-8-
Una mota negra
Caminaba despacio, deleitándome en todo
macho de buena planta con que me cruzaba y sintiendo que me devolvían la mirada
con más intensidad de la habitual; se debía notar que andaba muy, pero que muy necesitada.
Necesitaba urgentemente un hombre, alguien que
no fuera a alardear de ello ante los amigos, que no sacara la aventura a la
luz. Él sería el candidato ideal, la persona más discreta y menos interesada en
que se supiera, nos encerraríamos en su torre de marfil, al abrigo de miradas
indiscretas. Lástima que no fuera… diferente. Interlocutor no era mi tipo y
nunca llegaría a serlo. Tenía que haber alguien… ¿Piero? Estaría encantado,
recuerdo cómo me miro aquella vez, cuando comenté lo de aquellas dos mujeres
que se presentaron a la Performance y que no sabía cómo pensarían embarazarme,
debió imaginarse un trío lésbico…
¡Basta, no más tonterías! Sólo estaban
disponibles los que no me interesaban y además no me lo podía permitir, no
podía tirar mi futuro por la borda. Debía resistir, pensar en otra cosa,
centrarme en lo que iba a hacer: tenía una reunión con Interlocutor. Me había llamado
para analizar la fase superada y afrontar la nueva. Podía haber hecho su
trabajo silenciosamente, pero de algún modo tenía la necesidad de justificarse
ante mí, teóricamente era la que le pagaba. Como el sábado estaba ocupada
cuadrando los últimos detalles para la segunda prueba, quedamos para el lunes.
Llegué al portal sin haberme cruzado con
ningún macho presentable en el último tramo. Otra vez con lo mismo, no podía
remediarlo. Estaba en celo y a dos velas. Ya podía tranquilizarme allí arriba.
Sería fácil, sus ojos helados se encargarían de enfriarme. Entré en el ascensor
y me senté.
Las puertas se me abrieron y pasé al
despacho.
–Hola –dije y giré la silla para sentarme.
El hecho pareció incomodarle, porque entornó
los ojos en una especie de sorda protesta. Al dejar mi asiento oblicuo a la
mesa, había profanado las normas más elementales de su santuario: paralelismo y
perpendicularidad entre todos los objetos y entre éstos y las paredes. No me
molesté en corregirlo, debieron ser mis hormonas alteradas las que me obligaron
a rebelarme ante una norma tan simple.
–He de
felicitarla por haber culminado esta fase de la Performance de manera tan
notable –me clavó sus ojos gris acero. Enfriaban de veras, congelarían a una
ninfómana–. Me gustaría contrastar mi opinión como espectador, con la suya como
realizadora.
–Cómo no. El primer día fue un desastre,
pese a haber sido citados por orden alfabético, se juntaron los aspirantes más
ineptos; casualidades de esas que nadie espera. El día siguiente fue mejor, supongo
que los aspirantes del martes contaron con la posibilidad de ver en televisión
lo poco que pude salvar del primer día. Desde ese momento, todo fue sobre
ruedas.
Ese interés porque le contara unos hechos
que él conocía…, no sabía a dónde quería ir a parar. Algo había cambiado, ¿lo
habría provocado al descolocar la silla?
–Una buena realización lleva a que los
aspirantes puedan expresarse con mayor desenvoltura.
–Gracias.
Calidez, había cierta calidez en su modo de
hablar.
–No habrá tenido tiempo de seguir la prensa.
Una pequeñísima dosis de calidez, eso fue lo
que sentí al entrar e instalarme en el despacho. Calidez en sus palabras y
calidez en su porte: un traje gris cálido, todo un logro. El efecto era tan
liviano que no lo había percibido.
–Cierto, casi no la he prestado atención. No
tengo tiempo.
Unas lentillas marrones hubieran sido el
complemento perfecto, habrían matizado la frialdad de sus penetrantes ojos…
–Por cierto, aquí tiene mi anterior
comunicado de prensa. Salió íntegro en “La Verdad” –el periódico pertenecía a
Piero– y como ocurre casi siempre, mutilado en otros que se dignaron publicarlo.
Este ejemplar es para usted –me tendió el periódico. Lo sacó de la única
carpeta que tenía esta vez sobre la mesa. Hoy estaba muy contenido.
–Lo leeré con calma. El anterior fue muy
bueno –sonreí.
Hasta su voz me parecía menos monótona. Empecé
a darme cuenta de lo que mi subconsciente pretendía, cubrir mis necesidades lo
antes posible, pero él no era mi tipo. Tenía que mirar sus ojos, me enfriaría
de inmediato.
–Y ahora, la crítica de los demás –sacó dos
informes de la carpeta y me tendió uno–, se la resumo. Se ha vuelto más dura. Empiezan
a ver que va en serio y quieren saber hasta dónde llegará. La Iglesia ha
entrado en escena: tener hijos no es un juego. Es un contrincante peligroso, la
derecha la tiene en cuenta y la izquierda todavía le tiene respeto.
–¿La izquierda? No puede ser.
–Le voy a poner un ejemplo. Son tan
aconfesionales, que mantienen la asignatura de religión en los centros de
enseñanza y no se atreven a decirle a la Iglesia que adoctrine a los fieles en sus
parroquias. No subestime a la Iglesia, deberemos estar preparados por si
intenta detener la Performance.
–Me estoy empezando a alarmar.
–De momento no hay motivo, pero les temo más
que a la prensa. El resto de las críticas no son preocupantes, están en la página
tres.
Abrí el informe. Otra vez aparecía el cura
de San Blas, pero no creía que él fuera el peligro, decían que estaba mal de la
cabeza. No era la primera vez que salía en los periódicos, por motivos de lo
más diverso y últimamente por predicar contra la Performance y Cadena 13. Si
todo era como ésto, no habría problema. La siguiente noticia me resultó
divertida: una revista de cotilleo había entrevistado a aspirantes no
seleccionados. No sabía qué iban a contar, si no sabían nada. Hubo dinero de
por medio y soltaron una sarta de sandeces. A pie de página aparecía la fecha
en la que Cadena 13 había demandado a la revista. El último titular de la
página atrajo mi atención: decía que por qué no mostraba mi rostro, que si era horrible
y no quería espantar a los concursantes. Mira que podían llegar a ser brutos.
Ya me había avisado Interlocutor, que esto se pondría feo. Todavía no había
comenzado, veríamos hasta donde eran capaces de llegar.
Levanté la vista del informe y tropecé con
sus ojos de acero. Era como encontrarse metida en un congelador.
–¿Preparada para la fase final? –me dijo.
–Sí, estoy deseando que llegue, pero al
mismo tiempo no quiero perderme ni un minuto, deseo disfrutar de todo el
proceso.
–Debe resultarle muy difícil compaginar la Performance
y los estudios.
Sus preguntas empezaban a entrar en el
terreno personal. Miré el reloj, debía pensar en marcharme.
–He estado tan absorbida por la Performance
que los he tenido un tanto olvidados, pero la semana pasada hice un esfuerzo y volví
a la facultad. Aunque le parezca una tontería, no me apetecía perder le curso
–apoyé los codos en su mesa–. Sí, una tontería, porque se supone que lo que
hago es algo más elevado.
–No abandone –él también se apoyó en la
mesa–. He evaluado los derroteros que tomará la crítica en el futuro y es algo
a lo que creo van a prestar mucha atención. Cuando sepan quién es usted, querrán
saber si es una estudiante aplicada y prometedora o una advenediza que se cree
artista. La estudiarán con lupa.
–Imagino que alguna me quedará para
septiembre –sobreviviría, mis visiones así lo aseguraban, pero eso no se lo
podía decir.
–Dijo que su madre no sabía nada.
Sentí
una punzada en el estómago y me eché para atrás. Si todavía le quedaba algo de
calidez, acababa de perderla. Mis problemas eran míos, sólo míos y él no tenía
que entrometerse. Intenté serenarme antes de responderle.
–No sé ni cómo ni cuándo decírselo y acabará
enterándose por terceros –a pesar de todo, le fui totalmente sincera.
–Será un golpe muy fuerte para ambas. Si
quiere que medie entre ustedes, yo se lo podría comunicar.
La ira se desvaneció. Interlocutor estaba
intentando ayudarme y yo me había enfurecido.
–No, gracias, debo ser yo.
No volvería a dudar de él, estaba conmigo.
Se había ofrecido para hablar con mi madre y conociéndole, no lo haría por
teléfono. Aún así me costaba imaginármelo a la puerta de mi casa: soy el
representante de su hija y vengo a decirle que ella es la artista de la Performance.
El estómago se me encogió ante la perspectiva. Mis visiones indicaban que la Performance
era el camino a seguir, pero a veces me asaltaba una duda: el punto negro que
apareció al abrir los ojos, tanto podía ser una mota en el ojo, como el final
de la visión y en ese caso, era algo malo. ¿Qué podía pasar?
–Habrá días que preferirá olvidar: una
amenaza velada de la Iglesia, la prensa ensañándose con usted… Sea fuerte, no
deje que los problemas se interpongan en su camino –sabía por lo que estaba
pasando e intentaba ayudarme. No volvería a dudar de él.
Miré el reloj. Había vuelto a suceder,
faltaba muy poco para que empezara el programa. Me levanté.
–¿Se le ha hecho tarde?
–Sí. No quiero perderme el programa.
–Puede quedarse a verlo.
Cuadré la silla, arrepentida de haberla
descolocado. Casi sentí lástima de aquellos ojos intimidantes y aunque no me
apeteciera, decidí quedarme.
–De acuerdo.
–Voy preparándolo mientras telefonea.
A punto estuve de decirle que no necesitaba
llamar, pero desapareció antes de que me diera tiempo a reaccionar. Era la
segunda vez y él lo daba por sentado, lo convertía en una rutina. Pese a la
anomalía introducida, en el momento en que me levanté y coloqué la silla, todo
había vuelto a la normalidad. Tenía la sospecha de que él había previsto que me
quedara. Fría premeditación, presencia cálida. Yo sin embargo, venía tórrida y había
acabado como un témpano. Saqué el teléfono y marqué.
–Cristina, ha vuelto a hacerse tarde. Me
quedo a verlo aquí.
–Bueno. Espero que merezca la pena.
–Si estás insinuando…
–No insinúo nada, eres tú la que lo piensa.
–No es mi tipo.
–Nos vemos –dijo entre risas. Estaba
guasona.
Golpeé suavemente la puerta camuflada, sonó
un clic y se abrió un par de centímetros, la empujé y pasé al salón. Interlocutor
estaba sentado en el sillón frente al televisor encendido y en los amplios
reposabrazos, había sendas bandejas con una copa llena y un cuenco con
aceitunas.
–Supuse que le gustaría el fino –me dijo
mirando la pantalla.
–Siempre que no sea muy seco.
–Entonces he acertado, es semidulce.
Había introducido su anomalía y estaba claro
que lo tenía todo estudiado al milímetro, era muy raro que alguien que no fuera
andaluz, tuviera fino en su casa. De todas maneras, era un detalle. Me senté y
cogí una aceituna. Estaba buena. A continuación probé el fino y me gustó. Él no
tomaría algo que no fuera exquisito, por lo que había visto, tenía gustos
caros.
Acabaron los anuncios y el logotipo de
Cadena 13 apareció en la pantalla.
–Cadena 13 ha aumentado su cuota de público
–intervino Interlocutor–, al día de hoy en un treinta y ocho por ciento. Piero
sigue con su política de pocos anuncios, pero empiezan a estar más cotizados
que en las otras cadenas.
–No lo sabía –tampoco sabía si Piero me dijo
esa u otra cifra.
Desapareció el logotipo y su lugar fue
ocupado por el rótulo “El artista del siglo XXI”. Mi Performance, emitida para
toda España, me emocionaba cada vez que la veía. El azul profundo llenó la
pantalla, lo había convertido en el color de referencia. Se oyeron unos pasos y
en el fondo apareció una silueta azul oscura. Sus pisadas marcaban el paso del
tiempo, su sombra recreaba el espacio y sus contornos, por fin distinguibles, delataron
a la joven. Unos instantes más tarde, su cabeza llenaba la pantalla y entonces,
la luz incidió en su rostro. Sus ojos azules enmarcados por sombrías pestañas miraban
a la cámara. Interlocutor se echó hacia delante.
No me extrañaba que le llamara la atención. Yo
estaba entusiasmada con la muñequita azulada que se parecía a mí. El equipo de
animación había hecho un trabajo fantástico transformando las imágenes reales
en dibujos. Si a mi madre le había parecido al principio de la Performance que
aquellos ojos eran míos, sus sospechas se verían confirmadas. Sus sensuales
labios turquesas se abrieron. ¿Cómo reaccionaría?
–Gracias por acudir a mi llamada y gracias también
por vuestros regalos –su voz no se parecía a la mía, estaba distorsionada.
Comenzó a sonar “El lago de los Cisnes”.
–He elegido a los siguientes pretendientes
–recité los nombres, que iban apareciendo en subtítulos, hasta completar los
veinticinco–. Os enfrentaréis a una segunda prueba.
El azul se vio
invadido de pequeñas motas blanquecinas,
motas inmersas en un errático deambular. A veces sus caminos convergían y acababan chocando,
la energía liberada las hacía crecer y crecer y volvían a chocar, dando lugar a
formas borrosas que orbitaban alrededor de mi versión dibujada. La idea estaba
tomada de mis visiones. Hacía mucho que no tenía ninguna.
Yo había desaparecido de la escena y en ese
momento, la única y enorme mota que quedaba, se elevó para dejarse caer en un
elegante planeo y al aterrizar, se había convertido en un cisne. Saludó al
público, extendió un ala y efectuó extraños movimientos con ella. Cerró su ala
y al instante se hicieron visibles los trazos impresos en el aire, el dibujo
ultramar oscuro de trazo un tanto primitivo, representaba un cisne aterrizando.
Se inclinó al frente, a un lado y a otro, en un nuevo saludo.
Se desplazó hacia su derecha y poniendo cara
de concentración, extendió el ala hacia delante y la movió de manera más
reposada y elegante que la vez anterior y al instante, apareció una frase: No
hay nada más bello, que el majestuoso avance del cisne en las aguas calmas. Inclinó
la cabeza.
Se
alejó de la frase que había trazado en el aire, agitó las alas y empezó a juntarlas
y separarlas rápidamente, apelmazando el aire y oscureciéndolo con su manoseo.
Acababa de esculpir un cisne durmiente. Volvió a saludar, visiblemente
satisfecho.
Se apartó
de su última obra de arte, aspiró una bocanada de aire y se hinchó, luego fue soltando
el aire poco a poco en melodiosos graznidos, siguiendo la melodía que sonaba de
fondo. Como el pato Donald, pero con mejor voz y más clara. Se le acabó el aire
y dio por acabado su cántico saludando.
Esta vez no necesitó moverse, pues no había
quedado constancia física de su arte. Entrelazó los extremos de las alas, los
acercó a su pico y empezó a soplar, levantando
una pluma, luego otra y sonaba como una armónica. Esta vez permaneció un
rato largo con la cabeza gacha, antes de replegarse entre sus alas y deshacerse
en motas cada vez más pequeñas. Dibujar, escribir, esculpir, cantar y tocar un
instrumento, eso era lo que podían hacer los aspirantes. Finalmente, apareció
mi rostro e Interlocutor volvió a echarse hacia delante.
–Deberéis demostrar vuestras dotes
artísticas en alguna de estas modalidades. Encontraréis material a vuestra
disposición. Buscad ideas para vuestra intervención –la joven cerró los ojos y
desapareció, desaparecí.
–Esos ojos… –dijo Interlocutor como para sí.
Luego levantó la voz–. Es usted una artista.
Apagó el televisor, se levantó del sillón y
fue hacia su Botticelli, donde tuvo unos momentos de contemplación antes de
volver y acompañarme hasta la puerta. Al despedirse, me dio la mano mientras
dirigía su gélida mirada a mis pupilas.
Sentada en el ascensor me miré al espejo. No
eran azules como los de mi muñequita de dibujos animados, eran castaños. ¿Qué
les sucedía a mis ojos? Probablemente nunca lo averiguaría.
Salía del ascensor cuando sonó mi móvil. El
corazón se me aceleró al ver que era mi madre. Qué poco faltaba para lo
inevitable. ¿Lo habría averiguado ya?
–Hola mamá. Me he perdido el programa –mentí.
–Pero hija, ¿cómo has podido? –el corazón se
desbocó, se había enterado–. Te habría encantado, era como las películas de
dibujos animados que te llevaba a ver de pequeña. Además, la protagonista se
parecía mucho a tí. Tu tío dijo que pensaba que te habían cogido de modelo… –tuve
un escalofrío. La debacle había comenzado y no me atrevía a meter baza.
–¿Estaba viéndolo el tío? –me salí por la
tangente.
–No, había venido a pedirme algo y le
pregunté si no le recordaba a alguien. Inmediatamente dijo que a ti y se quedó
a verlo. Por cierto, ¿sabes quiénes han pasado a la segunda selección? –afortunadamente,
la tormenta se alejaba.
–Creo que me lo vas a desvelar.
–El cantaor, el rubio y el moreno que te
dije.
–No está mal, ¿no?
–Te podías dejar caer por la Cadena 13 a ver
si conocías a alguno de ellos, porque, ¿sigues sin novio?
–Sigo, sigo.
–¿Nada de nada?
Decidí ser un poco traviesa, ahora que las
aguas se habían calmado tras la falsa alarma.
–Para serte sincera, vengo de ver a un
chico.
–Bueno, dime, qué perspectivas tenemos.
–Ninguna, de momento ninguna –no iba a
contarle que era el antídoto de la lujuria y el último hombre con el que
ligaría.
–Pues espabila, que se te va a pasar el arroz.
–Llegará, cuando menos lo esperemos. No se
imaginaba de qué manera tan explosiva iba a llegar.
–Dios te oiga.
No había podido. Seguía aplazando lo
inevitable y eso que había salido el tema del parecido. Era capaz de
enfrentarme a todo y a todos y sin embargo, había momentos como éste, en los
que si todo acabara, me sentiría liberada. ¿Había hecho bien en presentar una
obra en la que debía quedarme embarazada y tener un niño? Abandonar era la vía
fácil, el camino a seguir por alguien que deseara una vida monótona y aburrida,
con su sueldo fijo para poder pagar el préstamo del coche y la hipoteca del
piso. Pero yo era todo menos vulgar, monótona y aburrida; era una artista.
La mota negra seguía rondando mi cabeza.
¿Pertenecía a la visión? Y si era así, ¿qué significaba?
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