miércoles, 10 de enero de 2018

Esos que no pagan



ESOS QUE NO PAGAN



     Todavía faltaba hora y cuarto para la siguiente prueba y había decidido salir a tomar algo. En el vestíbulo coincidí con dos compañeros a los que jamás había visto y sin mediar palabra, nos detuvimos cerca de la entrada como si nos conociéramos de toda la vida y comenzamos a charlar. Había que empezar a establecer contactos, eso era lo que nos habían contado en la academia. Amigos hasta en el infierno, lo había oído en algún lugar.

     Hasta ese momento, las frases que habíamos cruzado estuvieron perfectamente vacías de contenido, pero sirvieron para establecer ese primer contacto; entonces pasó por allí alguien que nos llamó poderosamente la atención: saltaba a la vista que no podía ser compañero nuestro, era un “pringao”, y salió a la calle.

     —¿Habéis visto? ¿Desde cuándo dejan presentarse a cualquiera? —el compañero que habló tampoco parecía gran cosa, más bien era pura fachada.

     —Tiene pinta de haber aprobado el bachillerato —intervine—, si es así, no puede estar aquí.

     —Con esa cara, es más virgen que cuando nació… —dijo el otro compañero.

     —Debería saberlo, no tiene nada que hacer —solté una carcajada, pero en mi cabeza, la maquinaria había empezado a funcionar. A todo se le podía sacar provecho. Si tuviera influencias, podría aprobar; no podía dejarle marchar—. Os dejo, tengo un asunto pendiente. Adiós, compañeros.

     —Hasta otra, compañero.

     —Hasta pronto, compañero.

     No me había despedido convenientemente, pero el contacto estaba establecido y ahora buscaba uno nuevo que mis compañeros habían rechazado. Tenía una corazonada, el pringao tenía cara de inocente, de buena persona. Acababa de cruzar la calle y un individuo se acercó a él, hubo un breve intercambio de palabras y se dirigieron hacia el refreshbar. ¡Un Sugeridor!, acababa de asaltarle un Sugeridor.

     Tuve que esperar a que pasaran un par de coches y cuando crucé, acababan de entrar en el local. Tenía que actuar con calma. Me detuve en la acera, como si no supiera lo que quería hacer y esperé a que volviera el Sugeridor. Lo había hecho muy bien, porque vino directo hacia mí, debió considerarme una víctima fácil. Me dejé convencer para ir a su refreshbar sin oponer ninguna resistencia, entramos e hizo una seña al hombre que había tras el mostrador antes de marcharse. No me olvidaría de su cara, no estaba de más conocer a un ilegal, algún día le necesitaría.

     El lugar estaba casi vacío, el Sugeridor no debía hacer muy bien su cometido, puede que no mereciera la pena recordarle. El pringao era persona discreta, se había sentado en una mesa alejada de la ventana. Avancé hasta la mesa que había antes de la suya, me quedé mirándole como si acabara de ver a un conocido y me acerqué.

     —Perdona compañero, tú estabas en las pruebas, ¿no? —el pringao levantó la cabeza desconcertado.

     —Eh…, sí —era lento de reacciones, tal vez inseguro.

     —¿Puedo sentarme?

     —Por supuesto —se puso un poco rojo. Tímido. Menuda combinación, no sabía dónde se había metido, no tenía nada que hacer… a no ser que fuera un genio y supiera encubrir su verdadera apariencia bajo ese disfraz. Tenía que averiguarlo. ¿No tenía estudios? Parecía de esos que se pasaban horas delante de los libros.

     El refreshman se acercó a nuestra mesa.

     —¿Qué vais a tomar? —parecía un poco más espabilado que mi nuevo amigo, pero evidentemente bastante menos que yo.

     —Un zumo de narancoco —pidió el pringao.

     —Un Resibul —el refreshman asintió y se marchó.

     —Eso que has pedido es fuerte. Supongo que lo tomas por la siguiente prueba.

     —Cualquier euforizante es bueno para la prueba —también era un listillo, seguro que había estudiado, aunque intentara ocultarlo.

     —A mí no me van, me quitan el sueño —parecía que lo dijera en serio, el muy… ¡Lo que importaba ahora era la siguiente prueba! ¿Qué más daba que no pudiera dormir a la noche?

     —Eso se arregla con un tranquilicín o dos.

     El refreshman trajo las bebidas. Pringao volcó su zumito en el vaso y dio un largo sorbo, como si lo necesitara desde hacía rato. ¿También era nervioso? Yo no lo estaba, vacié la lata en el vaso y lo dejé reposar. El zumo no le iba a hacer nada, en cambio el Resibul me daría aliento para enfrentarme a lo que surgiera y salir victorioso. ¿No me estaría equivocando con pringao?

     No parecía tener ninguna posibilidad. Cara de pringao, fácil de convencer, tímido, tal vez nervioso, remilgado y para colmo poco hablador. Seguro que había aprobado el instituto e intentaba ocultarlo. Iba a tener que hacer todo el esfuerzo yo solo, debería ser quien iniciara nuestra interesada amistad. Dio un nuevo trago largo a su refresco de nene. Cogí el Resibul y di un buen trago, hacerlo a la vez ayudaría a confraternizar. Esto sí que subía, empezaba a notarlo.

     Si pringao llegara a superar las pruebas, cosa altamente improbable, me interesaría tenerle cerca; sería el individuo perfecto para cargarle con el muerto en caso de necesidad. Me convendría hacerme con su certificado de estudios, así le tendría bien cogido. Di otro trago. Nada sucedía por casualidad, había salido del edificio en el momento en que yo estaba allí, puede que pese a su evidente falta de aptitudes tuviera un protector. Era cosa del destino y no podía dejarle escapar. Tenía que fomentar nuestra camaradería, tenía que hablar con él, de lo que fuera.

     —Es un fastidio que no nos oculten los resultados de la prueba psicológica, habríamos hecho la prueba del discurso verdaderamente exaltados; quizás prefieren tenernos bajo presión.

     —Da igual, no creo que lo haya hecho bien —pesimista, la lista de defectos seguía creciendo.

     Cada vez estaba más convencido de que el destino le unía a mí y era un buen año para que todo saliera bien, había doscientas ochenta plazas: la mayoría procedentes de las jubilaciones y veintisiete por fallecimientos. Necesitaba que aprobara para tenerle cerca. Necesitaba ganarme su confianza, tenía que contarle algo tipo confidencia.

     —Es la primera vez que me presento —moví el dedo sobre la mesa y pringao lo siguió con la mirada. Era una presa fácil—. Creo que repetí sólo tres veces una de las palabras clave de mi discurso y puede que no gritara lo suficiente para convencer al tribunal.

     Pringao dio un trago a su zumo, tan corto que el contenido del vaso no menguó. Demasiado comedido. Sería perfecto.

     —A mí me cuesta gritar, nunca me ha gustado; pero aquí estoy, dispuesto a convertirme en Político. Te digo esto en confianza, y por favor, no se lo digas a nadie…

     —Seré una tumba —educado… La lista de anti cualidades era enorme, y había resultado muy fácil ganarme su confianza.

     —Mi padre —bajo la voz—, me ha amenazado: como no saque las oposiciones, me mete de funcionario a dedo en una de esas provincias que dicen que no existen; para que no le avergüence. 

     Empezaba a ponerse interesante, un padre con influencias, eso hacía palidecer su falta de cualidades.

     —Espero que aprobemos, pareces una… —iba a decir buena persona, pero corregí a tiempo— persona con cualidades, podríamos hacer un buen equipo.

     —¿En serio? No es que me guste la política, pero con el treinta y siete por ciento de paro, es lo único que queda —su nuez se movió arriba y abajo—. No me gustaría desparecer en algún lugar remoto y desconocido, además me gusta vivir en la capital.

     —El centro de la movida política, aquí se cuece todo, el apropiamiento indebido, el abuso de poder, el transfuguismo, el tráfico de influencias, la creación de falsos nacionalismos… todo. Tú y yo podríamos hacer grandes cosas aquí.

     —Jorge Bendito —tendió la mano hacia mí. Pringao se había emocionado.

     —Pedro Malasaña —estreché su mano—. En cuanto pasemos la última prueba, nos asociamos. Aún no sabía si era Rojo o Azul, por lo modosito debía ser moderado, un Morado; sería fácil llevarle a mi terreno.

     Apuré mi Resibul. Necesitaba otro. Aún no había pasado las pruebas y ya había atraído a pringao a mis filas. Más adelante me ocuparía del ilegal, Sugeridor.

     —Camarero —levanté la voz, como había hecho antes, como volvería a hacer—, otras dos de lo mismo —después me dirigí a pringao—. Lo necesitaremos para la última prueba. ¿Qué casos has preparado tú?

     —Todos. Tengo un alegato para cada Ministerio, y dos para los de Economía y Sanidad.

     Me sorprendió. No esperaba que viniera tan preparado; aprobaría pese a su falta de cualidades y yo le convertiría en un Político que sirviera a mis intereses y sobre el cual caería la desgracia en caso necesario. Yo sólo había trazado las líneas principales para Defensa; el que dijo el adivino que me caería, el resto era improvisar sobre la marcha. Sin embargo, decidí mentirle a pringao, por nuestra interesada amistad.

     —También los he preparado todos. Es una prueba muy interesante: defender lo indefendible actuando como culpable e intentar salir de rositas. Corrupción, tratos de favor, he estudiado un montón de variantes, pero la que más me gusta más es la del desfalco descarado.

     —Son doce eurodólares —el refresman estaba a nuestro lado—, contando las dos que os habéis tomado —las bebidas seguían en la bandeja y no parecía tener prisa por servirlas.

     —Luego te lo pagamos —quería conseguir que pringao me invitara.

     —Aquí no fiamos a los políticos, son los únicos que intentan marcharse sin pagar.

     —A esos —señalé la mesa del fondo—, no les has cobrado por adelantado. Esto es un trato discriminatorio, qué digo, vejatorio. Acabas de poner en entredicho nuestra respetabilidad, poniendo en peligro nuestra integridad psíquica, por no mencionar lo más grave: nos estás acusando de robo. Te denunciaré…

     —Lo que tú quieras —el refresman continuaba impasible—, pero antes me pagas.

     —Tenga —pringao no me dejó replicar, acababa de sacar un billete de cincuenta eurodólares. El refreshman lo cogió y le dio las vueltas, tras lo cual dejó las bebidas en la mesa y retiró las botellas vacías.

     —No deberías aspirar a político —el refreshman se dirigió a pringao—, pareces buena persona.

     Pringao se puso rojo, agachó la cabeza y empezó a echar la bebida en el vaso.

     —Es lo que quiere mi padre —dijo en voz baja—, que siga sus pasos. No quiero desaparecer en una provincia inexistente.

     Su padre, un político… esto se ponía más interesante.

     —No le hagas caso —bebí el Resibul directamente de la lata, mientras trataba de averiguar quién podía ser su padre—. Iremos a la prueba y alucinarán con nosotros en colores.

     —Más nos vale, se rumorea que el próximo año, además de oratoria de insultos, habrá que saber pegar y defenderse.

     Entonces caí en la cuenta. Carlos Bendito, el secretario de Hacienda era su padre; había repartido doscientos millones entre sus allegados, a saber lo que se habría llevado él. Estaba teniendo una suerte loca y por cierto, el adivino no había mencionado nada del tema, tendría que volver a él; y esta vez no me libraría de pagarle.

     —Aprobaremos, no lo dudes —yo lo haría por mis medios, el adivino lo pronosticó; él por la influencia de su padre.

     —Eso espero —dijo poco convencido. 


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