sábado, 7 de febrero de 2015

LA PERFORMANCE. Segunda parte. Capítulo 7.



-7-
La aventura de Cristina.

   Nunca hubiera imaginado que pasaríamos la noche juntas, aunque estas cosas no tenían la menor importancia, no entre mujeres, no tal y como había sucedido. Cristina había llegado tarde a casa, y algo achispada, si no, no se entendería lo que hizo. Recorrió el pasillo a oscuras para no molestarme y acabó tropezando justo delante de mi puerta. El ruido me despertó, encendí la luz y a ella no se le ocurrió otra cosa que pasar a saludarme. Entró alborotada, radiante de felicidad como no la había visto nunca y se dejó caer en mi cama. Se puso a cantar la “Cançáo do mar” de Dulce Pontes y cuando acabó se puso a hablar del Capitán, estuvo haciéndolo durante un buen rato, hasta que dijo que se iba a dormir.
   No habían pasado ni cinco minutos cuando volvió a irrumpir en mi dormitorio, estaba tan fuera de sí que quería seguir hablando de su Capitán y como la cosa más natural, se quitó la ropa y se metió en mi cama. Habló y habló, la dejé explayarse, era la primera vez que estaba con un chico. Ahora que yo estaba fuera de circulación, era ella la que se enamoraba. Cristina estaba risueña, besucona, cantarina y me contagió su alegría.
   Dormí como hacía tiempo no lo hacía, como una niña buena que no tenía más preocupación que la de ser feliz, y desperté antes de que sonara el reloj. Al sentir que me movía, se pegó a mí, me abrazó y echó su pierna por encima de la mía. Sentí un escalofrío y estuve tentada de alejarme, pero cedí a su abrazo y rodeé su talle. Su piel era suave y cálida.
   Cristina despertó y al verme, arqueó las cejas sorprendida, se mordió el labio inferior y esbozó una tímida sonrisa. Yo no me atrevía a soltarla, no fuera a parecer lo que no era y ella tampoco se movió. No había pasado nada, no tenía ninguna importancia.
   Dio un suspiro y su cara se iluminó. Se acercó y me dio un sonoro beso en la mejilla, enterrándome entre sus cabellos. El momento más embarazoso había quedado roto. Retiró la cara. Su melena suelta lucía preciosa.
   –Deberías llevar el pelo suelto, te favorece.
   –¿Te gusta? –enredó el dedo en un mechón.
   –Me encanta.
   –Igual lo hago –dejó caer la cabeza sobre la almohada.
   Daría una imagen más seductora, y quién sabía, igual empezaba a ligar. Y a todo esto, tanto hablar de su Capitán, me había contado su aventura, pero no si ésta tendría continuidad, y me picaba la curiosidad.
   –A tu Capitán le encantaría. ¿Has quedado hoy con él?
   Se ruborizó y aún así no apartó sus ojos de los míos.
   –Intercambiamos los números de teléfono.
   –Es un comienzo.
   –Lo pasamos bien –volvió a morderse el labio–. Estuvimos sentados donde tú y yo la última vez y…
   –¿Y?
   –Me dio un beso –sus mejillas enrojecieron–, nos dimos un beso de verdad.
   Se tapó bajo las sábanas. Con todo lo que habló anoche y eso no me lo había contado.
   –Bueno, bueno, así que has ligado…
   Se destapó.
   –A lo mejor…, ¡supongo!
   –Claro que sí, cómo se te iba a resistir.
   Sonrió tímidamente y no dijo nada. Estaba en una nube, había sido su primera vez. La abracé.
   –No se lo cuentes a nadie –susurró.
   –No te preocupes.
   –Violeta, lo he conseguido gracias a ti.
   –No, lo has hecho tú sola.
   –La de veces que me has insistido en que fuera a verle. Si no fuera por ti, lo habría dejado correr. Gracias, eres mi mejor amiga.
   –Y tú la mía, me das apoyo con la Performance. Cualquier otra, me habría dejado en la estacada.
   –No, no es cierto.
   –Espera a que se sepa que soy yo. Verás todos los que me retiran el saludo, horrorizados o con la excusa de que no les conté nada. Quedarán muy pocos amigos de verdad, puede que sólo tú.
   Nos dimos un abrazo.
   –¿Te acuerdas cómo nos hicimos amigas? –dijo Cristina.
   –Claro que sí. Nos conocimos en la Academia, en clase de acuarela.
  Parecíamos una pareja de novios haciéndonos confidencias, con nuestros rostros tan cerca el uno del otro.
   –Había un chico, cada vez que aparecía en la clase me aterraba que me viera y empezara a meterse conmigo.
   –Puede que a su modo, te estuviera cortejando. A esa edad, a veces son así de primitivos.
   Sus ojos se entristecieron. Me recordó a la Cristina de aquella época, la adolescente tímida y desvalida que canturreaba bajito mientras pintaba.
   –Nunca olvidaré cómo te enfrentaste a él, a la salida de la Academia y delante de todos. Yo no hubiera sido capaz.
   –¿Es esa la manera de cortejar a una chica? –todavía recordaba la escena–. Si andas con ganas de algo más, bájate los pantalones y te ordeño ahora mismo.
   Nos echamos a reír.
   –Yo estaba muerta de miedo y vergüenza –dijo Cristina entre risas.
   –Más lo estaba él, que salió de allí pitando. Se había formado corro y se reían de él. No volvió a molestarte.
   –Menos mal que me acompañaste a casa. Sólo faltaba que hubiera aparecido para vengarse.
   –Le hubiéramos ordeñado entre las dos y para cuando hubiéramos acabado, puede que ya no tuviera rabo –empezamos a reírnos y estuvimos así un buen rato. Sí, aquel día comenzó nuestra amistad.
   Miré el despertador. Se estaba bien así, pero no podía quedarme toda la mañana en la cama, el deber me llamaba.
   –Oye Cristina, quizás deberíamos levantarnos. ¿Te suena algo llamado facultad?
  –Nooooo… ¿Pensabas ir?
   –O empiezo a ir o perderé la costumbre y el curso. Anda, vamos.



   Algunos compañeros me preguntaron qué me había ocurrido para que ni a las tertulias hubiera ido. Alegué que estaba preparando un importante proyecto que daría a conocer en su momento, y no mentía. Me halagaba que me echaran de menos, pero más eché yo de menos la Performance. Estaba preocupada por no haber asistido a las pruebas de los aspirantes y acabé llamando a Cadena 13 para pedir que dejaran en el despacho un resumen de la sesión y de paso, la grabación del programa que no vi el día anterior.
   En cuanto acabaron las clases, me compré un bocadillo y salí disparada hacia la Cadena. Fui directa a mi despacho. Lo de despacho era un decir, parecía un pasillo estrecho con una mesa estantería adosada a la pared. Abrí la puerta, y lo primero que vi fue su enorme mata de pelo cardado. Llevaba puesta una camiseta negra que tenía estampado en la espalda “El artista del siglo XXI”, en color champán metalizado y con una curiosa letra futurista. Estaba sentado en mi mesa trabajando en su ordenador.
   –Hola Violeta. Tengo lo que pediste.
   –No hacía falta que hubieras esperado.
   –No importa, tengo tiempo –cerró el portátil y se agachó a la bolsa del ordenador que tenía apoyado en la silla. Sacó una carpeta negra y una bolsa de caramelos–. ¿Quieres uno? –su exagerado acento americano resultaba gracioso.
   –No, gracias –me senté.
   Cogió uno y se lo metió en la boca. Dejó la carpeta sobre la mesa, entre los dos. Tenía el mismo mensaje que su camiseta y en el mismo color. La abrió.
   –Échale un vistazo.
   Lo hice. Contenía todo lo que había ocurrido en el día, reseñando los concursantes a su juicio más importantes, los fracasos y las anécdotas, todo. Era de una eficiencia tremenda, bastaba que el día anterior le hubiera pedido la grabación para que me estuviera esperando con ella, todo estudiado al milímetro.
   –Podemos empezar, la grabación está en el aparato.
   –No hace falta que te quedes. Bastante has hecho ya por mí.
   –No me importa, tengo tiempo.
   Era la segunda vez que lo decía. Tiempo, tenía tiempo. ¿De dónde lo sacaba? Y yo pensando que no podía con esto y la facultad. Puse en marcha el aparato y encendí el monitor.
   De vez en cuando, Pelos me comentaba algo, paraba la escena o avanzaba un trecho la imagen porque en tal franja, anotada al segundo, no había nada interesante. El nivel de los concursantes había mejorado, seguro que todos ellos habían visto el programa de la noche anterior, el que yo me perdí. Había unos cuantos que podrían pasar a la siguiente fase, uno moreno en particular, que además de agraciado parecía una persona encantadora. Algo se agitó en mi interior. Estaba necesitada compañía y no podía tenerla, todavía no.
   Respecto a las anécdotas, un concursante preguntó a la azafata por el vehículo unipersonal en el que le recibía. No era la primera vez que lo hacían, les llamaba la atención. Se lo diría a Piero, deberíamos contar en las noticias que eran prototipos cedidos por Toyota. La otra anécdota, era la presencia en el exterior de una mini manifestación, cinco personas, con pancartas que decían “no a la prostitución consentida”, algunos se reían de ellos y la mayoría les ignoraba. Era un anticipo de lo que estaba por venir.
   Casi una hora estuvimos viendo imágenes y su resumen parecía el esquema del montaje definitivo, estaba muy bien.
   –Has hecho un gran trabajo –le dije–. No sabes cuánto te lo agradezco.
   Me pareció que se ruborizaba.
   –Si quieres, te ayudo a preparar el montaje.
   –Si casi lo has hecho. Por cierto, ¿te ha dado tiempo a comer?
   –Un sándwich… y algunos caramelos. Así no fumo –sacó otra vez la bolsa y me ofreció.
   –No, gracias –él se echó uno a la boca.
   Nos pusimos a elaborar el esquema del montaje. Sólo tuve que introducir algunos  cambios y quitar una escena, por lo demás quedó tal cual él lo había previsto. Había captado mi modo de hacer las cosas. Hablaría con Piero, ya que tenía tiempo para todo, podría nombrarle ayudante mío.
   Estábamos acabando, cuando alguien llamó a la puerta y abrió. Una cara plagada de cráteres, era el psicólogo.
   –¿Puedo pasar?
   –Estamos ocupados –dije sin disimular el disgusto.
   –Sólo será un momento –entró y puso una hoja sobre la mesa.
   Estaba encabezada con su nombre y ocupación, a continuación ponía aspirantes a la segunda fase, seguido de una serie de nombres.
   –Estamos en el segundo de los cinco días de la primera fase, ¿qué es esto?
   –Mi propuesta, atendiendo al perfil psicológico de los aspirantes. Son los más capacitados.
   –Le echaré un vistazo cuando pueda –dije–. Ahora, si no te importa, tenemos trabajo.
   Salió y cerró de golpe. Miré la lista. Algunos nombres no me sonaban de nada, pero cuando llegué al A-17 me pudo la curiosidad y busqué en las notas de mi libreta.
   –Pero si era el que huyó despavorido sin dejar el regalo. ¿De qué va?
   Pelos sacó un archivador de su bolsa, empezó a cotejar candidatos y palideció.
   –¿Cómo selecciona a éste –señaló con el bolígrafo– y a éste otro? Violeta, no entiendo nada. No están el de la copla, ni el bailarín…
   –Yo tampoco. No entiendo al Loquero –lo solté tal cual. Me importaba un pimiento cómo se llamara, era un inútil–. Hablaré con Piero.
   A los diez minutos habíamos acabado nuestro trabajo y todavía quedaba una hora para empezar el montaje, así que me fui a buscar a Piero. Le encontré en el bar, sentado en la barra, con sus habituales gafas azules, delante de un agua mineral. Estaba leyendo el periódico.
   –Piero, quería hablar contigo.
   –Ah. Hola, Violeta. Me estaba poniendo al día. Hoy no hablan de nosotros.
   –No. Quería comentarte una cosa, a solas.
   –Nina, ponle lo que quiera.
   –Un agua, Nina.
    Nos retiramos a una mesa y guardó las gafas azules en el bolsillo.
   –¿Sabías que la Cadena ha subido la audiencia un cuarenta por ciento desde que comenzó la Performance?
   –¿Tanto?
   –Y parece que seguirá haciéndolo.
   –Me alegro.
   –¿Para qué querías verme?
   –Tenemos que hacer algo con el psicólogo.
   –¿Qué ha hecho esta vez?
   Su gesto entre preocupado y burlón, le dotaba de un cierto atractivo.
   –Intenta imponer a los finalistas. Todavía quedan tres días y me pasa una lista.
   Cerró los ojos. Era un hombre interesante. Pero qué estaba pensando. El celibato  me estaba empezando a afectar.
   –Verás, está con nosotros desde el comienzo. Antes, trabajaba con guionistas de telenovelas. Es bueno definiendo personajes, por eso le contraté, aunque a veces sea un tanto especial.
   –Ya, pero a mí me quiere hacer unas imposiciones un tanto extrañas.
   –Él lo ve desde el punto de vista del espectáculo. Está acostumbrado a introducir pequeños cambios en su conducta.
   –Yo tengo otro punto de vista. No queremos que esto se convierta en un reality, ¿verdad?
   –No tendría lugar en esta cadena.
   –Y otra cosa, soy yo la que decidirá quién es el elegido, soy yo la que va a tener un hijo con él.
   –Totalmente de acuerdo. La última palabra es tuya. Hablaré con él.
   –Gracias, Piero. Me quedo más tranquila.

 Cabeza prehistórica, Altura 4,8 cm.

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