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Lunes: el elegido
Desde que hablara con mi madre, me
encontraba en un momento dulce. Había aprendido a asumir todo lo que llegara,
fuera bueno o malo, porque sabía que antes o después, las nubes desaparecerían.
Pero poco me duró la dicha. Tenía una sensación extraña, como si hubiera una
neblina rondando por mi cabeza y tardé en darme cuenta de lo que sucedía: era la
señorita Violeta Hyde, insinuando su presencia desde mi despertar. Debilitada y
casi sin fuerzas, se empeñaba en manifestarse desde tan inusual hora. Una nube
que mi mente debía desechar.
En ese estado acudí a cenar a mi casa como
invitada. Cristina había dicho que se encargaría de todo. Yo venía de conceder
una entrevista a una periodista a la que Piero apreciaba. No hubo preguntas
personales ni insidiosas, sólo quería conocer lo que estaba por llegar y cuáles
serían las consecuencias futuras de la Performance. Escribiría un artículo
interesante, estaba segura de ello. Después de aquello, resultó penoso ver cómo
el coche recibía los disparos de los flashes cuando estábamos a punto de entrar
en el garaje. Periodistas de pacotilla, me daban pena, aguardando todo el día
delante de mi casa por si se me ocurría aparecer; pero no pude reprimir una
sonrisa al pensar en lo escueto de la historia. Una reseña en la penúltima
página del periódico, ni siquiera se merecería la contraportada: Violeta Vera, la
autora de la Performance, vuelve a su casa. Al texto acompañaría la triste foto
de un anodino coche negro con los cristales oscuros. Inocente de mí, no iban a
confirmar que su espera había sido en balde, se inventarían cualquier cosa.
Debía resultar deprimente dedicarse a esa clase de periodismo.
La sensación de extrañeza se acrecentó con
la llegada de Interlocutor, pues en esos momentos sentía animadversión hacia él,
pese a saber que era una persona muy competente e imprescindible para la
Performance. Por eso hice que pasáramos directamente al comedor, para alejarme
físicamente de él. Cristina se sentó a mi izquierda e Interlocutor lo hizo frente
a mí, y sin más preámbulos, comenzamos a cenar.
Cogí un canapé de tomate con anchoa, e
Interlocutor me imitó. Sus aceradas pupilas se clavaron en mí y de inmediato me
invadió el desasosiego. Estaba acostumbrada a su acoso ocular y había aprendido
a sobrellevarlo, pero era algo más profundo; sucedía que todavía me pesaba el
beso. Violeta Hyde debía desaparecer, sólo era una nubecilla que había que
evaporar e Interlocutor había venido a desvelar su plan para desbaratar el
artículo del sábado en Este País, sólo a eso. Cogí otro canapé, escapando por
unos instantes al contacto visual.
Interlocutor acabó una tosta de paté y levantó
el vaso para beber. Contenía zumo de naranja y pomelo, le había pedido a
Cristina que no pusiera nada de alcohol, todavía me acordaba de lo que pasó la
última vez. No había probado bocado, parecía entretenida estudiándonos.
Interlocutor dejó su vaso y el contacto visual se restableció. Me violentaba,
pero no podía eludir constantemente su mirada, sólo descansar de cuando en
cuando.
–Deberíamos empezar por el artículo del
sábado –soltó a bocajarro. La reunión de trabajo había comenzado.
–He hablado esta mañana con Piero. Sugiere
que respondamos al ataque con otro artículo que aparezca en prensa, televisión
y radio. La Cadena ha redactado un documento en el que quiere que estampe mi
firma. Me gustaría saber qué opina usted –busqué refugio en el naranja de la
pared.
–También he hablado con Piero y estoy
esperando recibir un e-mail con su artículo. He traído mi respuesta al artículo
del sábado. Quiero que le eche un vistazo –se agachó a coger su cartera
concediéndome otro descanso y sacó una hoja metida en una carpeta
transparente–. No hace falta que lo lea ahora mismo.
–Voy por el primer plato –Cristina se
levantó y salió del comedor.
Hubiera preferido irme con ella a la cocina,
pero en contra de mi deseo, permanecí en mi asiento y extendí la mano para
coger el papel que me tendía. Descansé en él mi vista agotada. No era yo, era
Violeta Hyde, queriendo apoderarse de mi persona y no conseguiría vencerla, a
no ser que él cerrara los ojos. Ojos de acero, una mirada glacial que abrasaba.
Cristina volvió con dos fuentes de ensalada y
las colocó en el centro de la mesa. Su presencia me reconfortó. Debía
convencerme, sólo era otra de esas nubecillas, acabaría desvaneciéndose.
–Un comienzo saludable –dijo colocando los
cucharones para servirlas.
–Tienen buena presencia –intervino Interlocutor.
–Recetas de mi madre, ella cocina muy bien.
Sírvase.
No podía ser tan malo, si desapareciera
Violeta Hyde, el dolor remitiría. Me dispuse a intervenir enfrentándome a sus
ojos.
–Esa mujer tenía un ideal político y el mío
es artístico. Segundo, mi hijo tomará sus propias decisiones, no me voy a
interponer.
–En mi escrito cito algunos descubrimientos
científicos paralelos en los que no hubo plagio. Después comparo la Performance
y el antiguo suceso: aparentemente existen coincidencias, pero las voy desmontando
una a una, demostrando así que quien escribiera el artículo en Este País, no se
detuvo a pensar en la credibilidad de su descabellada teoría y le animo a
retractarse antes de que la cosa vaya a mayores y acabe en los tribunales. Hay
alguien a quien le molesta la Performance.
Soporté estoicamente su mirada hasta que me
concedió un descanso al servirse ensalada de mandarina. Al acabar me la pasó.
–Gracias.
–¿A quién podría molestar? –preguntó
Cristina.
–Recuerden al párroco de la iglesia de San
Blas. Es extraño que haya callado.
–Le habrá llamado la atención el obispo por
hacer el ridículo –intervino Cristina.
–O le han hecho callar, lo cual supone que
sus superiores han tomado las riendas del asunto –dijo él.
Mientras hablaba con Cristina, apenas se
produjo contacto ocular y además él apartaba la mirada. Era todo un descubrimiento.
¿Le gustaba ella, o era todo lo contrario? Imposible saberlo, era un hombre
enigmático.
–En una ocasión, dijo que tenía miedo de lo
que la Iglesia pudiera hacer –le recordé.
–Temo que el artículo sea suyo.
Más nubes, nubes grises, amenaza de tormenta.
Cristina se levantó y retiró los platos.
–Voy a por el segundo.
Mi primer impulso fue levantarme y seguirla,
pero ya me había dicho que no lo hiciera. Me sentía una extraña en mi propia
casa dejándome servir.
–La encuentro cansada –dijo Interlocutor.
–Más bien extraña. Fui a la facultad esta
mañana y me encontré fuera de lugar, como si aquello no fuera conmigo. Me puse
a trabajar, pero la sensación no desapareció.
Le había respondido con sinceridad y lo
había hecho sin la menor vacilación, como si estuviera hablando con Cristina en
vez de con él. Con él sólo trataba cuestiones de trabajo, aunque últimamente me
había hecho confidencias sobre su pintura. Sin ir más lejos, cuando llegó a
casa se presentó con un geranio. Me dijo: le sienta a usted tan bien como su
nombre. Creí que hablaba del tiesto, y resultó que se refería a mi vestido
violeta. Era un piropo. Interlocutor tenía sentimientos como todo el mundo,
aunque no lo pareciera. Oí los pasos de Cristina y abandoné sus ojos grises. Me
di cuenta de que mantenía su mirada con placidez, ya no dolía.
Cristina entró y puso la bandeja sobre la
mesa. Las hierbas aromáticas la cubrían y estaba rodeada por un acompañamiento
de vegetales dispuestos en bandas de colores fríos y cálidos, había convertido
una vulgar tortilla en una obra de arte.
–¿Te sirvo, Jaime?
–Gracias, Cristina.
Me resultaba raro oírle nombrar por su
nombre. Me había quedado con Interlocutor y menos mal que nunca le había
llamado así.
–Tiene muy buena pinta –lanzó una breve
mirada a Cristina.
Cristina me sirvió, luego se puso ella un
poco y dejó el resto en la fuente. Me quedé contemplando mi plato. Seguía con
esa sensación de desasosiego. La señorita Hyde seguía incordiando, se había
aprovechado del sueño que había tenido. Se lo había comentado a Cristina antes de la
llegada de nuestro invitado. Había soñando que lo hacía con Artista, pero
entonces sentía sus ojos fríos, penetrantes, y era el rostro de Interlocutor.
Te voy a tener que comprar un consolador, me había dicho Cristina entre risas. Igual
tenía razón.
Metí el tenedor y di el primer bocado. Aparte
de tener una presencia estupenda, sabía de maravilla. Cristina era capaz de
sacar provecho a las cosas más sencillas. Interlocutor acabó de comer y se
agachó a por su cartera, sacando otra carpeta igual a la que me había pasado.
–He comentado el comienzo de mi artículo,
pero me interesa que dé el visto bueno a su final. Se lo leo.
No había prisas y ahora le entraban las
prisas. Comenzó a leer con su voz monótona.
–¿A quién puede molestar la realización
de una Performance para que se tome la molestia de arremeter contra su artífice?¿Les
parece moralmente reprobable que una mujer quiera tener un hijo artista, o
acaso que lo haga público? Les recuerdo, que en el mismo medio en que se mueve
la artista, la televisión, existen programas en los que se atenta contra la
intimidad de las personas, se anima a la gente a faltarse al respeto, se crean anómalas
convivencias en falsos hogares en los que se hacen pasar por normales las
situaciones más inverosímiles. Creo que no hace falta mencionar nombres, todos
sabemos a qué programas me refiero –hizo un alto y me miró antes de seguir.
–¿Le molesta la Performance a los que ven ese
tipo de programas? Supongo que no, o al menos no lo manifiestan. ¿A los que no
los ven pero no claman contra ellos? Al parecer tampoco. Si a la gente le
interesa, atenderá a la Performance, y si dejara de interesarle, ésta caerá por
su propio peso –seguía buscando mi mirada a cada pausa.
–Ahora bien, hay alguien a quien su estricta
moral puede hacerle pensar que la artista realiza una Performance moralmente
reprobable. ¿Es moral lo que ocurre en los programas de los que he hablado? No
he oído ni he leído una queja en el diario Este País al respecto, ni del sector
laico ni del religioso. ¿Por qué entonces se ensaña con la Performance? –esta
vez se giró hacia Cristina.
–Cada cual pude pensar lo que le plazca, e
incluso hacer pública su opinión, pero sin ofender, al igual que los demás no
les han ofendido a ustedes.
–Está muy bien –dijo Cristina.
–Más contundente que el artículo presentado
por Cadena 13 –dije.
–Tengo que ver ese artículo, por si se me
hubiera pasado por alto algún detalle.
Su mirada seguía sin molestarme, era todo un
logro. Eso me hizo sonreír. Acto seguido se agachó para guardar la carpeta y al
incorporarse, no buscó el contacto. ¿Acaso le había intimidado mi sonrisa?
–Voy a por el postre –dijo Cristina
dirigiéndome una mirada especial. También ella se había dado cuenta.
Teniendo un invitado, yo habría optado por
sacar algún dulce, pero ella había dicho que iba a ser una cena sana y lo
cumplió a rajatabla. Había preparado una macedonia de frutas, regada con zumo
de naranja y no con alcohol. La degustamos en silencioso, sólo alterado por las
cucharillas al chocar contra el cuenco y sin que se produjera una mirada
sostenida entre nosotros. Terminada la cena, nos trasladamos al salón, donde
nos sentamos en el sofá. Casi era la hora y las miradas, esta vez iban
dirigidas al televisor.
Apareció el título en los habituales azul ultramar
y naranja cadmio, que darían paso a un impactante manchón verde esmeralda con algunos
toques azulados y pardos en la periferia. Era un cambio que Pelos y yo habíamos
pensado hacía tiempo, nueva fase, nueva estética. Casi todo lo demás, lo había preparado el día
anterior en la habitación del hotel. Luego se lo mandé por correo electrónico a
Pelos, que me contestó en un par de horas con las mejoras que se le habían ocurrido.
Parecía que nunca descansara, en eso era igual que yo. Vi sus propuestas y le
dije que sí a todo. A estas alturas, estábamos totalmente compenetrados, él
sabía lo que yo quería y yo las maravillas que era capaz de hacer con las
imágenes. Así, por la mañana aproveché para ir a la facultad, me apetecía
seguir con mis estudios. Me costó centrarme, pues me sentía observada y a la
vez ignorada, fingí no darme cuenta. Nadie me hizo un comentario acerca de la
Performance. El precio de la fama. Y esa tarde, antes de la reunión con Piero,
me había pasado para ver el resultado de lo que ahora íbamos a ver.
Ésta era una de esas emisiones en las que la
acción parecía estancada, pues el único movimiento venía de las formas y los
colores, pura abstracción. A mí me gustaba, pero no sabía si el público estaría
preparado para ello. Tanto Pelos, como Piero, me hicieron ver que no tenía la
menor importancia, que en ese momento el público sólo quería saber el nombre del
elegido. Únicamente tenía que presentar a Artista, el futuro padre de mi criatura.
Todavía me sonaba raro.
Desapareció el título, el color cambió a un
precioso verde esmeralda y en su centro surgió un pálido verde veronés.
–Busqué al padre de mi hijo –el verde
veronés se contraía y expandía al ritmo de la voz–, y lo he encontrado. Hoy es
un día importante para mí y deseo seguir compartiendo esta experiencia con
vosotros.
Era mi
voz, distorsionada y sensual, más aterciopelada de lo habitual. El verde pálido
dejó escapar algunas gotas que fueron alterando el esmeralda allí donde se
posaban.
–Y aquí está…
Una mota de carmín granza claro empezó a
abrirse paso entre los verdes. Al principio lo hizo con timidez, dejando una
estela fina y difusa que desaparecía, después se volvió más nítida y empezó a dejar
huella, creando un contraste muy fuerte. La idea la había tomado de una pintura
mía, solo que aquí el efecto era tridimensional. Al verlo, me recordó al
trazado aéreo de las cintas que empleaban las gimnastas en las pruebas de gimnasia
rítmica. Poco a poco se fue calmando y creó un círculo, al que siguieron otros,
cada vez más pequeños, alejándose hacia el infinito. El verde quedó reducido a
finas líneas entre ellos.
Música apenas audible, hizo que un diminuto punto
situado en el fondo avanzara, creciendo como un pequeño círculo esmeralda que
fue anulando uno a uno los círculos hasta ocupar la mitad de la pantalla. Sobre
él se formó la silueta de un rostro verde oscuro y entonces el círculo continuó
creciendo hasta dominar la pantalla, quedando rodeado por un par de círculos que
sobrevivieron a su voracidad.
–El elegido es –los círculos comenzaron a
girar en sentidos opuestos–… Carlos Gallego Ortiz.
Subió el volumen, sonaba un tema de Local
Hero, de Mark Knoffler; algo tranquilo y sosegado, queríamos huir de los
tópicos de la música estridente que se usaba en estos casos. La silueta oscura clareó
hasta que fueron visibles las facciones de Carlos; como si fuera una foto en
blanco y negro virada al verde, solo que recordaba a un dibujo de lápiz. La
figura empezó a girar lentamente sobre sí misma.
–Carlos ha recorrido un largo camino para
llegar hasta aquí.
El verde esmeralda se adueñó de la pantalla
para dar paso a la siguiente imagen. Era su primer día y estaba rellenando la
solicitud. La voz fue comentando las imágenes.
–La primera fase ha concluido –como al
principio, verdes pálidos fluctuaron al compás de mi voz–. Os animo a continuar
con nosotros en la que ahora iniciamos.
Hubo un lento remolino de verdes entre los dos
círculos de carmín granza claro. Durante tres minutos, los carmines lucharon
inútilmente por sobrevivir. El verde había ganado momentáneamente, y después
desapareció bajo un intenso azul ultramar salpicado de créditos naranjas.
Los juegos de color. Era un trabajo del que
estaba muy orgullosa. Intenté hacerlo en mi ordenador y no conseguía lo que
quería. Se lo enseñé a Pelos y me mostró un programa con el cual era posible
hacerlo. A partir de ahí, todo resultó más sencillo.
–Ha estado sublime –escuché a mi derecha,
junto a mí.
Había estado tan pendiente de disfrutar de
mi obra, intentando no pensar en la técnica, en los posibles fallos o en
mejoras, que no fui consciente de la presencia de Cristina durante la media
hora que duró el programa.
–Cada vez es mejor –dijo Interlocutor,
situado a mi izquierda. A él también le había olvidado. Eso era concentración.
–De eso se trata –seguí mirando la pantalla–.
Tiene que ir mejorando para que no pierda interés. El truco está en empezar a
medio gas, e ir subiendo el nivel poco a poco. Todavía queda lo mejor.
Sonó el móvil en mi bolsillo. Lo saqué y
miré la pantalla.
–Es mi madre. Si me disculpáis –dije al
levantarme.
–Por supuesto –dijo él.
Salí del salón y descolgué al llegar al
dormitorio.
–Hola, mamá. Me alegro de oírte –entré y
cerré.
–Hola Violeta. Ha sido una presentación
maravillosa.
–Suena bien, mamá –me recosté en la cama y
cerré los ojos, el inicio de la conversación prometía.
Y así fue. Ella había vuelto a disfrutar de
la Performance, había asumido lo que hacía y ya no le dolía. Por otro lado, la
relación con el tío Julián se había distendido, habían visto el programa juntos
y decía que empezaba a sentirse más cerca de él. Aunque no mantuvieran todavía
una relación, ella no se cerraba en banda y además, me lo había contado estando
él presente. Le oí decir: la niña tiene futuro. Mamá, Julián, los ojos de
Interlocutor, Violeta Hyde… suspiré. Ya no quedaba una sola nube en el
horizonte, estaba disfrutando de un inesperado período de calma. Ojalá durase. En
ese estado de felicidad abandoné la habitación.
–…me alegro de que ayude a Violeta en la
Performance –escuché decir a Cristina.
–Es usted encantadora… y preciosa, aunque eso
ya se lo habrán dicho muchas veces.
Dudé en entrar al salón. Igual interrumpía
algo.
–Gracias. Me… me tengo que ir a acabar de
recoger. Encantado de haberle conocido.
–El gusto es mío –debieron darse la mano.
–Espero que vuelva a visitarnos.
–Lo haré encantado.
Cristina le animaba a volver. Creía que
todavía salía con el Capitán.
–Acabé –dije al entrar.
–He de irme –dijo Interlocutor.
–La cocina me espera. Adiós –Cristina escapó.
Mira que era tímida.
Me dejó sola con Interlocutor y eso que le
había pedido que no lo hiciera. Le acompañé a la entrada. Sobre el mueble descansaba
su regalo.
–Gracias por el geranio. Le buscaré un sitio
más luminoso.
–Recuerdo el primer día que vino a mi
despacho –sus ojos me evitaron.
–¿Por qué?
–Ese día traía un pétalo en su carpeta –sus
pupilas grises se posaron en las mías.
–Oh, eso –recordé–. No era mío, me cayeron
varios pétalos desde alguna terraza cuando iba hacia su despacho. De todos
modos me gustan los geranios, tengo un par de ellos en el balcón.
–Por un momento he creído haberme equivocado
de regalo –desvió la mirada hacia la
planta–. Adiós –me tendió la mano como si tuviera prisa.
Al darle la mía, la aprisionó, puso la otra
en mi cintura y me atrajo. Antes de que pudiera reaccionar, había posado sus
labios en los míos. Un beso fugaz, que no duró ni dos segundos. Un instante
después me había soltado y abría la puerta.
–Adiós –repitió al salir y cerró.
Me quedé de una pieza, mirando la puerta
cerrada. No podía haber ocurrido, no le creía capaz, pero lo había hecho. Me
había besado. Él, una persona sensata, que sabía que estaba entregada a la Performance
y que sabía que no podía haber nada entre nosotros. A lo mejor, lo único que
pretendía era vengarse por la libertad que me tomé el otro día. Sí, la culpa había
sido mía, fui yo la que lo inició; aún así me parecía irreal.
¿Cuándo lo habría planeado? Seguro que por
eso empezó apartar la vista, avergonzado de lo que iba a hacer. Qué poco había
durado el cielo despejado.
–Violeta, ¿estás ahí? –Cristina se asomó.
–Te dije que no me dejaras a solas con él
–mi tono sonó poco recriminatorio.
–¿Por qué? Si está loquito por ti.
–¿Por mí? ¡Anda ya!
–Se le ve en los ojos, esas pupilas son dos
gemas que brillan con luz propia.
–Pues hasta hoy me abrasaban y de repente,
dejaron de hacerlo.
–Le has derretido. Le gustas.
–No puede ser cierto –aquello no se me habría
pasado jamás por la cabeza.
–Dime, ¿qué ha sucedido para que estés tan
alterada?
–Me ha besado –cerré los ojos. Estaba
abatida.
–Qué tierno –apoyó el brazo en la pared y
recostó la cabeza–. Cuéntame cómo ha sido.
–A traición. Me ha dado la mano para
despedirse y entonces ha tirado de mí…
–¿Y tú no has hecho nada?
–Nada, no me ha dado tiempo –empezaba a
dudar de mi versión de los hechos–… No estoy segura, igual hubiera podido
evitarlo.
–Ya decía yo que esas miraditas –se acercó a
mí–… Creo que no hará falta que te regale el consolador.
–Cristina –la miré a los ojos. Esos sí que
eran unos ojos dulces y no los de él–, Interlocutor no me gusta y además tengo
un compromiso: Carlos, ¿recuerdas el programa de hoy?
–Las apariencias engañan, Violeta –tomó mi
mano–. El destino ha hecho que se cruce en tu camino y contra eso, no te puedes
rebelar. Además, creo que a ti también te gusta.
Callé, y la abracé. Ya no estaba tan
segura. Podía haber intentado evitarlo, estaba segura de haber podido
impedirlo, pero no lo hice y ahora, mis labios conservaban el sabor de un beso fugaz
e inexperto.
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