martes, 16 de octubre de 2018

ALANIS 126. 2ª parte.



     Transcurrieron tres meses desde aquella jornada en la que descubrí algo más que una abstracción en mi obra. Tuve la curiosidad suficiente para indagar sobre ello y encontré a un artista de la antigüedad que había sufrido un proceso contrario al mío, un tal Kandinsky. Era un grafitero realista, que al girar una de sus obras, descubrió la abstracción; no volvió a hacer ningún grafiti realista. Resultaba extraño que alguien que sabía grafitar de forma realista abandonara ese camino, un período extraño aquel.
     Yo seguía el proceso opuesto. Fueron muchas noches en vela intentando grafitar un ciprés, hasta que se me ocurrió acudir a Tuluria, una pequeña población en la que aún existía toda una colonia de esa especie casi extinguida; árboles altivos alineados a lo largo de la avenida  que conducía al cementerio. Tomé un montón de holotridimágenes, e incluso llevé la unidad computerizada virtual para grafitar en directo, pero el intento fue penoso. Menos mal que no me vio nadie, hubiera muerto de vergüenza si alguien llega a saber que era grafitero profesional y no sabía hacer nada decente.
     Jornadas después y tras haber desechado cientos de bocetos, por fin conseguí plasmar algo que recordaba ligeramente a un ciprés sin estar envuelto en un hipoplástico, se trataba de Alanis 150. A partir de ese momento, fui mejorando, y la realidad dejó de resistírseme. Tenía que exponer mi nueva obra realista y lo lógico hubiera sido dirigirme al Espacio Expositivo del barrio, pero enseguida me di cuenta de que no era el lugar adecuado, que había progresado como artista y aquí pasaría desapercibido; debía dirigirme a los Espacios Expositivos del Prado y de la Reina Sofía si quería ser reconocido como un artista grafitero de nivel superior. Con la holoimagen de Alanis 150 elevé la petición de mostrar mi obra en uno de dichos Espacios Expositivos, sabiendo que ante la lentitud de la administración, me daría tiempo a completar un buen número de obras.
     Seis meses después, tenía doce grafitis magistrales, que merecían ser mostrados en el mejor Espacio Expositivo de la ciudad. Sería elevado a artista de clase A, vendería los grafitis a un precio tres veces superior al actual y podría abandonar la aburrida labor de pintar paredes. Había acabado Alanis 162 cuando llegó una respuesta conjunta de los Espacio Expositivos:

     A la atención del ciudadano Phélix Alanis. En referencia a la petición de ceder su obra durante el período de un mes a uno de los dos Espacios Expositivos más importantes de la comunidad, lamentamos comunicarle que éstos albergan grafitis antiguos y no sería posible organizar una exposición temporal. Rogamos dirija su petición al Espacio de Experimentación Plástica Hipermoderna o al Espacio Expositivo de su barrio.
     Atentamente, la Administración.

     Ni siquiera achacaron el rechazo a una falta de calidad de mi obra. El reconocimiento de mi nueva obra realista hubiera sido el modo más rápido de ascender hasta la categoría A, porque si tenía que presentar una solicitud de ascenso, no me citarían antes de dos años. Quería exponer mi obra, que fuera reconocida por el público y la crítica. Habían sido muy injustos conmigo. ¡Debería denunciarlos por incompetentes!
     La Justicia formaba parte de la Administración. Necesitaba algo más inmediato, y se me ocurrió al instante: dirigirme a un medio de comunicación sensacionalista. Mi petición, la respuesta de la administración y mi denuncia iban a ser del dominio público.

     Holosiete recibió mi mensaje de muy buen grado y a las dos jornadas lo había publicado en el holonoticiario matutino. De inmediato, un par de medios de comunicación aún más radicales y una plataforma de defensa del laborador contactaron conmigo para reivindicar y defender mi derecho a exponer donde me viniera en gana. Si yo taché a los que me rechazaron de cortos de vista ante mi arte realista, holosiete los llamó antidemócratas y los radicales fascistas. Entonces, el partido Naranja quiso luchar contra el fascismo impuesto por algunas personas puestas a dedo en las instituciones de los Espacios Expositivos, aunque ni siquiera conocían mi obra realista. Los Azules respondieron diciendo que no tenía calidad como artista presentando una foto alterada de Alanis 150, y que tal vez tuviera que reasignárseme a la categoría E. Los Naranjas me pidieron entonces una holoimagen de mi mejor obra, y les presenté el auténtico 150. También ellos, sin pedir mi consentimiento, lo alteraron y como era lógico, no consiguieron mejorarlo.
     El caso se hizo viral y trascendió las fronteras de la Confederación de Comunidades Ibéricas. HoloFrance 3 quiso entrevistarme y por fin pude mostrar a Alanis 150 en todo su esplendor. Creí que todo acabaría ahí, pero no fue así, recibí una llamada de alguien que quería conocer mi obra.

ELEGANTE CALMA MAJESTUOSA
Phélix Alanis

     Contemplé el holocartel situado en la franja inferior del escaparate, simulaba estar escrito a mano y con una pluma antigua. El diseñador gráfico que trabajaba para la Uldrich Gallery había conseguido transmitir esa elegancia majestuosa calmada, estaba impresionado. Desde que el tasador voló desde Ginebra para acudir a mi domicilio, superó con creces mis expectativas expositivas y económicas. Allí no existían niveles encasillados de artistas y obviaron los niveles. Tampoco midió las obras para tasarlas por metros cuadrados, sino que concedió a cada uno de los Alanis un valor basado en la calidad del grafiti.
     Ginebra albergaba en la ciudad antigua algunos de los mejores Espacios Expositivos de Europa. Me sorprendió que albergaran tal cantidad de obra renacentista y gótica, cambiando de manos entre coleccionistas particulares. A Picasso lo había visto en la Reina Sofía, pero jamás había contemplado un Damien Hirst al natural, en el Espacio situado a dos locales de la Uldrich Gallery.
     Fue una inauguración diferente, ni cócteles ni presentación, simplemente la galería abrió sus puertas. Durante la primera hora, la galerista cerró la  venta de tres obras, entre ellos Alanis 153, el grafiti más pequeño, y el más caro. También hubo quien preguntó por mi trayectoria como artista hasta llegar a Ginebra, pero en general estaban más interesados en la contemplación de mi obra. Recibí alabanzas y felicitaciones, y me sentí la persona más feliz sobre la faz de la tierra, que ni siquiera logró enturbiar la llamada que recibí desde la Iberia. Era el Ministro de Conocimiento y Cultura, quería que mostrara mi obra en el Espacio Expositivo del Prado.
     No pude evitar la carcajada, surgió de modo espontáneo. Por supuesto, rechacé su propuesta. 

Fin

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