COMUNICACIÓN
Mi hijo Jahavier era idiota. ¡No sabía por
qué teníamos que irnos de vacaciones! Con lo caro que era el viaje, podía
haberle dado su parte para que comprara una máquina de juegos multidimensional
y sensorial. En el momento en que lo dijo, me hubiera gustado volverme
violento. ¿Qué habíamos hecho mal? Le había mandado al mejor centro educativo y
nosotros lo habíamos hecho lo mejor que sabíamos, habíamos dialogado con él
tantas veces como fue necesario y cuando la situación nos desbordaba, Leanor y
yo acudíamos a una sesión con el psicólogo para que nos aconsejara.
La luz cenital verde era relajante y
ayudaba a llevar mejor la espera; habíamos llegado los últimos al embarque por
culpa de Jahavier, que a última hora seguía jugando y el único equipaje que
había cogido era la estúpida toi-pad y algunos juegos que llevaba en el
bolsillo, como si del resto tuviéramos que ocuparnos sus padres. Bienvenidos al
Titanius, decían las letras luminosas suspendidas sobre el pasillo, le deseamos
el mejor de los viajes; esperaba que así lo decidiera nuestro hijo.
Menos mal que teníamos a Asitela, la
pequeña era un encanto, entendía todo lo que le decíamos y no sentía la
necesidad de replicar ni volverse violenta como su hermano; aún le faltaban un
par de años para entrar en la edad fatídica, pero, estaba seguro de que con
ella todo iría suave como la seda, o como se decía ahora, tan fluido como una carga
por inducción.
Jahavier, absorto en el juego, acababa de
salirse de la fila. Se lo había avisado, no quería que cometiera ninguna
incorrección, a la menor le denunciaba y pasaría sus vacaciones en un internado
de reeducación, aunque hubiera pagado su pasaje. Debíamos aguardar entre las
líneas blancas marcadas en el suelo de fibra azul hasta que llegara nuestro
turno y la azafata nos acompañara a nuestra suite-cabina.
Hubiera resultado tan fácil agarrarle del
cuello de la camisa y tirar suavemente de él… Ni siquiera le estaría tocando,
pero la violencia no estaba tolerada en la sociedad actual; a veces me habría
gustado vivir en el siglo veinte, antes de que prohibieran dar bofetones a los
hijos. En este momento, tendría que conformarme con el razonamiento, bonita
expresión. Pulsé el botón inferior del phonoreloj-i, había creado en él un
acceso para avisar a mi hijo en las situaciones desagradables; su toi-pad lanzó
un destello rojo. Movió la cabeza con fastidio, pero al menos regresó al lado
correcto de la línea. Leanor me dirigió una mirada de resignación.
Fue una verdadera lástima que viniera a
buscarnos el azafato espigado, con lo guapa que era y el buen tipo que tenía la
que acompañó a los que estaban delante de nosotros; sin embargo a Leanor le
brillaron los ojos y no los apartó del estilizado jovencito de uniforme blanco
nacarado que nos precedió hasta nuestra suite-cabina. Una vez en el interior
nos dio las explicaciones pertinentes, que más o menos atendimos Asitela y yo,
mientras Jahavier se sentaba en la butaca para seguir ausente; si de algo no
nos hubiéramos enterado, bastaría con preguntar a Leanor, que permaneció
atentísima a cada una de sus explicaciones y preguntó en varias ocasiones antes
de acompañarle a la puerta y despedirle. En cuanto cerró, su rostro radiante se
agrió.
—Jahavier, tenemos que hablar —fue a
sentarse a su lado. Él hizo una filigrana extraña con la cabeza sin dejar de
mirar su toi-pad—. Reflexiona hijo, tu comportamiento durante la espera no ha
sido el adecuado.
—No he hecho nada malo.
—¿Acaso no viste el destello rojo en tu
cacharro? Déjalo y mírame cuando te hablo.
—Te entiendo de maravilla, mamá —siguió
con el juego que se trajera entre manos.
Asitela suspiró y se abrazó a mí. Estas
cosas le hacían sufrir.
—Está bien, a nuestro regreso te enviaré a
clases de saber estar los sábados de seis a nueve.
—¡Es injusto, sabes que a esas horas estoy
con mis amigos! —levantó la voz, pero dejó de lado la maquinita—. Además son
unas clases carísimas.
—Entonces tendremos que reducir tus gastos
personales: la asignación semanal, la suscripción a esos juegos que tanto te
gustan…
—Se lo diré al psicólogo.
—Y yo al mío, tal vez nos venga bien una
separación temporal —Leanor me dirigió una mirada cómplice—. Te asignarán unos
tutores… seguramente estarás mejor con ellos.
Jahavier hizo uno de esos gestos
desagradables tan propios en él y apagó la maquinita. Acto seguido, se levantó,
fue hacia uno de los espacios de sueño y se encerró. Asitela, que no me había
soltado, corrió a sentarse con su madre.
—No sufras, cielo —Leanor acarició su
cabeza—. Algún día entrará en razón.
—¿Y si no lo hace? —una lágrima resbaló
por su mejilla.
Habíamos encontrado sitio en una de las
salas de relax. Las paredes eran de metal mate de última generación, capaz de
proporcionar una sedosa luz indirecta. Había una pantalla panorámica que
parecía un ventanal, mostraba el espacio que atravesábamos. Habíamos decidido
regalarnos unos días en la recién terraformada Titán. Sería fascinante
contemplar las espectaculares tormentas de metano que alimentaban sus ríos y
lagos, mucho más que observar las constelaciones de colores difuminados y
acuosos que mostraba la pantalla. Estaba deseando ver aquella vegetación
violeta creada en el laboratorio del doctor Martel, capaz de sobrevivir en el
ambiente adverso de Titán.
Había tenido suerte en la vida, eran pocos
los que podían permitirse unas vacaciones como estas. Un Coeficiente
Intelectual de 191-B y las ganas de estudiar me habían permitido acceder a la
ingeniería y especializarme en Tensión en las Estructuras Tridimensionales
Fotocopistadas. Allí conocí a Leanor, ella derivó hacia la faceta comercial, no
sabía cómo le podía gustar pasarse el día haciendo cálculos para abaratar
costes de la materia prima, producción, promoción y distribución. Nada más
sentarnos, había desplegado su unidad computerizada de pantalla virtual Isus
Profesional-3, lo último de lo último. Podía llevarlo en el bolsillo, su unidad
física abultaba poco más que mi phonoreloj-i.
Un meteorito cruzó la pantalla de
izquierda a derecha. El Universo era realmente hermoso, matemáticamente
fascinante, infinitamente más complejo que los cálculos de estructuras para los
materiales que crecían en la fotocopiadora tridimensional. En cuanto aparté la
mirada de la pantalla, Asitela cruzó una mirada de satisfacción conmigo.
También ella había estado contemplando las imágenes, aunque tuviera entre sus
manos el lector digital; le había regalado un A-Book-7, el mejor, porque
siempre estaba leyendo y se lo merecía.
Era hermoso, la familia entera sentada en
las butacas azuladas, camino de Titán. Leanor seguía absorbida por su pantalla
virtual, a buen seguro seguía haciendo cálculos para la empresa. Asitela había
vuelto a la lectura y Jahavier había decidido sentarse al otro lado de la sala.
Acababa de conectarse a las gafas estereoscópicas con altavoces y micrófono
integrados, estaría enfrascado en alguno de esos complejos juegos carentes de
sentido. Leanor sabía tratar con él cuando se negaba a razonar, llegaba al
límite sin traspasarlo; el inminente recorte presupuestario había sido muy
bueno. Bah, no merecía la pena pensar en el niño.
Abrí mi unidad computerizada, no iba a
pasar la tarde mirando la pantalla de la nave. No estaba a la última, aún
conservaba mi fósil, como lo llamaban mis compañeros de trabajo, una vieja
unidad Isus de primera generación con pantalla y teclado físicos, que aún me
permitía realizar los cálculos complejos en él; aún no sabía qué iba a hacer,
desde luego trabajar, no, estaba de vacaciones. Quedaban casi seis horas hasta
que tuviéramos un sueño inducido y algo había que hacer. Podía volver al
entorno de Saturno, tal vez al mismo Titán… pero no, prefería verlo en vivo,
tal vez otras lunas más lejanas y exóticas que la que íbamos a visitar.
Dirigí una última mirada a Leanor antes de
comenzar a ver el documental, no me vio, siempre estaba trabajando; sin embargo
Asitela levantó los ojos del A-Book y me sonrió, aunque luego frunciera el
ceño; no podía haber sido yo la causa de su disgusto, así que miré a la
izquierda. Jahavier, claro. Se escurría sobre el sofá, hasta que sólo la cabeza
permaneció en el respaldo. No eran maneras de estar en público, no era lo que
le habíamos enseñado, ni algo que le fueran a permitir en el centro educativo.
Asitela dejó el A-Book sobre su regazo y
tecleó en su phonoreloj. Debía estar llamándole, porque miraba hacia él, pero
no ocurrió nada. Me dirigió una mirada triste al tiempo que se encogía de
hombros. Pasó una pareja y viendo a mi hijo, con la cabeza colgada del
respaldo, el culo al borde del sofá y realizando unos leves contoneos extraños,
buscaron asiento al otro lado de la sala. ¿Algún juego de baile? No era la
mejor postura para bailar, se podía haber quedado en la suite-cabina, suerte
tendría si no daban aviso a seguridad.
Accedí al relophon-i y le envié una
advertencia seria, como antes hiciera su madre; la luz roja inundó su aparato,
pero no hizo caso, puede que las gafas estuvieran programadas para no recibir
los mensajes paternos; de buena gana me levantaba para ir a arrancárselas. Mi
hijo hacía que aflorara lo peor que había en mí, no en vano lo había heredado de
mi padre. Calma me dije, deja que intervenga Leanor.
Seguía absorta en su trabajo, si la
molestaba se molestaría. Abrí el correo y escribí un mensaje.
-Mira a tu hijo. No ha respondido a la
llamada de atención. ¿Te ocupas de ello? —di a enviar. Tuvo que haberlo visto,
pero no dio prueba de ello. Escribí otro.
-Leanor, tu hijo nos va a traer problemas
—esta vez la vi mover la cabeza, no quería que la molestaran.
-
-
-
Mandé un mensaje vacío tras otro, hasta
que Leanor se puso tensa. Pasaron unos instantes y entonces levantó la cabeza
de su pantalla virtual, no estaba muy contenta y su cara se agrió cuando vio a
nuestro adolescente.
Ni música ni nada, éste estaba viendo otra
cosa. Leanor tecleó en pantalla virtual. Eso no había funcionado y los
movimientos pélvicos de su hijo aunque fueran relativamente discretos, no
dejaban lugar a dudas. Me miró, y en vez de hablarme, bajó la cabeza y empezó a
teclear; recibí un mensaje.
-¿Es que no me vais a dejar trabajar? Deberías
ser tú el que hablara con él y le hicieras ver que el exhibicionismo no es algo
que esté bien visto en nuestra cultura.
El problema era que pensaba arrancarle las
gafas antes de entablar la conversación constructiva que nos había enseñado a usar
el psicólogo, y después desprendería la máquina de sus manos y le daría con
ella en la cabeza; sentía esa necesidad y eso me recordó lo sucedido cuando yo
era un adolescente. Mi padre entró en mi habitación sin llamar, dice que lo
hizo, pero estaba tan absorto en la pantalla de la unidad computerizada, viendo
a aquellas muchachas tan provocativas… El muy bestia tiró del cable y lo
desconectó, aunque le había dado motivos sobrados para hacerlo. Intenté
enchufarlo de nuevo y entonces su mano se estampó contra mi cara. Todavía
recuerdo el ruido, el dolor y la marca que me dejó; me dolió hasta
psicológicamente y eso no se lo podía consentir ni a mi padre. Llamé a la
policía y le detuvieron, mi cara no dejaba lugar a dudas, pasó un mes sin
sueldo realizando trabajos sociales: estuvo en el monte plantando árboles.
Después de eso, mi madre me castigó a su modo y ya no me atreví a poner una
denuncia, sabía que me quedaría solo. Afortunadamente había aprendido.
No podía dejar que saliera mi vena
violenta, tenía que ser tan fino como mi madre. Entonces, sin mirar ni a uno ni
a otra, volví a escribir un mensaje a Leanor.
-Ocúpate tú, no creo que pueda responder
de mí mismo.
Le cambió la cara y volvió a teclear en su
pantalla.
-¿No ves que tengo trabajo?
-Te recuerdo que estamos de vacaciones.
-Está bien.
Esta vez me miró, seria, antes de dirigir
una mirada a nuestro hijo. ¿Por qué no podía ser como su hermana?
Leanor volvió a su pantalla, apenas
visible desde donde estaba, así que no podía saber si ya se estaba ocupando del
problema. Mientras tanto los movimientos de Jahavier se habían vuelto menos
discretos. Asitela se sentó a mi lado y acercó su boca a mi oído.
—Papá—susurró—, Jahavier tiene el pantalón
abultado. ¿Está haciendo eso que hacéis los mayores para tener hijos?
—Me temo que sí —hasta ella se había dado
cuenta. Leanor seguía ocupada en su pantalla.
—Pero está solo… ¡Lo está haciendo con la
de la pantalla! ¡Qué asco! Yo no pienso tener hijos —cruzó los brazos
enfurruñada. Me dio pena de ella.
Pasó una mujer y miró hacia otro lado. Si
le denunciaba a la tripulación se nos caería el pelo, éramos los responsables.
Diría que estaba enfrascado en la unidad computerizada y no había visto nada.
Empezaba a querer que llegara el momento de caer en el sueño inducido para el
salto hasta el entorno de Saturno. Leanor movía rápidamente los dedos sobre la pantalla
virtual, podía ver los bordes anaranjados recortados nítidamente contra el
fondo azul de la butaca. ¿Qué estaba haciendo? El color era intensísimo, rojo,
intermitente, eso debía consumir mucha batería. Estuve tentado de mandarle un
mensaje y preguntarle, pero me abstuve. En vez de eso, me levanté, dejé la
unidad computerizada sobre el asiento y fui a sentarme a su lado.
Inmediatamente Asitela se acercó.
Lo que vi en su unidad computerizada me
dejó helado y no pude por menos que abrazar a mi hija, de modo que no pudiera
ver lo que estaba ocurriendo. Leanor había ingresado de algún modo en el
toi-Pad de Jahavier. Él, nuestro hijo estaba tumbado y tenía encima a una mujer
neumática de esas que quitaban el hipo. Habían mejorado mucho en las casi tres
décadas que habían pasado desde que yo… La luz pulsante roja derivó hacia un
rojo violáceo cuando la cama sobre la que reposaba Jahavier desapareció, y en
su lugar apareció un hombre peludo y fornido. Estaba desnudo, se acercaba a él
por detrás y su miembro había empezado a crecer de forma alarmante. Tuvo que
ser Leanor, yo no habría sido capaz de entrar en el sistema y realizar ese
cambio.
—¡Aaaaaahaaarrggggggggggggg! —tras el
grito, Jahavier cayó al suelo. Como por arte de magia, la erección había
desaparecido. No había asomo de tendencia homosexual.
Se arrancó las gafas y salió de la sala,
ni siquiera nos vio. Era mejor así, no vería la cara de satisfacción que
habíamos puesto su madre y yo; hacía mucho que no nos mirábamos así.
—Esto no ha acabado aún —susurró ella—.
Voy a borrar todo rastro de lo ocurrido.
—¿Qué vamos a decir?
—Que el chico se quedó dormido, de repente
pegó un grito y salió corriendo. Ha tenido una pesadilla, no creo que quiera
contradecirnos. Podría mandar un correo a la azafata mientras arreglas eso.
—Qué bien se te dan estas cosas, eres más
efectiva que un psicólogo.
Asitela se deshizo de mi abrazo y se
levantó.
—Voy a buscar al azafato para decírselo.
—Ve, hija —dijo su madre sin dejar de
trabajar en su pantalla—. Ya sabes lo que tienes que decir.
Asitela se alejó con paso decidido. Era
una muchacha resuelta, que aún se atrevía a dar los mensajes personalmente.
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