éramos los responsables. Diría que estaba enfrascado en la unidad computerizada y no había visto nada. Empezaba a querer que llegara el momento de caer en el sueño inducido para el salto hasta el entorno de Saturno. Leanor movía rápidamente los dedos sobre la pantalla virtual, podía ver los bordes anaranjados recortados nítidamente contra el fondo azul de la butaca. ¿Qué estaba haciendo? El color era intensísimo, rojo, intermitente, eso debía consumir mucha batería. Estuve tentado de mandarle un mensaje y preguntarle, pero me abstuve. En vez de eso, me levanté, dejé la unidad computerizada sobre el asiento y fui a sentarme a su lado. Inmediatamente Asitela se acercó.
     Lo que vi en su unidad computerizada me dejó helado y no pude por menos que abrazar a mi hija, de modo que no pudiera ver lo que estaba ocurriendo. Leanor había ingresado de algún modo en el toi-Pad de Jahavier. Él, nuestro hijo estaba tumbado y tenía encima a una mujer neumática de esas que quitaban el hipo. Habían mejorado mucho en las casi tres décadas que habían pasado desde que yo… La luz pulsante roja derivó hacia un rojo violáceo cuando la cama sobre la que reposaba Jahavier desapareció, y en su lugar apareció un hombre peludo y fornido. Estaba desnudo, se acercaba a él por detrás y su miembro había empezado a crecer de forma alarmante. Tuvo que ser Leanor, yo no habría sido capaz de entrar en el sistema y realizar ese cambio.
     —¡Aaaaaahaaarrggggggggggggg! —tras el grito, Jahavier cayó al suelo. Como por arte de magia, la erección había desaparecido. No había asomo de tendencia homosexual.
     Se arrancó las gafas y salió de la sala, ni siquiera nos vio. Era mejor así, no vería la cara de satisfacción que habíamos puesto su madre y yo; hacía mucho que no nos mirábamos así.
     —Esto no ha acabado aún —susurró ella—. Voy a borrar todo rastro de lo ocurrido.   
     —¿Qué vamos a decir?
     —Que el chico se quedó dormido, de repente pegó un grito y salió corriendo. Ha tenido una pesadilla, no creo que quiera contradecirnos. Podría mandar un correo a la azafata mientras arreglas eso.
     —Qué bien se te dan estas cosas, eres más efectiva que un psicólogo.
     Asitela se deshizo de mi abrazo y se levantó.
     —Voy a buscar al azafato para decírselo.
     —Ve, hija —dijo su madre sin dejar de trabajar en su pantalla—. Ya sabes lo que tienes que decir.
     Asitela se alejó con paso decidido. Era una muchacha resuelta, que aún se atrevía a dar los mensajes personalmente.


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