ESOS QUE NO
PAGAN
Todavía faltaba hora y cuarto para la
siguiente prueba y había decidido salir a tomar algo. En el vestíbulo coincidí
con dos compañeros a los que jamás había visto y sin mediar palabra, nos
detuvimos cerca de la entrada como si nos conociéramos de toda la vida y
comenzamos a charlar. Había que empezar a establecer contactos, eso era lo que
nos habían contado en la academia. Amigos hasta en el infierno, lo había oído
en algún lugar.
Hasta ese momento, las frases que habíamos
cruzado estuvieron perfectamente vacías de contenido, pero sirvieron para
establecer ese primer contacto; entonces pasó por allí alguien que nos llamó poderosamente
la atención: saltaba a la vista que no podía ser compañero nuestro, era un
“pringao”, y salió a la calle.
—¿Habéis visto? ¿Desde cuándo dejan
presentarse a cualquiera? —el compañero que habló tampoco parecía gran cosa,
más bien era pura fachada.
—Tiene pinta de haber aprobado el
bachillerato —intervine—, si es así, no puede estar aquí.
—Con esa cara, es más virgen que cuando
nació… —dijo el otro compañero.
—Debería saberlo, no tiene nada que hacer
—solté una carcajada, pero en mi cabeza, la maquinaria había empezado a
funcionar. A todo se le podía sacar provecho. Si tuviera influencias, podría
aprobar; no podía dejarle marchar—. Os dejo, tengo un asunto pendiente. Adiós,
compañeros.
—Hasta otra, compañero.
—Hasta pronto, compañero.
No me había despedido convenientemente,
pero el contacto estaba establecido y ahora buscaba uno nuevo que mis
compañeros habían rechazado. Tenía una corazonada, el pringao tenía cara de
inocente, de buena persona. Acababa de cruzar la calle y un individuo se acercó
a él, hubo un breve intercambio de palabras y se dirigieron hacia el
refreshbar. ¡Un Sugeridor!, acababa de asaltarle un Sugeridor.
Tuve que esperar a que pasaran un par de
coches y cuando crucé, acababan de entrar en el local. Tenía que actuar con
calma. Me detuve en la acera, como si no supiera lo que quería hacer y esperé a
que volviera el Sugeridor. Lo había hecho muy bien, porque vino directo hacia
mí, debió considerarme una víctima fácil. Me dejé convencer para ir a su
refreshbar sin oponer ninguna resistencia, entramos e hizo una seña al hombre
que había tras el mostrador antes de marcharse. No me olvidaría de su cara, no
estaba de más conocer a un ilegal, algún día le necesitaría.
El lugar estaba casi vacío, el Sugeridor
no debía hacer muy bien su cometido, puede que no mereciera la pena recordarle.
El pringao era persona discreta, se había sentado en una mesa alejada de la
ventana. Avancé hasta la mesa que había antes de la suya, me quedé mirándole
como si acabara de ver a un conocido y me acerqué.
—Perdona compañero, tú estabas en las
pruebas, ¿no? —el pringao levantó la cabeza desconcertado.
—Eh…, sí —era lento de reacciones, tal vez
inseguro.
—¿Puedo sentarme?
—Por supuesto —se puso un poco rojo.
Tímido. Menuda combinación, no sabía dónde se había metido, no tenía nada que
hacer… a no ser que fuera un genio y supiera encubrir su verdadera apariencia
bajo ese disfraz. Tenía que averiguarlo. ¿No tenía estudios? Parecía de esos
que se pasaban horas delante de los libros.
El refreshman se acercó a nuestra mesa.
—¿Qué vais a tomar? —parecía un poco más
espabilado que mi nuevo amigo, pero evidentemente bastante menos que yo.
—Un zumo de narancoco —pidió el pringao.
—Un Resibul —el refreshman asintió y se
marchó.
—Eso que has pedido es fuerte. Supongo que
lo tomas por la siguiente prueba.
—Cualquier euforizante es bueno para la
prueba —también era un listillo, seguro que había estudiado, aunque intentara
ocultarlo.
—A mí no me van, me quitan el sueño
—parecía que lo dijera en serio, el muy… ¡Lo que importaba ahora era la
siguiente prueba! ¿Qué más daba que no pudiera dormir a la noche?
—Eso se arregla con un tranquilicín o dos.
El refreshman trajo las bebidas. Pringao
volcó su zumito en el vaso y dio un largo sorbo, como si lo necesitara desde
hacía rato. ¿También era nervioso? Yo no lo estaba, vacié la lata en el vaso y
lo dejé reposar. El zumo no le iba a hacer nada, en cambio el Resibul me daría
aliento para enfrentarme a lo que surgiera y salir victorioso. ¿No me estaría
equivocando con pringao?
No parecía tener ninguna posibilidad. Cara
de pringao, fácil de convencer, tímido, tal vez nervioso, remilgado y para colmo
poco hablador. Seguro que había aprobado el instituto e intentaba ocultarlo.
Iba a tener que hacer todo el esfuerzo yo solo, debería ser quien iniciara
nuestra interesada amistad. Dio un nuevo trago largo a su refresco de nene.
Cogí el Resibul y di un buen trago, hacerlo a la vez ayudaría a confraternizar.
Esto sí que subía, empezaba a notarlo.
Si pringao llegara a superar las pruebas,
cosa altamente improbable, me interesaría tenerle cerca; sería el individuo
perfecto para cargarle con el muerto en caso de necesidad. Me convendría
hacerme con su certificado de estudios, así le tendría bien cogido. Di otro
trago. Nada sucedía por casualidad, había salido del edificio en el momento en
que yo estaba allí, puede que pese a su evidente falta de aptitudes tuviera un
protector. Era cosa del destino y no podía dejarle escapar. Tenía que fomentar
nuestra camaradería, tenía que hablar con él, de lo que fuera.
—Es un fastidio que no nos oculten los
resultados de la prueba psicológica, habríamos hecho la prueba del discurso
verdaderamente exaltados; quizás prefieren tenernos bajo presión.
—Da igual, no creo que lo haya hecho bien
—pesimista, la lista de defectos seguía creciendo.
Cada vez estaba más convencido de que el
destino le unía a mí y era un buen año para que todo saliera bien, había
doscientas ochenta plazas: la mayoría procedentes de las jubilaciones y
veintisiete por fallecimientos. Necesitaba que aprobara para tenerle cerca.
Necesitaba ganarme su confianza, tenía que contarle algo tipo confidencia.
—Es la primera vez que me presento —moví
el dedo sobre la mesa y pringao lo siguió con la mirada. Era una presa fácil—.
Creo que repetí sólo tres veces una de las palabras clave de mi discurso y
puede que no gritara lo suficiente para convencer al tribunal.
Pringao dio un trago a su zumo, tan corto
que el contenido del vaso no menguó. Demasiado comedido. Sería perfecto.
—A mí me cuesta gritar, nunca me ha
gustado; pero aquí estoy, dispuesto a convertirme en Político. Te digo esto en
confianza, y por favor, no se lo digas a nadie…
—Seré una tumba —educado… La lista de anti
cualidades era enorme, y había resultado muy fácil ganarme su confianza.
—Mi padre —bajo la voz—, me ha amenazado:
como no saque las oposiciones, me mete de funcionario a dedo en una de esas
provincias que dicen que no existen; para que no le avergüence.
Empezaba a ponerse interesante, un padre
con influencias, eso hacía palidecer su falta de cualidades.
—Espero que aprobemos, pareces una… —iba a
decir buena persona, pero corregí a tiempo— persona con cualidades, podríamos
hacer un buen equipo.
—¿En serio? No es que me guste la
política, pero con el treinta y siete por ciento de paro, es lo único que queda
—su nuez se movió arriba y abajo—. No me gustaría desparecer en algún lugar
remoto y desconocido, además me gusta vivir en la capital.
—El centro de la movida política, aquí se
cuece todo, el apropiamiento indebido, el abuso de poder, el transfuguismo, el
tráfico de influencias, la creación de falsos nacionalismos… todo. Tú y yo
podríamos hacer grandes cosas aquí.
—Jorge Bendito —tendió la mano hacia mí.
Pringao se había emocionado.
—Pedro Malasaña —estreché su mano—. En
cuanto pasemos la última prueba, nos asociamos. Aún no sabía si era Rojo o
Azul, por lo modosito debía ser moderado, un Morado; sería fácil llevarle a mi
terreno.
Apuré mi Resibul. Necesitaba otro. Aún no
había pasado las pruebas y ya había atraído a pringao a mis filas. Más adelante
me ocuparía del ilegal, Sugeridor.
—Camarero —levanté la voz, como había
hecho antes, como volvería a hacer—, otras dos de lo mismo —después me dirigí a
pringao—. Lo necesitaremos para la última prueba. ¿Qué casos has preparado tú?
—Todos. Tengo un alegato para cada
Ministerio, y dos para los de Economía y Sanidad.
Me sorprendió. No esperaba que viniera tan
preparado; aprobaría pese a su falta de cualidades y yo le convertiría en un
Político que sirviera a mis intereses y sobre el cual caería la desgracia en
caso necesario. Yo sólo había trazado las líneas principales para Defensa; el
que dijo el adivino que me caería, el resto era improvisar sobre la marcha. Sin
embargo, decidí mentirle a pringao, por nuestra interesada amistad.
—También los he preparado todos. Es una
prueba muy interesante: defender lo indefendible actuando como culpable e
intentar salir de rositas. Corrupción, tratos de favor, he estudiado un montón
de variantes, pero la que más me gusta más es la del desfalco descarado.
—Son doce eurodólares —el refresman estaba
a nuestro lado—, contando las dos que os habéis tomado —las bebidas seguían en
la bandeja y no parecía tener prisa por servirlas.
—Luego te lo pagamos —quería conseguir que
pringao me invitara.
—Aquí no fiamos a los políticos, son los
únicos que intentan marcharse sin pagar.
—A esos —señalé la mesa del fondo—, no les
has cobrado por adelantado. Esto es un trato discriminatorio, qué digo,
vejatorio. Acabas de poner en entredicho nuestra respetabilidad, poniendo en
peligro nuestra integridad psíquica, por no mencionar lo más grave: nos estás
acusando de robo. Te denunciaré…
—Lo que tú quieras —el refresman
continuaba impasible—, pero antes me pagas.
—Tenga —pringao no me dejó replicar,
acababa de sacar un billete de cincuenta eurodólares. El refreshman lo cogió y
le dio las vueltas, tras lo cual dejó las bebidas en la mesa y retiró las
botellas vacías.
—No deberías aspirar a político —el
refreshman se dirigió a pringao—, pareces buena persona.
Pringao se puso rojo, agachó la cabeza y
empezó a echar la bebida en el vaso.
—Es lo que quiere mi padre —dijo en voz
baja—, que siga sus pasos. No quiero desaparecer en una provincia inexistente.
Su padre, un político… esto se ponía más
interesante.
—No le hagas caso —bebí el Resibul
directamente de la lata, mientras trataba de averiguar quién podía ser su
padre—. Iremos a la prueba y alucinarán con nosotros en colores.
—Más nos vale, se rumorea que el próximo
año, además de oratoria de insultos, habrá que saber pegar y defenderse.
Entonces caí en la cuenta. Carlos Bendito,
el secretario de Hacienda era su padre; había repartido doscientos millones
entre sus allegados, a saber lo que se habría llevado él. Estaba teniendo una
suerte loca y por cierto, el adivino no había mencionado nada del tema, tendría
que volver a él; y esta vez no me libraría de pagarle.
—Aprobaremos, no lo dudes —yo lo haría por
mis medios, el adivino lo pronosticó; él por la influencia de su padre.
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