-18-
Miércoles: la segunda cita
El angular de la cámara mostraba la
panorámica del lugar en que debíamos encontrarnos: una rotonda tras la cual salía
una avenida que se abría paso entre el arbolado. El objetivo fue cerrándose
sobre la plaza y se adentró en el anillo de adoquines que rodeaba la diminuta reja
metálica, saltó al seto que había tras ella, siguió la yedra rastrera hasta
alcanzar el segundo seto y llegar hasta la fuente octogonal de mármol. El zoom
se cerró sobre el pedestal que emergía en el medio de la misma. Cada una de sus
caras tenía una máscara de bronce, en total ocho demonios, cuyas fauces abiertas
escupían chorros de agua que caían con fuerza sobre el estanque. La cámara se
alejó de las máscaras y ascendió hacia la oscura figura con alas que más que
coronar el pedestal marmóreo, se desplomaba sobre el mismo dando un alarido: era
el Ángel Caído.
–Ben, las imágenes son reales.
–No quise editar el comienzo hasta haber hablado
contigo. ¿Elegiste la plaza por algún motivo en especial? –congeló la imagen.
–Porque
estaba en la parte menos transitada del Retiro.
–¿Sabías que es la única estatua en el mundo
dedicada al diablo?
–No tenía ni idea. Ni siquiera había pensado
en el demonio cuando cité a Carlos ahí.
–La
estatua se erigió a seiscientos sesenta y seis metros de altura sobre el nivel
del mar.
–¿No es ese el número del diablo?
Movió su redonda y enorme mata de pelo para
afirmarlo.
–Solo
falta que crean que la Performance tiene algo que ver con las sectas satánicas.
–Madrid ronda esa altura, podía haber estado
unos metros más arriba o abajo, es pura casualidad. Que no se borre la alegría
de tu cara, hoy estás preciosa.
–Estaré enamorada…
–Supongo que de Carlos.
–Supongo…
No le iba a contar que había tenido un sueño
erótico en el que había disfrutado del sexo con mi Artista y que había sido tan
real que la sensación aún persistía. Sólo de pensarlo ardía en deseos de reunirme
con él.
–Por cierto, ¿cómo sabes tanto de la escultura?
–Me sorprendió que eligieras ese
emplazamiento cuando tenías tan cerca el Estanque y el Palacio de Cristal y lo busqué
en internet.
–Ha sido un fallo imperdonable. Mis
detractores verán en mí a una adoradora de Satán.
–Podríamos eliminar el comienzo…
–No da tiempo a grabar otro. Déjame pensar
mientras vemos el resto.
Me había relajado en exceso sabiendo que
todo marchaba a las mil maravillas. Un tropiezo así podía significar mi caída. El
Ángel cayó por una ambición desmedida y yo caería por un error involuntario. ¿Cómo
sería caer junto a un ángel? Me abrazaría a él con fuerza y sus alas
amortiguarían nuestra caída, descenderíamos suavemente en círculos siguiendo el
trazado imaginario de una escalera de caracol y cuando quisiera darme cuenta,
me habría arrastrado a los abismos del Infierno. No, eso no iba a ocurrir. Me
recordaba vagamente a una escena parecida en el gimnasio, cuando Cachas me
salvó, él sí fue un ángel y de los buenos.
La proyección continuaba y no debía
distraerme. Me acercaba a la plaza diabólica desde la zona más yerma del
parque. Había subido desde el Paseo de la Reina Cristina, donde pedí al chofer que
me dejara, para evitar en lo posible a los periodistas. Las únicas personas que
encontré en mi camino fueron algunos futineros y un paseante.
–Da sensación de soledad.
–Ya me di cuenta. El cámara no estuvo muy
acertado, debió enfocarte desde atrás, con la fuente al fondo. Eliminaré los
edificios y crearé un horizonte vegetal.
Llegué a la plaza y me detuve ante la estatua.
Su contemplación parecería sospechosa. Menos mal que Pelos se había dado
cuenta. ¡Dichosa prensa que lo sacaba todo de quicio! ¡Malditos detractores de
mi Performance! Si el tema saliera a relucir, diría que me había detenido
porque el Ángel Caído me recordó a esas personas que se habían convertido en la
escoria de su profesión.
No todo iba a ser malo. Di la vuelta a la
estatua y allí estaba esperándome mi Artista. La alegría del encuentro fue
sincera, lo vi en sus ojos. A continuación nos adentramos en la avenida. A mi
madre le parecería muy romántico, de la noche a la mañana, la Performance que
tanto le gustaba se había convertido en el noviazgo de su hija. Al mediodía no
pudo resistirse y me telefoneó para saber de nuestros progresos y andanzas –a
ver cuándo me lo presentas–, me dijo. A medida que avanzábamos, la realidad se
iba difuminando y así, fundidos en el entorno, llegamos al quiosco que
había pasado el Palacio de Cristal y nos sentamos en la terraza.
–Ben, es fascinante.
–Por primera vez he usado una de tus obras
–detuvo la imagen–. ¿No te gusta?
–Me encanta. Habría que hacer lo mismo con el
Ángel Caído.
–Sí. ¿Alguna idea?
–Haz lo que quieras. Únicamente no abuses de
los cálidos, es pronto para ello.
El lunes había puesto a su disposición un
archivo de imágenes que había ido creando para la Performance. Así podía
trabajar siguiendo mi estilo aunque no estuviera presente, lo que me dejaba
tiempo libre para ir a la facultad.
–De acuerdo –pulsó el play.
Nos habíamos sentado muy juntos y ojeábamos
la revista de arte que yo había llevado. Dio un trago a su refresco y yo
esperaba a que mi humeante café acabara de difuminar su estela de calor en el
verde. Estábamos totalmente integrados en ese ambiente vegetal que tanto podía
recordar a un parque como a un bosque. Carlos comentó algo de una foto y me
hizo reír. Pasé la página y le mostré otra. Hubo miradas, risas y la complicidad
de dos personas que se gustaban.
–Rebobina hasta donde le enseño la foto –la
imagen retrocedió–. Para ahí. Avanza un poquitín y… para. Ahí está, esa es la
imagen de dos enamorados.
Había algo más y no pensaba compartirlo con
Pelos. Era la mirada de Artista, la misma del sueño, la tierna mirada del que
me hizo el amor. Todavía podía sentir lo que había vivido en el sueño.
–Si quieres podríamos empezar con esa
imagen.
–Pruébalo. ¿Te puedes creer que esta mañana
tuve la impresión de que no había química entre nosotros?
Los dedos de Pelos se posaron sobre los
controles, volvió al comienzo de la grabación y la detuvo justo en el momento
anterior al intercambio de besos, después comenzó a pasar fotograma a fotograma
y la detuvo de nuevo.
–Es una imagen maravillosa –dijo Pelos.
–Sí…, lo es –eran miradas mágicas las que se
producían en esos breves momentos en que mis ojos castaños se cruzaban con los
ojos azules de Artista.
–Pues la grabación está plagada de ellas.
Tenía razón. Debió ser el maravillo sueño el
que me tuvo obnubilada, aún podía sentirlo a flor de piel y la realidad me
parecía… una vulgar imitación del mundo onírico; así no podía apreciar nada en
su justa medida y… ¡todo había salido mejor de lo que pensé! No pude contenerme
y abracé a Pelos.
–Está quedando maravilloso. Y todo gracias a
ti.
Le di un beso en la mejilla.
–No, has sido tú la que ha estado
maravillosa, la que permite que podamos tener estas imágenes… –aún ruborizado, me
devolvió el beso–. Ya has visto que hay química, aunque si tú crees que no es
el candidato ideal…
–Qué…
–Puedo sustituirle.
–¡Ben! –le di un manotazo en la cabeza.
–Unos retoques digitales por aquí –señaló su
enorme mata de pelo– y no se notará el cambio, you know –se puso colorado otra
vez.
Lo decía en broma, pero en el fondo me daba
la impresión de que le gustaba. No, él no… no, no era cierto. En la cita tuve
la impresión de que no había química entre Artista y yo y luego esto. Desde
luego no estaba teniendo un día muy lúcido, así que tenía que olvidarlo, era
una tontería. Lo que necesitaba era un buen descanso.
Avanzó hasta donde lo habíamos dejado y continuamos
viendo la grabación. Mis impresiones habían sido erróneas, Artista estaba metido
en su papel, pese a que no se encontrara a gusto en presencia de la cámara y yo
intentara distraerle para que la olvidara. Pelos debió haber tenido mucho
trabajo seleccionando unos pasajes y desechando otros. Y yo, tampoco había
estado mal, pese a mi desvirtuada percepción de la realidad. Llegó el momento
de la despedida y Artista volvió a sentir la presencia de la cámara.
–Podíamos eliminar este final –dijo Pelos– y
cambiarlo por alguno de estos.
A continuación seleccionó una imagen fija:
una de nuestras miradas. A esa le siguieron otras tres más.
–Vuelve a la anterior –le pedí –. Esa es
la mejor –en ella parecíamos dos auténticos enamorados.
–Bien, entonces, sólo queda retocar el
comienzo y cambiar el final.
Y yo pensando que había metido la pata con
el Ángel Caído, que la cita de esa mañana había estado falta de sentimiento…
¡Si todo iba mejor que nunca! Sólo era mi mente jugándome una mala pasada. Quería
salir y gritarlo a los cuatro vientos, pero eso se lo dejaría a Cadena 13, que lo
emitiría a la noche para toda España. Yo me conformaría con contárselo a
Cristina y… acudiría a la tertulia, allí también podría hablar de la
Performance.
El Acuarelas. Seguramente no había en Madrid
otro local con un nombre tan sugerente, después del Drakkar, claro. Empujé la
puerta y entré. El camarero, curioso, alzó
la cabeza y al verme, abandonó el semblante serio. Dejó las tazas que estaba
recogiendo en la mesa y se irguió. Los ojos le brillaron.
–¿Es usted Violeta? –se acercó a mí–. La
felicito por esa Performance tan maravillosa, de todo corazón.
–Muchas gracias.
–Perdone mi atrevimiento, soy Pedro –me
tendió la mano y se la estreché–. Estoy encantado de que nos visite. Vienen
muchos artistas, pero lo que se dice artistas consagrados como usted, no es que
veamos muchos. Verá cómo le gusta, están reunidos ahí al fondo. Todavía no hay
muchos, pero si se pasara usted mañana, ya vería.
–Lo sé. Hace tiempo, venía con asiduidad.
–Lo siento, no lo sabía. Llevo poco tiempo en
este trabajo. ¡No me lo puedo creer, estar aquí con usted! –los ojos le
brillaron de nuevo–. No me pierdo su programa ni una noche, lo grabo para poder
verlo cuando llego a casa. Me gustaría tener un recuerdo suyo, si no tiene inconveniente,
una foto.
–Cómo no, Pedro. Estaré encantada.
–Un momentito. Voy a pedirle a mi compañero
la cámara.
Salió a toda prisa y despareció en la zona
privada del local. No era habitual que me topara con un admirador tan rendido. Sí
que había encontrado gente que me reconocía y había firmado autógrafos, pero
era más habitual que recibiera felicitaciones en el entorno del trabajo. No
había pasado ni un minuto, cuando volvió con un compañero de andares
extraviados y pantalones por debajo de sus atributos. Este último era quien
llevaba la cámara.
–¿Le importaría que me la hiciera con usted?
–estaba emocionado.
–Estaré encantada. ¿Le parece que nos pongamos
delante de esos angelotes? Así se verá
que estamos en el Acuarelas.
–Es una buena idea.
Nos pusimos a los lados de los angelotes y su
compañero disparó sin mediar palabra. Todavía no había abierto la boca.
–Chencho, dispara otra más por si no queda
bien.
El tal Chencho, que debía ser mudo, disparó
de nuevo. Después se agachó y estiró la pierna hacia la izquierda antes de
incorporarse y disparar desde la nueva posición. Dio otro paso más de igual
modo y me entró la risa. Supuse que lo hacía para evitar que los pantalones se
le acabaran de caer, pero el resultado era un ridículo ballet de payaso.
–Es usted una persona muy alegre. Ya podían
ser todos lo artistas como usted, porque hay cada estirado…
–Gracias. Me ha hecho ilusión conocer a un
admirador tan ferviente.
Le di
un beso y me dirigí hacia el rincón de la tertulia. Venía con unas ganas locas
de hablar de mi Performance. Sólo eran seis contertulios, con lo cual tenía más
fácil y además en ese instante, ninguno hablaba.
–Hola a
todos –se volvieron hacia mí.
–Bienvenida, reina de la Performance –dijo
Nuria. Era de mi curso y una de las pocas personas que no me había hecho el
vació en la facultad.
–¿Qué haces tú aquí? –preguntó el que estaba
a la derecha de Nuria–. Creía que veníamos los que aspiramos a crear el Arte
del futuro y tú ya estás… fuera de onda.
No le conocía. Para ir de bohemio, con su
gorra y pantalones de peto, era un tanto agresivo.
–Hacía mucho que no venía, la Performance me
lleva mucho tiempo. Pero echaba de menos la tertulia y he conseguido hacer un
hueco. Y por cierto, esto no fue nunca un club privado con sus normas…
–Tienes razón, Violeta –intervino Nuria–, y nos
encanta tenerte entre nosotros. Iba siendo hora que pudiéramos contar con
alguien que ha logrado entrar en el particular y caprichoso mundillo del Arte.
–Gracias, Nuria –era tan sensata, que sin
ella la tertulia se habría ido al garete hacía mucho tiempo.
–Un
momento, teníamos un coloquio, ¿lo vamos a interrumpir por la llegada de la
diva? –dijo Bohemio.
–¿Coloquio? Si estábamos más aburridos que
otra cosa –intervino la chica menuda–. Cuéntanos, cómo lo has logrado. Nos
interesa.
Nuria, el de los rizos y el de la chaqueta
elegante asintieron.
–Si insistís, me voy a tener que ir –dijo Bohemio.
–Tú mismo. Estoy segura de que Violeta tiene
cosas muy interesantes que contarnos –la chica menuda tenía valor.
Bohemio dudaba, pero no se movió. Así que me
dispuse a explayarme. ¡Con las ganas que tenía!
–¿Habéis seguido la Performance, sabéis de
qué va?
–No
con asiduidad, pero sí –dijo Nuria
–Sí –dijo Menuda sin concretar. También
asintieron el del pelo rizado y el que vestía una chaqueta elegante.
Cuatro de seis, seguro que los demás también
sabían algo aunque no lo quisieran reconocer.
–Quería hacer una performance y escogí un
tema difícil además de polémico. Ya sé que hubiera sido más fácil elegir algo
anecdótico o denunciar algún problema social.
–Eso hubiera sido lo correcto –dijo Bohemio.
–Si quisiera que mi Performance se quedara
en algo anecdótico, con una decena de espectadores, sí.
–Sería arte sincero –me rebatió.
Había que pasar al ataque.
–¿Fueron sinceras las señoritas d’Avignon?
Se quedó pensativo y no contestó.
–Yo creo que sí –dijo el de la chaqueta–,
abrieron las puertas al Arte contemporáneo. ¿Qué opinas tú? –se dirigió a Bohemio.
–Fueron polémicas en su momento, pero creo que
la pregunta encierra una trampa.
–No has contestado –dijo Menuda–, mójate– me
caía bien esa chica.
–Estamos hablando de una Performance, de Arte
contemporáneo y nos viene a hablar de Picasso, que ya es un clásico. No hay
punto de comparación –dijo Bohemio.
–¿Sí? Tú intentas hacer Arte contemporáneo,
si no me equivoco –insistió Menuda.
–Así es.
–Pues todo en ti nos remite a un pasado
incluso anterior al de Picasso. ¡Mira cómo vistes! Sólo te faltaba vivir en una
buhardilla.
–¿Y qué si es así? –levantó la voz.
–¡Oh, qué artista contemporáneo tan antiguo!
Dos estéticas sin punto de comparación, debes tener doble personalidad.
Menuda se burlaba de él. Así que el
personaje amargado y yo habíamos compartido la doble personalidad; menos mal
que me había deshecho de Violeta Hyde.
–Creo que ninguno de los aquí presentes
hablaría en contra de esa pintura –dijo el de mi izquierda. Me sonaba su cara
de otras tertulias, el que siempre quería hacerse notar, era el pedante.
–Quien haya estudiado la obra de Picasso
–intervine–, sabrá que el fin de tal obra fue crear polémica y así hacerse
notar. Sabía que si no lo hacía, nunca conseguiría hacerse su hueco en el mundo
del Arte. Entonces, ¿era sincero o respondía a una serie de intereses?
–Lo último –dijo el de la chaqueta –, lo
cual no le quita ningún mérito a la obra.
–Y tú –dijo Nuria–, has elegido el tema para
hacerte tu hueco.
–Exacto. Conseguí que se fijaran en mí, que
me financiaran la obra y público a nivel nacional.
–Pero
la performance es una acción en la que interviene el público, no es una
película ni una serie… –Bohemio atacaba de nuevo.
Me encantaba que me rebatiera y más en un
día en el que todo iba viento en popa y me sentía invencible.
–La definición de performance es un tanto
vaga –se me adelantó Rizos.
–Así es. Después de documentarme llegué a la
conclusión de que cualquier acción en la que el artista forma parte de su obra,
puede ser considerada como tal.
–Entonces –dijo Menuda–, ¿la intervención
del público no es necesaria?
–Al principio tuve esa duda, pero sin
pretenderlo, es el público el que dirige la performance en una dirección
concreta. Me explico. Los que se presentaron a las pruebas eran una parte de
ese público y consiguieron que mi obra saliera adelante, sin ellos hubiera
acabado en ese momento. Después, los seleccionados se sometieron a una serie de
pruebas e hicieron que la acción progresara en una determinada dirección. Al
día de hoy, todavía tengo que hacer modificaciones sobre la marcha.
–¿Quieres decir que no tenías pensado cómo
iba a ser –dijo Pedante–, que vas improvisando?
–No. Está todo pensado, de principio a fin,
pero una cosa es la idea inicial, el boceto de la obra y otra muy distinta el
resultado final. Voy adaptando mis ideas a lo que surge, que en este caso son
las acciones de una serie de personas que decidieron intervenir en mi Performance.
–El paso de los bocetos previos a la obra
definitiva. No está mal pensado –intervino Pedante.
–Pese a cualquier tipo de modificación, el
final está claro: te llevarás al finalista a la cama y tendréis un crío –dijo Bohemio,
con una sonrisa de oreja a oreja.
–En eso tiene razón –dijo Nuria.
–Seguramente, pero la Performance es como
cualquier otra obra de Arte. Necesitas un punto de partida, una idea inicial a
partir de la cual desarrollar el trabajo y pese a que tengas las ideas muy
claras, llega un momento en el que la obra puede tomar un derrotero inesperado.
Unas veces es el artista el que cambia de parecer, otras es la obra la que le
pide algo diferente y a veces es el cliente que hace el encargo el que marca las
pautas. En fin, podrían ocurrir un montón de cosas que alterarían el final de
la Performance.
–Como cuales –dijo Rizos.
–Imaginad que el finalista no hubiera sido
de mi agrado.
–¿Quieres decir que lo habrías dejado? –dijo
el de la chaqueta.
–Sí, hubiera sido un final triste.
Aunque ese no iba a ser el caso. Había
soñado con él esa noche, lo hacíamos y sus hermosos ojos posados en mí… Esos
ojos que fueron verdes y grises a la vez, esos círculos mágicos que me hacían
dudar si eran de Artista o de Interlocutor; los sueños eran muy caprichosos.
–Después de hacer un montaje a nivel
nacional, no me hubiera atrevido a dejarlo –dijo Nuria.
–Te habrían crucificado –dijo Menuda.
–Ya lo intentan –dijo Rizos–, no hay más que
leer la prensa.
–Yo no podría vivir con eso –dijo el de la
chaqueta.
–Cierto, es desagradable, pero a todo se
acostumbra una. Ahora dejad que os cuente el resto de los finales.
–Cuéntanos –dijo Nuria.
–Soy fértil y aún así, podría no quedar
embarazada. La Performance no acaba con el nacimiento de mi hijo, pero perderá
fuerza, porque lo más llamativo ha pasado; podría caer en el olvido. Y lo más
duro, mi hijo podría odiar el Arte y jamás sería el Artista esperado.
–Hay tantas variantes –dijo Pedante–, ¿cómo
esperar que vaya a salir bien?
–Fue difícil iniciarla y confío al igual que
cuando empiezo una pintura, que llegue a buen fin.
–Será difícil que la Performance aguante
tantos años… –dijo Nuria.
–Cierto, no podrás acabarla –dijo Bohemio,
visiblemente satisfecho.
–De momento me conformo con sacar la primera
parte adelante. He llegado hasta aquí a pesar de los numerosos obstáculos. Después,
ya veremos lo que ocurre.
–Entonces, tendrás otros proyectos en mente…
–dijo Rizos.
–El único que tengo en mente es acabar los
estudios.
–¿Todavía piensas en eso después de lo alto
que has llegado? –dijo un descolocado Bohemio.
–Todavía me queda mucho por aprender. Eso no
me impedirá meterme en nuevos proyectos. Estoy aprendiendo mucho con la
Performance.
–Eres estupenda –Menuda levantó su vaso–. ¡Porque
todo te vaya de maravilla!
Levantaron sus vasos y yo con ellos. Bohemio
fue el último en sumarse al brindis y lo hizo de mala gana. Chocábamos nuestros
vasos cuando la luz de un flash iluminó nuestro rincón. El camarero nos había
inmortalizado.
–Señorita Vera –aquella no era su voz.
Me volví. Había un par de periodistas, me
habían encontrado o alguien les había dado el soplo. No importaba, al mal
tiempo buena cara. Sonreí.
–Violeta, ¿va a hacer una Performance
virtual o va en serio lo de tener un hijo?
Me volví hacia mis compañeros.
–Debería retirarme para no fastidiaros la
tertulia.
–Por nosotros no lo hagas. Que se incorporen
a la tertulia y nos hagan un poco de publicidad, ¿qué os parece? –dijo Bohemio.
De repente estaba interesado. Seguro que luego les daba su tarjeta de visita
para que fueran a la buhardilla a ver su obra.
–Podríamos conceder una entrevista colectiva
–dijo Pedante–. Que sepan que nosotros te apoyamos.
–¿Han oído ustedes? –me dirigí a la pareja
de periodistas–. Acomódense con nosotros.
Los periodistas tomaron asiento.
–¿Qué me dice…
–Buenas tardes –dijo Nuria, cortando en seco
al periodista–. Creo que no les conocemos y no podemos fiarnos del primero que
venga. ¿Tienen algún carnet que les acredite?
–Soy Jaime Peralta, del Adelantado –sacó su
cartera y le mostró un carnet– y éste es mi compañero Juan Montes –sacó el suyo.
Nuria recogió sus carnets y después de
estudiarlos se los devolvió.
–Son quienes dicen.
La intervención de Nuria les había bajado
los humos. Era mi turno.
–Antes de comenzar –dije–, han sido ustedes
invitados a participar en la tertulia y me gustaría que por una vez se ciñeran
a los hechos sin tergiversar lo que les contemos.
–Delo por hecho –dijo Juan al tiempo que
preparaba la cámara enfocando a Nuria.
–Tenga en cuenta que aquí tengo seis
testigos y en Cadena 13 unos buenos abogados.
Estaba
en posición de retarles, me sentía invulnerable y además contaba con la
inestimable ayuda de Nuria y suponía que del resto.
–Violeta –dijo Jaime poniendo la grabadora
sobre la mesa–, se dice que va ser una Performance virtual, que no va tener el
hijo.
–¿Quién lo dice? Yo no. Debería contrastar
la información y no prestar atención a los bulos y cotilleos.
Le vi apretar los labios. Un punto para mí.
–¿Está de acuerdo con el artículo editado por
Cadena 13 en contestación al de Este País? –preguntó Juan al tiempo que me
enfocaba con la cámara.
–Le di el visto bueno antes de que se
publicara. En Este País son muy valientes lanzando una idea descabellada y
anónima.
–Se dice que…
–Si me disculpan, se dicen muchas cosas
–interrumpí–. Si hubieran venido antes, habrían sacado alguna idea interesante
para su artículo, pues hemos hablado a grandes rasgos de la Performance. Les
sugiero que se lo tomen con un poco de calma y se sumen a la tertulia.
Seguramente sacarán bastante más en claro y si lo desean, estaremos encantados
de hacerles un resumen de lo que hemos hablado.
–Violeta tiene toda la razón. Deberíamos
hacer lo que dice –dijo Juan.
Parecía una persona tranquila y bastante
cabal. Incliné la cabeza y metí la mano entre el pelo mientras se preparaba
para disparar. Me eché hacia atrás y él disparó. Elegía el momento, no era de
los que hacían cien mil fotos para ver si alguna salía bien. Le pediría que me
las enseñara. Nunca estaba de más conocer a un fotógrafo e intuía que éste era
bueno.
Les contaría las cosas a mi modo, así no
tendría que aguantar una serie de preguntas estrambóticas y sin sentido; y de
paso evitábamos enfadarnos.
–Bien. ¿Quién resume lo que hemos hablado?
–Violeta, si no te importa, me gustaría
hacerlo a mí –dijo Nuria.
Estaría bien representada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario